lunes, 21 de febrero de 2022

Estamos muertos: jóvenes que se sienten “zombies” a causa del bullying

 


Menuda sorpresa inesperada. Solo así puedo describir la sensación que me he llevado al ver la serie surcoreana “Estamos muertos”. Cualquiera que esté mínimamente versado en la buena literatura y el cine de ciencia ficción y terror, sabrá que suele ser una excusa para tratar temas mucho más profundos, siendo la acción o el misterio únicamente lo exterior. Es así como la usaba el difunto director George Romero para hablar sobre la naturaleza humana, siendo los muertos vivientes una metáfora de cómo las personas suelen moverse por instintos y no por el raciocinio y la lógica, siendo manejados mayoritamente por los estímulos externos y las emociones. 
En este caso, como degustador de ambas categorías, y conociendo los tristes derroteros en los que ha caído en los últimos años este género, no me esperaba absolutamente nada, más allá de zombies por doquier, mucho gore, adolescentes sin neuronas y un survival en toda regla; incluso creía que mi visionado no pasaría del primer capítulo. Algunos de esos aspectos –sangre, supervivencia extrema y muertos que caminan hambrientos- los ofrece como parte del envoltorio; es en el tercero donde reside lo singular: aborda temas sociales de mucho calado entre los jóvenes, como el acoso escolar, las dificultades para sentirse parte de un grupo de amigos o los embarazos en adolescentes, junto a otros positivos como el compañerismo, el sacrificio por el prójimo y la fuerza de voluntad de resistir a pesar de las adversas circunstancias.
Como ya dije cuando analicé la estupenda “Misa de medianoche: Entre la fe y el fanatismo religioso” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/10/misa-de-medianoche-entre-la-fe-y-el.html), no recomiendo que la vea nadie al que no le guste esta categoría y le desagrade la casquearía. Además, no es necesario que lo hagas para entender el desarrollo de este escrito, aunque me centraré en el primero de ellos para no hacerlo infinito.

La destrucción de un joven
La primera escena es de por sí impactante: un chico siendo acosado, insultado y golpeado sin piedad por dos compañeros del instituto, mientras otros dos –un chico y una chica- se regodean en lo que ven. Saber que existe el bullying en los institutos es una cosa y verlo de forma tan directa es otra muy diferente. Te crea impotencia y desasosiego. ¿Y a cuento de qué se nos muestra algo así? Todo tiene su explicación: este joven llevaba mucho tiempo sufriendo a estos abusadores. Sus padres lo habían denunciado ante la Junta Escolar y la Policía. De nada sirvió. Ante la falta de pruebas absolutas, y en una reunión que hubo entre todos, sintiéndose intimidado nuevamente, el chico señaló que la versión del acosador era cierta: eran solo bromas. Esto no era así, por lo que los abusos prosiguieron. Tras esto, el padre le dijo que fuera fuerte, que se enfrentara a ellos. Pero el chico no podía, se sentía impotente y quería morirse. Trató de suicidarse, pero falló. Fue ahí cuando su padre decidió pasar a la acción: como científico, había observado que los ratones, cuando son atacados por los gatos, entran en pánico y prácticamente se dejaban asesinar sin luchar. Pero, en algunas excepciones, otros ratones se rebelaban, produciendo tal cantidad de adrenalina que se enfrentaban al gato, haciéndoles huir. Queriendo que su hijo tuviera la misma capacidad de defensa, ataque y fuerza, le inyecta dicha sustancia. El problema es que lo convierte en una bestia sin alma y sin control, deseosa de matar a todo lo que se encuentra en su camino. Y ese es el origen de toda la trama y del porqué de la pandemia zombie, que primero se produce en el Instituto y luego se expande por toda la ciudad.

