lunes, 25 de marzo de 2019

¿Debemos los cristianos respetar a todas las religiones, digan lo que digan? ¿Cada uno es libre de creer lo que quiera? ¿Existe más de una verdad?

El dibujo (copryrigth de Claudio Cedeño) que acompaña el artículo, viene a representar la creencia que tienen muchas personas de que todas las religiones son correctas, que todas están equivocadas o que todas tienen parte de verdad. La realidad, como vamos a ver, es que solo existe UNA verdad.

Argentina. Un profesor de matemáticas enseña a sus alumnos que la raíz cuadrada de cuarenta y nueve es ocho.
México. Un profesor de historia enseña a sus alumnos que Marruecos es un país del continente americano.
España. Un profesor de educación física enseña a sus alumnos que al Rugby se juega con patines.
Estados Unidos. Un profesor de anatomía enseña a sus alumnos que la mano es una extremidad inferior del cuerpo.

Si supiéramos de estos casos, ¿qué pensaríamos? ¿Tendríamos que “respetar” la libertad de esos maestros de enseñar lo que quisieran? ¿Tendría que permitir el director y la junta escolar que dicha enseñanza se impartiera entre los jovenzuelos? La única respuesta lógica y plausible es un rotundo no. Esos profesores serían reconducidos y llamados a rectificar. De negarse, serían expedientados y apartados, e incluso expulsados.

¿Cada uno es libre de creer lo que quiera?
Esta frase que encabeza el apartado (sin los signos de interrogación), que parece un canto a la libertad y puede sonar hasta hermosa, es –con perdón- una de las mayores sandeces que he oído repetidamente a lo largo de mi vida. Afirmar tal falacia viene a decir que no existe una única verdad y que cada persona crea su propia verdad.
Tomando esta sencilla idea, hoy en día la sociedad nos hace creer todo lo contrario en lo que respecta a las creencias personales y a lo que llama “religión”: cada uno es libre de enseñar lo que quiera a quién quiera y cuándo quiera. Y, encima,  tenemos que respetarlo.
Todo esto es un fruto directo del postmodernismo, donde cada persona puede acogerse a la religión o filosofía que más le guste, que más le convenga o que coincida más o menos con su forma de pensar. Esto es lo que dicen: si te gusta el budismo o te atrae, sé budista. Si te gusta el Islam y sus prácticas, sé musulmán. Si el catolicismo es lo más parecido a lo que tú crees, sé católico. Si crees en el horóscopo, vive basándote en él. Si te fascina la teología de la prosperidad de algunos grupos, predica dicha enseñanza y vívela. Si el hinduismo te proporciona paz, vive como tal. Y así con todo.
Por eso en el mundo no existe una única línea de pensamiento y a los cristianos se nos acusa de adoctrinadores y sectarios, incluso un peligro para la buena convivencia. Esto conlleva a su vez que se considere por parte de los no-cristianos que no existe una única ética, moral o línea de comportamiento. Cada persona es libre de considerar si está bien o no su forma de pensar y actuar. Por eso todas sus frases comienzan siempre con “yo creo, “yo pienso” y “yo opino diferente”.
Estos humanistas –algunos de los cuales tienen la desfachatez de tenerse por  “creyentes” y considerarse “buenos”- consideran el cristianismo una secta más entre otras al creer nosotros que seremos los únicos que seremos salvados. Les explicas el porqué el cristianismo no es una religión y les entra por un oído y les sale por el otro. Si nosotros nos guiamos en todos los asuntos de la vida por la Biblia, consideran que estamos obsesionados y somos sectarios. Y así con todo los temas que se pueden imaginar: yugo desigual, homosexualidad, ideología de género, matrimonio, sexualidad, etc.
Un argumento machaconamente repetido por los humanistas a los que estamos haciendo alusión es afirmar que no todos los que tienen creencias contrarias a las que defendemos los cristianos pueden estar equivocados ya que ellos son millones de millones. La realidad es completamente opuesta: si nueve personas creen que el color de la piel de los toros es verde y solo una cree que es negro, ¿por el hecho de que sean mayoría los que creen que es verde están en lo correcto? Pues no. De ahí que Jesús dijera que “muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14).
El problema es muy claro: tienen “el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Ef. 4:18). ¿Cuándo y cómo dejarían de ser ciegos? Pablo fue muy explícito: “Cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará” (2 Co. 3:16). Mientras tanto, nada de nada.
Lo triste es que, por norma general, ninguna de estas personas tiene una preocupación seria por buscar sin prejuicios la verdad. Por otro lado, y aprovechando el boom de las redes sociales, han surgido en los últimos años grupos de individuos que se sirven de la Biblia y de Dios –en el que no creen- para demostrar su supuesta superioridad intelectual, cuando con lo único con lo que disfrutan es con la polémica, la discusión y la provocación. Pura vanidad y arrogancia. Para otros muchos, lo importante es lo que uno crea, le funcione, le guste y le haga sentir bien. Ante esta forma de pensar, sucede lo siguiente:

