“Patricia, ya sé que con cada año que no consigues
marido tus expectativas aumentan de forma exponencial, pero eso no significa
que vayas a tenerlo ya. Tampoco que puedas pedirlo a medida porque esto no es
una simulación. Si el servicio que yo ofrezco fuera fabricarte un hombre, podría
fabricarte un hombre con todo lo que hay en esa lista. Pero no hago eso. No se
trata de un coche o una casa; se trata de personas, personas, personas,
personas, y son como son. Y lo que yo puedo ofrecerte es un hombre al que
lograrás tolerar los próximos cincuenta años y al que tú le gustes. Y no eres
un chollo, porque esto no es un mercadillo”.
Estas palabras salen de la boca de Lucy (Dakota
Johnson), la protagonista principal de la película “Materialista”, y están
dirigidas a una de sus clientas, que le presentó varios folios con todos los
requisitos que buscaba, al mismo tiempo que decía que se lo merecía porque ella
“era un chollo”.
Tras abandonar la universidad y fracasar como actriz, Lucy
descubrió que se le daba muy bien trabajar como matchmaker. Esto consiste en organizar citas para personas afines que
están buscando una relación sentimental. Suele ser bastante exitosa en su
labor, ya que muchas de ellas llegan a buen puerto, terminando en boda. Pero en
este caso, dolida por una mala experiencia anterior, llega al hartazgo más
absoluto y explota. Ni que decir que Patricia se dio de baja del servicio.
No sé por qué han promocionado esta historia como una
comedia romántica, cuando no lo es en absoluto. Trata de ofrecer una mirada
crítica, de forma aguda y punzante, a uno de los grandes temas de la humanidad:
las complejidades de lo que buscan los seres humanos respecto a una pareja.
Las
expectativas de hombres y mujeres
La mejor manera de comprobar si las expectativas de
las personas son realistas o exageradas, y el por qué de las mismas, será comenzando
por dar un vistazo a los requerimientos que demandaban los clientes a Lucy:
- Un hombre poco agraciado físicamente y cercano a los
cuarenta años, quería la combinación de todas las cosas buenas de las últimas
cuatro citas: el trabajo y el nivel educativo de una, el cuerpo y estilo de
vida de otra, la cara y el buen gusto de la tercera, y los hobbies y gustos en
series de televisión de la más reciente.
- Otro hombre, en este caso de cuarenta y ocho años,
solicitaba una mujer más madura, con la que poder charlar, más hecha, que hubiera
visto películas antiguas. La quería así porque sus novias anteriores tenían veintiuno
y veinticuatro años respectivamente y las consideraba inmaduras. Cuando Lucy le
ofreció conocer a Sophie, de treinta y nueve, él dijo tajantemente que no.
Igualmente, rechazó a otra de treinta y uno, incluso de veintinueve. Quería, sí
o sí, a una de veintisiete, puesto que, según él, se llevaba mejor con las
veinteañeras.
- Un chico asiático demandaba una mujer que físicamente
fuera su tipo, que estuviera en forma, y afirmaba que le daba igual su forma de
ser. Nada más.
- Una chica pálida, tímida y con un punto extraño en
su expresión, quería solo a hombres blancos.
- Este caso es el más estrambótico, y quiero verlo
como una hipérbole, aunque no me extrañaría que se dieran: una mujer de cuarenta
y nueve años, con tres hijos, que no había salido
del armario, quería a una “cristiana lesbiana conservadora” que no quisiera
gatos, sino perros.
Estos ejemplos pueden sonar exagerados, pero
recordemos que la intención que subyace en este tipo de obras es meter el dedo
en la llaga y mostrar lo que sucede en la vida real, aunque para ello deba
magnificar lo que cuenta.
Como en el caso de Patricia y el resto de personajes
citados, en el día a día nos encontramos muchas semejanzas con lo que ellos
piden. La realidad no se aleja mucho de la ficción. En esta era de las redes
sociales, de las aplicaciones de citas, de las mil opciones, muchos creen que
se puede meter en una batidora todos los elementos que se busca en una pareja y
voilà, saldrá tal y como la quieren.
