lunes, 11 de julio de 2016

9.1. Enamorado de un inconverso: ¿Es posible que suceda?


Venimos de aquí: ¡Vive! La réplica a la sociedad.
Una de las causas principales que conduce a un creyente a alejarse de Dios es aquella que está provocada por un noviazgo con una persona inconversa. Matizo especialmente el término “inconversa” y lo distingo de “incrédula”. Se puede afirmar creer en Dios (ser “crédulo”, se haga o no profesión externa de la fe) pero no haber “nacido de nuevo” (“inconverso”). Según Romanos 8:9, cristiano es únicamente el que tiene el Espíritu de Dios. Por lo tanto, un noviazgo con un crédulo inconverso es igualmente contrario a la enseñanza bíblica.
El problema más grave es cuando el creyente comienza a buscar una pareja sin tener en consideración si el otro lo es o no. Ahí entiendo a aquellos que observan esta actitud y se preguntan si tales personas son realmente cristianos “nacido de nuevo” o simplemente lo aparentaron durante años bajo el camuflaje de la religiosidad. No es fácil dilucidar si era así o si se fue apartando progresivamente del camino del Señor, permitiendo que entraran en su mente ideas contrarias a la ética y la moral de un hijo de Dios.
Puede que tu mayor problema sea que has llevado tu conciencia al extremo de creer que no estás haciendo nada realmente malo. Para acallar esa vocecita que a veces te recuerda la verdad, procuras no pensar al respecto. Quizá afirmes que sigues creyendo en Dios –lo cual puede ser perfectamente cierto- pero en realidad tu vida se ha alejado de aquella época en que Cristo reinaba verdaderamente en tu corazón en todas las cuestiones y no en unas pocas. Te podría hacer una pregunta muy directa que Jesús mismo realizó y que resulta sumamente incómoda tanto de formular como de responder, pero que debería llevarte a meditar: “¿Por qué me llamáis, Señor; Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46).

Justificaciones
He oído todo tipo de explicaciones para justificar tales relaciones: que no supieron decir “no” a ese chico que continuamente les pedía salir; que irremediablemente se enamoraron; que se lo pasaban muy bien con esa chica que les hacía reír; que no podían abandonar a quien les llenaba el corazón; que no encontraban a nadie tan especial dentro del cuerpo de Cristo; que qué más da si los cristianos son iguales o incluso peores que los incrédulos, etc. Las argumentaciones son innumerables y cada cual más injustificable. Esto es lo que sucede cuando la persona le concede terreno en su mente a los propios razonamientos.
La evidencia es rotunda: hoy en día, la inmensa mayoría de aquellos que están sumergidos en una relación de yugo desigual:

- Siguen con sus respectivas parejas.
- Se están relacionando con un nuevo compañero.
- Se han casado y algunos tienen hijos.
- No están con nadie pero no han regresado a ser partícipes de la comunión con los santos ni tienen a Cristo como Señor de sus vidas.

