lunes, 13 de marzo de 2023

Rocky, el potro italiano (2ª parte). ¿Te han golpeado? ¡Levántate de la lona!

 


Venimos de aquí: Rocky, el potro italiano (1ª parte): Como hijo de Dios, ¿cuál es tu verdadera lucha? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/03/rocky-el-potro-italiano-1-parte-como.html).

Para no repetir mi propósito con estos escritos, el origen de la historia real, la trama de la película de 1976 y todo lo descrito, remito al primer artículo.

Recibiendo golpes en el cuadrilátero & ¿De dónde viene tu poder?
Puede que tengas tu cara como Rocky, llena de moratones, “como un mapa”, metáfora de un alma herida a causa de los golpes recibidos. Circunstancias en tu vida que hicieron que nunca llegaras a “despegar”, donde lo único que recuerdas son los sueños que tenías y que te esforzaste en llevarlos a cabo. Y prefieres no pensar mucho en ello, porque te sientes culpable si lo haces. O puedes que hayas tenido a tu alrededor personas que te hayan dado el terrible y destructor consejo de dejar de crecer, provocando tu propia desilusión. Quizá llevas toda la vida menospreciándote y nunca te has dado la oportunidad de luchar. Incluso puede que te rindieras al poco de intentarlo.
Quién sabe si sencillamente te has conformado y te baste con disfrutar de vez en cuando de algún buen día. O que te ampares en tu temperamento para decir que no puedes. O que sientes que desperdicias tu vida, e incluso alguna vez te lo han dicho. Hay tantos “o” que no acabaríamos nunca. Así se sentía el “Potro italiano”. Así puedes que te sientas tú. Así que volvamos de nuevo a unas palabras que todos conocemos de memoria para poder verlas en una mayor perspectiva de lo que solemos hacer: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Lo que no somos conscientes es que dicha afirmación no es solo para un momento determinado, y que se resumen al momento de la conversión, al antes y al después. La realidad es que siguen teniendo la misma validez “después de”. Cada día de tu vida se te ofrece la oportunidad de empezar de nuevo y de hacer lo que no hiciste ayer. Borrón y cuenta nueva. Una oportunidad de dejar el pasado atrás y de comenzar a servir a Dios.
En la primera cita que tuvo con su futura esposa, Rocky le decía que nunca había tenido una oportunidad porque era zurdo y que por ello lo menospreciaban. Y a eso se dedicaba, a boxear, porque no sabía cantar ni bailar. En el fondo, no eran más que excusas. Era el espíritu de un perdedor. Alguien que se menospreciaba y que no se había dado una oportunidad a sí mismo jamás porque estaba convencido, por su propia experiencia negativa, que esté mundo no le permitía alcanzar sus propósitos. Evidentemente, una persona así vive paralizada en el tiempo. El reloj corre a su alrededor, pero él está anclado en su interior.
Nada de esto debe acontecer en un cristiano, ya que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder” (2 Ti. 1:7). Ya no dependemos de nuestras propias fuerzas. Nuestras fuerzas están en Dios que mora a través del Espíritu Santo en nosotros. Pablo señalaba que él no luchaba según sus propias fuerzas: “Lucho con toda la fuerza y el poder que Cristo me da” (Col. 1:29; DHH).
Hermano, ¿qué no sabes hacer nada? Con perdón de la expresión: eso no te lo crees ni tú. TODO ser humano tiene dones naturales, incluso los que no son creyentes. ¡Cuánto más un cristiano con el Espíritu Santo morando en su ser! No podemos ser como los gentiles, que andan de manera equivocada porque tienen el entendimiento oscurecido (cf. Ef. 4:18).
Nuestro entrenador no es un tal Mickey, sino Aquel que lo creó todo. Quien nos sustenta, nos levanta y nos anima con Sus palabras y Su Espíritu es Dios. Nuestros “guantes” son las palabras de Dios reflejadas en la Biblia. 
No sé cuántos golpes te ha dado la vida. Tampoco sé cómo te sientes y qué piensas de ti mismo. Algunas personas sí me han abierto su corazón (lo cual agradezco infinitamente) y, por ello y el hecho de escuchar comentarios de muchísimos seres humanos, sé que sienten que les gustaría hacer mucho más de lo que hacen, pero por las distintas circunstancias como las que hemos visto, no llegan a hacerlas. Pero ahí está el ejemplo de Wepner, quien le aguantó los 15 asaltos a Muhammad Ali como ya vimos. ¡¡¡Olvidó los 57 puntos de sutura y los 338 que acumuló a lo largo de su carrera!!! Los aficionados siguen reconociéndole por la calle y gritándole: “¡Eh, campeón, buena pelea!”.
Wepner, en un momento de su combate contra Alí, sufriendo golpe tras golpe

