lunes, 27 de marzo de 2023

¿No somos cristianos los que no nos congregamos?

 


Cuando escribo sobre un libro, película o serie, por norma general, es porque me ha gustado y se le puede sacar partido. Escribir sobre algo que me desagrada lo considero una pérdida de tiempo, por eso no suelo hacerlo. Y sé que estas líneas no van a servir de mucho ni tendrán un gran recorrido, pero no puedo, ni quiero, callarme. Hago alusión al capítulo veintidós del libro “El escándalo del cristianismo”, titulado “La comunión de los santos”, y que terminé de leer hace escasas fechas.
Lo más difícil va a ser expresar mi indignación sin que sea visto como un ataque personal. No es esta mi intención –y menos cuando casi todo el libro me ha gustado-, pero si alguien lo considera de esa manera, dicha interpretación está fuera de mi control. Siento si molesto a alguien, pero en eso radica la libertad de expresión: en tener ideas contrarias a las de otro y poder declararlo libremente. Lo contrario sería caer en una dictadura ideológica, como ocurre en muchos países.
Algunos, o muchos, dirán que no me ha gustado porque señala dos cosas que, supuestamente, hago mal, y de ahí mi enojo. No, no es por eso. Primero, porque no considero que esté fallando en lo que señala el pastor Arturo Iván Rojas. Y segundo, aunque llevara razón, considero que sus palabras no son las más acertadas. ¿Estoy queriendo decir que sus intenciones son malas? Ni mucho menos. Estoy plenamente convencido de que cada una de sus letras tienen el deseo de enseñar con sus mejores deseos. Pero, en mi opinión, yerra en dos capítulos, por lo que, en varios escritos (el del diezmo será más de uno, dada su extensión, aunque lo dejaré para más adelante), voy a transcribir sus palabras en letra cursiva y, a continuación, lo que pienso al respecto.

¿Siempre es preferible?
“Los creyentes no podemos prescindir de ella (la comunión), pues es necesaria para poder madurar en la fe. Con todas sus fallas, sigue siendo muy valiosa. Tanto que, puestos a escoger, es siempre preferible una deficiente comunión a una ausencia intencional y por lo mismo, culpable, de comunión”.

Lo siento, pero no puedo compartir dicha idea. Y no, no por ello soy “culpable”. Al igual que yo, muchos decidimos “intencionalmente” dejar de congregarnos de la manera tradicional (asistir a un local al que falazmente se le llama “iglesia”, perpetuando así un error teológico heredado del catolicismo romano), no por una “deficiente comunión”, ya que teníamos hermanos y amigos maravillosos –a pesar de sus errores, iguales que el resto de nosotros los tenemos- sino porque, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, allá donde íbamos, fuimos testigos de una distorsión completa de lo que debería ser una iglesia sana:

- Pastores, que se consideraban en exclusiva “los ungidos de Jehová”, y que resultaban ser impostores, desangrando los bolsillos de los cristianos para su propio enriquecimiento y buena vida.
- Líderes autonombrados que denigraban a los creyentes que no se sometían a sus caprichos y que valoraban a los cristianos por el número de actividades eclesiales en las que participaban.
- Luchas fratricidas por el poder entre diversos grupos de creyentes para ver quiénes ocupaban los primeros lugares e imponían sus designios.
- Recursos económicos despilfarrados en verdaderas sandeces, dejando las migajas para los creyentes verdaderamente necesitados.
- Calvinistas que despreciaban a los arminianistas y arminianistas que despreciaban a los calvinistas; Milenaristas que se burlaban de los amilenaristas, y amilenaristas que hacían lo propio con milenaristas, donde el principio “en los puntos esenciales, unidad; en los puntos no esenciales, libertad; y en todas las cosas, amor”, era pisoteado sistemáticamente.
- Negación de doctrinas como el infierno o la salvación por gracia.
- Moral laxa para algunos y estricta para el resto.
- Pecados que se justificaban según quién los cometía y quedaban sin disciplina.
- Aceptación y normalización de los postulados LGTBI.
- Revelación de secretos contados en confianza, donde “traficaban” con dicha información privada a su antojo y conveniencia.
- Directa o sutilmente, establecimiento de herejías como la teología de la prosperidad, la confesión positiva, las maldiciones generacionales o la cartografía espiritual.