Unos buscan cierta edad, altura, educación, gustos o personalidad, y otros una determinada
belleza y físico o estatus socioeconómico. La variedad es tan grande que es
infinita. De la misma manera, se rechaza a buenas personas o pretendientes
porque no cumplen exactamente lo que demandan. Pueden tener algo de esto o
aquello, pero si les falta otros aspectos, se descarta.
Buscando al
unicornio
Y es aquí donde nos encontramos a Harry, interpretado
por el últimamente omnipresente Pedro Pascal. Poco a poco, conquista a Lucy,
algo que parecía imposible. Ella no terminaba de entender que un hombre como él
quisiera estar con una mujer como ella.
En una de sus cenas, Lucy le describe a Harry cómo lo
ve: inteligente, con ingresos ideales, educación ideal, estilo de vida ideal,
altura ideal, muy guapo, con un buen cuerpo, encantador. Además, nació rico, es
rico y seguirá siéndolo toda su vida. Vive en un ático en una zona lujosa de
New York. Se puede permitir invitar a un restaurante lujoso sin necesidad de
que sea un día especial. No es adicto a las drogas ni a las chicas de compañía.
Sabe el corte de pelo que le beneficia. Viste elegante y tiene buen gusto. Todo
eso le atribuye. Como termina diciendo, un diez sobre diez en todas las categorías.
Es perfecto.
En su trabajo, Harry es lo que se considera un
“unicornio”: “eres una fantasía imposible pero la prueba de que existen. Esto
hace que las clientas no rebajen sus expectativas buscando ese unicornio”.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué en este siglo se ha
llegado a ciertos extremos? La respuesta a estas preguntas es muy sencilla:
hasta no hace mucho tiempo –en la era predigital-, las posibilidades de conocer
innumerables personas era más limitada: se conocían en el pueblo, en la
barriada, entre las amistades de los más cercanos, o en los colegios,
universidades y trabajos. Hoy en día, a través de mil formas en Internet,
puedes buscar lo que sueñas como si
mirases muebles y más muebles en el catálogo del Ikea. Puedes conocer a una
dulce que vive en Uruguay y que trabaja en una empresa de logística o a un
caucásico que se dedica a viajar por todo el mundo como si fuera Willy Fog.
Puedes ver mil rostros, conocer mil individuos con
caracteres muy diferentes y, claro está, esto te lleva a comparar entre todos
ellos. De esa manera, te formas en tu mente un “otro” ideal, que reúne unas u
otras características. Esto hace que el más próximo, el vecino, el que ya
conoces, no te resulte atractivo ni te emocione.
En todas esas aplicaciones, las alternativas nunca
acaban: siempre habrá alguien mejor, siempre habrá alguien que te llamará más
la atención por algún rasgo en concreto, y entonces surgen las dudas: ¿y si me
equivoco? ¿Y si me he perdido al amor de mi vida porque no miré un millón de perfiles más? ¿Y si me
estoy conformando con poco? ¿Y si me merezco mucho más? Esto termina
conduciendo a un casting que nunca acaba y a la hipergamia extrema.
Es evidente que el cine, el mundo de la moda, la
imaginación que idealiza y perfecciona, e incluso la pornografía –que no solo
afecta ya a los hombres, sino también cada vez más a las mujeres-, han influido
soberanamente en la percepción que se tiene del sexo opuesto y lo que se anhela.
Internet solo lo ha multiplicado.
¿Dónde está
el listón?
Esto nos lleva a los listones que suelen darse:
1) durante la juventud y la formación del carácter
–que todavía peca de inmadurez-, lo
que prima es la búsqueda de la belleza y del chico o la chica divertida o
simpática. Por eso se ven tantas relaciones de noviazgo tremendamente
superficiales, o con el malote de turno y la persona tóxica. El listón está muy
bajo.
