lunes, 17 de abril de 2023

5. "Un mundo feliz": la falsa felicidad que nos quieren vender los humanistas


Venimos de aquí: ¿Cuáles serían los problemas si viviéramos cientos de años en este mundo? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/01/4-cuales-serian-los-problemas-si.html).

Me cuesta la misma vida creer que los que proponen los postulados que hemos visto hasta ahora no hayan leído la terrible distopía descrita por Aldous Huxley (1894-1963) en Un mundo feliz[1] como señal de advertencia, porque es exactamente lo mismo que proponen. Hablemos de esta obra para que veamos lo que nos quieren vender como el futuro maravilloso de la humanidad y de lo que sucedería de hacerse realidad.
Una reseña definía su obra como una visión utópica del futuro. Con lo que están llevando a cabo los investigadores, es evidente que esa definición corre el peligro de errar. A pesar de que fue escrita en 1932 (y que todo el mundo debería leer varias veces a lo largo de su vida), refleja con todo lujo de detalles el germen de la biotecnología y el transhumanismo del siglo XXI.

El mundo feliz de Aldous Huxley

El título de la novela se puede considerar toda una ironía, ya que el contenido sería más propio de la película de animación del director Tim Burton, Pesadilla antes de Navidad. Se nos describe un mundo que ha sido totalmente remodelado tras la Guerra de los Nueve Años que acabó con parte de la raza humana debido al uso de armas químicas. Hay un gobierno mundial donde impera la paz, y donde los grandes males de la humanidad (como el hambre y la enfermedad), han sido erradicados.
El avance de la ciencia llevó al ser humano a un estado de “felicidad” total. Se empezó totalmente de cero. Las costumbres y tradiciones del pasado fueron literalmente borradas. Se prohibió la cultura. Se prohibió el arte. Se prohibió leer a Shakespeare y la Biblia, ya que todo lo pasado fue considerado el causante de la casi destrucción de nuestra especie. La reproducción sexual fue considerada una abominación y los niños ya no nacían desde el vientre de la madre, sino que eran el fruto del cultivo en laboratorios a manos de los biólogos, que elegían lo que era genéticamente aceptable y lo que no. Los seres humanos se producían en serie a partir de un mismo óvulo, cada uno de ellos con características predeterminadas por selección genética para la separación de “castas” que predestinaban la vida de cada persona y la labor que realizarían. Estaban clasificados en Alfas, Betas, Gammas, Deltas y Epsilones, en orden descendente en cuanto a capacidad mental. En un extremo, en cuanto a inteligencia, los Alfas, cuyas labores consistirían en el desarrollo tecnológico y en ocupar puestos de liderazgo. Y, en el polo opuesto, los Epsilones, que se encargarían de los trabajos menos agradables y duros, normalmente manuales.
Podemos verlo en el caso de los Delta y en la manera en que le inculcaban el odio hacia la cultura: se dejaba a los bebés inocentes cerca de una gran cantidad de libros, los cuales, propio de su curiosidad innata, se acercaban a mirar aquellos objetos. A continuación recibían descargas eléctricas, lo que les provocaba espasmos compulsivos, a lo que respondían con gritos de puro terror. Libros y dolor. Al cabo de doscientas repeticiones de la misma lección, en la mente de los niños ambas cosas se hallaban ya fuertemente relacionadas entre sí. Como decían los psicólogos, se provocaba el odio instintivo hacia los libros por medio de esta técnica que los condicionaba definitivamente para toda la vida.
Uno de los métodos principales de enseñanza era la “hipnopedia”. Consistía en la repetición de mensajes durante el sueño para que quedaran grabados en el cerebro. Así se garantizaba el aprendizaje y el preacondicionamiento para la futura conducta. De esta manera se entrenaba a cada individuo para que aceptara su casta y condición, y no por ello se sentían insatisfechos, ya que se les hacía creer que todos eran igualmente importantes. Así nadie deseaba pertenecer a otro grupo ni sentía amargura por su condición. De la misma manera, se les inculcaba el consumismo descerebrado: comprar de todo sin pensar el porqué.
Igualmente, el amor y el apego fueron sustituidos por el sexo controlado. Podían realizarlo con todo aquel por el cual sintieran atracción física, ya que, como describe el autor, “todos pertenecemos a todos”.
No quedaba rastro de las antiguas enfermedades que arrasaban el mundo y todos eran físicamente hermosos. La muerte era aceptada con total naturalidad y los niños no tenían ningún reparo moral en tomarse un caramelo delante de alguien que agonizaba.
La tecnología avanzó a tales niveles que por medio de aviones con forma de cohetes llegaban a cualquier extremo del mundo. El cine se convirtió en hiperrealista, al permitir que el espectador pudiera sentir las emociones descritas en la pantalla, incluyendo el placer y el dolor físico.
Por último, el “soma”: era una droga aceptada por la sociedad y administrada por el mismo gobierno. Los efectos que provocaba impedía que se instalase cualquier sentimiento de tristeza o melancolía en el ánimo de la persona. ¡La misma felicidad química de la que hablamos al comienzo de esta serie de artículos!
Se supone que era un mundo feliz, pero, para alcanzar tal logro, se eliminó la familia tradicional, la cultura en todas sus manifestaciones y el libre albedrío. Los controladores mundiales se encargaban de que así fuera.

