lunes, 18 de diciembre de 2023

¿Te pareces a Loki y a Pablo de Tarso? ¿Cuál es tu “glorioso propósito” para el 2024 y, en general, en la vida?

 


Tal y como he descrito en más de una ocasión, al tener tan impregnado en mi interior multitud de pasajes bíblicos, hay infinidad de escenas de la vida cotidiana o de todo aquello que leo, veo u oigo, que me recuerdan a esos textos que se pasean por mi mente y los relaciono automáticamente. Por eso puedo escribir sobre libros, artículos de prensa, películas, series o cualquier otra cosa que se ponga en mi camino, sea secular o cristiano: porque todo lo paso por el filtro de las Escrituras. En esta ocasión, me ha sucedido tras terminar de ver el emotivo final de las andaduras de uno de los grandes personajes que ha parido Marvel en las últimas décadas: Loki, un antiguo villano, interpretado magistralmente por el actor británico Tom Hiddleston, cuya historia ha llegado a su conclusión tras catorce años.

¿Quién es Loki y qué anhelaba?
Para exponer la enseñanza que quiero impartir, no es necesario conocer la amplia biografía del personaje ni entrar en mil detalles, pero sí conocer una mínima información: siendo el hijo biológico de un gigante llamado Laufey, se convierte en el hijo adoptivo de Odin y Frigga, siendo, por tanto, el hermano de Thor. Aunque era príncipe en la tierra de Asgard, estaba lleno de celos ante su hermano porque él heredaría el trono, y con el que mantenía una relación de amor-odio, de admiración y de odio. Frustrado por no poder alcanzar la gloria que anhelaba, y sintiéndose engañado porque se le ocultó su verdadero origen, se lanzó a la conquista de la Tierra.
El mismo actor muestra cómo era Loki al principio, cuando trató de llevar a cabo sus planes: “Si recordáis en la primera película de Los Vengadores, Loki baja a la Tierra. Mira directamente a Sam Jackson. Está Nick Fury y yo digo ´Soy Loki de Asgard. Estoy cargado con un glorioso propósito`. Es arrogante y tiene derecho, y está hinchado y va a apoderarse del mundo”[1].
Ese era el primer Loki que todos conocimos: alguien cuyo “glorioso propósito” en la vida era ser grande, poderoso, admirado y reconocido por sus hazañas. Pero muchos años después sucedió algo: descubrió que había otras líneas temporales en el universo, con distintas versiones de sí mismo. Si te parece extraño el concepto, la idea es muy sencilla de entender: imagina que hubiera multitud de universos, donde, en cada uno de ellos, la historia de la humanidad, y la tuya propia, se hubiera desarrollado de otras maneras. Por ejemplo, un mundo donde los nazis hubieran ganado la 2ª Guerra Mundial. Otro donde los dinosaurios no se hubieran extinguido. Otro donde Corea del Norte fuera una democracia. Otro donde tus padres no se hubieran conocido. Otro donde te hubieras casado con una persona distinta o estuvieras soltero. Y así con todo lo que puedas fantasear.
Cuando Loki descubre la AVT (Autoridad de Variación Temporal), una agencia que se encarga de mantener el orden en todas las líneas temporales y borrar las problemáticas, conoce al agente Mobius, que cambiará su forma de entender la vida. De nuevo, que hable el actor Tom Hiddleston: “Básicamente, le muestra a Loki que el propósito glorioso era una falacia y le da una especie de segunda oportunidad. Y creo que lo más emocionante de la serie fue ver a Loki intentar replantearse y redescubrir ese sentido del propósito, con el que todos nos sentimos identificados.
Durante toda su vida, Loki había luchado por un “propósito”, pero ahora descubre que, el que consideraba más importante (el reconocimiento, la grandeza, el poder, etc.), son una estupidez, por lo que se siente perdido, triste y sin saber cuál es la razón de su existencia.

