jueves, 24 de octubre de 2013

¿Odiando a nuestros enemigos?

De izquierda a derecha:
- Inés del Río: 19 asesinatos, cinco atentados con muerte y 107 asesinatos frustrados, entre otros delitos. En la imagen, los cuerpos del comandante Ricardo Sáenz de Ynestrillas y del soldado conductor Francisco Casillas.
- Henri Parot, condenado a 1.118 años. En la imagen, bomberos observan los restos de la casa cuartel de la Guardia Civil del barrio de La Jota, destruida en el atentado de ETA en Zaragoza del 11 de diciembre de 1987, en el que murieron 11 personas.
- Domingo Troitiño, activista del comando Barcelona de ETA, condenado a 1.118 años. En la fotografía, miembros de los servicios de emergencias preparan bombonas de oxígeno para entrar en los grandes almacenes de Hipercor de Barcelona, tras el atentado de ETA, el 19 de junio de 1987.
- Antonio Troitiño, condenado a 2.200 años. En la fotografía, el atentado de ETA del 14 de julio de 1986, contra un autobús con alumnos de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil en la plaza de la República Dominicana de Madrid. Nueve guardias civiles murieron y otras 56 personas resultaron heridas.
- Juan José Legorburu, condenado a 746 años. En la fotografía, estado en que quedó el coche de la Policía Nacional tras la explosión de una trampa bomba que causó la muerte del policía Francisco Miguel Sánchez y de un niño de 14 años, Alfredo Aguirre, que circulaba con su bicicleta. El atentado se produjo en Pamplona, el 30 de mayo de 1985.
- Juan Carlos Arruti, condenado a 1.285 años. En la imagen, atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en la localidad de Llodio (Álava), que destruyó parcialmente la instalación, pero no produjo víctimas mortales. Este atentado coincidía con el primer día de la Cumbre de la Comunidad Europea que se celebraba en Madrid, 26 de junio de 1983.
- Santiago Arrospide Sarasola, condenado a más de 3000 años. En la imagen, dos guardias civiles murieron por la explosión de una bomba adosada al vehículo Nissan Patrol con el que habitualmente hacían sus rondas de vigilancia en Sallent de Gállego (Huesca). El atentado perpetrado por ETA, el 20 de agosto de 2000, con una "bomba lapa" ocasionó la muerte instantánea de Irene Fernández Pereda y produjo heridas de carácter muy grave a José Ángel de Jesús Encinas, quien murió durante su traslado al Hospital de San Jorge de la capital oscense.
- Inmaculada Noble, condenada a 397 años. En la imagen, el cuerpo de un guardia civil yace bajo una manta y su tricornio tras el atentado contra un Land Rover en la esquina de las calles de Juan Bravo y Príncipe de Vergara de Madrid, el 25 de abril de 1986, tras el atentado de ETA que costó la vida a cinco personas.
- Afganos defensores de Bin Laden y un miembro neonazi del Ku Klux Klan.

¿Qué es lo que sientes cuando ves estos rostros y las consecuencias de sus actos bárbaros? ¿Indignación? ¿Desprecio? ¿Odio? ¿Rabia? ¿Amargura? ¿Dolor? ¿Impotencia? ¿Una mezcla de todo?
Hace unos días, el Tribunal de Estrasburgo mandó a la Justicia Española excarcelar a Inés del Río, miembro de la banda terrorista ETA, que fue condenada a casi cuatro mil años de cárcel por veinticuatro asesinatos. Pienso que ante tales delitos, la pena debería ser la Cadena Perpetua. A diferencia de Juan Calparsoro, Fiscal Superior del País Vasco, no creo que una persona que asesinó a 24 personas haya pagado con la sociedad tras 26 años de prisión (ni siquiera con los 30 que iba a cumplir como máximo), y más cuando ni siquiera hay arrepentimiento. Pero lo dicho, es mi opinión personal, que podrá ser o no compartida.
Desde la excarcelación, la indignación se ha extendido por las familias de las víctimas y por buena parte del pueblo español. En algunos casos, las reacciones han sido viscerales, fruto de la propia humanidad que exige que la justicia rectifique.
Tenemos que decir algo que todos sabemos: los etarras no son los únicos que predican el mal en su pura esencia. Hay miles y miles de otras organizaciones que promulgan ideas iguales o peores: grupos fascistas y neonazi, terroristas integristas que procuran la muerte de los infieles (Hamas, Hezbolá, Al Qaeda, etc.), miembros del Ku Klux Klan, líderes sectarios que engañan a miles de personas con falsas promesas, entre otros muchos. El primer sentimiento que nos embarga en muchas ocasiones es el de odio hacia las personas que forman parte de estos grupos, hasta el punto de que podemos llegar a desearles lo peor: la muerte.

