lunes, 27 de marzo de 2023

¿No somos cristianos los que no nos congregamos?

 


Cuando escribo sobre un libro, película o serie, por norma general, es porque me ha gustado y se le puede sacar partido. Escribir sobre algo que me desagrada lo considero una pérdida de tiempo, por eso no suelo hacerlo. Y sé que estas líneas no van a servir de mucho ni tendrán un gran recorrido, pero no puedo, ni quiero, callarme. Hago alusión al capítulo veintidós del libro “El escándalo del cristianismo”, titulado “La comunión de los santos”, y que terminé de leer hace escasas fechas.
Lo más difícil va a ser expresar mi indignación sin que sea visto como un ataque personal. No es esta mi intención –y menos cuando casi todo el libro me ha gustado-, pero si alguien lo considera de esa manera, dicha interpretación está fuera de mi control. Siento si molesto a alguien, pero en eso radica la libertad de expresión: en tener ideas contrarias a las de otro y poder declararlo libremente. Lo contrario sería caer en una dictadura ideológica, como ocurre en muchos países.
Algunos, o muchos, dirán que no me ha gustado porque señala dos cosas que, supuestamente, hago mal, y de ahí mi enojo. No, no es por eso. Primero, porque no considero que esté fallando en lo que señala el pastor Arturo Iván Rojas. Y segundo, aunque llevara razón, considero que sus palabras no son las más acertadas. ¿Estoy queriendo decir que sus intenciones son malas? Ni mucho menos. Estoy plenamente convencido de que cada una de sus letras tienen el deseo de enseñar con sus mejores deseos. Pero, en mi opinión, yerra en dos capítulos, por lo que, en varios escritos (el del diezmo será más de uno, dada su extensión, aunque lo dejaré para más adelante), voy a transcribir sus palabras en letra cursiva y, a continuación, lo que pienso al respecto.

¿Siempre es preferible?
“Los creyentes no podemos prescindir de ella (la comunión), pues es necesaria para poder madurar en la fe. Con todas sus fallas, sigue siendo muy valiosa. Tanto que, puestos a escoger, es siempre preferible una deficiente comunión a una ausencia intencional y por lo mismo, culpable, de comunión”.

Lo siento, pero no puedo compartir dicha idea. Y no, no por ello soy “culpable”. Al igual que yo, muchos decidimos “intencionalmente” dejar de congregarnos de la manera tradicional (asistir a un local al que falazmente se le llama “iglesia”, perpetuando así un error teológico heredado del catolicismo romano), no por una “deficiente comunión”, ya que teníamos hermanos y amigos maravillosos –a pesar de sus errores, iguales que el resto de nosotros los tenemos- sino porque, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, allá donde íbamos, fuimos testigos de una distorsión completa de lo que debería ser una iglesia sana:

- Pastores, que se consideraban en exclusiva “los ungidos de Jehová”, y que resultaban ser impostores, desangrando los bolsillos de los cristianos para su propio enriquecimiento y buena vida.
- Líderes autonombrados que denigraban a los creyentes que no se sometían a sus caprichos y que valoraban a los cristianos por el número de actividades eclesiales en las que participaban.
- Luchas fratricidas por el poder entre diversos grupos de creyentes para ver quiénes ocupaban los primeros lugares e imponían sus designios.
- Recursos económicos despilfarrados en verdaderas sandeces, dejando las migajas para los creyentes verdaderamente necesitados.
- Calvinistas que despreciaban a los arminianistas y arminianistas que despreciaban a los calvinistas; Milenaristas que se burlaban de los amilenaristas, y amilenaristas que hacían lo propio con milenaristas, donde el principio “en los puntos esenciales, unidad; en los puntos no esenciales, libertad; y en todas las cosas, amor”, era pisoteado sistemáticamente.
- Negación de doctrinas como el infierno o la salvación por gracia.
- Moral laxa para algunos y estricta para el resto.
- Pecados que se justificaban según quién los cometía y quedaban sin disciplina.
- Aceptación y normalización de los postulados LGTBI.
- Revelación de secretos contados en confianza, donde “traficaban” con dicha información privada a su antojo y conveniencia.
- Directa o sutilmente, establecimiento de herejías como la teología de la prosperidad, la confesión positiva, las maldiciones generacionales o la cartografía espiritual.

Todo esto, implementado desde los púlpitos, “de arriba a abajo”, por los Diótrefes de turno, incluso apoyados por “instancias superiores” que lo permiten –siendo así cómplices-, hacen que revertirlo sea una quimera, como señala Francisco Lacueva: “La Palabra de Dios y la experiencia enseñan que el empeño en reformar desde dentro una iglesia oficialmente desviada es una utopía que empaña nuestro testimonio y engendra confusión. La verdad y la obediencia están por encima del sacrificio, de la falsa caridad y de las buenas intenciones. En frase de Spurgeon, “el deber de uno es hacer lo recto; de las consecuencias se encarga Dios”. Hay quien cita Mateo 13:24-30 sin percatarse de que allí no se trata de la iglesia, sino del mundo (“el campo es el mundo”). Los más apelan al argumento de que a una madre (cf. Gá. 4:26) no se la deja, por fea o mala que sea; pero éstos no se dan cuenta de que la iglesia no es una abstracción superior, cuya naturaleza permanece a salvo, a pesar de la falsedad o apostasía de sus miembros, o de los defectos en las estructuras, sino la congregación espiritual de los verdaderos creyentes”[1].
Algunos de estos puntos los reseña en la primera parte del libro y, aun así, se queda corto. ¿Y me dice que soportar todo eso es preferible a una “ausencia intencional”, y que encima soy culpable por ello? Es evidente que vemos la realidad de formas opuestas.
Y no, no buscamos perfección. Nosotros mismos estamos muy lejos de ella. Pero el abuso, la inmadurez en grado sumo, las herejías, la hipocresía por doquier, las lenguas sibilinas y la incapacidad de pedir disculpas, no se pueden aguantar indefinidamente. El Señor nos llamó a la comunión, no al martirio voluntario.

¿Solo somos inquebrantables estando todos juntos?
“Participar de la comunión a pesar de lo anterior, es una muestra de que por encima de todo esto quienes participamos de ella mantenemos vigente una inquebrantable resolución para perseverar todos, unánimes, junto en el don de la fe hasta el fin, por defectuosa y decepcionante que pueda llegar a ser por momentos”.

