lunes, 22 de enero de 2018

Por favor, dime lo bueno que soy, que me quieres, y hazme sentir especial



Esta sección del blog está dedicada a mostrar “la otra cara de la moneda” en cuestiones que, por norma general, únicamente se muestra una de ellas.
  
Vivimos en una sociedad donde cohabitan millones de individuos que son negativos en grado sumo. Y esa negatividad la expresan principalmente de varias maneras:

- Tienden a criticar a todo el mundo a la mínima ocasión, sea de frente o por la espalda.
- Señalan sistemáticamente los errores y defectos que ven en el prójimo, y nunca –o casi nunca- destacan sus virtudes.
- Alzan su voz cuando se les lleva la contraria.
- Se hacen las víctimas cuando se las quiere corregir de buena fe.
- Siempre piensan lo malo de los demás y creen que esconden malas intenciones.

Emocionalmente pocas cosas son más agotadoras que tener alrededor de uno a este tipo de personas, sea en el lugar de trabajo, en los estudios o dentro de la propia familia. Boicotean la salud mental de los que se acercan y contagian a los demás que, sin darse cuenta –a menos que sean conscientes del problema-, pueden verse arrastrados al mismo juego pernicioso. Suelen darse de forma muy habitual en los típicos corillos que se forman alrededor de una taza de café para murmurar de fulanita y menganito, señalando cuán malo es y cuántos defectos tiene, aunque las acusaciones sean completamente falsas o magnificadas al extremo. Pueden parecer pastelitos de crema ya que son dulces al paladar pero resultan veneno para el corazón: Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas” (Pr. 18:8).
Algunas de estas personas pueden tener un carácter agrio y arisco, pero por norma general son normales y corrientes, incluso muy simpáticos y agradables en otras circunstancias, con la salvedad de que tienen este distinguido rasgo de críticar de forma muy marcada. Por eso pueden convertir un hogar tranquilo en un infierno de disputas continuas y un lugar que debería ser de quietud en uno del que se quiere huir, ya que la paz brilla por su ausencia. Son capaces de destruir el amor propio, la autoestima, las amistades, la familia, los noviazgos, los matrimonios, las relaciones entre compañeros, e incluso ser piedra de tropiezo en cuanto a la fe: Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada. [...] cava en busca del mal, y en sus labios hay como llama de fuego. [...] levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Pr. 12:18; 27-28).
La presencia de alguien así puede ser un martirio y difícil de soportar a largo plazo. Por eso, si estás en el bando de los que sufren o has sufrido a este tipo de individuos, estas líneas van dirigidas a ti –partiendo de la base de que el mismo Jesús padeció el mismo trance a lo largo de su ministerio público-, ya que puedes estar buscando compensar las críticas negativas hacia ti de una manera errónea y ni siquiera saber el porqué.

¿Por qué hay personas tóxicas?
En términos bíblicos, la pregunta es sencillísima de contestar ya que basta con citar a Pablo: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Ro. 3:10-18).
Todos nacemos con una naturaleza caída que nos hace propensos al mal y con debilidades. La única diferencia es que unos alimentan una parte de esa naturaleza y otros alimentan otra; de ahí que se manifiesten distintas obras según a qué parte se le dé de comer: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías” (Gá 5:19-21). De ahí que haya personas que puedan ser bondadosas y, sin embargo, estar teniendo relaciones sexuales sin estar casados. O puede que sean buenos esposos, pero que sean airados con sus empleados. O que sean dadivosos con todo el que les pide algo, pero que cada fin de semana se emborrachen hasta no poder ni caminar. O que sean muy cariñosos con sus amigos, pero crean en puras herejías.
En el caso del que estamos hablando –la crítica constante hacia los demás- es una obra más de la carne. Y esto sucede en todos aquellos que no han nacido de nuevo, quienes no tienen a Dios en sus vidas y/o no se rigen por sus principios. Pueden tener tal grado de ceguera que les incapacite para ver las virtudes en otros. 
Cuando es un cristiano el que se comporta de dicha manera, el asunto ya es bastante grave. Demuestra inmadurez y una doble cara.