¡Levántate, y no seas como el elefante, sino como Elías!
En la mayoría de las ocasiones, no es fácil. Vivimos en un mundo que ama más las tinieblas que la luz (Jn. 3:19), y que, por lo tanto, desprecia Su obra y a sus hijos.  Nada es fácil. Nada es sencillo y no todo es agradable.
El protagonista de nuestra película, tras su primer gran esfuerzo, acabó destrozado y sin poder respirar. Y decía: “Lo peor del boxeo es la mañana después del combate... no eres más que una gran herida. Te duele todo el cuerpo, en todas partes, te dan ganas de llamar un taxi para que te lleve de la cama al lavabo. Te duelen los ojos, las orejas, los cabellos, las pestañas, tienes las manos hinchadas”.
¿Quién no se ha sentido alguna vez así? Pero él no se rindió, porque sabía que la recompensa se logra tras la lucha. Me encanta cuando describe que se siente muy orgulloso de su nariz, puesto que nunca se la han roto, a pesar de que la han golpeado, mordido y torcido. La nariz no-rota es sinónimo de no estar muerto, de seguir vivo. Mientras la nariz no se rompa, es decir, sigamos vivos, podemos seguir luchando. O empezar a luchar, si todavía no hemos empezado.
Rocky, con la nariz bien magullada, junto a Mickey, su entrenador

Muchos ni siquiera lo intentan por miedo. ¿Pero miedo a qué? Miedo a no gustar a otros cristianos fríos o a los inconversos que anidan a su alrededor. Terminan por autocompadecerse. De fondo está de nuevo el afán competitivo, malsano, por compararse a los demás. Si es tu caso, ¡deja de mirar a tu alrededor! ¡Deja de mirar lo que otros hacen o dejan de hacer! ¡Deja de mirar lo que otros tienen o dejan de tener! ¡Mira en ti lo que Dios mira! No sirve de nada ir de víctima.
Quizás lleves años con esa actitud. Incluso puede que desde que tienes sentido común. Puede que estés tumbado en la lona por algún acontecimiento triste o traumático que aconteció en tu vida, llegando a tener cadenas invisibles sobre ti como las de este elefante: “Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantenía entonces? ¿Por qué no huía? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:
- Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
- El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...”[1].

No seas como el elefante. Sé como Elías, el cual, cansado, más bien exhausto física y emocionalmente, se sintió derrotado a pesar de todo lo que había hecho para la gloria de Dios. Pero el ángel de Jehová le dijo: “Levántate y come, porque largo camino te resta” (1 R. 19:7). Dios no había acabado su plan con él, como no lo ha acabado contigo mientras estés en este mundo.

Conclusión
¿Quieres cumplir el plan que el Señor diseñó desde la eternidad para ti? ¿Estás dispuesto a comenzar a entrenar desde este preciso instante? ¿Vas a luchar, incluso cuando te den un “gancho” y un “directo”, o te vas a quedar tendido en la lona? Y no hablo de grandeza, de fama o de prosperidad material, sino de lo que he resaltado una y otra vez en estos dos escritos: hacer la obra de Dios.
La Escritura nos llama a esforzarnos en la gracia. Nosotros ponemos de nuestra parte y Dios se encarga de la obra. Quizás el llamado de Dios para ti sea ser una excelente madre aun con recursos económicos limitados. ¡Gloria a Dios! Quizás el llamado de Dios para ti es que proveas para tu casa y para que tus hijos puedan ir a la universidad. ¡Gloria a Dios! Quizás es que seas un trabajador ejemplar en tu lugar de trabajo y que dejes la huella del Señor. ¡Gloria a Dios! Hay millones de posibilidades. Cada ser humano tiene su llamado de parte de Dios. Único e inimitable. En una ocasión vi en Madrid a una señora mayor entregando tratados evangelísticos por el metro. Quizás ese sea el llamado de Dios para ella, y no a ser maestra de escuela dominical o misionera.
Ese es el camino para tu vida. Ni más ni menos. No para compararte o ser mejor que nadie, sino para que Dios pueda decir de ti lo mismo que le dicen a Wepner: “¡Eh, campeón, buena pelea!”. Comprendiendo lo que Él quiere de ti y llevándolo a cabo, al llegar a la meta, podrás decir como Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8).


[1] El elefante encadenado. Extraído de Déjame que te cuente, de Jorge Bucay. Pág. 11-13. RBA Libros.

1 comentario:

  1. Muy Buen aporte. Hay Mucho que aprender de esta serie.
    Nos coloca frente al dilema de seguir a Jesús confiando en El Y cumplir su propósito. O seguir sin que se note mucho la diferencia de ser diferente manteniéndonos en una actitud pasivo -religiosa.
    Se nos pide ser distinto por haber creído y pagar ese precio. Hay que mirar La estaca y verla en la luz del Señor y así, podremos arrancarla de una vez para siempre. Sólo así seremos verdaderamente libres de nuestros miedos. Fmd: M.B.

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