Como acertadamente
señalan Pilar Guembe y Carlos Goñi, “educar
(del latín educare) tiene dos sentidos: significa tanto ´hacer
salir` como ´conducir`. Nuestra labor como padres tendrá, por tanto,
esta doble finalidad: procurar que nuestros hijos se desarrollen como personas
y conducirlos hacia su plenitud. Ambas acciones requieren de un cierto arte,
aliñado, entre otras cosas, con dedicación, alegría, sentido del humor y mucho
cariño. El arte de educar debe encontrar el justo medio para que nuestros hijos
puedan realizarse como personas sin dejarlos a la deriva ni arrastrarlos por
donde queremos nosotros que vayan. La libertad, que también tiene sus límites, ha
de estar presente en el proceso y en el final de toda tarea educativa, porque
se trata de educar en la libertad para la libertad. Es decir, que quien educa
hace más libre al que educa. Sin embargo, no todos los padres lo consiguen. En
el doble sentido de educar se pueden dar dos extremos por exceso y dos por
defecto. Así, respecto al primer sentido (hacer salir), los padres
proteccionistas son aquellos que no ´dejan salir` al ser humano que hay en cada
hijo, mientras que los padres desertores dejan que salga sin preocuparse más. Respecto al segundo sentido
(conducir), los padres permisivos se niegan a guiarles ya en los primeros
pasos, sin embargo, los padres
autoritarios los llevan en volandas.
En el punto medio entre estos cuatro tipos se encuentran los padres educadores, los que ´hacen salir` y realmente ´conducen` a sus hijos hacia su
propia realización”[1].
Valores
insanos
Hay padres que son responsables directos
de que sus hijos tengan unos valores perniciosos e inmorales. Estos
progenitores son los que han actúan tal y como describe Bernabé Tierno de forma
irónica: “Comience desde la infancia dando a su
hijo todo lo que le pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le
pertenece. Cuando diga malas palabras, riáselas. Esto le hará pensar que es muy
gracioso y le animará a decir palabras aun mas graciosas. No le dé ninguna
educación espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda
decidir libremente por sí mismo. No le reprenda nunca ni le diga que está mal
algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpa. Recoja todo lo que él
deja tirado: libros, zapatos, juguetes, ropa, etc. Hágaselo todo, ahórrele todo
esfuerzo. Así creerá que todos están a su servicio y se acostumbrará a cargar
la responsabilidad sobre los demás. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos.
Cuide bien de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero deje
que se le llene la mente de basura. Dele todo el dinero que quiera gastar, no
vaya a sospechar que para disponer de él es necesario trabajar. ¿Por qué dejar
que el pobrecito pase los mismos sinsabores que usted? Satisfaga todos sus
deseos, apetitos, comodidades y placeres. La mortificación y la austeridad no
harían más que conducirle a una frustración perjudicial. Póngase de su parte en
cualquier conflicto que tenga con los vecinos, maestros o policías. Piense que
todos ellos tienen prejuicios contra su hijo, que le han tomado manía y le
quieren mal. Si pone en practica estos preceptos, prepárese para llevar una
vida de pesares, que será la que usted mismo se ha labrado. Y cuando su hijo se
encuentre en serios apuros, discúlpese diciendo: ´nunca pude con este
muchacho`”[2]. Augusto Cury también
señala con una pequeña historia a este tipo de padres: “Había una madre que no sabía decir ´no` a su hijo. Como no podía
soportar sus quejas, berrinches y confusión, quería satisfacer todas sus
necesidades y exigencias. Pero no siempre podía hacerlo, y para evitar
conflictos hacía promesas que no podía cumplir. Tenía miedo de frustrar a su
hijo. Esta madre no sabía que la frustración es importante en el proceso de
formar la personalidad. Quienes no aprenden a lidiar con la pérdida y la
frustración, nunca madurarán. La madre evitaba conflictos momentáneos con su
hijo, pero no sabía que estaba tendiéndole una trampa emocional. ¿Cuál fue el
resultado? Este hijo perdió todo respeto por su madre. Comenzó a manipularla, a
explotarla y a discutir intensamente con ella”[3]. Así que, sin conoces
a algún joven que cambia de novia cada seis meses y se acuesta con todas ellas,
que es extremadamente desordenado con su cuarto, que usa un lenguaje vulgar
cuando sus padres no están delante, que miente, que es egoísta, que hay que
pedirle mil veces que haga un favor para que lo lleve a cabo, que siempre está
insatisfecho, que pone mala cara cuando le dicen que ´no`, que viste
provocativamente, que escucha música decadente, que gasta el dinero en
sandeces, que su máxima interés son las fiestas o los videojuegos, etc., ya
sabes que posiblemente se debe a la mala educación y a la falta de valores que
ha recibido.