La manera en que muchos buscan contrarrestar la negatividad que reciben
Más de una vez habrás leído de mi pluma decir que toda actitud tiene un porqué, una explicación, una causa velada, un motivo que se esconde detrás de todo, sea justificable o no. Y aquí lo vemos una vez más: ante tanta negatividad a nuestro alrededor, sea a nivel social o personal, los seres humanos buscan métodos de autocompensación: si tienen superávit de críticas negativas, buscarán elogios; si no tienen autoestima, buscarán alguien que se las proporcione; si son desaprobados por sus familiares (padres, hermanos, tíos, etc.), buscarán aprobación en otras personas. Sintetizando la idea, buscarán en otro lugar lo que desean: “por favor, dime lo bueno que soy, que me quieres y hazme sentir especial”.  
Todo esto es algo que se comprueba con una claridad rotunda en las fotos que se suben a las redes sociales: 

- Se observa a millones de chicos y hombres adultos que suben fotos y vídeos con una camiseta de tirantes –o directamente sin ella- marcando músculos en el gimnasio. ¿Dónde quedó la verdadera hombría que no dependía del físico?
- Se observa a millones de chicas jóvenes y mujeres adultas agotando la batería de sus móviles haciéndose selfies prácticamente desnudas y en poses sensuales, sea en bikini, en vestidos minimalistas o en escotes hasta el ombligo. ¿Dónde quedó el pudor sano?
- Se observa a millones de parejas dándose apasionados besos en ambientes y paisajes idílicos. ¿Dónde quedó la intimidad y la exclusividad?
- Se observa a millones de adolescentes mostrándose con sus trajes de gala en medio de fiestas/discotecas/pubs/botellonas, como si eso proporcionara caché.
- Se observa a padres exhibiendo a sus hijos semana tras semana como si fuera un juego –aunque sea de buena voluntad y por orgullo- en el que los pequeños no tienen conciencia ni voto para decir si quieren exponerse públicamente ante desconocidos. Estos progenitores han perdido todo sentido de discreción. ¿Dónde han quedado los álbumes familiares de fotos –o la tablet si queremos apurar- que se enseñaban únicamente a los seres más cercanos?
Ya se han dado varios casos de hijos que han denunciado a sus padres por subir fotos de ellos a las redes sociales (http://www.abc.es/sociedad/abci-condenan-madre-subir-fotos-hijo-facebook-201801181003_noticia.html; https://www.lavozdegalicia.es/noticia/tecnologia/2016/09/15/denuncia-padres-subir-facebook-fotos-infancia/0003_201609G15P69995.htm). Esto es algo que, si no se le pone remedio, sucederá con mayor asiduidad en el futuro cuando los pequeños vayan creciendo y vean la realidad de las que les han hecho partícipes sin desearlo.
- Se observa a niñas –sí, niñas- colgando vídeos en youtube donde ellas mismas se graban despertándose, levantándose de la cama, vistiéndose, cepillándose los dientes, peinándose y desayunando. Una especie de “Show de Truman”, donde a saber qué tipo de “espectadores” hay al otro lado de la pantalla. ¿Dónde quedó el sentido común?

En muchas ocasiones todo esto es como una especie de montaje cinematográfico: se muestra la imagen que se quiere proyectar –una mera apariencia-, que oculta la realidad y los problemas reales, y se fuerzan las circunstancias para que parezcan naturales cuando es creado artificialmente.  

¿Para qué?
¿Qué buscan con todo esto? Antes de dar una respuesta “made in siglo XXI”, mostraré varios textos bíblicos donde Jesús hablaba de los hipócritas:  

- “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos” (Mt. 6:1).
- “Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres” (Mt. 6:2).
- “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres” (Mt. 6:5).
- “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan” (Mt 6:16).

¿Estoy queriendo decir que aquellos que suben fotos y vídeos a las redes sociales son hipócritas per se? No, para nada. Es más: hay muchas fotos que no tienen nada de malo y solo buscan compartirlas con las amistades cercanas. Así que no es ahí donde quiero dirigir mi atención, sino a la conjunción “para” que he resaltado en negrita. ¿Para qué...

hacían justicia?: para ser vistos (vr. 6:1).
daban limosna?: para ser alabados (vr. 6:2).
oraban?: para ser vistos (vr. 6:5).
ayunaban?: para mostrar (vr. 6:16).

