lunes, 13 de diciembre de 2021

8.6. ¿Qué valores están enseñando los padres cristianos a sus hijos?

 


Venimos de aquí: La “edad del pavo” de los adolescentes y los adultos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/12/85-la-edad-del-pavo-de-los-adolescentes.html). 

Como acertadamente señalan Pilar Guembe y Carlos Goñi, “educar (del latín educare) tiene dos sentidos: significa tanto ´hacer salir` como ´conducir`. Nuestra labor como padres tendrá, por tanto, esta doble finalidad: procurar que nuestros hijos se desarrollen como personas y conducirlos hacia su plenitud. Ambas acciones requieren de un cierto arte, aliñado, entre otras cosas, con dedicación, alegría, sentido del humor y mucho cariño. El arte de educar debe encontrar el justo medio para que nuestros hijos puedan realizarse como personas sin dejarlos a la deriva ni arrastrarlos por donde queremos nosotros que vayan. La libertad, que también tiene sus límites, ha de estar presente en el proceso y en el final de toda tarea educativa, porque se trata de educar en la libertad para la libertad. Es decir, que quien educa hace más libre al que educa. Sin embargo, no todos los padres lo consiguen. En el doble sentido de educar se pueden dar dos extremos por exceso y dos por defecto. Así, respecto al primer sentido (hacer salir), los padres proteccionistas son aquellos que no ´dejan salir` al ser humano que hay en cada hijo, mientras que los padres desertores dejan que salga sin preocuparse más. Respecto al segundo sentido (conducir), los padres permisivos se niegan a guiarles ya en los primeros pasos, sin embargo, los padres autoritarios los llevan en volandas. En el punto medio entre estos cuatro tipos se encuentran los padres educadores, los que ´hacen salir` y realmente ´conducen` a sus hijos hacia su propia realización”[1].

Valores insanos
Hay padres que son responsables directos de que sus hijos tengan unos valores perniciosos e inmorales. Estos progenitores son los que han actúan tal y como describe Bernabé Tierno de forma irónica: “Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que le pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece. Cuando diga malas palabras, riáselas. Esto le hará pensar que es muy gracioso y le animará a decir palabras aun mas graciosas. No le dé ninguna educación espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente por sí mismo. No le reprenda nunca ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpa. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, juguetes, ropa, etc. Hágaselo todo, ahórrele todo esfuerzo. Así creerá que todos están a su servicio y se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide bien de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero deje que se le llene la mente de basura. Dele todo el dinero que quiera gastar, no vaya a sospechar que para disponer de él es necesario trabajar. ¿Por qué dejar que el pobrecito pase los mismos sinsabores que usted? Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. La mortificación y la austeridad no harían más que conducirle a una frustración perjudicial. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con los vecinos, maestros o policías. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo, que le han tomado manía y le quieren mal. Si pone en practica estos preceptos, prepárese para llevar una vida de pesares, que será la que usted mismo se ha labrado. Y cuando su hijo se encuentre en serios apuros, discúlpese diciendo: ´nunca pude con este muchacho`”[2].
Augusto Cury también señala con una pequeña historia a este tipo de padres: “Había una madre que no sabía decir ´no` a su hijo. Como no podía soportar sus quejas, berrinches y confusión, quería satisfacer todas sus necesidades y exigencias. Pero no siempre podía hacerlo, y para evitar conflictos hacía promesas que no podía cumplir. Tenía miedo de frustrar a su hijo. Esta madre no sabía que la frustración es importante en el proceso de formar la personalidad. Quienes no aprenden a lidiar con la pérdida y la frustración, nunca madurarán. La madre evitaba conflictos momentáneos con su hijo, pero no sabía que estaba tendiéndole una trampa emocional. ¿Cuál fue el resultado? Este hijo perdió todo respeto por su madre. Comenzó a manipularla, a explotarla y a discutir intensamente con ella”[3].
Así que, sin conoces a algún joven que cambia de novia cada seis meses y se acuesta con todas ellas, que es extremadamente desordenado con su cuarto, que usa un lenguaje vulgar cuando sus padres no están delante, que miente, que es egoísta, que hay que pedirle mil veces que haga un favor para que lo lleve a cabo, que siempre está insatisfecho, que pone mala cara cuando le dicen que ´no`, que viste provocativamente, que escucha música decadente, que gasta el dinero en sandeces, que su máxima interés son las fiestas o los videojuegos, etc., ya sabes que posiblemente se debe a la mala educación y a la falta de valores que ha recibido.
Dicho esto, y como veremos en el último apartado, esto no es siempre así y los padres no tienen la culpa del resultado final de sus hijos. En muchas ocasiones, éstos han recibido una buena educación pero “pasan” de ella.