Todo esto, implementado desde los púlpitos, “de arriba a abajo”, por los Diótrefes de turno, incluso apoyados por “instancias superiores” que lo permiten –siendo así cómplices-, hacen que revertirlo sea una quimera, como señala Francisco Lacueva: “La Palabra de Dios y la experiencia enseñan que el empeño en reformar desde dentro una iglesia oficialmente desviada es una utopía que empaña nuestro testimonio y engendra confusión. La verdad y la obediencia están por encima del sacrificio, de la falsa caridad y de las buenas intenciones. En frase de Spurgeon, “el deber de uno es hacer lo recto; de las consecuencias se encarga Dios”. Hay quien cita Mateo 13:24-30 sin percatarse de que allí no se trata de la iglesia, sino del mundo (“el campo es el mundo”). Los más apelan al argumento de que a una madre (cf. Gá. 4:26) no se la deja, por fea o mala que sea; pero éstos no se dan cuenta de que la iglesia no es una abstracción superior, cuya naturaleza permanece a salvo, a pesar de la falsedad o apostasía de sus miembros, o de los defectos en las estructuras, sino la congregación espiritual de los verdaderos creyentes”[1].
Algunos de estos puntos los reseña en la primera parte del libro y, aun así, se queda corto. ¿Y me dice que soportar todo eso es preferible a una “ausencia intencional”, y que encima soy culpable por ello? Es evidente que vemos la realidad de formas opuestas.
Y no, no buscamos perfección. Nosotros mismos estamos muy lejos de ella. Pero el abuso, la inmadurez en grado sumo, las herejías, la hipocresía por doquier, las lenguas sibilinas y la incapacidad de pedir disculpas, no se pueden aguantar indefinidamente. El Señor nos llamó a la comunión, no al martirio voluntario.

¿Solo somos inquebrantables estando todos juntos?
“Participar de la comunión a pesar de lo anterior, es una muestra de que por encima de todo esto quienes participamos de ella mantenemos vigente una inquebrantable resolución para perseverar todos, unánimes, junto en el don de la fe hasta el fin, por defectuosa y decepcionante que pueda llegar a ser por momentos”.

Según el autor, los que no participamos del “cristianismo” es porque no mantenemos vigente la inquebrantable resolución de perseverar juntos hasta el fin. Me parece un insulto dicha afirmación. ¿Hay personas que se han apartado del Señor tras salir de una congregación? Sí, pero solo Dios sabe si eran realmente hijos suyos que habían nacido de nuevo. Pero del resto no piense que ahora nos ha dado por beber, por adulterar, por tener relaciones sexuales antes del matrimonio, por ir a discotecas, por ser partícipe de fiestas paganas, por acudir a videntes o por unirnos en yugo desigual. Aquí seguimos, firmes, con nuestras vidas asentadas sobre la Roca, en comunión con Él, escudriñando con emoción las Escrituras, haciendo Su obra según los dones recibidos, amándole más y más, anhelando Su regreso, predicando el Evangelio ante todo el que nos demanda razón de la esperanza que hay en nosotros y, como todo hijo de Dios “nacido de nuevo”, batallando contra la naturaleza caída. Y nada de esto lo digo para echarnos flores, ya que no somos mejores que nadie, pero tampoco peores ni inferiores a otros cristianos por el hecho de no congregarnos.

¿Presuntos creyentes?
“Es por todo lo anterior que no se puede entender ni justificar a aquellos presuntos creyentes que prescinden de manera consciente, voluntaria y culpable, de la comunión de los santos. Aquellos que dejan intencionalmente de congregarse o le van restando importancia gradualmente al asunto, pasando por alto claros mandatos bíblicos como “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (He. 10:25).