Dicho esto, y como veremos
en el último apartado, esto no es siempre así y los padres no tienen la culpa
del resultado final de sus hijos. En muchas ocasiones, éstos han recibido una
buena educación pero “pasan” de ella.
Los
padres deben estar al frente de la educación de sus hijos
Después de todo lo que hemos analizado en
este libro, un padre y una madre se pueden sentir apabullados ante las extremas
dificultades para educar correcta y sanamente a un hijo. Entre la naturaleza
caída que traen de serie –como tú y yo-, la sociedad que ofrece el pecado en
bandeja y el pavo propio de la edad,
la cuestión no es nada fácil. Y también es cierto que, mientras ese hijo no
nazca de nuevo y entregue su vida a Dios, sus reacciones primarias se inclinarán
irremediablemente a seguir su naturaleza espiritual muerta. Pero es ahí donde
entra la educación que les proporcionen los padres y de los valores que le
inculquen.
El enfoque del que
deben partir los progenitores consiste en que sean consciente que ese pequeño
ser que está ante ellos se está descubriendo a sí mismo y el mundo que le
rodea, siendo algo muy complejo para él. Por eso es el deber de ellos ayudarle
en cada paso e inculcarle sentido crítico, a que no dé por hecho opiniones
ajenas –ni siquiera las propias-, sin escuchar los argumentos de los demás y a
comprobar si son ciertos o no, acertados o desacertados. La televisión es un
ejemplo general de cómo se debe actuar: “(hay que) aportar a los hijos el complemento ético: nunca aparece alguien en la
pantalla haciendo un juicio de valor y explicando si aquello que se está
diciendo es bueno o es malo, y por qué lo es o no lo es. (Lo mismo con) el complemento intelectual: hay que ayudar
al muchacho a distinguir la imagen de su interpretación, enseñarle a discernir
la realidad de la ficción. (Lo mismo con) la actitud crítica, enseñarle igualmente a aceptar las cosas que ve, no
porque se afirmen o nieguen con mayor vehemencia emotiva, sino por la fuerza de
las razones que las avalan”[4]. La solución no es encerrarlos en una
mazmorra o aislarlos del mundo, porque la represión, tarde o temprano, con 15 o
30 años, estallará de una manera u otra: “No pocos adolescentes adoptan posturas extremas
en su conducta precisamente para compensar la rigidez e intransigencia de unos
padres que solo piensan en someter por la fuerza la voluntad de sus hijos.
Tremendo fallo, porque sin libertad solo conseguimos amaestrar, pero nunca
educar. Papá, mamá, vencéis, pero no me convencéis. [...] La autoridad es
necesaria, pero siempre unida a la comprensión y el diálogo. [...] Si ahora no
aprenden a razonar por sí mismos y a tomar sus decisiones, si solo piensan y
obran como dicen papá y mamá, dentro de nada solo actuarán como borregos
conformistas ante todo lo que les ordene cualquier persona que se crea con
alguna autoridad sobre ellos”[5].
Los valores de los padres
Si uno mismo no está
formado, ¿cómo podrá formar a sus hijos? Si uno no ha alineado su manera de
pensar con la de Dios, ¿cómo podrá ayudar a su hijo a que el los alinee? Si no
ha asentado sus valores conforme a los patrones bíblicos, ¿cómo podrá inculcárselos
a sus hijos?
