lunes, 25 de marzo de 2019

¿Debemos los cristianos respetar a todas las religiones, digan lo que digan? ¿Cada uno es libre de creer lo que quiera? ¿Existe más de una verdad?

El dibujo (copryrigth de Claudio Cedeño) que acompaña el artículo, viene a representar la creencia que tienen muchas personas de que todas las religiones son correctas, que todas están equivocadas o que todas tienen parte de verdad. La realidad, como vamos a ver, es que solo existe UNA verdad.

Argentina. Un profesor de matemáticas enseña a sus alumnos que la raíz cuadrada de cuarenta y nueve es ocho.
México. Un profesor de historia enseña a sus alumnos que Marruecos es un país del continente americano.
España. Un profesor de educación física enseña a sus alumnos que al Rugby se juega con patines.
Estados Unidos. Un profesor de anatomía enseña a sus alumnos que la mano es una extremidad inferior del cuerpo.

Si supiéramos de estos casos, ¿qué pensaríamos? ¿Tendríamos que “respetar” la libertad de esos maestros de enseñar lo que quisieran? ¿Tendría que permitir el director y la junta escolar que dicha enseñanza se impartiera entre los jovenzuelos? La única respuesta lógica y plausible es un rotundo no. Esos profesores serían reconducidos y llamados a rectificar. De negarse, serían expedientados y apartados, e incluso expulsados.

¿Cada uno es libre de creer lo que quiera?
Esta frase que encabeza el apartado (sin los signos de interrogación), que parece un canto a la libertad y puede sonar hasta hermosa, es –con perdón- una de las mayores sandeces que he oído repetidamente a lo largo de mi vida. Afirmar tal falacia viene a decir que no existe una única verdad y que cada persona crea su propia verdad.
Tomando esta sencilla idea, hoy en día la sociedad nos hace creer todo lo contrario en lo que respecta a las creencias personales y a lo que llama “religión”: cada uno es libre de enseñar lo que quiera a quién quiera y cuándo quiera. Y, encima,  tenemos que respetarlo.
Todo esto es un fruto directo del postmodernismo, donde cada persona puede acogerse a la religión o filosofía que más le guste, que más le convenga o que coincida más o menos con su forma de pensar. Esto es lo que dicen: si te gusta el budismo o te atrae, sé budista. Si te gusta el Islam y sus prácticas, sé musulmán. Si el catolicismo es lo más parecido a lo que tú crees, sé católico. Si crees en el horóscopo, vive basándote en él. Si te fascina la teología de la prosperidad de algunos grupos, predica dicha enseñanza y vívela. Si el hinduismo te proporciona paz, vive como tal. Y así con todo.
Por eso en el mundo no existe una única línea de pensamiento y a los cristianos se nos acusa de adoctrinadores y sectarios, incluso un peligro para la buena convivencia. Esto conlleva a su vez que se considere por parte de los no-cristianos que no existe una única ética, moral o línea de comportamiento. Cada persona es libre de considerar si está bien o no su forma de pensar y actuar. Por eso todas sus frases comienzan siempre con “yo creo, “yo pienso” y “yo opino diferente”.
Estos humanistas –algunos de los cuales tienen la desfachatez de tenerse por  “creyentes” y considerarse “buenos”- consideran el cristianismo una secta más entre otras al creer nosotros que seremos los únicos que seremos salvados. Les explicas el porqué el cristianismo no es una religión y les entra por un oído y les sale por el otro. Si nosotros nos guiamos en todos los asuntos de la vida por la Biblia, consideran que estamos obsesionados y somos sectarios. Y así con todo los temas que se pueden imaginar: yugo desigual, homosexualidad, ideología de género, matrimonio, sexualidad, etc.
Un argumento machaconamente repetido por los humanistas a los que estamos haciendo alusión es afirmar que no todos los que tienen creencias contrarias a las que defendemos los cristianos pueden estar equivocados ya que ellos son millones de millones. La realidad es completamente opuesta: si nueve personas creen que el color de la piel de los toros es verde y solo una cree que es negro, ¿por el hecho de que sean mayoría los que creen que es verde están en lo correcto? Pues no. De ahí que Jesús dijera que “muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14).
El problema es muy claro: tienen “el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Ef. 4:18). ¿Cuándo y cómo dejarían de ser ciegos? Pablo fue muy explícito: “Cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará” (2 Co. 3:16). Mientras tanto, nada de nada.
Lo triste es que, por norma general, ninguna de estas personas tiene una preocupación seria por buscar sin prejuicios la verdad. Por otro lado, y aprovechando el boom de las redes sociales, han surgido en los últimos años grupos de individuos que se sirven de la Biblia y de Dios –en el que no creen- para demostrar su supuesta superioridad intelectual, cuando con lo único con lo que disfrutan es con la polémica, la discusión y la provocación. Pura vanidad y arrogancia. Para otros muchos, lo importante es lo que uno crea, le funcione, le guste y le haga sentir bien. Ante esta forma de pensar, sucede lo siguiente:

