Dice el refranero popular que “el hombres es el único
animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. ¿Dos veces? Afirmaría que
dos millones de veces. La idea en sí no nos deja en buen lugar, puesto que nos
señala como seres incapaces de aprender de sus propios errores. Esto no debería
ser así, pero a muchos les sucede en diversos aspectos de la vida:
- No aprenden de las malas experiencias.
- No aprenden cómo tratar a los demás.
- No aprenden a empatizar.
- No aprenden de las malas relaciones sentimentales.
- No aprenden a alejarse de amistades de influencia
perniciosa.
- No aprenden de... mil cosas.
Del amor al
odio
En lo que respecta a los gobernantes y políticos suele
suceder de la misma manera: se deposita la confianza en ellos, esperamos que
cambien el curso de la historia y nos ilusionamos creyendo que mejorarán
nuestras vidas. Y así con todos los aspectos que nos podemos imaginar.
Escuchamos sus promesas y damos vítores en nuestro interior. ¡Cuántas veces nos
hemos visto pensando “ojalá este sea presidente”! Pensamos en él como un
Salvador, una especie de “Mesías” que nos salvará de los males de la sociedad.
Pero luego viene el baño de realidad: te desilusionan de tal manera que se pasa
del amor al odio, y de ver solo sus virtudes a solo sus defectos. Terminamos
tan hastiados de ellos que nos levantamos cada día deseando que dejen de gobernar.
Sentimos que nos han engañado y pensamos que si los tuviéramos delante les
daríamos bofetadas de todos los colores. Y esto les pasa a los que son de
izquierda, a los que son de derechas, a los que creen en la monarquía y a los
que prefieren una república. A todos.
El problema viene unos años después. Nuevos mítines y
nuevas promesas. Banderas que ondean al viento con los símbolos del partido. De
nuevo la ilusión se apodera de nosotros: “Este nuevo candidato no es como los
anteriores”; “Él sí es verdaderamente diferente”; “Sus valores son
apasionantes”; “Nos llevará a una etapa de prosperidad como nunca antes se ha
visto”; “Se acabará por fin la injusticia y la desigualdad”; “No habrá pobres
ni empleos precarios”. Muchos se toman de las manos de esos políticos con
lágrimas en los ojos mientras cantan esa famosa canción de Nino Bravo: “¡¡¡Libre!!!
Como el sol cuando amanece, yo soy libre como el mar”. ¡Ay, qué
emoción! Meses después el hartazgo es tal que el estribillo se
transforma en el de Pimpinela: “Por eso
vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa. Y pega la vuelta...”.
Unos son descubiertos con líos de faldas. Otros que
“donde dije digo, digo Diego”. Algunos resultan ser corruptos. Muchos de ellos
que presumían de ejemplo de austeridad empiezan a vivir como nuevos ricos. Y lo
más triste: más de uno a los que en verdad el ciudadano de a pie no le importa
un pimiento.
Nos mienten
una y otra vez
Estoy seguro que a ti, lector, te sucede como a mí: la
inmensa mayoría de los políticos nos parecen un verdadero fraude que nos
mienten a la cara. Todas sus frases empiezan por “Si yo soy presidente...
(promesas)”. En sus mítines se llenan la boca con palabras grandilocuentes
perfectamente calculadas para provocar la reacción emocional de sus oyentes,
con gestos serios cuando toca y con sonrisas de oreja a oreja en otros
momentos, engatusando a todo el que se deja. Y cuando acaban esas reuniones
espectaculares y multitudinarias que cuestan miles y miles de euros, se dedican
a saludar efusivamente con la mano en alto, ¡incluso algunos se ponen a bailar!
Siempre que los veo hacer esto, me pregunto si es que las madres los estarán
viendo por televisión y quieren mandarles recuerdos: “¡Eh mamá, que salgo en la
tele!”. ¿Y todo esto para qué? Para hacer promesas que, cuando se sientan en la
silla del poder, no cumplen ni por asomo. Pero ya da igual: tienen su asiento y
su sueldo, que no tardan en subirse considerablemente un 500%. Por su parte, el
resto de los mortales pueden dar las gracias y sentirse afortunados si son mileuristas.