Esta dureza no la entiendo, y me parece completamente desoladora para muchos cristianos “no congregacionales”. En mi caso, estoy tan acostumbrado a oír este tipo de acusaciones que ya no me afectan, aunque sí me enervan por el mal que hacen a otros. Que no pueda “entender” a los que no se reúnen y, sobre todo, llamarlos “presuntos creyentes”, son palabras que manifiestan falta de empatía –con lo cual no estoy queriendo decir tampoco que el autor carezca de ella, sino que aquí no la demuestra- y una severidad en sus conclusiones que son impropias de alguien que es pastor.
Por otro lado, copio lo que dije en mi libro “Mentiras que creemos” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html) sobre el texto de Hebreos: “Este versículo se emplea para recordarnos con insistencia el mandamiento bíblico de reunirnos. Así dice el texto, pero basta una lectura del pasaje en su contexto para darse cuenta de que el significado no es exactamente el que siempre hemos creído: el escritor de esta misiva estaba exhortando a los cristianos a que se mantuvieran firmes (cf. He. 10:23); a que no se apartaran del camino que Cristo, como sacerdote, les había abierto hacia el Padre (cf. He. 10:19-22); y a que no se volvieran nuevamente al judaísmo, como algunos estaban tomando por costumbre, dejando esa reunión con Jesucristo[2]. Por lo tanto, el pasaje no hace ninguna alusión a la reunión de creyentes en la iglesia local, sino a la reunión con Cristo, tanto en el presente como en el futuro. Como escribe William MacDonald: “Básicamente, este versículo es una advertencia contra la apostasía. Aquí, dejar de congregarse significa dar la espalda al cristianismo y volverse al judaísmo [como sistema de sacrificios y salvación por obras]. Eso es lo que algunos estaban haciendo cuando se escribió esta carta[3]. Es una invitación del autor de la epístola a no volver a nuestra antigua vida, pero nada más.

¿Somos cínicos?
(dicha comunión) la idealizamos y cuando no resulta como la esperábamos, entonces nos sentimos frustrados y decepcionados y reaccionamos con amargo cinismo para terminar menospreciando la comunión, hablando incluso en su contra y marginándonos de ella para nuestro propio perjuicio”.

Puede que esta sea su observación, basada en la propia experiencia de lo que ha visto en otros, pero cae en una generalización, como si ninguno de nosotros fuéramos conscientes de que la iglesia “ideal” no existe y como si todos los que no se congregan “a la manera tradicional” nos volviéramos cínicos. Las falsas acusaciones de rencor, odio, deseos de venganza y falta de perdón, suelen ser la cantinela habitual que lanzan contra nosotros –sumado a que “vamos de víctimas”-, así que ya estamos acostumbrados. Si quieren creerlo de nosotros, son libres de hacerlo. No nos importa.
La mayoría que somos sanados tras haber pasado por varias de esas iglesias o haber sufrido un abuso espiritual dantesco, y volvemos a encontrar “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” que experimentamos tras la conversión, no somos como nos describe. ¿Qué los hay amargados? Sí. En esos casos, lo que debería preguntarse es: ¿Y quién los ayuda? ¿Dónde están esos pastores que dejan a las noventa y nueve ovejas y van a por la que ellos consideran “perdida”? ¿Por qué no se esfuerzan en que sea sanada, en lugar de ahondar en la herida y meter el dedo en la llaga? ¿Por qué se acuerdan de ella para tirarla por tierra y hablar mal de su nombre, en lugar de buscarla con esmero? ¿Dónde quedaron esos abrazos, esos “te quiero”, esos “estaré contigo a tu lado siempre que me necesites” y “cuenta conmigo”? Palabras hermosas que se llevó el viento y acabaron en una ciénaga.
Puedo contar con los dedos de una mano los cristianos que se ponen en la piel de las “ovejas” que se alejan. Uno de ellos –Diego Iglesias Escalona- lo hizo de forma pública en un sensacional artículo en Protestante Digital, titulado “Carta abierta a las ovejas olvidadas” (https://protestantedigital.com/tublog/46244/Carta_abierta_a_las_ovejas_olvidadas), al que contesté y le agradecí con otro escrito en el mismo medio: “Carta abierta de las ovejas olvidadas pero no perdidas” (https://protestantedigital.com/tublog/46278/arta_abierta_de_las_ovejas_olvidadas_pero_no_perdidas). De ahí que, años después, me resulte tan llamativo que Arturo trate de mortificarnos con algunas de las mismas cosas que reseñé en el mismo, que vienen a ser las manidas acusaciones de siempre.
Curiosamente, tras compartirlo en Facebook, una señora de una iglesia de mi ciudad, a la que no conocía ni conozco de nada, no tuvo nada más que hacer que dejar un comentario ofensivo, acusador y sarcástico contra mi persona, acusándome de “falto de amor”. Y otra que la apoyó llegó a llamarme “lobo”. ¡Señoras y señores, estos son los maravillosos piropos que nos dedican los espirituales! ¡Es así como tratan a las ovejas perdidas, que para ellos somos ovejas negras! De verdad, ¡qué triste!
Puedo hablar con propiedad, no solo por lo que “otros me han contado”, sino porque es lo que visto en repetidas ocasiones: críticas voraces, desprecio a sus vidas, murmuraciones, escarnio público, prohibición de tener contacto “vayan a contaminar” y destrucción de amistades. No se preocupan realmente por las personas, y el único interés que muestran al “exhortarlos” a regresar es porque quieren que “suelten la plata”, “obedezcan sin rechistar” y se “sometan incondicionalmente” a los mismos que les pusieron el pie en el cuello y aprisionaron sus almas.
¡Esto sí que es un escándalo en el cristianismo!

