lunes, 4 de diciembre de 2023

15.2. Los efectos traumáticos tras salir de una iglesia malsana o secta, y las diversas actitudes que toman los afectados

 


Venimos de aquí: ¿Cómo afrontar la vida tras salir de una secta o de una iglesia corrompida? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/10/151-como-afrontar-la-vida-tras-salir-de.html).

Empecemos por ver los efectos que suele provocar la salida traumática de una iglesia abusadora o malsana, o incluso de una secta.

Efectos
Para poder tratar los efectos, primero citemos algunos de los inmediatos en esta clase de síndrome de Estrés Postraumático:

- Se rememora continuamente el acontecimiento que provocó el trauma, con recuerdos muy detallados de todo lo acontecido. O el caso opuesto: dificultad para recordar hechos concretos de la vivencia traumática.
- Incapacidad para controlar los pensamientos obsesivos, los cuales surgen en la mente de manera involuntaria.
- Insomnio, pesadillas repetitivas y falta de sueño reparador. Esto provoca un cansancio abrumador las veinticuatro horas del día, lo que convierte al individuo en un alma en pena.
- Serias dificultades para concentrarse.
- Tristeza continua.
- Sensaciones desagradables de la misma intensidad que cuando aconteció el hecho en sí.   
- Ansiedad ante el temor a que la situación se pueda volver a repetir en el futuro.
- Sentimientos de pánico e ira al pensar en la posibilidad de encontrarse con sus acusadores. En el caso de que se produzca, se desconoce cómo reaccionará exactamente.
- Odio hacia aquellos que le infligieron tal dolor.
- Irritabilidad persistente y estallidos de ira, unido a la amargura y deseos de venganza.
- Sentimientos profundos de soledad.
- Evitación de todo contacto personal con otros seres humanos, al considerarlos a todos una amenaza por igual.
- Desconfianza generalizada, incluyendo a aquellos que se acercan con el propósito de ayudarle. Esto provoca que se encierre en sí mismo.
- Visualización de un futuro totalmente oscuro, desalentador y sin expectativas.
- Manifestaciones psicosomáticas, fruto de la ansiedad acumulada, como dolores de cabeza y musculares, mareos, bajadas de tensión y taquicardias.
- Repulsión a todo aquello que le recuerda de una manera u otra a las personas de las cuales huyó.
- Sentimientos de culpabilidad contra sí mismo por no haber evitado la situación que se produjo.
- Falta de apetito y desinterés por aquellas actividades sanas que siempre le han resultado placenteras.
- Enojo extremo, al saberse vigilado en la distancia por aquellos que dejó atrás y que parecen desear hundirlo en la miseria.
- Incapacidad para experimentar amor hacia sus semejantes. Esta apatía emocional conduce al individuo a sentir que ha perdido una parte imprescindible e intransferible de su humanidad.
- Indiferencia ante las muestras de cariño, las cuales no llegan a su corazón.
- Inseguridad, confusión y aturdimiento mental.
- En casos extremos, pensamientos recurrentes de suicidio, al considerarlo la única posibilidad de escapar del dolor que le abruma. 

Pueden ser más las sensaciones (que tú mismo podrías añadir y que son personales), pero basta con las citadas. Es evidente que no tienen que darse todos estos síntomas ni todo el mundo llega a los mismos extremos. Todo depende de diversos factores, como el carácter de la persona, el grado del trauma y de las consecuencias sobre su vida. Aun así, estos creyentes quedan, por norma general, profundamente dañados y el proceso de recuperación no es sencillo.

Diversos grupos y su actitud
He comprobado que, por norma general, se suelen dar seis grupos de individuos, respecto a la actitud que toman tras su marcha de estos lugares. Podríamos citar algún tipo más, pero estos son los más habituales:

1. El primer grupo busca otra iglesia local tras un periodo dedicado al descanso, la reflexión y la sanidad interior.

2. La segunda categoría la forman aquellos que, tras levantarse con gran esfuerzo del dolor que les causaron, prefieren vivir una vida tranquila y al margen del mundo eclesial institucional. Eso sí, jamás reniegan de su fe en Cristo, la cual manifiestan de diversas maneras, y obran para Él en libertad de múltiples maneras, usando los dones recibidos, fuera de las cuatro paredes de un local.