2) durante la “segunda juventud”, donde ya se ha
madurado –al menos en teoría-, y se han tenido más experiencias, tanto
positivas como negativas, agradables o desagradables, se busca ese “dios” o
“diosa”, tanto por fuera como por dentro, que se ajuste exactamente a lo que se
tiene en mente. De ahí que muchos salten de relación en relación cada poco
tiempo, buscando el “unicornio”, o porque su lista de exigencias parecen
sacadas de un guion de Hollywood y no existen.
3) durante la “nueva juventud” –entre la mitad de la
treintena y los cincuenta-, el listón comienza a bajarse a marchas forzadas.
Es el caso de Sophie, abogada. Para Lucy es su clienta
favorita, y dice esto de ella: “no tiene nada malo. Bien de físico, de dinero,
de educación, pero no tiene cualidades que destaquen. Un encanto. Es realista,
no loca, buena tía”, y se pregunta si “no habrá hombres que simplemente quieran
estar con una buena tía”.
Tras una primera cita, ella queda entusiasmada,
deseando volver a verlo. ¿Qué sucede? Que el cliente no pensaba igual, y llama
a Lucy para darse de baja, bajo estos argumentos: “te pedí que me presentaras a
una mujer premium, treintañera, y tiene cuarenta”. A lo que Lucy responde:
“Tiene treinta y nueve”. Y él replica: “Eso es cuarentona. La quería con sonrisa
bonita y en forma, cuando está gorda. No le daría match en una app”.
Cuando ella se entera, se le viene el mundo encima y
sus ojos se llenan de lágrimas. Con razón, se siente dolida y ofendida, y llega
a decir: “Pero ¡quién se ha creído! Es incluso calvo”. Y sentencia que ya ha
bajado mucho el listón. Lucy trata de animarla, prometiéndole que se va a casar
con el amor de su vida, algo que Sophie no cree. Para mí esto es un gran error,
una hermosa falacia, pero falacia, al fin y al cabo. Nadie puede asegurar que
algo así vaya a suceder. Si así fuera, todo el mundo se casaría y sería
“feliz”, cuando sabemos que no siempre se da el caso. Aunque hace bien la
película en no cerrar esa parte de la trama –nunca vemos a Sophie hallar lo que
busca-, el mensaje de Lucy –esa promesa- es errado, puesto que puede dar lugar
a falsas esperanzas.
¿Debes bajar el listón? El equilibrio y la lógica
¿Habrá unicornios?
Supongo que sí, pero incluso en ese caso no son perfectos. Al final de la
historia, descubrimos la razón de las cicatrices que Harry tenía en las
piernas: se sometió a una dolorosísima operación para que los huesos, al
recomponerse, crecieran quince centímetros; pasó de medir 1,67 a 1,82. Como él
cuenta: “mereció la pena el dolor y la
inversión. Me cambió la vida, sobre todo con las mujeres. Eran ellas las que se
acercaban a hablarme. Simplemente, aumentó mi valor en el mercado”. Incluso
Lucy reconoce que también había hecho otra “inversión”: se había operado la
nariz y el pecho.
Para no dejarte llevar por fantasías imposibles, es
hora de que dejes de poner el listón a una altura u otra. Tienes que ir al
fondo del asunto y ver qué aspectos de tu vida podrían congeniar con los de
otros. Por ejemplo:
- si buscas una persona que quiera formar una familia,
es una malísima decisión juntarse con alguien que te quiere solo para
divertirse en la alcoba, cuya compañera de baile principal es el alcohol, cuyo
proyecto de vida difiere completamente del tuyo, que no quiere comprometerse,
ni anhela hijos bajo ningún concepto.
- si buscas alguien cariñoso, amable e íntegro, tener
por pareja a alguien apático, déspota, mentiroso o infiel es un error de base.