¿Somos personas que no piensan y no sabemos distinguir?
“... se han marginado de la comunión cristiana debido a experiencias traumáticas vividas en las iglesias, nunca se han puesto a pensar que sus prevenciones no son en realidad contra el cristianismo o contra la religión en general; sino contra la religión organizada, contra la cristiandad y contra la iglesia de cuentas forman parte”.

Nuevamente, proyecta sus propios pensamientos, puesto que da por hecho que no “hemos pensado” en el porqué de nuestra forma de actuar y no sabemos diferenciar el cristianismo de la religión organizada. Claro que sabemos distinguir una cosa de la otra: de lo contrario, habríamos renunciado a Cristo y a la salvación. Ahí sí seríamos necios, como el perro que vuelve a su vómito, pero no es el caso entre miles de cristianos, aunque no formen parte de una iglesia local.
Tampoco entiendo la razón por la cual infravalora los traumas. No sé si ha conocido a personas completamente desbaratadas emocionalmente por haber sufrido en sus carnes los efectos de una iglesia enferma, pero si el autor, en su propia vida, hubiera llegado a ese grado de destrucción interna, estoy seguro que no le dirigiría estas palabras a nadie.

¿Seremos “extraños” en el cielo?
“Por eso, no debemos abandonar la comunión a pesar de lo defectuosa que pueda ser. No hay otra manera de entrenarse y prepararse para la comunión perfecta que un día disfrutaremos como propósito final de la vida cristiana”.

Esta sentencia final me parece el último clavo del ataúd que el pastor lanza contra nosotros. En el caso de que seamos salvos, cosa que implícitamente pone en tela de juicio al llamarnos “supuestos creyentes”, parece ser que estaremos incómodos y fuera de lugar en el cielo, ya que no nos habremos “entrenado” y “preparado”. ¡Y eso a pesar de haber sido glorificados! Lo siento, pero me niego a dedicarle ni una sola línea a semejante despropósito.

Conclusión
Mi replica a las palabras del señor Iván Rojas pueden parecer un manifiesto contra el hecho de que los cristianos se congreguen. Nada más lejos de la realidad. Como también dije en mi libro al tratar el texto mencionado de Hebreos 10:25: “¿Estoy abogando por un cristianismo individual y solitario? ¡No! ¿Estoy incitando a no congregarnos como cuerpo de Cristo? ¡Tampoco! Claro que es necesario adorar juntos para estimularnos al amor, a las buenas obras (cf. He. 10:24) y para exhortarnos, tanto más sabiendo que la venida del Señor está cerca (cf. He. 10:25), sea en el lugar de reunión o en nuestras casas con otros hermanos. ¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! (cf. Sal. 133:1)”. ¿O acaso no dijo el Señor que  “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20)?
¿Congregarse es lo ideal? Obvio, y animo a todo el que quiera hacerlo. ¿Hay lugares y circunstancias graves que, mientras no cambien, aconsejan que lo mejor es no hacerlo “a la manera tradicional”, siendo lo mejor mantener comunión con otros hermanos “fuera de las cuatro paredes”? También. Y para los que no quieran verlo ni entenderlo, y nos acusan por ello, y por si no les ha servido todo lo dicho anteriormente, les termino con un conocido pasaje. Espero que, la próxima vez, antes de lanzarse a enjuiciarnos, reflexionen un poco más con el corazón: “Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mr. 9:38-41).

Continuará en: “¿Somos ladrones los que no diezmamos?”


[1] Lacueva, Francisco. La Iglesia. Clie. Pág. 252-254.

[2] Pablo también emplea el mismo término y significado en 2 Tesalonicenses 2:1-2: “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión [episunagoge] con él...”.

[3] Macdonald, William. Comentario Bíblico. Clie, p. 1004.

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