lunes, 19 de febrero de 2018

6. La actitud ante la enfermedad propia y ajena & El ejemplo de un padre con su hijo enfermo


Estoy totalmente convencido de que se nos debería educar desde jóvenes a saber cómo afrontar una enfermedad grave -aunque luego no acontezca- y a cómo tratar al que la padece. Asimilar esta idea siendo adultos es muy difícil, por eso he matizado desde jóvenes. A partir de ciertas edades, sería tan complejo como aprender física cuántica con ochenta años cuando en nuestra infancia no aprendimos la tabla de multiplicar.
Sé que el primer impulso ante esta idea es decir que es macabra. Al igual que la muerte, convertimos la enfermedad en un tema tabú. Pero esto es fruto de la superstición. Se cree que si no hablamos de los males los evitaremos, pero sí los mencionamos los atraeremos hacia nosotros. Una falacia irracional. La realidad es que, si lo pensamos con tranquilidad, ¿no nos gustaría saber qué hacer en caso de incendio, de un terremoto, un tsunami o un atentado terrorista, a pesar de que las probabilidades de que ocurran sean mínimas?

La educación ante la enfermedad propia
A Carlos se le alabó especialmente por su entereza (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/03/1-eutanasia-la-buena-muerte.html). Y no digo que no la tuviera. Mostró firmeza y determinación en la entrevista. Pero pienso que, si el enfoque fuera diferente –como vimos en el capítulo anterior- la mentalidad también lo sería. Esto no significa que si se produjera el mal no deseado lo recibiríamos con saltos de alegría y celebrando una fiesta, pero si la educación recibida ante la enfermedad fuera otra en su planteamiento inicial, la disposición de ánimo variaría considerablemente.
El  primer escollo al que se enfrenta el enfermo es el verse a sí mismo impotente por su dependencia y el sentirse una carga para los demás. Por eso muchas veces rechaza en primera instancia la ayuda hasta que comprueba por sí mismo que la necesita imperiosamente. Se siente herido en su orgullo y, en parte, humillado. Por estas razones, al igual que en los hospitales hay unidades de rehabilitación física para personas que han sufrido accidentes, debería existir su equivalente a nivel psicológico y afectivo. En algunas unidades de cuidados paliativos hay psicólogos, pero son los menos.
Es cierto que el enfermo no recuperará la salud si la enfermedad es degenerativa, pero una educación concienzuda al respecto haría que se afrontara con un parecer diferente al que tristemente estamos habituados y no ponemos remedio alguno. Así se lograría una mejor calidad de vida interna para seguir viviendo en dichas condiciones, aunque ésta esté mermada.
Que una persona quede disminuida física o psíquicamente –incluso perdida en sí misma como en el caso del alzheimer- no la convierte en no-persona ni significa que su vida haya acabado.