La transformación de Loki
Por razones que no son necesarias explicar, hay una especie de máquina que permite la existencia de todos esas líneas temporales a la vez, pero se está sobrecargando y llegando al límite de quebrar. Si eso sucede, miles de billones de vidas perecerán. Loki lo intenta todo para evitarlo: viaja al pasado incontables veces y se pasa siglos aprendiendo física cuántica, en su desesperación por detener el proceso y revertirlo antes de que sea demasiado tarde. Pero llega a la conclusión de que es inevitable. Todo está a punto de acabar y ser destruido... pero entonces Loki descubre ese “glorioso propósito” que llevaba buscando toda su vida: su elección es sacrificarse por el bien de todos; usando su poder, mantendrá unidas todas las líneas temporales. Con sus propias manos, las sostendrá por toda la eternidad en una especie de árbol. Cuando lo hace, podemos ver que su rostro es de completa paz.
El antiguo villano lo ha dado todo por los demás. El que quería postrar a los seres humanos, se entrega por ellos. El que creía que la grandeza era ser reconocido, descubre que todo eso es pura necedad. El que creía estar en lo correcto, comprueba por sí mismo que estaba errado.

¿Quién es Pablo y qué anhelaba?
Conocido en sus orígenes con su primer nombre, Saulo, de Tarso, tenía, en sus inicios, muy claro su “glorioso propósito”: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch 8:3). Estaba tan convencido que sentía deseos de muerte contra todo el que se considerase cristiano, tanto que llegó a consentir en la muerte de uno de ellos, llamado Esteban, mientras le apedreaban (cf. Hch. 8:1). Le pidió autorización al sumo sacerdote para apresar a todos los que encontrara (cf. Hch. 9:2). Como un león al acecho, esperaba a su presa para devorarla. 

La transformación de Saulo a Pablo
Esa era su vida. Ese era su “glorioso propósito”. Pero, al igual que Loki, aunque era sincero, llegó el día en que el mismo Maestro le demostró cuán perdido estaba.  Tanto que decidió cambiarse el nombre por el de Pablo, que es como solemos conocerlo.
¿Qué le sucedió? Que responda él mismo: “Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:13-15). Una de las personas que escribió buena parte del Nuevo Testamento se reconoció como el primero de los pecadores.
Su “glorioso propósito” fue arrancando de raíz y se dedicó a uno completamente opuesto: de perseguir al Dios en el que creían los cristianos, a proclamarlo y servirlo sin descanso. En cuanto a la justicia de la ley, irreprensible, y teniendo un alto estatus social y religioso, renunció a todo. Parafraseando a Leonard Ravenhill: “Lo que muchos predicadores tienen por curriculum, Pablo lo tenía por basura”.

¿Cuál es tu “glorioso propósito”?
Le hablo tanto a los cristianos como a los que no lo son: 

- Si tu glorioso propósito es alcanzar el reconocimiento y el aplauso, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es dedicar el tiempo libre a tus aficiones, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es usar los dones que recibiste para tu propia gloria, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es obtener likes, corazoncitos o mensajes de admiración en las redes sociales por tus publicaciones o fotos, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es hacer todo lo posible por quedar por encima de los demás, aunque eso suponga menospreciarlos o pisotearlos, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es ganar más y más dinero para comprar sin fin, o incluso tener una vida a lo grande, con una casa gigantesca, viajes de lujo, posesiones materiales inabarcables, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es vivir para lograr un cuerpo escultural, sea en el gimnasio o en el quirófano, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

- Si tu glorioso propósito es cualquier forma de hedonismo, el sexo, las conquistas sentimentales sine fine, es que no te has enterado de nada, o te has perdido en el camino.

