lunes, 23 de junio de 2014

Carta de E.T. a la pequeña Sira




Hola Sira, ¿qué tal estás? Seguro que bien. ¿Qué te cuentas? ¿Qué estás haciendo ahora mismo? ¿Estás dormida o despierta? ¿Te han cantado ya una nana al estilo Mary Poppins? ¡Ah, estabas comiendo! Puede que estés con un poquito de hipo después y te estén limpiando la babita con el babero. Pero si hay algo que te puedo asegurar es que son tus padres los que están realmente babeando contigo. No dejan de mirarte ni de pensar en ti cada segundo. En estos momentos, la vida de ellos gira en torno a cada uno de tus movimientos. No se pierden ninguno de tus gestos y de tus suspiros. Cada vez que te acarician se conmueven, algunas veces con palabras y otras sin ellas. Si pudieras entender lo que significas para ellos te estremecerías, pero sin duda podrás sentir cada segundo cómo te quieren. Cada uno de estos nueves meses que los he oído hablar de ti ha sido de puro anhelo y deseo por verte; y ahora, por fin, te tienen en sus brazos.
Me alegro que ya estés aquí, y seguro que tu madre más, que era increíble las proporciones cósmicas que su cuerpo había adquirido con tus sorprendentes tres kilos y ochocientos gramos. Yo alucinaba cada domingo que la veía. Pero tranquila, ahora se le ha quedado la cintura como a Shakira. Además, me han dicho que tú estabas muy bien dentro, como si estuvieses en el jacuzzi de un spá. No te asustes ante todos esos desconocidos que te ponen caras extrañas y te hablan como si les entendieras. Solo quieren robarte tus primeras sonrisas. Ahora estás comenzando a descubrir todo un nuevo mundo, como si hubieras hecho un largo viaje por el espacio y hubieras llegado a tu destino. ¿Pero sabes qué? Esto es solo el comienzo. Ahora comenzarás a explorar todo lo que te rodea. Te sorprenderás ante todo. Lo primero será el agua que tus padres rociarán sobre ti cada día para que estés limpita y huelas muy bien. No te olvides de salpicar a todo el mundo cuando estés en la bañera. Verás la sonrisa que provocas... Y prepárate para probarte todos los vestiditos que tu mami tiene guardados para ti...
Pronto comenzarás a gatear y, cuando menos te lo esperes, saltarás y brincarás volviendo locos a tus padres, que tendrán que correr tras de ti. Eso te hará reír a carcajadas. Sentirás que a veces tu casa es como un parque de atracciones, lleno de juguetes para dejar volar tu imaginación, como si fueras un personaje sacado de Toys Story. Allí tendrás a tu hermanito, mi “Rambito”. Habrá veces que no querrá compartir nada contigo y en otras ocasiones donde será el mejor aliado en tus juegos. También lo verás hacer locuras que luego querrás repetir. Recuerda que él también es un pequeñín que está aprendiendo como tú lo que significa estar vivo, aunque a ti te parezca ya todo un experto. En el momento más inesperado, aprenderás a hablar como él. Si logras decir “supercalifragilisticoespialidoso”, enséñame, que llevo 37 años intentándolo sin resultado...
Cumplirás dos o tres añitos e irás a la guardería con otros como tú. Chicos y chicas. Una locura. Al principio creerás que aquello es un zoologico del que quieres escapar, pero encontrarás tu lugar. Harás amiguitos. Pásalo genial. Juega mucho. Ríe más. Pinta todo lo que esté a tu alcance (que no me escuche tu seño). Camina descalza por la hierba recién cortada y disfrázate de princesa, de hada madrina o de lo que más te entusiasme (menos de Superman, que ese traje ya tiene dueño...). Aprende a leer y descubre lo que te gusta hacer. Y que no se te olviden las tareas de los cuadernillos. Pregunta lo que no sepas hasta la extenuación. Ten curiosidad por todo.
¿Y qué de tus padres? Sí, los dos actores principales de los primeros años de tu vida. Pues a veces te parecerán que quieren quitarte la diversión diciéndote que te levantes de la cama cuando quieres dormir, que te comas ese plato de comida que no te gusta, que no grites con lo bien que sienta hacerlo, que no le arranques la cabeza a los Gi Joe de tu hermano, que no pintes en los muebles a pesar de lo bonito que quedan con tus rotuladores, que no saltes del sofá como si fueras la mona Chita y que no metas los dedos en los enchufes por muy emocionante que parezca. Pero será todo lo contrario: ellos desean que te diviertas a lo grande. Cuando los veas cometer errores, acuérdate que son tan humanos como tú. Aunque a veces te cueste entenderlos, ten presente que todo lo harán por tu bien porque te aman con locura. Para ellos, tú y Salvita sois lo más hermoso que tienen. Cuando desees algo de ellos, no tengas miedo en expresarlo a tu manera, aunque te dé un poquito de vergüenza. Que te lleven a caballito a la camita y te arropen cada noche, junto a tu muñeca o tu osito favorito, mientras acarician tus mejillas sonrosadas. Y por supuesto, que te lean cuentos antes de entrar en el mundo de Morfeo.