Según el autor, los que no participamos del “cristianismo” es porque no mantenemos vigente la inquebrantable resolución de perseverar juntos hasta el fin. Me parece un insulto dicha afirmación. ¿Hay personas que se han apartado del Señor tras salir de una congregación? Sí, pero solo Dios sabe si eran realmente hijos suyos que habían nacido de nuevo. Pero del resto no piense que ahora nos ha dado por beber, por adulterar, por tener relaciones sexuales antes del matrimonio, por ir a discotecas, por ser partícipe de fiestas paganas, por acudir a videntes o por unirnos en yugo desigual. Aquí seguimos, firmes, con nuestras vidas asentadas sobre la Roca, en comunión con Él, escudriñando con emoción las Escrituras, haciendo Su obra según los dones recibidos, amándole más y más, anhelando Su regreso, predicando el Evangelio ante todo el que nos demanda razón de la esperanza que hay en nosotros y, como todo hijo de Dios “nacido de nuevo”, batallando contra la naturaleza caída. Y nada de esto lo digo para echarnos flores, ya que no somos mejores que nadie, pero tampoco peores ni inferiores a otros cristianos por el hecho de no congregarnos.

¿Presuntos creyentes?
“Es por todo lo anterior que no se puede entender ni justificar a aquellos presuntos creyentes que prescinden de manera consciente, voluntaria y culpable, de la comunión de los santos. Aquellos que dejan intencionalmente de congregarse o le van restando importancia gradualmente al asunto, pasando por alto claros mandatos bíblicos como “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (He. 10:25).

Esta dureza no la entiendo, y me parece completamente desoladora para muchos cristianos “no congregacionales”. En mi caso, estoy tan acostumbrado a oír este tipo de acusaciones que ya no me afectan, aunque sí me enervan por el mal que hacen a otros. Que no pueda “entender” a los que no se reúnen y, sobre todo, llamarlos “presuntos creyentes”, son palabras que manifiestan falta de empatía –con lo cual no estoy queriendo decir tampoco que el autor carezca de ella, sino que aquí no la demuestra- y una severidad en sus conclusiones que son impropias de alguien que es pastor.
Por otro lado, copio lo que dije en mi libro “Mentiras que creemos” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html) sobre el texto de Hebreos: “Este versículo se emplea para recordarnos con insistencia el mandamiento bíblico de reunirnos. Así dice el texto, pero basta una lectura del pasaje en su contexto para darse cuenta de que el significado no es exactamente el que siempre hemos creído: el escritor de esta misiva estaba exhortando a los cristianos a que se mantuvieran firmes (cf. He. 10:23); a que no se apartaran del camino que Cristo, como sacerdote, les había abierto hacia el Padre (cf. He. 10:19-22); y a que no se volvieran nuevamente al judaísmo, como algunos estaban tomando por costumbre, dejando esa reunión con Jesucristo[2]. Por lo tanto, el pasaje no hace ninguna alusión a la reunión de creyentes en la iglesia local, sino a la reunión con Cristo, tanto en el presente como en el futuro. Como escribe William MacDonald: “Básicamente, este versículo es una advertencia contra la apostasía. Aquí, dejar de congregarse significa dar la espalda al cristianismo y volverse al judaísmo [como sistema de sacrificios y salvación por obras]. Eso es lo que algunos estaban haciendo cuando se escribió esta carta[3]. Es una invitación del autor de la epístola a no volver a nuestra antigua vida, pero nada más.

¿Somos cínicos?
(dicha comunión) la idealizamos y cuando no resulta como la esperábamos, entonces nos sentimos frustrados y decepcionados y reaccionamos con amargo cinismo para terminar menospreciando la comunión, hablando incluso en su contra y marginándonos de ella para nuestro propio perjuicio”.

Puede que esta sea su observación, basada en la propia experiencia de lo que ha visto en otros, pero cae en una generalización, como si ninguno de nosotros fuéramos conscientes de que la iglesia “ideal” no existe y como si todos los que no se congregan “a la manera tradicional” nos volviéramos cínicos. Las falsas acusaciones de rencor, odio, deseos de venganza y falta de perdón, suelen ser la cantinela habitual que lanzan contra nosotros –sumado a que “vamos de víctimas”-, así que ya estamos acostumbrados. Si quieren creerlo de nosotros, son libres de hacerlo. No nos importa.
La mayoría que somos sanados tras haber pasado por varias de esas iglesias o haber sufrido un abuso espiritual dantesco, y volvemos a encontrar “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” que experimentamos tras la conversión, no somos como nos describe. ¿Qué los hay amargados? Sí. En esos casos, lo que debería preguntarse es: ¿Y quién los ayuda? ¿Dónde están esos pastores que dejan a las noventa y nueve ovejas y van a por la que ellos consideran “perdida”? ¿Por qué no se esfuerzan en que sea sanada, en lugar de ahondar en la herida y meter el dedo en la llaga? ¿Por qué se acuerdan de ella para tirarla por tierra y hablar mal de su nombre, en lugar de buscarla con esmero? ¿Dónde quedaron esos abrazos, esos “te quiero”, esos “estaré contigo a tu lado siempre que me necesites” y “cuenta conmigo”? Palabras hermosas que se llevó el viento y acabaron en una ciénaga.
Puedo contar con los dedos de una mano los cristianos que se ponen en la piel de las “ovejas” que se alejan. Uno de ellos –Diego Iglesias Escalona- lo hizo de forma pública en un sensacional artículo en Protestante Digital, titulado “Carta abierta a las ovejas olvidadas” (https://protestantedigital.com/tublog/46244/Carta_abierta_a_las_ovejas_olvidadas), al que contesté y le agradecí con otro escrito en el mismo medio: “Carta abierta de las ovejas olvidadas pero no perdidas” (https://protestantedigital.com/tublog/46278/arta_abierta_de_las_ovejas_olvidadas_pero_no_perdidas). De ahí que, años después, me resulte tan llamativo que Arturo trate de mortificarnos con algunas de las mismas cosas que reseñé en el mismo, que vienen a ser las manidas acusaciones de siempre.
Curiosamente, tras compartirlo en Facebook, una señora de una iglesia de mi ciudad, a la que no conocía ni conozco de nada, no tuvo nada más que hacer que dejar un comentario ofensivo, acusador y sarcástico contra mi persona, acusándome de “falto de amor”. Y otra que la apoyó llegó a llamarme “lobo”. ¡Señoras y señores, estos son los maravillosos piropos que nos dedican los espirituales! ¡Es así como tratan a las ovejas perdidas, que para ellos somos ovejas negras! De verdad, ¡qué triste!
Puedo hablar con propiedad, no solo por lo que “otros me han contado”, sino porque es lo que visto en repetidas ocasiones: críticas voraces, desprecio a sus vidas, murmuraciones, escarnio público, prohibición de tener contacto “vayan a contaminar” y destrucción de amistades. No se preocupan realmente por las personas, y el único interés que muestran al “exhortarlos” a regresar es porque quieren que “suelten la plata”, “obedezcan sin rechistar” y se “sometan incondicionalmente” a los mismos que les pusieron el pie en el cuello y aprisionaron sus almas.
¡Esto sí que es un escándalo en el cristianismo!

