martes, 20 de junio de 2017

Cristianismo versus Ateísmo

Desde hace muchísimo tiempo tenía ganas de comenzar a analizar cada una de las ideas que los ateos tienen de nosotros los cristianos. La cuestión es que nunca encontraba el momento adecuado o algo en concreto que me animara por fin a dar el paso. Pero, tras ver una extraordinaria y polémica serie de televisión estadounidense que ha sido todo un éxito, ese impulso para comenzar ha llegado. Algunos sabrán a qué serie me refiero, pero como para el primer escrito usaré lo que en ella se describe, me guardo el título, aunque posiblemente más de uno sabrá a la que me refiero sin necesidad de citarla.
Para esto nace la etiqueta “Cristianismo versus Ateísmo”, la cual pienso que nunca tendrá fin dado que las materias son cuasi infinitas. Mi intención es analizar todos y cada uno de los conceptos que tienen los ateos de Jesucristo, del cristianismo, de la Biblia, de los creyentes en sí y de multitud de temas con los que nos suelen atacar: el papel de la mujer en la sociedad, las relaciones sexuales, los avances científicos que parecen chocar con la fe, la teoría de la evolución, la antropología, las aparentes incongruencias bíblicas, la violencia en el Antiguo Testamento y en la historia, las guerras, la homosexualidad, las otras religiones, etcétera. Esto nos ayudará a ser honestos con nosotros mismos y a reconocer errores que cometemos los cristianos al defender nuestras convicciones ante los que no las comparten.
También detallaré las tácticas y los métodos que suelen emplear los ateos para desprestigiarnos, y que están sumamente extendidos por la sociedad, la cultura, la literatura, la educación y los medios de comunicación. Algunas veces lo hacen en forma ofensiva y de burla (como con los memes de Internet llenos de estereotipos irrisorios) y en otras ocasiones con buenos argumentos, los cuales son merecedores de ser escuchados y de recibir una sana contestación.
Cuando he tratado con ellos personalmente y he leído sus libros, he observado que existen dos tipos de ateos: por un lado están aquellos que directamente no creen en nada de lo que pone en la Biblia, absolutamente en nada, al considerarlo una fantasía o una mezcla de leyendas o invenciones de los autores, por lo que directamente te dicen que no les cites versículos bíblicos ya que éstos no les dicen nada. Por otro, los que creen en algunas partes o confiesan que algo de verdad contiene, pero que hay aspectos importantes que no los pueden aceptar por imposibles, especialmente diversos textos que les escandalizan, hasta el extremo de señalar que si “ese” es Dios no quieren saber nada de Él. Partiendo de esta división, habrá escritos donde me centraré en examinar las tesis de un grupo u otro.
No busco convencer a nadie, solo exponer el porqué de nuestras creencias. Algunas son complejas y de difícil explicación, pero infinidad de ellas son sumamente sencillas de entender una vez que se ponen en perspectiva.
Deseo que a los cristianos les ayude para saber defender su fe, ya que muchos no saben hacerlo ni se esfuerzan en aprender, cuando todo creyente debe saber el porqué “cree lo que cree”. Lo contrario es incoherente. Y a los que son ateos pero pueden leer sin prejuicios otros puntos de vista –y están realmente interesados-, para que puedan reflexionar y darse cuenta de que a los cristianos no nos han “secuestrado” el cerebro, puesto que nuestras creencias no se basan en la irracionalidad o en el fanatismo ciego que niega la razón. 
Aunque no tendrá una periocidad concreta –dado que escribo también de otros muchos asuntos-, te invito a que leas cada escrito que aparecerá por aquí y que, como siempre, iré compaginando con otras temáticas. Procuraré que sea fácil de entender para todo el mundo, aparte de ameno y original.

miércoles, 14 de junio de 2017

3. ¿Las enfermedades irreversibles y la muerte son indignas? & Vivir con una enfermedad incurable

Venimos de aquí: A favor y en contra de la eutanasia: dos posturas opuestas: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/2-favor-y-en-contra-de-la-eutanasia-dos_2.html