Lo increíble es que no pasa nada ni hay consecuencias.
Si yo hiciera una propuesta a una empresa ofreciendo mis servicios y ésta me contratara, y
luego yo no cumpliera con lo firmado, ¿qué sucedería? Me despedirían y me
demandarían al instante. Con los políticos no sucede así. Se les persigue si se
descubre que son corruptos o sí se han llevado dinero ilegalmente, pero por
engañarnos no pasa nada. Es más, en todo caso, si el partido no está contento
con él o la presión social es tan grande que se exige su destitución, dicho
sujeto es reubicado en otro cargo fuera de los focos, pero cobrando un sueldo
vitalicio. Toda esta historia descrita es como un continuo deja vú del que parece que no podemos escapar.
Entonces gritamos: “¡Que se vayan de una vez!”. Y
creemos que la culpa es de ellos por engañarnos. Pero no nos damos cuenta de
que no es la primera vez que nos engañan, sino la enésima. Es un ciclo que se repite sin fin, como la pescadilla que
se muerde la cola. Siempre creemos que “el siguiente gobernante será el bueno”.
Y luego pasa lo que pasa. Pero ahí la culpa ya no es de ellos, sino nuestra,
sea por ingenuidad o pura necedad, por creerlos y confiar en ellos en el grado
en el que lo hacemos. ¡Nos volvemos ilusos! La Biblia nos habla bien claro de
nuestro error: “Maldito el varón que confía en el hombre” (Jer. 17:5).
El peligro y las consecuencias de la “democracia” sin Dios
La democracia,
considerado el mejor sistema de organización social (ya que permite que el
pueblo decida quiénes serán sus gobernantes y qué leyes quieren que se
aprueben), tiene un riesgo manifiesto desde su establecimiento: puesto que un
porcentaje muy alto de la población no se rige por las enseñanzas bíblicas –sea
porque son ateos o porque, diciéndose cristianos, no se sujetan a ella-, las
leyes humanas terminan siendo decididas al margen de Dios y sus principios. Si
una mayoría vota a gobernantes que están a favor del aborto, de la eutanasia,
de llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo, de permitir la adopción
de bebés por estas parejas, entre otras cuestiones, al final terminan
estableciéndose como leyes.
¿Es una victoria de la
democracia? No. En la democracia, cuando los seres humanos ignoran a Dios, esta
se convierte en una tragedia que conlleva graves consecuencias, que es ni más
ni menos el mundo que tenemos: inmoral, libertino, promiscuo y desvergonzado.
Es una democracia camuflada en anarquía y dictadura moral.
Si eres un cristiano
lector habitual de la Biblia, sabrás perfectamente que esto no es algo nuevo, y
que sucedió en un momento muy determinado en el tiempo en la historia de
Israel. Dios estableció una forma de gobierno basada en la Teocracia donde
había, por un lado, profetas que anunciaban su Ley y, por otro, jueces que la
hacían cumplir. La promesa era que mientras el pueblo viviera bajo esas normas
perfectas, todo les iría bien: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová
tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te
prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de
la tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si
oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito
tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto
de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas
serán tu canasta y tu artesa de amasar. Bendito serás en tu entrar, y bendito
en tu salir. Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por
un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti.
Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en que
pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios te da. Te
confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares
los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos
los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te
temerán. Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en
el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a
tus padres que te había de dar. Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para
enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus
manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado. Te pondrá
Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás
debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno
hoy, para que los guardes y cumplas,y si no te apartares de todas las palabras
que yo te mando hoy, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras dioses ajenos y
servirles” (Dt. 28:1-14).
Por el contrario, si
desobedecían, les iría mal: “Pero
acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos
sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti
todas estas maldiciones, y te alcanzarán” (Dt. 28:15). Dichas “maldiciones” están entre el versículo
16 y el 68, y que no cito por su extensión y para no hacer excesivamente largo este
escrito.
