lunes, 14 de diciembre de 2020

Están vivos: ¡Despierta, te están manipulando!

 


Sirviéndome de la célebre película “Están vivos”, todo lo que voy a exponer a continuación se basa en la realidad de la sociedad en la que vivimos y en los valores que la dominan, que nos hace comprender el significado y el alcance de las palabras de Juan: “El mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

Un hombre grande y fuerte, abalanzándose sobre ti, comienza a lanzarte todo tipo de puñetazos: en la cara, en las costillas, en el pecho. Te derriba, te acosa y te golpea sin compasión. Ante semejante panorama, no te queda más remedio que defenderte. Ese “loco” que está delante tuya quiere que, sin tú desearlo, te pongas unas ridículas y simples gafas de sol. Te dice que tu manera de contemplar el mundo cambiará cuando lo hagas, que ellas te harán ver la realidad tal y como es. Te niegas una y otra vez, así que te enfrascas en un largo y violento intercambio de golpes. A pesar de las heridas infringidas, ninguno de los dos desiste. Tu adversario no ceja en su empeño en que lleves esas gafas y tú no consientes que trate de doblegarte y te imponga hacer algo que no quieres. Finalmente, con los dos agotados, él logra su objetivo. Tu vida cambia para siempre en un solo segundo tras “ver”...
Quien haya visto la película “Están vivos” (The Live en el original y Sobreviven en Hispanoamérica)[1], del director John Carpenter, sabrá que esta secuencia que he narrado como si tú fueras uno de los protagonistas, forma parte de dicho largometraje, y cuya escena sin duda alguna es recordada por su extensa duración y su mezcla de surrealismo y humor negro. Siendo considerada de “serie b” por su bajo presupuesto, y resultando un fracaso de taquilla en su estreno en 1988, poco tiempo después y hasta el día de hoy, comenzó a considerarse un film de culto por el trasfondo tan real y brutal que nos presenta de la sociedad, valiéndose de una historia de intriga y ciencia ficción. Dejó huella en toda una generación –incluyéndome a mí- y sigue haciéndolo en todo aquel que la visualiza por primera vez, que suele repetir su visionado más de una vez a lo largo de su vida por el impacto que causa y cómo refleja nuestro mundo. Si no la has visto, antes de seguir leyendo, te recomendaría que la visualizaras para que descubrieras por ti mismo las sorpresas y luego volvieras aquí a reflexionar.
En ella se nos narra la vida de John Nada –su apellido dice mucho de las intenciones del autor-, que llega a Los Ángeles en busca de trabajo. Allí escucha al clásico predicador callejero gritando estas proclamas: “Hay veneno de serpientes bajo sus labios. Su boca está llena de amargura y maldiciones. Y en su camino, no hay más que ruina y miseria. ¡No tienen temor de Dios! Ellos han tomado los corazones y las mentes de nuestros líderes. Han tomado a sueldo a los ricos y poderosos, y nos han cegado a la verdad. Nuestro espíritu humano ha sido dañado. ¿Por qué adoramos a la codicia? Están más allá de nuestra vista, alimentándose de nosotros, nos pisotean para subirse sobre nuestro hombros, desde el nacimiento hasta la muerte son nuestros dueños. Nos controlan. Ellos son nuestros amos. ¡Despierta! Están cerca de tí, a tu alrededor”.
También escucha una emisión pirata televisiva donde dicen: “Nuestros impulsos están siendo redirigidos. Estamos viviendo en un estado inducido artificialmente de la conciencia que se asemeja al sueño. [...] Los pobres y la clase baja están creciendo. La justicia racial y los derechos humanos son inexistentes. Ellos han creado una sociedad represiva, y nosotros somos sus cómplices involuntarios. Su intención de gobernar recae en la aniquilación de la conciencia. Hemos sido inducidos a un estado de trance. Ellos nos han hecho indiferentes a nosotros mismos, a los demás. Nos centramos sólo en nuestro propio beneficio. Por favor, comprenda. [...]. Ese es su principal método de supervivencia: mantenernos dormidos. Nos mantienen egoístas, nos mantienen sedados”.
John encuentra empleo en una obra de la construcción como peón, dada su fortaleza física. La primera noche, ve a un grupo de personas actuando de forma extraña que entran y salen de una iglesia cercana transportando cajas, como queriendo ocultarlas. Lo primero que se nos pasa por la mente es que quizá son terroristas que llevan explosivos. Y esta idea se refuerza cuando al día siguiente la Policía desaloja toda la zona a la fuerza y vacía la iglesia, golpeando con virulencia a un hombre de color y ciego que parece ser el líder de la organización. Como John no quiere quedarse con la duda del porqué de estos hechos, entra en el local para ver qué estaban buscando los agentes. Lo único que encuentra es una caja que está oculta y no se habían llevado. Al abrirla solo hay gafas de sol. La desilusión que se lleva en ese instante es la misma que la que siente el espectador. ¿Tanto por unas gafas? Antes de tirarlas, se guarda dos para sí mismo. Y entonces sucede lo inimaginable que le da una vuelta a todo: al ponérselas, contempla la ciudad completamente en blanco y negro, como si fuera una película antigua. Comienza a caminar por la calle y lo que observa llega a ser terrorífico: muchas de las personas tienen rostros no-humanos.