¿Somos personas que no piensan y no sabemos distinguir?
“... se han marginado de la comunión cristiana debido a experiencias traumáticas vividas en las iglesias, nunca se han puesto a pensar que sus prevenciones no son en realidad contra el cristianismo o contra la religión en general; sino contra la religión organizada, contra la cristiandad y contra la iglesia de cuentas forman parte”.

Nuevamente, proyecta sus propios pensamientos, puesto que da por hecho que no “hemos pensado” en el porqué de nuestra forma de actuar y no sabemos diferenciar el cristianismo de la religión organizada. Claro que sabemos distinguir una cosa de la otra: de lo contrario, habríamos renunciado a Cristo y a la salvación. Ahí sí seríamos necios, como el perro que vuelve a su vómito, pero no es el caso entre miles de cristianos, aunque no formen parte de una iglesia local.
Tampoco entiendo la razón por la cual infravalora los traumas. No sé si ha conocido a personas completamente desbaratadas emocionalmente por haber sufrido en sus carnes los efectos de una iglesia enferma, pero si el autor, en su propia vida, hubiera llegado a ese grado de destrucción interna, estoy seguro que no le dirigiría estas palabras a nadie.

¿Seremos “extraños” en el cielo?
“Por eso, no debemos abandonar la comunión a pesar de lo defectuosa que pueda ser. No hay otra manera de entrenarse y prepararse para la comunión perfecta que un día disfrutaremos como propósito final de la vida cristiana”.

Esta sentencia final me parece el último clavo del ataúd que el pastor lanza contra nosotros. En el caso de que seamos salvos, cosa que implícitamente pone en tela de juicio al llamarnos “supuestos creyentes”, parece ser que estaremos incómodos y fuera de lugar en el cielo, ya que no nos habremos “entrenado” y “preparado”. ¡Y eso a pesar de haber sido glorificados! Lo siento, pero me niego a dedicarle ni una sola línea a semejante despropósito.

Conclusión
Mi replica a las palabras del señor Iván Rojas pueden parecer un manifiesto contra el hecho de que los cristianos se congreguen. Nada más lejos de la realidad. Como también dije en mi libro al tratar el texto mencionado de Hebreos 10:25: “¿Estoy abogando por un cristianismo individual y solitario? ¡No! ¿Estoy incitando a no congregarnos como cuerpo de Cristo? ¡Tampoco! Claro que es necesario adorar juntos para estimularnos al amor, a las buenas obras (cf. He. 10:24) y para exhortarnos, tanto más sabiendo que la venida del Señor está cerca (cf. He. 10:25), sea en el lugar de reunión o en nuestras casas con otros hermanos. ¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! (cf. Sal. 133:1)”. ¿O acaso no dijo el Señor que  “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20)?
¿Congregarse es lo ideal? Obvio, y animo a todo el que quiera hacerlo. ¿Hay lugares y circunstancias graves que, mientras no cambien, aconsejan que lo mejor es no hacerlo “a la manera tradicional”, siendo lo mejor mantener comunión con otros hermanos “fuera de las cuatro paredes”? También. Y para los que no quieran verlo ni entenderlo, y nos acusan por ello, y por si no les ha servido todo lo dicho anteriormente, les termino con un conocido pasaje. Espero que, la próxima vez, antes de lanzarse a enjuiciarnos, reflexionen un poco más con el corazón: “Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mr. 9:38-41).

Continuará en: “¿Somos ladrones los que no diezmamos?”


[1] Lacueva, Francisco. La Iglesia. Clie. Pág. 252-254.

[2] Pablo también emplea el mismo término y significado en 2 Tesalonicenses 2:1-2: “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión [episunagoge] con él...”.

[3] Macdonald, William. Comentario Bíblico. Clie, p. 1004.

lunes, 20 de marzo de 2023

Mente vacía: oficina del diablo

 


La esposa de un amigo –ambos brasileños y personas encantadoras, con los cuales me unía una relación excelente y de los que guardo buenísimos recuerdos-, me enseñó en varias ocasiones una frase que repetía mucho su padre, que era pastor: “una mente  vacía es la oficina del diablo”. Manifiesta una realidad tan evidente que sorprende cómo la expresa de forma escueta, sencilla y contundente.

Una vida dominada por las emociones negativas
La mente de una persona que no tiene intereses sanos, inquietudes, riqueza cultural y espiritual, que no conoce –ni vive- la voluntad de Dios por medio de Su Palabra, que no le tiene por Señor en su vida (aunque diga creer, practique alguna “religión” o algún sucedáneo), es el lugar perfecto para que el diablo haga su trabajo. Y su horario de oficina no es de 8 a 3, sino 24-7. ¿Y de qué llena la mente? De esa negrura formada por la “amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia” (Ef. 4:31). En otros casos, en obras de la carne como “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21).
Tienen baja tolerancia a la frustración y un escaso autocontrol emocional y verbal. Son emocionalmente bipolares, ya que suelen vivir en los dos extremos: euforia y risas, o depresión y lágrimas. No son la lógica y el raciocinio sus guías, sino las emociones, y por ellas son arrastradas y engullidas. Ante el vacío que hay en ellos, y puesto que la mente no se puede dejar en blanco, se pasan el tiempo rumiando sobre cualquier aspecto negativo y comparándose con todo el mundo, cayendo a veces en la soberbia –al sentirse mejores y superiores-, y otras en el autodesprecio, cuando se observan inferiores o fracasados. Viven continuamente en una competición interna con los demás, como si necesitaran demostrar que “son mejores”.
Se pasan la vida buscando errores y faltas en los demás, especialmente de los cristianos que no comparten sus valores ni ocupan el tiempo en sus mismas actividades, ya que, para ellos, el servicio que hacemos a Dios, según los dones de cada uno posee, carece de valor y es una pérdida de tiempo, como si no hiciéramos nada útil.
Disfrutan sobremanera cuando se reúnen con otros iguales para “despellejar” a los que no les caen bien. Son murmuradores, chismosos, entrometidos, chantajistas emocionales, rencorosos, juzgadores profesionales y emocionalmente inmaduros. Resultan ser verdaderos expertos en encontrar la paja en el ojo ajeno, pero están ciegos ante la viga que tienen delante de sí. Mientras magnifican hasta el extremo las faltas ajenas, minimizan las propias, al igual que los logros de unos y otros, ya que minusvaloran las acciones ajenas mientras exaltan las suyas. Pasan del aprecio al desprecio, de ver en los demás el vaso medio lleno a medio vacío, del amor al odio, en cuanto no les dan la razón.
Usan la información de forma sesgada, al mostrar únicamente la que deja en mal lugar a sus “enemigos” y en buen lugar a ellos. Así, implícitamente, se presentan ante el mundo como “buenos”, “mejores” o “víctimas”, donde las expresiones “yo”, “pues a mí”, son sus favoritas.