La finalidad no era hacer justicia, dar limosna, orar y ayunar. Todo eso era un medio para alcanzar un fin:

1) Mostrarse a sí mismos.
2) Ser vistos.
3) Ser alabados.

En definitiva: el autobombo, la vanidad y la exaltación del ego. Como en aquella época no existía facebook ni Instagram, se hacía todo en directo.
Es lo mismo que nos encontramos en este siglo pero de forma digital: niños, niñas, jóvenes y adultos que suben los tipos de fotos y vídeos que hemos citado con anterioridad, con el propósito de obtener afirmación y autoestima. Buscan leer este tipo de expresiones: 

- “¡Qué guapa eres y que tipazo tienes!”.
- “¡Qué cuerpazo te has formado a base de ejercicio, hombretón!”.
- “¡Que buena pareja formáis!”.
- “¡Qué divertido eres!”.
- “¡Qué ricura de hijos has criado!”.
- “¡Qué bien te lo pasas!”.
- “¡Qué vestido más bonito te has comprado!”.

En definitiva, se vende la intimidad de forma pública ante cientos de personas que no se conocen más allá de Internet para recibir un alimento que consiste en cariño, aprecio, admiración y un sucedáneo de amor. Todo ello de forma cibernética: con palabras escritas, “me gusta”, pulgares arriba, corazoncitos y emoticonos. Hasta que no lo consiguen, la ansiedad que sienten no se calma. Y así hasta la próxima vez que suben una foto. Si no reciben lo que buscan, se sienten mal consigo mismos, infravalorados e ignorados.
Y en ambientes “cristianos” se anhela lo mismo: que les digan “que iglesia más bonita tienes”, “que coro más impresionante”, “que bien predicas”, “que bien cantas”, “qué de obras lleváis a cabo”, “cuánta bondad mostráis con los necesitados”, como ya vimos en El cristianismo convertido en un show para el beneficio y el lucimiento personal (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/01/el-cristianismo-convertido-en-un-show.html). La línea que separa “dar a conocer la obra de Dios” de la “vanidad” es muy fina.

¿Sano o enfermizo?
Muchos psicólogos llevan ya años advirtiendo de los peligros y las dependencias emocionales que provoca todo lo que hemos reseñado hasta ahora, junto al hecho de “contemplar” las vidas ajenas y las comparaciones consecuentes que se hacen con la propia.
Por ejemplo, la psicoterapeuta Mariela Michelena en su libro Me cuesta tanto olvidarte dice que “mientras más tiempo dediquemos a mirar las fotos de otros, más riesgo tenemos de desarrollar cierto sentimiento de envidia (nada sana)”. Otros estudios afirman que “Facebook te puede hacer creer que la vida de los otros es más interesante que la tuya y que, por contraste, eres un aburrido. [...] La gente tiende a atribuir a los contenidos positivos publicados por otros la categoría de estado permanente cuando la mayoría de las veces se trata de situaciones circunstanciales. [...] La gente no sube cualquier foto a Instagram, solo imágenes bonitas, originales, molonas, incluso algunos usuarios tienen un pretendido sentido artístico en su selección. [...] Tú haces lo mismo pero quizás alguna vez te dé por pensar que el resto de la humanidad vive permanentemente en un atardecer de Bali. Nada es feo en Instagram, son imágenes idealizadas de uno mismo. ´Una foto es muy poderosa, crea una comparación social inmediata y produce sentimientos de inferioridad`, dice a Slate Magazine Hanna Krasnova autora del estudio They are happier and having better lives than I am: The impact of using Facebook on Perceptions of other's life”[1].
Por lo tanto, la pregunta que tenemos que hacernos es si es sano o enfermizo para el alma exponer la propia vida para recibir likes y aumentar el número de seguidores, mientras se compara con la de otros. Si eres completamente sincero contigo mismo ya sabes la respuesta, pero te ofreceré la mía haciendo un juego de palabras: una cosa es que te digan algo bonito sin buscarlo y sin lucirse, y otra muy distinta es hacer algo para que te digan palabras bonitas. Lo primero es sano, natural y agradable. Lo segundo es forzado y emocionalmente insano. ¿Por qué? Pues porque estás dejando en manos de otros tu estado de ánimo y tu valor como persona. La intención y lo que se busca es lo que lo cambia todo y le da un matiz u otro.
En los casos más graves se puede llegar al suicidio: personas que se sintieron despreciadas e incomprendidas y no pudieron aguantar la presión. Podría citar muchos casos, pero con el de Amy “Dolly” Everett es suficiente: una modelo australiana de 14 años que se suicidó hace unos días abrumada por el bullying que padecía en Internet. En lugar de atender a las voces correctas, escuchó, leyó y creyó las palabras contra ella. Dejó que otros le dijeran quién y cuál era su valor. Durísimo.
Hazte también estas preguntas como complemento: cuando publicas algo, ¿buscas bendecir a otros desinteresadamente o que te elogien? ¿Das like buscando recibir a cambio otro like? ¿Castigas sin like al que no te da like? ¿Buscas trascender, prestigio social, caché o aparentar lo importante que eres por medio de una foto? ¿A más like mejor te sientes, y a menos peor? Y como conclusión: ¿te das cuenta de cuán absurdo es todo esto y de cómo una trivialidad te esclaviza?[2]
Los padres deben tomar seriamente esto en cuenta, ya que los que andan a la caza de aceptación en las redes no son un buen ejemplo para sus hijos en esta área –aunque sí los sean en otras muchas- y deberían rectificar lo antes posible para no transmitirles la misma idea errada. Deben reeducarse ellos mismos y educar a sus hijos en otros valores, algo que veremos en otro escrito cuando analicemos a los “famosos” que tienen los retoños por modelos muy desafortunados.   