A su vez, los carteles de publicidad muestran su verdadera apariencia: donde sin gafas ponía “Los datos de control crean un ambiente informático transparente”, con ella se lee “Obedece”. Donde se veía “Ven al Caribe” con la imagen de una mujer sensual, ahora se lee “Cásate y reprodúcete”. Y así con todos los anuncios: “no al pensamiento independiente”, “consume”, “obedece”, “confórmate”, “sométete”, “mantente dormido”, “compra”, “mira la televisión”, “sin imaginación”, “no cuestiones la autoridad”. En los billetes de dólares, ahora lee las palabras: “Este es tu Dios”.
Los seres humanos, sin saberlo, están siendo controlados subliminalmente por una raza alienígena que coexiste entre nosotros pasando completamente desapercibida, ya que tienen apariencia humana y solo por medio de dichas gafas se puede ver su verdadero rostro. Desde policías, periodistas y políticos hasta famosos y trabajadores normales, están en todas las esferas y en todo el planeta. ¿Y si solo él conoce la verdad? ¿Dónde está la resistencia? ¿Existe acaso? ¿Cuánto tiempo llevan aquí moldeando y usando a la humanidad? ¿Cómo dar a conocer al mundo lo que sucede? ¿Quién le iba a creer? ¿Cómo podría parar esta conspiración mundial cuando ellos están al control y son millones? La angustia que uno comienza a experimentar a partir de ese momento es muy viva.
Los “otros” descubren que es capaz de ver la realidad y comienza una cacería implacable contra él. Logra huir, matando en el camino a varios de estos seres, que ante la opinión pública son simples personas. A partir de entonces, se emite una orden de búsqueda y captura hacia John por asesinato. Al día siguiente, busca a Frank, el compañero de trabajo que le buscó alojamiento. Tras contarle su historia, no cree una sola palabra y le pide que se vaya. Es ahí donde comienza la pelea para que se ponga las gafas. Finalmente, al ponérselas, contempla la misma realidad que John le había narrado con anterioridad. Su sorpresa es mayúscula.
Tras reunirse con el grupo que había en la iglesia –los rebeldes que conocían la verdad-, descubre que la manera en que “los otros” logran que no vieran la realidad era por medio de una señal de televisión, la cual con las gafas eran interferidas. Así que el objetivo estaba claro: destruir la gigantesca antena que emitía dicha señal. Sin entrar en más detalles ni en el destino final de Nada y Frank, logran su propósito y los alienígenas son descubiertos y contemplados tal y como son. Dicho momento es hilarante.
La película en sí es una crítica mordaz al sistema de este mundo en el que vivimos, donde se nos inculca de forma continua valores consumistas, materialistas, superfluos, sexuales y un largo etcétera. Como vamos a ver con todo lujo de detalles, los que están en el poder –que no son alienígenas como en la fábula narrada sino personas como tú y yo- nos controlan, manejan nuestros pensamientos, convirtiéndonos en sus marionetas. Y todo ello por medio de un instrumento que usan y que se conoce como “ingeniería social”, que se sirve de todos los medios a su alcance, principalmente los medios de comunicación.

¿Crees que tus pensamientos son genuinos y propios?
Cualquier ser humano cree que sus pensamientos son de su propia cosecha y que sus ideas y valores pertenecen a su mundo personal, en el cual ha llegado a sus propias conclusiones. La realidad es completamente opuesta: en la inmensa mayoría de las ocasiones, esas “conclusiones” a las que llega han sido previamente manipuladas y  moldeadas de forma tendenciosa. Desde todas las esferas –política, social, moral y religiosa- y sin darse cuenta del proceso que están llevando con él, el individuo está siendo “fabricado” a imagen y semejanza de lo que promulgan los que están en el poder para que termine pensando lo que ellos quieren que piense. Y, como he dicho y recalco, sin que la persona sea consciente del proceso que están llevando con él. Ahí radica el secreto del éxito. Haciendo un juego de palabras redundantes: está tan acostumbrada a que la manipulen sin saber que la están manipulando que sigue dejándose manipular.
Todo esto es un proceso que comienza en la infancia, toma velocidad durante la adolescencia y ya está completamente afianzado cuando llegamos a la vida adulta, tanto que no nos damos cuenta. La información que recibimos –y con ella los valores y las ideologías- forma parte de nosotros sin que la pasemos por ningún filtro que se base en la objetividad y en la reflexión personal.
Esta “fabrica” de pensamientos que se injertan de manera natural en la mente de cada individuo, tiene su origen en las políticas de los gobiernos y es transmitida en los medios de comunicación generalistas –es decir, muy conocidos y que manejan grandes sumas económicas y de audiencia- en forma de propaganda, anuncios, shows, programas de debate, películas, radio, televisión y prensa escrita. Como dijo de forma general el célebre cantautor y poeta estadounidense Jim Morrison (1943-1971), “Quien controla los medios de comunicación, controla las mentes”. Fue Edward Louis Bernays (1891-1995) –publicista, periodista e inventor de la teoría de la propaganda y las relaciones públicas, judío de nacionalidad austríaca y sobrino de Sigmund Freud- quién desarrolló la propaganda como método de control de la opinión o mente pública, “quien sentía que el buen juicio democrático del público ´no era confiable` así que ´deben ser guiados desde arriba`[2].
Como él mismo dijo en su libro “Propaganda”, publicado en 1928: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. [...] Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas, son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática”[3].
Algunos lo hacen de forma sutil y otros abiertamente. Esto es lo que, llevado a gran escala, se conoce como “ingeniería social”, la cual “es un término empleado en un doble sentido. Primero: esfuerzos para influir actitudes; relaciones y/o acciones sociales en la población de un país o región. Y segundo: una manera de implementar o aproximar programas de modificaciones sociales. Ambas acepciones implican tentativas a gran escala, sea por gobiernos o grupos privados”[4]. En general, lo llevan a cabo gobiernos, lobbies, multinacionales, empresas privadas y públicas, organizaciones sociales, religiosas, sectas y otros poderes fácticos.
Para guiarte en un solo sentido –en el que ellos quieren- usan diversas tácticas para que, a su vez, no hagas caso al que piensa de manera contraria:

- Ridiculizan al contrario.
- Lo silencian, lo ignoran y lo censuran.
- Sacan sus palabras de contexto.
- No conceden el derecho a réplica.
- Despersonalizan al rival, convirtiéndolo en símbolo del mal.
- Muestran solo un punto de vista: el propio.
- Lo menosprecian, se burlan y lo muestran de forma caricaturesca.
- Magnifican los errores ajenos –o al menos hacen especial énfasis en ellos- y minimizan los propios.
- No hacen autocrítica, y cuando lo hacen es con la boca pequeña, aprovechando la ocasión para alabarse a sí mismos por su “humildad” ante el deseo de cambiar y mejorar.
- Cuando ponen imágenes o fotos del adversario, suele ser en posturas ridículas: bostezando, en actitud chulesca, con la mandíbula desencajada, con rostros cansados, con un ojo cerrado, como si fuera un meme viviente.
- Apelan a las emociones, al nervio, al corazón, y lo usan de tal manera que sus palabras parecen racionales. Esta es una característica de ese término tan de moda: posverdad, que es “la relativización de la veracidad, la banalización de la objetividad de los datos y la supremacía del discurso emotivo”[5]. Como expliqué en “¿Los cristianos debemos respetar a todas las religiones, digan lo que digan? ¿Cada uno es libre de creer lo que quiera? ¿Existe más de una verdad?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/03/11-debemos-respetar-todas-las.html), “la verdad se basa en los hechos y en la realidad. Por lo tanto, es inmutable. Citando un solo ejemplo, un árbol no es un animal que habla, ni un tiburón es una planta. La posverdad –y que se vende como si fuera la verdad- se basa en lo que creo y en lo que siento, en mentiras, en datos sin confirmar y falsos, en la subjetividad, en opiniones personales, en sentimientos y emociones, y en lo que ´me gustaría`. Por eso la RAE define así el término: ´Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales`. Solo existe una ´verdad`, pero la ´posverdad` se da por miles de millones, tantos como pensamientos tiene cada persona que ha vivido y vivirá”.
- Y, por último, prometen un mundo feliz si se implementan sus postulados, sean sociales, políticos o económicos.