- Si el mormonismo y los Testigos de Jehová se basan en mentiras y errores fácilmente comprobables –tanto teológicos como históricos-, no importa mucho.
- Si el catolicismo romano afirma representar al cristianismo bíblico pero luego sus enseñanzas chocan frontalmente con las descritas en la Biblia, no importa mucho.
- Si el Islam es una mezcla de judaísmo, cristianismo y paganismo, no importa mucho.
- Si la teología de la prosperidad, la confesión positiva y demás parafernalias surgidas en ciertas iglesias malsanas son falsas, no importa mucho.

En todos estos movimientos se ha hecho realidad a lo largo de los siglos el principio expuesto por el nazi Joseph Goebbels​ –Ministro de Propaganda del Tercer Reich-, quien dijo que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. El problema de fondo es que una mentira siempre será una mentira. Puedes gritar a los cuatro vientos que eres mi primo, pero si no lo eres nunca lo serás.
Y esto es lo que sucede con las falsas religiones y filosofías presentes en el mundo. Las personas prefieren seguir creyendo en lo que creen en lugar de tener que esforzarse y replantearse multitud de cuestiones sobre la vida y la muerte. El simple hecho de pensar que tienen que leer, investigar imparcialmente y estudiar objetivamente, les quita las ganas. Para ellos es mejor y más cómodo quedarse con la religiosidad que aprendieron en el pasado, con lo que otros les enseñaron, lo que les inculcaron en la familia y no complicarse la vida: sus rezos, sus santos, sus amuletos, sus celebraciones y sus reuniones. O el caso contrario: seguir abrazado a su querido ateísmo o agnosticismo.
Sin embargo, Jesús no le tenía miedo a que lo investigaran. Es más, pedía que lo hicieran. Es lo que le rogó a los judíos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39). Por eso Él ha sido el único en la historia de la humanidad que ha podido decir de forma tajante estas palabras: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).

¿Qué es respetar en términos éticos y morales?
La última década ha sido la etapa donde mayor énfasis se ha hecho desde los medios de comunicación en el respeto que tenemos que tener a los que piensan de manera opuesta a la nuestra. Nos enseñan que:

- Tenemos que respetar los postulados de los grupos LGTBI y que sus principios sean promulgados a los cuatro vientos.
- Tenemos que respetar el día del orgullo gay.
- Tenemos que respetar a los médicos que se dedican al negocio del aborto.
- Tenemos que respetar a los gobiernos que legalizan la eutanasia.
- Tenemos que respetar que Internet esté inundada de pornografía.
- Tenemos que respetar a aquellos que deciden insultar groseramente a los deportistas desde las gradas de un estadio.
- Tenemos que respetar la celebración del Ramadán.
- Tenemos que respetar a los hindúes que veneran a las vacas.

