lunes, 27 de diciembre de 2021

Mira arriba antes de que Ajenjo caiga sobre tu cabeza

 


6 meses y 14 días. Ese es el tiempo que falta para que un cometa de 9 kilómetros caiga sobre la Tierra, extinguiendo con ello todo rastro de vida. Tal acontecimiento es el descubrimiento que hace la estudiante de posgrado de Astronomía Kate Diabiasky (Jennifer Lawrence) y su maestro, el científico Randall Mindy (Leonardo Di Caprio). Así comienza la película “No mires arriba”, una brutal crítica a la humanidad del tiempo presente a la que desnuda por completo junto a su estupidez recalcitrante-, reflejando su condición, no dejando de abofetear la conciencia ni un segundo.
Al leer el argumento y el género, me encontraré que estaba calificada como “comedia”. Es lo que me esperaba encontrar, pero no me hizo reír en ninguna ocasión, ya que no tiene ese propósito. No sé quién ha tenido la idea de incluirla dentro de esa categoría, cuando realmente es una cruda sátira con todas las de la ley, que no busca hacernos reír, sino conducirnos a una reflexión individual inmediata y sin posponerla ni un segundo.

Nadie los cree vs Lo que prefiere la humanidad
Desde el momento en que comprueban lo que va a suceder, tanto Kate como Randall hacen todo lo posible para dar a conocer la noticia. Por supuesto, se reúnen en el Despacho Oval con la presidenta de los Estados Unidos, Orlean (Meryl Streep), para que tome medidas y lance algún tipo de misión que desvié el cometa asesino. Mientras que ambos se lo toman con toda la gravedad que el tema requiere, incluso sufriendo ataques de ansiedad y vomitando ante lo que se les viene encima, los políticos lo ven en clave electoral. Gastan burdas bromas al respecto y reaccionan como si estuvieran hablando de deportes. Piensan que, por ahora, no deben hacer nada ni dar a conocer la noticia a la población, porque, de lo contrario, perderían las elecciones al Congreso. Es más, les obligan a no contar la verdad a nadie.
Nuestros protagonistas no aceptan dicha imposición y acuden a la prensa. Llegan a asistir a un programa de televisión con millones de televidentes. ¿Qué es lo que vemos en dicho show? Que lo que les interesa tanto a los presentadores como a los espectadores son otras noticias, como los desvaríos de una famosa cantante (Ariana Grande), las infidelidades amorosas y los escándalos sexuales. ¿El cometa? Se lo toman como una broma y poco más, ante la perplejidad de Kate y Randall. Todo lo que vemos ante nuestros ojos es sumamente irritante por lo real que resulta.
Es una clara muestra de lo que es el ser humano a día de hoy: absolutamente ciego, muerto sin saberlo, irracional bajo un falso caparazón de sabiduría. ¿Qué le interesa a la mayoría de personas?:

- Los deportes.
- Los reality show, al estilo La isla de las tentaciones, Supervivientes o Sálvame Deluxe.
- Las vidas ajenas.
- El dinero, creyendo que teniendo más serán felices.
- Viajar a nuevos países.
- El cine y las series.
- Los tatuajes.
- Ver durante horas vídeos en YouTube y escuchar música sin descanso.
- Ir a comer a nuevos restaurantes y a los centros comerciales a comprar más de todo: ropa, móviles, ordenadores, videoconsolas, etc. 
- Subir fotos a las redes sociales, mostrando en muchas ocasiones una falsa felicidad.
- Ganar seguidores y lograr likes para aumentar la autoestima de forma artificial.
- Hacer dieta y deporte, no tanto por un tema de salud, sino para exhibir ante todo el mundo la desnudez que se pueda y así ser admirado y envidiado.
- Enviar mensajes infinitos por wasap.
- Hacer bailes en tiktok, que provocan vergüenza ajena en cualquier persona ajena a ese subuniverso.
- Twittear de cualquier tema, aprovechándose del anonimato, con palabras llenas de odio y que reflejan toda la toxicidad que anida en el corazón.
- Dedicar todo su tiempo libre a sus aficiones y nada más, en lugar de usar sus dones para servir a Dios. Esto es algo que les sucede incluso a los cristianos que se han enfriado o apartado.

En estos días de fiesta, se agudiza más la situación: las “preocupaciones” son qué ropa ponerse, el tamaño de los tacones, el maquillaje, la chaqueta elegante, la peluquería, etc.
Algunas de las cosas citadas no tienen nada de malo, pero cuando se convierte en el impedimento para “mirar arriba”, todo cambia y se convierte en una venda que nos impide ver la realidad. Todo ello como si no hubiera un mañana, como si no hubiera una eternidad que asoma su cabeza por el horizonte y nunca fuera a suceder. Como dijo Pablo irónicamente para aquellos que no conocían la verdad: Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Co. 15:32).
Nada más que hay que verlo con la situación de Pandemia que llevamos dos años viviendo: internamente, todo sigue igual dentro del corazón humano. Los que han sufrido la muerte de algún familiar, lloran a sus muertos y poco más. El resto solo se siente profundamente molesto porque no pueden ir a las discotecas, a los pubs, a los conciertos, a hacer botellonas y al gimnasio. Y ahí queda todo. El que fornicaba, ha seguido fornicando. El que adulteraba, ha seguido siendo infiel. El que se emborrachaba, ha seguido emborrachándose. El que se drogaba, ha seguido drogándose. El que apoyaba el aborto, la eutanasia y la ideología de género, ahora lo hace con mayor ahínco. El que consumía pornografía u otras inmoralidades sexuales, ha seguido con su vicio. El idólatra, ha seguido practicándola. El que usaba un lenguaje vulgar, ha seguido usándolo. El que tenía puesto su tesoro en este mundo, lo ha puesto todavía más. El que era egoísta, ha agudizado más su forma de ser. Resulta sobrecogedor lo que vemos en Apocalipsis 9:20: seres humanos que, a pesar de sobrevivir a las plagas que están sufriendo, no se arrepienten.
El hedonismo sigue en su máximo apogeo, siendo el carácter del hombre de los postreros tiempos: “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Ti. 3:2-4).
Aparte de para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres, para que nos aumenten los impuestos de forma desmesurada, junto a la subida del coste de la vida en general (alimentación, luz, gas, papel, combustible), la pandemia no ha servido de nada para la inmensa mayoría del pueblo, como ya supuse que sucedería en “La crisis del coronavirus: ¿Aprenderemos de todo esto o lo olvidaremos cuando pase? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/03/12-la-crisis-del-coronavirus.html). Salvo excepciones, no ha supuesto una catarsis que abra los ojos a nadie a nivel espiritual. Así de endurecido está el corazón del hombre. ¿Buscar a Dios y Sus designios? Ni por asomo, a pesar de que Él sigue llamando, gritando y avisando a la humanidad, y ésta no quiere saber nada. C. S. Lewis dijo: “Dios nos grita en el dolor, es el altavoz que utiliza para despertar a un mundo sordo”. Pero éste no quiere saber nada. 