Todo lo mencionado es “basura”. Hasta el personaje ficticio de Loki, antes de conocer la verdad, decía que se sentía vacío, a pesar de ser un “dios”. El catedrático Enrique Rojas expone dicha verdad irrefutable, aunque sorprendentemente oculta para millones de personas: “A la hora de la muerte los títulos y los honores desaparecen, la riqueza no sirve para nada, el prestigio es muy relativo, y lo único que quedan son las huellas del amor que hayamos dejado en el testimonio de nuestras vidas”[2].
Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que no nos esforcemos por mejorar nuestra calidad de vida, que descuidemos nuestra salud, que disfrutar de la naturaleza o del tiempo libre sea malo per se, o que practicar deporte u otras actividades de ocio no sean sanas dentro de un equilibrio, sino que tengamos claras nuestras prioridades y qué es realmente lo que transciende.
Hasta que no comprendas y, sobre todo, que asimiles, que el reino de Dios no es de este mundo (Jn. 18:36) y que fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10), no te habrás enterado de nada y seguirás perdido.
Como he expuesto en diversas ocasiones, Pablo enseña que Dios ha dado dones a los hombres (cf. Ef. 4:8), pero toda obra humana que no haya servido ni sirva para la gloria eterna de Dios, será quemada por el fuego (2 P. 3:10-13). Buena parte de la literatura secular, de la música, del arte o de los logros deportivos, desaparecerán por completo.
De nuevo nos apunta Pablo qué rumbo tomar: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:1-4).

Conclusión
¡Que tu “glorioso propósito” para este 2024, y para el resto de tu vida, sea usar los dones que Dios te ha concedido para Su gloria y Su obra! “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23). Es fundamenta que recuerdes esas palabras, puesto que, hoy en día, y de forma lamentable, muchos caen en “usar al Señor para alcanzar su propio beneficio y la admiración”.
No tiene que ser necesariamente actividades llamativas a los ojos ajenos. ¡Hay tanta variedad donde elegir! Puede ser desde educar a tu hijo en el Señor, hasta servir a las personas enfermas de tu familia, pasando por todo lo que se te ocurra y para lo que el Señor ponga delante de ti. Eso sí perdurará; el resto se perderá en la nada más absoluta.

lunes, 11 de diciembre de 2023

1.4 ¿Que los cristianos anunciemos el Evangelio y el arrepentimiento a los homosexuales es un acto de odio o de amor?

 


Venimos de aquí: 1.3 ¿Los cristianos predicamos que tanto homosexuales como heterosexuales somos malos por naturaleza y necesitamos de la misma salvación, o solo nos referimos a los homosexuales? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/11/13-los-cristianos-predicamos-que-tanto.html).

Como haré a lo largo de toda la obra, aviso que los capítulos de este libro hay que leerlos en el orden en el que están escritos, sin saltarse ninguno. El lector queda prevenido.

* Si alguien quiere profundizar en esta cuestión en particular, y saber cómo pensamos los verdaderos cristianos, aquí dejo la mejor predicación que he escuchado hasta ahora respecto al asunto, ofrecida por Andrés Corson. Por los comentarios en el vídeo, cristianos que tienen esta clase de sentimientos homosexuales, han recibido mucho consuelo y una perspectiva correcta del amor de Dios: “Mi hijo es gay, ¿qué hago? (https://www.youtube.com/watch?v=RQAkU0yK5XI).

Lamento profundamente que algunos homosexuales hayan sido amenazados o agredidos físicamente a lo largo de sus vidas, incluso por individuos que se decían “creyentes” y que los han odiado. Pero mi deber y el de todo cristiano es decirles la verdad del Evangelio, y no por eso somos “enemigos”, como retóricamente preguntó Pablo: ¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gá. 4:16).
Señalar el estilo de vida homosexual –incluyendo el “monógamo”- como contrario a los deseos de Dios, que requiere del arrepentimiento y de un cambio radical, no es odio o falta de amor, sino todo lo contrario: anunciar el mensaje de salvación es el mayor acto de amor que se puede ofrecer. Es un acto de misericordia, junto con la  imperiosa necesidad que tenemos todos los cristianos de señalar la necesidad de buscar la VOLUNTAD de Dios en todos los aspectos de la vida.
Cuando un padre corrige o regaña a su hijo cuando este se equivoca o no hace algo bien, no significa que no lo ame. Si lo hace con buena voluntad, lo ama sin duda. No amarlo sería callarse y no enseñarle el camino correcto.
Aquí reproduzco los pensamientos de un cristiano y la conversación que mantuvo con un amigo homosexual: “Había decenas de características tangibles que estimaba en mi amigo, y se lo dije. Pero, con una voz temblorosa con nerviosismo y compasión, le confesé que mi amistad parecería insincera si yo no podía reafirmar lo que él mantenía como una parte central de su identidad: su sexualidad”.