Estos son patrones que se repiten una y otra vez.

Áreas donde se manipula la realidad
Veamos ahora áreas concretas donde se trata de condicionar al individuo. Cuando leas alguna noticia o reportaje en la prensa (en papel y en digital), veas algún programa televisivo, serie, película o novela, comprueba por ti mismo la forma tendenciosa en que te venden “su realidad”: 

1. Valores sexuales. Puesto que lo que se promulga es la liberación en todos los aspectos –especialmente de la moral judeo-cristiana- el terreno familiar y sexual es uno más. Para llevar a cabo sus tesis progresistas, los medios hacen un especial énfasis en las dificultades de conciliar el matrimonio y el trabajo, en formar una familia y en lo difícil que es tener una relación para toda la vida. Por el contrario, se exaltan las bondades del sexo sin compromiso, las parejas abiertas, la canita al aire y el probar la sexualidad con ambos géneros para comprobar con cuál te sientes más identificado y cuál resulta más placentero.
Visto así, la mente se forma desde muy joven con la idea de que lo primero requiere un esfuerzo que no merece la pena, y lo segundo es siempre atractivo a gusto del consumidor y del momento, no exigiendo nada a cambio.
Lo llamativo es que nunca hablan de las consecuencias, o al menos no hacen una correlación entre causa-efecto, como si los efectos de los principios que promueven fueran independientes: matrimonios y noviazgos destruidos; madres solteras; personas con profundas heridas emocionales, embarazos no deseados (de los cuales muchos acaban en aborto), hijos que se crían únicamente con el padre o la madre al lograr uno de ellos la custodia exclusiva, etc.

2. Valores éticos. La idea de los derechos y las libertades personales se anteponen a cualquier tipo de obligación. Esto se observa con total claridad en el llamado “derecho a abortar”. Al embrión y al feto no se le considera “persona” ni un ente separado de la madre, por lo que se vende la idea de que la mujer es libre para hacer con su cuerpo lo que desee. Los traumas que sufren muchas mujeres y el negocio millonario que supone para las clínicas abortistas se pasa por alto.
A su vez, se publican artículos donde se señala cuán “malvadas” son aquellas personas, asociaciones, partidos políticos y grupos pro-vida que tratan de convencer a las embarazadas de que no aborten y les ofrecen soluciones y alternativas[6].
De igual manera:

- Se carga contra aquellos que están en contra de la eutanasia y el suicidio asistido. Para ellos, también es un derecho.
- Se ataca a los que defienden que la educación de los hijos debe depender de la moral y de las creencias de los padres y no del Estado. La agenda progresista, como apunta Marcel Garcia, “utilizando como excusa que ciertas familias son ´machistas` y que no saben educar bien a sus hijos, y que hay que garantizar la ´libertad` de los menores, el Estado arrebata los derechos fundamentales y constitucionales de las manos de las familias, para poder moldear a las nuevas generaciones de forma que en un futuro le sean útiles al propio Estado”[7]. Un tratado,  conocido como Glen Cove +5, de los comités firmado en Ginebra en 2001 –que son los comités de los Derechos Humanos de Naciones Unidas- dice en uno de sus párrafos: “Hay que eliminar de las legislaciones nacionales, toda referencia a los derechos-deberes de los padres en materia de educación, reproducción y sexualidad de los hijos menores”[8]
- Se acusa a los que señalan las incoherencias de la llamada “ideología de género” y de las leyes promulgadas que atentan contra de la igualdad entre hombres y mujeres.

A todos estos los denominan retrógrados, fascistas, misóginos, antifeministas, homófobos y de ultraderecha.

3. Consumismo/materialismo
Se relaciona el dinero, la belleza física, un determinado tipo de cuerpo, la abundancia de ropa, el consumo de determinadas bebidas alcohólicas y la posesión de objetos materiales (coches, teléfonos móviles, ordenadores, Tablets), con la felicidad y el éxito personal. Los anuncios de televisión y el marketing imperante son un claro ejemplo de cómo venden dicha idea como absoluta. En la vida real, esto se observa en la proliferación de grandes centros comerciales, centros de belleza, gimnasios y en un uso desmedido de las tarjetas de crédito, muchas veces para comprar objetos completamente innecesarios. Las tiendas, tanto físicas como online, se llenan de “promociones” con eslóganes como “oferta exclusiva”, “solo disponible durante 24 horas”, “unidades limitadas”, “rebajas nunca vistas”. Todo consiste en crear una necesidad artificial y sentido de urgencia que se apodere del raciocinio.
Así tienen la sociedad actual: infantilizada y narcotizada con los diversos soma que, los que manejan los hilos, proporcionan.
Los jóvenes suelen ser los más afectados, ya que se esfuerzan sobremanera por aparentar bienestar en las redes sociales, sintiéndose ansiosos o fracasados cuando no alcanzan estos ideales, llevándoles a la frustración, a estados emocionales de tristeza y depresión, junto a una pobre autoestima.

4. Religión/espiritualidad. Aquellos que pertenecen a una religión –sea la que sea- o poseen ciertas creencias espirituales, tienen inculcada el principio de “evitar” a toda costa saber del porqué de las creencias de otras religiones y de otros sistemas de fe. Y, si lo hacen, es con un “experto” a su lado que les diga qué creer. Eso de “comparar” y “buscar la verdad” con sensatez por uno mismo, mejor no. Quédate donde estás y te irá bien, no vayas a enojar a tu Dios y seas condenado. Este sucede entre católicos, evangélicos, Testigos de Jehová, Mormones, musulmanes, etc.

5. Ateísmo. Los ateos promulgan valores que, según ellos, son absolutos: “Está demostrada la teoría de la evolución”; “Dicha teoría tira por tierra el concepto de un Ser supremo”; “Todos los científicos del mundo son ateos”. Y así multitud de afirmaciones que están llenas de falacias y que buscan la destrucción de la fe judeo-cristiana. Para ello exponen grandes titulares de científicos ateos y publican entrevistas donde célebres autores exponen sus ideas, cuyas afirmaciones casi nadie investiga. También, para desprestigiar a los creyentes, ponen en boca de ellos palabras que no han dicho (la llamada “falacia del hombre de paja”) o palabras que sí han dicho pero cuyas personas carecen de conocimiento y yerran. Por último, publican en primera plana cualquier tipo de escándalo provocado por algún religioso, sea de tipo sexual o económico. En el caso de emitir noticias falsas, no rectifican a menos que medie una denuncia de por medio.