Uno de los argumentos que se usan a favor de la eutanasia es que determinadas enfermedades y la forma en que se fallece provocan un sentido de indignidad. No comparto tal pensamiento. Sea cual sea la condición física o mental de una persona, no la convierte en alguien indigno. La sociedad que nos rodea y, principalmente, nosotros mismos, nos valoramos en función de tener o no trabajo, de poseer o no estudios, de estar o no casados, de tener o no una buena casa y un buen coche. Con la salud sucede exactamente igual. Si estamos saludables y fuertes nuestra autoestima se mantiene alta y estable; nos sentimos valiosos y dignos. Por el contrario, si estamos enfermos y débiles nos hundimos anímicamente, considerándonos insignificantes e indignos. Es como si nuestro statu quo se tambaleará.
¿Es deseable depender de terceras personas, incluso para comer, lavarse y vestirse? Ni mucho menos. ¿Es agradable sentir que el cuerpo no responde como uno desearía? Ni de lejos. ¿Alguien querría verse así y necesitar ayuda para todo, como si fuéramos un bebé sin pudor? Nadie. Pero no acepto que estar en una situación así sea considerada indigna. Toda persona es digna aunque su situación en la vida no sea la deseada e idílica. El valor del ser humano está muy por encima de cualquier circunstancia. Si solamente consideramos la vida digna de ser vivida cuando estamos bien de salud y ánimo –como muchos llegan a afirmar-, y queremos morir en las mismas condiciones, apaga y vámonos.
Con esta manera de ver la realidad –completamente opuesta a la habitual-, trato que midamos nuestra escala de valores desde otro punto de vista. Teniendo en cuenta el concepto que he expuesto, indigno era el trato y la muerte que le proporcionaban los nazis a los judíos en los campos de concentración y los americanos a los esclavos de color. Pero ellos nunca dejaron de ser dignos. Por lo tanto, ningún enfermo es indigno, y que los familiares y amigos cuiden y ofrezcan su atención al enfermo es dignísimo. En consecuencia, la muerte es igualmente digna. No existe algo así como una muerte indigna. Y, aunque no sea fácil, así debería aceptarlo el receptor. Por lo tanto, la muerte por una enfermedad –sea la que sea- no es indigna per se.

Un enfoque diferente ante la enfermedad irreversible
Carlos (el enfermo de ELA del que hablamos en el primer artículo), decía que para qué luchar, que ya había perdido, por lo que pedía la eutanasia para “mañana mismo”. Aunque no he padecido en mis propias carne una situación de enfermedad grave, sí la he vivido en la persona que más he querido –mi padre-, por lo que puedo imaginar lo duro y doloroso que tiene que ser verte y que te vean en una condición de debilidad absoluta e irreversible, donde tu cuerpo se apaga sin remedio y sin que tengas control alguno ante dicho evento. Quien no se estremezca ante algo así tiene un corazón de piedra. En este sentido, es completamente comprensible el deseo de pasar página marchando de este mundo. Se visualiza la muerte como un acto de compasión por parte del que observa a la persona que se va deteriorando y de alivio para el que la está sufriendo. Aparte, los pro concluyen que, si fueran ellos los afectados, no querrían sufrir. Nuevamente es entendible en términos humanos.
Comprendiendo este sentir y esta realidad –donde el sufrimiento es más psicológico que físico-, le diré con todos mis respectos a los “Carlos” del mundo lo que pienso: sabiendo que van a fallecer y que la lucha ya no es por la propia vida en términos biológicos, ¿no sería mejor afrontarlo centrándose en lo que aún tiene, como sentir la presencia de los suyos cada segundo hasta el final, en verlos, en oírlos y en tocarlos, en lugar de buscar el desenlace intencionadamente? ¿No sería emocionalmente más sano dejarse cuidar y amar, permitiendo ambas cosas a los que les rodean –sea por el contacto físico o de otras maneras- en lugar de negárselos acortando el tiempo, incluso aunque llegase el momento de que ya no se pudiera responder de la misma manera? En el acto de recibir amor hay grandeza, y no únicamente en el de dar.
Toda vida es digna de ser vivida hasta el último segundo porque todo ser humano es digno, y el propósito principal es amar y recibir amor -independientemente de las circunstancias-, incluso cuando ya solo quede convertirse en receptor del mismo. ¿Será perfecto el tiempo que quede de vida cuando ya se sabe el resultado final? ¡No! ¿La calidad de vida será la soñada? ¡No! Pero también será vida y, a su manera, plena.