Vacío y esclavitud
Todo lo citado es la única manera que tienen de intentar llenar el vacío que anida en ellos y la consecuencia directa de que no sea Dios quien tenga el control, sino el enemigo de sus almas, que hace su labor a la perfección. Pablo describe la situación en la que viven: “andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay” (Efesios 4:17-18). Ese “entendimiento entenebrecido” es un paraje bien lúgubre.
Son, literalmente, esclavos: de sí mismos, de sus mentes, de sus sentimientos, del pecado y del diablo. ¿Qué es lo único que pueden hacer? ¿Cómo se rompe con esa esclavitud? La solución es exclusiva y no hay más: “Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:16-17). Para ser libres deben “convertirse”, que es, ni más ni menos, volverse a Dios, aceptando el regalo de la salvación que ofreció al morir en la cruz por nuestros pecados. El velo que los ciega –y del que ni siquiera son conscientes a día de hoy- caerá entonces y verán la realidad, hallando la libertad. Y, a partir de ahí, comenzar a cambiar esos pensamientos conforme a los que Él enseña (Ro. 12:2). Únicamente así podrán experimentar el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la templanza, entre otros (Gá. 5:22-23).

Conclusión
De nuevo Pablo muestra los dos únicos caminos que existen y sus diferencias: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:5-6).
Ya saben lo que pueden hacer: o seguir bajo la carne ocupándose y pensando en las cosas de la carne, siendo esclavo de ella y de la oscuridad, con sus mentes dominadas, o ser libre, hallando la verdadera vida y paz.

lunes, 13 de marzo de 2023

Rocky, el potro italiano (2ª parte). ¿Te han golpeado? ¡Levántate de la lona!

 


Venimos de aquí: Rocky, el potro italiano (1ª parte): Como hijo de Dios, ¿cuál es tu verdadera lucha? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/03/rocky-el-potro-italiano-1-parte-como.html).

Para no repetir mi propósito con estos escritos, el origen de la historia real, la trama de la película de 1976 y todo lo descrito, remito al primer artículo.

Recibiendo golpes en el cuadrilátero & ¿De dónde viene tu poder?
Puede que tengas tu cara como Rocky, llena de moratones, “como un mapa”, metáfora de un alma herida a causa de los golpes recibidos. Circunstancias en tu vida que hicieron que nunca llegaras a “despegar”, donde lo único que recuerdas son los sueños que tenías y que te esforzaste en llevarlos a cabo. Y prefieres no pensar mucho en ello, porque te sientes culpable si lo haces. O puedes que hayas tenido a tu alrededor personas que te hayan dado el terrible y destructor consejo de dejar de crecer, provocando tu propia desilusión. Quizá llevas toda la vida menospreciándote y nunca te has dado la oportunidad de luchar. Incluso puede que te rindieras al poco de intentarlo.
Quién sabe si sencillamente te has conformado y te baste con disfrutar de vez en cuando de algún buen día. O que te ampares en tu temperamento para decir que no puedes. O que sientes que desperdicias tu vida, e incluso alguna vez te lo han dicho. Hay tantos “o” que no acabaríamos nunca. Así se sentía el “Potro italiano”. Así puedes que te sientas tú. Así que volvamos de nuevo a unas palabras que todos conocemos de memoria para poder verlas en una mayor perspectiva de lo que solemos hacer: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Lo que no somos conscientes es que dicha afirmación no es solo para un momento determinado, y que se resumen al momento de la conversión, al antes y al después. La realidad es que siguen teniendo la misma validez “después de”. Cada día de tu vida se te ofrece la oportunidad de empezar de nuevo y de hacer lo que no hiciste ayer. Borrón y cuenta nueva. Una oportunidad de dejar el pasado atrás y de comenzar a servir a Dios.
En la primera cita que tuvo con su futura esposa, Rocky le decía que nunca había tenido una oportunidad porque era zurdo y que por ello lo menospreciaban. Y a eso se dedicaba, a boxear, porque no sabía cantar ni bailar. En el fondo, no eran más que excusas. Era el espíritu de un perdedor. Alguien que se menospreciaba y que no se había dado una oportunidad a sí mismo jamás porque estaba convencido, por su propia experiencia negativa, que esté mundo no le permitía alcanzar sus propósitos. Evidentemente, una persona así vive paralizada en el tiempo. El reloj corre a su alrededor, pero él está anclado en su interior.
Nada de esto debe acontecer en un cristiano, ya que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder” (2 Ti. 1:7). Ya no dependemos de nuestras propias fuerzas. Nuestras fuerzas están en Dios que mora a través del Espíritu Santo en nosotros. Pablo señalaba que él no luchaba según sus propias fuerzas: “Lucho con toda la fuerza y el poder que Cristo me da” (Col. 1:29; DHH).
Hermano, ¿qué no sabes hacer nada? Con perdón de la expresión: eso no te lo crees ni tú. TODO ser humano tiene dones naturales, incluso los que no son creyentes. ¡Cuánto más un cristiano con el Espíritu Santo morando en su ser! No podemos ser como los gentiles, que andan de manera equivocada porque tienen el entendimiento oscurecido (cf. Ef. 4:18).
Nuestro entrenador no es un tal Mickey, sino Aquel que lo creó todo. Quien nos sustenta, nos levanta y nos anima con Sus palabras y Su Espíritu es Dios. Nuestros “guantes” son las palabras de Dios reflejadas en la Biblia. 
No sé cuántos golpes te ha dado la vida. Tampoco sé cómo te sientes y qué piensas de ti mismo. Algunas personas sí me han abierto su corazón (lo cual agradezco infinitamente) y, por ello y el hecho de escuchar comentarios de muchísimos seres humanos, sé que sienten que les gustaría hacer mucho más de lo que hacen, pero por las distintas circunstancias como las que hemos visto, no llegan a hacerlas. Pero ahí está el ejemplo de Wepner, quien le aguantó los 15 asaltos a Muhammad Ali como ya vimos. ¡¡¡Olvidó los 57 puntos de sutura y los 338 que acumuló a lo largo de su carrera!!! Los aficionados siguen reconociéndole por la calle y gritándole: “¡Eh, campeón, buena pelea!”.
Wepner, en un momento de su combate contra Alí, sufriendo golpe tras golpe