Ante tus peticiones, si ellos pueden y lo ven bien, te las concederán. Y si no, acepta que es lo mejor. Escúchalos puesto que hay mucha sabiduria en ellos. Disfruta de los platos de tu madre ya que es una excelente cocinera; doy fe de ello. Habla con los dos de todo lo que se te ocurra. Ambos se desvivirán cuando te pongas malita o te hagas alguna heridita. Te darán ese jarabe que sabe a rayos y te pondrán mercromina y una tirita en la rodilla cuando te hagas pupa. Te llevarán al parque para que te subas una y mil veces en los columpios y te tires por la resbaleta (bueno, tu hermano la subirá...). Estarán a tu lado para que aprendas a montar en bicicleta y lo celebrarán contigo cuando lo hagas sola. Siempre estarán ahí para ti. Soplarán contigo cada año las velas en tu cumple y te harán miles de fotos. Y aunque estas sirvan para el recuerdo, guarda cada momento de tu vida que pases con ellos en lo más profundo de tu corazón, como si fuera un diario eterno que siempre te acompañará.
Por encima de todo lo que he dicho hasta ahora, sin duda alguna la decisión más importante de tu vida será qué postura tomarás respecto a Dios. Te encontrarás a una inmensa mayoría que te dirán que creer en alguien invisible es una locura. ¿Mi mejor consejo?: que busques al Invisible y lo encontrarás en Jesucristo. Cuando os conozcáis, sabrás con total certeza de que es real. Entenderás de tu necesidad de un Salvador y sabrás el amor que profesa por ti. Así podrás hablarles a otros de Él. Aunque haya días en que lo sientas distante y la noche más oscura te envuelva por momentos, agárrate a sus promesas eternas que un día cumplirá, puesto que somos extranjeros y peregrinos en este planeta. Tus padres te podrán hablar mucho de lo que Él ha hecho por vosotros. Además, tendrás una gigantesca colección de libros que tu padre lleva años guardando para que tu hermano mayor y tú podáis aprender y resolver todas vuestras dudas, aunque el mayor pozo sin fondo de sabiduría lo encontrarás en la Biblia. Todo lo que te escuches o leas, pásalo por ese filtro para conocer la verdad. Si quieres, te dejaré también de mi biblioteca. Eso sí, nada de subrayarlos, de hacer dibujitos en las esquinas ni de doblar las páginas como si estuvieras haciendo un avioncito de papel...
Tendrás noción de sobra de que tu madre tiene una voz maravillosa para cantar y que tu padre es un excelente escritor. Y mucho más que verás en ellos. Tengas sus mismos talentos o no, no te compares con nadie, y mucho menos te acomplejes. Simplemente descubre tus dones y desarróllalos. Investiga qué te hace verdaderamente disfrutar y es acorde a la voluntad de Dios. Pídele sabiduría. Estima tu valor en lo que Dios piensa de ti y no en creencias distorsionadas.
Poco a poco tus horizontes se ampliarán. El instituto, las nuevas amistades y ese sentimiento de sentirse un poco perdido en la vida, serán una etapa más de tu crecimiento. No te dejes guiar por los principios que dicta la sociedad que te rodea. No valores a nadie por su físico, por su inteligencia o por su capacidad económica. Al final, nada de eso perdurará. No busques amigos perfectos porque no existen, pero sí aquellos en los cuales predomine la sencillez, la integridad, la bondad, la nobleza y la sinceridad, y que no tengan deseos de grandeza, para que sean parte de tu círculo íntimo. Protege tu corazón, pero ábrele lo más profundo de tu alma a aquellas personas que genuinamente se interesen por tus pensamientos y sentimientos. Esto no significa que ignores o dejes de lado al resto de la humanidad, puesto que ahí está incluida la parte de la sociedad que más te necesitará: viud@s, pobres, huérfanos, afligidos, solitarios, etc. Jesús tuvo sus buenos amigos, pero vino a buscar a todo el mundo. Acércate a ellos y ayúdales en la medida de tus posibilidades.
Como descubrirás por ti misma, hay otra parte menos agradable en el mundo. Te encontrarás con individuos peculiares, algunos verbalmente maliciosos y resentidos por sus propias malas experiencias que querrán dañarte por tus creencias, y habrá otros sin escrúpulos que intentarán aprovecharse de tus buenas intenciones. Como Jesús dijo, sé prudente como una serpiente y sencilla como una paloma. Y nunca les pagues mal por mal. No permitas que la opinión que puedan tener estas personas sobre ti ennegrezca tu carácter ni consientas que la amargura anide en tu corazón, por mucho daño que te puedan infligir en algún momento de tu caminar. Que el dolor no te borre la sonrisa. Recupérala siempre que veas que se diluye. Aunque la vida trate con todas sus fuerzas de robarte la inocencia, consérvala a toda costa en lo más profundo de ti aunque el resto de la humanidad la pierda. Mirar a los ojos de los más pequeños te ayudará a lograrlo.