Saulo, el terrorista
Es aquí donde los cristianos debemos refrescar la memoria con el caso de un “cabecilla” terrorista del primer siglo, para que volvamos a recuperar la lucidez y tener la perspectiva correcta. Su nombre es Saulo de Tarso, más conocido como el apóstol Pablo, al que la inmensa mayoría de nosotros admiramos y tenemos de ejemplo. ¿Saulo un líder terrorista? Dice la Biblia: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch. 8:3). Es el mismo Saulo que consentía en la muerte de Esteban cuando lo estaban apedreando (cf. Hch. 8:1). Es el mismo Saulo que fue al sumo sacerdote pidiéndole autorización para apresar a los cristianos que pudiera encontrar en Damasco (cf. Hch. 9:2). Su mismo ser “respiraba” amenazas y muerte contra los discípulos (cf. Hch. 9:1). Él les daba caza. Visto así, es la descripción misma del líder de una organización terrorista. Estaba completamente convencido de que estaba haciendo lo correcto. Una especie de Inés del Río y todos los que piensan como ella a lo largo y ancho del planeta Tierra. ¿Qué le ocurrió?: “Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:13-15). Una de las personas que escribió buena parte del Nuevo Testamento se reconoció como el primero de los pecadores. ¡Pero cómo lo usó Dios después de arrepentirse!