El bullying en la sociedad presente
Este no es un tema menor. Ya en 2016, un informe de Save the Children sobre bullying en España, señalaba que el 30% de los alumnos entre 12 y 16 años habían sido golpeados físicamente, llegando los afectados a la terrible cifra de 193.000[1].
En 2021, según datos de la Asociación NACE (Asociación No al Acoso Escolar), uno de cada cinco niños escolarizados lo sufrió en España y solo el 15% de las víctimas se atrevieron a contarlo a familiares o profesores[2]. Los datos en el presente siguen en aumento y afecta a la inmensa mayoría de los países del mundo, siendo México el que encabeza la lista con más del 50% de afectados entre sus 40 millones de alumnos. Es tan dramática la panorámica que, en dicho país, el 15% de los suicidios están ligados al bullying, donde, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) se registran 52 suicidios infantiles cada mes; de 2008 a 2018 alrededor de 7 mil menores de edad se han quitado la vida a causa del acoso[3]. Resulta dantesco. Esta misma semana hemos conocido el terrible caso de Drayke Hardman, un niño de 12 años de Utah (Estados Unidos) que ha acabado con su vida por la misma razón, y cuyas imágenes publicadas por sus padres para denunciar el caso estremecen a cualquiera, por lo prefiero omitirlas[4].
En el mundo real, se producen todo tipo de bullying en las escuelas, que muchas veces son como una jungla: en el extremo, como las vistas en la serie, donde hay agresiones físicas y verbales de mayor o menor calado. Podemos ver que había más jóvenes que estaban sufriendo acoso: una chica a la que la obligan a desnudarse y un chico a grabarla con el móvil, al que chantajean exigiéndole dinero para que no subieran a Internet dicho vídeo. Luego están las más sutiles, pero igualmente enfermizas y que afectan sobremanera a los afectados: apodos despectivos, injurias, extorsión, bulos malintencionados, burlas sobre el físico o el estatus social, risas a su costa o desprecios a su personalidad, todo ello en persona y/o a través de las redes sociales.
Aunque lo recuerdo perfectamente, no diré el nombre porque no sé nada de él en el presente, ni es mi intención señalar a alguien por algo que hizo hace treinta años, aparte que espero que aquella época de “matón” la dejara atrás. Había un adolescente en mi clase, de unos 14 o 15 años, el cual medía unos veinte centímetros más que el resto y pesaba también la misma cantidad en kilos que los demás. Era el arquetipo de persona intimidante, y no solo por su tamaño, sino por su carácter desagradable, donde no perdía la oportunidad de reírse y burlarse de los que él consideraba más débiles. Sabía perfectamente con quién podía hacerlo: personas calladas, sencillas, humildes y físicamente más débiles que él. Puedo dar las gracias de que yo no era uno de los afectados por semejante individuo, pero cuando algún otro pasaba por su lado y él les daba un empujón o chocaba su hombro aposta y con mala intención, nadie se atrevía a decirle nada. Y lo disimulaba muy bien ante los profesores. Era un mal estudiante y no encajaba con nadie, solo con una o dos personas que parecían sus acólitos sumisos. Ver su actitud me hacía hervir la sangre una y otra vez, pero tampoco me atrevía a hacer nada. No logro traer a mi mente el comienzo de la escena, pero un día, en medio del pasillo, estaba de nuevo haciendo de las suyas con otros compañeros. Ahí perdí el control, algo extrañísimo en mí. Y no, que nadie me imaginé noqueándolo tras convertirme en Bruce Lee y siendo a posteriori vitoreado por las masas. Nada de eso sucedió y nunca me había enfrentado a algo así cara a cara. Le grité con toda mi alma: “¡Ya basta! ¡Déjalo!”. Y le empujé para que se separara de la persona a la que estaba acosando. No se movió ni un centímetro. Me dijo: “Jesús, que esto no va contigo, que no te quiero hacer daño”, palabras que repetía sin cesar. Temblando y sintiendo a la vez ira, volví a hacer lo mismo. Como él no paraba, lo agarré del jersey a la altura del pecho. No faltó nada para que me tirara al suelo con él encima. Semejante volumen hacía completamente imposible escabullirse. Traté de girarme sobre él recordando una llave que conocía de cuando practicaba Judo. No sirvió de nada, aparte de enojarlo más. Con sus enormes manos, comenzó a agarrarme el cuello como si yo fuera un pollo al que estrangular. Me decía una y otra vez que lo dejara pasar, pero yo me resistía, y a más que lo hacía más me apretaba el cuello. Llegó el punto que ya no podía respirar, por lo que cejé en mi empeño de voltear la situación. Cuando observó que me rendía, me soltó y se levantó como si nada. Aquella situación no se volvió a repetir. Las razones de que fuera así darían para mucho –siendo un tema muy interesante y, quizá, a tratar en otra ocasión-, pero no es aquí donde voy a hablar de los acosadores, sino de las víctimas, ya que es a ellos a quiénes me dirijo.
Lamentablemente, en todo instituto público o colegio privado –incluso en algunas iglesias-, suele haber este tipo de personas. Se vuelven todavía más peligrosos cuando hacen pandilla con otros del mismo estilo. Muchos jóvenes no se atreven a denunciarlo ni a contarlo. Viven estresados y angustiados, terminan por no querer ir a clase, se muestran asustadizos, sintiéndose miserables, débiles y sin valor. Sienten tanta ira que, al no poder expresarla ante sus acosadores, terminan pagándola con los más cercanos, como si tuvieran un muelle que les hace saltar a la mínima. La tristeza termina por inundarles hasta sobrepasarles y caen en depresión. En conclusión: muertos en vida, como zombies. Y más a esas edades, que nadie está mental ni emocionalmente preparado para afrontarlo. ¡NADIE debería pasar por eso! Por eso no hay que quitarle importancia jamás.