¿Prohibido decir la verdad?
En la película, y por eso el título de la misma, surge un movimiento cuyo lema es “no mires arriba”. “No mires al cometa. Sigue viviendo como siempre”. “No mires al cometa. A ti no te afecta”. La sociedad está diseñada por la humanidad caída para que nos interesemos de lo banal. ¿La muerte? “Eso no va conmigo”, piensa la mayoría. “Si existe la eternidad, desde luego que estaré del lado de los salvados ya que no soy ni un asesino, ni un violador ni un pederasta”, señalan otros. “Si Dios existe, estaré con Él ya que yo soy bueno”, concluye la mayoría. Y los menos dicen: “Bueno, si he hecho algo malo me arrepentiré en mi lecho de muerte”, como si todo consistiera en decir “lo siento” y todo arreglado. Todos olvidan que la muerte no entiende de edades y que puede sobrevenir en cualquier momento y sin previo aviso, donde Dios vendrá a pedir el alma (Lc. 12:20).
El tiempo pasa. Los días no se detienen. Los años siguen su curso imparable. ¿Qué sucede con Kate? Para desprestigiarla y que nadie haga caso a sus palabras, la califican de una mujer con problemas mentales y la sacan del sistema para silenciarla. Es lo que hacen, usando otras formas, los ateos o inconversos con los cristianos. Nos descalifican de todas las formas posibles. Incluso los apóstatas lo hacen. Anunciamos la verdad y ellos se burlan de nosotros, algo que la Biblia profetizó que harían (2 P. 3:3). Y aunque no les guste escucharlo, lo que proclamaremos mientras nos quede un hálito de vida no cambiará ni una coma: tanto la salvación como el juicio vienen de arriba, y a todos nos llegará por medio de Cristo.
En el libro de Apocalipsis, se nos narra que Dios mismo, al final de los tiempos, lanzará 21 juicios contra la humanidad después de los miles de años de paciencia que está teniendo con ella. Uno de ellos es precisamente la caída de un meteorito sobre este planeta: “Cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas” (Ap. 8:11).
Al final de todos esos juicios, “e inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mt. 24:29-31).
Si seremos nosotros la generación que afrontará estos acontecimientos, nadie lo sabe. Pero lo que es irrebatible es que todos comparecemos ante el Tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) y solo entrarán en Su presencia aquellos cuyos nombres estén escritos en el libro de la vida (Ap. 21:27), por haberlo aceptado previamente como Señor y Salvador.

Los negacionistas vs Preparacionistas
A pesar de los millones de muertos a causa del COVID, se ve en muchos países a miles de ciudadanos que lo niegan, como si no existiera. Para ellos, los enfermos y fallecidos son invisibles... hasta que les afecta directamente o a alguien muy cercano. Otros se niegan a vacunarse, pero cuando ingresan en un hospital aceptan que les pongan todo tipo de fármacos agresivos con efectos secundarios. Pura paradoja. Es lo mismo que se muestra en el largometraje: negacionistas del cometa. Hasta que no lo tienen encima y lo ven con sus propios ojos, a pesar de todas las pruebas que se les habían presentado, se niegan a creer en él. Sucede igual con otros incontables...:

- Negacionistas de la creación divina y del Diseño Inteligente.
- Negacionistas de Dios.
- Negacionistas de la primera venida de Jesucristo.
- Negacionistas de la Parusía.

Pero, a la vez, también existen los que se conocen como preparacionistas y que últimamente abundan: sabiendo que el sistema puede caer por cualquier catástrofe (desastre natural, guerra, virus, llamarada solar, etc.) se dedican a prepararse para lo peor. Han construido bunkers llenos de comida, medicinas y ropa, con suministro propio de luz y pozos de agua para ser autosuficientes si fuera necesario, y armas para protegerse de posibles enemigos. Se ha visto hace poco la reacción que han tenido también al respecto muchos ciudadanes ante el anuncio de que pueda suceder un gran apagón eléctrico. En la película se observa que se venden palas para cavar a 600 dólares, como si eso pudiera salvarlos, e incluso preparan una nave espacial para unos cuantos elegidos y buscar un nuevo planeta donde vivir.
El problema es que ninguno de ellos se prepara para lo inevitable (la muerte) y lo imperecedero (la inmortalidad del alma). Hacen planes a medio y largo plazo, pero no planean el verdadero viaje, que es el que comienza cuando acaba el paso por este mundo, con un billete solo de ida y que únicamente tiene dos destinos opuestos e irreversibles.
Algunos se encomiendan a su “dios”, llamado tecnología, y confían que un día podamos transferir nuestra conciencia a cuerpos clonados o volcarla sobre la Red para así ser “inmortales”. Es cierto que la medicina y los avances científicos salvan millones de vidas, pero no pueden hacer nada respecto al alma. En ese sentido, no tienen la capacidad de salvar ni una sola. Otros le piden ayuda a Dios en momentos de incertidumbre, desconcierto o angustia personal, al mismo tiempo que pisotean su nombre, aceptando pecados como si no lo fueran o reinventando su imagen para ajustarla a sus propios pensamientos. Y luego están aquellos que se sienten seguros en su propia religión, en su asistencia a diversas ceremonias y rituales, volcando su devoción en vírgenes, santos guardianes y apóstoles que ofrecen nuevas revelaciones, ignorando voluntariamente la verdadera voluntad de Dios y que rechaza todo esto. Por último, los que no desean pensar en nada y siguen mirando al frente y abajo, ya que lo contrario les causa ansiedad.

Mirar o no mirar arriba
Al final, y como compartió un hermano hace unos días, las palabras de Martyn Lloyd Jones siguen vigentes y siempre lo estarán: “O eres cristiano o no lo eres; no puedes ser parcialmente cristiano. O estás ´muerto` o estás ´vivo`”. No hay término medio. Si eres de los que piensa que cada uno tiene su propia verdad, espero que despiertes a tiempo y puedas entender que el ÚNICO que la tiene es Jesús: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).
Ningún cristiano muestra las verdades que aquí he expuesto para infundir miedo o porque nos sintamos superiores, como afirma la presidenta de la película. ¿Acaso no estás salvando a un niño de la muerte cuando le explicas que debe cruzar el semáforo cuando esté en verde, e incluso así debe mirar a izquierda y derecha para asegurarse de que no viene ningún vehículo? Pues con este tema es exactamente lo mismo. Puedes hacer como dice Orlean: “Fija la vista en el camino que tienes delante y baja la cabeza”. O puedes mirar arriba y proclamar como el salmista: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra” (Sal. 121:1-2).
En este fin de año, te digo lo que llevo nueve años repitiendo en este blog: es hora de que mires, ya, arriba: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Is. 55:6-8).
Termino con la oración final de uno de los protagonistas: “Querido Padre y Creador Todopoderoso, concédenos tu gracia esta noche a pesar de nuestro orgullo, tu perdón a pesar de nuestras dudas. Pero, sobre todo, Señor, concédenos tu amor para consolarnos en estos momentos aciagos. Que afrontemos lo que está por venir, dictado por tu voluntad divina, con valor y con el corazón abierto a aceptarlo. Amén”.

lunes, 20 de diciembre de 2021

8.7. ¿De quién depende, finalmente, que un joven elija el buen o el mal camino cuando se hace adulto?

 


Venimos de aquí: ¿Qué valores están enseñando los padres cristianos a sus hijos adolescentes? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/12/86-que-valores-estan-ensenando-los.html).

En octubre de 2020, en plena pandemia por el coronavirus, una chica española de 21 años, llamada Monica, se hizo viral tras aparecer en varios programas de televisión presumiendo de no usar mascarilla y de salir de fiesta. Fue duramente criticada –con toda la razón del mundo-, pero lo más llamativo fue la que le hizo su propio padre: “No tiene justificación ninguna. El primero que la he censurado he sido yo”, afirmó. A todos sus hijos les insitió sobre la necesidad imperiosa de cumplir las medidas higiénicas y de seguridad, las cuales llevaban a cabo, excepto la susodicha Mónica. Los padres sufrieron por ello el acoso en las redes sociales, incluso en el trabajo, culpándolos por las acciones egoístas de su hija: “La familia no está de acuerdo con ella y siempre se ha posicionado en contra”[1].
Como vamos a ver en este final, la buena educación que unos padres cristianos le puedan proporcionar a sus descendientes, no garantiza, ni mucho menos, que el producto final sea el deseado, ya que, en última instancia, dependerá de cada uno de los hijos la elección sobre qué camino tomar.

