Chico conoce chica y se enamoran... Espera, espera.
Esa historia ya me la sé. Seguro que es lo que estás pensando... pero créeme,
esta es diferente. Comencemos de nuevo.
Chico conoce chica y se enamoran. Chico y chica se
casan y tienen una hija. Chico y chica mueren en un accidente de tráfico. La
hija sobrevive. La hija se hace mayor. Esa chica conoce a chico. Chico y chica
se enamoran. Chico y chica se casan. Ella queda embarazada. Ella es atropellada
por un autobús. Él se suicida seis meses después por depresión. Su hija nonata
sobrevive al atropello. Esta chica se llama Dylan. Se cría con su abuelo. Llena
de heridas emocionales por el fallecimiento de sus padres, se vuelve una
rebelde, airada contra el mundo, triste y cantante de un grupo de heavy
metal.
Este es el primer acto que se desarrolla en Nueva
York.
Chico conoce chica y se enamoran. Chico y chica se
casan y tienen un hijo, al que llaman Rodrigo. Años después, hacen un viaje a
Nueva York. Yendo en un autobús, el conductor se despista y atropella a una
mujer embarazada. Rodrigo lo contempla todo y desarrolla un trauma infantil.
Padres se divorcian. Rodrigo sana tras ser ayudado por una psicóloga. Madre
enferma de cáncer. Rodrigo se hace adulto y cuida de su madre. Rodrigo se va a
Nueva York a estudiar una carrera universitaria. Madre fallece. Tras
comunicárselo por teléfono, Rodrigo sale a la calle. Sentado en un banco,
Rodrigo se encuentra a una chica llorando en el
vigésimo primer aniversario de la muerte de su madre. Esta chica se llama Dylan.
Este es el segundo acto que se desarrolla en Sevilla.
Rodrigo y Dylan se enamoran y se casan. Ella queda
embarazada y tienen a una hija, a la que llaman Elena Dempsey-González. Esta
chica se hace adulta y escribe un libro. La historia de su familia. Ella es la
narradora de toda esta historia, y acaba con estas palabras: “Lo único que sé
es que, en cualquier momento, la vida me sorprenderá. Me pondrá de rodillas. Y
cuando lo haga, tendré presente que también soy mi padre, y el padre de mi
padre. Que soy mi madre y la madre de mi madre. Y aunque pueda ser fácil
compadecerse por las tragedias que marcaron nuestras vidas, y aunque sea
natural fijarse en los atroces momentos que nos pusieron de rodillas, debemos
recordar que si nos levantamos, que si llevamos la historia un poco más allá,
si vamos más allá, hay amor. Si vamos más allá, hay amor”.
Lo descrito es el
argumento de la película Como la vida
misma, protagonizada por Oscar Isaac, Olivia Wilde, Mandy Patinkon, Olivia
Cooke, Laia Costa, Annette Bening y Antonio Banderas. Siendo un largometraje de
lágrima fácil, la misma es una prueba más de que en muchas ocasiones me gustan
películas que a la mayoría no. Esta en concreto recibió malas críticas por
parte de los “especialistas” y, por el contrario, aceptables por parte del
público. Estas contradicciones suelen ser muy habituales, por eso no me dejo
guiar por nadie. El libro de los gustos está en blanco, dice el conocido refrán.
En mi caso, aunque no la considero ninguna maravilla, me dejó un buen sabor de
boca por la enseñanza que pude observar una vez pasada por el filtro bíblico,
como hago siempre, y que ahora voy a exponer.
Contrastes brutales
Si has prestado un
mínimo de atención –espero que te haya intrigado la sucesión de los hechos-
habrás comprobado cómo dos historias totalmente independientes terminan
confluyendo en una nueva línea. Vidas separadas que se entrelazan “por una mano
invisible”.
¿Qué es lo que vemos
en la suma de estos relatos? Unos contrastes brutales llenos de:
- Amor y tragedia.
- Tragedia y amor.
- Alegría y tristeza.
- Tristeza y alegría.
- Esperanza y desesperanza.
- Desesperanza y esperanza.
- Amor y desamor.
- Risas y lágrimas.
- Lágrimas y risas.
Quizá nunca te has parado a pensarlo, pero toma
conciencia ahora de esto: para que tú existas, para que estés respirando, para
que estés ahora mismo y en este preciso instante leyendo estas líneas en tu
ordenador, en tu tablet o en tu móvil, ¿por cuántas circunstancias alegres y
tristes pasaron todos sus antepasados –muy lejanos, lejanos, cercanos, muy
cercanos, fallecidos, vivos, presentes y ya no presentes-, hasta que
desembocaron en ti? ¡¡Millones!!
¿Te suena de algo todo lo descrito? Esta es la
historia de la vida. Esta es la historia de la humanidad. Nada más terminar de
ver la película, vino a mi mente la genealogía de Jesús: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá
engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram
engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de
Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey
David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías. Salomón
engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. Asa engendró a Josafat,
Josafat a Joram, y Joram a Uzías. Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz
a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías.
Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a
Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a
Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim,
y Eliaquim a Azor. Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. Eliud
engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José,
marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. De manera que
todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta
la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta
Cristo, catorce” (Mt 1:1-17).
En la vida de estas
46 personas –antepasados de Jesús- hubo mezcolanza de situaciones y una
amalgama infinita de emociones y sentimientos encontrados en momentos concretos
de sus vidas: dramas, amores, errores, pecados, bendiciones, llantos,
felicidad, vida y muerte. Sus circunstancias fueron peculiares y atemporales,
donde encontramos familias desestructuradas, hijos huérfanos y criados por
otros familiares, adulterios, divorcios, padres emocionalmente ausentes, etc. Muchos de ellos fueron, en términos
generales, hombres y mujeres íntegros y de honor, a pesar de sus fallos. Otros
fueron directamente lo que solemos denominar “malas personas”. Un ejemplo en
esa genealogía es el rey Roboam, hijo de Salomón. Cometió el mismo error de su
padre, al casarse con mujeres paganas, dejando de lado la adoración a Dios,
permitiendo que Israel se dividiera y se llenara de idolatría: “Cuando Roboam había consolidado el reino,
dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él” (2 Cr. 12:1).
Como dice la Biblia
“Caribe”, en el conjunto de todos ellos “varían considerablemente en
espiritualidad, personalidad y experiencia. Algunos fueron héroes de la fe,
como Abraham, Isaac, Ruth y David. Otros tenían una reputación sombría, como es
el caso de Rahab y Tamar. Muchos de ellos fueron personas comunes, como Esrom,
Aram, Naasón y Aquim. Y otros fueron malvados, como es el caso de Manasés y
Abdías”[1].
Podríamos pensar que fue
“la casualidad” lo que unió sus vidas, cuando en realidad todas estaban
entrelazadas, y cuyos actos tuvieron
consecuencias que iban más allá de sus vidas. Lo que ninguno de ellos
imaginaba es que Dios usó lo bueno y lo malo de ellos, sus aciertos y sus
errores, para conducir la historia, y así, un día, llegar al momento de la
ENCARNACIÓN de CRISTO. De entre muchas tragedias, sacó LO BUENO por excelencia:
“La obra de Dios en la historia no está limitada por los pecados humanos, y Él
obra por medio de gente común. Así como Dios usó toda clase de personas para
traer a su Hijo al mundo, Él hace lo mismo hoy para cumplir con su voluntad”[2].
La historia de Cristo
¿Fue fácil su vida?
Sabemos de sobra que ni mucho menos: siendo un bebé fue buscado para ser
asesinado. Su familia lo tuvo que llevar a Egipto, un país que no era el suyo.
No sabemos exactamente a qué edad, pero perdió a su “padre” humano: José. Sus
propios hermanos no creían en Él, e incluso le hablaban con ironía. Fue
rechazado por su pueblo, el mismo al que vino a salvar. Le insultaron de todas
las maneras posibles. No tuvo ninguna clase de privilegios. No era adinerado ni
tenía un casa que pagaba en cómodas cuotas. Entró en Jerusalén montado en un
asno. Sudó sangre ante la angustia que experimentó su alma. Lo despojaron de
sus ropas. Le escupieron. Le abofetearon. Recibió una paliza tremenda que le
llevó a quedar desfigurado. Contempló desde la cruz a su madre llorando
compungida. Teniendo poder para destruir toda la existencia humana y toda la
creación con el simple deseo de Su voluntad, entregó voluntariamente su vida
para pagar por nuestros pecados y sufrir la muerte que nosotros nos teníamos y
nos tenemos ganada a pulso.
¿Mereció la pena
tanto sufrimiento y tanto esfuerzo? Por supuesto que sí, de forma indubitable. Donde el mundo veía tragedia, desgracia y
muerte, Jesús observó todo lo opuesto: la esperanza, el gozo, la paz, el
perdón, la victoria y la eternidad. Miró más allá, POR AMOR, y eso le llevó a
soportarlo todo, como dice el autor de hebreos: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:2).
Tu historia &
¿Cómo reaccionas ante el dolor y la tragedia?
El conjunto de tu
vida hasta el día de hoy –y lo que te queda- seguro que está formada por todos
los elementos que hemos citado. Desde dramas inenarrables hasta felicidad
desbordante, pasando por todos los estados intermedios. Algunas personas pasan
por algunos momentos mejores y otras por algunos peores. Todas esas
circunstancias personales darían para escribir millones de libros con infinidad
de detalles.