Los errores del presente y los que caerán en el futuro
Recordemos que el libro fue escrito en 1932 como una fantasía. Sin embargo, ¡cuánto recuerda a multitud de detalles en el presente y a diversos aspectos del futuro que muchos sueñan con alcanzar!
Desde luego que son positivos muchos de los avances médicos en pro del bienestar humano. Desde luego que todo entretenimiento sano es positivo siempre que la vida no gire en torno a ello. Desde luego que sería extraordinario el fin de todas las guerras. Pero, si vemos los pilares en los cuales se sustenta la sociedad descrita por Adolf Huxley, observamos:

- El trabajo mecánico y repetitivo.

- El desarrollo continuo de la tecnología.

- La sociedad de consumo y el ocio.

- El culto al físico.

- El libertinaje sexual.

- Las drogas estimulantes y antidepresivas.

- La eliminación de la religión y la filosofía.

- El desprecio ante la cultura y la literatura.

Ese es “el mundo feliz”. ¿Lo reconoces? La misma esencia que nuestra sociedad moderna y los mismos principios que difunden los inventores de este siglo. Todo aquel que lea la novela de manera reflexiva no dejará de encontrar más y más detalles en que se asemejan ficción y realidad, tanto presente como teóricamente futura.
A esta clase de “felicidad” aspira el hombre de ciencia. Y es ahí donde están equivocados. El ser humano no se reduce a millones de terminaciones nerviosas que dan lugar a algo llamado conciencia. El ser humano no se reduce a un montón de huesos que sostienen la musculatura. El ser humano no se reduce a la experimentación de placeres inmediatos y espontáneos. El ser humano no tiene la última palabra sobre la muerte.

¿Eres diferente o uno más entre la masa?
En la novela también nos encontramos a personas diferentes, que no disfrutaban de ese mundo como se supone que deberían hacerlo y que no eran felices, como Bernard Marx. Aun perteneciendo a la clase más alta en cuanto a nivel de vida e inteligencia (Alfa, aunque ligeramente defectuoso por un error de creación, lo cual provocaba que fuera menospreciado por las diferentes castas), se cuestionaba la realidad en la que vivía. Se sentía insatisfecho y, en buena parte, se negaba a ser partícipe de ciertos placeres (como el soma), aunque también terminaba sucumbiendo a los placeres sexuales fáciles, rápidos e instantáneos.
Por otro lado, estaba Lenina Crowne, que reflejaba el carácter del resto de habitantes de esa sociedad: físicamente neumática, sexualmente promiscua, eficiente en su trabajo, diseñada para ser inteligente, encantadora y dulce, y, a pesar de esas características, era completamente hueca en su forma de ser. En definitiva, una ciudadana modelo.
En un viaje de ocio a una reserva de Nuevo México con Bernard Marx, se toparon con John (más conocido como “el Salvaje”), donde vivían todos aquellos que seguían con el antiguo modelo de sociedad. Él era fruto de un nacimiento natural por parto, ya que una visitante quedó atrapada en aquel lugar por un accidente y tuvo este hijo.
De vuelta “al mundo feliz”, John no podía creer lo que sus ojos veían. No entendía como el ser humano había renunciado a experimentar todas aquellas emociones que nos distinguían de todas las demás especies de este planeta. Y así quedó plasmada en una conversación que mantuvo con Mustafá Mond, uno de los líderes del pensamiento mundial:

“A mí me gustan los inconvenientes” (S).
“A nosotros no. Preferimos hacer las cosas con comodidad” (MM).
“Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, peligro real, libertad, bondad, pecado” (S).
“En suma, usted reclama el derecho a ser desgraciado” (MM).
“Muy bien, de acuerdo, reclamo el derecho a ser desgraciado” (S).
“Sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, a tener sífilis y cáncer, a pasar hambre, a ser piojoso, a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho, en fin, a ser un hombre atormentado” (MM).
“Reclamo todos estos derechos” (S).
“Están a su disposición” (MM).