La educación ante la enfermedad ajena
Si se nos debería educar a todos en lo que respecta a la propia enfermedad, cuánto más es imprescindible analizar el otro aspecto: cuando la enfermedad es ajena a nosotros y potencialmente puede darse en familiares, teniendo en cuenta que todos son enfermos potenciales. Y hago énfasis en la misma idea: sea que llegue a suceder o no. Si se nos educa para la vida desde que somos muy pequeños y apenas tenemos noción de la realidad, deberíamos recibir instrucción sobre cómo cuidar a nuestros seres queridos si enferman gravemente. A menos que se haya estudiado Educación Especial, Enfermería o alguna otra carrera semejante, nadie sabe hacerlo llegado el momento. Aunque es evidente que mucho se aprende en la práctica y cuando toca, la formación debería ser previa. Y ésta incluiría –sin falta alguna-, además de asistencia física al paciente, la emocional, que es aun más importante.
Un ejemplo lo encontramos en el libro Lejos del árbol, de Andrew Salomon, considerado una obra maestra, donde se narra el testimonio de más de trescientas familias que han aprendido a convivir con la sordera, el síndrome de Down, el autismo, entre otras discapacidades. Este tipo de cuestiones son las que se nos deberían enseñar como parte básica de la educación como personas en los centros escolares.
Si cuidamos con ternura a un bebé que no se vale por sí mismo, se nos debería inculcar el mismo principio ante los enfermos. ¿Que agota anímica y físicamente levantarse a las 3 de la madrugada para dar de comer a un niño y proporcionarle la medicina si tiene gripe? Cualquier padre y madre dirá que sí, y mucho. ¿Por qué lo hacen entonces? Por amor. Si estamos dispuestos a dar esa clase de cariño al indefenso, también poseemos la capacidad de ofrecerle al enfermo lo mismo. ¿Es doloroso, triste y puede llegar a ser abrumador? Sin duda, pero no existe mayor expresión de amor que darse por completo. La sociedad se centra en la carga que supone algo así, en lugar de enfocarlo como una oportunidad hacia la entrega desinteresada.
No estoy queriendo decir que los que cuidan a sus familiares enfermos que preferirían la eutanasia sean malos cuidadores o menos personas que los que pensamos lo contrario. Me limito a mostrar el contraste tan brutal que existe entre lo que promueve la sociedad, como es la eutanasia ante casos irreversibles, y lo que mostramos los que estamos en contra de ella.
¿Y qué desean los pacientes de las personas que les rodean, especialmente de los amigos y familiares?:

- Que les acompañen en las circunstancias con serenidad y en sus distintos estados de ánimos –que suelen ser como una montaña rusa, con continuas subidas y bajadas pronunciadas-, algo que no es fácil ya que a nadie le gusta ver sufrir a los demás.
- Que les escuchen, que les permitan desahogarse y que no minimicen sus sentimientos de dolor, tanto cuando éste sea físico como emocional.
- Que les hablen y puedan pasar un tiempo agradable.
- Que les concedan tiempo para estar a solas sin nadie más presente.
- Que todo esto se haga con cariño y amor, no por obligación, puesto que esto lo detectan inmediatamente y les provoca rechazo.

Lo que realmente significa cuidar a un ser querido enfermo

Una vez más, y para terminar, narro un caso edificante para todo aquel que tenga que afrontar la enfermedad grave de alguien cercano; la historia de Pablo: “La falta de oxígeno durante el parto le provocó una muerte neuronal generalizada y, como consecuencia, una parálisis cerebral. ´Tiene el síndrome de West que conlleva un importante déficit motor, sensorial y cognitivo. Requiere estímulos mayores que el resto para reaccionar`, explica José Manuel (su padre). ´Pero dentro de todo es un niño que está bastante bien porque desde sus primeros meses le hemos hecho mucha fisioterapia y, aunque tendría que tener un daño físico enorme, no ha pasado nunca por quirófano`, añade con satisfacción, con la misma que habla de la pasión que comparte con su hijo desde hace casi una década. La descubrió por casualidad un día de vacaciones en Huelva. José Manuel iba a salir a correr, como tantos otros, pero aquel día ninguno de sus otros cuatro hijos ni su mujer podían quedarse al cuidado de Pablo. ´Entonces pensé: ¿Por qué no me lo llevo? Y lo hice. En cuanto empecé a correr empujando la silla y él notó sensación de velocidad comenzó a reírse y a chillar. Se lo pasó en grande y, desde entonces, empezamos a salir a correr juntos`, cuenta. ´El ir sentado en la silla le requiere un esfuerzo porque cuando algo no le interesa se deja caer. Sin embargo, el rato que salimos a correr va sentado derecho y siempre hay algún momento en el que nos regala una sonrisa. Para mí eso es un placer. Si fuera por Pablo, estaríamos horas y horas corriendo`, añade riendo”.
Esa sonrisa de Pablo se ha convertido en el motor de su vida. ´No hay nada como verle sonreír`, dice. [...] ´Creía que era imposible ser feliz con un niño así, que sería un sufrimiento permanente, pero todo lo contrario`[1]. Desde entonces participa en carreras junto a su hijo: ´Al principio tenía miedo de que se asustase con la gente, pero desde la línea de salida empezó a chillar tanto de la emoción que todo el mundo le iba grabando. Se tiró así hora y pico, los 12 kilómetros. El síndrome de West hace que quienes lo sufren se metan mucho en sí mismos y verle así era algo excepcional` [...] Da igual los calambres, los tirones musculares o el cansancio, cualquier esfuerzo físico merece la pena por verle sonreír, disfrutar`. Y así hasta el maratón de Nueva York: ´En cuanto llegamos a Brooklyn empezó a chillar y a chocar la mano con la gente, que es lo que más le gusta. Yo había aprendido a decir en inglés Choca esos cinco (Give me five!) y lo iba diciendo continuamente. Chocó la mano a medio Nueva York. La gente enloquecía a nuestro paso. Lloré varias veces a lo largo del maratón. Lo que ocurrió al paso de Pablo es indescriptible, supera las expectativas de cualquiera. La gente que estaba en las gradas junto a la meta se puso en pie para aplaudirle`, recuerda. ´Yo hago las carreras para que Pablo sonría, disfrute, sea feliz`.
Aunque reconoce que al principio él y Maite, su mujer, entraron en estado de shock, gracias a Pablo han aprendido que no hay obstáculo que no se pueda salvar, que ´en la vida no todo el sufrimiento es malo porque te ayuda a valorar los pequeños detalles`. [...] ´Nos ha enseñado que la vida es entregarse a los demás. Es una suerte tenerle porque nos enseña mucho más de lo que pensaba que podría aprender en mi vida`, dice este profesor de Geografía e Historia en un Instituto sevillano”[2].