- Si el mormonismo y los Testigos de Jehová se basan en mentiras y errores fácilmente comprobables –tanto teológicos como históricos-, no importa mucho.
- Si el catolicismo romano afirma representar al cristianismo bíblico pero luego sus enseñanzas chocan frontalmente con las descritas en la Biblia, no importa mucho.
- Si el Islam es una mezcla de judaísmo, cristianismo y paganismo, no importa mucho.
- Si la teología de la prosperidad, la confesión positiva y demás parafernalias surgidas en ciertas iglesias malsanas son falsas, no importa mucho.

En todos estos movimientos se ha hecho realidad a lo largo de los siglos el principio expuesto por el nazi Joseph Goebbels​ –Ministro de Propaganda del Tercer Reich-, quien dijo que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. El problema de fondo es que una mentira siempre será una mentira. Puedes gritar a los cuatro vientos que eres mi primo, pero si no lo eres nunca lo serás.
Y esto es lo que sucede con las falsas religiones y filosofías presentes en el mundo. Las personas prefieren seguir creyendo en lo que creen en lugar de tener que esforzarse y replantearse multitud de cuestiones sobre la vida y la muerte. El simple hecho de pensar que tienen que leer, investigar imparcialmente y estudiar objetivamente, les quita las ganas. Para ellos es mejor y más cómodo quedarse con la religiosidad que aprendieron en el pasado, con lo que otros les enseñaron, lo que les inculcaron en la familia y no complicarse la vida: sus rezos, sus santos, sus amuletos, sus celebraciones y sus reuniones. O el caso contrario: seguir abrazado a su querido ateísmo o agnosticismo.
Sin embargo, Jesús no le tenía miedo a que lo investigaran. Es más, pedía que lo hicieran. Es lo que le rogó a los judíos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39). Por eso Él ha sido el único en la historia de la humanidad que ha podido decir de forma tajante estas palabras: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).

¿Qué es respetar en términos éticos y morales?
La última década ha sido la etapa donde mayor énfasis se ha hecho desde los medios de comunicación en el respeto que tenemos que tener a los que piensan de manera opuesta a la nuestra. Nos enseñan que:

- Tenemos que respetar los postulados de los grupos LGTBI y que sus principios sean promulgados a los cuatro vientos.
- Tenemos que respetar el día del orgullo gay.
- Tenemos que respetar a los médicos que se dedican al negocio del aborto.
- Tenemos que respetar a los gobiernos que legalizan la eutanasia.
- Tenemos que respetar que Internet esté inundada de pornografía.
- Tenemos que respetar a aquellos que deciden insultar groseramente a los deportistas desde las gradas de un estadio.
- Tenemos que respetar la celebración del Ramadán.
- Tenemos que respetar a los hindúes que veneran a las vacas.