El deseo de Dios
Expuesto este caso, es aquí el lugar donde debemos trazar la línea: odiamos a nuestros enemigos que nos odian y nos desean lo peor, o los amamos tal y como nos enseñó Jesús. Y vuelvo a insistir: no reclamo libertad para ellos ni de lejos. Líneas atrás ya dije lo que pienso de la cadena perpetua. Es más, si estos terroristas, sean quienes sean, no se arrepienten estando en vida, irán al infierno de cabeza, lugar donde será el llanto y el crujir de dientes por la eternidad (cf. Lc. 13:28). Pero lo uno no quita lo otro. ¿Cuál es el deseo en el corazón de Dios?: “No quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ez. 33:11). En palabras más coloquiales sería: “Pero yo, el Señor, juro por mi vida que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva” (versión “Dios habla hoy”). ¿Es ese nuestro deseo?
Es muy fácil hacer el bien al que te hace igualmente bien. La vida te sonríe y tú le devuelves la sonrisa. Pero, ¿y cuándo caen rayos sobre nosotros o vemos el sufrimiento que los malos causan a otros?
Cuento de mi propia experiencia y del trato con personas muy complicadas: durante los meses de verano, trabajo como Coordinador en el puerto de mi ciudad (Algeciras) en la llamada “Operación Paso del Estrecho”. Hay días de auténtica locura, y más si coincide con el Ramadán: más de 1000 coches procedentes de diversos lugares de Europa entrando a la hora no es poca cosa. Hay momentos en que el Puerto no da más de sí y las autovías de acceso se colapsan. En mi caso, tengo que organizar una y otra vez a un grupo de trabajo de 16 personas en función del trabajo del momento. Recibo de 50 a 80 llamadas al móvil de las compañías navieras y de la Policía Portuaria en las ocho horas de mi turno, más todas aquellas que yo tengo que realizar. Y hay semanas que no tengo ni cinco minutos para sentarme y comerme un bocadillo. Basta un descuido de pocos segundos para que el caos se apodere de la situación. A todo esto súmale una temperatura infernal. ¿Cómo te sentirías si, a todas estas condiciones, le añades unos viajeros de mayoría musulmana que vienen extremadamente cansados del viaje, de mal humor, que desean entrar los primeros en los barcos aunque hayan llegado los últimos, que si no complaces sus antojos te insultan y desprecian a las mujeres y a tu patria? Te puedo asegurar que la tensión se palpa en el ambiente. En casos extremos, y después de muchos años, he visto a compañeros perder el conocimiento de una insolación, vomitar del cansancio acumulado, a otros ser agredidos, manifestaciones espontáneas agresivas de decenas de personas porque sus barcos se retrasaban y que han provocado la intervención de los antidisturbios de la Guardia Civil, etc. He visto de todo y yo mismo me he tenido que encarar verbalmente con alguno en más de una ocasión cuando no obedecen o le faltan el respeto a algún compañero bajo mi cargo, algo que no consiento. Pero allí, en medio de todo ese “fuego”, tengo que actuar por principios y no por lo que puedo sentir en momentos concretos, porque a veces uno se siente como Juan y Santiago (“los hijos del Trueno”), quienes le preguntaron a Jesús si podían pedir fuego del cielo para que consumiera a los samaritanos. Pero, ¿qué les contestó Jesús, reprendiéndoles?: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois;  porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lc. 9:54-56).

¿Odiar o amar?
Dice en Proverbios que “el corazón del justo piensa para responder” (Pr. 15:28). Siendo consciente de las veces en que he cometido una “metedura de pata” (y de lo mal que me siento por ello), cada día que voy al trabajo “pienso” con antelación cómo debo comportarme para no dejarme arrastrar por las circunstancias que se puedan dar: mostrar empatía, ser asertivo pero educado y ayudar en la medida de mis posibilidades a todo el que me lo demande. Me siento satisfecho cuando me dicen que extienda felicitaciones a todo el grupo por el buen trabajo realizado, pero mi mayor satisfacción es, aun con mis errores, saber que en términos generales he tenido la oportunidad de “amar al enemigo”, aun cuando se ha mostrado hostil hacia mí.
¿Odiar a Inés del Río? ¿Odiar a los asesinos? ¿Odiar a los terroristas? ¿Odiar a los pro-abortistas? ¿Odiar a los integristas que me matarían si pudieran? ¿Odiar a los que yerran en sus doctrinas? ¿Odiar al que nos critica sin saber que lo estamos oyendo? ¿Odiar al conductor que nos adelanta como un loco? ¡No, no, no, no y no! ¿Nos dejaremos llevar por sentimientos que claman por venganza? Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?” (Mt. 6:43-46).
¿Quiénes somos nosotros para desear el mal a alguien? La venganza es de Dios (Ro. 12:19). Podemos exigir justicia, y así lo hacemos (la misma que sigo demandando contra Bashar al-Asad y otros como él), pero no tenemos ningún derecho a condenar a la perdición eterna a alguien a quien Dios quisiera que se arrepintiera.
Tenemos que tomar consciencia una vez más de las palabras de Esteban mientras caían las piedras que terminaron por causarle la muerte: “Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hch. 7:60). ¿Qué dijo Jesús en la cruz?: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34).
Y nosotros, ¿qué haremos ahora? ¿Qué actitud tomaremos desde este instante? ¿Desearemos que Dios les muestre el camino como hizo con Pablo de Tarso? ¿Pediremos por su salvación? ¿Actuaremos ante ellos de la mejor manera posible? ¿Rogaremos al cielo para que podamos verlos a través del amor de Dios?



martes, 22 de octubre de 2013

¿Todo es relativo?