Los padres deben estar al frente de la educación de sus hijos
Después de todo lo que hemos analizado en este libro, un padre y una madre se pueden sentir apabullados ante las extremas dificultades para educar correcta y sanamente a un hijo. Entre la naturaleza caída que traen de serie –como tú y yo-, la sociedad que ofrece el pecado en bandeja y el pavo propio de la edad, la cuestión no es nada fácil. Y también es cierto que, mientras ese hijo no nazca de nuevo y entregue su vida a Dios, sus reacciones primarias se inclinarán irremediablemente a seguir su naturaleza espiritual muerta. Pero es ahí donde entra la educación que les proporcionen los padres y de los valores que le inculquen.
El enfoque del que deben partir los progenitores consiste en que sean consciente que ese pequeño ser que está ante ellos se está descubriendo a sí mismo y el mundo que le rodea, siendo algo muy complejo para él. Por eso es el deber de ellos ayudarle en cada paso e inculcarle sentido crítico, a que no dé por hecho opiniones ajenas –ni siquiera las propias-, sin escuchar los argumentos de los demás y a comprobar si son ciertos o no, acertados o desacertados. La televisión es un ejemplo general de cómo se debe actuar: “(hay que) aportar a los hijos el complemento ético: nunca aparece alguien en la pantalla haciendo un juicio de valor y explicando si aquello que se está diciendo es bueno o es malo, y por qué lo es o no lo es. (Lo mismo con) el complemento intelectual: hay que ayudar al muchacho a distinguir la imagen de su interpretación, enseñarle a discernir la realidad de la ficción. (Lo mismo con) la actitud crítica, enseñarle igualmente a aceptar las cosas que ve, no porque se afirmen o nieguen con mayor vehemencia emotiva, sino por la fuerza de las razones que las avalan”[4].
La solución no es encerrarlos en una mazmorra o aislarlos del mundo, porque la represión, tarde o temprano, con 15 o 30 años, estallará de una manera u otra: “No  pocos adolescentes adoptan posturas extremas en su conducta precisamente para compensar la rigidez e intransigencia de unos padres que solo piensan en someter por la fuerza la voluntad de sus hijos. Tremendo fallo, porque sin libertad solo conseguimos amaestrar, pero nunca educar. Papá, mamá, vencéis, pero no me convencéis. [...] La autoridad es necesaria, pero siempre unida a la comprensión y el diálogo. [...] Si ahora no aprenden a razonar por sí mismos y a tomar sus decisiones, si solo piensan y obran como dicen papá y mamá, dentro de nada solo actuarán como borregos conformistas ante todo lo que les ordene cualquier persona que se crea con alguna autoridad sobre ellos”[5].
Hay que educarlos, dejarles claras las ideas, inculcarles valores cristianos y proporcionales lo que ya vimos en “Los jóvenes y los adolescentes piden que sus padres les valoren y les comprendan” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/31-los-jovenes-y-los-adolescentes-piden.html), “Que se les escuche y se les corrija: lo que necesitan los jóvenes” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/32-que-se-les-escuche-y-se-les-corrija.html), “No compares a tus hijos: se mueren por tu amor y respeto” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/4-no-compares-tus-hijos-se-mueren-por.html) y “Tu hijo necesita que sus padres le prediquen el evangelio y que no sean unos “ogros” en casa” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/04/53-tu-hijo-necesita-que-sus-padres-le.html).

Los valores de los padres
Si uno mismo no está formado, ¿cómo podrá formar a sus hijos? Si uno no ha alineado su manera de pensar con la de Dios, ¿cómo podrá ayudar a su hijo a que el los alinee? Si no ha asentado sus valores conforme a los patrones bíblicos, ¿cómo podrá inculcárselos a sus hijos?
Ya hablamos en una ocasión de la imposibilidad de que una persona que no es cristiana viva como tal y de lo absurdo de tratar de imponérselo (“Realmente no habías nacido de nuevo”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/2-realmente-no-habias-nacido-de-nuevo.html). De la misma forma, unos padres que no viven según los valores cristianos que dicen creer, no tienen legitimidad ninguna ni autoridad moral para enseñarle esos principios a sus hijos. Ese es el primer error que se comete y que cada padre y madre debe examinar en su vida, las áreas concretas que resultan incongruentes entre la fe cristiana que creen pero que no viven.
Los padres DEBEN saber, conocer y creer los valores cristianos y, especialmente, sentirlos y aplicarlos. Es algo que tienen que tener muy claro. Es la única manera en que tienen de educar a sus hijos. Si ellos no los viven, sus hijos los ignorarán por completo –y con toda la razón del mundo-, puesto que son los primeros que se dan cuenta de las incongruencia entre palabras y actitudes: “Lo que los padres viven, hacen, enseñan, valoran o no es lo que tendrán en cuenta los hijos a la hora de tomar decisiones, aunque no cabe duda de que llegará el momento en que muchas decisiones las tomarán por si mismos”[6].
Si los padres dicen ser cristianos –y lo son realmente-, pero no viven con los valores bíblicos, ¿qué cristianismo están enseñando a sus hijos? ¿Uno en el que solo importe congregarse, ser parte del grupo, hacer actividades y poco más?
Por muy bien que el niño o el adolescente conozca el significado de la muerte de Cristo en la cruz, las historias de Isaías y mil narraciones bíblicas, si no ve que sus padres son consecuentes con lo que le proclaman, no servirá de nada. Si los ven con cara de santos cuando se congregan con otros creyentes y luego en casa con colmillos de ogro, se quedará con dicha incoherencia. O, por ejemplo, ¿cree un padre que su hijo no detecta una mentira por el hecho de ser pequeño? ¡La huele inmediatamente!
Aunque se haga el despistado o parezca que está mentalmente en otro lugar, está atento a:

- Cómo se hablan entre el padre y la madre: con respeto o sin él.

- Si se esfuerzan por vivir en santidad. Es un error medir a las personas por lo “amorosas” o “cariñosas” que son. Al igual que los dones espirituales no son nada sin amor (1 Co. 13), sin santidad se queda cojo el amor y no refleja el carácter de Dios. Por lo tanto, los hijos observarán con detenimiento esta faceta de sus padres.

- Si continuamente se quejan por lo que no tienen y envidian a otros, o si, por el contrario, han aprendido a vivir en contentamiento y agradecidos a Dios cada día.

- Si gastan el dinero en naderías o si tienen deudas por querer vivir por encima de sus posibilidades.

- Cuánto valor le conceden a lo material, en qué y cómo gastan el dinero. Esta es una buena lección que podrían poner en práctica: “Una de mis hijas fue criticada una vez por algunas de sus amigas por ser una persona sencilla, que no gustaba de la ostentación, y también porque no se preocupaba excesivamente por la estética. Ella se sentía triste y rechazada. Después de escucharla, di rienda suelta a mi imaginación y le conté un cuento. Le dije que algunas personas prefieren un hermoso sol pintado en un lienzo, y otras prefieren un sol verdadero aunque esté oscurecido por las nubes. Y le pregunté: ´¿Qué sol prefieres?`. Pensó en eso y contestó que prefería el sol verdadero. Así que agregué que incluso si la gente no cree en su propio sol, éste está brillando. ´Tú tienes tu propia luz; un día, las nubes que la oscurecen desaparecerán y la gente te verá. No tengas miedo de la crítica y no temas perder tu luz`”[7].
Aunque estaba escrito para novios, los padres podrían darle un nuevo vistazo a estas palabras, puesto que los principios son exactamente iguales para todos: “Los valores espirituales entre dos cristianos en una relación sentimental” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/03/1063-los-valores-espirituales-entre-dos.html).

- Qué aficiones tienen y en qué emplean su tiempo libre, ¿en centros comerciales o yendo al campo? ¿Jugando al aire libre o viendo la televisión? ¿Leyendo o sin oler ni un libro? Aquí los padres tienen que conocer el problema con el que se enfrentan para encararlo y ser de ejemplo para sus hijos: “Los jóvenes están viviendo en la generación de la ´hamburguesa emocional`. Odian la paciencia. No saben contemplar la belleza de los pequeños detalles de la vida. No les pida que admiren las flores, los atardeceres y las conversaciones simples. Todo les aburre. [...] ”. Muchos de ellos tienen el Síndrome de Pensamiento Acelerado (SPA), el cual “genera una hiperactividad que no es de origen genético. [...] ¿Cuáles son las causas del SPA? La primera causa es el exceso de estímulos visuales y auditivos producidos por la televisión, que ataca directamente el ámbito de la emoción. Observe que no estoy hablando de la calidad del contenido de los programas televisivos, sino del exceso de estímulos, tanto buenos como malos. La segunda causa es el exceso de información. La tercera es la paranoia del consumismo y la estética, que dificulta la interiorización”[8].
Por eso los jóvenes se pueden pasar horas ensimismados visualizando contenidos digitales en un teléfono móvil o una tablet (que se los dan hecho y no requieren esfuerzo mental alguno), pero les cuesta la misma vida concentrarse en leer un libro, o en prestar verdadera atención a una conversación cara a cara: “Prestan atención durante unos 8 segundos y tienen 5 pantallas abiertas simultáneamente. Viven en permanente multitasking porque buscan gratificación instantánea, necesitan sentir cosas continuamente”[9].
¿Qué hacer ante esto? Nuevamente, ser de ejemplo uno mismo para con sus hijos y no caer en estos errores. ¿Y luego?: “Guíe a sus hijos para que encuentren grandes razones para ser felices con las pequeñas cosas. Una persona emocionalmente superficial necesita grandes eventos para sentir placer; una persona profunda lo encuentra en las cosas ocultas, en los fenómenos aparentemente imperceptibles, como el movimiento de las nubes, el ballet de las mariposas, el abrazo de un amigo, el beso de un ser querido, una mirada de complicidad y la sonrisa de solidaridad de un extraño”[10].