Ama la humildad y la sencillez en todas las esferas, sin mirar a nadie por encima del hombro. Cuando decaiga tu ánimo, concédete el derecho de sentir la tristeza y llorar con libertad puesto que serán la vía por donde eliminarás el dolor. Nunca olvides que incluso en las nubes más negras siempre estará presente tu Dios. Pide ayuda sin temor y un abrazo cuando lo necesites. Haz lo mismo cuando otros necesiten de ti, teniendo en mente que solo se puede auxiliar al que lo desea realmente.
Abre bien los ojos y conviértete en una persona muy observadora de todo y de todos. Te enriquecerás en gran manera. Aprende de las equivocaciones propias y ajenas. Te ayudarán a madurar. Independientemente de lo que hagan los demás, no hagas juicios de valor sobre las personas sin antes escucharlas y muéstrate educada con los que piensan de manera diferente a la tuya aunque creas llevar la razón. No trates de imponer tu opinión a nadie. Expón tus argumentos y deja que sean ellos quienes decidan qué creer. Si están equivocados y no cambian, no te sobresaltes: es el orgullo y la vanidad las que se lo impiden. No caigas en la misma trampa cuando seas tú la que cometas errores.  
Busca tiempo a solas para reflexionar y meditar. Muchos de tus pasos se decidirán en esos silencios. Si el paisaje no te gusta, redecóralo a tu gusto sin perder tu esencia más profunda. Vacúnate contra el virus de la queja que anda suelto como si fuera un fantasma. Encuentra siempre el lado positivo de la vida, aun en medio de las circunstancias más adversas.
Haz el bien siempre que esté en tu mano, pero no lo conviertas en un espectáculo vanaglorioso para atraer la atención sobre ti misma. Procura que solo el beneficiado de tus acciones se entere. No esperes nada a cambio. Algunos te darán las gracias de distintas formas y otros no lo harán ni de lejos, pero que no sea eso lo que te mueva, sino agradar a Dios. Él te lo recompensará en su presencia.
No me puedo imaginar en qué situación se encontrará el mundo cuando ya seas adulta, pero no te dejes cautivar por la tecnología; ella no te dará la felicidad. Úsala cuando sea realmente beneficiosa y necesaria, pero no pierdas jamás la capacidad de deleitarte ante una puesta de sol, ante la luna reflejada en el océano, ante el sonido del mar, ante una sonrisa que te regalen, ante la lluvia que empapa tu cabello o ante tu helado favorito, aunque todos suenen a clichés.
No creas que me he olvidado hablar de algo importante: algún día, más tarde o más temprano, sentirás pequeños pinchazos en el corazón. No te asustes. Simplemente será que te has enamorado de algún chico. Seguro que en esos instantes no podrás pensar en nada más y el mundo no te importará en absoluto. Jamás olvides que la persona que esté a tu lado tendrá que merecerlo. Aunque te atraiga su belleza o su porte, eso es solo el envoltorio. Descubre cómo es realmente. Que sea un verdadero cristiano con el fruto del Espíritu, no alguien que solo lo aparente. Pregúntale por sus valores y qué es lo que espera alcanzar en la vida. Analiza qué tenéis en común y si os complementais. Examina cuáles son sus intereses, a qué dedica su tiempo libre, y si se esfuerza en servir a Dios y aprender de Él. Comprueba si te valora y te respeta verdaderamente. Observa cómo te habla, cómo expresa su cariño hacia ti y si te apoya en los momentos de dolor. Escucha más allá de sus palabras. Sé una buena oyente para leer entre líneas. Así verás si es capaz de ofrecerte la clase de amor que deseas, y viceversa. En definitiva, analizar si sois el uno para el otro: él para ti y tú para él. Aunque finalmente seas tú quien decidas, no temas escuchar la opinión de tus padres y de los que te quieren. Y sobre todo, pídele a Dios sabiduria para elegir bien. No dejes tu mente a un lado, ya que tendrás que ver si es la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida y formar tu propia familia.
Sea como sea, disfruta cada etapa de la vida, sin anclarte en el pasado ni afanarte por el futuro. Cuando crezcas, si te gustan las conversaciones hasta altas horas de la madrugada, si te aficionas a las novelas de ciencia ficción y futuros distópicos, al Foster`s Hollywood y al cine, cuenta conmigo, pero no me preguntés por qué tuvo que morir Mufasa, el padre de Simba en El Rey León, porque todavía no lo sé...
¿Y qué más?: Nada más. ¿Nada más?: No exactamente. Solo te he ofrecido una pequeña panorámica de lo que es este mundo en el que acabas de entrar. Los detalles y el resto de tu vida quedan en tus manos. Serás tú quien camines sobre esas páginas que Dios tiene preparadas para ti. Hasta entonces, y para siempre, te deseo lo mejor. Que el Señor te guarde siempre y que descanses en Él.
Un besito y buenas noches pequeña Sira. Seeeé bueeena.
Tu amigo, E.T.