Vivimos en la “Era” conocida como “Postmodernista”, que se caracteriza por ser la cuna de:

La sociedad atea, que reniega de Dios o directamente niega su existencia.
La sociedad materialista y de consumo, en la cual lo valioso es tener y poseer en función de nuestra capacidad adquisitiva.
La sociedad hedonista y del ocio, donde la búsqueda del placer y la diversión se convierten en la máxima prioridad.
El culto al físico, por lo cual se nos mide (y nos medimos) en función de nuestra apariencia externa.
La pluralidad religiosa, con un extenso catálogo de diversas filosofías y múltiples religiones a las que podemos “subscribirnos”.

A esta "Era" le antecedió el llamado “Modernismo”, que trató de lograr un mundo mejor por medio de la razón humana, pasando a ser el hombre el centro de todo interés, buscando su bienestar social y dejando a Dios de lado. La religión se consideraba un estorbo para alcanzar su fin principal, que era la felicidad, la cual se lograría erradicando la ignorancia, los males sociales y las supersticiones religiosas. Ante el fracaso de esta utopía, surgió el “Postmodernismo”, en el cual cada ser humano es libre de tener su propia visión del mundo y, por lo tanto, no se considera que exista una única verdad. En consecuencia, los valores morales son relativos y sujetos a la interpretación personal. Este es el mundo postmoderno en el que vivimos. En general, hemos pasado del periodo “Teocéntrico” (donde Dios era el centro de todo) al “Antropocéntrico” (donde el hombre es el foco principal).
Las consecuencias de los “valores relativos” y que dependen de cada persona ha traído las consecuencias que podemos ver en esta imagen (son como hojas secas):  