El ejemplo del presente es el presente del mañana
Muchos de los hijos del presente que serán padres en el mañana, repetirán buena parte de lo que aprendieron cuando eran pequeños. De ahí que puede que perpetúen con sus hijos los mismos errores que cometieron con ellos: “El niño, desde los primeros años, necesita ir formándose una conciencia moral para poder juzgar con rectitud lo que le conviene y lo que le perjudica. Así apoya su conducta sobre el juicio de sus padres: para él será bueno y malo lo que sus padres entienden por tal. Si ese juicio es razonable, tanto más segura será la conciencia moral que el niño desarrolle. La seguridad que el juicio paterno le ofrece es tanto más necesaria cuanto menor su capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo. Lo importante es que la conducta moral se establezca sobre pautas de conducta razonables. Estas pautas son proporcionadas por los adultos y en especial por los padres. Entonces empezará a considerar malo todo aquello que le prohíben o aquello por lo que le castigan; en cambio, considerará bueno aquello que le mandan o las acciones por las que le alaban y premian. [...] Pero si no recibe estas pautas de conducta, porque nadie se encarga de decirle que obra bien o mal, desconocerá la línea divisoria entre ambos conceptos morales y tendremos una persona anómica, sin ley ni norma, en ocasiones falta de escrúpulos, que constituirá un peligro para la sociedad y que vivirá desorientada, puesto que no tiene valores que le sirven de guía”[2].
Al igual que una imagen vale mas que mil palabras, un buen o mal ejemplo dice más que todas las palabras del universo.
Así que, papá y mamá, recordad: vosotros sois el primer y el último ejemplo, y en vosotros está impregnar vuestra huella personal. Para bien o para mal, estáis marcando a vuestro hijo; de ahí la responsabilidad tan grande. Ambos debéis sintonizar en la educación, en el trato y en los valores. No quiere decir que padre y madre deban ser clones, sino de un mismo sentir. Tampoco un puede hacer de poli bueno y el otro de poli malo, porque en ese caso está claro por quién se decantará el hijo, a quién querrá más y de quién huirá. Los valores que se inculquen deben basarse en lo que enseña la Biblia. Únicamente de esa manera podrán transmitir a sus hijos, como ejemplos vivos, como “cartas abiertas” (cf. 2 Co. 3:1-3), los valores del Reino de Dios.
Aquí podría hablar –y lo voy a hacer- de mi padre. Aunque la persona a imitar es Cristo, Dios lo usó para mi formación como ser humano, como canal de bendición y como gran ejemplo en muchas áreas. Como cualquier ser humano, no era perfecto, pero sus cualidades destacaban sobremanera: era honrado, íntegro, humilde, sincero, fiel, atento con sus hijos, trabajador y dadivoso en grado sumo. Jamás le escuché un comentario soez o vulgar. Parco en palabras y sin necesidad de frases grandilocuentes; su actitud hablaba por él. A pesar de ser muy reconocido por su trabajo, no necesitaba llamar la atención sobre sí mismo ni se hacía autobombo, al contrario que lo que hacen millones de personas. Tenía razones de sobra para presumir pero era todo lo opuesto a altivo. Era un auténtico caballero, de los que cada vez quedan menos en este mundo.
Nunca he estado ni estaré a su altura, pero siempre será para mí “una carta abierta” y un ejemplo en los aspectos que he recalcado.

La adolescencia es la segunda fase, no la primera
Muchos padres tratan de educar a sus hijos a partir de la adolescencia. Esto conlleva que hayan tirado a la basura diez años básicos en la formación de los pequeños. La educación en la adolescencia es la segunda fase, no la primera. Así lo explica Virgilio Zaballos: “Hay un tiempo para cada cosa, también hay un tiempo para la corrección. Si pasamos ese tiempo, puede que lleguemos tarde y perdamos la ocasión de la instrucción. Los expertos en educación dicen que los siete primeros años son el momento de poner las base de la educación futura. Lo que no hacemos en ese tiempo es mucho más difícil hacerlo después. Sin embargo, la mayoría de los padres caen en el error de pensar que corregir a sus hijos comienza cuando tienen uso de razón. Aplazan la disciplina para cuando ya es muy difícil encauzarlos. Debemos ser diligentes en el tiempo de la corrección, y hacerlo de tal manera que no destruyamos al niño (Ef. 6:4, Pr. 22:6). [...] Es cuestión de amor, de hacerle sabio, de evitarle que sea repelente, estúpido, mal criado, necio. Porque no hay mayor fealdad que la de un niño consentido y mal criado”[3].
Si al niño o la niña se le ha enseñado desde bien pequeño a no faltarle el respeto a nadie, a no gritar como si fuera el increíble Hulk cuando se enfada –lleve o no razón-, a respetar a sus maestros, a no insultar, y decenas de detalles más, será menos probable que en la adolescencia ocurra algo de esto. Los mejores adolescentes suelen ser aquellos que han sido educados desde la propia infancia, y ahí reside buena parte del éxito o el fracaso.
Esto puede llevar a pensar que, si el chico tiene 14 o 15 años, ya no se le puede educar. Pero esto no es así; sí, será más difícil, pero no se debería descartar en ningún momento. Si es tu caso como padre o como madre, donde no te has involucrado seriamente en la educación de tu hijo, ahora es el momento de empezar. Quizá sea el momento en que tengas una conversación de corazón a corazón con tu hijo como nunca antes has tenido. Quizá él se quede mudo, sin saber qué decir, avergonzado ante tal muestra de sinceridad. Quizá sea el momento de confesarle tus errores, de que no te enseñaron a ser padre o que tuviste un modelo no muy afortunado o ejemplarizante, de reconocer que no has estado a su lado en la manera en que realmente necesitaba, de no haberte preocupado por sus sentimientos más allá de decirle “cuidado con el mal camino y las personas que lo transitan”, de no ser bueno expresando cariño, etc. Nunca es tarde para intentarlo.