p.d. Sira es la hija de mis amigos Salvador Menéndez y Saray Momparler.

martes, 10 de junio de 2014

Mentiras que creemos

Temáticamente, este libro puede considerarse la continuación directa de “Herejías por Doquier” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html), publicado también por la editorial Logos. En el primero traté herejías que se han infiltrado sutilmente en el cristianismo en las últimas décadas y que muchos han aceptado como doctrinas verdaderas porque no se han tomado la molestia de estudiarlas por sí mismos. Estas son, entre otras: La Teología de la Prosperidad, la Confesión Positiva, las maldiciones generacionales, la cartografía espiritual y diversos aspectos de la demonología.
Por todo esto, me causa tristeza la “ley del mínimo esfuerzo” que observo a nivel mundial entre demasiados cristianos: escuchan una predicación por aquí, leen un libro por allá y, como parece que tiene sentido y lógica, se creen sin más los que otros enseñan. Y si está dicho por un pastor o un famoso escritor (como si ambos fueran infalibles), no dudan lo más mínimo. Asimilan las ideas recibidas y las hacen propias. Esto es sumamente grave puesto que conduce a muchos a vivir instalados en el error. Por eso muchos se llenan de expresiones antibíblicas, “decretando” y “declarando” todo tipo de bendiciones como si fueran “pequeños dioses”. Otros prefieren mirar para otro lado o taparse los oídos, puesto que lo contrario sería ir contracorriente y buscarse problemas. Prefieren no dudar de nada. Se escudan en la multitud y ante la “doctrina oficial”.
En este segundo libro vuelvo a hacer énfasis en la imperiosa necesidad de ser como los de Berea, que escudriñaban cada día las Escrituras para ver si las palabras de Pablo coincidían con las de Dios (cf. Hechos 17:11). En lugar de usar este pasaje para exhortar a otros, tomémoslo para nosotros. Ni los estudios, ni los años transcurridos desde la conversión, ni la inteligencia, ni el ministerio, ni las buenas intenciones, ni el conocimiento acumulado, son garantía de nada. Todos podemos errar. Por eso no hay mayor grado de humildad que rectificar cuando sea necesario, aunque esto suponga agachar la cabeza y rehacer buena parte de nuestras creencias.
Los temas que trato en esta segunda parte de la trilogía son difíciles de detectar a simple vista, puesto que la línea que separa el acierto del error es muy delgada. Aquí os dejo el índice para que sepáis qué os vais a encontrar y algunos de los pasajes que deberíamos volver a analizar. Después de hacerlo, dependerá de cada uno seguir creyendo como hasta ahora o llegar a la conclusión de que ha estado creyendo determinadas mentiras:

INTRODUCCIÓN

EL PORQUÉ DE LOS ERRORES TRANSMITIDOS Y CREÍDOS
1.- “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (He. 10:25).
2.- Si fuéremos infieles, él permanece fiel” (2 Ti. 2:13).
3.- “La letra mata” (2 Co. 3:6).
4.- “El conocimiento envanece” (1 Co. 8:1).