- “Quiero que sepas que creo que Dios ama a cada persona de la misma manera y eso incluye al homosexual. Sería deshonesto para mí aparentar que estoy de acuerdo o que entienda el camino que tú crees es el correcto, pero acepto que eres libre de escoger tu propio camino en la vida. Eso no por que yo sea especialmente caritativo o generoso, sino porque Dios lo es”.

- “Entonces, ¿sigues pensando que me voy a ir al infierno porque soy gay?”.

- “Perdóname si te dije eso. Más bien, es esto lo que creo: todo se reduce a lo que hacemos con Jesús. Yo creo que Él es el Hijo de Dios. No todos creen eso, pero daría cualquier cosa para que vieras la realidad de Jesús. Él le da significado y propósito a mi vida. Él puede hacer lo mismo por ti. Nadie se va al cielo por lo que hace o deja de hacer. Ese es el mensaje de Jesús. Todos los seres humanos pecan, y todos merecemos irnos al infierno por ello. Pero Jesús les ofrece a todos su gracia libremente. Sé que no es una parte fácil de la teología cristiana, pero sí, creo que la homosexualidad es un pecado, pero no es distinta de cualquier otro pecado. No es diferente a si me acuesto con alguien que no sea mi esposa o incluso si tengo una fantasía sexual momentánea. Dios creó la sexualidad, así que es buena, pero se puede expresar de maneras equivocadas. Cada uno de nosotros, gay o no o lo que sea, expresa la sexualidad de maneras rotas. Pero sabes qué, daría cualquier cosa por verte conocer a Jesús. Realmente lo haría. Yo moriría por eso. Todo esto gira sobre lo que decidas acerca de Jesús”[1].

Esto es, en definitiva, lo que creemos los cristianos. Por eso es triste cuando los que defienden con uñas y dientes la libertad de ser homosexual –lo sean o no- atacan a los cristianos preguntando con sorna y “buscándonos las cosquillas”, y nos dicen qué haríamos si tuviéramos un hijo o un ser muy cercano que nos confesara que siente atracción hacia las personas de su mismo sexo. Parafraseando la respuesta que en una ocasión leí de una hermana: “Nos sentaríamos a hablar con él, corrigiéndole a la luz de la Palabra, y oraríamos. ¡Ni que fuéramos monstruos que vamos a quemar en la hoguera a nuestros hijos!”.


[1] Soy extremadamente cuidadoso a la hora de copiar citas de otros autores, pero, en esta ocasión, aunque la tenía copiada, he traspapelado la fuente y no sé de dónde la copié a pesar de haberla rebuscado entre mis libros. Si algún día la encuentro la añadiré. Solo decir que, al ser tan interesante lo descrito y, a pesar de lo dicho, merece la pena transcribir esta historia.

lunes, 4 de diciembre de 2023

15.2. Los efectos traumáticos tras salir de una iglesia malsana o secta, y las diversas actitudes que toman los afectados

 


Venimos de aquí: ¿Cómo afrontar la vida tras salir de una secta o de una iglesia corrompida? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/10/151-como-afrontar-la-vida-tras-salir-de.html).

Empecemos por ver los efectos que suele provocar la salida traumática de una iglesia abusadora o malsana, o incluso de una secta.