Oyendo la mente y el corazón
No quiero quedarme en lo superficial y en la certeza de la realidad descrita, sino que deseo entrar en la mente de cada persona, analizar las causas y los motivos que les llevaron a tomar tal camino. Si es tu caso, tendrás que ver qué hacer. Y si no lo es, para que estés prevenido. Si puedo hablar con libertad es porque yo también llegué a enamorarme de una chica incrédula, por lo que sé perfectamente de lo que hablo y puedo comprender con naturalidad que llegue a suceder que nos enamoremos de una persona que no es cristiana. Dios creó al hombre con la capacidad innata y natural de sentir atracción hacia la mujer – e igualmente a la inversa- y la inmensa mayoría de los seres humanos tienen deseos sentimentales románticos que buscan ser satisfechos.
Hay cristianos que “demonizan” a todos los inconversos por igual. Y para eso usan el pasaje de la prostituta descrita en el libro de Proverbios u otras citas bíblicas. El hecho de que una persona no sea cristiana no significa que sea una arpía o una prostituta. Me irrita esta visión bipolar. Las Escrituras son claras al distinguir entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre los cristianos y entre los que no lo son. Y no podemos olvidar que los inconversos, sin atisbo de duda, siguen “destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Pero, aun así, conservan parte de la imagen del Creador. La raíz de los problemas que anidan en el corazón del ser humano radica en seguir los malos deseos de la naturaleza caída. Tanto incrédulos como creyentes poseen una conciencia básica sobre el bien y el mal, ya que parte de la Ley de Dios está escrita en lo más profundo de cada uno de los habitantes de este planeta (cf. Ro. 2:15).
Toda persona inconversa conserva cierta capacidad para llevar a cabo actos bondadosos porque parte de la imagen de Dios sigue impresa en él. De lo contrario, la Tierra sería el mismísimo infierno, donde la maldad estaría continuamente en su máximo apogeo. Ahora bien, ningún acto u obra de este tipo es considerado como un “bien espiritual” y  ninguna buena acción contabiliza para alcanzar la salvación: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles” (Ro. 3:10-11). Lo uno no quita lo otro: no son hijos de Dios pero tampoco son espíritus demoníacos. De lo contrario, no habría en ellos ni el menor asomo de amabilidad ni ningún tipo de virtud. Y sabemos que eso no es así.
Así que vayamos a la coyuntura clásica, que no se refiere, evidentemente, a tener cenas románticas ni veladas al compás de la Luna con inconversos para conocerse más íntimamente (juego muy peligroso al que muchos se prestan bajo el camuflaje de que es inocente), sino a las circunstancias de la vida cotidiana: ¿Qué ocurre cuando tenemos una relación natural de compañerismo con un colega de estudios o de trabajo y se manifiesta en nosotros un afecto especial hacía él? ¿Qué ocurre si realmente observamos que es una persona encantadora con valores muy dignos, con una personalidad sana, inteligente y atractiva, que tenemos ciertos aspectos en común y maneras de pensar semejantes en nuestra forma de ser que nos hace sentir próximos, aun sin ser cristiana y sabiendo que ni mucho menos es perfecta? Sin referirme a un capricho o a un sentimientos fruto de la imaginación que nos hace creer que el otro es la excelencia personificada (algo irreal), lo que sucede es muy sencillo de explicar: esa persona puede que “toque” nuestro corazón por diversas razones y esto nos lleve al punto de querer estar más cerca de él en todos los ámbitos: sentimental, emocional y físico. Esto sí es real.
Sabemos que, como cristianos, no debemos vivir aislados del resto de la sociedad (cf. 1 Co. 5:10), sino todo lo contrario. Al relacionarnos con otros podemos establecer amistades. Entre ellas puede surgir alguna especial y diferente al resto. Ahí puede darse el caso de que comiencen a acelerarse los latidos del corazón y que tus pensamientos giren continuamente en torno a ella. Te enamoras sin ser consciente de ello. Hay rasgos de la personalidad del otro que te llaman la atención. Y, de repente, un día, sin buscarlo, estalla la química de tu cuerpo. Surge en tu interior la chispa y comienza a arder de manera casi incontrolada.
No somos de piedra, y nuestro corazón no suele hacer discriminación entre lo que es conveniente y lo que no. Una cita que me fascina dice: “Los deseos no se pueden provocar ni reprimir a placer. Surgen en nosotros de profundidades más profundas que todas las intenciones, sean buenas o malas. Y surgen inadvertidas”[1]. El enamoramiento no es algo que se pueda evitar fácilmente de manera consciente.

¿Qué hacer ante tal situación?
Nos encontramos ante una realidad que no resulta sencilla de manejar. Así que aquí quiero hacer alusión a estas primeras etapas –la de la simple amistad-, no a aquellas donde se inició un noviazgo contra el mandamiento de Dios y la relación se formalizó tiempo atrás.