El resultado final
Virgilio Zaballos, en su sensacional libro “Esperanza para la familia”, dice: “También es importante decir que los hijos pueden y deben heredar la fe de sus padres como algo natural vivido en casa. Aunque los hijos no puedan especificar el momento exacto de su conversión porque siempre han convivido con la fe. [...] comprenden su necesidad de redencion por la obra de Jesús y pasa a ser parte de ellos como un proceso gradual pero evidente”[4]. Comparto dicha idea. Ahora bien, hay otro concepto que va de la mano: tanto hijos como padres deben saber que el resultado final –la persona en que se convertirá el adolescente cuando se convierta en adulto-, dependerá del propio hijo, de sus propias decisiones y de la propia voluntad. Él tiene la última palabra. Sean buenos o malos padres, hayan inculcado buenos o malos valores, el individuo tiene la capacidad de aprender y desaprender tanto lo bueno como lo malo que ha observado en sus progenitores. Puede vivir conforme a la voluntad de Dios o dejarse arrastrar por la corriente y ser una gota más de agua entre el mar.
La psicología humanista enseña que el origen del mal temperamento de una persona puede ser la ira acumulada durante su infancia contra sus padres u otras muchas razones, y señala que, cuando solucione esos problemas, su forma de ser se encauzará. Sin duda, esta idea puede llevar parte de razón, pero no completamente. Es verdad que el hijo de un borracho es propenso a serlo también por el mal ejemplo que ha observado, pero que haya recibido una mala influencia no determinará que lo sea forzosamente. Y, de igual manera, una buena educación no garantiza que la persona se muestre bondadosa.
Aunque es cierto que una burra engendrará siempre un pollino, en la especie humana no es así. Seguramente, unos malos padres enseñarán sus animaladas a sus hijos (la mala educación, el desperdicio del tiempo, la idolatría, la agresividad, las palabras malsonantes, la amargura, el sexo prematrimonial que ellos hicieron, etc.), pero eso no significa que el hijo vaya a seguir sí o sí la misma senda. Puede que aborrezca con toda su alma el ejemplo que ha recibido desde jovencito y rechace lo que contempló. Y lo mismo de forma opuesta: unos buenos padres, que inculquen valores cristianos, no implica per se que el joven los interiorice y los viva. Puede que decida ser todo lo opuesto. A estos malos hijos, los describe Proverbios: “Hay generación que maldice a su padre y a su madre no bendice” (Pr. 30:11). Sea un camino u otro, al final, la determinación es personal.
La responsabilidad última recaerá a nivel individual, no sobre los padres o el ambiente, y así lo enseña la Palabra de Dios: “Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado” (Dt. 24:16). En última instancia, cada uno es responsable de sus actos. De lo contrario, el apóstol Pablo no hubiera escrito estas palabras: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí(Ro. 14:12).
Ante todo esto, la Escritura es clara al respecto: “Y si dijereis: ¿Por qué el hijo no llevará el pecado de su padre? Porque el hijo hizo según el derecho y la justicia, guardó todos mis estatutos y los cumplió, de cierto vivirá. El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez. 18:19-20).
Por esto, los padres cristianos, que han dado una buena educación a sus hijos, deben descansar en Dios y no culparse –aunque les duela profundamente-, si estos no toman el camino de la fe. Unos aceptarán los caminos de Dios con naturalidad y otros los pisotearán con sus actitudes: relaciones sexuales, adulterio, borracheras, lenguaje vulgar y todo lo citado en Gálatas 5:19-21 como obras de la carne.
En ese caso, Bernabé Tierno señala qué tiene que hacer el padre y la madre con el hijo que trata de alejarse de los valores que ha aprendido: “Adviértale a tiempo el peligro que corre al abandonar los valores que se le han inculcado en el hogar y hágale notar que no va a salir más beneficiado cambiando la seguridad de unos principios morales por la tiranía de las normas arbitrarias del grupo. La tolerancia excesiva, el permisivismo como norma y la falta de firmeza y autoridad de los padres constituyen la causa de la mayoría de los males que padece nuestra juventud”[5].
Una persona puede ser como un coche en su infancia y adolescencia al que cambiar las piezas cuando se estropea y al que decimos en que dirección tiene que ir, pero de adulto es él quién toma el control del volante. De la misma maner, y tomando esto como idea, los hijos no pueden culpar de sus malas decisiones en el presente a los padres, incluso si éstos no fueron de provecho.


[2] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 38, 39.

[3] Zaballos. Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 49, 51.

[4] Ibid. Pág. 71. 72.

[5] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 243.

lunes, 13 de diciembre de 2021

8.6. ¿Qué valores están enseñando los padres cristianos a sus hijos?

 


Venimos de aquí: La “edad del pavo” de los adolescentes y los adultos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/12/85-la-edad-del-pavo-de-los-adolescentes.html). 

Como acertadamente señalan Pilar Guembe y Carlos Goñi, “educar (del latín educare) tiene dos sentidos: significa tanto ´hacer salir` como ´conducir`. Nuestra labor como padres tendrá, por tanto, esta doble finalidad: procurar que nuestros hijos se desarrollen como personas y conducirlos hacia su plenitud. Ambas acciones requieren de un cierto arte, aliñado, entre otras cosas, con dedicación, alegría, sentido del humor y mucho cariño. El arte de educar debe encontrar el justo medio para que nuestros hijos puedan realizarse como personas sin dejarlos a la deriva ni arrastrarlos por donde queremos nosotros que vayan. La libertad, que también tiene sus límites, ha de estar presente en el proceso y en el final de toda tarea educativa, porque se trata de educar en la libertad para la libertad. Es decir, que quien educa hace más libre al que educa. Sin embargo, no todos los padres lo consiguen. En el doble sentido de educar se pueden dar dos extremos por exceso y dos por defecto. Así, respecto al primer sentido (hacer salir), los padres proteccionistas son aquellos que no ´dejan salir` al ser humano que hay en cada hijo, mientras que los padres desertores dejan que salga sin preocuparse más. Respecto al segundo sentido (conducir), los padres permisivos se niegan a guiarles ya en los primeros pasos, sin embargo, los padres autoritarios los llevan en volandas. En el punto medio entre estos cuatro tipos se encuentran los padres educadores, los que ´hacen salir` y realmente ´conducen` a sus hijos hacia su propia realización”[1].

Valores insanos
Hay padres que son responsables directos de que sus hijos tengan unos valores perniciosos e inmorales. Estos progenitores son los que han actúan tal y como describe Bernabé Tierno de forma irónica: “Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que le pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece. Cuando diga malas palabras, riáselas. Esto le hará pensar que es muy gracioso y le animará a decir palabras aun mas graciosas. No le dé ninguna educación espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente por sí mismo. No le reprenda nunca ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpa. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, juguetes, ropa, etc. Hágaselo todo, ahórrele todo esfuerzo. Así creerá que todos están a su servicio y se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide bien de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero deje que se le llene la mente de basura. Dele todo el dinero que quiera gastar, no vaya a sospechar que para disponer de él es necesario trabajar. ¿Por qué dejar que el pobrecito pase los mismos sinsabores que usted? Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. La mortificación y la austeridad no harían más que conducirle a una frustración perjudicial. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con los vecinos, maestros o policías. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo, que le han tomado manía y le quieren mal. Si pone en practica estos preceptos, prepárese para llevar una vida de pesares, que será la que usted mismo se ha labrado. Y cuando su hijo se encuentre en serios apuros, discúlpese diciendo: ´nunca pude con este muchacho`”[2].
Augusto Cury también señala con una pequeña historia a este tipo de padres: “Había una madre que no sabía decir ´no` a su hijo. Como no podía soportar sus quejas, berrinches y confusión, quería satisfacer todas sus necesidades y exigencias. Pero no siempre podía hacerlo, y para evitar conflictos hacía promesas que no podía cumplir. Tenía miedo de frustrar a su hijo. Esta madre no sabía que la frustración es importante en el proceso de formar la personalidad. Quienes no aprenden a lidiar con la pérdida y la frustración, nunca madurarán. La madre evitaba conflictos momentáneos con su hijo, pero no sabía que estaba tendiéndole una trampa emocional. ¿Cuál fue el resultado? Este hijo perdió todo respeto por su madre. Comenzó a manipularla, a explotarla y a discutir intensamente con ella”[3].
Así que, sin conoces a algún joven que cambia de novia cada seis meses y se acuesta con todas ellas, que es extremadamente desordenado con su cuarto, que usa un lenguaje vulgar cuando sus padres no están delante, que miente, que es egoísta, que hay que pedirle mil veces que haga un favor para que lo lleve a cabo, que siempre está insatisfecho, que pone mala cara cuando le dicen que ´no`, que viste provocativamente, que escucha música decadente, que gasta el dinero en sandeces, que su máxima interés son las fiestas o los videojuegos, etc., ya sabes que posiblemente se debe a la mala educación y a la falta de valores que ha recibido.
Dicho esto, y como veremos en el último apartado, esto no es siempre así y los padres no tienen la culpa del resultado final de sus hijos. En muchas ocasiones, éstos han recibido una buena educación pero “pasan” de ella.

