martes, 15 de agosto de 2017

4. Los afanes y la falta de contentamiento te ahogaron



Venimos de aquí: Buscaste la plenitud y el sentido a la vida por medio de las relaciones románticas, de los placeres y del materialismo: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/08/3-buscaste-la-plenitud-y-el-sentido-la.html

Te sentías en las nubes cuando conociste al Señor. La inmensa mayoría de tus conversaciones versaban sobre Él. Anhelabas encontrarte hermanos que tuvieran tu misma pasión para hablar de cualquier tema bíblico. Te gozabas en sus promesas y en la grandeza de la verdad que habías descubierto. Pero, con el tiempo, parte de la parábola del sembrador se hizo realidad en tu vida: “He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una) parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto [...] Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mr. 4:3-4, 6, 7, 18, 19).
El fuego que había en ti se convirtió en frialdad. Desapareció el entusiasmo, la vitalidad, el deseo de conocer más y más a Dios. Todo lo hacías por rutina. Dejaste de escudriñar la Palabra bajo mil excusas. No recordabas ni el título del último libro que leíste. Ya no hablabas del Señor y, cuando lo hacías, era de forma religiosa por el conocimiento que adquiriste en el pasado. No le predicabas el Evangelio a nadie ni hablabas de tus creencias con aquellos que te conocían. Tu pasión desapareció y todo lo dejabas para mañana, engañándote a ti mismo. Los afanes de este mundo ahogaron la semilla que Dios depositó en ti. ¿Y por qué?: porque olvidaste que eras un ciudadano del cielo y, aunque seguías creyendo –incluso participando de actividades consideradas “cristianas” como asistir a reuniones o cultos-, comenzaste a vivir como Salomón, con tu corazón en este mundo, y como Marta, afanada y turbada con muchas cosas (cf. Lc. 10:41). Te convertiste en un cristiano “culturalmente humanista”. Comenzaste a vivir de forma opuesta a lo que decías creer. Una verdadera contradicción.

Cuando el corazón busca otros dioses
Jesús no llamó a los judíos “generación adúltera” porque estuvieran física y literalmente cometiendo tal acto, sino porque habían inclinado su corazón en pos de “dioses ajenos”. Hoy en día, estas “divinidades” son el materialismo, la acumulación de bienes que no se comparten, la ociosidad, las fiestas, los placeres sensuales, las ambiciones desmedidas fuera de la voluntad de Dios, la búsqueda del prestigio y el éxito, etc.
Esta búsqueda continua suele provocar ansiedad, inseguridad, afán y, sobre todo, falta de contentamiento. Por eso el Señor considera necio a todo el que vive de esta manera (Lc. 12:20). Ante Él, y bajo la perspectiva de la eternidad, todo esto carece de valor alguno: “Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano” (Ec. 5:15).
Esta fábula judía ilustra esta idea:
Un hombre se trasladó desde un pueblo remoto para consultar a un rabino muy famoso. Llegó a la casa y advirtió, sorprendido, que los únicos muebles de que disponía el rabino consistían en un colchón echado en el suelo, dos butacas, una silla miserable y una vela, y que el resto de la habitación estaba absolutamente vacía. La consulta se produjo. El rabino le contestó con verdadera sabiduría. Antes de irse, intrigado por la escasez del mobiliario, el hombre le dijo: “¿Dónde están sus muebles?”. ¿Y dónde están los suyos?, contestó el rabino. “¿Cómo que donde están los míos? Yo estoy de paso”, dijo el hombre sin terminar de comprender. Y el rabino le contestó: “Yo también”.

Incluso aquellos que no son cristianos llegan a las mismas conclusiones: “El mundo es un puente. Pasa por él. No construyas en él tu morada” (Inscripción en la gran mezquita de Fatehpur-Sikri, India). Si llevas años instalado en la frialdad que sientes, es porque has “construido tu morada” en este mundo, de tal manera que vives por él y para él. Sin embargo, Pablo trató de inculcar el principio opuesto como estilo de vida: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Ro. 15:7-8).

Probándolo todo como Salomón
En términos bíblicos, el ejemplo por excelencia de alguien que lo tuvo absolutamente todo fue el rey Salomón[1]. Se afanó de tal manera que indagó sobre todo lo que se llevaba a cabo debajo del cielo (cf. Ec. 1:13). Buscó el contentamiento por medio de:

1. La intelectualidad, la sabiduría y la ciencia: “Hablé yo en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia” (Ec. 1:16). En su comentario bíblico, William Macdonald señala que sería el equivalente a las ciencias, la filosofía, las bellas artes, las ciencias sociales, la literatura, la religión, la psicología, la ética, los idiomas y otras áreas del aprendizaje humano.
2. El placer: “Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino” (Ec. 2:3).
3. Las riquezas: “Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas;me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles” (Ec. 2:4-6).
4. La posición social y el prestigio: Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén” (Ec. 2:7).
5. Las posesiones materiales: “Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música” (Ec. 2:8).