Se nos ha dicho que podemos estar en desacuerdo con todo esto, pero a la vez se nos ha inculcado por activa y por pasiva que no debemos intentar hacerles cambiar de opinión o hacerles ver que están equivocados. En la práctica, ellos se sienten con libertad para vilipendiar y atacar verbalmente a los cristianos (sea en persona o en las redes sociales), y a nosotros se nos dice que debemos respetarlos. Poner la otra mejilla, como nos señalan en muchas ocasiones de forma burlesca y sarcástica.
Pero, ¿qué significa realmente respeto? Según el diccionario es “miramiento, consideración”[1]. Sin duda alguna, este respeto sí se le debe a cualquier persona por el simple hecho de serlo:

- No podemos ir a la cabalgata del orgullo gay para insultarlos.
- No podemos asesinar a los médicos abortistas por el hecho de que es lo que ellos hacen.
- No podemos ir quemando clínicas abortistas.
- No podemos atacar a los gobernantes que legislan a favor del suicidio.
- No podemos hackear Internet para eliminar toda la basura que hay en ella.
- No podemos insultar a los espectadores que a su vez insultan.
- No podemos burlarnos de los musulmanes por el hecho de hacer ayuno.
- No podemos ir a la India a matar vacas.

Pablo estuvo en Atenas, cuna de muchos dioses paganos, donde de levantaban templos en honor a ellos, y “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hch. 17:16). ¿Y qué hizo? ¿Incendió la ciudad y apedreó a los seguidores de esos dioses? No, sino que les predicó el Evangelio de Jesús y la resurrección (cf. Hch. 17:18).  
Ese miramiento, esa consideración, es cristiana, ya que somos llamados a no pagar mal por mal (cf. Ro. 12:17). Pero la tercera acepción de la palabra “respeto” es intolerable para los cristianos: “Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía”. Hay creyentes que, en nombre del buenismo y de un concepto errado del amor no bíblico, no se posicionan claramente en contra de todo aquello que atenta contra los valores cristianos. Prefieren que “cada uno haga con su vida lo que quiera”, y ya está. Al final, es un cristianismo que se limita a la vida privada y que no se expresa públicamente. 
Por eso hay creyentes –algunos que han nacido de nuevo y otros muchos que no- que:

- Nunca hablan de Cristo ni predican el mensaje de salvación.
- Felicitan algunas fiestas a los miembros de otras religiones, como una señal de hermandad, buenos deseos y educación.
- Consideran que Jehová y Alá son el mismo.
- Afirman que hay distintas maneras de llegar a Dios, y que todas –o casi todas- son igualmente válidas.
- Se regocijan cuando ven a líderes de creencias completamente opuestas juntándose para “rezar” en paz y en concordia (Hare Krishna, budistas, cristianos, judíos, musulmanes, etc.).
- Miran para otro lado cuando escuchan a sus pastores (si son protestantes) y sacerdotes (si son católicos) predicar enseñanzas que disienten claramente de las Escrituras: más de un mediador entre Dios y el hombre, universalismo, sanidad basada en la confesión positiva, etc.
- No hacen absolutamente nada para señalar las mentiras de los abortistas y pedir que se cierren las clínicas, ya que dicen que los cristianos no debemos promover leyes para legislar, puesto que eso sería imponer nuestra moral a los ateos de forma tiránica.
- Tratan de defender las prácticas y el matrimonio homosexual, reinterpretando toda la teología bíblica basándose en el puro y duro “liberalismo”. Por ejemplo, hace un par de días supe que en una librería “cristiana” de mi país, cuyo dueño está a favor de vender literatura pro LGTBI,  se iba a hacer la presentación de un libro a favor de la homosexualidad titulado Solo un Jesús marica puede salvarnos, y cuyo autor se denomina a sí mismo como hombre cristiano protestante gay”. El término “dantesco” se queda muy corto para expresar tales barbaridades y blasfemias. Lo terrible es que ha sido apoyado por algunas personas de renombre, que incluso citan las Escrituras en contra de los que no pensamos como ellos, y para los cuales hablar de la necesidad de arrepentimiento de dicho pecado –y el de los que lo promueven- no es amor ni gracia sino sinónimo de odio y “estrechez de mente”. El mundo al revés. Que esto pasaría ya lo avisé hace varios años en “Firmes en la Brújula a pesar de la persecución” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/02/firmes-en-la-brujula-pesar-de-la.html).