3. Un tercer sector está formado por lo que deciden tomar el modelo de la iglesia primitiva, reuniéndose en sus casas. Forman pequeños grupos (amigos y familiares) para alabar al Señor y compartir su Palabra, animándose unos a otros a las buenas obras y apoyándose en todo lo necesario.

4. El cuarto colectivo sería el de aquellos que rompen todo contacto con otros cristianos. Afirman seguir guardando la fe, pero se acostumbran a un estilo de vida tan frío que dejan de obrar para el Señor, de orar, de escudriñar Su Palabra, etc. Dios termina por tener un lugar muy secundario en sus vidas. Esto se detecta fácilmente cuando las cuestiones espirituales no aparecen por ningún lugar en sus conversaciones.

5. Otros son los que, tristemente, se apartan del Señor. Aunque la mayoría no reniega declarándolo con palabras directas, lo hacen con sus hechos, ya que se dedican a vivir fuera del orden de Dios; algunos con pecados llamativos y otros, simplemente, sin querer saber nada de Él.
Si eran verdaderamente hijos de Dios nacido de nuevo es un debate doctrinal en el cual no entro aquí, puesto que ya lo he hecho en otras ocasiones en el blog. Dicho lo cual, afirmo que nada, absolutamente nada, justifica abandonar all Señor. Parafraseando a Pedro, les digo: “¿A dónde iréis, si únicamente Jesucristo tiene palabras de vida eterna?”. Job lo perdió todo y no por ello renunció, sino que siguió el camino eterno.

6. Otros señalan que no se han apartado, proclamando que siguen siendo cristianos de pura cepa, citan las Escrituras aquí y allá, mencionan a Jesús siempre que pueden, pero, por unas razones u otras, modifican aquellos aspectos éticos y morales de la Biblia que no les gustan, reajustándolos a sus propias creencias, muchas de ellas basadas en la sociedad presente y en las nuevas modas que van surgiendo. Rehacen a Dios a su propia imagen y semejanza caída, lo cual es una blasfemia en sí mismo.

Mi anhelo es ayudar a todos ellos, estén en un grupo u otro, que han sido marcados a fuego por una dolorosa salida de la iglesia local a la que asistían. Y puedo hablar de ello con propiedad porque transité ese camino. Para ello analizaremos los síntomas y veremos qué hacer en tales circunstancias para que el afectado pueda ir aplicándolo paso a paso. Es fundamental que entiendas estas palabras del pastor Gerardo de Ávila: “En una crisis salva el nivel conceptual de la fe, no los sentimientos, que son nuestros peores enemigos en esos momentos”. Todo lo que vamos a ver está basado en tal premisa.

Lo que Dios tiene que decirte
Sea cual sea tu caso y tu situación personal, te diré que hay esperanza para ti, y que el inmenso dolor que puede embargar tu alma no tiene que eternizarse. El primer interesado en restaurarte es el Señor mismo, tu Padre celestial, y así lo afirma una y otra vez a lo largo y ancho de Su Palabra: “Más yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas [...] He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad [...] El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Jer. 30:17, 33:6; Lc. 4:18).
Lo normal es que esta sanidad no sea instantánea sino progresiva, y que, como vimos, dependerá de muchos factores: calado de las heridas, daños causados, áreas personales afectadas, etc. De ahí que pueda llevar semanas o meses la recuperación completa, incluso años en los casos más graves, porque es lo más profundo de tu ser lo que ha sido dañado. Y esta sanidad no se logrará reprendiendo demonios y demás parafernalia que se observa en algunos lugares. En muchas ocasiones, el Señor se sirve del quebrantamiento para sanar el corazón, siendo las lágrimas las que, una vez derramadas sobre las heridas, cicatrizan el alma.
Es en ese tiempo de debilidad donde Dios te puede llevar a un crecimiento personal de un valor incalculable, si descansas en Sus manos, ya que su poder se perfecciona en la debilidad (cf. 2 Co. 12:9). La madurez que puedes alcanzar por medio del dolor no tiene precio. Él prometió que no dejaría para siempre caído al justo (cf. Sal. 55:22) y que está cerca de los quebrantados de corazón (cf. Sal. 34:18).
Quizá en este instante las palabras no te digan nada. Puede que no las creas, que suenen hasta falsas. Si piensas así, te entiendo. Pero un día serán reales, e incluso podrás ayudar a otros. Recuerda que las mayores marcas y cicatrices de la historia de la humanidad –las de Jesús tras resucitar-, han traído sanidad a millones de personas de todas las épocas: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28). Dios te llamó en su momento y estará siempre contigo, puesto que tiene un propósito en medio, a través de tu dolor y durante el proceso de sanidad: Si hay un proyecto coherente y bien edificado, el dolor, el sufrimiento, la decepción, la humillación, el fracaso, etc., tienen sentido. ¿Por qué? ¿De qué manera? El sufrimiento, en sus diversas formas, cura al hombre de su profunda soberbia y lo va volviendo más amoroso con los demás. A la corta, lo frena; pero, a la larga, lo hace más humano, más comprensivo y tolerante. Cuando estos impactos negativos no son recibidos así, el hombre se neurotiza y se torna agrio, amargado, resentido, echado a perder, etc. El mismo sufrimiento que hace madurar a unos conduce a otros a uno de los peores capítulos de la psiquiatría: la personalidad enferma. La diferencia está en el modo de aceptarlo en el contexto del proyecto personal”[1].
Las penurias de José fueron dramáticas: lo intentaron asesinar, fue traicionado y vendido por sus propios hermanos, encarcelado durante años injustamente, etc., pero  terminó hablando de esta manera: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Gn. 50:20).