Como él mismo dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo” (Ec. 2:10). Si hay alguien que debería haber hallado el contentamiento, según los cánones de este mundo, éste era sin duda el rey de Israel. Sin embargo, la conclusión de su estudio práctico fue contundentemente opuesto: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Ec. 2:11). De ahí su dicho más conocido: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2). El término vanidad (en hebreo: hebel), significa “vapor, vaho, niebla”. Cuando no ponemos en práctica la hoja de ruta establecida por Dios en su Palabra, nuestra vida es como caminar entre una espesa niebla, donde no vemos ni nuestros propios pies.

Aprendiendo de los errores de Salomón y de los propios
¿Es negativo todo lo que hay debajo del sol? ¿Debemos permanecer en la ignorancia, prescindir del intelecto y rechazar toda cultura? ¿Es pecado disfrutar de los sanos placeres de la vida que el Altísimo nos ha concedido dentro de el orden que Él ha establecido? Ni mucho menos, y así suelo expresarlo una y otra vez. El problema se produce cuando este tipo de cuestiones se convierten en el deseo primordial de nuestro corazón y Dios pasa a un segundo plano. Esa es la verdadera IDOLATRÍA que produce la frialdad espiritual que embarga a muchos y que conlleva que se alejen del Señor.  
Posiblemente no hayas llegado a los extremos de Salomón, anhelando palacios y riquezas, pero, en menor escala, te asemejas a él cuando nunca te contentas con lo que tienes. Como dijo un inmigrante sobre los occidentales: “Lo tienen todo y siguen corriendo sin parar, sin sonreír, sin celebrar su comodidad”. Entendería hasta cierto punto que nos lamentáramos si de la noche a la mañana nos viéramos trasladados a un país tercermundista donde escasearan los recursos y donde cualquier enfermedad común nos condujera a la muerte por la carencia de asistencia sanitaria. Sin embargo, nuestras mayores protestas vienen motivadas porque no tenemos el suficiente dinero para mantener un cierto nivel de vida o poder comprar todo aquello que queremos. De ahí la juventud actual, caprichosa a más no poder y siempre insatisfecha.
En otras ocasiones, el fin es sentirse bien con uno mismo. Esto conlleva un grado de orgullo personal y de autosuficiencia en la que no se cuenta con Dios. Por todo esto, nos encontramos a cristianos encadenados a una casa, esclavos a la hipoteca altísima de la misma, a la letra desproporcionada de un coche, pagando altos intereses por haber pagado con la tarjeta de crédito los mejores muebles, comprando cada poco tiempo ropa nueva cuando la anterior está en perfecto estado o gastándose en comida lo mejor de lo mejor, sin ahorrar en gastos y sin buscar mejores precios. Luego se muestran ansiosos y se quejan de que viven con el agua al cuello, cuando la realidad es que están viviendo por encima de sus necesidades.
Este estilo de vida está muy alejado de los principios bíblicos respecto a la sencillez. Si hicieras inventario de tus posesiones, te darías cuenta de que muchas de ellas son innecesarias. Al menos serías consciente de que podrías vivir con mucho menos de lo que acumulas y que podrías desprenderte de aquellas cosas que realmente no necesitas: menos pares de zapatos, un ropero con menos camisas y pantalones, un coche que no tienes que renovar cada pocos años, una casa con muebles más sencillos y económicos, etc. Eso es, simple y llanamente, simplificar la vida. Tal y como señaló Charles Dudley Warner: “La sencillez consiste en hacer el viaje por la vida sólo con el equipaje necesario”. Como enseña el consabido refrán: “no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”.
Nuestra oración debería ser la misma de Agur: “No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9). Le pedía a Dios lo necesario, ya que, si se diera el caso de estar saciado, se podría olvidar del Todopoderoso, y, si tuviera muy poco, temía blasfemar.  No quería ni lo uno ni lo otro. ¡Qué sabiduría! Es la misma advertencia que Dios le hizo al pueblo judío hace miles de años: Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Dt. 8:11-14).