- si para ti es muy importante una persona intelectual,
la persona más adecuada no será la que frecuenta el mundo de la noche o que
todo su tiempo libre lo dedica a consumir redes sociales o telebasura.
- si quieres alguien con valores éticos y morales semejantes
a los tuyos, es un despropósito unirse a alguien opuesto a ti. El no unirse en
yugo desigual que Pablo manda a los cristianos (2 Co. 6:14) es igualmente
aplicable entre aquellos que no lo son.
Eres tú el que debes plantearte qué buscas. Viéndolo
así, lo canalizarás de otra forma; un punto donde primará la lógica y las sanas
expectativas.
Lo negociable vs Lo no negociable
Esto no consiste en bajar o subir un listón; se trata
de ver qué es REALMENTE importante, qué es negociable y qué no:
1) A menos que tú seas igual, y sabiendo que eso no
acabará bien, se puede, y se debe, decir no a personas malsanas, manipuladoras,
promiscuas, exhibicionistas o con serias dificultades para amar o mantener
conversaciones saludables.
2) Es una necedad, y una prueba de infantilismo, rechazar
a alguien porque mide menos que tú, porque tiene el pelo rizado o lacio, porque
su coche no es de alta gama o porque los zapatos que usa no tienen caché.
3) De igual manera, buscar clones, princesas o
príncipes Disney, también lo es, y está fuera de la razón más elemental. No
todos, ni mucho menos, son Pedro Pascal o Dakota Johnson.
Siempre habrá algo que no te guste y algo de ti que no
le gustará al otro. Debes ver qué es tolerable y qué no lo es, y qué puede provocar
que os haga ser compatibles o incompatibles.
El ingrediente que cambia el sabor de
todo
Nos
queda por saber cómo acabó la historia de Lucy. Se suponía que hacía una gran
pareja con Harry, que ambos habían encontrado exactamente lo que buscaban… pero
faltaba el ingrediente principal: el amor. No se amaban, por lo que,
amigablemente, rompieron.
Esa
fue la razón principal de que se prendara de Harry: su opulencia financiera, ya
que ella se crio siendo pobre, y con él ya no lo iba a ser nunca más. También
porque alimentaba el ego de Lucy con sus palabras, puesto que le decía que veía
el valor en ella, afirmando que le daba confianza, que le inspiraba, que sabía
cómo funcionaba el mundo, que sabía más que él. Y que todo eso eran valores
intangibles. Pero la realidad era la que era: no se querían.
Esto
nos hace ver, una vez más, y como he repetido en diversas ocasiones, que el
amor no es algo que se pueda forzar, ni surge invariablemente por la suma de
ciertos elementos concretos, por muy buenos que sean estos. Normalmente,
aparece de forma espontánea y de forma casual: te das cuenta de que es con esa
persona en concreto con quien mejor te sientes, más cómodo, más tú, más vosotros, más todo, y que mezcláis bien.
Y ahí no hay diálogos preparados, ni existe un guion predeterminado. Tampoco
suele suceder en una cita perfectamente preparada, sino en medio de la vida
cotidiana, sentado en un banco mientras compartes risas con una hamburguesa que
os llena la boca de kétchup o paseando mientras habláis el uno con el otro de
todo lo que os importa.
Entonces,
¿a quién amaba Lucy? A John (Chris Evans), su antiguo novio,
al que dejó porque era pobre y no podía darle la vida que ella deseaba, lo cual
le hizo sentir muy egoísta.
¿Y
qué hay de John? Dejamos que sea él quien hable de sí mismo, puesto que así lo
hizo con Lucy tras volverla a ver después de cinco años: “Como amigo te diría que es mala idea casarse con
alguien como yo: camarero de treinta y siete años. Que no sabe qué hacer con su
vida. Que sigue compartiendo piso. Que no puede prometer que no vaya a ser más
pobre. Que tiene 2000 dólares en el banco en la ciudad más cara del mundo,
mientras intenta ser actor porque alguien le dijo que se le daba muy bien”.