Vivir para otro ser humano. Vivir totalmente entregado. Vivir para que tenga la mejor vida posible dentro de sus posibilidades. Vivir para alguien sin esperar nada a cambio.
Teniendo muy presente que hay enfermedades que ni siquiera permiten sonreír al afectado, me quedo nuevamente con estas palabras de una hija que perdió en catorce meses a su madre enferma de ELA: “No pasa un día que no desee pasarlo lo mal que lo pasaba cuando tenia que cuidarla, con tal de seguir teniéndola conmigo...Y ella deseaba lo mismo”.
Al igual que el artículo Los Intocables de este mundo fue un canto de esperanza y de ánimo para todos aquellos que padecen graves discapacidades, espero que el ejemplo de este padre lo sea para los que cuidan de los enfermos.

Continuará en ¿Morir voluntariamente es un acto de libertad? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/07/7-morir-voluntariamente-es-un-acto-de.html



[1] Las palabras del padre, en su totalidad, son: “Dios hace que lo imposible sea posible”. Pero como dije en el primer artículo, mantengo hasta el final mi palabra de no hablar de la fe hasta el apéndice.
[2] http://www.marca.com/atletismo/2016/11/17/582ce68be2704e496c8b456e.html Me llama muchísimo la atención que cuando se publican noticias sobre las nuevas novias de los futbolistas, el nuevo peinado, el nuevo coche, la nueva casa, y todas las sandeces inimaginables que aparecen en la prensa deportiva, aparecen cientos de comentarios inmediatamente y, sin embargo, este reportaje apenas tiene 55. Eso dice mucho del nivel de parte de la sociedad.
      