Las sencillas instrucciones que se nos ofrecen
Cuando Salomón preguntó retóricamente “¿qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Ec. 2:3), Dios no quería reflejar en su Palabra que se oponía a los beneficios que conlleva trabajar, puesto que Él mismo puso a Adán a labrar el huerto del Edén, y Pablo dejó bien claro que quien no quisiera trabajar que tampoco comiera (cf. 2 Ts. 3:10), sino que estaba en contra:

- Del afán de obtener más y más: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:9-10). Somos avisados de que si no aplicamos los principios bíblicos, corremos el serio peligro de caer en tentación y en el lazo de la codicia. Puede que sea un nudo autoimpuesto: un mayor gasto económico, mayor consumo, una hipoteca desproporcionada para tener una casa que de sencilla no tiene nada, etc. Y entre los jóvenes sucede igual: videojuegos, consolas, ropa, el último modelo de móvil, multitud de caprichos, una vida girando en torno a la ociosidad, etc. Todo esto es una trampa y una absoluta necedad. El afán entre los cristianos es más sutil que el que vemos en el resto de la sociedad pero igual de peligroso. ¿Consecuencias?: “Se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:10).
No quiero decir que hayas renegado de Cristo, pero sí desviado del camino y de la voluntad del Padre. Por eso Jesús dijo que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee (cf. Lc. 12:15). Caíste en ese lazo cuando te preocupaste en exceso por proteger tus frutos materiales y cuando anhelaste más de la Tierra en lugar de hacerte tesoros en el cielo.

- De no usar lo que Él te da para ayudar a los demás, como puede ser en el caso de hermanos más necesitados. Juan dijo: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17). Pablo dejó ciertas pautas muy concretas para los ricos. Es cierto que la inmensa mayoría de nosotros no lo somos, pero sí en comparación a las generaciones anteriores, por lo que estas palabras se nos pueden aplicar igualmente: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos” (1 Ti. 6:17:19).
Ante este texto, cito las palabras de John Piper: “Dios llama necio al hombre porque, cuando sus campos produjeron un excedente, construyó graneros más grandes y se dedicó a reposar. ¿Qué debió haber hecho con el excedente que Dios le dio? El versículo 33 nos da la respuesta: vended lo que poseais y dad limosna al necesitado. En vez de aumentar su nivel de vida y seguridad, debió haber utilizado las posesiones de más para aliviar el sufrimiento. Dios llama ´necia` a la persona que utiliza su exceso de dinero para aumentar su confort propio. Los sabios saben que todo su dinero pertenece a Dios y debe utilizarse para demostrar que Dios, no el dinero, es su tesoro, confort, delite y seguridad”[2].

¿Pobreza, riqueza o contentamiento?
No estoy haciendo una apologética de la pobreza o de la vida monástica. Puedes disfrutar sanamente de todo lo que Dios te regala. No consiste en vivir en una casa llena de cucarachas y de humedad, que vistas como vagabundo, que comas saltamontes como Juan el Bautista o que renuncies a los sanos placeres, como nadar, leer, dar un paseo por la playa, ir al campo, practicar algún deporte, disfrutar de un helado en una terraza, y mil cosas más. Como dije en un artículo: Mi pensamiento va mucho más allá. Conversando con una compañera de trabajo hace poco tiempo me dijo: ´Con tener un plato de comida, mi cama limpita y mi ropa planchada, soy feliz`. Palabras sabias y maduras de una persona muy joven, y que me encantaron porque expresan mi sentir. ¿Conformismo? ¡No! ¿Contentamiento? ¡Sí! Es un concepto que coincide plenamente con el principio bíblico: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Ti. 6:8)”[3].
Pablo dijo:“Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2:4). El llamado en sí es a ´no enredarse` con el mundo, de tal manera que éste se convierta en lo primero de nuestras vidas, arrinconando en consecuencia a Dios. Siguen vigentes las palabras de Cristo que resuenan para cada uno de nosotros: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). Si leemos el contexto del pasaje, podemos observar que no se refiere a los lujos, dinero y propiedades que enseña de forma aberrante la mal llamada teología de la prosperidad,  sino a que el Señor mismo se encargará de que nunca nos falten las necesidades básicas para nuestra vida.