Ya hablamos en una
ocasión de la imposibilidad de que una persona que no es cristiana viva como
tal y de lo absurdo de tratar de imponérselo (“Realmente no habías nacido de
nuevo”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/2-realmente-no-habias-nacido-de-nuevo.html). De la misma forma, unos padres que no viven según
los valores cristianos que dicen creer, no tienen legitimidad ninguna ni
autoridad moral para enseñarle esos principios a sus hijos. Ese es el primer
error que se comete y que cada padre y madre debe examinar en su vida, las áreas
concretas que resultan incongruentes entre la fe cristiana que creen pero que
no viven. Los padres DEBEN
saber, conocer y creer los valores cristianos y, especialmente, sentirlos y
aplicarlos. Es algo que tienen que tener muy claro. Es la única manera en que
tienen de educar a sus hijos. Si ellos no los viven, sus hijos los ignorarán
por completo –y con toda la razón del mundo-, puesto que son los primeros que
se dan cuenta de las incongruencia entre
palabras y actitudes: “Lo que los padres
viven, hacen, enseñan, valoran o no es lo que tendrán en cuenta los hijos a la
hora de tomar decisiones, aunque no cabe duda de que llegará el momento en que
muchas decisiones las tomarán por si mismos”[6]. Si los padres dicen
ser cristianos –y lo son realmente-, pero no viven con los valores bíblicos, ¿qué
cristianismo están enseñando a sus hijos? ¿Uno en el que solo importe
congregarse, ser parte del grupo, hacer actividades y poco más?
Por muy bien que el
niño o el adolescente conozca el significado de la muerte de Cristo en la cruz,
las historias de Isaías y mil narraciones bíblicas, si no ve que sus padres son
consecuentes con lo que le proclaman, no servirá de nada. Si los ven con cara de
santos cuando se congregan con otros creyentes y luego en casa con colmillos de
ogro, se quedará con dicha incoherencia. O, por ejemplo, ¿cree un padre que su
hijo no detecta una mentira por el hecho de ser pequeño? ¡La huele
inmediatamente!
Aunque se haga el
despistado o parezca que está mentalmente en otro lugar, está atento a:
- Cómo se hablan
entre el padre y la madre: con respeto o sin él.
- Si se esfuerzan por
vivir en santidad. Es un error medir a las personas por lo “amorosas” o
“cariñosas” que son. Al igual que los dones espirituales no son nada sin amor
(1 Co. 13), sin santidad se queda cojo el amor y no refleja el carácter de
Dios. Por lo tanto, los hijos observarán con detenimiento esta faceta de sus
padres.
- Si continuamente se
quejan por lo que no tienen y envidian a otros, o si, por el contrario, han
aprendido a vivir en contentamiento y agradecidos a Dios cada día.
- Si gastan el dinero
en naderías o si tienen deudas por querer vivir por encima de sus
posibilidades.
- Cuánto valor le
conceden a lo material, en qué y cómo gastan el dinero. Esta es una buena
lección que podrían poner en práctica: “Una
de mis hijas fue criticada una vez por algunas de sus amigas por ser una
persona sencilla, que no gustaba de la ostentación, y también porque no se
preocupaba excesivamente por la estética. Ella se sentía triste y rechazada.
Después de escucharla, di rienda suelta a mi imaginación y le conté un cuento.
Le dije que algunas personas prefieren un hermoso sol pintado en un lienzo, y
otras prefieren un sol verdadero aunque esté oscurecido por las nubes. Y le
pregunté: ´¿Qué sol prefieres?`. Pensó en eso y contestó que prefería el sol
verdadero. Así que agregué que incluso si la gente no cree en su propio sol,
éste está brillando. ´Tú tienes tu propia luz; un día, las nubes que la
oscurecen desaparecerán y la gente te verá. No tengas miedo de la crítica y no
temas perder tu luz`”[7].
- Qué aficiones
tienen y en qué emplean su tiempo libre, ¿en centros comerciales o yendo al
campo? ¿Jugando al aire libre o viendo la televisión? ¿Leyendo o sin oler ni un libro? Aquí los padres tienen
que conocer el problema con el que se enfrentan para encararlo y ser de ejemplo
para sus hijos: “Los jóvenes están
viviendo en la generación de la ´hamburguesa emocional`. Odian la paciencia. No
saben contemplar la belleza de los pequeños detalles de la vida. No les pida
que admiren las flores, los atardeceres y las conversaciones simples. Todo les
aburre. [...] ”. Muchos de ellos
tienen el Síndrome de Pensamiento Acelerado (SPA), el cual “genera una hiperactividad que no es de origen genético. [...] ¿Cuáles
son las causas del SPA? La primera causa es el exceso de estímulos visuales y
auditivos producidos por la televisión, que ataca directamente el ámbito de la
emoción. Observe que no estoy hablando de la calidad del contenido de los
programas televisivos, sino del exceso de estímulos, tanto buenos como malos.
