lunes, 20 de marzo de 2023

Mente vacía: oficina del diablo

 


La esposa de un amigo –ambos brasileños y personas encantadoras, con los cuales me unía una relación excelente y de los que guardo buenísimos recuerdos-, me enseñó en varias ocasiones una frase que repetía mucho su padre, que era pastor: “una mente  vacía es la oficina del diablo”. Manifiesta una realidad tan evidente que sorprende cómo la expresa de forma escueta, sencilla y contundente.

Una vida dominada por las emociones negativas
La mente de una persona que no tiene intereses sanos, inquietudes, riqueza cultural y espiritual, que no conoce –ni vive- la voluntad de Dios por medio de Su Palabra, que no le tiene por Señor en su vida (aunque diga creer, practique alguna “religión” o algún sucedáneo), es el lugar perfecto para que el diablo haga su trabajo. Y su horario de oficina no es de 8 a 3, sino 24-7. ¿Y de qué llena la mente? De esa negrura formada por la “amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia” (Ef. 4:31). En otros casos, en obras de la carne como “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21).
Tienen baja tolerancia a la frustración y un escaso autocontrol emocional y verbal. Son emocionalmente bipolares, ya que suelen vivir en los dos extremos: euforia y risas, o depresión y lágrimas. No son la lógica y el raciocinio sus guías, sino las emociones, y por ellas son arrastradas y engullidas. Ante el vacío que hay en ellos, y puesto que la mente no se puede dejar en blanco, se pasan el tiempo rumiando sobre cualquier aspecto negativo y comparándose con todo el mundo, cayendo a veces en la soberbia –al sentirse mejores y superiores-, y otras en el autodesprecio, cuando se observan inferiores o fracasados. Viven continuamente en una competición interna con los demás, como si necesitaran demostrar que “son mejores”.
Se pasan la vida buscando errores y faltas en los demás, especialmente de los cristianos que no comparten sus valores ni ocupan el tiempo en sus mismas actividades, ya que, para ellos, el servicio que hacemos a Dios, según los dones de cada uno posee, carece de valor y es una pérdida de tiempo, como si no hiciéramos nada útil.
Disfrutan sobremanera cuando se reúnen con otros iguales para “despellejar” a los que no les caen bien. Son murmuradores, chismosos, entrometidos, chantajistas emocionales, rencorosos, juzgadores profesionales y emocionalmente inmaduros. Resultan ser verdaderos expertos en encontrar la paja en el ojo ajeno, pero están ciegos ante la viga que tienen delante de sí. Mientras magnifican hasta el extremo las faltas ajenas, minimizan las propias, al igual que los logros de unos y otros, ya que minusvaloran las acciones ajenas mientras exaltan las suyas. Pasan del aprecio al desprecio, de ver en los demás el vaso medio lleno a medio vacío, del amor al odio, en cuanto no les dan la razón.
Usan la información de forma sesgada, al mostrar únicamente la que deja en mal lugar a sus “enemigos” y en buen lugar a ellos. Así, implícitamente, se presentan ante el mundo como “buenos”, “mejores” o “víctimas”, donde las expresiones “yo”, “pues a mí”, son sus favoritas.

Vacío y esclavitud
Todo lo citado es la única manera que tienen de intentar llenar el vacío que anida en ellos y la consecuencia directa de que no sea Dios quien tenga el control, sino el enemigo de sus almas, que hace su labor a la perfección. Pablo describe la situación en la que viven: “andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay” (Efesios 4:17-18). Ese “entendimiento entenebrecido” es un paraje bien lúgubre.
Son, literalmente, esclavos: de sí mismos, de sus mentes, de sus sentimientos, del pecado y del diablo. ¿Qué es lo único que pueden hacer? ¿Cómo se rompe con esa esclavitud? La solución es exclusiva y no hay más: “Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:16-17). Para ser libres deben “convertirse”, que es, ni más ni menos, volverse a Dios, aceptando el regalo de la salvación que ofreció al morir en la cruz por nuestros pecados. El velo que los ciega –y del que ni siquiera son conscientes a día de hoy- caerá entonces y verán la realidad, hallando la libertad. Y, a partir de ahí, comenzar a cambiar esos pensamientos conforme a los que Él enseña (Ro. 12:2). Únicamente así podrán experimentar el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la templanza, entre otros (Gá. 5:22-23).

Conclusión
De nuevo Pablo muestra los dos únicos caminos que existen y sus diferencias: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:5-6).
Ya saben lo que pueden hacer: o seguir bajo la carne ocupándose y pensando en las cosas de la carne, siendo esclavo de ella y de la oscuridad, con sus mentes dominadas, o ser libre, hallando la verdadera vida y paz.

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