Es sumamente llamativo cómo la ficción se hace realidad, ya que los argumentos del personaje ficticio Mustafá Mond son en buena parte los mismos que los del personaje real José Luis Cordeiro, el Ingeniero del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), quien dijo en la entrevista: “En el futuro habrá grupos humanos a los que les ocurrirá lo mismo y se negarán a avanzar, en general por cuestiones religiosas. En estos casos no hay nada que hacer, el que quiera quedarse atrás se quedará atrás. El resto evolucionaremos tecnológicamente porque el ser humano no es el fin de la evolución, es el inicio de la evolución consciente, el inicio de la evolución por diseño”[2].
Si seguimos la evolución del Salvaje, podemos ver que se enamoró de Lenina, la cual era incapaz de comprender absolutamente nada que no tuviera que ver con lo que le habían inculcado desde que era una niña. Se limitaba a entregarse al ocio y a tomar su ración diaria de soma para evitar sentimientos humanos como la tristeza.
A pesar de ser como era, y ante sus hermosos ojos, el Salvaje cayó rendido e inició un acercamiento romántico, ya que ella también se sentía sumamente atraída hacia él. Pero como en aquellos de su clase, Lenina había sido programada para no experimentar el apego sentimental, sino para tener relaciones sexuales con todo hacia el que se sintiera atraído; sin más. Todo aquí y ahora. Nada de sentimientos. Nada de emociones. El corazón apartado en un rincón.
Cuando llegó el momento de declarar sus sentimientos, él recitó a Shakespeare. Ella no entendía nada, ante la incredulidad y el espanto de su enamorado. Segundos después, se desnudó y abalanzó sobre su “amado”. Este, sobresaltado y enojado en grado sumo, la empujó contra el suelo mientras la insultaba una y otra vez.
Mientras que Bernard Marx fue enviado a una de las islas preparadas para los inadaptados sociales, el Salvaje –ante la imposibilidad de irse con él-, se marchó a Londres, donde intentó comenzar su nueva vida de flagelación y de renuncia a cualquier tipo de placer. Pero, dada su popularidad, fue continuamente perseguido y observado por el resto de la sociedad que acudía a ver sus prácticas.
Quizá la escena cumbre –y que todo lector desea que llegue a buen puerto-, es su intento de rebelión desesperado por despertar a la sociedad. Trató de mostrar el verdadero significado de la libertad al arrojar el soma por la ventana en el centro de distribución. Pero estaban demasiado ciegos y no logró su objetivo.
Finalmente, incapaz de vivir en ese mundo enfermizo sin volverse loco, decidió acabar con su sufrimiento y se suicidó ahorcándose.

Conclusión
La sociedad descrita por Aldous Huxley en el ya lejanísimo 1932 tiene muchos nexos en común con el mundo presente y, especialmente, con el que proponen los científicos para el futuro de la humanidad. El gran problema –y hay que ser muy necio para no verlo con total claridad- es que no es un mundo feliz. Es cierto que la persona “genéticamente defectuosa” tenía la opción de irse a vivir a una isla con aquellos que preferían otro estilo de vida. Pero, como esos “errores de diseños” serían la excepción, los seres humanos, en su mayoría, elegirían el mundo aparentemente ideal: no tendrían necesidad de contraer matrimonio y tener hijos, tendrían total libertad sexual, al menor síntoma de tristeza o angustia tomarían una pastilla que eliminará tal sentimiento, y la religión y la filosofía no les incomodaría con diversas preguntas, ya que no formarían parte de la cultura general. Como dije al principio, para la mayoría de la población mundial sería lo normal, y la evidencia la encontramos ya en el presente, en la manera en que han mutado los valores en las últimas décadas en temas éticos, morales, sexuales, familiares, médicos, etc.
Los cristianos, al no pensar, sentir ni vivir según estos principios, somos considerados seres extraños y raros. Ante lo que nos quieren imponer, no queda más que aferrarnos, por enésima vez, a las palabras de Pablo: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Ro. 12:2. DHH).

Continuará en Los inventos tecnológicos que van a cambiar la sociedad.

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