Afanarse & Dadivosidad
¿Por qué turbarse por aquello que no tenemos? ¿Por qué afanarse por aquello que la polilla y el orín corrompen? (cf. Mt. 6:19). ¿Por qué agitarse por lo que no vamos a poder conservar eternamente? ¿Por qué queremos el cielo en la tierra cuando el cielo está en el cielo, valga la redundancia? ¿Por qué seguir luchando contra tales ideas en lugar de asimilarlas? ¿Por qué no reconocemos que la falta de contentamiento es un fruto de nuestra naturaleza caída? Échale un poco de imaginación: si fueras habitante del planeta Júpiter y vinieras de paso a la Tierra, sabiendo que tarde o temprano regresarán a por ti y no podrás llevarte nada, ¿te afanarías por acumular todo tipo de objetos?
Por eso me resultan absurdos esos gigantescos mausoleos que se observan en los cementerios. ¡Ni que dentro estuviera el fallecido disfrutando de las posesiones que acumuló en vida! Pablo lo entendió perfectamente: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (1 Ti. 6:6-7). ¿Has leído bien? Señala que “SIN DUDA” nada nos llevaremos. ¿Has olvidado las palabras que Cristo le dijo a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18:36)?
Esto por un lado. Y por otro, en lugar de ser de “puño cerrado”, aprende a compartir lo que tienes con otras personas. No cometamos el pecado de Sodoma: “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma, tu hermana: soberbia, pan de sobra y abundancia de ocio tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del necesitado” (Ez. 16:49). Alguien dijo que nunca somos tan parecidos a Dios que cuando damos. La enseñanza bíblica dice: comparte con los que tienen menos que tú y da a los que apenas tienen nada. Esto no significa que te deshagas de todo lo que tienes, sino que compartas con los que te rodean aquello en concreto que el Señor te ha dado por su gracia. No tienes que limitarlo a lo material. Igual que puedes invitar a un hermano o a un necesitado a comer en tu casa, puedes también regalar tu tiempo a aquel que necesita de tu compañía u ofrecer ánimo y fortaleza. Como un anónimo dijo: “Pasaré por este mundo nada más que una vez. Por eso, cualquier bien que pueda hacer o cualquier bondad que pueda mostrar a cualquier semejante, déjame hacerlo ahora” ya que “el que muere no puede llevarse nada de lo que consiguió, pero se lleva, con seguridad, todo lo que dio” (Padre Mamerto Menapace). Como narra esta historia:

Tras la conclusión de la segunda guerra mundial comenzó la reconstrucción de Europa. Una fría mañana, muy temprano, un soldado norteamericano iba de regreso a su cuartel en Londres. Al virar su jeep en una esquina, alcanzó a ver a un muchachito que tenía la nariz puesta en la ventana de una pastelería. Adentro, el panadero estaba amasando la masa para una nueva hornada de buñuelos. El hambriento muchachito miraba en silencio, observaba cada movimiento. El soldado acercó el jeep a la acera, se detuvo, salió y caminó tranquilamente hacia donde estaba parado el muchacho. A través de la ventana empañada pudo ver los bocados apetitosos cuando eran retirados del horno caliente. Al muchacho se le hizo la boca agua y dio un pequeño gemido al ver que el panadero los colocaba en el mostrador encerrado en vidrio, siempre con mucho cuidado. Cuando el soldado se colocó al lado del huérfano, su corazón se conmovió. “Hijo, ¿te gustaría comerte algunos de esos?”. “¡Ah, sí, me gustaría!”. El soldado entró y compró una docena, los colocó en una bolsa y regresó a donde se hallaba el chaval en el frio neblinoso de la mañana londinense. Sonrió, le entregó la bolsa y simplemente dijo: “aquí la tienes”. Al dar la vuelta para apartarse, sintió que alguien le tiraba de la chaqueta. Volvió a mirar y oyó que el niño le preguntaba apaciblemente: “Señor, ¿es usted Dios?”.
Si te has alejado de Dios por las razones que hemos analizado, es hora de que despiertes del sopor. Para salir del estado en que te encuentras, tienes que realinear tus pensamientos con los Suyos. Sería conveniente que te hicieras estas preguntas: ¿Sobre qué estás sosteniendo tu vida? ¿Sobre qué estás sustentado tu paso por este mundo? ¿Cómo es tu relación actual con el Señor? ¿Sobre qué gira tu vida, sobre Él o sobre los diversos placeres -sean sanos o insanos- que hay a tu alrededor, tus posesiones y el deseo de adquirir siempre más? A mí no tienes que responderme, así que sé sincero contigo mismo. 



[1] Existen argumentos a favor y en contra de la “paternidad salomónica” del libro de Eclesiastés. Hablaré del mismo creyendo que fue Salomón su autor.
[2] Piper, John. Hermanos no somos profesionales. Clie.

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