¡Levántate, y no seas como el elefante, sino como Elías!
En la mayoría de las ocasiones, no es fácil. Vivimos en un mundo que ama más las tinieblas que la luz (Jn. 3:19), y que, por lo tanto, desprecia Su obra y a sus hijos.  Nada es fácil. Nada es sencillo y no todo es agradable.
El protagonista de nuestra película, tras su primer gran esfuerzo, acabó destrozado y sin poder respirar. Y decía: “Lo peor del boxeo es la mañana después del combate... no eres más que una gran herida. Te duele todo el cuerpo, en todas partes, te dan ganas de llamar un taxi para que te lleve de la cama al lavabo. Te duelen los ojos, las orejas, los cabellos, las pestañas, tienes las manos hinchadas”.
¿Quién no se ha sentido alguna vez así? Pero él no se rindió, porque sabía que la recompensa se logra tras la lucha. Me encanta cuando describe que se siente muy orgulloso de su nariz, puesto que nunca se la han roto, a pesar de que la han golpeado, mordido y torcido. La nariz no-rota es sinónimo de no estar muerto, de seguir vivo. Mientras la nariz no se rompa, es decir, sigamos vivos, podemos seguir luchando. O empezar a luchar, si todavía no hemos empezado.
Rocky, con la nariz bien magullada, junto a Mickey, su entrenador

Muchos ni siquiera lo intentan por miedo. ¿Pero miedo a qué? Miedo a no gustar a otros cristianos fríos o a los inconversos que anidan a su alrededor. Terminan por autocompadecerse. De fondo está de nuevo el afán competitivo, malsano, por compararse a los demás. Si es tu caso, ¡deja de mirar a tu alrededor! ¡Deja de mirar lo que otros hacen o dejan de hacer! ¡Deja de mirar lo que otros tienen o dejan de tener! ¡Mira en ti lo que Dios mira! No sirve de nada ir de víctima.
Quizás lleves años con esa actitud. Incluso puede que desde que tienes sentido común. Puede que estés tumbado en la lona por algún acontecimiento triste o traumático que aconteció en tu vida, llegando a tener cadenas invisibles sobre ti como las de este elefante: “Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantenía entonces? ¿Por qué no huía? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:
- Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
- El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...”[1].

No seas como el elefante. Sé como Elías, el cual, cansado, más bien exhausto física y emocionalmente, se sintió derrotado a pesar de todo lo que había hecho para la gloria de Dios. Pero el ángel de Jehová le dijo: “Levántate y come, porque largo camino te resta” (1 R. 19:7). Dios no había acabado su plan con él, como no lo ha acabado contigo mientras estés en este mundo.

Conclusión
¿Quieres cumplir el plan que el Señor diseñó desde la eternidad para ti? ¿Estás dispuesto a comenzar a entrenar desde este preciso instante? ¿Vas a luchar, incluso cuando te den un “gancho” y un “directo”, o te vas a quedar tendido en la lona? Y no hablo de grandeza, de fama o de prosperidad material, sino de lo que he resaltado una y otra vez en estos dos escritos: hacer la obra de Dios.
La Escritura nos llama a esforzarnos en la gracia. Nosotros ponemos de nuestra parte y Dios se encarga de la obra. Quizás el llamado de Dios para ti sea ser una excelente madre aun con recursos económicos limitados. ¡Gloria a Dios! Quizás el llamado de Dios para ti es que proveas para tu casa y para que tus hijos puedan ir a la universidad. ¡Gloria a Dios! Quizás es que seas un trabajador ejemplar en tu lugar de trabajo y que dejes la huella del Señor. ¡Gloria a Dios! Hay millones de posibilidades. Cada ser humano tiene su llamado de parte de Dios. Único e inimitable. En una ocasión vi en Madrid a una señora mayor entregando tratados evangelísticos por el metro. Quizás ese sea el llamado de Dios para ella, y no a ser maestra de escuela dominical o misionera.
Ese es el camino para tu vida. Ni más ni menos. No para compararte o ser mejor que nadie, sino para que Dios pueda decir de ti lo mismo que le dicen a Wepner: “¡Eh, campeón, buena pelea!”. Comprendiendo lo que Él quiere de ti y llevándolo a cabo, al llegar a la meta, podrás decir como Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8).


[1] El elefante encadenado. Extraído de Déjame que te cuente, de Jorge Bucay. Pág. 11-13. RBA Libros.

sábado, 11 de marzo de 2023

Los cristianos y el ejercicio & “Mente sana en cuerpo sano”