6. Distintas vertientes dentro del cristianismo. Entre los propios cristianos, y teniendo en cuenta la cantidad de “sectores”, “denominaciones” y “corrientes” existentes, muchos de ellos consideran peligrosos a las que no piensan igual en cada área. El calvinista avisa a sus fieles que se cuiden de los arminianos. El arminiano avisa a sus fieles que se cuide de los calvinistas. Los amilenaristas, los premilenaristas y los postmilenaristas se enfrentan entre sí, tachando de herejes o inconversos a sus “hermanos”. Lo mismo sucede con los “cesesionistas” y los “no cesesionistas” en lo que respecta a los dones espirituales.
Es más, todos estos grupos le dicen a sus seguidores que mejor eviten leer la literatura “del bando contrario”. El creyente pensará así que está siendo protegido sin saber que le están robando la libertad, la capacidad de pensar y de llegar a conclusiones por sí mismo.
Luego están aquellos que, efectivamente, creen herejías que no forman parte de la verdadera teología cristiana: teología de la prosperidad, confesión positiva, maldiciones generacionales, cartografía espiritual o los conceptos humanistas sobre el éxito, que se asocia a la bendición de Dios y al pecado cuando no llega. ¿Qué hacen para salvarguardar su falsa enseñanza? Les dicen a sus seguidores frases como: “Hazme caso a mí porque los otros no tienen fe”; “Ellos no creen en el poder de Dios”; “Dios me ha levantado a mí como su ungido para dejar en evidencia el pecado de los falsos creyentes”; “El Señor me ha dado una nueva revelación. Créela”; “Nosotros somos parte de los 7000 que no han doblado su rodilla ante el mundo”; “Recuerda que mejor es la obediencia que los sacrificios. Así que no pienses. Obedéceme”. Todo eso lo hacen apelando a textos bíblicos que no tienen nada que ver con su significado real.

7. La apropiación del término “Iglesia”. Todos los medios de comunicación, cuando publican alguna declaración de algún miembro oficial del catolicismo romano (un sacerdote, un obispo o el mismo “Papa”), comienzan el comunicado así: “La Iglesia dice...”. El resto son “grupos salidos de...”, “hermanos separados”, “la iglesia luterana” o “sectas protestantes”. Lo mismo señalan cuando los ateos o los gobiernos seculares los critican o hacen algo en contra de sus intereses. Entonces el titular es: “Otro ataque a la Iglesia”[9].
Los medios consideran que la ICR representa la doctrina oficial que todos los cristianos creen. La verdad es muy distinta. En un aspecto, la Iglesia está formada únicamente por aquellos que “han nacido de nuevo”, no por un grupo en concreto que se suscribe a unas siglas. Y en otro aspecto, a nivel institucional, puesto que sus ideas suelen chocar frontalmente con la enseñanza bíblica, no se les puede considerar como los paladines del cristianismo.

8. Inmigración. En los últimos años, muchos gobiernos están a favor del multiculturalismo; es decir, un mismo país donde convivan distintas culturas y religiones aunque sus valores sean completamente opuestos. Lo que el señor Rodríguez Zapatero llamó Alianza de Civilizaciones. Para inculcar esta idea en la mente de los nativos de cada país, se ocultan u omiten los delitos cometidos por extranjeros o sencillamente se sitúan en segunda plana, como si tuvieran menor importancia que los cometidos por los nacidos en dicha nación. Afirman que mostrar los datos solo trae como resultado el aumento del odio. Un simple ejemplo –por llamativo- fue el que se produjo en la Nochevieja de 2015 en Colonia (Alemania). Aunque, en un principio, tanto la prensa como la Policia trataron de taparlo, la magnitud de los hechos provocó que finalmente saliera a la luz: 500 casos de agresión sexual, casi todos perpetrados por marroquíes, argelinos, iraquíes, sirios e ilegales[10].
A aquellos que no están a favor del multiculturalismo –especialmente cuando tiene que ver con el Islam y avisan del peligro de la rama salafista-, se les estigmatiza con expresiones como racistas, xenófobos y fachas, propio de los grupos radicales de ultraderecha. Meten el mismo saco a los violentos y a aquellos que expresan sus argumentos con razonamientos –como el control de la inmigración- sin el uso de la violencia física o verbal. En definitiva, a todos los que no defienden la ideas de estos gobiernos, se les considera “malvados” y “desalmados”.
En el lado opuesto, están aquellos medios que presentan a absolutamente todos los inmigrantes como peligrosos y destructores del bienestar social y no muestran la violencia que los grupos neonazis cometen contra ellos. Olvidan que el periodismo, en lo que concierne a los sucesos, debe ser objetivo e imparcial[11]. A base de insistir en “la maldad” de los inmigrantes, conduce en muchas ocasiones a que, el ciudadano de a pie, rechace sistemáticamente a todos los inmigrantes, y no haga el esfuerzo de empatizar con los que buscan una vida mejor, sin pensar en que ellos harían lo mismo si vivieran en países destruidos o en Estados fallidos donde la violencia, el asesinato, la hambruna, el tráfico de drogas o la guerra son el pan de cada día. También cometen el error de no hacer distinción entre “buenos” y “malos” ciudadanos, ciudadanos que solo desean vivir en paz y aquellos en cuyos corazones anida el odio, convirtiéndolo todo en blanco o negro, sin colores intermedios.

Nosotros somos pilas mientras que ellos nos manejan a su antojo
¿Te das cuenta ahora cómo influyen en tus pensamientos, moldeándolos y “educándolos”? Creemos lo que ellos quieren que creamos, y sin necesidad de imposiciones o de caer en regímenes autoritarios, dictatoriales u opresivos. Ahí está la ironía: que todo ha sido elegido democráticamente por los propios ciudadanos. Y como las personas vivimos como pensamos, y pensamos como ellos quieren, vivimos como ellos quieren. El mecanismo para lograrlo es tan sutil, progresivo y se ha llevado a cabo durante tantos años, que no nos damos cuenta ni ofrecemos resistencia de ningún tipo. Nos lo muestran como “deseable”, “agradable”, “positivo”, “lo mejor para nosotros” y “fuente de felicidad”.
Todo esto, como decía el señor Morfeo en “Matrix”, es el mundo que ha sido puesto delante de nosotros para que no sepamos que somos meras pilas entre millones que alimentan el sistema, el cual funciona como el engranaje de un reloj. ¿Qué fin buscan los que manejan este sistema? Es evidente si levantas un poco la cabeza y observas:

1) “Dinero”, puesto que proporciona unas condiciones de vida extremadamente lujosas y a la que la persona corriente no puede acceder.
2) “Poder”, puesto que les llena el ego. La vanagloria les embriaga y adoran el reconocimiento público. Manejar a las masas a nivel global y al individuo a nivel particular les hace sentirse mejores, superiores y por encima del resto, como si fueran especiales siendo parte de la élite.