Si Pedro y los apóstoles estuvieran presentes en este mundo hoy en día, se echarían las manos a la cabeza al ver la actitud de muchos que se dicen cristianos. Ellos mismos se vieron enfrentados a otro tipo de situaciones pero con el mismo trasfondo. ¿Y qué dijeron? “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29). Prefirieron ser azotados antes que quedar bien delante la sociedad (cf. Hch 5:40). No les importaba lo que pensaran de ellos. Se debían única y exclusivamente a Dios.
¿Respetar en el sentido de no violentar físicamente? Por supuesto. ¿Respetar en el sentido de acatar, callar, e incluso “felicitar” la mentira, el engaño, el pecado y la maldad? Ni por asomo.

¿Qué puedes aprender de Lázaro y el rico?
Si no eres cristiano puede que no te suene la historia de Lázaro y el rico. Así que te recomiendo leerla dada su brevedad, ya que, dada las circunstancias, se hace real hasta límites insospechados: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.  Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lc. 16:19-31).

La parte final es sobrecogedora y una llamada de atención hecha prácticamente con altavoces a todo el mundo: el que había sido condenado le pidió a Abraham que por favor enviase a Lázaro a hablar con sus hermanos, así ellos podrían arrepentirse y no acabar en el mismo lugar. Pedía una aparición sobrenatural o una voz que se escuchara desde el más allá que exhortara a sus hermanos antes de que muriesen. ¿Qué contestó? “No, que escuchen a Moisés y los profetas”. De nuevo la misma respuesta que hizo Jesús: Que escudriñen las Escrituras. Si no creen en Dios observando la naturaleza y el universo, tampoco lo harán de otras maneras, por muy especiales o fuera de lo normal que llegaran a ser esas manifestaciones. ¡Ahí tienen la verdad si quieren buscarla!

Conclusión: Verdad o posverdad
La verdad se basa en los hechos y en la realidad. Por lo tanto, es inmutable. Citando un solo ejemplo, un árbol no es un animal que habla, ni un tiburón es una planta. La posverdad –y que se vende como si fuera la verdad- se basa en lo que creo y en lo que siento, en mentiras, en datos sin confirmar y falsos, en la subjetividad, en opiniones personales, en sentimientos y emociones, y en lo que “me gustaría”. Por eso la RAE define así el término: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Solo existe una sola “verdad”, pero la “posverdad” se da por miles de millones, tantos como pensamientos tiene cada persona que ha vivido y vivirá.
¿Puedes creer lo que quieras? ¡Por supuesto! Puedes creer que no tengo cinco hermanos sino quinientos, que viven en Australia, que son de color y miden cuatro metros de altura. Y, como vimos, puedes creer que la raíz cuadrada de cuarenta y nueve es ocho, que Marruecos es un país del continente americano, que al Rugby se juega con patines y que la mano es una extremidad inferior del cuerpo. Pero no puedes decir que tus creencias son las verdades porque están llenas de errores y no se pueden sostener, ni puedes afirmar que existe más de una verdad y que ésta depende de las creencias personales de cada uno.
En cuanto a la fe en Dios, solo el cristianismo genuino pasa la prueba. ¡Ay, si hubiera más individuos como Josh Mcdowell, Lee Strobel (autores de libros como “Evidencia que exige un veredito” o “El caso de Cristo”), y otros tantos como ellos sobre este planeta, personas que buscaron la verdad –aunque con distintas intenciones-, y se dieron de bruces con la VERDAD! ¿Serás tú como uno de ellos, que querrá descubrirla, o seguirás considerándote por encima de todo y viviendo en tu propia mentira, y descubriendo tu error cuando ya sea demasiado tarde?



lunes, 11 de marzo de 2019

El Nuevo Orden Mundial: ¿Cómo sabemos que el mundo está bajo el maligno?