Dejando a un lado alguna enfermedad que se da en una parte de la población, la causa principal que motiva el sobrepeso en la inmensa mayoría de personas es la mala alimentación y la falta de ejercicio físico. “Comida sabrosa” no es sinónimo de calidad nutricional. Esto lo vemos en la bollería industrial, en los ultraprocesados, en las grasas trans, en los embutidos, en el abuso de frituras y en el consumo diario de azúcar. Ahí se ven las barriguitas estilo Homer Simpson, los michelines que sobresalen por encima del pantalón o de la falda, los “traseros” tamaño XXL (tanto en hombres como en mujeres), y en la grasa que anida por doquier en cualquier parte del cuerpo. Pero aún es peor cuando se usa todo eso en momentos de ansiedad como una especie de  “refugio” o “escapatoria”.
Como casi siempre he estado delgado y he hecho deporte, no le concedía ninguna importancia a lo que comía. Así que podía engullir de una tacada un paquete de doce pasteles de chocolate o una cantidad innombrable de huevos fritos. Pero hace poco más de dos años, aprendí por las malas y tuve que reorganizarlo todo. No me quedó otra. Me costó porque era empezar de cero e informarme de mil cosas, y encontrar sabores que me gustaran especialmente. Los resultados han llegado poco a poco, tanto con el volumen de entrenamiento que puedo llevar a cabo como en salud, con analíticas que incluso son muchos mejores que cuando era más joven. Y todo comiendo bastante (creo que más que nunca), sano y sin nada que no me guste.
Muchas personas creen que hay que ponerse a dieta para perder grasa, pasar hambre y comer solo pollo y lechuga. Pero eso dura unos días o, como mucho, semanas, hasta que viene el atracón. No he hecho dieta en mi vida ni pienso hacerla. Basta con comer en función de las necesidades calóricas de cada uno. No es lo mismo el gasto calórico de alguien que se pasa todo el día sentado en una oficina, que una ama de casa o un barrendero. Por eso es algo individualizado, y copiar a los demás es una pérdida de tiempo. Si comemos X+ y gastamos X++ por medio del ejercicio, obviamente adelgazaremos y nos pondremos más fuertes si viene acompañado de un entrenamiento, por lo que no es necesario “comer menos” sino “gastar más calorías”. Pero lo que suele suceder es lo contrario: comer X++ y gastar X+, por lo que los resultados suelen ser el cuerpo de la “gallina Caponata”.

Los dos extremos
Con el tema de la alimentación y el ejercicio suelen darse dos extremos:

1) Al que le da igual todo, que no hace nada para fortalecer su cuerpo porque piensa que el simple hecho de levantar una pesa es para los culturistas fanáticos y dopados, que come azúcar como si no hubiera un mañana, mientras mira con cara de asco al que come sano. En este grupo hay incluso cristianos que te citan a Pablo para apoyar su pereza: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Ti. 4:8), olvidando que, dichas palabras, en su contexto, quieren decir que, “comparado con la piedad”, es poco provechoso al ser temporal, pero en ningún momento va en contra del deporte en sí, ni son una apologética al autoabandono y el descuido. Omitir los beneficios de la producción de endorfinas en nuestro organismo –incluyendo en el estado de ánimo-, es rechazar parte de la propia creación de Dios que hizo en nuestro beneficio, como expliqué en ¡Vive! Disfrutando sanamente (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html).

2) El que vive obsesionado por los kilos, las calorías, la delgadez, el comer poco o, por el contrario, con el exceso calórico, la musculatura y la definición extrema, como expuse en “¿Cuáles son tus sueños para este año? ¿Y para el resto de tu vida? & ¿Todos merecen la pena? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/01/10-cuales-son-tus-suenos-para-este-ano.html). Darse un antojo de vez en cuando no mata a nadie. El problema es cuando ese “antojo”, esa comida grasienta o la que no aporta nada, se convierte en la base de la alimentación o en buena parte de ella, sea en el desayuno, almuerzo, merienda o cena.

Puesto que ninguno de nosotros se está preparando para ir a los Juegos Olímpicos, no es modelo ni actor, la clave está en el equilibrio, y en esa conocida frase del poeta Juvenal: “mente sana en cuerpo sano”. Ambas van de la mano. No se puede cuidar la mente y descuidar el cuerpo, como tampoco se puede cuidar el cuerpo y descuidar la mente. Leer mucho y hacer ejercicio/comer bien deben ir de la mano. Además, si somos un cuerpo, y él es el Templo del Espíritu Santo, habrá que cuidarlo, ¿no? Todo lo demás son excusas. Si toda la vida te han enseñado que dos más dos son cinco y de adulto descubres que son cuatro, sería de necio seguir creyendo lo primero. Si toda la vida te han enseñado que hay que “rezarle” a figuras religiosas, “santos” o “ángeles”, y de adulto descubres que Dios enseña en la Biblia todo lo contrario, sería igualmente necio seguir haciendo lo primero. Pues con la comida exactamente lo mismo. Comer mal sabiendo la verdad, es pura negligencia e irracionalidad, y más hoy en día con todas las alternativas que hay en cualquier supermercado.

Conclusión
Recuerda que nunca es tarde para comenzar, ni la edad excusa. Además, ten presente que el ejercicio aeróbico ejercitará tu corazón, pero que los músculos de tu cuerpo necesitan de ciertos ejercicios de fuerza, en mayor o en menor grado. Tu calidad de vida, tanto presente como futura, dependerá de esos tres factores: nivel aeróbico, nivel muscular y alimentación.
Como mi intención no es convencer a nadie de nada, ni en este tema ni en ninguno, sino en llevarle a la reflexión personal, me limito a mostrar la realidad. Y ahora, que cada cual haga lo que quiera.  

lunes, 6 de marzo de 2023

Rocky, el potro italiano (1ª parte). Como hijo de Dios, ¿cuál es tu verdadera lucha?


No recuerdo exactamente el año, pero sé que fue más o menos a mitad de la primera década de este siglo: le comenté a un pastor, antiguo amigo y aficionado al cine con el que tenía muy buenas conversaciones de multitud de temas, que se me había ocurrido una idea para una predicación usando la celebrada y conocidísima película “Rocky”. Incluso llegué a darle un esbozo del contenido, y me animó a compartirlo sin ningún reparo. Aunque estuve predicando durante varios años, por una razón u otra, nunca me atreví: en parte porque, posiblemente, ciertas personas me hubieran reprendido a posteriori y, por otro lado, porque hay creyentes que consideran irreverente que se use lo secular en un púlpito –a pesar de que se haga para exponer una enseñanza bíblica-, y no quería ser de tropiezo o escándalo para nadie. Ahora, mucho tiempo después, y como puedo permitírmelo en completa libertad, es el momento de sacar adelante aquello que guardé en un cajón y terminar de darle forma a las palabras que quedaron aprisionadas.
Espero que los cristianos aficionados a esta saga sin fin disfruten este escrito y puedan aprender alguna que otra importante lección importante, que, como siempre, llevaré al terreno bíblico. Incluso a los que no conocen esta obra –de la cual solo me centraré en su primera parte-, y no tienen intención de verla, les bastará con las siguientes líneas para extraer la enseñanza.
No he visto un combate de boxeo en mi vida, ni me gusta ver a dos personas usando la violencia para ganarse la vida, así que tampoco hay necesidad alguna de que te guste dicho “deporte”. El boxeo en las películas de Rocky son una mera alegoría para tratar otros temas mucho más profundos, como el uso de nuestros dones y cómo encajamos los golpes que recibimos en la vida. Así hay que verla y así voy a tratarla.
Para que nadie piense con prejuicio antes de leer estos dos artículos, diré que no es un mero mensaje motivacional de psicología, como los que muchas veces se escuchan en los púlpitos, sino que cae dentro de la pura exhortación. Recordemos que dicho término no significa “bronca”, como se entiende en ciertos círculos, sino “convencer con dulzura a seguir una línea de pensamiento y acción”. Esa es mi intención y así debe entenderse.