No digo que el dolor,
sea del tipo que sea, tengamos que considerarlo como algo deseable o deseado al
que recibamos con palmas de alegría, ni que existan “tragedias hermosas”. O que
haya que mostrarse impasible y estoico ante el sufrimiento propio y ajeno,
porque siempre es desagradable. Digo que Dios lo usa todo a su manera con un
fin mayor del que podemos alcanzar a entender en el presente, porque en Él no
existe el azar. Lo que todos tenemos que asimilar –Y ESTA ES LA CLAVE DE TODO- es la idea que aquí sintetiza de forma
magistral Noa Alarcón: “El Señor es Señor
de la línea temporal, también. Y eso me hace pensar en todas las veces que
algo ha venido en nuestra contra para destruirnos y ha acabado siendo de
bendición. [...] no hay ninguna cosa buena en el mal que nos acecha y busca
nuestra ruina. Las desgracias, accidentes y complicaciones que nos ocurren no
se pueden disimular poniéndoles una etiqueta sonriente e insistiendo en que son
otra cosa. Su naturaleza es la que es. El grandísimo poder de Dios no
consiste en convertir algo malo en algo aceptable, sino en dejar que, aun
siendo malo, cumpla con un propósito divino alineado con el bien y la
misericordia que Él promete que nos siguen todos los días a los que estamos en
Cristo. Judas hizo mal traicionando a Jesús, y a través de eso Dios cumplió en
la cruz un propósito de salvación eterno para la humanidad. Puede que desde
nuestra perspectiva meramente humana sea todo paradójico e imposible, pero
desde la perspectiva de Dios tiene sentido, y debe bastarnos. Debe servirnos
para aprender a dejar de tener miedo y confiar en Dios”[3].
Por eso, ante esta
visión global de nuestra existencia que abarca también el dolor y la tragedia,
la pregunta sería: ¿eres consciente de que todo lo que te acontece son oportunidades
que tienes para decidir qué camino tomar? Y no me refiero a circunstancias
externas sobre las cuales no tienes control: una enfermedad, un accidente de
tráfico causado por terceros, una muerte en la familia, una catástrofe natural,
una guerra o la traición de un amigo. Me refiero a cómo reaccionas ante todo
eso. Es muy fácil contemplar cómo afrontan dos personas una misma situación
trágica, triste, desagradable o hiriente:
- Unos se alejan de Dios.
Otros, por el contrario, se acercan más a Él.
- Unos se muestran
desagradecidos ante Dios y siempre se están quejando por todo. Otros, por el
contrario, agradecen profundamente el milagro de existir.
- Unos se llenan de
amargura. Otros, por el contrario, pasan página y siguen adelante.
- Unos siguen
cometiendo los mismos errores. Otros, por el contrario, aprenden de ellos y los
corrigen.
- Unos se enfrascan
en el pecado, acallando sus conciencias. Otros, por el contrario, cada día
quieren ajustarse más y más a la voluntad de Dios.
- Unos, a pesar de
que su fecha de nacimiento indica lo contrario, siguen siendo emocional y
espiritualmente infantes. Otros, por el contrario, crecen interiormente a pesar
de todo, incluso de lo que no entienden.
- Unos se hacen más y
más amigos de aquellos que le incitan a vivir de forma contraria a los
designios de Dios. Otros, por el contrario, se rodean de amigos que buscan
“primeramente el reino de Dios y su justicia”.
- Unos copian lo malo
que observan. Otros, por el contrario, hacen justo lo opuesto para no caer en
vilezas.
- Unos responden con
maldiciones a aquellos que les han maldecido. Otros, por el contrario,
aprovechan la ocasión para bendecirlos.
- Unos no se sirven
de los hechos negativos para aprender. Otros, por el contrario, maduran,
incluso usando lo que les ha hecho daño.
Por eso, más temprano
que tarde, se comprueba que unos crecen en el Señor y otros menguan; unos
aprenden, crecen y se vuelven más sabios y otros se llenan de sabiduría
mundana. Unos avanzan y otros retroceden. Unos caminan por el camino ancho que
conduce a la perdición y otros por el estrecho que les lleva directo a la meta
de nombre “vida eterna”.
Así seguirá siendo en
lo que respecta a tu vida: deberás tomar continuas decisiones, tanto a
pequeñísima escala como a escalas enormes. Y todo porque vendrá a ti tanto lo
bueno como lo malo, a pesar de que haya grupos “megaespirituales” que proclaman
con frases antibíblicas que ellos se librarán, como si no supieran que vivimos
en un mundo caído y que es parte del precio a pagar. Y si no que se lo digan a
los héroes de la fe, que “fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin
de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a
más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a
prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de
pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los
cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por
las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque
alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo
prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no
fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (He. 11:35-40).
Job, el cual pasó por circunstancias terribles,
comprendió perfectamente la realidad del mundo, y por eso dijo: “¿Recibiremos
de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job. 2:10).
Todo tiene un porqué.
Todas las vidas de todos los seres humanos de todos los tiempos, de una manera
u otra, están entrelazadas y forman parte de un puzzle de proporciones
gigantescas que únicamente Dios contempla en su totalidad.
Hoy es un nuevo día
para que uses todo lo que te rodea, incluso el dolor del pasado o del presente,
como fuente de aprendizaje. ¿Qué harás al respecto? ¿Sobre dónde asentarás tu
vida, tus creencias, tus emociones y tus pensamientos? ¿Sobre la arena o sobre
la roca, que es Cristo mismo? ¿Te quedarás anclado en tu propia humanidad o te
alzarás más allá, poniendo tu mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe?
Por mi parte, lo tengo claro desde hace dos décadas. Por eso, “prosigo a la
meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14).
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