Efectos
Para poder tratar los efectos, primero citemos algunos de los inmediatos en esta clase de síndrome de Estrés Postraumático:

- Se rememora continuamente el acontecimiento que provocó el trauma, con recuerdos muy detallados de todo lo acontecido. O el caso opuesto: dificultad para recordar hechos concretos de la vivencia traumática.
- Incapacidad para controlar los pensamientos obsesivos, los cuales surgen en la mente de manera involuntaria.
- Insomnio, pesadillas repetitivas y falta de sueño reparador. Esto provoca un cansancio abrumador las veinticuatro horas del día, lo que convierte al individuo en un alma en pena.
- Serias dificultades para concentrarse.
- Tristeza continua.
- Sensaciones desagradables de la misma intensidad que cuando aconteció el hecho en sí.   
- Ansiedad ante el temor a que la situación se pueda volver a repetir en el futuro.
- Sentimientos de pánico e ira al pensar en la posibilidad de encontrarse con sus acusadores. En el caso de que se produzca, se desconoce cómo reaccionará exactamente.
- Odio hacia aquellos que le infligieron tal dolor.
- Irritabilidad persistente y estallidos de ira, unido a la amargura y deseos de venganza.
- Sentimientos profundos de soledad.
- Evitación de todo contacto personal con otros seres humanos, al considerarlos a todos una amenaza por igual.
- Desconfianza generalizada, incluyendo a aquellos que se acercan con el propósito de ayudarle. Esto provoca que se encierre en sí mismo.
- Visualización de un futuro totalmente oscuro, desalentador y sin expectativas.
- Manifestaciones psicosomáticas, fruto de la ansiedad acumulada, como dolores de cabeza y musculares, mareos, bajadas de tensión y taquicardias.
- Repulsión a todo aquello que le recuerda de una manera u otra a las personas de las cuales huyó.
- Sentimientos de culpabilidad contra sí mismo por no haber evitado la situación que se produjo.
- Falta de apetito y desinterés por aquellas actividades sanas que siempre le han resultado placenteras.
- Enojo extremo, al saberse vigilado en la distancia por aquellos que dejó atrás y que parecen desear hundirlo en la miseria.
- Incapacidad para experimentar amor hacia sus semejantes. Esta apatía emocional conduce al individuo a sentir que ha perdido una parte imprescindible e intransferible de su humanidad.
- Indiferencia ante las muestras de cariño, las cuales no llegan a su corazón.
- Inseguridad, confusión y aturdimiento mental.
- En casos extremos, pensamientos recurrentes de suicidio, al considerarlo la única posibilidad de escapar del dolor que le abruma. 

Pueden ser más las sensaciones (que tú mismo podrías añadir y que son personales), pero basta con las citadas. Es evidente que no tienen que darse todos estos síntomas ni todo el mundo llega a los mismos extremos. Todo depende de diversos factores, como el carácter de la persona, el grado del trauma y de las consecuencias sobre su vida. Aun así, estos creyentes quedan, por norma general, profundamente dañados y el proceso de recuperación no es sencillo.

Diversos grupos y su actitud
He comprobado que, por norma general, se suelen dar seis grupos de individuos, respecto a la actitud que toman tras su marcha de estos lugares. Podríamos citar algún tipo más, pero estos son los más habituales:

1. El primer grupo busca otra iglesia local tras un periodo dedicado al descanso, la reflexión y la sanidad interior.

2. La segunda categoría la forman aquellos que, tras levantarse con gran esfuerzo del dolor que les causaron, prefieren vivir una vida tranquila y al margen del mundo eclesial institucional. Eso sí, jamás reniegan de su fe en Cristo, la cual manifiestan de diversas maneras, y obran para Él en libertad de múltiples maneras, usando los dones recibidos, fuera de las cuatro paredes de un local.

3. Un tercer sector está formado por lo que deciden tomar el modelo de la iglesia primitiva, reuniéndose en sus casas. Forman pequeños grupos (amigos y familiares) para alabar al Señor y compartir su Palabra, animándose unos a otros a las buenas obras y apoyándose en todo lo necesario.

4. El cuarto colectivo sería el de aquellos que rompen todo contacto con otros cristianos. Afirman seguir guardando la fe, pero se acostumbran a un estilo de vida tan frío que dejan de obrar para el Señor, de orar, de escudriñar Su Palabra, etc. Dios termina por tener un lugar muy secundario en sus vidas. Esto se detecta fácilmente cuando las cuestiones espirituales no aparecen por ningún lugar en sus conversaciones.