Chuck Wepner
Este largometraje, protagonizado por un joven Silvester Stallone, se rodó en apenas veintiocho días, con un presupuesto de un millón de dólares, algo tan ridículo que la ropa que vestían los protagonistas era la suya propia, donde algunos secundarios no eran ni actores, sino amigos y familiares. Aun con todo, fue aclamada por la crítica y ganó tres Oscar en 1976: mejor película, mejor montaje y mejor director. Y, en el “Instituto Americano de Filmes”, está clasificada en el lugar número 78 de las 100 mejores películas de todos los tiempos.
El guion, escrito en apenas unos días, se basó en el combate por el título de campeón de los pesos pesados entre Muhammad Ali y Chuck Wepner, y al que el propio Stallone asistió en directo. Wepner era un boxeador anónimo, conocido en el mundillo como “El sangrador de Bayonne”, por su ciudad natal y por la facilidad con que sus cejan comenzaban a sangrar al ser golpeado. Como consecuencia de un combate contra Sonny Liston, tuvieron que ponerle cincuenta y siete puntos de sutura. Ali era el campeón del mundo y el mejor boxeador de todos los tiempos, y se creía que demolería al desconocido. Pero no fue así: Wepner, considerado un luchador de tercera fila, y a pesar de sus 35 años, supo dar batalla, logrando que el campeón besara la lona en una ocasión en el noveno asalto.

(Momento en el que Wepner lleva a la lona a Ali)

A partir de ese instante, Ali, enfurecido, lanzó una incesante batería de golpes hacia el candidato, que con todo se levantaba una y otra vez, ante un público entregado ante tamaña resistencia. A falta de diecinueve segundos para el final, y tras su enésima caída, el árbitro decidió concluir el combate por K.O. técnico. Le aguantó a un toro salvaje y desbocado los quince asaltos, y ese es su gran hito, que perdura en la historia del boxeo como toda una heroicidad.

Stallone dijo al respecto: “Chuck Wepner era básicamente un tipo al que nadie tomaba en serio. Estaba claro que su única contribución notable a la historia del boxeo sería en qué estado le dejaba Ali después de la pelea. Nadie en su juicio pensaba que podía ganar la pelea. Sólo preocupaba cuánto duraría la pelea y cuánto dolor sería capaz de soportar. Las probabilidades en Wepner eran básicamente de trochocientos a uno, y ni siquiera se podía apostar en esta pelea. El tipo ni siquiera parecía un luchador. Era torpe y no tenía habilidades. Fue muy triste. Entonces, de repente, algo increíble sucedió. De la nada, Wepner derribó al inmortal Ali. De repente, pasó de ser una caricatura a ser alguien con quien todo el mundo podía identificarse, porque todo el mundo pensó: ´¡Me gustaría hacer eso! Me gustaría hacer lo imposible, aunque solo sea por un momento, y ser reconocido por ello, y animar a la multitud`. ´La multitud estaba pensando: Si este tipo totalmente inepto puede derrotar a Muhammad Ali, ¿quién sabe de lo que puedo ser capaz yo`. Así que estoy sentado, observando todo esto, y en algún momento me doy cuenta de que es una metáfora, y me di cuenta de que no se trataba realmente del boxeo”[1].

El Potro italiano
Saltemos ahora a la historia ficticia, que comienza el 25 de noviembre de 1975, justo un día después de la verdadera batalla entre Wepner y Alí. Rocky Balboa vive en Filadelfia (Estados Unidos), pero es un descendiente de inmigrantes italianos, y por eso le llaman “El Potro Italiano”. Ya está en la treintena, ha disputado 64 combates desde los 15 años, pero, a pesar de su coraje, nunca ha destacado, ganado apenas cuarenta dólares por envite. De todas las palizas que le han dado, tiene la cara como un mapa. Realmente, en su ser interior, se siente una persona derrotada y abatida. Incluso le aconsejan que se retire. No tiene futuro. Vive en un apartamento sucio y desordenado de un barrio pobre con dos pequeñas tortugas, llamadas “gancho” y “directo”. Trabaja como cobrador de un prestamista, mientras trata de conquistar a una chica llamada Adrian extremadamente tímida. Ambos se consideran a sí mismos bichos raros.
Tiene una existencia aburrida y sin sentido. En una ocasión, su entrenador, el entrañable anciano Mickey, le señala que es simpático, apuesto y de buen corazón, pero que no tiene cerebro. Y se lo dice con tristeza, porque veía a un buen muchacho, pero cuya debilidad de carácter y su dejadez le habían llevado a pasar desapercibido en este mundo. El anciano también le recrimina, con una buena razón de peso, en qué se ha convertido:

“Tú tenías talento para llegar a ser un buen boxeador, y en lugar de eso te has convertido en el matón de un cochino prestamista de segunda categoría”.
“Me gano la vida”, responde él.
“¡Desperdicias tu vida!”, le sentencia Mickey.

Por todo esto, suele quedarse clavado ante una foto de su infancia, recordando con gran añoranza, pues allí estaban condensados todos los sueños que quería hacer realidad y no cumplió.
En el lado opuesto, tenemos al campeón del mundo, Apollo Creed. Lo opuesto a Rocky: rico, con multitud de negocios financieros, exitoso y, a la vez arrogante, al sentirse superior a todos los que le rodean. Podemos ver cómo se enfrenta a un problema: tenía un combate programado, pero su contrincante, McLee Green, se lesiona. Después de revisar los informes, elige a Rocky, quien, tras la sorpresa inicial, y debido a su débil espíritu, y vencido de antemano, rechaza luchar, puesto que considera que no sería un buen combate. Piensa de sí mismo que es uno más entre el montón y que Apollo es el campeón. De la noche a la mañana, su vida puede cambiar, pero debe desearlo. Y no es el caso.