¿Qué sucedió siglos
después? Que, al igual que Adán y Eva en el huerto del Edén, el pueblo hebreo
quiso ir por libre, y así se lo hizo saber al profeta Samuel: “Entonces
todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a
Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en
tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen
todas las naciones. Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un
rey que nos juzgue. Y Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz
del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí
me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las
obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a
mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su
voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el
rey que reinará sobre ellos” (1 S.
8:4-9). ¿La reacción de Samuel? Les mostró el maltrato que iban a recibir de
parte de sus propios reyes (cf. 1 S. 8:10-18). Y aún con todo, el pueblo “no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No,
sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las
naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará
nuestras guerras. Y oyó Samuel todas las palabras del pueblo, y las refirió en
oídos de Jehová. Y Jehová dijo a Samuel: Oye su voz, y pon rey sobre ellos” (1
S. 8:19-22).
Esto no agradó a Dios,
porque estaban dejando claro que no querían depender de Él ni obedecerle. Él,
respetando la libertad de ellos, lo permitió. A partir de entonces, las
consecuencias serían claras: el bienestar del pueblo dependería de la
benevolencia o malicia del rey. Si éste era sabio y bueno, el pueblo viviría en
paz. Si el rey era un tirano o un mal gobernante, el pueblo sufriría por ello,
pecaría e incluso sería destruido, como así sucedió muchas veces. La primera
cara de la moneda podemos verla en el rey David: “Y reinó David sobre todo Israel; y
David administraba justicia y equidad a todo su pueblo” (2 S. 8:15). Y la segunda –entre otros- en Acab (cf. 1
R. 16) y Roboam (cf. 2 Cr. 12).
En un caso u otro, se
hacían realidad –y se hacen- las palabras del proverbio: “Cuando los
justos dominan, el pueblo se alegra; Mas cuando domina el impío, el pueblo
gime” (Pr. 29:2). Y esto no
sucedía solo en Israel: es lo mismo que
ha acontecido en cada nación del mundo desde el comienzo de los tiempos (recordemos
que Hitler fue elegido democráticamente),
y continúa sucediendo hoy en día, incluso en “democracia”: gobernantes que
cobran impuestos desmedidos, que olvidan a los más desfavorecidos, que hacen
más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, que viven a lo grande, que
encarcelan a los que disienten, que son altivos y prepotentes, que esclavizan,
que expropian tierras, que permiten la corrupción, que mienten, que roban, que
permiten que haya familias que pasen hambre y frío, que venden el aborto como un
derecho, que legalizan la prostitución y algunas drogas, etc.
¿Votar o no votar?
¿Esto queriendo dar a
entender con todo esto que no votemos? Aunque lo he pensando en momentos
puntuales de mi vida –fruto de la constante desilusión-, ahora no pienso así, ni
mucho menos. Como ya dije en ¿Cristianos catalanes
independentistas? Al pan, pan, y al vino, vino (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/10/cristianos-catalanes-independentistas.html), “no
quiero entrar a debatir si un cristiano debe o no involucrarse directamente en
una organización política, sino en una de las las acepciones que tiene el
término: ´arte, doctrina u opinión
referente al gobierno de los Estados, comunidades, regiones, etc`[1]. Tomando como base
esa definición, un cristiano –desempeñe la labor que desempeñe dentro del
cuerpo de Cristo- puede y debe tener una
opinión sobre los Gobiernos de este mundo y en cada asunto que afecta a los
habitantes de este planeta, y actuar en consecuencia a la luz de las
Escrituras”. Pensar que la iglesia
cristiana –que no es una institución, sino un organismo vivo que está formado
exclusivamente por los que han nacido de
nuevo- tiene que estar al margen de la política y no saber nada de ella, es
un sinsentido y no tiene ni pies ni cabeza.
Ahora bien, aquí
tenemos dos opciones:
1) Votar “en nulo”.
Para el que no sepa qué significa esto, dejaré que sea el pastor sevillano Juan
Sánchez Araujo el que explique en qué consiste y sus intenciones personales: “El voto nulo
es aquel que presenta algún defecto grave como, por ejemplo, un sobre con dos
papeletas de candidaturas contrarias, algunos nombres tachados o la papeleta
rasgada. Esos votos se incluyen en el recuento, pero no otorgan escaños.