¿LUCHAR POR EL ÉXITO?
Los extremos negativos y el punto intermedio
El éxito ajeno a las Escrituras
El verdadero éxito

¿VIVIENDO POR FE?
¿Circunstancias que cambian la fe o fe que transforma la visión?
¿Sentir o no sentir a Dios?

EL SENSACIONALISMO DEL GOZO
La realidad del gozo y la tristeza
Un gozo abierto a creyentes e incrédulos
Un gozo propiedad en exclusiva de los hijos de Dios

LA CONTROVERSIA DEL DIEZMO
¿Qué entienden los cristianos por diezmo?
¿Para quién era el diezmo y cómo lo entregaba el pueblo hebreo?
Malaquías: El pasaje que muchos temen.
¿Fue el diezmo instituido antes de la Ley?
¿El diezmo en el Nuevo Testamento?
Sin dejar de hacer aquello
¿Cómo se sostiene a los obreros desde el Nuevo Pacto?

INTRODUCCIÓN

A lo largo de mi caminar como hijo de Dios, he visto —una y otra vez— a muchos creyentes marcharse de sus respectivas congregaciones. Lamentablemente, es una situación que se repite a nivel mundial, lo que debería hacernos reflexionar, en lugar de mirar para otro lado como si nada sucediera, o de culparlos continuamente de ser siempre el verdadero problema. Las razones de que esto acontezca son múltiples. Personalmente, la que más me preocupa, es aquella causada por determinadas creencias erróneas que se están transmitiendo de generación a generación, sea desde el púlpito —por medio de predicaciones, estudios y conferencias—, o a través de cierta literatura cristiana que emplea defectuosamente las Escrituras, amoldándolas a ideas ajenas a los autores bíblicos. En cierto modo, es una forma de empujar fuera de la iglesia local a aquellos que llegan a observar tales desaciertos.
Es evidente que los errores doctrinales no siempre concluyen con la marcha de un hermano del lugar donde se reúne —puesto que en la mayoría de ocasiones ignora la mentira en la que está instalado—, pero sí le conducen a vivir un cristianismo poco saludable; en casos extremos, incluso enfermizo. Aun cuando no sea plenamente consciente de esto, las creencias distorsionadas —que forman parte de él y que ha asimilado a lo largo de los años— afectan negativamente a su vida en todos los sentidos: a nivel racional, emocional y espiritual. Incluso amando a Dios con todas sus fuerzas, ciertas conductas que manifiesta están alejadas de los conceptos reflejados en el Nuevo Testamento. Como dijo Martin Luther King: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera”.
Aún es más grave el caso de aquellos que se han apartado del sendero de Cristo influenciados por tales prácticas eclesiales. Los que permanecen, dan varias razones para explicar dichas deserciones, según la teología a la cual se adhieren: los calvinistas señalan que realmente no eran hijos de Dios; los arminianos subrayan que, por cuanto cayeron en un estilo de vida en el que la práctica del pecado sin arrepentimiento se volvió habitual, finalmente el Espíritu Santo se apartó de ellos.
Creo que, independientemente de nuestra posición en determinadas doctrinas, tenemos el deber de reexaminar ciertas nociones que damos por sentadas, que forman parte de nuestra cultura cristiana contemporánea y que ni siquiera nos hemos molestado en analizar por propia iniciativa. Decimos “amén” rutinariamente y nos quedamos tan tranquilos, sin verificar lo que acabamos de oír o de leer, incluso cuando Pablo le advirtió a Timoteo sobre el cuidado que debía tener de sí mismo y de la doctrina (cf. 1 Ti. 4:16).
Citamos una y otra vez las palabras referidas a los habitantes de Berea: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Por norma general, usamos parte de dicho texto como exhortación a nuestro prójimo para que estudie la Palabra de Dios. El problema es que nunca nos lo aplicamos a nosotros mismos. Estudiamos determinados temas llenos de prejuicios y de preconceptos, cuando somos llamados justo a lo contrario: a no hacer juicios de valor. Sin embargo, acudimos a las Escrituras en busca de frases que respalden nuestros pensamientos, en lugar de investigar profundamente qué dice realmente la Biblia. Empleamos una mala hermenéutica actuando de tal modo.
Ni siquiera nos preocupamos en analizar las razones por las cuales otros piensan de forma opuesta a la nuestra. No los escuchamos, y les soltamos nuestro batallón de versículos memorizados, que pocas veces nos hemos molestado en examinar genuina e imparcialmente, y que conforman una mera tradición aprendida en nuestra denominación: “Nosotros pensamos así y eso es lo que hay. Si quieres lo tomas y si no lo dejas”. En el mejor de los casos, nos mostramos intolerantes con quienes difieren de nuestras ideas; en el peor, los señalamos como falsos maestros y los acusamos de enseñar doctrinas de demonios, desprestigiándolos por completo. Llamar hereje a un hermano, sin escuchar sus argumentos, es el camino fácil. En una ocasión, oí esta breve conversación entre dos creyentes: “Te voy a pasar un estudio que he hecho de...” y la respuesta fue contundente: “No, a mí no me tienes que enseñar nada” —con gesto torcido y de desprecio.
José M. Martínez apunta a este problema:

“En las iglesias evangélicas hay quienes se aferran a sus ideas sobre el significado del texto bíblico con tal seguridad que ni por un momento admiten la posibilidad de que otras interpretaciones sean más correctas. A veces ese aferramiento va acompañado de una fuerte dosis de emotividad y no poca intolerancia, características poco recomendables en quien practica la exégesis bíblica. [...] Con frecuencia, las interpretaciones que a muchos textos bíblicos se dan y las posiciones doctrinales que se mantienen se deben más a tradiciones del correspondiente círculo eclesiástico que a un estudio serio, imparcial y perseverante de la Escritura en el que constantemente la dogmática es sometida a revisión. [...] Revisar nuestra teología es siempre un imperativo que debe cumplirse supeditando toda especulación y sus conclusiones a los resultados de una exégesis seria”[1].

Recuerdo que una vez le pregunté a una hermana sobre su razón para creer en una doctrina claramente herética. Lo único que alcanzó a señalarme fue que lo había leído en un libro. Por eso considero que hay una generación sin rumbo que no posee una recta dirección bíblica y que, por lo tanto, deberíamos preguntarnos si estamos creyendo mentiras.  
El propósito de este libro no está limitado al reflejo de tales líneas desfiguradas como  simple estudio sociológico. Dada la gravedad del tema, deseo enfocarlo hacia dos aspectos concretos: por un lado, la prevención, que consiste sencillamente en la sana educación bíblica para que, aquellos que acaban de conocer al Señor, no cometan los mismos errores que la generación que les precede; y por otro, el rescate, basado en este caso en la reeducación, sea que el creyente permanezca aún en su congregación o se haya apartado de la misma. Así se podrá reflexionar sobre qué hacer al respecto.
Me eduqué en un colegio católico, y fui practicante en esta primera etapa de mi vida. Todos aquellos ritos solo servían para acallar mi conciencia otorgándome una falsa sensación de paz. Únicamente después de leer la Biblia tras mi conversión, tuve conocimiento de hasta qué punto eran erróneas aquellas doctrinas e ideas que me habían inculcado sin mala fe. Años después, volví a cometer el mismo fallo: di por hecho que todo lo que me enseñaban era correcto y que era imposible que se equivocaran aquellos que me instruían. Pensaba que todos los argumentos que se me ofrecían tenían un respaldo bíblico contextualizado, y hasta que no me enfrenté a un problema irresoluble no se abrieron nuevamente mis ojos. Así que deberíamos ser sumamente prudentes y analizar cada enseñanza con esmero, no dando nada por hecho hasta entonces. La trascendencia de tal decisión es mayor de lo que imaginamos.
Soy plenamente consciente de la dificultad de mi cometido. Sé cuán complicado es que un cristiano que lleva varias décadas en el Señor se replantee ciertos temas y pueda reconocer que está equivocado. Supone cambiar muchos aspectos, lo que no todos están dispuestos a asumir. Ya señaló Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Pero, ¿por qué tenemos que rechazar de plano debatir? ¿Qué perdemos por volver a inquirir una vez más en las Escrituras? ¿Acaso no es lo que ha hecho la Iglesia a lo largo de toda su historia? Y no me refiero a cuestionar las grandes verdades de la fe cristiana, que son irrefutables, sino planteamientos sobre los que se sustentan determinadas actitudes eclesiales que afectan a la vida del creyente en general. En lugar de defender nuestros postulados con uñas y dientes, quizá tendríamos que analizar, una vez más, determinados principios que damos por ciertos. Algunos dirán: “Con la de problemas que hay ya en el cristianismo... ¡como para ponernos ahora a debatir!”. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Guardamos silencio, pagando un alto precio por ello? No fue precisamente lo que hizo la iglesia en Jerusalén (cf. Hch. 15). Como señala Walter Martin: “La controversia por causa de la verdad es un mandato divino”. No puede ser que las diversas iglesias locales enseñen ideas completamente opuestas entre sí en los temas que vamos a mostrar, con la consecuente confusión del creyente.