1) En primer lugar, es fundamental “atar en corto”, “amarrar”, “sujetar” y “controlar” los sentimientos. Es la manera de no verte envuelto en un torbellino de emociones desbocadas. Como dije líneas atrás, es una lección que aprendí directamente. Desde entonces, si observo que me puedo sentir sumamente atraído por una persona que no es cristiana, tomo conscientemente control sobre la situación y de cada paso que doy. Es la manera de “domar” el corazón.
2) El segundo paso es orar. Esto tiene un doble propósito:

- Exponerle al Señor tus sentimientos. Es la manera de descargar tu corazón y descansar en Él (cf. Mt. 11:28). Posiblemente sentirás un dolor desgarrador en tu interior al desear lo que, en este preciso instante, no es posible: amar y ser amado.
- Pedir por su conversión. Sin duda alguna, aun con todos los atributos positivos que posee esa persona que anhelas, tienes que recordar que lo que más necesita en su vida es a Dios y tú deberías ser un ejemplo para ella, en lugar de dejarte arrastrar lejos de tu Padre. ¿Son malas personas todos aquellos que no conocen a Dios? No. ¿Espiritualmente están muertos? Sí, rotundamente. Como bien definió Pablo, están muertos en sus pecados y delitos (cf. Ef. 2:1). En el momento que pierdes de perspectiva la necesidad imperiosa de compartirle el Evangelio, lo pierdes todo. Ahí se demuestra tu grado de madurez, porque ésta no consiste en vestir elegante, tener un buen trabajo o ser más atrevido en las relaciones personales con el sexo opuesto, sino hacer lo correcto delante del Señor.

La respuesta
Puede que tus oraciones se convierten en un auténtico clamor de desesperación y te hagas decenas de preguntas: “¿Habrá sido el Señor quien ha puesto a esta persona en mi camino para que tenga una verdadera conversión y sea mi pareja? ¿Será una prueba de Dios para probar mi fidelidad y hacerme crecer una vez haya pasado por ella? ¿Será el enemigo que conoce una de las grandes debilidades del ser humano –el corazón- y me está tentando para apartarme?”. Esperas. Y esperas. Y esperas. Y nada sucede. Le hablas de Dios con tu corazón en la mano, le regalas libros cristianos y le muestras el camino de salvación. Pero sigue sin ocurrir nada. Escuchas sus respuestas y las típicas expresiones: “Si yo creo en Dios...”, “algo tiene que existir”, “la religión no es lo mío”, “no puedo creer en algo que no veo”, “yo te respeto, y me alegro sinceramente por ti si te hace bien, pero no pienso igual”, “me parece muy bien, pero no trates de convencerme”, “no tengo respuesta a todas las preguntas, y cómo no las tengo...”.
También puede darse el caso contrario: que, finalmente y de manera genuina, “nazca de nuevo”. Entonces deberás ayudarla paso a paso a crecer en el conocimiento de la gracia y pedir consejo a otros hermanos que te ayuden en semejante aventura, verdaderamente compleja y difícil. Es un tanto enmarañado saber si esa conversión es verdadera o lo único que busca es un argumento para estar contigo. Así que no aceleres los pasos. Que vaya todo despacio ya que la transformación de una persona lleva muchísimo tiempo. Puedes guiarla para que conozca mejor la Biblia y aconsejarle buenos libros que podáis compartir y debatir, confiando en que Dios haga la obra en ella, sin prisas ni agobios. Ten mucha paciencia y ve con pies de plomo. Recuerda que es un niño recién nacido que necesita “leche espiritual”. Ya llegará el momento para todo lo demás.
Ahora bien, si esto no sucede... veremos qué hacer a continuación.

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[1] Ende, Michael. La Historia Interminable.

2 comentarios:

  1. Impresionante como explicas, es el proceso por el que estoy pasando hoy precisamente las mismas inquietudes y conclusiones. Dios tome control en este tipo de relaciones y nuestra estrategia evangelistica sea la adecuada. Gracias.

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    1. Gracias por tus palabras. Y sí, es más común de lo que nos imaginamos, sucede con frecuencia, así que deseo que te vaya todo bien en la toma de decisiones al respecto. Un saludo y bendiciones.

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