lunes, 5 de febrero de 2018

6. Creías que, por ser cristiano, la vida sería un camino de rosas



Si mal no recuerdo, aconteció en el año 2005. Por aquel entonces, nunca había trabajado en la construcción –y nunca más lo volví a hacer-, pero no tenía dinero para pagar la próxima mensualidad de mi coche y no me quedó más remedio que pedirle a un amigo que le hablara a su jefe de mí, por si podía buscarme un hueco en su empresa. No es que despreciara ese trabajo, pero por una lesión crónica de espalda no era lo mejor para mi salud, como se comprobó a las dos semanas. El primero día estaba un poco asustado; mejor dicho, bastante asustado. Grúas, camiones, maquinaria pesada, andamios a una altura que impresionaban; todo me imponía mucho respeto. Nada más llegar, un compañero me dijo que me pusiera un arnés para colgarme a cinco metros de altura. Para alguien que tiene vértigo no es el sueño de su vida, por lo que la perspectiva de tener que hacer de “Spiderman” aceleró las pulsaciones de mi corazón considerablemente. Me explicó en un par de minutos cómo tenía que hacerlo y se marchó. No lo hice. Como el sucidio voluntario no entra en mis ideales, me busqué la manera de llevar a cabo la tarea encargada sin necesidad de quedarme suspendido en el aire y terminar posiblemente con mis sesos esparcidos por media obra.
¿Qué labor se me ordenó?: “hacer canutos”. Lo primero que pensé cuando escuché la expresión fue: “Saben que soy novato y quieren gastarme alguna broma”. En el argot popular, “hacer canutos” es liar cannabis en papel de fumar para su consumo. Como tal, es una droga. Ante la sorpresa de mi compañero, le pregunté a qué se refería exactamente. Entonces me explicó que, en la jerga entre albañiles, esa expresión hacía referencia al hecho de partir el ladrillo por la mitad usando la machota y el cincel.
En aquella situación –y en otras muchas- comprobé que mi desconocimiento de la materia era total. Aunque en mi contrato señalaba que era “peón especialista”, puedo asegurar que yo de especialista no tenía nada. Tardé unos días en aprender a usar algunos instrumentos y en acostumbrarme a aquel terremoto que suponía la construcción de toda una urbanización. Al final lo logré, hasta que la lesión de espalda volvió a aparecer en todo su esplendor.  Pero esa ya es otra historia.

Las herramientas que no sabemos usar
Cuando no sabemos usar los materiales necesarios para alguna labor, no podemos realizar correctamente un trabajo, sea el que sea. Iremos a ciegas y el resultado será desastroso. En la vida de un cristiano ocurre exactamente igual. Si no sabemos manejar las herramientas que Dios nos ha dado para enfrentarnos a la vida, cuando vengan las pruebas, las dificultades, y todo aquello que no comprendemos, caeremos. ¿Has sido tú el que ha caído? ¿Qué prueba vino a tu vida en la cual te bloqueaste? ¿La muerte inesperada de un ser querido? ¿Una enfermedad que azotó a un familiar? ¿Una ruptura sentimental? ¿Una mala experiencia eclesial? ¿El despido del trabajo? ¿Una infidelidad conyugal? ¿La traición de tus amigos?
Seguro que descubriste hace mucho tiempo que la vida no es un camino de rosas. Está lleno de socavones, espinos y plantas carnívoras que no sabes cuándo te vas a encontrar. Por eso tienes que aprender a manejar la “machota” y el “cincel” que Dios te ha dejado en su Palabra para no verte arrastrado por las circunstancias de dolor. Y buena parte de esto consiste en asimilar los principios bíblicos y ponerlos en práctica. ¿Qué ocurre si tenemos un buen profesor que nos enseña a conducir y ponemos de nuestro parte todo nuestro esfuerzo? Posiblemente no llegaremos a competir en el campeonato mundial de Fórmula 1, pero terminaremos siendo buenos conductores. Por el contrario, si nos conformamos con aprender lo justo para aprobar y poco más, cuando vengan curvas peligrosas no sabremos manejarnos. Puede que esa sea la razón por la cual has derrapado, o incluso volcado. Dios es el Maestro y su Palabra contiene las verdades que tienes que asimilar para saber cómo manejarte cuando el camino se oscurezca y la carretera se vea envuelta en una espesa niebla.
Veamos dos pensamientos erróneos concretos que puede que estén en tu mente y que terminaron por provocar que te salieras de la vía, basándonos en una parte de la parábola narrada por Jesús: “He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una) parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó [...]  Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo;  pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan” (Mr. 4:3-5, 6, 16,17).