No son “alienígenas” con cara de zombies los que manejan este mundo. Son personas de carne y hueso que se sirven de ti, de tus sueños, de tu facilidad para ilusionarte, para sus propios intereses. Como dicen en la película: Ellos son inversores. La Tierra es sólo un planeta más. Su tercer mundo… Nosotros somos sus recursos naturales. Quieren agotar el planeta y después marcharse. Quieren convertirnos en seres indiferentes. Desean eliminarnos. Podríamos ser animales de compañía, podríamos ser comida, pero lo que verdaderamente somos es ganado.
(Asamblea General de la ONU, uno de los lugares donde los mandamases del mundo dictan las líneas maestras a seguir por el resto)

Nos hacen creer que se preocupan por nosotros, pero no es verdad: ellos mismos son su primera prioridad. Un ejemplo lo podemos ver en el tabaco. Un gobierno que antepusiera la salud de los ciudadanos en lugar de los beneficios económicos que percibe a cambio, prohibiría absolutamente la producción de dicho producto, el cual provoca enfermedades de todo tipo, muchas de ellas mortales. ¿Qué hacen para lavarse la conciencia y hacernos creer que miran por nuestra salud? Prohíben fumar en lugares cerrados para que no afecte a los fumadores pasivos, obligan a las tabacaleras a que las cajetillas lleven imágenes grotescas de pulmones ennegrecidos o tumores y, por último pero no menos importante, aumentan el precio y el IVA, lo que logra el efecto que ellos realmente buscan: el considerable aumento de la recaudación a base de impuestos a favor del Estado.
Por medio del control del sistema, de la generalización de ciertos valores, del ocio, del entretenimiento y de nuestra búsqueda incesante de alcanzar los medios necesarios para vivir (trabajo, casa, coche, comida y comodidad), ellos se encargan de que tengamos nuestra mente ocupada –más bien, sobresaturada-, tanto que no haya espacio, tiempo, fuerzas ni ánimos para pensar ni reflexionar en temas importantes y sin la influencia de nadie. Así logran que nuestra conciencia esté completamente adormecida. A menor conocimiento, más fáciles somos de manipular. Nos creemos “dioses” porque pensamos que controlamos nuestro destino, cuando somos esclavos de la ilusión que ha sido puesta ante nuestros ojos y a la que llamamos “realidad”. Como vimos en “El Nuevo Orden Mundial: ¿Cómo sabemos que el mundo está bajo el maligno?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/03/10-el-nuevo-orden-mundial-como-sabemos.html), este opio cultural y social nos tiene embotados.

Gafas o ceguera & Pastilla roja o azul
Con todas las pruebas aportadas, podemos entender el porqué la inmensa mayoría de la humanidad vive “en tinieblas”, prestándole importancia a lo presente y no a lo porvenir, a lo efímero y no a lo eterno.
Si eres de los que todavía no ha observado la cruda realidad y no has despertado, ahora depende de ti ponerte las “gafas” y contemplar la verdad tal y como es. Lo contrario es seguir ciego –aunque creas que ves-, dejando que te controlen bajo una “democracia” que esclaviza tu ser. Puedes seguir viviendo sin más, luchando por los propósitos que los que controlan el sistema han programado para la sociedad o disfrutando de los placeres temporales, como el personaje de Cifra en “Matrix”, que prefería no seguir viendo “el desierto de lo real” (como lo describía Morfeo), sino que deseaba volver a ser ciego para así ignorar voluntariamente la verdad y seguir viviendo una gran mentira que le permitiría gozar de la parte del mundo que le agradaba. Puedes tener dudas, como Neo ante el dilema de tomar la pastilla azul o la roja. Y recuerda la pelea entre los dos amigos de “Están Vivos”, que refleja claramente la metáfora: a pesar de la insistencia de uno de ellos, el otro no quería ver, de ahí su resistencia a ponerse unas sencillas gafas de sol, ni siquiera recibiendo puñetazos. Por eso el intercambio de golpes fue tan largo.
Ahora eres tú quién decide: gafas sí o gafas no. Pastilla azul o pastilla roja.


[1] Inspirada en el relato corto “Eight O’Clock in the Morning” (A las 8 en punto de la mañana), de Ray Nelson en 1963, historia que a su vez fue adaptada al cómic por Bill Wray en 1986, con el título de “Nada”.
[5] Blog “Expansión”. Orellana Gómez P.A. La posverdad, Los medios y el fact checking. 2018. 1
[7] AGENDA: Los derechos sexuales de los menores. https://www.youtube.com/watch?v=U_pB9m2kVAc
[8] https://www.youtube.com/watch?v=STGAbVafWwA Vídeo publicado originalmente en el canal HMTelevisión el día 17/02/2015: Marcando el norte: Hay que crear un hombre nuevo https://www.youtube.com/watch?v=8qo8y2uaAQc.

lunes, 30 de noviembre de 2020

4. No compares a tus hijos: se mueren por tu amor y respeto

 


Venimos de aquí: Que se les escuche y se les corrija: lo que necesitan los jóvenes (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/32-que-se-les-escuche-y-se-les-corrija.html).

Los hijos...