Se nos ha dicho que podemos estar en desacuerdo con todo esto, pero a la vez se nos ha inculcado por activa y por pasiva que no debemos intentar hacerles cambiar de opinión o hacerles ver que están equivocados. En la práctica, ellos se sienten con libertad para vilipendiar y atacar verbalmente a los cristianos (sea en persona o en las redes sociales), y a nosotros se nos dice que debemos respetarlos. Poner la otra mejilla, como nos señalan en muchas ocasiones de forma burlesca y sarcástica.
Pero, ¿qué significa realmente respeto? Según el diccionario es “miramiento, consideración”[1]. Sin duda alguna, este respeto sí se le debe a cualquier persona por el simple hecho de serlo:

- No podemos ir a la cabalgata del orgullo gay para insultarlos.
- No podemos asesinar a los médicos abortistas por el hecho de que es lo que ellos hacen.
- No podemos ir quemando clínicas abortistas.
- No podemos atacar a los gobernantes que legislan a favor del suicidio.
- No podemos hackear Internet para eliminar toda la basura que hay en ella.
- No podemos insultar a los espectadores que a su vez insultan.
- No podemos burlarnos de los musulmanes por el hecho de hacer ayuno.
- No podemos ir a la India a matar vacas.

Pablo estuvo en Atenas, cuna de muchos dioses paganos, donde de levantaban templos en honor a ellos, y “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hch. 17:16). ¿Y qué hizo? ¿Incendió la ciudad y apedreó a los seguidores de esos dioses? No, sino que les predicó el Evangelio de Jesús y la resurrección (cf. Hch. 17:18).  
Ese miramiento, esa consideración, es cristiana, ya que somos llamados a no pagar mal por mal (cf. Ro. 12:17). Pero la tercera acepción de la palabra “respeto” es intolerable para los cristianos: “Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía”. Hay creyentes que, en nombre del buenismo y de un concepto errado del amor no bíblico, no se posicionan claramente en contra de todo aquello que atenta contra los valores cristianos. Prefieren que “cada uno haga con su vida lo que quiera”, y ya está. Al final, es un cristianismo que se limita a la vida privada y que no se expresa públicamente. 
Por eso hay creyentes –algunos que han nacido de nuevo y otros muchos que no- que:

- Nunca hablan de Cristo ni predican el mensaje de salvación.
- Felicitan algunas fiestas a los miembros de otras religiones, como una señal de hermandad, buenos deseos y educación.
- Consideran que Jehová y Alá son el mismo.
- Afirman que hay distintas maneras de llegar a Dios, y que todas –o casi todas- son igualmente válidas.
- Se regocijan cuando ven a líderes de creencias completamente opuestas juntándose para “rezar” en paz y en concordia (Hare Krishna, budistas, cristianos, judíos, musulmanes, etc.).
- Miran para otro lado cuando escuchan a sus pastores (si son protestantes) y sacerdotes (si son católicos) predicar enseñanzas que disienten claramente de las Escrituras: más de un mediador entre Dios y el hombre, universalismo, sanidad basada en la confesión positiva, etc.
- No hacen absolutamente nada para señalar las mentiras de los abortistas y pedir que se cierren las clínicas, ya que dicen que los cristianos no debemos promover leyes para legislar, puesto que eso sería imponer nuestra moral a los ateos de forma tiránica.
- Tratan de defender las prácticas y el matrimonio homosexual, reinterpretando toda la teología bíblica basándose en el puro y duro “liberalismo”. Por ejemplo, hace un par de días supe que en una librería “cristiana” de mi país, cuyo dueño está a favor de vender literatura pro LGTBI,  se iba a hacer la presentación de un libro a favor de la homosexualidad titulado Solo un Jesús marica puede salvarnos, y cuyo autor se denomina a sí mismo como hombre cristiano protestante gay”. El término “dantesco” se queda muy corto para expresar tales barbaridades y blasfemias. Lo terrible es que ha sido apoyado por algunas personas de renombre, que incluso citan las Escrituras en contra de los que no pensamos como ellos, y para los cuales hablar de la necesidad de arrepentimiento de dicho pecado –y el de los que lo promueven- no es amor ni gracia sino sinónimo de odio y “estrechez de mente”. El mundo al revés. Que esto pasaría ya lo avisé hace varios años en “Firmes en la Brújula a pesar de la persecución” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/02/firmes-en-la-brujula-pesar-de-la.html).