Una persona que no cree en Dios, al leer un título como el que encabeza este escrito, posiblemente se burlará de forma sarcástica: “Ya están de nuevo los creyentes con sus fantasías de que un tipo de piel roja con cuernos y un tridente en la mano está al frente de este mundo”. No, él no es así ni como lo ha descrito el foclore popular y cuya idea ya refutamos en “Lucifer: ¿simpático, de buen corazón y condenado injustamente?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com/2016/10/1-lucifer-simpatico-de-buen-corazon-y.html).
La cuestión es que hay muchos –incluyendo a cristianos- que no saben la forma concreta en que el diablo controla el sistema mundial que nos envuelve. Pero la respuesta está delante de nuestros ojos cada día y es muy fácil de ver. Los detalles los voy a ir exponiendo a lo largo de las siguientes líneas, y se basa en unas premisas muy sencillas de seguir.

Hijos de Dios o hijos del diablo
Jesús le dijo a un grupo de judíos que no eran hijos de Dios sino del diablo. Él fue bastante explícito: hay hijos de Dios e hijos del diablo. Y esto incluye a toda la humanidad. O una cosa u otra. Cristo lo expresó bien claro: “Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios” (Jn. 8:42-47).
El contraste que hizo Jesús entre unos y otros es bien llamativo:

- Un hijo de Dios ama a Jesús; un hijo del diablo no (esto incluye, evidentemente, a los que se hacen llamar “agnósticos”).
- Un hijo de Dios sabe que Jesús proviene del mismo Padre; un hijo del diablo lo considera un ser creado.
- Un hijo de Dios escucha Su Palabra y la obedece; un hijo del diablo es sordo ante ella y ni le presta atención puesto que prefiere acallar su conciencia.
- Un hijo de Dios cumple Sus deseos y voluntad; un hijo del diablo cumple los suyos propios.
- Un hijo de Dios ha creído en Su verdad, la única verdad; un hijo del diablo no, ya que cree en otras “verdades” que son mentiras como los evangelios apócrifos, el Islam, el budismo, el mormonismo, la salvación por obras, el horóscopo, los amuletos, el espiritismo, la santería, los ídolos religiosos, etc.
- Un hijo de Dios sabe que Jesús es Santo y sin pecado; un hijo del diablo lo toma como un ser imaginario sacado de una fábula, o como un mero hombre, un sabio de su época o un revolucionario.

Los valores satánicos en el mundo de hoy en día
El que es ateo o agnóstico dirá que, en todo caso y si existiera, los hijos del diablo serían solo los asesinos, los violadores, los maltratadores, los pederastas o los que hacen rituales satánicos. De nuevo otro error. Al igual que están claras las diferencias básicas entre los hijos de Dios y los del diablo, otra evidencia irrefutable es la diferencia entre sus valores. Es así cómo se hacen se entienden las palabras de Juan: “El mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
Antes de citar las claras diferencias entre unos principios y otros, hago una matización para el que no lo haya pensando, aunque es muy evidente: No se puede decir que uno es “cristiano” o “un hijo de Dios” y luego tener los valores de las tinieblas, que es lo que hacen muchos que se dicen “creyentes” y que han crecido en una religión. O somos hijos de la luz o hijos de las tinieblas. De ahí la clara advertencia lanzada por Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14).
Veamos qué es lo que hay en la sociedad que tenemos delante:

1) El matrimonio y la sexualidad. Para Dios el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer, donde la sexualidad se expresa dentro del mismo, y donde el divorcio solo es permitido en caso de adulterio: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24); “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. [...] Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mt. 19:4-6, 9).
Hoy en día prácticamente cualquier cosa es válida: dos hombres, dos mujeres, dos transexuales, un hombre y un transexual o una mujer y un transexual. Los mismos medios de comunicación se llenan de artículos sobre las bondades del estilo de vida homosexual.
También, y partiendo de los promotores de la ideología de género, se incentiva a los niños a que “experimenten” para “descubrir su sexualidad”, como vimos en “La ideología de género: de nuevo el diablo asomando su cabeza, y ahora, adoctrinando a los niños” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/10/la-ideologia-de-genero-de-nuevo-el.html). Incluso los grupos LGTBI han tratado de usurpar el símbolo de paz del Arcoíris que Dios usó tras el diluvio y lo han tomado como una bandera en la que regodearse.
Por otro lado, se considera algo normal tener un compañero o una compañera sexual de una noche, y que sus novios o novias duerman con ellos y tengan relaciones desde la misma adolescencia sin haber contraído matrimonio, bajo el amparo de los padres.
Y por último, el divorcio se lleva a cabo casi por cualquier causa. Unos argumentan que han dejado de amarse, que no están hechos para vivir juntos, que son muy diferentes, que el otro no era como se esperaban, que se han enamorado de otra persona, etc. Se firma un papel, se reparten los bienes y a los hijos, y adiós muy buenas.

2) Lo malo se hace “bueno”. Lo perverso se considera bondadoso y sabio como se señala en el conocidísimo texto del libro de Isaías: “!!Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! !!Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Is. 5:20-21).
Un simple ejemplo: Mientras que ya no hay problema alguno en que haya escenas de sexo en cualquier serie o película de televisión, el siguiente paso que se ha dado ha sido el de la normalización de la pornografía, considerada a estas alturas como algo común entre la juventud y donde se animan entre ellos a verla. Como los estudios indican (de lo cual hablaré ampliamente en otra ocasión) comienzan a consumirla a los diez años. Repito: ¡A los diez años! El grado de perversión mental que tienen al poco tiempo es incuantificable, y no es de extrañar que se haya multiplicado de forma exponencial en países como el mío el número de agresiones sexuales y la contratación de servicios de prostitución.
Un ejemplo más: Hace unos días, la dueña de una librería de mi ciudad, me contaba, imitando la voz de ellas, cómo chicas preadolescentes se acercan a preguntarle si tienen manga yaoi yuri. Para el que no lo sepa, son un subgénero dentro del cómic japonés donde los protagonistas son chicos y chicas muy jóvenes que tienen un romance homosexual. Que niños, niñas y adolescentes consuman este tipo de productos dice mucho de qué tipo de educación se están empapando. En todos ellos se hace y se harán realidad las palabras de Pablo: Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción” (Gá. 6:8).

3) La degeneración musical. La música, que bien empleada puede resultar maravillosa, se ha convertido en un ídolo que promueve los instintos más bajos, que incita a la sexualidad y a la promiscuidad. Resulta muy llamativo que sea uno de los instrumentos usados por el diablo para corromper y pervertir, cuando él mismo, antes de la caída, alababa a Dios con la música (cf. Ez. 28:13).

4) La cultura del nudismo. Vestir con ropa decorosa, con pudor y modestia como señala Pablo (cf. 1 Ti. 2:9) se considera anticuado, de mosquita muerta, de monja. Lo que está de moda es la desnudez casi absoluta. Sinceramente, no pensaba que hubiéramos llegado a ciertos extremos, pero tristemente es así, y cuento un caso: Vivo en una ciudad costera y algunas noches en verano voy con mi familia al paseo marítimo de la playa. El año pasado, estando todos sentados en la terraza de una heladería, comenzaron a pasar por delante niñas con ese pantalón que lamentablemente se ha puesto de moda, el que deja al descubierto buena parte de los “cachetes”. Antes eran mayores de edad las que lo usaban. Pero aquella noche comprobé la nueva tendencia: cada vez eran más pequeñas las niñas que iban desfilando con dicha prenda. ¡Había alguna que no tenía ni doce años! Y los padres al lado, como si eso fuera lógico. Como puedes imaginar, surgió el debate entre mis familiares y el resultado era el que yo esperaba: La generación de más de setenta años lo consideraba vulgar (incluyéndome a mí aunque soy de otra generación), y los más jóvenes pensaban que no había nada de malo, que cada uno viste como quiere. Partiendo de la base que expuse en “¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html), de que a toda mujer hay que respetarla exactamente igual, vista como vista, la transformación de valores es tan brutal que, como dicen los más viejos del lugar, no sé a dónde vamos a llegar.