Pedro, que aprendió directamente de Jesús sobre el amor a los enemigos, le cortó la oreja a un soldado romano en el tiempo que dura un parpadeo. El mismo apóstol, que escuchó al Maestro hablar durante tres años acerca de la gracia de Dios, se equivocó al consentir a los judaizantes. Observando estos dos simples ejemplos, ¿por qué no podríamos nosotros errar igualmente en otras cuestiones? ¿Puede ser que estemos creyendo falacias, es decir, falsos argumentos con apariencia de verdad que nos inducen al error?
Si llegamos a las mismas conclusiones que ya sosteníamos, sigamos adelante con ellas. Pero en caso de nuevos resultados, únicamente nos quedarán dos caminos: aferrarnos a las antiguas ideas contra viento y marea; o, por el contrario, cambiar progresivamente y con sencillez. Siendo humildes y teniendo una correcta disposición de corazón, reconoceremos que el abundante conocimiento bíblico, la experiencia acumulada y los años en el Evangelio no garantizan la infalibilidad. Tampoco la sinceridad con la propia conciencia será la prueba irrebatible de que se contempla la verdad, puesto que aquélla siempre debe estar sujeta al análisis de la Palabra de Dios. El hecho de que una mayoría de personas crea en algo no significa que lleve razón. Como dijo Winston Smith, protagonista de la novela 1984 de George Orwell, encontrarse en minoría, incluso en minoría de uno solo, no significa estar loco.
Dada la complejidad de los temas que vamos a tratar, y de que algunos de ellos son espinosos, este tipo de literatura suele ser tachada de subjetiva, subversiva, divisoria y peligrosa por muchos pastores que suelen advertir a las ovejas contra tales amenazas,  acusando a sus autores de un grave resentimiento, cuyo propósito es la revancha, e incluso la venganza. Para ello se recordarán los errores que pudieron cometer en el pasado para así estigmatizarlos y desacreditar sus argumentos: el llamado ataque ad hominem. En lo que respecta a mis intenciones, nada más lejos de la realidad. No es justo que por discrepar se nos considere arrogantes, soberbios, amargados, envidiosos, histéricos, murmuradores, rebeldes, enemigos del Reino de Dios y partícipes de las obras de las tinieblas. Aun así, no tengo el deseo de convencer a nadie de mis verdaderas motivaciones, por lo que no me esforzaré en demostrar nada, ya que escapa a mi control. Habrá quienes me crean, y otros que no lo harán, diga lo que diga; y sacarán mis propias frases del contexto general de la obra. Por ello, no descanso en la opinión del hombre sino en el juicio de Dios —el único completamente neutral— ante el cual todos tendremos que rendir cuentas.
¿Qué pido? Que nadie acepte ni siquiera lo dicho por mí. Ni mucho menos estoy exento de equivocarme. Soy tan humano y tan falible como tú, amado lector. Por todo esto, te suplico que escudriñes profundamente y por ti mismo cada uno de los temas que propongo a continuación. Que el Señor te guíe en esa apasionante tarea.

*Entre otras librerías, está disponible en:
-Librería ABBA:
-Librería Proteo:
-Todostuslibros.com:



[1] Martínez, José M: Hermenéutica bíblica [Viladecavalls: Clie], 1984, págs. 30-31, 222.