Si Pedro y los apóstoles estuvieran presentes en este mundo hoy en día, se echarían las manos a la cabeza al ver la actitud de muchos que se dicen cristianos. Ellos mismos se vieron enfrentados a otro tipo de situaciones pero con el mismo trasfondo. ¿Y qué dijeron? “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29). Prefirieron ser azotados antes que quedar bien delante la sociedad (cf. Hch 5:40). No les importaba lo que pensaran de ellos. Se debían única y exclusivamente a Dios.
¿Respetar en el sentido de no violentar físicamente? Por supuesto. ¿Respetar en el sentido de acatar, callar, e incluso “felicitar” la mentira, el engaño, el pecado y la maldad? Ni por asomo.

¿Qué puedes aprender de Lázaro y el rico?
Si no eres cristiano puede que no te suene la historia de Lázaro y el rico. Así que te recomiendo leerla dada su brevedad, ya que, dada las circunstancias, se hace real hasta límites insospechados: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.  Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lc. 16:19-31).

La parte final es sobrecogedora y una llamada de atención hecha prácticamente con altavoces a todo el mundo: el que había sido condenado le pidió a Abraham que por favor enviase a Lázaro a hablar con sus hermanos, así ellos podrían arrepentirse y no acabar en el mismo lugar. Pedía una aparición sobrenatural o una voz que se escuchara desde el más allá que exhortara a sus hermanos antes de que muriesen. ¿Qué contestó? “No, que escuchen a Moisés y los profetas”. De nuevo la misma respuesta que hizo Jesús: Que escudriñen las Escrituras. Si no creen en Dios observando la naturaleza y el universo, tampoco lo harán de otras maneras, por muy especiales o fuera de lo normal que llegaran a ser esas manifestaciones. ¡Ahí tienen la verdad si quieren buscarla!

Conclusión: Verdad o posverdad
La verdad se basa en los hechos y en la realidad. Por lo tanto, es inmutable. Citando un solo ejemplo, un árbol no es un animal que habla, ni un tiburón es una planta. La posverdad –y que se vende como si fuera la verdad- se basa en lo que creo y en lo que siento, en mentiras, en datos sin confirmar y falsos, en la subjetividad, en opiniones personales, en sentimientos y emociones, y en lo que “me gustaría”. Por eso la RAE define así el término: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Solo existe una sola “verdad”, pero la “posverdad” se da por miles de millones, tantos como pensamientos tiene cada persona que ha vivido y vivirá.
¿Puedes creer lo que quieras? ¡Por supuesto! Puedes creer que no tengo cinco hermanos sino quinientos, que viven en Australia, que son de color y miden cuatro metros de altura. Y, como vimos, puedes creer que la raíz cuadrada de cuarenta y nueve es ocho, que Marruecos es un país del continente americano, que al Rugby se juega con patines y que la mano es una extremidad inferior del cuerpo. Pero no puedes decir que tus creencias son las verdades porque están llenas de errores y no se pueden sostener, ni puedes afirmar que existe más de una verdad y que ésta depende de las creencias personales de cada uno.
En cuanto a la fe en Dios, solo el cristianismo genuino pasa la prueba. ¡Ay, si hubiera más individuos como Josh Mcdowell, Lee Strobel (autores de libros como “Evidencia que exige un veredito” o “El caso de Cristo”), y otros tantos como ellos sobre este planeta, personas que buscaron la verdad –aunque con distintas intenciones-, y se dieron de bruces con la VERDAD! ¿Serás tú como uno de ellos, que querrá descubrirla, o seguirás considerándote por encima de todo y viviendo en tu propia mentira, y descubriendo tu error cuando ya sea demasiado tarde?



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