Tu lugar y tu valor están en Dios
Hace más de una década comprendí y aprendí que no podía dejar que mi valor como persona y como cristiano dependiera en absoluto de las opiniones ajenas. A lo largo de mi vida me han dicho piropos bonitos y casi siempre de las personas más inesperadas, pero también me han dedicado palabras que, en su momento, me dejaron hecho añicos. Por eso no puedo –ni podemos- depender de la aprobación o desaprobación de los demás, sean quienes sean. Si las 7000 millones de personas que habitan en este planeta te conocieran en profundidad, habría 7000 millones de opiniones sobre ti. Algunos te amarían y te admirarían; otros te odiarían y te mirarían con mala cara. ¿Qué harías entonces si hicieras caso a ambos pareceres? ¡Te volverías loco! Un día saltarías de alegría y a los pocos segundos te darían ganas de tirarte de la parte más alta del Golden Gate.
A Jesús le dijeron que era un borracho, hijo del diablo y que sus obras procedían de este ángel caído. Le abofetearon y le azotaron, mientras se burlaban y le escupían. Otros dijeron sobre Él que era el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel y el Mesías prometido, y una mujer derramó su perfume sobre su cabeza. Dos actitudes completamente opuestas. Si Jesús le hubiera hecho caso al primer grupo, habría ido al psiquiatra con una depresión tremebunda.
Si hubiera nacido en el siglo XXI no hubiera buscado aprobación y amor en las insustanciales redes sociales, subiendo una foto con sus amigos de vacaciones o luciendo un nuevo peinado. Hubiera hecho exactamente lo mismo que hizo hace 2000 años: acudir al Padre. A Él le bastaba y le sobraba con estas palabras: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). ¡Jesús, también en este aspecto, es el ejemplo PERFECTO a seguir por todo el mundo!
Me encanta cuando dice en Mateo 6:8: “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Creer que estas palabras de la oración del Padre Nuestro se limitan a lo externo es ser muy simplistas. Dios también sabe de tu necesidad de amor, de aceptación y de valoración, sin necesidad de recurrir a fuentes externas. Todo eso te lo dio en la cruz. Como dice Salvador Menéndez en su libro La esencia del cristianismo: “El amor de Dios es tan grande que no se puede medir ni calcular. Para que Dios actuara así tuvo que ver algo muy hermoso y muy valioso en los seres humanos. Nadie nunca, aparte de Cristo, ha visto a un ser humano con los ojos de Dios. Cristo vio la dignidad cuando otros veían la vergüenza, Cristo vio la belleza más allá de la lepra, Cristo vio la vida cuando otros se centraban en la enfermedad y en la muerte, Cristo vio el futuro cuando otros veían su presente o el desastre de su pasado. Nada es más importante para Dios que un ser humano”[3].
No es en un chat, en facebook o en Instagram donde debes buscar ese amor que  anhelas, porque, parafraseando la conversación entre Cristo y la mujer samaritana, es agua que te volverá a dar sed, “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (cf. Jn. 4:14). ¡Jamás! 
¡Ya tienes la aprobación de Dios! ¡Ya tienes el reconocimiento de Dios! ¡Ya tienes el amor de Dios! ¡Él es quien de verdad te valora! Ahora tienes que ser consciente de esta realidad para aceptarla, interiorizarla y hacerla tuya. Bienaventurado serás al creerla.


[2] Recomiendo ver el programa que la periodista Alejandra Andrade le dedicó a l@s Influencers en “Fuera de cobertura”.
[3] Menéndez, Salvador. La esencia del cristianismo. Logos.

lunes, 8 de enero de 2018

10.6.2. Hombres y mujeres: distintos pero complementarios



Venimos de aquí: El conocimiento mutuo: La importancia de la naturalidad: https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/10/1061-la-importancia-de-la-naturalidad.html

Hombres y mujeres. Mujeres y hombres. ¿Qué es lo primero que te encuentras cuando empiezas a conocer a alguien del sexo opuesto? Tan sencillo como complejo: que piensan, sienten y actúan de manera muy diferente a la tuya. ¿Alguien duda todavía de que ambos géneros son muy distintos? Es algo que se descubre en la infancia y se manifiesta de forma aguda en la adolescencia y en la primera juventud. Es algo determinado y concreto. Esto se debe a que tanto nuestra biología como la educación que recibimos –junto al legado cultural- son muy diferentes entre ambos sexos.
A pesar de esta verdad, cuesta la misma vida aceptar estas diferencias. Incluso en ciertas ocasiones molestan, y de ahí surge el machismo y el feminismo: unos se miran a otros por encima del hombro. Pero, como dijo Agustín de Hipona hace muchos siglos: “Si Dios hubiese querido que la mujer gobernase sobre el hombre, la hubiera tomado de la cabeza de Adán. Si la hubiese designado para ser su esclava, la hubiese tomado de sus pies. Pero Dios tomó a la mujer del costado del hombre, para que sea su compañera e igual a él”.

Diferencias
Nadie debe sentirse superior, ni dar por hecho que ambos géneros conocen al detalle todo aquello que los distingue. Muchos piensan: “Él/ella debe saberlo”. Pues no, no tiene que ser así, y menos si nadie se lo ha explicado con claridad. Un caso concreto: muchos esperan a que lean sus pensamientos por las expresiones y las miradas que muestran. Creemos que el otro debe saberlo, cuando la realidad es que muchas veces ni nosotros mismos nos entendemos. Entonces, ¿cómo esperar que adivinen nuestra manera diferente de interpretar cada detalle de la vida? ¿Cuántas veces no hemos malinterpretado una mirada? ¡Centenares! 
¿Sabías por ejemplo que las mujeres suelen emplear el doble de palabras diarias que los hombres?: “En las zonas del cerebro responsables del lenguaje, las mujeres tienen el 11% más de neuronas que los hombres. Por eso ellas tratan de solucionar los problemas hablando. Sin embargo, el hombre tiene dos veces y media más de espacio cerebral dedicado al impulso sexual. También tienen procesadores mayores en el área más primitiva del cerebro, la amígdala, que registra el miedo y dispara la agresión y la agresividad”[1]. De ahí que sea cierto en muchas ocasiones el refrán que dice que “la mujer descansa cuando habla, y el hombre se cansa hablando”.
Por esto, para muchos hombres –no todos-, prestar atención y escuchar activamente durante un largo espacio de tiempo se convierte en un suplicio. Un estudio, realizado por la empresa Ladbrokes y citado por el diario británico Daily Mail[2], determinó que los hombres desconectan si hablan con una mujer de un tema que les disgusta más de seis minutos”. Según el mismo estudio, “las conversaciones que más odian los varones y que, por lo tanto, hace que desconecten y dejen de escuchar a las mujeres son: hablar sobre personas que no conocen; hablar de compañeros de trabajo; hablar de famosos o estrellas de televisión; hablar sobre compras o moda; hablar sobre la relación sentimental de otras personas; hablar sobre qué se ha dicho o hecho en Facebook; hablar de lo que ha comido su pareja; hablar de los sentimientos de su pareja; hablar de dieta o nutrición”. En el caso de las mujeres, se aburren, por norma general, cuando los hombres les hablan de estos temas: deportes, política, suegros y familia política.
Lo que hemos visto es la razón biológica por la cual el hombre suele hablar menos y se agobia en parte ante una mujer que sigue hablando hasta completar su cupo de palabras. Ninguno tiene culpa ya que lo único que hacen es expresar su naturaleza. La riqueza del ser humano está muy por encima de los estereotipos en los cuales nos encasillan los ateos, como el español Eduardo Punset en su libro “Viaje a las emociones” o Allan Pease y Barbara Pease en “Por qué los hombres no se enteran y las mujeres siempre necesitan más zapatos”. Ellos afirman que todo comportamiento humano es debido a la evolución y no al diseño inteligente de un Ser Superior que nos dio libertad para actuar de una manera u otra. La Palabra habla de estas personas: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Sal. 14:1). Creer que somos simples robots programados, que respondemos sin más ante ciertos estímulos, es rebajarnos en nuestra condición de seres creados por Dios.
Los pequeños y grandes errores que cometemos son consecuencia directa de la naturaleza caída que mora en nosotros tras la caída en el Huerto del Edén. Y esta condición se manifiesta también en el creyente “nacido de nuevo”, puesto que en él conviven las dos naturalezas: la carnal y la redimida.
En el caso que hemos visto sobre la diferencia a la hora de cuánto habla un hombre y una mujer, desconocer este dato conduce a muchas discusiones, tantas como horas tiene el día, al pensar la mujer que el hombre no quiere hablar con ella. La realidad es que la mujer casi no tiene límites a la hora de mantener una conversación. Sin embargo, el hombre tiene un tope que, una vez superado, le embota por completo.
El hipocampo, centro de formación de la emoción y la memoria, es también de mayor tamaño en el cerebro femenino. Lo mismo ocurre con los circuitos cerebrales para el lenguaje y la observación de las emociones de los demás. Esto explica en parte el motivo por el cual las mujeres expresan mejor las emociones y recuerdan mejor los detalles de acontecimientos emocionales. El hombre suele ser concreto (va al grano a la hora de contar algún suceso), pero ellas disfrutan (y necesitan) explayarse en los detalles. Son más observadoras y detallistas, al contrario que el hombre, que le cuesta recordar los pormenores.
Por todo esto, podemos comprender que, para una mujer, el significado de intimidad es sinónimo de contar secretos y hablar a solas con su pareja. Hablan de las relaciones humanas, de la familia, de sus estados de ánimo, etc. Por eso, por norma general, se sienten atraídas hacia hombres atentos y sensibles. Suelen tener una mayor necesidad de cariño, de afecto y de muestras de sensibilidad. Por el contrario, para un hombre, el sinónimo de intimidad es llevar a cabo distintas actividades juntos.
Así se entiende que, si las relaciones personales no le marchan bien, la mujer tenga dificultades en concentrarse en otras actividades, como los estudios o el trabajo. Por el contrario, al hombre, si no le van bien estas labores, le costará tener su mente lo suficientemente despejada como para centrarse en las relaciones humanas.

Géneros complementarios y la conversación cara a cara
Hay muchos hombres y mujeres que desconocen casi por completo la manera en que piensan y sienten unos y otros. Por eso, cuando inician una relación de noviazgo aparecen los problemas por pura ignorancia. Creen que el otro debería pensar como ellos. Creen que el otro debería sentir como ellos. Creen que el otro debería actuar como ellos. Creen que el otro debería reaccionar ante las distintas circunstancias de la vida igual que ellos. Creen que el otro debería vivir como ellos. Todo esto es un error que los conduce a saltar de una relación a otra como quien cambia de pantalón.
Lo primero que debes saber es que las diferencias son positivas y deseables, porque nos convierte en géneros complementarios. Así lo quiso nuestro Creador. Para conocer lo diferente que somos y comprobar si te puedes complementar, debes “escudriñar” la personalidad en su totalidad de la persona que tienes delante de ti. Así no confundirás la realidad con tu mera fantasía.
Para esto es fundamental algo que cada día está más en desuso: la conversación. Y no me refiero a las conversaciones por teléfóno, al wasap, a los emoticonos, a los gifs animados o a los mensajitos dejados en alguna red social, sino al cara a cara. Ahí, en ese tipo de contacto personal, se mira directamente a los ojos, se comparte y se recibe información no-verbal, y se escucha el verdadero sonido del alma. A menos que la persona sea una mentirosa compulsiva, los engaños serán más fáciles de detectar. Es donde verás quién es en realidad: cómo es, si es humilde y sencillo o, por el contrario, arrogante y soberbio, cómo se comporta ante el mundo externo, cuáles son sus aficiones, sus gustos, talentos, tristezas, alegrías, qué le atrae o desagrada de la vida, sus miedos y traumas, sus recuerdos de la infancia, su relación con la familia, sus planes y sueños, etc. Así que, cuando estés con una persona, deja el dichoso móvil guardado. Nada de enviar mensajes ni de mirar para otro lado. De lo contrario pensará que te está aburriendo, que no le interesas, que no eres su prioridad, que tienes la mente en otra parte, que te quieres ir, o que tienes la atención dividida con otras amigas o amigos. Y esto lo digo para las dos partes.
¿Por qué es tan necesaria la comunicación? Nuevamente sencillo de explicar: porque si esos encuentros se convierten en una relación que lleva hasta el altar, la persona con la que estás hablando es aquella con la que pasarás el resto de tu vida. Por eso en una conversación no todo deben ser risas y corazones pintados en el cielo.
Incontables personas –tanto creyentes como incrédulos-, creen que, en el matrimonio, todo aquello que no les gusta del otro (junto a los defectos), desaparecerán como por arte de magia. Nada más lejos de la realidad. Creer lo contrario es negar la realidad y engañarse a sí mismo. Por eso es fundamental que todas las preguntas que tengas que hacer y creas convenientes las hagas antes de que sea demasiado tarde. Y que sean preguntas concretas, no genéricas. No es necesario ni conveniente que la apabulles a preguntas al comienzo ya que tendrá la sensación de que tiene que exponer su currículum, ni que parezca un interrogatorio o una entrevista de trabajo. Todo debe ser natural y sin prisas. Así ambos comprobaréis in situ tanto lo que os agrada como lo que no para luego hacer un juicio de valor equilibrado: “Pocas áreas deben ser de acceso prohibido. Tal vez te puedas sentir incómodo preguntando acerca de deudas, relaciones románticas anteriores, [...]. Quizás tú mismo estés preocupado en contestar estos tipos de preguntas. La verdad es que tú puedes hacer las preguntas y discutir las respuestas ahora, o no hacerlas y descubrir las respuestas después. Es tu decisión. Yo creo que es mejor que tú tengas el control de cuándo averiguar, porque al final lo sabrás. [...] Almacena sus respuestas en tu banco de memoria para ver si sus respuestas continúan correspondiendo a sus acciones. Si algo parece ser una señal de peligro, confróntalo. No lo hagas a un lado como si no fuera gran cosa”[3].

¿Los polos opuestos se atraen?
Al buscar a alguien que te complemente, buscas inconscientemente aquellas cualidades que no posees. Como una vez leí: “La persona melancólica buscará alguien alegre y positivo; el optimista se sentirá atraído por el reflexivo; el tranquilo por el inquieto; el relajado por el estimulante”.
Ahora bien, esto resulta verdad hasta cierto punto. Si los dos son la noche y el día, como por ejemplo que uno sea sensible y el otro sea un Terminator encarnado –emocionalmente frío y distante-, posiblemente no habrá nada que hacer. Es más, no es recomendable. Es otro mito pensar que a todo el mundo le atrae su polo opuesto. Una persona introvertida no tiene por qué sentirse atraída hacia una extrovertida, y viceversa. Y aunque se atraigan no significa que encajen. En el amor no existen las fórmulas matemáticas exactas. Así con todo, por mucha atracción que se pueda sentir en los compases iniciales, si no concuerdan en nada su forma de pensar y sentir, todo será malgastar el tiempo. No tiene nada que ver “ser diferentes” con “chocar en todo”; al fin y al cabo, atraen las personas que tienen valores, intereses y maneras de entender la vida de forma parecida.
Es un error, un mito romántico, creer en la “media naranja” que te dará la felicidad absoluta (como ya vimos en ¿Incompletos sin pareja? http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/2-incompletos-sin-pareja.html). Creo en la construcción de un camino en común entre dos personas que tienen formas parecidas de entender la vida y las relaciones humanas, con valores semejantes, con algunos intereses básicos, metas y propósitos en común, que se proporcionan la una a la otra las necesidades emocionales que ambos tienen en un ambiente de paz, cordialidad, respeto y amor. De ahí que crea que cada ser humano tiene más de un candidato a ser su pareja, aunque eso no quita que, aunque el Señor te ofrezca total libertad, debas pedirle que te guíe hacia el más adecuado.
No ser consciente de esta realidad te puede llevar a buscar el polo opuesto desesperadamente y de forma irracional. En cierta manera, es cierto que ambos se atraen, como introvertido y extrovertido, huracán y sereno, etc. Aun así, tienes que ver más allá y saber la razón exacta por la cual eres atraído. En un principio, es lógico que te llame la atención aquellas personas que poseen cualidades que te gustaría tener. Pero, normalmente –y conforme pasa el tiempo es algo que se agudiza aun más-, esta atracción está motivada porque hay áreas de tu ser sin desarrollar y, en lugar de madurar en ellas y crecer como persona, se prefiere que sea la pareja quien posea esas cualidades que faltan, para que así tome el control de tus debilidades. Por ejemplo, es más fácil que, en una cena de amigos, la persona extrovertida tome totalmente el mando de la conversación, en lugar de aprender el introvertido a relacionarse, aunque sea a niveles básicos. Se puede ser tímido sin que esto nos lleve a depender de la pareja. Así sí se puede ser complementario. Una cosa es que te ayuden y ten ofrezcan fortaleza, y otra que dependas del otro. De lo contrario, más que una pareja, estará desempeñando la labor de padre-madre, y esto es algo que sucede en infinidad de ocasiones, terminando por convertirse en una adicción como otra cualquiera.
El propósito de estar con otra persona no es ambos seáis iguales, sino que, en vuestra libertad y con vuestras diferencias, os enriquezcáis el uno al otro como seres individuales. Una pareja nunca puede restar o dejarte en el mismo estado; siempre debe de sumar. Si llegáis a conocer vuestras diferencias y qué puntos tenéis en común, habréis avanzado grandemente en saber hasta qué punto os complementáis.
Una terrícola me dijo: “¡Pienso que una relación sin comunicación es nula! Necesito expresar cómo me siento, lo que pienso, mis sueños, mis logros, mis fracasos, reírme, llorar. De lo contrario, no me sentiría viva con mi pareja. Y lo mismo con él. Me gusta saber todo lo que siente, las inquietudes, sus temores. Y no te digo que sea fácil porque somos diferentes. Él es más extrovertido y yo soy más tranquila. Pero el hecho de que seamos muy diferentes hace que tengamos que tener mas comunicación, para poder así aportarle a él lo que yo soy y lo que tengo que a él le falta, y viceversa”. Como dice Norman Wright: “Si tu pareja es introvertida (la gente la agota y necesita silencio, tiempo privado para cobrar energía) y tú eres extrovertido, necesitarás esforzarte para entender y aceptar estas diferencias, y no invadir el tiempo privado del otro. O tú podrías ser el introvertido y tu pareja necesita estar con la gente mucho más que tú. Entender cómo funciona el uno y el otro es la clave”[4].
Solamente la comunicación os dirá si vuestras diferencias y similitudes os convierte en compatibles o en incompatibles.
En resumen, la idea de si la relación se debe dejar o convertirse en matrimonio se basa en la complementariedad y en los valores personales –especialmente y sobretodo los espirituales-, como veremos en el siguiente apartado.

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10.6.3. El conocimiento mutuo: Los valores espirituales entre dos cristianos en una relación sentimental. 


[1] Doctor Hugo Liaño, jefe del servicio de Neurología de la Clínica Puerta de Hierro de Madrid y autor de “Cerebro de hombre, cerebro de mujer” (Ediciones B).
[3] Wright, Norman. 101 preguntas antes de volver a casarte. Casa Bautista de Publicaciones. P. 9, 10.
[4] Wright, Norman. 101 preguntas antes de volver a casarte. Casa Bautista de Publicaciones. P. 124.