El tropiezo por la persecución
“Pensaba que por ser cristiano todo el mundo me respetaría. Al final me cansé de que me mirasen con mala cara”, dicen muchos.
Como decía el difunto periodista deportivo Andrés Montes: “¡La vida puede ser maravillosa!”. Y sí, puede serlo. Pero también puede ser cruel. Son las consecuencias que arrastramos desde la caída en el huerto del Edén. Tienes que aceptar que vivimos en un mundo caído y que estamos rodeados de personas que ignoran y desprecian a Dios. ¿Cómo quieres que te respeten si ellos odian lo que tú amas? Jesús fue muy claro al respecto: Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn. 15:18-20).
Parafraseando las palabras de Pedro, ¿se burlan de ti aquellos que viven en pecado, en “lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatría y les parece cosa extraña que no vivas con el mismo desenfreno”? ¡Ya darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos! ¿Te llaman fanático? ¿Se ríen en tu cara cuando hablas de la ética cristiana? ¿Te hacen comentarios sarcásticos o hirientes? No te sorprendas como si fuera algo extraño[1]. ¿Acaso creías que te iban a aplaudir cuando les llamabas al arrepentimiento? ¿Pensabas que te felicitarían cuando les hicieras notar el contraste entre lo que Dios enseña y lo que impera en la sociedad actual en temas como el aborto, la homosexualidad, las parejas de hecho, las relaciones prematrimoniales, el abuso del alcohol o la falta de pudor? ¿Creías que tus familiares y compañeros de estudios o trabajo no torcerían el gesto? Ya señaló J.C Ryle que “la risa, la burla, la oposición y la persecución a menudo son la única recompensa que los seguidores de Cristo reciben del mundo”.
 Jesús dijo que no había venido a traer paz a la tierra, sino espada, que iba a poner “en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;  y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt. 10:34-36).
Los profetas del Antiguo Testamento eran despreciados por predicar la verdad. A Jesús lo mataron. Esteban no murió mientras dormía plácidamente, sino apedreado. A once de los doce apóstoles los mataron. Pero Pablo fue contundente: ¿Busco ahora el favor de los hombres o el de Dios?, ¿o trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres no sería siervo de Dios”(Gá. 1:10).
Cuando los cristianos sinceros se enfrentan a la realidad, viene la desilusión; se sienten confundidos sobre el “dios” que les han vendido. ¿Qué dice la Escritura de lo que padecieron muchos creyentes genuinos?: “Experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (He. 11:36-40).
¿Duele todo esto? Claro que sí, y eso que la mayoría de nosotros no hemos pasado por lo que nos resume el autor de hebreos. Somos humanos con un corazón que sufre al ser menospreciado. Y la realidad es que “si vas a ser un verdadero Cristiano, entre otras cosas te diré esto: será una vida solitaria. Es un camino angosto, y se vuelve más angosto, y más angosto y más angosto” (Leonard Ravenhill). Pero cuando lo aceptas como parte del precio por amar a Dios, la perspectiva cambia.
¿Dejarías a tu esposa que, sin ser perfecta, es dulce, tierna, sensible, amorosa y buena madre, porque unos “gamberros” la insultaran? Posiblemente la amarías aún más: te acercarías a ella para escucharla, para saber cómo se siente, para apoyarla, para animarla y para consolarla. Crecería la intimidad y vuestra unión se haría más fuerte.
El dolor que experimentas cada vez que un ateo recalcitrante, un falso cristiano o un sectario trata de fulminarte con su mirada o con sus palabras ya lo padeció Jesús. Como dice Max Lucado: “Podemos creer que el sanador conoce nuestros dolores porque voluntariamente se hizo como uno de nosotros. Se colocó en nuestra posición. Sufrió nuestros dolores. Se colocó en nuestra posición. Sufrió nuestros dolores y sintió nuestros miedos. ¿Rechazo? Lo sintió. ¿Tentación? La tuvo. ¿Soledad? La vivió. ¿Muerte? La probó. ¿Y cansancio? Él podría escribir un éxito de librería sobre el tema”[2].
¿Será cuestión de que te alejes de Él o de que uses este dolor para acercarte más? Asimila que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12). Debes ver las críticas como una buena prueba de que tus valores y tu vida es diferente a la del resto del mundo. Estás en el mundo pero no eres del mundo.
Sigue los consejos de Pedro y hazlo tuyos: “Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado [...] si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 P. 4:13-14, 16).