Los padres deben estar al frente de la educación de sus hijos
Después de todo lo que hemos analizado en este libro, un padre y una madre se pueden sentir apabullados ante las extremas dificultades para educar correcta y sanamente a un hijo. Entre la naturaleza caída que traen de serie –como tú y yo-, la sociedad que ofrece el pecado en bandeja y el pavo propio de la edad, la cuestión no es nada fácil. Y también es cierto que, mientras ese hijo no nazca de nuevo y entregue su vida a Dios, sus reacciones primarias se inclinarán irremediablemente a seguir su naturaleza espiritual muerta. Pero es ahí donde entra la educación que les proporcionen los padres y de los valores que le inculquen.
El enfoque del que deben partir los progenitores consiste en que sean consciente que ese pequeño ser que está ante ellos se está descubriendo a sí mismo y el mundo que le rodea, siendo algo muy complejo para él. Por eso es el deber de ellos ayudarle en cada paso e inculcarle sentido crítico, a que no dé por hecho opiniones ajenas –ni siquiera las propias-, sin escuchar los argumentos de los demás y a comprobar si son ciertos o no, acertados o desacertados. La televisión es un ejemplo general de cómo se debe actuar: “(hay que) aportar a los hijos el complemento ético: nunca aparece alguien en la pantalla haciendo un juicio de valor y explicando si aquello que se está diciendo es bueno o es malo, y por qué lo es o no lo es. (Lo mismo con) el complemento intelectual: hay que ayudar al muchacho a distinguir la imagen de su interpretación, enseñarle a discernir la realidad de la ficción. (Lo mismo con) la actitud crítica, enseñarle igualmente a aceptar las cosas que ve, no porque se afirmen o nieguen con mayor vehemencia emotiva, sino por la fuerza de las razones que las avalan”[4].
La solución no es encerrarlos en una mazmorra o aislarlos del mundo, porque la represión, tarde o temprano, con 15 o 30 años, estallará de una manera u otra: “No  pocos adolescentes adoptan posturas extremas en su conducta precisamente para compensar la rigidez e intransigencia de unos padres que solo piensan en someter por la fuerza la voluntad de sus hijos. Tremendo fallo, porque sin libertad solo conseguimos amaestrar, pero nunca educar. Papá, mamá, vencéis, pero no me convencéis. [...] La autoridad es necesaria, pero siempre unida a la comprensión y el diálogo. [...] Si ahora no aprenden a razonar por sí mismos y a tomar sus decisiones, si solo piensan y obran como dicen papá y mamá, dentro de nada solo actuarán como borregos conformistas ante todo lo que les ordene cualquier persona que se crea con alguna autoridad sobre ellos”[5].
Hay que educarlos, dejarles claras las ideas, inculcarles valores cristianos y proporcionales lo que ya vimos en “Los jóvenes y los adolescentes piden que sus padres les valoren y les comprendan” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/31-los-jovenes-y-los-adolescentes-piden.html), “Que se les escuche y se les corrija: lo que necesitan los jóvenes” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/32-que-se-les-escuche-y-se-les-corrija.html), “No compares a tus hijos: se mueren por tu amor y respeto” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/4-no-compares-tus-hijos-se-mueren-por.html) y “Tu hijo necesita que sus padres le prediquen el evangelio y que no sean unos “ogros” en casa” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/04/53-tu-hijo-necesita-que-sus-padres-le.html).

Los valores de los padres
Si uno mismo no está formado, ¿cómo podrá formar a sus hijos? Si uno no ha alineado su manera de pensar con la de Dios, ¿cómo podrá ayudar a su hijo a que el los alinee? Si no ha asentado sus valores conforme a los patrones bíblicos, ¿cómo podrá inculcárselos a sus hijos?
Ya hablamos en una ocasión de la imposibilidad de que una persona que no es cristiana viva como tal y de lo absurdo de tratar de imponérselo (“Realmente no habías nacido de nuevo”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/2-realmente-no-habias-nacido-de-nuevo.html). De la misma forma, unos padres que no viven según los valores cristianos que dicen creer, no tienen legitimidad ninguna ni autoridad moral para enseñarle esos principios a sus hijos. Ese es el primer error que se comete y que cada padre y madre debe examinar en su vida, las áreas concretas que resultan incongruentes entre la fe cristiana que creen pero que no viven.
Los padres DEBEN saber, conocer y creer los valores cristianos y, especialmente, sentirlos y aplicarlos. Es algo que tienen que tener muy claro. Es la única manera en que tienen de educar a sus hijos. Si ellos no los viven, sus hijos los ignorarán por completo –y con toda la razón del mundo-, puesto que son los primeros que se dan cuenta de las incongruencia entre palabras y actitudes: “Lo que los padres viven, hacen, enseñan, valoran o no es lo que tendrán en cuenta los hijos a la hora de tomar decisiones, aunque no cabe duda de que llegará el momento en que muchas decisiones las tomarán por si mismos”[6].
Si los padres dicen ser cristianos –y lo son realmente-, pero no viven con los valores bíblicos, ¿qué cristianismo están enseñando a sus hijos? ¿Uno en el que solo importe congregarse, ser parte del grupo, hacer actividades y poco más?
Por muy bien que el niño o el adolescente conozca el significado de la muerte de Cristo en la cruz, las historias de Isaías y mil narraciones bíblicas, si no ve que sus padres son consecuentes con lo que le proclaman, no servirá de nada. Si los ven con cara de santos cuando se congregan con otros creyentes y luego en casa con colmillos de ogro, se quedará con dicha incoherencia. O, por ejemplo, ¿cree un padre que su hijo no detecta una mentira por el hecho de ser pequeño? ¡La huele inmediatamente!
Aunque se haga el despistado o parezca que está mentalmente en otro lugar, está atento a:

- Cómo se hablan entre el padre y la madre: con respeto o sin él.

- Si se esfuerzan por vivir en santidad. Es un error medir a las personas por lo “amorosas” o “cariñosas” que son. Al igual que los dones espirituales no son nada sin amor (1 Co. 13), sin santidad se queda cojo el amor y no refleja el carácter de Dios. Por lo tanto, los hijos observarán con detenimiento esta faceta de sus padres.

- Si continuamente se quejan por lo que no tienen y envidian a otros, o si, por el contrario, han aprendido a vivir en contentamiento y agradecidos a Dios cada día.

- Si gastan el dinero en naderías o si tienen deudas por querer vivir por encima de sus posibilidades.

- Cuánto valor le conceden a lo material, en qué y cómo gastan el dinero. Esta es una buena lección que podrían poner en práctica: “Una de mis hijas fue criticada una vez por algunas de sus amigas por ser una persona sencilla, que no gustaba de la ostentación, y también porque no se preocupaba excesivamente por la estética. Ella se sentía triste y rechazada. Después de escucharla, di rienda suelta a mi imaginación y le conté un cuento. Le dije que algunas personas prefieren un hermoso sol pintado en un lienzo, y otras prefieren un sol verdadero aunque esté oscurecido por las nubes. Y le pregunté: ´¿Qué sol prefieres?`. Pensó en eso y contestó que prefería el sol verdadero. Así que agregué que incluso si la gente no cree en su propio sol, éste está brillando. ´Tú tienes tu propia luz; un día, las nubes que la oscurecen desaparecerán y la gente te verá. No tengas miedo de la crítica y no temas perder tu luz`”[7].
Aunque estaba escrito para novios, los padres podrían darle un nuevo vistazo a estas palabras, puesto que los principios son exactamente iguales para todos: “Los valores espirituales entre dos cristianos en una relación sentimental” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/03/1063-los-valores-espirituales-entre-dos.html).