5) Subversión de la relación paterno-filial. Aunque muchos padres siguen bautizando a sus hijos siguiendo la tradición católica –pero no bíblica-, ninguno de ellos obedecen el mandamiento bíblico de “instruir al niño en el camino de Dios” (cf. Pr. 22:6) y de “repetirle y hablarle de Su Palabra” (cf. Dt. 6:6-7). ¿La consecuencia? Han perdido la autoridad sobre ellos. Se ha pasado del “hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Ef. 6:1) al “Papá, mamá, obedecedme y compradme lo que yo quiero, porque esto es justo. Ah, y dadme cincuenta euros que voy a salir con los colegas” (Génesis del Niño del siglo XXI, capítulo 1, versículo 1 al 2).
Cómo maleducan los padres a los hijos ya lo vimos de forma irónica en “Cómo maleducar –sí, maleducar- a un hijo desde pequeño hasta que cumple dieciocho años” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/05/como-maleducar-si-maleducar-un-hijo.html).

6) Matar se ha convertido en un derecho. Siendo Dios un Dios de vida, que creó de la nada, que levanta el espíritu del caído, y que en su momento resucitará a los muertos (cf. 1 Co. 15:52), el hombre se dedica al asesinato selectivo de aquellos de los que no quiere hacerse cargo. Y sí, me refiero al aborto (el genocidio por excelencia) y a la eutanasia, asuntos de los que he hablado en numerosas ocasiones. Sobre esta última, la nueva página que se va a escribir no implica únicamente a los que tienen enfermedades terminales, sino que, como veremos en el siguiente artículo que le estoy dedicando al tema, ya se está planteando en el Parlamento de Holanda legalizarla para personas que ya no tengan ganas de seguir viviendo, aunque no tengan ningún tipo de enfermedad. Es demencial.

7) El éxito social y personal. Juan habla de “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Jn. 2:16) como parte del mundo y ajeno a Dios. Sin embargo, los seres humanos siguen buscando su felicidad en esos deseos y en la vanagloria: dinero, fama, sexo, relaciones románticas, reconocimiento público, coches, casas, etc.
Por su parte, el cristiano no pone su esperanza en este mundo ni busca la gloria personal, sino que desea por encima de todo agradar a Dios como los héroes de la fe citados en Hebreos 11, porque sabe de la realidad de las palabras dichas por el Altísimo: Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice (Is. 43:7). Todos sabemos que nuestra ciudadanía está en los cielos (Fil. 3:20), que aquí estamos de paso y que tenemos que vivir piadosamente, aunque esto nos acarree persecución física, verbal o meramente ideológica (cf. 2 Ti. 3:12).
Son abismales los contrastes entre los deseos de Dios y los del hombre carnal.