No quieren ser comparados
No hay que hacer comparaciones con los hijos de otras parejas o con sus propios hermanos: “Mira qué ordenado tiene su cuarto y mira el tuyo”, “mira como él se lo come todo y tú eres el más delicado del mundo”. La realidad es todo esto les hiere en grado sumo porque los avergüenza ante todos y los deja en evidencia. Eso no es educar; es provocar una herida: “Un error muy común es la comparación con otros. Que tonto eres hijo, mira a fulano qué listo es. Esto provocará la rivalidad, la envidia y el odio hacia sí mismo, hacia el padre y la persona con quien se le compara. Las comparaciones deforman la identidad personal. Somos personas individuales, únicas e irrepetibles, no soldaditos de plomo”[1].
Si como adultos no nos gusta que hagan eso con nosotros, cuánto más a un joven. Se sienten humillados, marcados y descalificados, lo que les lleva a desconfiar de sus padres. Si ya de por sí les cuesta tener una sana estima propia, esto lo empeora: “En otras ocasiones el mensaje es muy sutil: ´¿por qué no obtuviste mejores calificaciones? A tu hermano siempre le iba bien`. ´¿Por qué sales con ese individuo? No sirve para nada`. Algunos conocemos las miradas de nuestros padres, las muecas de desagrado, el encogerse de hombros, el señalar con el índice, el tono de voz o el suspiro de resignación. Todos estos mensajes son violentos. Son el resultado de una ira indebida que se expresa mal y cuya intención no es la crítica constructiva o la disciplina. Son mensajes violentos porque provocan heridas duraderas y perniciosas en las víctimas”[2].
En la Biblia vemos un claro ejemplo de los efectos perniciosos que puede llevar que un padre se comporte de manera diferente con sus hijos. Es el caso de Jacob, quien cometió un grave error. Dice la Palabra: “Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente” (Gn. 37:3-4). Puede ser razonable que le tuviera un cariño especial a José por haber nacido “fuera de tiempo” y de forma inesperada. Además, fue engendrado por Raquel –el verdadero amor de Jacob, por encima de Lea, su primera esposa y que fue impuesta-, que fue estéril hasta que Dios revirtió la situación. Pero de ahí a amarlo más que a todos sus hijos... Nada lo justifica.
Ponte en la piel de ellos y pregúntate cómo te sentirías. Seguro que muy mal. Como ser humano –aunque no comparta dichos sentimientos- comprendo que el resto de sus hermanos no le tuvieran mucha simpatía a José, e incluso celos. El origen de los mismos partió de la actitud errada del padre. Aunque Dios tenía un plan mayor, sabemos en primera instancia lo que hicieron los hermanos de José: quisieron matarlo y finalmente lo vendieron como esclavo. No los defiendo ni mucho menos; solo señalo de dónde partió todo: del error de un padre.
Que un padre pueda apreciar de forma distinta a dos hijos propios es comprensible, igual que nos podemos sentir más cercanos a un hermano o a un amigo que a otro porque compartimos forma de ser, valores, gustos, etc. Pero es cruel que haya diferencias en la actitud ante un hijo y otro. No puede haber tratos de favor para uno y todo lo contrario para el otro. Es injusto ser “paciente-impaciente”, “perdonar todo-no pasar ni una”; “justificar los errores-acusarlo por todo”, dependiendo del hijo.
Por eso la actitud que tuvieron Isaac y su esposa Rebeca con sus hijos resulta condenable: “Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob” (Gn. 25:27-28). El mal ejemplo de los padres –al amar más a un hijo que a otro- provocó que incluso Jacob (el hermano pequeño) hiciera lo que ningún hijo se hubiera atrevido a plantear: embaucar a su hermano para que éste le vendiera los derechos de primogenitura, y todo por un mísero plato de lentejas. Incluso su madre conspiró con él para engañar a su padre y lograr la bendición que le correspondía a Esaú (cf. Gn. 27). ¿Cuáles fueron las consecuencias entre ambos hermanos? Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob” (Gn. 27:41). Los celos, las envidias, el odio, las malas actitudes y los engaños entre hermanos tuvieron su origen en el favoritismo y en la diferencia de trato y sentimiento de cada padre hacia sus hijos. Es un caso que lamentablemente se repite una y otra vez, y cuya lección deberían aprender los padres para no cometer tales errores.

Respeto
El adolescente tiene que tener la seguridad de que no se van a burlar de sus palabras y sus sentimientos. Cuando se produce algún tipo de menosprecio (con risas, comentarios sarcásticos o malas caras), el joven tenderá a encerrarse. Nadie en su sano juicio hablaría si sabe que se van a reír de él y no lo van a tomar en serio: “Nuestras palabras forman imágenes y construyen el pensamiento (cf. Pr. 23:7). A menudo usamos palabras fabricadas que repetimos a nuestros hijos de manera mecánica sin darnos cuenta del daño que producen. Por ejemplo: este niño es muy malo. Esta expresión le afirmará más aun en la maldad. El niño acabará respondiendo a lo que se dice de él: eres un inútil y lo serás toda la vida. Esto es como una profecía que pesará como una losa en su alma”[3].
Cuando los padres se quejan de que el hijo apenas les cuenta nada de sí mismo, deberían analizar si buena parte de la culpa es más de los progenitores que del chico, por la actitud previa que han mostrado hacia él de forma reiterativa. Es completamente imposible que el adolescente esté cómodo y relajado con sus padres cuando éstos se dirigen a él exclusivamente para desaprobarle. A los jóvenes les pesa como una losa esas miradas que les dedican, hasta el punto de que no pueden ni mantener el contacto visual, por lo que evitan mirar a los ojos directamente.
Por ejemplo, una desconsideración que tienen que evitar es hablar en términos negativos de él en presencia de amigos propios o de los suyos y de familiares –con una especie de actitud despistada como si él no estuviera presente y no les oyera-, y sacar un listado de todas aquellas cosas que no hace bien o en las que ha errado. Deberían ser momentos para reafirmarlo y mostrar cuán orgulloso se sienten de él por diversos aspectos de su personalidad.
También hay que huir de gastarles bromas a costa suya si no les agradan. Cuando somos adultos resulta muy sencillo reírse de uno mismo y no tomarse tan en serio, pero de joven no resulta así, y las burlas pueden herir y marcar profundamente.

Distintas muestras de amor
Instintivamente, los padres piensan que amar a su hijo es todo aquello que citamos en capítulos anteriores: prepararles la comida, comprarles ropa, llevarles en el coche al instituto, darles dinero, etc. Y en el cuidado que tienen de ellos, estos elementos son una parte, pero ni mucho menos debe ser el todo. El amor se demuestra de muchas maneras, pero no se compra regalándole la nueva PlayStation ni con 200 euros para que se vaya de compras con los amigos o de viaje de fin de curso. Eso, por sí solo, es malcriarlo. Abarca, principalmente y por encima de todo, lo que hemos visto en este capítulo y en los anteriores: valoración, comprensión, ser escuchados y respeto.
A esto tendríamos que añadir un apunte más: las muestras físicas de afecto. Durante la infancia hay multitud de carantoñas, besitos, abrazos, miradas cómplices y de alegría. Por alguna razón, poco a poco todo esto va desapareciendo hasta convertirse en un lejano recuerdo. Y claro, si después de muchos años los padres abrazan a sus hijos adolescentes, éstos se sentirán violentos e incómodos. Antes de que esto ocurra y sea demasiado tarde, ¡no dejes nunca de abrazar! ¡No dejes nunca de besar! ¡Míralos con ternura cuando quieras mostrarle tu afecto! ¡Pon tus manos sobre las suyas! ¡Reconforta con tus brazos apoyándolos en sus hombros! Puede que esto se vea como algo extraño en este mundo –para algunas cosas tan formal y para otras tan informal-, pero, si no lo haces, se lanzará sobre el primero que se lo ofrezca. Como acertadamente apunta Virgilio Zaballos: “Abrazar a nuestros hijos y manifestarles cariño y afecto les evitará tener una carencia que buscarán llenarla de otra forma y en otros lugares”[4].
Por la edad en la que se encuentra, casi con total seguridad, no le gustará que lo hagas en público. Pero ahí tienes tu casa. Algunos adolescentes dirán que ya no son niños para que sus padres les besen cuando se levantan por la mañana o antes de acostarse, pero, en el fondo, se mueren de ganas por recibir distintas muestras físicas de afecto. Hay hijos que guardan buenos recuerdos de que cuando estuvieron enfermos. Algo contradictorio, ¿verdad? Pero si lo afirman es porque confiesan que las únicas veces en que sus padres les tocaban era cuando les ponían la mano en la frente para comprobar si tenían fiebre. Esa es la razón que lleva a algunos adolescentes a fingir enfermedades leves como dolor de cabeza, mareos, problemas estomacales, etc. Es la manera que tienen de llamar la atención de sus padres para sentir amor de esta manera tan concreta. 
Recuerda el segundo gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mr. 12:31). Junto a tu cónyuge, tu hijo es tu prójimo más cercano y al primero al que debes amar: “Jugad con vuestros hijos, divertíos con ellos, alegraos de tenerlos cerca. No digáis que son una carga. Decidle con frecuencia que les queréis. Son cosas que no basta con sentirlas”[5].