5. Otros son los que, tristemente, se apartan del Señor. Aunque la mayoría no reniega declarándolo con palabras directas, lo hacen con sus hechos, ya que se dedican a vivir fuera del orden de Dios; algunos con pecados llamativos y otros, simplemente, sin querer saber nada de Él.
Si eran verdaderamente hijos de Dios nacido de nuevo es un debate doctrinal en el cual no entro aquí, puesto que ya lo he hecho en otras ocasiones en el blog. Dicho lo cual, afirmo que nada, absolutamente nada, justifica abandonar all Señor. Parafraseando a Pedro, les digo: “¿A dónde iréis, si únicamente Jesucristo tiene palabras de vida eterna?”. Job lo perdió todo y no por ello renunció, sino que siguió el camino eterno.

6. Otros señalan que no se han apartado, proclamando que siguen siendo cristianos de pura cepa, citan las Escrituras aquí y allá, mencionan a Jesús siempre que pueden, pero, por unas razones u otras, modifican aquellos aspectos éticos y morales de la Biblia que no les gustan, reajustándolos a sus propias creencias, muchas de ellas basadas en la sociedad presente y en las nuevas modas que van surgiendo. Rehacen a Dios a su propia imagen y semejanza caída, lo cual es una blasfemia en sí mismo.

Mi anhelo es ayudar a todos ellos, estén en un grupo u otro, que han sido marcados a fuego por una dolorosa salida de la iglesia local a la que asistían. Y puedo hablar de ello con propiedad porque transité ese camino. Para ello analizaremos los síntomas y veremos qué hacer en tales circunstancias para que el afectado pueda ir aplicándolo paso a paso. Es fundamental que entiendas estas palabras del pastor Gerardo de Ávila: “En una crisis salva el nivel conceptual de la fe, no los sentimientos, que son nuestros peores enemigos en esos momentos”. Todo lo que vamos a ver está basado en tal premisa.

Lo que Dios tiene que decirte
Sea cual sea tu caso y tu situación personal, te diré que hay esperanza para ti, y que el inmenso dolor que puede embargar tu alma no tiene que eternizarse. El primer interesado en restaurarte es el Señor mismo, tu Padre celestial, y así lo afirma una y otra vez a lo largo y ancho de Su Palabra: “Más yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas [...] He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad [...] El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Jer. 30:17, 33:6; Lc. 4:18).
Lo normal es que esta sanidad no sea instantánea sino progresiva, y que, como vimos, dependerá de muchos factores: calado de las heridas, daños causados, áreas personales afectadas, etc. De ahí que pueda llevar semanas o meses la recuperación completa, incluso años en los casos más graves, porque es lo más profundo de tu ser lo que ha sido dañado. Y esta sanidad no se logrará reprendiendo demonios y demás parafernalia que se observa en algunos lugares. En muchas ocasiones, el Señor se sirve del quebrantamiento para sanar el corazón, siendo las lágrimas las que, una vez derramadas sobre las heridas, cicatrizan el alma.
Es en ese tiempo de debilidad donde Dios te puede llevar a un crecimiento personal de un valor incalculable, si descansas en Sus manos, ya que su poder se perfecciona en la debilidad (cf. 2 Co. 12:9). La madurez que puedes alcanzar por medio del dolor no tiene precio. Él prometió que no dejaría para siempre caído al justo (cf. Sal. 55:22) y que está cerca de los quebrantados de corazón (cf. Sal. 34:18).
Quizá en este instante las palabras no te digan nada. Puede que no las creas, que suenen hasta falsas. Si piensas así, te entiendo. Pero un día serán reales, e incluso podrás ayudar a otros. Recuerda que las mayores marcas y cicatrices de la historia de la humanidad –las de Jesús tras resucitar-, han traído sanidad a millones de personas de todas las épocas: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28). Dios te llamó en su momento y estará siempre contigo, puesto que tiene un propósito en medio, a través de tu dolor y durante el proceso de sanidad: Si hay un proyecto coherente y bien edificado, el dolor, el sufrimiento, la decepción, la humillación, el fracaso, etc., tienen sentido. ¿Por qué? ¿De qué manera? El sufrimiento, en sus diversas formas, cura al hombre de su profunda soberbia y lo va volviendo más amoroso con los demás. A la corta, lo frena; pero, a la larga, lo hace más humano, más comprensivo y tolerante. Cuando estos impactos negativos no son recibidos así, el hombre se neurotiza y se torna agrio, amargado, resentido, echado a perder, etc. El mismo sufrimiento que hace madurar a unos conduce a otros a uno de los peores capítulos de la psiquiatría: la personalidad enferma. La diferencia está en el modo de aceptarlo en el contexto del proyecto personal”[1].
Las penurias de José fueron dramáticas: lo intentaron asesinar, fue traicionado y vendido por sus propios hermanos, encarcelado durante años injustamente, etc., pero  terminó hablando de esta manera: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Gn. 50:20).