A pesar del rechazo de Lucy, estaba tan desesperado
que contestaba a sus llamadas, la llevaba en el coche o hacía de apoyo
emocional cuando se sentía mal. En definitiva, se dejaba usar y mendigaba por
su amor. Y, con todo, la seguía amando y quería casarse con ella: “cuando veo
tu cara veo arrugas, canas e hijos que se parecen a ti”. Si rompieron en el
pasado fue por lo que dice el dicho: “no es que fueras feo, es que no tenías
dinero”. De ahí las palabras de Lucy tras el reencuentro: “no soy
buena persona. Juzgo a todo el mundo. Soy materialista y fría. Te dejé
porque no tenías dinero. Te he hecho daño una y otra vez. Y pienso si estaré
siempre montado en tu coche cutre. En tu habitación cutre. Sentado frente a ti
en un restaurante cutre, discutiendo por 25 dólares. Estoy sopesando si estar
contigo con todas esas cutreces sale a cuenta. Hago números. Así es como soy.
¿Cómo puedes seguir queriéndome?”.
Aprendiendo de dos cavernícolas
La película comienza
con la misma pareja de novios. Y no, no son ninguno de los mencionados hasta
ahora. Ambas escenas nos transportan a una cueva, donde vemos a una mujer
cavernícola, de hace miles de años. Allí sale al encuentro del hombre al que
amaba: él le trae unas sencillas flores y le muestra unas herramientas que ha
forjado para la caza y la recolección. ¿Y la ropa? Unas sencillas pieles desgastadas
para cubrir la desnudez y protegerse de las inclemencias del tiempo. ¿Qué llamaba
la atención de sus físicos? ¿Que eran figuras esbeltas, forjados en un gimnasio
o en un quirófano? Nada de eso. Cejas abundantes. Uñas largas. Dedos sucios y
negros del trabajo. Barba descuidada en él y ausencia de maquillaje en ella. Y
doy por hecho que no olerían a perfume, ni caro ni barato. El contraste físico y
de imagen entre esta pareja de cavernícolas y Lucy/John es brutal, como puedes
ver en la imagen que muestra sus manos en el momento de pedirse en matrimonio.
Pero, más allá de
eso, la esencia es la misma en los cuatro, y ahí está la enseñanza profunda: lo
que les unía no era el dinero que tenían, las posesiones materiales, la
vestimenta que los adornaba, el número de viajes realizados a lugares exóticos,
sino la ternura, el deseo de cuidarse el
uno al otro y de tener una vida en común. Ni artificios, ni lujos, ni
gaitas. Sencillez y amor, como la oferta que le lanza John a Lucy: “Te quiero ahora igual que te quise antes. Te querré hasta el día
de mi muerte. Es una garantía de por vida. Es mi oferta final y no puedes
negociar porque no hay nada más que pueda darte”. Ante lo que ella responde:
“Hecho”.
Por desgracia, hoy en
día, lo que es elemental ha sido distorsionado por las comparaciones con las
vidas ajenas, por el individualismo descarnado, por las redes sociales, por las
aplicaciones de citas, por la búsqueda de estatus, por la promiscuidad y por
las relaciones carentes de significado y profundidad. Esas son las razones de
tanta fragilidad en las parejas actuales y del porqué los vínculos no son
duraderos.
Es hora de volver a
lo básico. Es hora de tú –sí, tú, que estás leyendo estas líneas por razones
que solo tú conoces-, asimiles y hagas tuyas las verdades aquí mostradas. Y no,
no estoy diciendo que imites la estética o huelas como un cavernícola, sino que
tomes de ejemplo la forma en que vivieron el amor esta pareja que acabó en
matrimonio: dos que, sin perder sus
individualidades, se funden en uno y
caminan por la vida de la mano.
* Si quieres leer más sobre estos temas, en
el blog tienes dos etiquetas dedicadas a ellos:
- De hombres y mujeres.
- Crónicas de los solteros.
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