Continuará en: Tu hijo necesita que hables con él de todo(https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/04/51-tu-hijo-necesita-que-hables-con-el.html).


[1] Zaballos, Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 54.
[2] Vallejo-Nágera, Alejandra. Hijos de padres separados. Temas de hoy. Pág. 99.
[3] Zaballos, Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 54.
[4] Ibid. Pág. 61.
[5] Guembe, Pilar & Goñi Carlos. No se lo digas a mis padres. Ariel. Pág. 201.

lunes, 23 de noviembre de 2020

3.2. Que se les escuche y se les corrija: lo que necesitan los jóvenes

 

(No, así no)

Venimos de aquí: Los jóvenes y los adolescentes piden que sus padres les valoren y les comprendan (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/31-los-jovenes-y-los-adolescentes-piden.html).

Ser escuchados
Escuchar va implícitamente unido a la “comprensión”. Lo que muchos padres entienden por escuchar es: “Me parece muy bien, pero la decisión está tomada”. Es decir, de antemano ya está todo dictado. El adolescente no es realmente oído y le resulta por su parte una pérdida de tiempo expresar sus pensamientos.
Escuchar es prestar verdadera atención a los argumentos de la otra persona. Es la primera parte de dialogar. Si no existe lo primero, automáticamente se descalifica como dialogo. La exhortación de Santiago es genérica y no excluye a los padres respecto a su relación con sus hijos: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar” (Stg. 1:19).
Por eso, un gran consejo para los padres: “No deje el televisor encendido mientras comen o cenan. Son momentos únicos en los que todos los miembros de la familia están juntos, y por tanto, ideales para intercambiar información, comentarios, bromas, etc. Si la televisión está encendida, el diálogo es inexistente”[1].
Hablar es dialogar, no situarse tras el púlpito hogareño para sermonear y convertirlo en un monólogo que se concluye con un “¿amén?” y otro par de gritos por si no ha quedado claro, mientras que el joven escucha, calla y obedece sin derecho a opinar.
Lamentablemente, he visto a hijos –buenos hijos- llenos de buenas intenciones y mejores palabras, señalarle a alguno de los padres un error que les afectaba personalmente y que le hería, y éstos recibirlo con ira. Llenos de sarcasmo, el padre o la madre decían gritando a los cuatro vientos: “¡Qué bien! ¡Siempre lo hago mal! ¡Siempre soy el malo! ¡Y quién te crees que eres tú, don perfecto, para decirme nada!”. Por el contrario, está más que comprobado que si al hijo se le ocurre responder a sus padres de la misma manera ante la corrección recibida, será acusado de maleducado y sinvergüenza, aparte de que estará un mes sin salir y tres meses sin paga.
¿Qué ocurre cuando somos adultos y nos corrige una persona que es un mal oyente, que es duro, verbalmente agresivo y de mirada intimidatoria? Que no le hacemos ningún caso, aunque lleve toda la razón, o al menos parte de ella. Pero si alguien, que se ha ganado nuestro corazón con su amabilidad, con sus buenas intenciones, con su nobleza e integridad, nos expresa los mismos argumentos, aunque nos duela oírlos, lo escucharemos atentamente y le haremos caso si está en lo correcto. Con los hijos respecto a sus padres sucede exactamente igual. Si los padres son del primer tipo, seguramente el adolescente tomará dos caminos:

- Seguirá haciéndolo mal, enrabietado por la mala actitud que tienen con él.
- Dejará de hacerlo mal delante de sus padres, pero seguirá igual a sus espaldas, simplemente para no escucharlos más.
Por el contrario, si los padres se han ganado el cariño del hijo y éste sabe que las  palabras de sus progenitores no son de condenación sino de verdadero interés por su crecimiento personal, y llenas de amor –aunque sean duras en su contenido-, cambiará por convencimiento y no por obligación.