El tropiezo por la tribulación
“Pensaba que el Señor impediría que yo volviera a sufrir. No sé qué clase de Dios es”, dicen otros muchos.
La tribulación es parte intrínseca de la vida. Puede que del trabajo hayas pasado al desempleo en cuestión de horas. Puede que la prosperidad se haya convertido en pobreza. Puede que la salud se haya convertido en enfermedad, o que la vejez misma ya se haya manifestado porque es ley de vida. Puede que alguien abusara de ti de alguna manera, fuera física, emocional o espiritualmente. Puede que tu amor no fuera correspondido. Puede que te humillaran en el instituto o en la universidad. Puede que te engañaran. La lista es interminable. Muchos aspectos de la vida de Job puede que se hayan reproducido en la tuya: pobreza, enfermedad, muerte, familia desunida, etc.
¿Qué lleva el dolor a su límite? La muerte de las personas que amamos, sea un padre, un hermano o un hijo. Es un trance que aparece a la vuelta de la esquina en cuestión de segundos. Siempre está al acecho y golpea cuando menos lo esperamos, y le acontece tanto a cristianos como a inconversos. No entiende de edades ni de situaciones personales. La vida y la muerte están en manos de Dios y es imposible entender en qué se basa exactamente para decidir quién vive unos meses y quién más de noventa años. Es una de las áreas que se escapan a nuestro control. Entiendo perfectamente el dolor que araña el alma ante esta situación. Entiendo la incomprensión, el llanto y el dolor que se apodera de cada centímetro de la piel. Aunque las circunstancias sean distintas, y en algunos casos más graves, todos hemos pasado por ahí.
Dicho esto, seamos contundentes: para el creyente, ninguno de los sufrimientos citados son razones para apartarse o alejarse de Dios. Recuerdo el funeral del padre de un pastor. El propio hijo compartió la Palabra. Con lágrimas en sus ojos y con la voz quebrantada, fue muy claro: “Hoy es un día de mucho dolor para mí. Pero también es un día de esperanza. Aunque el cuerpo de mi padre se encuentra aquí delante, él está ahora mismo delante de la presencia de Dios gozándose”. Las palabras con las que terminó me impactaron y las guardé para mí: “La muerte es el camino que Dios usa para llevarnos a la vida; a la Vida en mayúsculas”. 
Aquí somos “extranjeros y peregrinos” (1 P. 2:11). Saber esto es un descanso absoluto para el alma, volviéndonos sumisos ante la voluntad soberana de Dios.