- Si son honrados, íntegros y dadivosos.

- Si muestran el fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23).

- Si ayudan al prójimo.

- Si gritan.

- Si comparten con ellos sobre los libros que leen.

- Si conversan sobre temas profundos que les despierten la curiosidad, la imaginación y el deseo de aprender.

- Cuáles son sus amistades.

- Cómo tratan a los enemigos.

- Cómo solucionan los problemas.

- Cómo afrontan el estrés.

- Cómo reaccionan ante las críticas ajenas, ante la tristeza y las malas experiencias de la vida (“Inside Out: Aprendiendo del dolor & Los recuerdos y nuestras islas de la personalidad”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/02/inside-out-aprendiendo-del-dolor-los.html) e, incluso, ante los traumas (“Alma salvaje: Cuando el dolor puede convertirnos en la mejor o en la peor versión de nosotros mismos”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/06/alma-salvaje-cuando-el-dolor-puede.html).

- Cuáles son sus sueños y metas.

- Si se muestran igual en público que en privado.

- Si hablan bien de alguien cuando está presente y todo lo contrario en la intimidad de la casa cuando no está.

- Si usan un lenguaje sano o lleno de vulgaridades y palabras soeces.

- Si oran, tanto a solas, como entre ellos, y como familia.

- Si son sinceros o mienten de vez en cuando. Si ellos ven a sus padres mentir –aunque sean mentirijillas que parezca que no tienen importancia, cuando sí las tiene-, él no tendrá problema alguno en mentir igual. Conozco a personas que mienten de tal manera que, incluso cuando supuestamente dicen la verdad, cuesta la misma vida creerlos; tanto que sus palabras siempre las pongo en duda. Es algo que ellos mismos se buscan desgraciadamente. Como siempre digo, la mentira es el refugio de los cobardes que siempre quieren quedar bien o quieren tapar sus errores.

- Cuánta importancia le conceden al físico. Para que los padres sepan cómo piensa un adolescente de hoy en día, refresquemos la memoria: imaginemos que nos cortan la cabeza y nos la trasplantan en un cuerpo nuevo. Nos chocaría de tal manera que sentiríamos rechazo hacia ese nuevo cuerpo. A los adolescentes les pasa lo mismo. Si los adultos suelen quejarse de su propio cuerpo, ¡cuánto más un adolescente! Podríamos asegurar que ninguno está contento con su físico y que hay partes que no les gusta: pies, manos, caderas, tobillos, muslos, torso, hombros, espalda, caderas, nariz, etc. Les han cambiado de un cuerpo infantil al que estaban acostumbrados a uno sobre el cual no han tenido control ninguno: se ven demasiado altos o bajos, con un pelo lacio cuando lo querrían rizado o viceversa, con unos ojos más grandes o más pequeños de lo que desearían. Y así con todo: que si los labios, que si el mentón, que si el pecho. Y muchos se obsesionan –y más teniendo en cuenta con la sociedad de la imagen y el postureo en la que vivimos-, por lo que le buscan algún remedio: haciendo dietas locas, matándose a ejercicios, tomando pastillas o soñando con poder operarse. Muchos quieren moldear un cuerpo cuyas características son difícilmente modificables.
Por eso es tan importante que los hijos también vean que sus padres son sanos en este aspecto, así que recomiendo leer con tranquilidad este escrito: Cómo nos adoctrinan sobre nuestro cuerpo y qué hacer al respecto (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/06/como-nos-adoctrinan-sobre-nuestro.html).

Continuará en: ¿De quién depende, finalmente, que un joven elija el buen o el mal camino cuando se hace adulto?


[1] Guembe, Pilar & Goñi Carlos. No se lo digas a mis padres. Ariel. Pág. 181.

[2] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 225, 226.

[3] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 63.

[4] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 246.

[5] Ibid. Pág. 214.

[6] Zaballos. Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 50.

[7] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 26.

[8] Ibid.

[9] Paris de l’Etraz, director del Ventura Lab de IE.

https://www.elindependiente.com/economia/2018/04/27/el-fin-de-la-paciencia/

[10] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 21.

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