Corrección
Nada de esto quita la realidad: los padres tienen que ser firmes a la hora de educar en valores, en el establecimiento de normas y límites, y decirles “no” a sus hijos cuando toca. Pero muchos también tienen que revisar la forma de llevarlo a cabo. Lo uno no quita lo otro: “Si se ha de castigar, debe quedar claro que se castiga una conducta determinada, nunca a la persona. No se trata de ´fastidiar` al hijo, sino de ejercer de padres. Cuando imponemos un castigo, podríamos decirle a nuestro/a hijo/a: ´Te quiero mucho, pero lo que has hecho no está bien`, sería una forma de que entendiera que no estamos actuando contra él o ella, sino contra lo que ha hecho. Esto implica “avisar sobre las posibles sanciones o premios. En ciertos casos se pueden llegar a pactar. Si nuestro/a hijo/a sabe que se quedará sin salir mañana si hoy llega tarde, no sólo es más fácil que llegue puntual, sino que aceptará el castigo sin falta de una discusión innecesaria”[2].
Por supuesto que hay que indicarles qué tienen que cambiar y qué están haciendo mal, porque si solo se les muestra sus virtudes y nunca sus defectos ni errores terminarán viviendo en un mundo irreal de autocomplacencia donde se creerán su perfección, convirtiéndose en pequeños monstruitos altivos y narcisistas. Como bien explica Virgilio Zaballos, cuando hay que corregir hay que hacerlo claramente, puesto que “si no corregimos a tiempo esos desajustes, y nos dejamos llevar solo por la idea de hablar y hablar y volver a hablar, dedicando demasiado tiempo a una infinidad de explicaciones que nunca comprenderán porque está en la esencia que nos separa (hay cosas que un hijo no comprende, aunque estés un día entero dando explicaciones, lo comprenderán más adelante), nunca sabrán que hay un rol distinto entre padres e hijos. No hablo de autoritarismo, cerrando toda discusión con ´aquí se hace lo que mando yo`; no es eso. Hay que explicar, persuadir y convencer, pero si no se llega a un acuerdo, debe prevalecer el principio de autoridad en amor. Nunca debemos demorarnos en resolver los desafíos porque no se disuelven solos, se acumulan. Fallar en esto por cobardía, comodidad o permisividad nos puede llevar a sorpresas desagradables y la incomprensión de no saber cómo se han gestado, aunque seamos actores pasivos de ellas”[3].
Ya vimos en el aspecto anterior que los jóvenes tienen que ser escuchados. Ahora bien, “los padres no tienen por qué doblegarse y ceder en el límite impuesto, pero, sin duda, deben escuchar. Si el argumento del adolescente es razonable, sereno y válido, los padres pueden considerarlo, dialogar sobre él y actuar en consecuencia. Si por el contrario el joven insiste en embestir a capricho contra la norma, solo conviene escucharle hasta cierto punto y en un determinado momento hay que dar por zanjada la cuestión. [...] Los especialistas ofrecen una receta infalible: mientras el hijo viva con sus padres, aunque discuta o se ponga muy incómodo, no debe salirse con la suya. Fácil decirlo y complicado hacerlo, porque no explican dónde entra el tacto en tan loable propósito. La clave del éxito se halla en guiar al hijo sin que lo note, exigirle sin que se sienta explotado, educarle sin ataques”[4].
Sabemos lo que pasó con los hijos de Elí porque éste no supo disciplinarlos convenientemente (cf. S. 2:12-4:22): “Eran impíos, y no tenían conocimiento del Señor.  Su pecado era en que siendo los hijos del sumo sacerdote, aprovechaban su condición de privilegio para sacar beneficio propio. Se estaban enriqueciendo y lucrando de manera impía, por el mal uso de su posición como hijos del sacerdote Elí, y usando la piedad como fuente de ganancia. Todo ello mostraba su ignorancia en el conocimiento de Dios, vivían sin temor de Dios, y provocaban el menosprecio de los hombres hacia las ofrendas. Estaban deshonrando a su padre y por supuesto al Dios de Israel ante el pueblo. Esta actitud fue muy desagradable a los ojos de Dios, que decidió desecharlos del sacerdocio y escoger a Samuel. Además, se beneficiaban de su situación ejerciendo dominio sobre las mujeres que acudían al lugar del sacrificio y conseguían favores sexuales, acostándose con ellas. Hacían pecar al pueblo de Dios con su mal ejemplo. En todo esto, el padre los corrigió levemente, era consciente de su mal ejemplo y las consecuencias nefastas que acarrearía sobre ellos mismos y el pueblo del Señor. Pero no fue lo suficientemente firme para poner fin al pecado de sus hijos; por eso Dios le reprendió. Es muy importante entender que Dios pidió responsabilidad al padre del comportamiento de los hijos. No fue suficiente saber que eran mayores de edad. Eli tenía la obligación de corregir lo deficiente de sus hijos y mantener el sacerdocio limpio de iniquidad. La ligera corrección de Elí a sus hijos no fue suficiente para Dios, especialmente porque su conducta no cambió, y Elí permitió que se mantuviera la iniquidad. A veces los padres nos excusamos con el argumento de que ya le hemos dicho a nuestros hijos que no hagan lo que sabemos está mal; pero no es suficiente decirlo. La corrección tiene que alcanzar a un cambio de actitud. A menudo decimos a nuestros hijos cuando son pequeños que dejen de hacer alguna cosa, pero lo hacemos de tal forma, sin convicción, que ellos mismos captan nuestra falta de firmeza y no tienen suficiente fortaleza para mover su voluntad. Podemos acostumbrarnos a repetirles palabras sin que supervisemos su obediencia, que acabamos creyendo que por haberlo dicho es suficiente y nuestra conciencia se calma. Pero eso no es suficiente, hay que esperar que nuestras palabras tengan consecuencias y sean obedecidas; de lo contrario estamos hablando al aire y enviamos un mensaje a nuestros hijos de que hablamos por hablar, echamos la bronca y ya está. Con esto adquieren la costumbre de esperar a que sus padres olviden el asunto para seguir haciendo lo mismo. Este engaño también opera en nosotros mismos como padres; nos hace creer que estamos haciendo lo que debemos, pero no recibimos ningún resultado. [...] ¿Cuántas familias están rotas hoy porque sus hijos no han sido estorbados por sus padres en el momento oportuno? Han sido flojos, indiferentes o permisivos en la educación; los han dejado en manos de la televisión, los colegios, los amigos, y cuando han reaccionado estaban metidos en droga, alcohol, en una vida sexual promiscua y los padres sin saberlo. Despertar de este sueño es algo terrible. Claro que en ocasiones hacemos todo lo posible para proteger a nuestros hijos y ejercemos un control tan hechicero que provocamos el efecto contrario: se sienten tan oprimidos que están deseando alejarse de nuestro control y desenfrenarse como efecto pendular a nuestra represión contraproducente. Todos los extremos son perjudiciales. No es fácil encontrar el camino equilibrado en esta responsabilidad, pero nunca debemos soltar a nuestros hijos de tal manera que queden a merced de las corrientes de este siglo. Debemos estar cerca sin agobios, supervisarles y atender a las señales de sus estados de ánimo; sin oprimirles ni mantener una actitud de desconfianza continua. Y cuando sabemos que es la hora de pararles frente a nosotros y confrontarles con sus errores, hacerlo con la firmeza y ternura necesarias hasta conseguir los resultados deseables. En estos tiempos no podemos estar ausentes, ni ser pasivos, ni flojos, ni cobardes, especialmente si es el tiempo de la adolescencia. Necesitarán nuestro apoyo, que les oigamos, que sientan que estamos con ellos y que les amamos a pesar de las restricciones que debamos aplicar. Nunca son medidas populares en su origen, pero a la larga darán fruto de justicia: ´Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados` (He. 12:11)[5].
La historia de los hijos de Elí –y las que vemos en el día a día o conocemos personalmente- nos muestran la sublime importancia de corregir a los hijos. ¡Cuántos hijos han avergonzado a sus padres porque previamente no fueron reprendidos!: “La vara y la corrección dan sabiduría; Mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Pr. 29:15).
Corrige a tu hijo siempre que tengas que hacerlo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Pr. 29:17), pero recuerda que “el corazón del justo piensa para responder” (Pr. 15:28). Cuando cometa una mala acción, piensa bien qué vas a decirle y cómo. El propósito es que aprenda, no que lo humillen. La manera en que hables marcará la diferencia entre un hijo emocionalmente sano y maduro a un hijo que no lo será.

Continuará en: No compares a tus hijos: se mueren por tu amor y respeto. https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/4-no-compares-tus-hijos-se-mueren-por.html


[1] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy. Pág. 240.
[2] Guembe, Pilar & Goñi Carlos. No se lo digas a mis padres. Ariel. Pág. 140.
[3] Zaballos, Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 60.
[4] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy. Pág. 63, 97.
[5] Zaballos, Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 42-45.