Empatizando contigo
Entiendo mejor de lo que puedas imaginar los sentimientos que habitan en tu corazón. Entiendo tu dolor. Entiendo tu rabia. Entiendo lo que es sentirse desolado. Entiendo lo que es sentirse traicionado y abandonado. Entiendo cuando me hablas de esas noches en vela llenas de temor. Entiendo cuando dices que “lloras sin llorar”. Entiendo qué significa despertarse en medio de la noche empapado en sudor tras una pesadilla que se repite una y otra vez. Sé lo que es sentirse indefenso mientras eres emocionalmente linchado. Sé lo que es desear estar fuera de este mundo. Sé lo que significa no confiar ni en tu sombra. Pero también sé que, en lo más profundo de tu ser, existe el deseo de recuperarte. Sé que es un clamor que gritas en silencio y que ahogas dentro de tu alma. Y sé cuánto se puede aprender de la mala experiencia. No te diré que sea fácil, porque eso sería engañarte, y ya estás saturado de mentiras. Pero sé que se puede porque lo he experimentado en primera persona.
Si algo he aprendido es que existe una abismal diferencia entre padecer secuelas y que ellas tomen el control absoluto el resto de tu vida. La definición de secuela es: “Trastorno o lesión que queda tras la curación de una enfermedad o traumatismo, y que es consecuencia de ellos”. Las secuelas son normales, pero el fin de todo es aprender de ellas, adaptándose a las nuevas condiciones de vida, eliminando el grave pesar interior que han dejado, para, finalmente, crecer como resultado de todo el proceso. Ahora que el trauma se ha producido, no puedes dejar que tu vida gire en torno a él. Debes usarlo en tu beneficio, aunque en medio del proceso de aprendizaje resulte bastante doloroso.
A lo largo de este extenso capítulo, que comienza aquí tras la introducción que ya vimos, permíteme mostrarte lo que una vez aprendí. Lo aquí establecido son principios generales, ya que cada uno de nosotros y cada caso es distinto, por lo que se deberán adaptar a cada situación personal. Posiblemente nuestras circunstancias pasadas no fueran exactamente iguales ni el cómo las vivimos, pero el dolor tiene patrones que se repiten para todos, por lo que es normal sentirse identificados y empatizar con el otro.
Afrontemos los síntomas y los efectos más dolorosos volcándonos en la solución, puesto que si adoptas una actitud pasiva los efectos negativos se volverán crónicos y la superación del trauma será aun más difícil de lo que ya es de por sí. Así que pongamos las cartas sobre la mesa y barajemos hasta dar con la mano ganadora.

Continuará en: 15.3. ¿Reprimir el dolor tras salir de una secta o iglesia abusadora? & Controlando las mentiras que llegan a tus oídos.


[1] Rojas, Enrique. La conquista de la voluntad. Ediciones Planeta Madrid, S.A.

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