¿Qué hacer anto una situación de bullying?
Si lo piensas un segundo, tomarás conciencia de que todos los creyentes de todas las épocas han sufrido bullying, aunque esa palabra no se suela emplear para referirse a nosotros cuando nos acosan, hostigan, menosprecian y amenazan. También los relatos bíblicos abundan en ellos, siendo Hebreos 11 una pequeña lista. Como deseo ayudar tanto a creyentes como los que no lo son, aparte de ejemplos de la Escritura, incluiré los consejos de psicólogos y expertos en la materia:

1) En la primera ocasión, prueba a ignorarlo. Quizá sea el típico acosador que lo que busca es una víctima que se sienta como tal ante él, pero si no se le hace caso no volverá a molestarte. Puedes también tratar de hablarle, diciéndole que ya es mayorcito para ir comportándose como un crío y que sus bromas no tienen gracia, e irte de forma indiferente sin esperar una respuesta. Ahora bien, lo dicho dependerá de la situación: ante un tipo o más de uno, que son físicamente amenazantes y suelen usar la violencia, lo mejor es apartarse. Por ejemplo, Proverbios 15:1 dice que “la blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor”. Pero, como sabemos, esto no es una promesa sino la actitud que tenemos que tomar ante los demás. No siempre una respuesta suave elimina del oponente la ira; puede incluso aumentarla. Lo vemos una y otra vez en Jesús: por muy comedidas que fueran sus palabras, más ira sentían hacia Él. En mi caso, como veremos en el punto 3, donde a un fumador le hablé con educación, su respuesta no fue precisamente la deseada.

2) Eludir no es cobardía ni deshonor. Muchos creen que, si no se enfrentan físicamente a un acosador, es porque son unos cobardes, y eso no es verdad. A Jesús, el “hombre” más misericordioso y extraordinario que ha existido y existe, comenzaron a tirarle piedras, ¿y qué hizo él? ¿Usó la violencia? ¿Se enfrascó en una batalla campal a puñetazos contra ellos, siendo uno contra muchos? Nada de lo citado: sencillamente, se fue (cf. Jn 10:31-42) y se rodeó nuevamente de sus mejores amigos. Aléjate de cualquiera que te acose o quiera agredirte, céntrate en tus amigos y en aquellas actividades que te gusten (deportes, pasear en bicicleta, cine, música, etc.) y, si siguen insistiendo contra ti, no tardes en poner en práctica lo que voy a describir en el siguiente punto. 