El caso de Stephen Hawking
Podría usar testimonios de creyentes para tratar este tema, pero, como cristiano que soy, ese sería el camino fácil, y aunque en otros artículos veremos testimonios impactantes, ahora me centraré en el científico Stephen Hawking, también enfermo de ELA. Cuando leemos sus palabras, nos quedamos únicamente con una parte de su discurso: que es ateo en todo su apogeo, que admite que consideraría el suicidio asistido si se agravara su enfermedad, y que cree que mantener vivo a alguien contra su voluntad es la mayor indignidad posible.
Ahora analicemos el resto de sus declaraciones y veamos su situación: es completamente dependiente y únicamente funciona su cerebro, requiere de continuas atenciones y de cuidados especiales, su cuerpo está atrofiado y paralizado, y para comunicarse tiene un sensor en la mejilla que es detectado por un conmutador infrarrojo montado en sus gafas, lo que le permite seleccionar caracteres en su ordenador: La medicina no ha sido capaz de curarme, por lo que dependo de la tecnología para poder comunicarme y para vivir”[1]. Además, confiesa que echa de menos ser capaz de nadar y añora ser capaz de jugar con sus hijos físicamente[2].
Un comentarista dijo: “si no se puede ´correr, bailar, saltar, jugar, reír y llorar` eso no es vida”. Sin embargo, el señor Hawking, que no puede hacer absolutamente nada de eso, al que no creo que le agrade su estado físico ni su dependencia, al que no creo que le haga mucha gracia que los desconocidos se le queden mirando con condescendencia, al que no creo que le estimule pensar en lo que puedan pensar de él al verlo postrado, al que no creo que le maraville saber que la vida de otros gira completamente en torno a él, llama a su condición “vivir”. ¡Nadie diría que su vida es vida, pero el afirma que sí lo es!
¿Qué le hace seguir adelante? Él responde que su estímulo mental: “Me sentiría como un condenado si supiera que voy a morir antes de poder desenredar el Universo”. Sigue deseando vivir por esa razón en particular. Me recuerda mucho a las palabras de Nietzsche: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
Si alguien que no era precisamente cristiano llegó a decir esto, y tomando como base el acicate personal que expresa Hawking, junto al enfoque que desarrollé en el escrito anterior (A favor y en contra de la eutanasia: dos posturas opuestas: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/2-favor-y-en-contra-de-la-eutanasia-dos_2.html), pregunto con intención: el resto de mortales que no tienen entre sus planes desenmarañar el cosmos, ¿no podrían encontrar –y ayudarles a encontrar- su motivación en otras cuestiones, como en la sencillez de los pequeños detalles del mundo cotidiano y en recibir el calor de los seres queridos que le rodean?
Así lo ha encontrado una persona enferma, y cuyo testimonio va en consonancia con lo que estoy exponiendo: “Tengo una enfermedad degenerativa de los huesos. Llevo 11 operaciones y los dolores te matan, te anulan. Muchas noches dices ¿vale la pena otro día? Entonces piensas en las personas que tienes a tu lado y que hay días cuando los dolores de tres días sin dormir les gastas mal humor, y ellos están ahí a tu lado. Entonces dices claro que vale la pena sufrir otro día más”.
De igual manera, queda para la memoria la historia de una mujer joven norteamericana con cáncer terminal, que solicitó a su seguro unas sesiones de quimioterapia que le permitirían alargar su vida un año más para que sus hijas pequeñas tuvieran unos meses más a su madre. Su motivación se basaba en el amor, a pesar del dolor que le ocasionaba un tratamiento que no le servía de nada ante su enfermedad y que la demacraba aún más. Una actitud admirable y de ejemplo. 

Continuará en Anhelando la muerte: Yo antes de ti.