Tampoco se suman a la candidatura ganadora ni a la perdedora; de modo que al
usarlo no se interfiere con la voluntad del electorado. Sin embargo, el voto
nulo puede captar la atención de los políticos y de la sociedad e indicarles
que hay ciudadanos que no se sienten representados por los programas de los
partidos porque creen en un mundo distinto, piensan de un modo distinto, viven
de manera distinta, reivindican una solución diferente para los problemas de la
sociedad actual y pregonan una esperanza también diferente basada en las
promesas del Dios creador, la buena noticia de Jesucristo el Salvador y el
poder transformador del Espíritu Santo anunciados en la Biblia. Por otro lado,
un voto así da al traste con las acusaciones interesadas que nos tachan de
´fachas`, ´rojos` y otros epítetos peyorativos, y nos identifica únicamente
como cristianos en este mundo; pues si nuestro voto sale a la luz pública es
posible que la gente nos demande razón acerca de la esperanza que hay en
nosotros y, si no sale, siempre podremos hacer referencia al mismo cuando nos
pregunten o sea conveniente. Supongo que muchos me considerarán ingenuo -y tal
vez lo sea-, pero prefiero identificarme con Dios y con el evangelio de su Hijo
(de modo que si tuviera que sufrir por algo fuese por causa de Cristo) que con
otras causas menos nobles o excelentes. Además, esta opción tranquiliza mi
conciencia y hace que me sienta libre para predicar el evangelio a ´diestra` y
a ´siniestra`. No soy el enemigo de nadie, porque el evangelio es para todos.
Mi voto nulo será, pues, un voto de testimonio”[2].
Aunque
dudo de la eficacia de llevar esta acción a cabo, es una opción muy respetable
y digna de tener en cuenta, aunque como dice el al autor sea un asunto de
conciencia. Si todos pensáramos igual, dejando de votar, al final serían
millones de votantes que no ejercerían su derecho, dejando en manos completamente
ajenas quiénes serían sus gobernantes. Además, personalmente, y a pesar de lo
que dice el señor Araujo, votar a un partido u otro no me califica como
“enemigo” del contrario ni me impide predicarle el evangelio a nadie, sea del
signo político que sea.
2)
Votar al partido que creamos más se ajusta a los principios bíblicos. Esto es
lo que vamos a analizar en el segundo escrito por si te decides a no votar “en
nulo”, lo cual ya dejo en manos de cada persona.
Primeras conclusiones
Hemos pasado de una
Teocracia a una “monarquía/república” (según el país), pasando por dictaduras
(algunas que siguen vigentes) y otros sistemas de gobierno, y ahora –al menos
en los países occidentales- vivimos en “democracia”: las personas deciden
quiénes mandan, cuando olvidamos que están muertas en sus delitos y pecados
(cf. Ef. 2:1), como bien dice Pablo de todo el que no ha nacido de nuevo.
Votar libre y democráticamente
e ilusionarse no tiene que llevarnos a creer que “si sale ganador el que yo
quiero todo será mejor”. Por lo tanto, no
podemos esperar que, a grandes rasgos, este mundo cambie. Que nadie piense que los políticos van
a revolucionar la sociedad o sus valores. Seguirá habiendo corruptos. Seguirá
habiendo quiénes entren en política para vivir de sus privilegios. Seguirá existiendo
inmoralidad y maldad. Seguirá extendiéndose valores que atenten directamente
contra las leyes de Dios. Simple y llanamente porque los gobernantes de este
mundo viven de espaldas a Él.
Es un error terrible
que haya cristianos que esperen el cielo en la tierra por medio de manos
humanas. Ya somos advertidos de que, en términos generales –especialmente en
términos morales-, la sociedad va a ir a peor hasta el momento de la Parusía. El Reino se hará pleno cuando Cristo regrese, no
antes, ni por asomo. Pero dentro de lo malo tenemos que hacer todo el bien
posible y no quedarnos de brazos cruzados. Como dijo Edmund Burke: “El mayor error lo comete
quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco”.
Continuará en: Como cristiano, ¿no sabes
a quién votar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario