lunes, 26 de junio de 2023

Barrio Lejano. Si pudieras viajar al pasado, ¿qué cambiarías de tu propia vida?

 


Imagina... imagina... imagina... que, un día normal y corriente, vuelves en el tren de cercanía que te traslada del trabajo a casa, donde tu esposa y tus dos hijas adolescentes te esperan... Imagina que, cuando te das cuenta, te has equivocado y has subido en otro que te dirige a la ciudad donde te criaste hace más de treinta años. Imagina que, una vez allí, te animas a dar un paseo para ver cómo ha cambiado todo y mirar tu antigua casa. Imagina que decides ir a ver el cementerio, más concretamente la lápida donde yacen los restos de tu madre. E imagina que, pocos momentos después de sufrir un leve desmayo, observas que tu propia sombra se hace más pequeña y, al mirar tus manos, también han empequeñecido. Acabas de comprobar que, en lugar de tus cuarenta y ocho años actuales, vuelves a tener doce, pero conservando todos los recuerdos y conocimientos de tu vida adulta.

Nada de esto me lo estoy inventado. Es el argumento de la entrañable historia “Barrio Lejano”, del difunto autor Jiro Taniguchi, y publicada en 1998. Sin duda alguna, una de las mejores obras que he leído en mi vida. Para el que no la conozca, le diré que no es un libro sino un “manga”, que no es ni más ni menos que un cómic japonés. Muchos pensarán que el manga es solo violencia y sexo, pero no saben que, al igual que el cine y la literatura, tiene infinitos géneros y que están dirigidos a distintos tipos de lectores. Esta en concreto es un para un público adulto, con un dibujo muy realista, al estilo europeo, y que recomiendo a toda persona madura. Eso sí, te aviso si te lanzas: al revisitar el pasado de Hiroshi –el protagonista-, vendrán a tu mente multitud de recuerdos y escenas de tu vida, y ahí es más que posible que te emociones, sientas el corazón en un puño, e incluso llores. Cuando lo ves reencontrarse con su difunta madre, con su padre al que no ve hace décadas, con un antiguo amor del instituto, con profesores y amigos, ... impacta sobre uno mismo. Es una obra que marca. En mi caso también lo hizo, y vuelve a hacerlo cada vez que la rememoro, a pesar de que, hasta el día de hoy, solo he tenido el valor de leerla una vez.
(el protagonista, tras viajar al pasado y reencontrarse con su padre después de más de treinta años)

¿Qué cambiarías de tu pasado?
Citemos algunas situaciones generales que, en algunos casos, cambiarías:

- No le habrías dedicado tiempo a esas personas que el paso de los meses y de los años te demostró que no lo merecían.

- Le habrías dedicado tiempo a otras personas que te habrían enriquecido como ser humano.

- No habrías sido amigo de ciertos individuos y sí de otros.

- No habrías dedicado tu esfuerzo en cuestiones que no servían para nada y te abrías centrado en aspectos más útiles y de provecho.

- No habrías tenido de pareja sentimental a esa persona que pasó por tu vida y que no era ni mucho menos la más adecuada.

- Habrías hecho caso a todas las alertas que sonaban en tu corazón y no te hubieras casado con la persona de la que poco después te divorciaste.

- Habrías sido más valiente a la hora de decir lo que realmente pensabas en multitud de temas.

Como harían falta millones y millones de libros para contar al detalle cada paso que cada uno de nosotros ha dado en este mundo, podríamos describir infinitas situaciones de la vida cotidiana, algunas trascendentales e importantes, y otras sin mucha importancia.
En definitiva, la idea sería “dejar de cometer errores” (incluso todos y cada uno de nuestros pecados) y tomar las decisiones correctas que nos trajeran la dicha, en lugar de malos momentos, tristezas, lágrimas y remordimientos.

¿Cambiaría realmente nuestra realidad? & El presente
Es evidente que poder vivir de nuevo la adolescencia y la juventud con los ojos de la experiencia y la madurez actual sería apasionante. Enfrentarse a algo conocido por segunda vez y afrontarlo de forma diferente, reencontrarse con “fantasmas” del pasado y hacerles frente, o pasar el tiempo con aquellos que ya partieron de este mundo en lugar de hacerlo con quienes no lo merecían, es una fantasía muy recurrente entre aquellos que son excesivamente introspectivos. Aquí la pregunta que deberíamos hacernos es: si fuera posible, ¿realmente cambiaríamos? ¿Y los personajes bíblicos? ¿Habrían desobedecido Adán y Eva a Dios si hubieran conocido el alcance de sus acciones? ¿Habría mirado atrás la mujer de Lot de saber que se iba a convertir en estatua de sal?  ¿Habría adulterado David con Betsabé sabiendo la ruina moral que sobrevendría sobre su alma? ¿Habría traicionado Judas a Jesús si se hubiera visto a sí mismo ahorcado de antemano en un árbol? ¿Habría...? Podríamos citar decenas de historias tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
La respuesta a si modificaríamos partes de nuestro pasado es “sí”. Nos ahorraríamos ciertas dosis de dolor y, casi con total seguridad, facetas de nuestra personalidad serían bien distintas. Pero hay una pregunta que va más allá: ¿dejaríamos de cometer “otros” errores? ¿Dejaríamos de pecar, aun sabiendo las consecuencias de seguir haciéndolo? La respuesta es un tajante “no”. Y mi rotunda conclusión tiene una razón muy clara: los seres humanos, incluyendo por supuesto a los cristianos, siguen fallando y pecando en el presente, aun sabiendo las consecuencias:

- Incontables personas viven atrapadas en su mente por la nostalgia recordando la infancia y la primera juventud donde se sentían felices, mientras que otras siguen estancadas en su pasado por determinadas circunstancias, cayendo algunas en la amargura y otras en la depresión. Actúan como la mujer de Lot, a pesar de saber lo que le sucedió a ella. 

- Incontables personas siguen aceptando herejías, porque las dice el apóstol de turno, que proclama hablar de parte de Dios, a pesar de las advertencias de Pablo y de los veinte siglos de cristianismo.

- Incontables personas siguen enfrascándose en relaciones sentimentales con personas que tienen proyectos vitales tan diferentes que en el futuro les irá mal.

- Incontables personas siguen uniéndose en yugo desigual, a pesar de saber que va en contra de la voluntad de Dios, pensando que en sus casos será diferente y el inconverso se convertirá en el futuro.

- Incontables personas siguen fumando, a pesar de conocer de sobra los efectos sobre la salud.

- Incontables personas siguen consumiendo pornografía, tanto visual como literaria, a pesar de conocer cómo distorsiona la sana sexualidad y el concepto sobre el amor en el matrimonio.

- Incontables personas siguen adulterando, a pesar de saber que, cuando todo se descubra, sus familias serán destruidas y causarán un gran dolor.

- Incontables personas siguen teniendo amistades que no les convienen y que sacan lo peor de ellos mismos.

- Incontables personas siguen subiendo a las redes sociales fotos de sus hijos pequeños, a pesar de que la Policía y expertos en el tema les avisan sobre no hacerlo bajo ningún concepto, porque dichas imágenes, incluso las más normales, terminan en grupos de pedófilos.

- Incontables personas siguen sin educar a sus hijos en valores cristianos, a pesar de saber cuán fácil es que sus retoños sean arrastrados por la corriente de este mundo.

- Incontables personas dicen creer en Dios, pero no hacen nada para conocerle realmente, ni siquiera leen buenos libros de apologética, sino todo lo contrario.

- Incontables personas siguen desaprovechando el tiempo y usándolo para asuntos que no sirven para nada en el avance del Reino de Dios, a pesar de que saben que los días son malos.

- Incontables personas siguen sin despojarse del viejo hombre, sin renovarse, sin santificarse y sin transformar sus pensamientos, a pesar de que son exhortados una y otra vez en las Escrituras a que lo hagan.

- Incontables personas siguen...

En este mundo caído –del que formamos parte- los demás se equivocan y pecan, pero nosotros también lo hacemos. Los demás no hacen siempre –ni mucho menos- la voluntad de Dios, pero nosotros tampoco.

Usando el aprendizaje del pasado para cambiar
Hay dos detalles muy llamativos en las historias de la mujer adúltera, y en la de Adán y Eva:

- La mujer dejó de hacer lo que estaba haciendo en ese momento, porque fue “sorprendida en el acto mismo” (Jn. 8:4). La pillaron in fraganti y, a la fuerza, la detuvieron. Hasta entonces, hasta un segundo antes, ella estaba enfrascada en el pecado.
- Adán y Eva desobedecieron a Dios. ¿Y qué hicieron ambos cuando oyeron la voz de Dios en el huerto? Se escondieron (Gn. 3:8).

Es lo que sucede con los pecados de la mayoría de las personas: hasta que no son “descubiertos”, no dejan de cometerlo y, a la vez, se alejan de los que no pecan como ellos, porque la oscuridad siempre se siente incómoda ante la luz. 
En nuestro caso, y con todo lo que hemos analizado usando “Barrio Lejano”, es evidente que no podemos cambiar nuestro pasado ni las decisiones desacertadas que tomamos en su momento, como tampoco borrar los recuerdos de los pecados que ya cometimos, aunque ya fueran perdonados. Por eso, y sin tener que esperar a ser “sorprendidos” en tal o cual pecado para abandonarlo, sin vivir anclados en la nostalgia o en lo que no fue, lo que debemos hacer es aprender de la experiencia acumulada –tanto de la buena como de la mala, incluyendo el dolor, los reveses, los errores propios y ajenos- para crecer como personas y como cristianos, sabiendo que ambos conceptos son inseparables.
Así que, y como enseñanza final: en lugar de preguntarte qué cambiarías de tu vida si pudiéras viajar al pasado, debes plantearte qué puedes aprender de él para tu presente y futuro. Actúa en consecuencia y haz los cambios que haya que llevar a cabo, en todas las áreas necesarias. Es hora de reflexionar.

lunes, 19 de junio de 2023

Del bikini al tanga, pasando por los leggins y, con ellos, a la playa, el gym e Instagram

 


En el ya lejano 2015, expresé mis dudas sobre escribir o no respecto al bikini, ya que era entrar en un territorio bien delicado, aparte que me exponía a ser lapidado, incluso por cristianos como yo. Pero viendo que todos los comentarios que las mujeres me han dejado desde entonces en dicho escrito han sido positivos y respetuosos (podéis leer tanto el artículo como las valoraciones que hicieron al mismo en “L@s cristian@s ante el bikini y otras cuestiones: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/78-ls-cristians-ante-el-bikini-y-otras.html), me he animado años después a sacar a colación un tema muy parecido y con las mismas respuestas, ya que siguen siendo universales. Es llamativo que, en tan poco tiempo, lo “normal” ya no sea el bikini –que dejaba al descubierto buena parte del pecho y de los llamados “cachetes”-, sino el tanga, que directamente solo tapa el sol a una parte nimia. Y no digamos ya esos leggins ajustados tan al fondo, que marcan hasta las hemorroides...
Todo viene tras leer la publicación de una chica deportista y modelo fitness, donde reivindicaba su derecho a mostrar su desnudez públicamente, al mismo tiempo que acompañaba sus palabras con varias fotos suyas en micro bikini con tanga, y luciendo su cuerpo trabajado duramente en el gimnasio. No es la primera vez que leo o escucho a esta chica, y en otras ocasiones me han gustado sus opiniones, donde, por ejemplo, desmonta el feminismo actual, pero en este asunto estoy complemente en desacuerdo con sus palabras. Así que lo que haré será copiar su reflexión –que estará en letra cursiva-, recortando alguna palabra extremadamente malsonante, aunque conservando el resto (siento su lenguaje soez), y seguidamente pasaré a comentarla por partes.
Alguno podrá pensar que es simplemente la opinión de una mujer y que, por lo tanto, podría contestarle personalmente –algo que otros han hecho sin resultado alguno, aparte de recibir una respuesta cortante-, o que no merece la pena entrar en debates, pero no es así, por una sencilla razón: son muchas chicas actuales las que piensan igual, por lo que es necesario dejar las cosas claras para todo el mundo, aunque no le guste a la mayoría, a la que no me debo. Todo tiene el propósito de que no caigas en sus mismos errores, sobre todo si eres un creyente que desea tener la sabiduría por bandera y agradar al Señor que te salvó, aunque lo aquí expuesto es válido para cualquier persona, sea cristiana o no.

¿Envidia?
Dicen que cuando se critica a una mujer por enseñar su cuerpo, eso es machismo. Honestamente, lo dudo. Aquellos que enfurecen al ver un cuerpo desnudo no son más que quienes viven corrompidos por la envidia, esa misma envidia que en el fondo esconde deseo.

Sea consciente o no –es evidente que no-, ella está proyectando sus propios pensamientos y vivencias personales, en función de lo que ha vivido y palpa en la sociedad. Creer que una persona está “corrompida por la envidia”, por el hecho de considerar un desacierto que otras muestren su cuerpo desnudo, es una generalización excesiva y tremebunda. ¿Qué habrá individuos, hombres y mujeres, que critican sin argumentos y de forma enfurecida, a las chicas que van medio desnudas por la vida, y que lo hacen “por envidia”? Seguro que los hay, y a puñados.
Ahora bien, ¿qué es la envidia, según el diccionario?: “Tristeza airada o disgusto por el bien ajeno o por el cariño o estimación de que otros disfrutan”. ¿Y cuáles son sus sinónimos?: “celos, pelusa, resentimiento, animosidad, rencor, tirria, rabia, resquemor, desazón, disgusto”. Ninguna persona, mentalmente equilibrada, y quiero creer que también las hay a mansalva, no experimentamos nada de eso. Es más, me alegro que dedique parte de su tiempo al entrenamiento muscular, tanto por el bienestar emocional que produce un cuerpo sano y desarrollado, como por las endorfinas que se generan al llevarlo a cabo, con todos los beneficios que ello conlleva, aparte de que la constancia del ejercicio sirve para desarrollar el carácter en otros aspectos de la vida (determinación, disciplina, etc.). Por eso animo a todo el mundo a hacerlo, como yo también lo llevo a cabo. Salvo por enfermedad severa o incapacitante, debería ser algo tan natural como el respirar, no porque así se logre una figura más estética y estilizada –que es un efecto secundario-, sino, sobre todo, por salud interna y externa.
Cuando veo que hay cristianos que citan a Pablo para apoyar su pereza, me echo las manos a la cabeza: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Ti. 4:8). Olvidan que, dichas palabras, en su contexto, quieren decir que, “comparado con la piedad”, es poco provechoso al ser temporal, pero en ningún momento va en contra del deporte en sí, ni son una apologética al auto-abandono y el descuido. Omitir todas las ganancias que provoca es rechazar parte de la propia creación de Dios, como expliqué en “¡Vive! Disfrutando sanamente” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html).
Así que, por mi parte, y dicho todo esto, no hay ni machismo, ni envidia ni deseo.

¿Admirar?
“Esa envidia que ha enfrentado a mujeres y mujeres durante años es la misma que te lleva a llamar ´pXXX` o ´guarra` a otra mujer, pues su mera existencia te molesta, porque en vez de pensar ´Joder, qué culazo, ole por ella` piensas “menuda zorra, solo sabe que enseñar`. Palabras que no hacen más que retratar tu deseo interior de parecerte lo más mínimo a ella, y como no, en la sociedad actual, la mayoría preferirá siempre mirarte desde el odio y la proyección, antes que desde la admiración”.

Aunque lo dije en su momento, lo vuelvo a repetir para el que no lo recuerde: vista como vista una mujer, con mucha o poca ropa, siempre, siempre, siempre, hay que respetarla, y los insultos están de más, sea por esta razón o por cualquier otra.
Habla de los demás (odio, envidia, tal o cual menosprecio), cuando, como dije en el punto anterior, también está proyectando y, posiblemente, cayendo en un “sesgo de confirmación”. Es decir, ella observa que, cuando una mujer luce su cuerpo desnudo, los cuervos huelen la sangre y se lanzan al ataque directos a la yugular. Y, a partir de ahí, se crea un prejuicio que la hace creer que “todos los hombres y mujeres son cuervos envidiosos”. Esto la lleva a que, cada vez que lee un comentario desfavorable a su forma de pensar, su mente lo presenta como prueba de que es así –eso es un sesgo de confirmación-, cuando la realidad es que solo representan a una parte de la población mundial. ¿Qué tanto por ciento? Nadie lo sabe. Tendría que preguntarles a los ocho mil millones de personas que habitan este planeta, y no quedarse en lo que dice una parte en las redes sociales, omitiendo a los que ni se molestan en opinar sobre estos asuntos.
Por otro lado, no comparto la forma de actuar de muchas mujeres en lo que respecta a su forma de vestir. Ya vimos en “¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html), la manera en que muchas señoritas y señoras creyentes han imitado las modas del mundo caído, donde ya apenas hay diferencia entre las vestimentas de unas y otras. La cuestión es: ¿tan loca está la sociedad, tan bajo ha caído, que un “trasero” esculpido en el gimnasio es digno de alabar, como viene a reclamar la chica del post? Nos quiere hacer creer que se envidia o se glorifica. Pues no: ni lo uno ni lo otro. Parece que todo en la vida gira en torno al cuerpo y a lo que se muestra. Y no, no es así. Quizá por eso existe tanta superficialidad a nuestro alrededor.

¿Despreciar?
Cierto es que en estos asuntos los hombres no se quedan atrás. Hombres que respetan a sus madres y a sus hermanas pero que fruto de la escasa relación amorosa y sexual que han tenido con las mujeres, fruto del rechazo constante al que se han visto sometidos por parte de estas, fruto de la indignación de sentirse invisibles para ellas, deciden también escoger el camino fácil y mirar con desprecio a aquellas que enseñan su cuerpo y llamarlas rameras, porque claro, si no quiere acostarse conmigo, si sus ojos siquiera se posarían sobre mí más de un segundo, entonces es una promiscua, una provocadora, una furcia.

Es un nuevo error esta generalización. No todo hombre que está en contra de la exposición pública de casi la totalidad de la desnudez de una mujer las mira con desprecio o usa esos descalificativos para describirlas. Y el que lo hace, pues muy mal por ellos. A una mujer siempre hay que honrarla –aunque ellas no lo hagan respecto a sí mismas-, vayan vestida de una manera u otra. Además, nunca hay que dar por hecho que, per se, sean algo de lo que apunta (promiscua, provocadora, fxxxxx), ni siquiera aunque su indumentaria sea bien ligera.
Y en lo que respecta a ser provocadora... Cito literalmente lo que dije en “¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?”: “Puede que lo que voy a decir moleste a alguna mujer, por la sencilla razón de que creen que no hacen nada malo (y creo en sus palabras), o porque afirman que tienen derecho a lucir sus cuerpos. Pero lo voy a exponer claramente porque así piensa la totalidad de los hombres cristianos que desean vivir una vida en santidad: cuando dejas relucir ampliamente tu escote o tu falda es excesivamente corta, no estás ayudando a tu hermano. Con esto no estoy queriendo culpar a ninguna mujer de la reacción de un hombre ante un estímulo físico y visual. Una mujer puede provocar una reacción por su vestimenta, pero no es la responsable final de esa reacción, ya que el hombre tiene la última palabra sobre qué hacer al respecto: “Creo que todos los que quieren vivir dentro de los límites de la santidad, deben tener un serio compromiso con el pudor. Es un llamado de la Palabra de Dios a las mujeres. Dios no culpa a la mujer por los pecados de los hombres, pero la culpa por su descuido y falta de pudor ya que no sólo tienta al hombre, sino que también lo lleva a cometer pecado. Nosotros debemos ser parte de la solución, no de los problemas. Ninguna mujer es culpable de que un hombre se sienta infatuado y excitado al verla, pues nadie se excita a la primera mirada, sino cuando continuamos mirando. Es el hombre el culpable de seguir mirando y dando rienda suelta a su imaginación la que lo lleva al camino de la tentación. Pero también debo decir que la mujer que dice amar a Dios y la pureza, pero que le gusta vestirse sensual y atractiva, debe saber que es culpable de la provocación que produce un cuerpo en el que se exalta la sensualidad. Las mujeres no quieren estar expuestas a ser buscadas y molestadas o vistas como coquetas. Deben ser sabias y prudentes, deben pensar bien en la ropa que van a comprar, antes de usarla. Toda mujer sabe cuándo es atractiva de forma natural y no puede evitarlo, pero toda mujer también sabe cuando ha trabajado su coquetería y ha preparado su cuerpo para ser admirado. Ella sabe cuándo elige, compra y viste ropa que exalta ciertas partes de su anatomía, que le hace lucir más sensual y si está dentro de los límites del pudor”[1].

Aunque mis palabras van dirigidas principalmente a las mujeres cristianas que pueden pensar como la chica fitness que ha dado pie a este artículo –que no es cristiana-, los principios generales que estoy exponiendo son válidos también entre ateos.

Un gran error
Para mí un cuerpo desnudo nunca ha tenido más importancia que una mente desnuda.

Ahí viene buena parte del problema: la ingeniería social de las dos últimas décadas, ha logrado que, desde la propia adolescencia y el despertar sexual de las niñas, se use el cuerpo desnudo como fuente de atracción primaria. Niñas que posan en las redes sociales con ropas minimalistas, llevando a cabo bailes vulgares y en poses claramente sexuales. Se les ha hecho creer que es normal, que es deseable exponerse en todo momento y en todo lugar –salvo delante de los abuelos, “porque ellos pertenecen a otra época y no lo entenderían”-, llamando mojigatas y reprimidas a las que no lo hacen.
¿Cómo que no tiene importancia? ¿Acaso le desnudas tu mente a todo el mundo? ¿Acaso vas por la calle desnudando tu alma con toda persona con la que te cruzas? ¿Acaso le desnudas tus pensamientos más íntimos a todos los que te rodean? ¿Verdad que no? Sería poco sabio.
Por eso, igualar “desnudez de cuerpo” con “desnudez de mente”, para así defender lo primero, no tiene sentido.

Corazones rotos a causa de la ingenuidad
Me gusta mostrarme tal y como soy en todos los sentidos, física y mentalmente.

¡Claro! ¡Y es sensacional que lo hagas! Pero volvemos a lo mismo: todo tiene un límite sano. Mostrarte tal y como eres, de forma natural, con las ideas claras, y que viste elegantemente, no significa que le tengas que enseñar la mayor parte de tus pechos o de tu trasero a todos los presentes y no presentes, en persona o en una serie de fotos, como tampoco le tienes que narrar todos los detalles de tu vida y de tus intimidades al resto del mundo. No somos cuerpo por un lado y alma por otro; nuestro yo es tanto cuerpo como alma. Lo que es aplicable a un aspecto, lo es también al otro.
¿A todo el mundo le regalas flores el día de San Valentín? No. ¿A todo el mundo le escribes notas románticas? No. ¿Con todo el mundo te marchas de vacaciones a una isla paradisíaca? No. Lo haces, exclusivamente, con tu esposo. Si es así, ¿por qué le enseñas a todo el mundo buena parte de tu intimidad?
Lo sensato para la población en general, y lo normativo para los cristianos en concreto, es guardar los encantos personales para la contemplación exclusiva del esposo, en intimidad, tras contraer matrimonio y a partir de la noche de bodas. ¿Por qué un hombre que no es tu cónyuge debería ver lo mismo que el que sí lo es? Al igual que regalas tu corazón y te comprometes con otra persona de por vida, en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, la desnudez de tu cuerpo es parte de esa entrega para él, y para nadie más, no en el sentido de “posesión”, sino de “entrega voluntaria”.
Por lo tanto, sabiendo que ninguna parte del cuerpo tiene absolutamente nada de malo, y que Dios mismo es el autor del mismo y de la sexualidad:

- Los amigos de tu esposo no deben ver tu cuerpo prácticamente desnudo.
- El conocido o desconocido que te sigue por Internet no debe ver tu cuerpo prácticamente desnudo.
- Más allá de tu esposo, nadie tiene que verte prácticamente desnuda.

Las razones “no tan ocultas”
Habrá excepciones, pero en la mayoría de los casos, el lucimiento de este tipo de cuerpos tiene una única finalidad: la búsqueda de reconocimiento y validación, como consecuencia de la propia vanidad. Se hace para alardear y recibir un chute de autoestima. En otras muchas ocasiones, directamente para que se fijen en ellas y así llamar la atención de los chicos. Como dejó dicho una chica en un comentario a la publicación a la que estoy aludiendo: “Ahora estoy trabajando en ese punto para pronto presumir el fruto de toda esa constancia”. Y la misma modelo fitness responde a otro usuario diciendo que “para eso entrena el gluteo tres veces a la semana, para lucirlo”. Es algo que las propias mujeres reconocen con total sinceridad en esta interesante entrevista: “No quieren ser vistas en el GYM pero sí en INSTAGRAM” (https://www.youtube.com/watch?v=gDKQ73n3WUo).
¿Qué habrá excepciones que no lo harán con ese sentir interno y esas intenciones externas? Reconociendo que me cuesta creerlo, no lo descarto, pero es evidente que no es la norma general, sino en la mera búsqueda del lucimiento propio, cayendo muchas de ellas en el pecado de las hijas de Sion, que “se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies” (Is. 3:16).
Además, así, con esos likes y comentarios que reciben, tanto ellos como ellas, logran que les digan qué guapas son y qué cuerpazos tienen. Un subidón de autoestima basada en el físico y en la opiniones ajenas. Hay personas que no han recibido aceptación en sus vidas, que no se han sentido amadas por sus progenitores o que han tenido infancias muy duras, incluso con maltratos, lo que las lleva a tener un pobre concepto de sí mismas. Pero llega un día en que descubren que un camino fácil y directo para encontrar ese amor propio es “mostrando carne”, y cuánta más mejor, sabiendo los halagos y reacciones positivas que recibirán. Visto así, se las puede entender, pero el fin no justifica los medios, y es un sendero errado. ¿Qué harán cuando los años tomen su lugar y el cuerpo decaiga? Puesto que dependen de un buen físico para sentirse bien y de lo que los demás digan al respecto, cuando el físico se pierda y los piropos desaparezcan, volverán a sentirse igual o peor que antes.
Con todo esto no quiero decir –ni siquiera insinuar- que, automáticamente, estas personas sean superficiales o altivas. No. Las hay y las habrá, pero seguro que hay otras muchas que serán cultas, buenas lectoras, amantes del arte, de la filosofía o de la buena música, y completamente sanas. Pero lo primero no excluye lo segundo. Sí, hay que cultivar tanto la mente como cuidar el cuerpo, basándonos en ese dicho del poeta Juvenal: “mente sana en cuerpo sano”. Por eso, alardear de ciertas partes del cuerpo –y más si son íntimas- de cara al público en general, es como el que se jacta de sus conocimientos ante personas poco o nada letradas. Vendría a ser como si alguien se pone a jugar al fútbol en un Museo de Arte o va en pijama a su propia boda: estaría fuera de lugar y sería un sinsentido. Lo mismo con la erotización y la sexualización: fuera de la intimidad del matrimonio, está de más.  

Todos somos libres
Nunca he tenido ningún problema con que alguien suba una foto en tanga o en calzoncillos, porque cada uno es dueño de su vida.

Aquí sí le doy la razón: cada uno es dueño de su vida, y nadie tiene la potestad de “obligar” a otros a cambiar. Si quieren subir fotos semidesnudas a sus perfiles, es cosa de ellos. Creer que tenemos la potestad para que cambien a la voz de ya, únicamente conduce al desaliento y la frustración.
De las mujeres cristianas que me han ido dejando sus comentarios en el blog en el artículo del bikini, todas me han dado la razón, y el resto a las que he preguntado han sido incapaces de refutar la larga exposición que allí hice. Unas decidieron dejar de usar esa prenda de baño, libremente y por propia decisión. Otras siguen usándolo, mostrándolo en directo y en redes sociales. ¿Puedo hacer yo algo para remediarlo? No, ni es mi cometido.
En nuestra mano solo queda mostrar argumentos, defenderlos y llamar a la reflexión individual; nada más. El resto está en sus manos, siendo los que deben decidir consecuentemente y en su propia libertad. Es el mismo método que emplea Dios, y por eso nos creó con libre albedrío.

Malos ejemplos
Si alguna vez alguien te increpa porque tú enseñes tu cuerpo, no olvides que tú no estás haciendo nada mal, no haces daño a nadie, al contrario de quienes van por la vida insultando a los que ejercen su libertad.

Partiendo que nadie debe increpar o insultar a otros por enseñar su cuerpo –nos guste que lo haga o no-, sí que está haciendo mal a un colectivo muy particular, y al que ya hice referencia párrafos atrás: a las más jovencitas, al ser para ellas de mal ejemplo. Si vemos que hay niñas –con el consentimiento de los propios padres-, que van desde los diez a los diecisiete años, vistiendo con pantaloncitos que dejan al descubierto los cachetes, con escotes que no tapan prácticamente nada, con tangas en playas y piscinas, es porque se limitan a imitar lo que ven y han aprendido de mujeres algo mayores. Estamos llegando a unos límites de erotización entre las menores de edad –con vestimentas, poses y actitudes impropias de su edad- que podríamos considerarlo, sin ningún género de duda, como corrupción de menores.
Si ese es parte del legado que una mujer quiere dejar en este mundo a las nuevas generaciones, mal vamos. ¿Qué no se sienten culpables por enseñar a las más jovencitas sus comportamientos? Siento decirlo, y no les gustará saberlo y lo rechazarán, pero lo son. Además, este tipo de ejemplos que proporcionan las mujeres ya adultas, conlleva otro problema entre las adolescentes, al contemplar cómo la sociedad en general y su propio género en particular, las presiona para tener cuerpos perfectos, al mostrarlos como el culmen del ser humano.
La inmensa mayoría cree que su valor depende del tamaño de sus pechos, de la redondez de sus glúteos, del porcentaje de grasa, de un rostro suave y de cuán reluciente luzca la piel. La presión que muchas de ellas soportan a edades tan tempranas, donde todavía son inmaduras para rechazar estos estereotipos, las lleva a experimentar un grado de presión que puede llegar a ser insoportable, especialmente entre aquellas que, por genética o falta de ejercicio, no tienen un determinado físico y un rostro especialmente atractivo, provocando en muchas profundos complejos, sentimientos de inferioridad, inseguridades sin fin, ataques de ansiedad, obsesión por la comida (que puede llevarlas a la anorexia) y problemas de relaciones con el otro sexo.

Una generalización que cae en la falacia
Recuerda: que aquel que te juzga por estos hechos no es más que un hombre que querría estar en tu cama o una mujer que querría estar en tu piel.

Fruto de todo lo anteriormente dicho, esta chica termina con esa reflexión y que resumen su pensar, repitiendo los mismos errores y cayendo en una falacia.
Afirmar que, por tener un juicio de valor (eso, en el buen sentido del término, es juzgar, y no en el de condenar), donde uno se postula a favor del pudor sano y en contra de la exhibición, “no es más que un hombre que querría estar en tu cama o una mujer que querría estar en tu piel”, es un juicio absoluto que no se corresponde con la verdad. Ni todos los hombres que no compartimos dicha forma de pensar queremos acostarnos con mujeres que visten así, ni a todas las mujeres les gusta ese tipo de cuerpo.

En resumen
Mi sentir podríamos resumirlo en estos puntos:

- Una cosa es animar a hacer deporte, incluyendo el ejercicio de fuerza, y otra muy distinta es hacerlo para mostrar el cuerpo desnudo en público y ante ojos ajenos que no sean los del cónyuge.
- Teniendo derecho a opinar, también es cierto que nadie debe insultar a una mujer por cómo vista, incluso aunque estemos en las antípodas en cuanto a nuestra forma de pensar.
- La expresión inglesa dressed to kill (vestida para matar) hace referencia a las mujeres que “usan intencionalmente ropa que atraiga la atención y la admiración sexual”[2]. Por mucho que haya mujeres que traten de justificar la desnudez bajo palabras de humildad, la realidad es que ellas mismas saben las razones exactas de mostrar tanta piel. Es tan obvio que hasta ellas lo dicen, sin necesidad de que un hombre lo afirme.
- Las mujeres pueden vestir de mil maneras elegantes y atractivas sin necesidad de ir mostrando partes concretas de su cuerpo, y que deben reservarse como regalo para el esposo.
- El hombre no debe culpar a la mujer, vista como vista, de su propio pecado de lujuria al mirarla.
- Disfrazar todo este desvarío bajo el eufemismo de libertad, es un acto de inconciencia absoluta. Es más, viendo la degeneración de la sociedad, puedo hasta imaginar el título que escribiré en unos años.

Mi consejo para las cristianas
Espero que no seas de las que ha comprado el discurso de la sociedad caída, y que apliques los principios que hemos visto. Y si eres parte de esta moda, en tu mano está el cambiar y empezar a agradar a Dios también en esta faceta. No esperes a que los que te rodean cambien sus actitudes para hacerlo tú. No tomes las decisiones de tu vida en función de las masas o de las mayorías. Recuerda que los principios bíblicos siguen siendo inmutables: Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”, “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Co. 6:20; 1 Ti. 2:9).


[1] Hormachea, David. El adulterio: ¿Qué hago? Nelson. Pág. 46-47.

lunes, 12 de junio de 2023

14. Llegó la hora: sal de esa iglesia peligrosa

 


Venimos de aquí: Argumentos finales para salir de una iglesia herética e insalubre (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/06/13-argumentos-finales-para-salir-de-una.html).

Quizá fuiste testigo y miembro de una iglesia que comenzó con buen pie, pero que, con el paso del tiempo, se fue separando de la sana doctrina. Si conoces un poco de la mitología de Star Wars, sabrás que en la galaxia existía la República. Reinaba la paz, el deseo de crecer y expandirse. La forma de gobierno era la democracia. Pero, poco a poco, una voz fue autoproclamándose como la única verdadera. Comenzó a adquirir más poder. Sus partidarios así lo permitieron. Aquellos miembros del Senado que disentían de esta forma de pensar y actuar fueron expulsados. El resto de los senadores se corrompieron, viendo el poder y la fama que podían alcanzar al lado del nuevo Emperador. Por otro lado, estaban los androides, aquellos que obedecían cualquier orden, sin ni siquiera plantearse si era lo correcto o no. Habían sido programados para ello. Eran de usar y tirar. Cuando ya no servían, se usaban nuevos modelos que sustituían a los anteriores ya obsoletos. Pero, por último, estaba el consejo Jedi, formado por aquellos que no se doblegaban a la dictadura del terror. Por años combatieron al Imperio desde adentro. Finalmente, y tras el asesinato a traición de muchos de ellos, se exiliaron en distintos planetas de la Galaxia, profundizando en el conocimiento de la Fuerza y ayudando a otros a usarla.
Si has entendido este símil, y es lo que observas en tu congregación (más todo lo que hemos visto en los capítulos anteriores), ha llegado el momento de salir. Como dijo el humorista argentino Landrú: “Cuando esté en un callejón sin salida, salga por donde entró”.
Puede que lo hagas por la puerta pequeña, pero saldrás por la puerta grande de tu corazón.

Saliendo en paz contigo mismo y sin responsabilidades
Cuando una congregación tiene cierta manera de actuar y una doctrina muy concreta en la que respalda su posición, el cambio es bastante complicado, por no decir imposible. Solo puede acontecer si se produce un cambio radical en sus posicionamientos y hay una profunda remodelación. O, en el caso extremo, que los que presiden sean sustituidos. Esto tampoco es es nada fácil, ya que tienen establecido un sistema de jerarquía piramidal que los convierte en intocables, con todas las licencias y libertades que les concede ese modelo, que choca frontalmente con el Nuevo Testamento. Como casi todo el mundo afirma, suelen verse cambios a nivel individual, pero casi nunca en grupos ni en colectivos.
En casos así, cualquier juicio de valor que lleves a cabo los pondrá a la defensiva, ya que pensarán que eres parte de los problemas que ellos mismos niegan, y se defenderán atacando, provocando profundas heridas emocionales y espirituales. De ahí que lo más sano es que te protejas.
En determinadas ocasiones, hay que intentarlo. En otras, donde la verdad expuesta es totalmente rechazada, no hay solución a la vista y la reforma no es posible, lo mejor es marcharse sin más y dejar el asunto totalmente en manos de Dios puesto que:

- No eres responsable del sistema que otros han establecido.
- No eres responsable de los que se quedan.
- No tienes que forzar las puertas de una cárcel para que salgan los que no quieren salir de ella.

El límite
Todo tiene un límite. Absolutamente todo. Hay un momento donde decir “basta”. Hay creyentes que lo soportan todo, creyendo que es parte de “negarse a uno mismo”. Y eso no es así.
Algunos han querido ser como Natán y denunciar las diversas irregularidades que han observado en la congregación, y no les ha quedado más remedio que huir a su particular desierto como Elías, tras ser humillados y desprestigiados ante el resto de hermanos (que desde entonces los han evitado), acusados falsamente de querer postularse como pastores ante la iglesia y de usurpar posiciones, de igual manera que Lucifer trató de hacer con el trono de Dios o Absolón con el reinado de David. En definitiva, todo tipo de falsas imputaciones.
Si te encuentras en una situación semejante a la descrita, pídele al Señor sabiduría para saber qué hacer. Si no hay posibilidad de cambio por la otra parte, el mismo Pablo deja bien claro el camino a tomar: Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales [...] Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos(1 Ti. 6:3-5; Ro. 16:17).
Como señala el pasaje de Romanos, el que provoca la división no es el que denuncia la falsa doctrina, sino el que promueve esa falsa enseñanza. De ellos hay que apartarse, para no ser partícipes de sus pecados (cf. Ap. 18:4).
Si hay unas palabras que son un lema para mi vida desde hace unos años en todos los aspectos, son aquellas en las que Pablo le dijo a Timoteo: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1 Ti. 4:16). ¿Cómo termina este mismo texto?: persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. Ni tú, ni yo, ni nadie, tenemos la capacidad de cambiar a los demás si no desean hacerlo. Pablo especificó “a los que te oyeron”. Esto abarca la idea de que los que no oyeren no se salvarían. En el tema que hemos analizado, no está en nuestro poder que nadie oiga o haga lo que no desea oír o hacer, ni podemos cambiar al que no quiere hacerlo. Por eso mi deber principal es cuidar de mí mismo.
Deja que la la paz de Dios y la verdad de Su Palabra gobiernen tu corazón a la hora de tomar la decisión.

Continuará en: ¿Cómo afrontar la vida tras salir de una secta o de una iglesia corrompida?

lunes, 5 de junio de 2023

13. Argumentos finales para salir de una iglesia herética e insalubre

 


Venimos de aquí: Las consecuencias de que una iglesia enferma no haga autocrítica (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/05/12-las-consecuencias-de-que-una-iglesia.html).

Ante determinadas situaciones, que hemos descrito de mil maneras diferentes en los capítulos anteriores, hagamos una síntesis de los argumentos a favor de salir de un lugar enfermizo y peligroso.

¿Salir o no salir?
Dejemos que sea Francisco Lacueva el que responda con estas sabias palabras:“¿Cuando puede y debe un creyente separarse de su iglesia? ¿No es un cisma toda separación de la estructura visible de la única Iglesia? ¿Por qué no quedarse en la iglesia para reformarla desde dentro, en vez de romper con ella en un afán de perfeccionismo? Contestaremos brevemente a tan frecuentes preguntas:

a) Notemos que el Nuevo Testamento exhorta frecuentemente a los cristianos a separarse de los no creyentes o de los falsos creyentes (cf. 1 Co. 5:11-13, 15:33, 2 Co. 6:14-18, Ef. 5:5-7, Ap. 18:4). La misma obligación hay de separarse de una iglesia falsa, es decir, una iglesia que enseña un “evangelio diferente” (Gá. 1:6, 8-9) o mantiene prácticas contrarias a la palabra de Dios, o que rehúsa someterse a la clara voz de la Escritura y escuchar nuestra protesta en nombre del Evangelio. Hay detalles doctrinales accesorios que no justifican un cisma, pero cuando se niega o se pervierte la enseñanza sobre un Dios en tres personas, o la verdadera dividinidad y humanidad de Cristo en la única personal del Verbo, Su expiación suficiente en el Calvario, Su resurrección corporal, la salvación de pura gracia, la justificación mediante la sola fe, la autoridad infalible de las Escrituras, etc., se trata de una iglesia herética. Si, a pesar de nuestra protesta (no de nuestro silencio), la tal iglesia, en su capacidad oficial (sesión, presbítero o voto mayoritario), enseña el error, obliga a sus miembros a creer o hacer lo que es contrario a la Palabra de Dios, o rehúsa ejercitar la necesaria disciplina con los herejes notorios y con los cristianos indignos de tal nombre, a pesar de estar bien probados los cargos contra ellos, nuestro derecho y nuestro deber es separarnos de tal iglesia y buscar otra que se conduzca de acuerdo con la Palabra de Dios.

b) Tal decisión no es un cisma, sino la preservación de la unidad y santidad de la única verdadera Iglesia de Cristo. Cuando los Reformadores rompieron con Roma, no pretendieron negar la unidad visible de la Iglesia verdadera, sino llevársela consigo, al ser rechazadas sus protestas por una estructura oficial que rehusaba someterse a la Escritura; por eso tuvieron a la Iglesia oficial de entonces por herética y cismática.

c) La Palabra de Dios y la experiencia enseñan que el empeño en reformar desde dentro una iglesia oficialmente desviada es una utopía que empaña nuestro testimonio y engendra confusión. La verdad y la obediencia están por encima del sacrificio, de la falsa caridad y de las buenas intenciones. En frase de Spurgeon, “el deber de uno es hacer lo recto; de las consecuencias se encarga Dios”. Hay quien cita Mateo 13:24-30 sin percatarse de que allí no se trata de la iglesia, sino del mundo (“el campo es el mundo”). Los más apelan al argumento de que a una madre (cf. Gá. 4:26) no se la deja, por fea o mala que sea; pero éstos no se dan cuenta de que la iglesia no es una abstracción superior, cuya naturaleza permanece a salvo, a pesar de la falsedad o apostasía de sus miembros, o de los defectos en las estructuras, sino la congregación espiritual de los verdaderos creyentes, cuyo ´ser o no ser` dependen enteramente de la ortodoxia y de la ´ortopodia`” (Gá. 2:14), o sea, de la recta conducta de sus miembros”[1].

Creo que la exposición del señor Lacueva no puede ser más clara y contundente.

La excusa de “no existe la iglesia perfecta”
Muchos, para no salir de una congregación enferma y/o herética, tiran del refranero popular religioso: “no existe la iglesia perfecta”. Y así es. Pero hay que enfocarlo de otra manera. Soy el primer imperfecto, y salvo únicamente por la gracia de Dios. Pero dicho esto, también creo que nadie se puede escudar en dicha frase para justificar lo injustificable. Una cosa es que, como humanos, no seamos perfectos y que fallemos, y otra muy distinta es que los que están al frente, los que enseñan doctrina, los que guían, los que marcan la hoja de ruta en las iglesias, enseñen un camino falso lleno de mentiras, que trae cadenas y cargas, y haya que soportarlo. ¡No! Hay que desintoxicarse de todo eso y apartarse de ellos: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Ro. 16:17). ¡Es un ruego de Pablo!
Termino con las palabras de J.C Ryle pronunciadas hace más de un siglo y vigentes para el día de hoy: “Advierto a todo aquel que ame su alma que sea muy celoso de la predicación que escucha habitualmente y del lugar de culto que frecuenta. Aquel que se somete deliberadamente a un ministerio que es claramente defectuoso es alguien muy imprudente. No dudo en dar mi opinión a este respecto. Sé bien que muchos consideran escandaloso que un hombre abandone su iglesia parroquial. No puedo compartir ese sentir. Establezco una clara diferencia entre la enseñanza defectuosa y la enseñanza que es completamente falsa, entre la enseñanza que yerra en sentido negativo y la que es claramente contraría a la Escritura. Pero sí creo que, en caso de que se predique una doctrina inequivocamente falsa de una iglesia parroquial, el feligrés que ama su alma hace muy bien en no asistir a ella. Escuchar enseñanza contraria a la Escritura cincuenta y dos domingos al año es algo muy grave. Es derramar de continuo un lento veneno en la mente. Creo que es casi imposible que un hombre se someta a ello conscientemente sin resultar perjudicado. Veo que en el libro de Proverios se nos ordena: ´Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de la sabiduría` (Pr. 19:27). Si estas palabras no justifican que un hombre deje de adorar en una iglesia en caso de que se predique claramente la falsa doctrina, no sé qué palabras pueden hacerlo”[2].

Continuará en: Llegó la hora: sal de esa iglesia peligrosa 


[1] Lacueva, Francisco. La Iglesia. Clie. Pág. 252-254.

[2] Ryle, J.C. Advertencias a las iglesias. Peregrino.