Las ideas claras
Sea el dolor del tipo que sea, tienes que tener dos ideas muy claras, y que ya he apuntado en otras ocasiones. La primera es que tus creencias no deben basarse en los sentimientos, puesto que “el justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17). Los sentimientos de dolor pueden ir de la mano de la fe, pero nunca enterrarla. Observa a Pablo y cómo conocía la diferencia, a pesar de toda la adversidad que afrontaba: Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados (sentimientos) en todo (circunstancia negativa), mas no angustiados (fe); en apuros (circunstancia negativa), mas no desesperados (fe); perseguidos (circunstancia negativa), mas no desamparados (fe); derribados (sentimientos), pero no destruidos (fe)” (2 Co. 4:7-9). Aunque las circunstancias fueran terribles, su fe permanecía en pie.
Y eso fue escrito por una persona que habló de sí mismo de esta manera: “Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Co. 11:25-27).
¿De qué sirve la fe si luego no la aplicamos a la vida real? ¡De nada! La fe aporta equilibrio; las emociones, no. Nuestra mente no puede alcanzar a comprender todas las razones, pero tienes que descansar en que Dios sigue siendo Soberano, aunque tu mente –y la mía- no alcance a entender muchas cosas: Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8-9). Jesús le dijo a Pedro que lo que no entendía en aquel momento lo entendería después (cf. Jn. 13:7). Con nosotros sucederá igual. Todo aquello que no hemos comprendido de nuestro paso por este mundo, encontrará su explicación completa cuando estemos en la presencia del Padre.
En segundo lugar, debes aprender a usar una vez más las herramientas que Dios te ofrece para afrontar el dolor[3]. Haciendo un juego de palabras, abrazar la pena eternamente es un abrazo mortal para el alma: te llena de amargura y apaga tu corazón. ¿Qué herramienta principal hay que usar? El Señor mismo. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6). Él no es una religión. No es una serie de normas y rituales. Él es la VIDA. Él es el que VIVE en el presente y REINA. Para experimentar la vida en tu interior debes acercarte a la fuente de vida. ¿Estás herido?: Acércate al MÉDICO para que te sane: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:28).
Puede que tu vida en este mundo no llegue a ser jamás como te gustaría y que muchas cosas vayan mal. Puede que Dios no te libre de algunas de esas aflicciones que como humanos a veces tememos. El hecho de que vivas como una persona íntegra no garantiza nada de nada. Lo que Dios te ofrece cuando pasas por el desierto es esperanza, consuelo y fortaleza. Por eso, la total rendición y tu descanso llegará cuando digas como Job: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). Eso es ser dócil a la voluntad de Dios. Incluso para la muerte física tenemos el consuelo máximo: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:16-18).
A muchos les confunde, les frustra y les desalienta observar cómo a un ateo le puede ir en la vida mucho mejor que a un cristiano, entendiendo “una vida mejor” según los valores hedonistas y materialistas de nuestra sociedad. Así que responderé a esa objeción con un concepto completamente radical y completamente bíblico: es mejor un verdadero cristiano con miles de problemas que  alguien que no lo es y todo le marcha bien. El primero sabe que, a pesar de todo, es amado por el Señor, que pasará toda la eternidad a Su lado, encuentra consuelo y refugio en Él, se goza en sus promesas aunque su corazón derrame lágrimas y tiene “por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera” que en él se ha de manifestar (cf. Ro. 8:18). Por el contrario, el segundo, el inconverso, aunque su vida parezca un camino maravilloso, aunque alcance un buen estatus social, empleo, dinero, casa y una persona que le ame románticamente, es un pobre desgraciado cuyo destino es la desesperación eterna, como así comprobará cuando pase al otro lado y se dé cuenta del error tan gigantesco que cometió en vida al rechazar a Jesucristo y su obra en la cruz, viviendo según sus propios deseos. Todo el jolgorio del que disfrutó se convertirá en tinieblas para el alma. Los likes que logró se convertirán en un gran dislike.
El contraste entre unos y otros es y será brutal: “Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; Tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Sal. 73:26-28).

Venga lo que venga
Si la tribulación, el dolor y la persecución han sobrevenido a tu vida –o sobrevienen en el futuro-, no uses esas razones para alejarte de Dios y vivir en pecado, “porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal. [...] De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien (1 P. 3:17; 4:19).
Como dijo Martin Luther King, “el propósito de la vida no es ser feliz, ni tampoco obtener placer o evitar el dolor, sino hacer la voluntad de Dios, venga lo que venga”.
Recuerda una vez más que tu gloria no está en la Tierra, sino en el cielo. Que tu vida esté asentada sobre la Roca, que es Cristo, y no sobre la arena de las circunstancias, los sentimientos y el dolor: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24-27).

Seguimos aquí: “Tuviste problemas con otros cristianos”.
https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/04/7-tuviste-problemas-con-otros-cristianos.html 



[1] Parafraseado de 1 Pedro 4:3-5 y 4:12.
[2] Lucado, Max. En el ojo de la tormenta. Nelson.
[3] Dada la complejidad y la extensión del tema, espero tener la oportunidad de escribir en el futuro sobre la depresión.