- Qué aficiones tienen y en qué emplean su tiempo libre, ¿en centros comerciales o yendo al campo? ¿Jugando al aire libre o viendo la televisión? ¿Leyendo o sin oler ni un libro? Aquí los padres tienen que conocer el problema con el que se enfrentan para encararlo y ser de ejemplo para sus hijos: “Los jóvenes están viviendo en la generación de la ´hamburguesa emocional`. Odian la paciencia. No saben contemplar la belleza de los pequeños detalles de la vida. No les pida que admiren las flores, los atardeceres y las conversaciones simples. Todo les aburre. [...] ”. Muchos de ellos tienen el Síndrome de Pensamiento Acelerado (SPA), el cual “genera una hiperactividad que no es de origen genético. [...] ¿Cuáles son las causas del SPA? La primera causa es el exceso de estímulos visuales y auditivos producidos por la televisión, que ataca directamente el ámbito de la emoción. Observe que no estoy hablando de la calidad del contenido de los programas televisivos, sino del exceso de estímulos, tanto buenos como malos. La segunda causa es el exceso de información. La tercera es la paranoia del consumismo y la estética, que dificulta la interiorización”[8].
Por eso los jóvenes se pueden pasar horas ensimismados visualizando contenidos digitales en un teléfono móvil o una tablet (que se los dan hecho y no requieren esfuerzo mental alguno), pero les cuesta la misma vida concentrarse en leer un libro, o en prestar verdadera atención a una conversación cara a cara: “Prestan atención durante unos 8 segundos y tienen 5 pantallas abiertas simultáneamente. Viven en permanente multitasking porque buscan gratificación instantánea, necesitan sentir cosas continuamente”[9].
¿Qué hacer ante esto? Nuevamente, ser de ejemplo uno mismo para con sus hijos y no caer en estos errores. ¿Y luego?: “Guíe a sus hijos para que encuentren grandes razones para ser felices con las pequeñas cosas. Una persona emocionalmente superficial necesita grandes eventos para sentir placer; una persona profunda lo encuentra en las cosas ocultas, en los fenómenos aparentemente imperceptibles, como el movimiento de las nubes, el ballet de las mariposas, el abrazo de un amigo, el beso de un ser querido, una mirada de complicidad y la sonrisa de solidaridad de un extraño”[10].

- Si son honrados, íntegros y dadivosos.

- Si muestran el fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23).

- Si ayudan al prójimo.

- Si gritan.

- Si comparten con ellos sobre los libros que leen.

- Si conversan sobre temas profundos que les despierten la curiosidad, la imaginación y el deseo de aprender.

- Cuáles son sus amistades.

- Cómo tratan a los enemigos.

- Cómo solucionan los problemas.

- Cómo afrontan el estrés.

- Cómo reaccionan ante las críticas ajenas, ante la tristeza y las malas experiencias de la vida (“Inside Out: Aprendiendo del dolor & Los recuerdos y nuestras islas de la personalidad”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/02/inside-out-aprendiendo-del-dolor-los.html) e, incluso, ante los traumas (“Alma salvaje: Cuando el dolor puede convertirnos en la mejor o en la peor versión de nosotros mismos”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/06/alma-salvaje-cuando-el-dolor-puede.html).

- Cuáles son sus sueños y metas.

- Si se muestran igual en público que en privado.

- Si hablan bien de alguien cuando está presente y todo lo contrario en la intimidad de la casa cuando no está.

- Si usan un lenguaje sano o lleno de vulgaridades y palabras soeces.

- Si oran, tanto a solas, como entre ellos, y como familia.

- Si son sinceros o mienten de vez en cuando. Si ellos ven a sus padres mentir –aunque sean mentirijillas que parezca que no tienen importancia, cuando sí las tiene-, él no tendrá problema alguno en mentir igual. Conozco a personas que mienten de tal manera que, incluso cuando supuestamente dicen la verdad, cuesta la misma vida creerlos; tanto que sus palabras siempre las pongo en duda. Es algo que ellos mismos se buscan desgraciadamente. Como siempre digo, la mentira es el refugio de los cobardes que siempre quieren quedar bien o quieren tapar sus errores.

- Cuánta importancia le conceden al físico. Para que los padres sepan cómo piensa un adolescente de hoy en día, refresquemos la memoria: imaginemos que nos cortan la cabeza y nos la trasplantan en un cuerpo nuevo. Nos chocaría de tal manera que sentiríamos rechazo hacia ese nuevo cuerpo. A los adolescentes les pasa lo mismo. Si los adultos suelen quejarse de su propio cuerpo, ¡cuánto más un adolescente! Podríamos asegurar que ninguno está contento con su físico y que hay partes que no les gusta: pies, manos, caderas, tobillos, muslos, torso, hombros, espalda, caderas, nariz, etc. Les han cambiado de un cuerpo infantil al que estaban acostumbrados a uno sobre el cual no han tenido control ninguno: se ven demasiado altos o bajos, con un pelo lacio cuando lo querrían rizado o viceversa, con unos ojos más grandes o más pequeños de lo que desearían. Y así con todo: que si los labios, que si el mentón, que si el pecho. Y muchos se obsesionan –y más teniendo en cuenta con la sociedad de la imagen y el postureo en la que vivimos-, por lo que le buscan algún remedio: haciendo dietas locas, matándose a ejercicios, tomando pastillas o soñando con poder operarse. Muchos quieren moldear un cuerpo cuyas características son difícilmente modificables.
Por eso es tan importante que los hijos también vean que sus padres son sanos en este aspecto, así que recomiendo leer con tranquilidad este escrito: Cómo nos adoctrinan sobre nuestro cuerpo y qué hacer al respecto (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/06/como-nos-adoctrinan-sobre-nuestro.html).

Continuará en: ¿De quién depende, finalmente, que un joven elija el buen o el mal camino cuando se hace adulto?


[1] Guembe, Pilar & Goñi Carlos. No se lo digas a mis padres. Ariel. Pág. 181.

[2] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 225, 226.

[3] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 63.

[4] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 246.

[5] Ibid. Pág. 214.

[6] Zaballos. Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 50.

[7] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 26.

[8] Ibid.

[9] Paris de l’Etraz, director del Ventura Lab de IE.

https://www.elindependiente.com/economia/2018/04/27/el-fin-de-la-paciencia/

[10] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 21.

lunes, 6 de diciembre de 2021

8.5. La “edad del pavo” de los adolescentes y, sí, también, de los adultos

 


Venimos de aquí: La única solución al gran problema de los jóvenes y adolescentes (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/09/84-la-unica-solucion-al-gran-problema.html).

Cada adolescente, como cada persona de este planeta, es un mundo diferente, por lo que hacer generalizaciones es arriesgado. Ahora bien, aunque los matices varíen, hay etapas de la vida en que suelen ser muy parecidas, y una de ellas es la llamada “edad del pavo”. Suele durar desde los once a los dieciocho años, pero, como vamos a ver, puede durar toda la vida.

La primera edad del pavo
¿Cómo son los adolescentes en la edad del pavo? A menos que sean extremadamente sinceros consigo mismos, ellos no se describirían de la siguiente manera, así que usemos un poco de humor para reflejar un trasfondo completamente real:

- Emocionalmente manipuladores: “¡¡¡Papáaaaa, tú no paras de comprarte cosas y a mí no me compras naaaaadaaaa nuuuuncaaaaa!!!”. De niños lloraban como posesos como táctica para alcanzar sus deseos. Ahora se encierran en el cuarto y le retiran la palabras a los padres durante unos días, al mismo tiempo que se muestran sumamente serios, como si estuvieran en un funeral.

- Buscan salirse con la suya y creen que siempre tienen la razón, ya que sus puntos de vistas son los correctos.: “Pues noooooo, eso no es asiiiií. ¡¡¡O lo hacemos como yo digo o te juro que no hago nada!!!”.