El psiquiatra Enriques Rojas nos muestra cómo afecta a la humanidad el libertinaje del que nos hemos adueñado: “La permisividad es un estilo de pensamiento en el que todo vale y cualquier cosa es posible con tal de que a uno le guste. La permisividad y el relativismo son dos disolventes de la conducta, que hacen que el ser humano quede a merced de los caprichos y sentimientos del momento [...] El hombre sin valores vive huérfano de humanismo y de espiritualidad. Es el hombre ligth, al que solo le interesa el sexo, el dinero, el poder, el éxito, el pasarlo bien sin restricciones y la permisividad ilimitada. Por ese camino se suele llegar a una saturacion de contradicciones que desembocan en el vacío. Es el culto a la tolerancia total, la permisividad como religión, cuyo credo es una enorme curiosidad por todo, donde lo importante son las sensaciones dispersas, que desembocan en una indiferencia por saturación de incoherencias” (Cita de El hombre light).
¿Qué ocurre cuando alguien quiere jugar al fútbol con las manos? Que le pitan falta. Y podría argumentar: “Bueno, pero es que yo quiero jugar con las manos”. Y la respuesta sería de pura lógica: “Muy bien, trata de jugar con las manos, pero que sepas que no podrás jugar al fútbol de esa manera porque hay unas normas iguales para todos”. En el mundo sucede exactamente lo mismo. ¿Por qué hay normas de circulación? ¿Por qué hay una Constitución en los países democráticos? Para que haya un orden en la sociedad. Cuando las personas se salen de esas normas tienen que pagar unas consecuencias, y ahí aparece el Código Penal. Con Dios sucede igual: Cuando estableció unas leyes no era para aguarnos la fiesta, sino para que todo fuera bien. El caos que vemos en el mundo en todos los ámbitos (corrupción, vidas vacías, inmadurez, libertinaje sexual, infidelidades, diferencias abismales entre pobres y ricos, abortos, violaciones, asesinatos, adiciones, etc.) es el resultado de vivir de espaldas a esas leyes que Dios estableció. Es la consecuencia directa de haber quitado a Dios del puesto de “director de orquesta” de nuestras vidas, situándonos nosotros en su lugar. Teniendo Dios tres atributos: la Omnipotencia (todo lo puede), la Omnipresencia (está en todas partes al mismo tiempo), y la Omnisciencia (todo lo sabe, hasta los pensamientos más profundos), ¿no crees que Él mejor que nadie para saber qué nos conviene y qué no?
A lo que Él llama “malo”, nosotros lo llamamos “bueno”. Si Él dice algo, nosotros le llevamos la contraria. Si Él habla de juzgar los hechos pero no a las personas, nosotros hacemos lo opuesto; Si Él habla de ser humildes, nosotros miramos a algunos por encima del hombro; Si Él habla de no ser chismosos, nosotros disfrutamos con los chismes como un niño lo hace con un caramelo; Si Él habla de quitar la amargura de nuestro corazón, nosotros la guardamos de por vida; Si Él habla de contentarnos con lo suficiente, nosotros compramos compulsivamente; Si Él habla de mostrarnos agradecidos por lo que tenemos, nosotros pensamos en lo que no tenemos; Si Él habla de cuidar nuestra salud, nosotros consumimos sustancias que provocan enfermedades y muertes como la llamada “droga blanda” (el tabaco); Si Él nos permite disfrutar del vino, nosotros lo usamos para “coger el puntito” o directamente emborracharnos; Si Él habla del respeto a la vida, nosotros hablamos del derecho de la mujer a decidir asesinar al bebé que lleva en su vientre; si Él habla de la fidelidad matrimonial, nosotros hablamos de la “canita al aire” o de estar juntos “hasta que nos cansemos el uno del otro”; si Él habla del amor y el sexo dentro de la relación conyugal, nosotros hablamos del sexo sin amor como una opción más antes del matrimonio; si Él habla de decir siempre la verdad, nosotros decimos de vez en cuando “mentirijillas” cuando nos conviene. Nada de esto podemos negarlo ante nosotros mismos. En consecuencia, estamos lejos de Dios (como ya vimos: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
¿Crees que Dios me prohíbe diversiones sanas o que me aburro? ¿No sabes que me encanta hacer deporte, los parques acuáticos, leer, escribir, el cine actual y clásico, disfrutar de una buena cena con amigos, ver la “Champions”, relajarme en la piscina, entre otras muchas cosas? ¿De verdad piensas que Dios nos quiere fastidiar y quitar la diversión? ¿No será que nosotros somos los que nos hemos apartado de su camino y ya vemos el mal como algo natural? ¿Y nos quejamos de falta de libertad? ¡Ahí tenemos la libertad de hacer lo que queramos! Ahí están las evidencias y ahí también están las consecuencias. ¿Queremos ir por libres? Él nos deja, pero ahí el caos que observamos. Creemos como los judíos, que no nos pasaría nada por hacer lo que no quisiéramos: “Negaron a Jehová, y dijeron: Él no es, y no vendrá mal sobre nosotros, ni veremos espada ni hambre” (Jeremías 5:12). Y, como casi siempre, nos equivocamos.
Creer que Dios es una especie de “Policía Antidisturbios”, que prohíbe, reprime y golpea sin piedad, y que nos coarta la libertad, es un grave error. Esto simplemente es un prejuicio que se ha instalado en la mente de los seres humanos, una idea global que se ha transmitido como un virus por el aire de persona a persona. Pero Él no es así. La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y quiere lo mejor para nosotros.
En lugar de seguir culpando a Dios de los problemas humanos, tenemos que mirarnos a nosotros mismos. Ahora eres tú quien elige qué camino quiere seguir: el de la sociedad “postmodernista”, vacío y carente de significado; o el de Dios, que satisface plenamente y llena tu vacío: “Yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal [...] he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:15, 19).
Sus valores no son relativos, sino superiores a los que te puedas imaginar. En tus manos está escoger.