Empatizando contigo
Entiendo mejor de lo que puedas imaginar los sentimientos que habitan en tu corazón. Entiendo tu dolor. Entiendo tu rabia. Entiendo lo que es sentirse desolado. Entiendo lo que es sentirse traicionado y abandonado. Entiendo cuando me hablas de esas noches en vela llenas de temor. Entiendo cuando dices que “lloras sin llorar”. Entiendo qué significa despertarse en medio de la noche empapado en sudor tras una pesadilla que se repite una y otra vez. Sé lo que es sentirse indefenso mientras eres emocionalmente linchado. Sé lo que es desear estar fuera de este mundo. Sé lo que significa no confiar ni en tu sombra. Pero también sé que, en lo más profundo de tu ser, existe el deseo de recuperarte. Sé que es un clamor que gritas en silencio y que ahogas dentro de tu alma. Y sé cuánto se puede aprender de la mala experiencia. No te diré que sea fácil, porque eso sería engañarte, y ya estás saturado de mentiras. Pero sé que se puede porque lo he experimentado en primera persona.
Si algo he aprendido es que existe una abismal diferencia entre padecer secuelas y que ellas tomen el control absoluto el resto de tu vida. La definición de secuela es: “Trastorno o lesión que queda tras la curación de una enfermedad o traumatismo, y que es consecuencia de ellos”. Las secuelas son normales, pero el fin de todo es aprender de ellas, adaptándose a las nuevas condiciones de vida, eliminando el grave pesar interior que han dejado, para, finalmente, crecer como resultado de todo el proceso. Ahora que el trauma se ha producido, no puedes dejar que tu vida gire en torno a él. Debes usarlo en tu beneficio, aunque en medio del proceso de aprendizaje resulte bastante doloroso.
A lo largo de este extenso capítulo, que comienza aquí tras la introducción que ya vimos, permíteme mostrarte lo que una vez aprendí. Lo aquí establecido son principios generales, ya que cada uno de nosotros y cada caso es distinto, por lo que se deberán adaptar a cada situación personal. Posiblemente nuestras circunstancias pasadas no fueran exactamente iguales ni el cómo las vivimos, pero el dolor tiene patrones que se repiten para todos, por lo que es normal sentirse identificados y empatizar con el otro.
Afrontemos los síntomas y los efectos más dolorosos volcándonos en la solución, puesto que si adoptas una actitud pasiva los efectos negativos se volverán crónicos y la superación del trauma será aun más difícil de lo que ya es de por sí. Así que pongamos las cartas sobre la mesa y barajemos hasta dar con la mano ganadora.

Continuará en: 15.3. ¿Reprimir el dolor tras salir de una secta o iglesia abusadora? & Controlando las mentiras que llegan a tus oídos.


[1] Rojas, Enrique. La conquista de la voluntad. Ediciones Planeta Madrid, S.A.