- Mienten si la oportunidad lo requiere para escabullirse de algo: “Si me llaman por teléfono dile a Mari que estoy durmiendo que tengo que descansar para el examen de mañana de astrofísica, que la muy pesada quería que la ayudara a pintar su habitación”, dice mientras está tirado en el sofá jugando a la videoconsola.

- Arrogantes: “Papá, mamá, no tenéis ni idea. En el insti todo el mundo dice que os habéis quedado anticuados y sois unos lelos ignorantes”.

- Tienen la rebeldía por bandera. Dicen lo contrario a los padres. Si éstos dicen “sí”, “bueno”, “no vayas”, “no hagas”, ellos dirán “no”, “malo”, “sí voy”, “sí hago”.

- Se muestran a la defensiva cuando se les indica lo que han hecho mal: “No digas tonterías mamá, no es para tanto. Juan, Antonio, Paco, Laura y Antonia lo hicieron y sus padres no les regañaron”, señala tras llegar medio borrachos a casa.  

- Todo lo ponen en tela de juicio y les parece injusto: “¡¡¡Siempre me toca a mí poner la mesa y quitarla, afuuuu!!!”.

- Ven todo error propio y ajeno, junto a las circunstancias negativas de la vida, como una catástrofe de dimensiones apocalípticas: ese mechón de pelo que no queda en su sitio, la ropa no lavada ni planchada que iban a usar precisamente ese día, ese grano que aparece en la barbilla, ese chico que no le hace caso, que la madre no le compre el paté y el zumo de la marca que toma habitualmente, etc.

- Son egoístas. Piden mucho y dan muy poco desinteresadamente, y cuando lo dan suele ser una estrategia disimulada para obtener algún beneficio: “Quiero las zapatillas deportivas Nike rojas con cordones azules. Quiero el libro de Harry Potter con sobrecubiertas doradas y firmado por la autora. Quiero la caja roja de Nestle que sale en Navidad y trae 128 bombones. Quiero... (así una hora sin parar). Tras su lista infinita de peticiones, le dice la madre: “Acompáñame al supermercado para hacer la compra y ayudarme a subir los recados”. A lo que contesta: ¡¡¡Ve tú, yo no tengo ganas, estoy cansado!!! Además, tengo que terminar la carta de quince folios a los Reyes Magos de las cosas que quiero. ¡¡¡Y no me regañes ni me grites que me duele la muela y el lóbulo temporal!!!”.

- Al creerse el centro del universo, siempre quieren más y más: más ropa, más zapatos, más dinero, más videojuegos y más artilugios tecnológicos, y nunca están satisfechos. Sus palabras favoritas son “dame”, “quiero” y “cómprame”: “La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: !!Dame! !!dame!” (Pr. 30:15).

- Son quisquillosos hasta el frenesí: “Mamá, tienes que llevarme al Mcdonals a las 14:30 exactamente (puesto que si llega antes no habrán llegado sus amigos y se sentirá solo, y si llega dos minutos después se reirán de él). Y tienes que venir a por mí a las 16:00 exactamente (ya que si llega antes le “cortará el rollo”, y si llega después sus “compis” pensarán que sus padres pasan de él).

- Rechazan todo contacto físico con sus padres: los “ainssss” y los “que te quieroooo” que les dedicaban sus progenitores con abrazos y les encantaban, ahora les causan repelús: “La alergia a los padres se debe a una batalla interna de sentimientos contradictorios en el joven. Quiere a sus progenitores, desea estar con ellos, sentirse amado e importante en el hogar, pero a la vez esta imagen de amor, candidez y dependencia le fastidia muchísimo. Ignora que amar a los padres no tiene nada que ver con ser infantil. Para el adolescente cualquier gesto de cariño o ternura le recuerda que es dependiente, vulnerable y pueril. Y no es extraño escuchar: ´mama déjame, no me vuelvas a dar un beso. Odio los besos`”[1].

- Se sienten intocables, y se muestran irascibles e irritables cuando se les contradice, que es cuando explotan. Saltan a la mínima y cuando algo no se hace como ellos quieren tienen la escopeta cargada para lanzarse al ataque con todo tipo de reproches, argumentos manidos y un amplísimo repertorio verbal: “Las chicas despliegan con habilidad malabarista el arte de la verborrea. Todo, absolutamente todo, es objeto de disección y combate linguistico. La niña adorable que daba muchos besos y sonreía con frecuencia se convierte en un dragón que echa fuego por la boca cuando se le lleva la contraria. Pone mucho empeño en demostrar que ya no es dócil, ni mona, ni manejable. Cuando más ácido es el comentario, más eficaz. No importa el daño que cause el destinatario. En el fondo, sabe que no siente lo que dice y como es muy egoísta, eso le parece más que suficiente”[2].

- Si pudieran establecer una ley por decreto, sería sin duda la que dice “hago lo que me da la gana”. Así quieren demostrar que ya no son dependientes ni dóciles, y que son dueños de su propia vida sin que nadie les diga qué hacer con ella: “Durante la pubertad el joven se muestra irritable con los padres y los hermanos. Critica y forcejea con las reglas y las normas de convivencia. Comienza a dar signos de autonomía con deseos de separarse de los padres, aunque el distanciamiento es más piscológico que físico. Todo ello sirve para que el joven descubra su identidad, en qué aspectos de la vida es fuerte y en cuáles débil, [...] el chico y la chica luchan por su independencia, por tener criterio propio, por no acatar ordenes de los demás. La vida en casa transcurre entre discusiones, desacuerdos y discrepancias. Aun el joven mas dócil se vuelve polémico. El ritmo cotidiano es objeto de litigio debido a que el adolecente intenta cambiar a su gusto todo lo que concierne a la vida en casa: las normas familiares, los trabajos, los habitos personales, el uso del telefono y la televisión, el dinero o los hermanos. [...] de pronto, padres e hijos parecen hablar idiomas distintos. Uno dice algo e inmediatamente el otro dice lo contrario. Adolescencia es sinónimo de separación, autonomía. El problema es que son los hijos quienes, sin previo aviso, desean alejarse de los padres. Solo ellos marcan la distancia. Los límites, las reglas, las normas de convivencia son los mismos de siempre, pero ahora el joven decide hacerlos añicos, amoldarlos a su gusto o convenciencia. Deja de estar de acuerdo con ellos. Antes no protestaba. Ahora lo hace con frecuencia”[3].

- Son irracionales ya que no suelen razonar lo que dicen. Sueltan lo primero que se les pasa por la mente.

- Son caprichosos y cambian continuamente de opinión. Lo que un día les encanta (ese pantalón, esa chica, ese look, esa música) al siguiente les repele.

- Se vuelven ateos: “Venga ya papá, que en el colegio nos han demostrado que la teoría de Darwin es la verdad y que Dios no existe”. Como nos les gusta la ética cristiana –la cual, según ellos, reprime sus deseos de fiesta y libertad sexual-, la rechazan, poniendo en tela de juicio las creencias familiares y sus valores morales basados en la Biblia.

- Se quejan por todo: “Esta comida no me gusta”; “La comida está muy fría”; “La comida está muy caliente”; “Me has echado demasiada comida, ¿qué quieres que me ponga como una foca?”; “Me has echado muy poca comida, ¿qué quieres que me muera de hambre?”.

- Actúan inconscientemente de manera hipócrita: “Papa, eres un flojo, ve tú a por tus zapatillas y no me mandes a mí. ¡¡¡Mamáaaaaa, llevo diez minutos esperando a que me traigas el yogur de la nevera!!!!”.