Un no que se convierte en un sí & La verdadera victoria
Tras un tiempo de mil dudas, termina aceptando el combate. Como él mismo dice, lo hará “aunque se parta el alma”. Así comienza su durísimo entrenamiento durante cinco semanas, algo que gusta sobremanera a los que han visto una y mil veces esta película y sus secuelas. Se levanta a las cuatro de la mañana, se toma varios huevos crudos (atención niños: no lo imitéis), sale a correr por las calles, mientras como espectadores escuchamos la sublime y poderosa canción “Gonna Fly Now”, convertida en todo un clásico.
Tras todo esto, llega el momento clave de la historia. No ocurre en el combate, sino la noche anterior, donde toma conciencia de la realidad a la que se enfrenta: sabe que, a pesar de su brutal entrenamiento, no puede vencer a su contrincante, y mantiene una conversación transcendental con Adrian, ya convertida en su novia, y lo que es aun más importante, consigo mismo:

“No puedo hacerlo. No puedo ganarle... a quién intento engañar. No estamos al mismo nivel” (R)
“¿Qué vamos a hacer?” (A)
“No lo sé” (R)
“¡Has trabajado mucho!” (A)
“Sí, pero no me importa, porque antes no era nadie” (R)
“No digas eso” (A)
“No era nadie. Pero eso no importa, porque he estado pensando que da igual si pierdo el combate. Da igual si me abre la cabeza. Porque lo que quiero es durar. Nadie le ha durado mucho a Creed, y si puedo durar mucho, si suena la campana y sigo en pie, sabré por primera vez en mi vida que no era sólo otro inútil del barrio” (R)

¡Por fin lo ha comprendido todo! El objetivo no era tumbar a su oponente ni ser mejor que ningún otro: era ser quien es en realidad, sacando a relucir lo mejor que hay su interior. Esa sería su victoria. Aguantar de pie por sí mismo para demostrarse lo que es capaz de hacer. Como expresa el comentarista del combate: “Éste es el cuento de cenicientas que ha cautivado a millones de personas en todo el mundo”. Por eso, aquellos que ven por primera o por enésima vez esta historia, se emocionan por el mensaje que transmite.
Todo esto queda reflejado en el último asalto, donde podemos contemplar cómo ha cambiado su espíritu. Antes se consideraba otro inútil del mundo, pero ahora le grita a su mánager: “¡Si tiras la toalla, te mato!”. En boxeo, tirar la toalla es una señal de rendición para que el árbitro decrete el final. El Potro italiano no se iba a rendir por nada del mundo. Estaba luchando por sacar lo mejor de sí mismo, llegando hasta el límite de sus propias posibilidades.
(Las claras similitudes entre la realidad de Wepner y la ficción de Rocky)

Finalmente, concluye el combate. Apollo gana por puntos. Ambos contrincantes se abrazan. El campeón revalida el título y le dice al supuesto perdedor:

“No habrá revancha”.
“No la necesito”, contesta Rocky.

Le da exactamente igual que su contrincante haya ganado el combate a los puntos, puesto que él ha ganado su propio combate por K.O. Ahí estaba su victoria.

Tu propia lucha & El uso de tus dones
Nuestra lucha, nuestra victoria, no es ser mejor que nadie, sea amigo, hermano, padre, madre, compañero de estudios o de trabajo. Tu lucha no es por ser mejor que los que te rodean. No es por tener más o ser más. Luchar por el reconocimiento social, cuando el reino de Dios no es de este mundo (Jn. 18:36), es lo más absurdo que existe. Tu lucha es para tu Dios. Tu lucha y mi lucha es por agradarle con nuestro corazón y hacer Su voluntad, la cual se exterioriza en obras, principalmente en la predicación de las Buenas Nuevas y de todo Su consejo (cf. Hch. 20:27), ya que fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). De esta manera, podremos decir un día como Jesús le dijo al Padre: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).
Buena parte de tu lucha en el “ring”, que es este mundo, consiste en que uses al servicio del Reino los dones que Él te regaló. Aunque ya dije en “Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el alcohol para alcanzar todo tu potencial y el éxito social? & ¿Usar el alcohol para “estar” bien?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html), artículo al que remito para el que quiera la explicación amplia, aquí dejo la síntesis en una sola frase: Pablo enseña que Dios ha dado dones a los hombres (cf. Ef. 4:8), pero toda obra humana que no haya servido ni sirva para la gloria eterna de Dios, será quemada por el fuego (2 P. 3:10-13). Buena parte, o casi toda me atrevería a decir, de la literatura secular, de la música, del arte o de los logros deportivos, desaparecerán por completo.
Pongo tres ejemplos personales que cada uno podrá individualizar y llevar a su propio terreno: como amante de la ciencia ficción y la fantasía, en más de una ocasión he pensado en escribir una novela que mezclara ambos géneros. En mi mente está el bosquejo desde tiempo inmemorial. También, para el que no lo sepa a estas alturas, me gustan los cómics, e inicié una página en Facebook para hacer reseñas de las mejores obras. Y, por último, pasé a publicar semanalmente un resumen con las noticias nacionales e internacionales más destacadas que se hubieran producido. Pero, en todos los casos, llegué a la misma conclusión: ninguna de esas eran “batallas” a las que debía dedicar mi tiempo y esfuerzo, así que desistí, por la sencilla razón de que no tenían utilidad alguna para la exposición del Evangelio de forma directa. Seguí nuevamente las palabras de Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:1-4).
¿Qué es lo que hago entonces? Por ejemplo, en lugar de limitarme a reseñar cómics, uso alguno de ellos para llevarlos al terreno bíblico, como pronto se verá reflejado en una nueva etiqueta en el blog. Lo mismo con las noticias seculares, películas o series: me sirvo de ellas para enriquecer los artículos cristianos y analizarlos a la luz de las Escrituras, sacando así lo verdaderamente valioso y perdurable. Todo ello lo hago porque lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí(Gá. 2:20). La persona que sabe lo privilegiado que es por haber sido salvado, vive para Él, no para su propia gloria, para el aplauso de otros ni para lo efímero.
Visto lo visto, la pregunta que deberías hacerte es contundente: ¿estás usando los dones para Dios y Su obra, o lo haces para ti mismo y la alabanza de los hombres? ¿A qué exactamente estás dedicando tu esfuerzo? ¿Estás desviando tu tiempo en actividades que no tienen utilidad verdadera ni perdurarán en la eternidad?

Continuará en: Rocky, el potro italiano (2ª parte). ¿Te han golpeado? ¡Levántate de la lona!


[1] Entrevista con el periodista William Baer en el libro Rocky: The complete films.