3) Si el problema sigue, no guardes silencio, y mucho menos tu dolor: habla, habla y habla; cuenta, cuenta y cuenta, y hazlo con todo lujo de detalles. Hacerlo no tiene la intención de “buscar el mal de nadie”, sino “hacerte el bien a ti mismo”, protegiéndote para salir de ese círculo del que no puedes salir. La diferencia puede parecer sutil, pero es abismal. Es la única manera en que puedes ser ayudado. Hazlo con tus padres y con tus maestros. Puede que ni los padres del acosador sepan cómo es su hijo realmente y ellos se encarguen directamente de todo. Sea como sea, recaerá en tus padres y profesores la manera de buscar una solución, por lo que no tienes que temer si eso implica que ellos hagan una denuncia por la vía administrativa, policial o judicial. No creas que eso aumentará tus problemas, solo sacará a relucir la maldad que una persona o grupo de personas están llevando a cabo, para que así se les pueda parar los pies de una vez y para siempre.
Igual que he contado mi experiencia anterior, saco a colación otra que va por esta línea de actuación que estoy marcando: cuando tenía 16 años, esperando en la cola para entrar al comedor del colegio, un chico de un curso superior se encontraba fumando, lo cual estaba prohibido y nadie hacia a la vista de los demás. El problema es que él no lo hacía en un lugar apartado como hacía el resto, sino que estaba allí en medio molestando a todo el mundo. Le pedí por favor que dejara de hacerlo. Me respondió echándome el humo en la cara. A partir de ese momento, cuando me cruzaba con él, se quedaba a mi lado durante unos segundos con cara de verdadero psicópata, como un león enjaulado que está esperando la oportunidad para destrozar a su presa... hasta que llegó el día. En la Liga de fútbol-sala se enfrentaba mi clase contra la suya. Él era defensa y yo delantero. En la primera jugada del partido, en el primer balón que toqué, lo encaré, le hice un caño y marqué gol. Por dentro me sentí orgulloso. Seguramente fue soberbia, pero me alegré por habérselo hecho a un mal tipo. Lo que vino después está fresco en mi memoria con todo lujo de detalles: todos mis compañeros lo estaban celebrando conmigo, abrazándonos y chocándonos las manos, cuando de repente, de forma inesperada, noté en la parte alta de la espalda una brutal patada. Me tiró al suelo. Aquel tipo había dado un salto enorme para patearme y caminaba de vuelta a su campo como si no hubiera pasado nada. Como yo ya no era un niño pequeño y mi cuerpo me permitía perfectamente defenderme, me fui corriendo hacia él y le metí un fuerte empujón, también por la espalda. Podría haberle golpeado con mucha mayor virulencia como hizo conmigo, pero no llegué a ese punto, aunque sabía lo que mi acción podía provocar a continuación. Se giró con ojos encendidos en sangre, y cuando nos íbamos a enfrascar en una verdadera pelea a puñetazos –los cuales nunca he usado en mi vida-, todos los que había allí se interpusieron y nos separaron. ¿Me quedé con las ganas de darle su merecido? Sin ser yo cristiano por aquella época, que nadie lo dude. No sé quién habría vencido, pero su cara habría también experimentado toda mi ira, algo de lo que me habría arrepentido toda mi vida, ya que pagar mal por mal te rebaja al nivel del contrario y no te hace mejor. Tras aquello –nos expulsaron a los dos del partido inmediatamente-, fui a hablar con mi tutor, que a la vez era subdirector del colegio. A pesar de que no teníamos una relación especial, me escuchó seriamente y con aprecio, y me dijo que no me preocupara, que no era la primera vez y que se iban a tomar medidas. Por lo que me contó, lo habían echado varias veces, y esa vez iba a ser la definitiva. A pesar de que durante unos días temí que pudiera aparecer por allí a la salida de clase, nunca jamás volví a verlo. Y ahí acabó todo.
Por lo narrado, te vuelvo a animar fervientemente a hablar sin tapujos. El problema no eres tú; es el otro. Y eso se soluciona exponiendo el caso. Que no te digan que “son cosas de críos” o “devuélvele la moneda”. No, eso es una falacia absoluta y un mal consejo. Insiste las veces que sea necesario y muéstrate asertivo sin descanso hasta que te hagan caso. No sientas vergüenza ni te sientas débil. Los débiles son esos acosadores y serán ellos los que, en el futuro, si maduran, se sentirán avergonzados de cómo eran.

4) Este tipo de acosadores, cuando no llegan al aspecto físico, tratan de imponerse sobre el otro de maneras más “emocionales”: atacando la personalidad, algo rasgo del físico, los insultos a la familia, la forma de vestir, el nivel de estudios, etc. Esto ataca a lo más profundo del afectado, ya que llega a su propia alma. Pero recuerda día tras día: tu valor no depende de lo que otros digan, sea lo que sea. Lo que digan, habla más de ellos –de su propia debilidad y miseria moral- que de tu persona: tú eres un ser humano creado por Dios mismo, con todo el valor que eso conlleva. Y, si eres un cristiano nacido de nuevo, tu valor es tan alto que no debes olvidar que el Hijo de Dios derramó Su sangre por ti y entregó Su vida para salvarte. Por eso, no bases nunca tu autoestima y autopercepción en las palabras de estos acosadores.

Conclusión
Si no es tu caso, pero conoces a alguien que esté sufriendo dicha situación, ayúdalo, tanto con las herramientas que tienes en tus manos como con las presentadas. Y si eres el afectado, no caigas en el desánimo. Toma en consideración los pasos que he señalado y actúa en consecuencia, buscando a las personas adecuadas para que te ayuden. De una manera u otra, saldrás de esta situación. ¡Mucho ánimo!

* Para el que necesita más ayuda, aquí dejo la página web de Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (A.E.P.A.E): http://www.acoso-escolar.es/acoso-escolar/protocolo-de-actuacion/

Si eres de otro país, busca en Internet asociaciones que se dediquen a la misma tarea y ponte en contacto con ellos si lo consideras necesario para que te guíen.

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