- Cuando no les gusta el trato que les dispensan sus padres, los comparan con los de sus compañeros y amigos: “Pues que sepas que los padres de Manuela la dejaron ir a la fiesta. Ellos sí que son enrollaos, no como vosotros”. La realidad, que se ignora en el pavo, es que los padres de sus amigos –que ellos desde fuera consideran perfectos, también son criticados por sus propios hijos: “Toda esta combinacion de increíbles virtudes en el padre o la madre de fulanito colma de celos a los progenitores, porque el elegido no suele dar para tanto beato. En realidad, el padre o la madre de fulanito tambien es un sufridor, igual que cualquer padre de adolescentes: no es liberal ni tranquilo, no está al corriente de todo lo que concierne a su hijo, se halla al borde la deseperación, tambien es víctima de críticas, mofas o insultos, e incluso ostenta el título de el padre y la madre más horrible de toda España, aunque por lo visto, algún amigo de sus hijos se empeña en no darse cuenta”[4].

- Suelen tener una empatía máxima con sus amigos y, por el contrario, mínima hacia sus padres y profesores: “Pobrecitos los padres de Laura. Su perrito se les ha puesto enfermo... ¡Papá, no sé de qué te quejas tanto ni el porqué esa cara que pones de dolor, que solo te han extirpado el ligamento de la rodilla! ¡Ni que te hubieran cortado la pierna!”.

- Hacen todo lo posible para no ir al colegio: 8 de la mañana, la madre entra en la habitación: “Reyes, levántate que es la hora”. Frase repetida 10 veces durante 10 minutos. A lo que Reyes responde: “Tengo frío, no me encuentro bien”. Tras unos lloriqueos para hacer su actuación más convincente, la madre desiste, se va a trabajar y deja a su hija “durmiendo”, diciéndole que luego irán al médico. En cuanto la madre sale por la puerta, Reyes enciende el móvil, llama por teléfono a sus amiguitos que también han hecho pellas y se pone a escuchar música.

Ante todo esto, los padres describen así a su hijo adolescente: “Solo entiende la palabra ´no` cuando la dice él. Detesta cualquier gesto de ternura. Explota a la menor sugerencia. Miente como un bellecaco. Pasa de todo. Solo hace caso a los demás. Usa una jerga que no hay quien la entienda. Es hipocrita. Cree que siempre le estoy criticando. Solo él tiene razon. El resto de la humanidad se equivoca. Es muy egoísta”[5].

Un pequeño stop
Educar a un jovencito en plena edad del pavo... ¡madre mía, qué locura! No me extraña que ante semejante panorama la paciencia de los padres sea puesta a prueba una y otra vez.
Evidentemente hay diversos grados de pavo, algunos light y otros muy intensos, que también dependerá en buena parte de la educación en valores que hayan recibido por parte de sus padres durante la infancia y la preadolescencia. Si durante la etapa infantil y juvenil se ha educado correctamente al hijo y con determinados valores, las situaciones descritas, aunque suelan ser esporádicas, no deberían ser habituales. Además, “el ocaso de la adolescencia llega de forma tan inesperada como empezó. Un bien día, de pronto, asoma un atisbo de civilizada humanidad en la compostura del joven. Quiere cooperar. Deja de criticar. Conversa con sus padres. [...] Incluso se ofrece para sacar la basura. Algo insolito para esos sufridos padres resignados a padecer el síndrome de la adolescencia el resto de sus vidas”[6].
El pavo de por sí no los convierte en diablillos maliciosos. En general, los adolescentes, cuyo pavo es nivel medio, son muy emotivos, y también hay nobleza en sus corazones. De forma inesperada, realizan buenas acciones que sorprenden al más curtido. Tienen una imaginación desbordante, son idealistas y muy observadores aunque parezcan despistados e ingenuos, le encuentran el sentido del humor a casi todo –por muy absurdo que resulte-, y suelen profesar un grado de amor que suele sorprender a muchos adultos. 
También están aquellos que, a nivel humano, destacan sobre la media, que forma parte de “la juventud responsable, alegre y entusiasta, que no necesita de procacidades, desmadres y actos vandálicos, sensible, respetuosa, entrañable, dialogante y entregada con tesón a la preciosa tareas de hacer de este un mundo mejor. Me estoy refiriendo a chicos de todas las edades y condiciones que visitan a ancianos, pobres y enfermos en sus ratos libres, que sacrifican sus vacaciones para pasarlas trabajando con la gente del tercer y cuarto mundo, que dedican sus ratos libres a la alfabetización de las personas más ignorantes, que reúnen sus ahorros para adquirir en la época de rebajas prendas de abrigo para los niños que tiemblan de frío en sus chabolas de madera y cartón, que se llevan a casa bolsas de comida para sus mendigos. Estos son los otros jóvenes, los que no necesitan hacer tanto ruido para estar presentes en nuestra sociedad, son los que se solidarizan con el oprimido, con el desesperado, con el que siente hambre de afecto...”[7].

La segunda edad del pavo
Cumplir años no quita de por sí este pavo. Muchos se quedan ahí anclados y les dura toda la vida. La edad por sí misma no logra la madurez, solo afianza la personalidad primaria, a menos que esta haya sido formada. Por eso este planeta está lleno de veinteañeros, treinteañeros, cuarentones y más que siguen en dicha edad.
La cuestión es que hay otra edad del pavo. Casi todo el mundo cree que dura únicamente el periodo de la adolescencia y que se supera:

- Cuando se deja atrás todas las características citadas.
- Cuando se tienen claras las ideas.
- Cuando la histeria propia de esa edad desaparece.
- Cuando se empiezan los estudios universitarios.
- Cuando la vida ya está más o menos asentada.

Tras esto, el primer pavo se queda atrás. En términos humanos, puede ser, pero como dice Bernabé Tierno: “Quienes permanecen anclados en la intransigencia, la incomprensión y las actitudes egoístas como normas de su obrar, jamás serán adultos psicológicamente”. Y así hay millones de personas”[8].
Aparte de este, hay un segundo pavo, que es el que se tiene ante los ojos de Dios. ¿Cuándo ocurre eso? Cuando los valores son contrarios a Su voluntad o se vive de espaldas a Él. En ese caso, el “hombre” sigue siendo “niño”. No ha crecido. Ante su Creador sigue perdido y en pañales. Pablo lo entendió perfectamente: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Co. 13:11).
Cuando el individuo sigue depositando sus sueños y deseos completamente en este mundo, ignorando al Altísimo, está estancado en la segunda edad del pavo con todas las de la ley, aunque sea un buen estudiante universitario, alcance el éxito profesional, obtenga el reconocimiento de la sociedad, tenga valores loables, use un lenguaje exquisito, sea fiel a su novia o esposa, sea colaborador de alguna manera en una ONG y esté en la lista como donante de órganos, y mil cosas más. Se consideran justos y buenos, pero la Escritura dice de ellos: “Hay generación limpia en su propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia” (Pr. 30:12). Siguen muertos en sus delitos y pecados y delitos (cf. Ef. 2:1). Ante Dios no son sabios, sino necios.

Conclusiones
Como vimos en los capítulos previos, las dificultades para afrontar ambos tipos de pavo son evidentes:

- Una sociedad que enseña unos valores enfermizos.
- La presión de grupo que contagia a cualquiera.
- La propia naturaleza caída. No olvidemos nunca uno de los grandes principios bíblicos y que ya hemos analizado ampliamente con anterioridad: todos los seres humanos nacemos con una naturaleza caída e inclinada al mal, y donde única y exclusivamente una genuina conversión puede remediar sus efectos y darle la vuelta a la situación.


Continuará en: ¿Qué valores están enseñando los padres cristianos a sus hijos adolescentes?


[1] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy. Pág. 46.

[2] Ibid. Pág. 48.

[3] Ibid. Pág. 30, 41, 44.

[4] Ibid. Pág. 54.

[5] Ibid. Pág. 43.

[6] Ibid. Pág. 287.

[7] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 64.

[8] Ibid. Pág. 30.