La segunda causa es el exceso de información. La tercera es la paranoia del
consumismo y la estética, que dificulta la interiorización”[8]. Por eso los jóvenes
se pueden pasar horas ensimismados visualizando contenidos digitales en un
teléfono móvil o una tablet (que se los dan hecho y no requieren esfuerzo
mental alguno), pero les cuesta la misma vida concentrarse en leer un libro, o
en prestar verdadera atención a una conversación cara a cara: “Prestan atención durante unos 8 segundos y tienen 5
pantallas abiertas simultáneamente. Viven en permanente multitasking
porque buscan gratificación instantánea, necesitan sentir cosas
continuamente”[9]. ¿Qué hacer ante esto?
Nuevamente, ser de ejemplo uno mismo para con sus hijos y no caer en estos
errores. ¿Y luego?: “Guíe a sus hijos
para que encuentren grandes razones para ser felices con las pequeñas cosas.
Una persona emocionalmente superficial necesita grandes eventos para sentir
placer; una persona profunda lo encuentra en las cosas ocultas, en los
fenómenos aparentemente imperceptibles, como el movimiento de las nubes, el
ballet de las mariposas, el abrazo de un amigo, el beso de un ser querido, una
mirada de complicidad y la sonrisa de solidaridad de un extraño”[10].
- Si son honrados,
íntegros y dadivosos.
- Si muestran el
fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá.
5:22-23).
- Si ayudan al
prójimo.
- Si gritan.
- Si comparten con
ellos sobre los libros que leen.
- Si conversan sobre
temas profundos que les despierten la curiosidad, la imaginación y el deseo de
aprender.
- Cuáles son sus
amistades.
- Cómo tratan a los enemigos.
- Cómo solucionan los
problemas.
- Cómo afrontan el
estrés.
- Cuáles son sus sueños y metas.
- Si se muestran
igual en público que en privado.
- Si hablan bien de
alguien cuando está presente y todo lo contrario en la intimidad de la casa
cuando no está.
- Si usan un lenguaje
sano o lleno de vulgaridades y palabras soeces.
- Si oran, tanto a solas, como entre ellos, y como familia.
- Si son sinceros o
mienten de vez en cuando. Si ellos ven a sus padres mentir –aunque sean
mentirijillas que parezca que no tienen importancia, cuando sí las tiene-, él
no tendrá problema alguno en mentir igual. Conozco a personas que mienten de
tal manera que, incluso cuando supuestamente dicen la verdad, cuesta la misma
vida creerlos; tanto que sus palabras siempre las pongo en duda. Es algo que
ellos mismos se buscan desgraciadamente. Como siempre digo, la mentira es el
refugio de los cobardes que siempre quieren quedar bien o quieren tapar sus
errores.
- Cuánta importancia
le conceden al físico. Para que los padres sepan cómo piensa un adolescente de
hoy en día, refresquemos la memoria: imaginemos que nos cortan la cabeza y nos
la trasplantan en un cuerpo nuevo. Nos chocaría de tal manera que sentiríamos
rechazo hacia ese nuevo cuerpo. A los adolescentes les pasa lo mismo. Si los
adultos suelen quejarse de su propio cuerpo, ¡cuánto más un adolescente!
Podríamos asegurar que ninguno está contento con su físico y que hay partes que
no les gusta: pies, manos, caderas, tobillos, muslos, torso, hombros, espalda,
caderas, nariz, etc. Les han cambiado de un cuerpo infantil al que estaban
acostumbrados a uno sobre el cual no han tenido control ninguno: se ven demasiado
altos o bajos, con un pelo lacio cuando lo querrían rizado o viceversa, con
unos ojos más grandes o más pequeños de lo que desearían. Y así con todo: que
si los labios, que si el mentón, que si el pecho. Y muchos se obsesionan –y más
teniendo en cuenta con la sociedad de la imagen y el postureo en la que
vivimos-, por lo que le buscan algún remedio: haciendo dietas locas, matándose
a ejercicios, tomando pastillas o soñando con poder operarse. Muchos quieren
moldear un cuerpo cuyas características son difícilmente modificables.
Continuará en: ¿De quién depende, finalmente, que un joven elija el buen o el mal camino cuando se hace adulto?
Guembe, Pilar & Goñi Carlos. No se lo
digas a mis padres. Ariel. Pág. 181.
Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100
preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 225, 226.
Cury,
Augusto. Padres brillantes, maestros
fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 63.
Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100
preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 246.
Zaballos.
Virgilio. Esperanza para la familia.
Logos. Pág. 50.
Cury,
Augusto. Padres brillantes, maestros
fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 26.
Cury, Augusto. Padres brillantes,
maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 21.
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