¿Cuál es el opio que nos ofrece el sistema?
El conocido filósofo alemán del siglo XIX Karl Marx dijo que “la religión es el opio del pueblo”. Puesto que el cristianismo no es una religión, como expliqué en “No soy religioso, ni católico, ni protestante; simplemente cristiano” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html), compro el trasfondo de la idea de Marx y aumento la apuesta: Siendo el opio un narcótico el cual produce sopor, relajación muscular y embotamiento de la sensibilidad –creando adicción- observamos que la humanidad presente y de forma general es consumidora de otros tipos de opio: los espectáculos de masa, los deportes, los conciertos, la música, la televisión, los concursos, las series, las películas, el cine, los videojuegos, las nuevas tecnologías, Internet, las redes sociales, youtube, los gimnasios, el teléfono móvil, el wasap, la farándula del famoseo, las discotecas, los pubs, los carnavales, el alcohol, las botellonas, el tabaco, las drogas, la política, el mundo de la moda, el teatro, las compras, los hobbies, las novelas de cualquier género literario, etc.
Es cierto que no toda expresión cultural del ser humano es perniciosa y que hay aspectos rescatables y disfrutables (“¡Vive! Disfrutando sanamente”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html), pero podemos afirmar sin ningún género de dudas que todo lo citado –incluso lo que es sano- adormece nuestra conciencia y nuestra capacidad reflexiva. Si los cristianos caemos en esta trampa en más de una ocasión –porque perdemos la perspectiva y la realidad descrita- ¡cuánto más aquellos que ni siquiera son conscientes de que son controlados por el sistema del que forman parte! Por eso cuesta tanto conocer personas interesadas en temas verdaderamente trascendentes. Mientras tengan toda esta variedad de placeres con los que disfrutar, estarán mentalmente tan embotados que no habrá hueco para nada más. No tendrán tiempo, ganas ni energías para pensar en nada concerniente a la espiritualidad y a las grandes preguntas de la humanidad: ¿Quiénes somos?, ¿De dónde venimos? y ¿A dónde vamos?, cuestiones que ya fueron contestadas por Dios mismo cuando se encarnó y visitó este mundo.
Otros prefieren vivir sin más y disfrutar de todo lo que se les presente. Como siempre digo, es un problema de índole moral, ya que quieren ser sus propios dioses y que nadie les diga cómo deben pensar y vivir: “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:20).
Por todo esto, a menos que experimenten un arrebato en lo más profundo de sus almas y sientan “que algo no va bien”, “que algo falla”, “que lo que ven no es toda la  realidad”, “que hay parte que es mera ilusión” o “que quieran cambiar”, seguirán aletargardos como consumidores de opio.

El Nuevo Orden Mundial y la invasión de los ultracuerpos
Estos tres aspectos que hemos visto a grandes rasgos (diferencias entre hijos de Dios e hijos del diablo, valores y opio), es promovido desde las élites que están en el poder y le ofrecen “al pueblo” lo que ellos desean. Estos empresarios, políticos y gobernantes –que no conocen el hambre, que viven en la opulencia y que están al mando del sistema de este mundo- son “hijos del diablo” que le dan de comer su veneno a las masas que están completamente cegados.
Sin caer en teorías conspiratorias, sin necesidad de creer en todo lo que se lee en Internet de los Iluminati, de los Masones o del grupo Bilderberg, aquí podemos usar con firmeza una terminología conocida por muchos como “Nuevo Orden Mundial”. Un orden/desorden en el cual hemos ido entrando y asimilando en estas últimas décadas, y que sigue afianzándose a pasos agigantados tras haber puesto sus enormes pilares, debido principalmente al trabajo de los gobiernos y apoyados en la sociedad por los medios de comunicación y ciertos lobbies que han empleado una ingeniería social perfectamente orquestada. La maldad moral se ha institucionalizado. Y esto va a ir a más. Esto no es una nueva revelación o una profecía de las que tanto buscan muchos creyentes. Es que todo lo que hemos visto, “escrito está” a la luz de las Escrituras.
¿Cuál es mi sensación en el día a día ante todo esto, y que va en aumento según transcurren los años? La misma que la de los protagonistas de la famosa película La invasión de los ultracuerpos, basada en una novela de Jack Finney de 1955. Aunque se han hecho muchas versiones, la de 1978 protagonizada por el inolvidable Donald Sutherland es la mejor con diferencia. La historia nos narra la historia de algunas personas que comienzan a afirmar que sus parientes y amigos no son ellos, que se comportan de manera extrañas y que los han cambiado. Al principio nadie los cree al considerarlo fruto de la ansiedad o de alguna crisis personal, pero cuando los casos se multiplican por toda la ciudad termina por revelarse la terrorífica verdad... Los que no son como ellos empiezan a ser señalados y perseguidos... Y no cuento más para el que quiera verla.
Así es como me siento en este mundo, al igual que cualquier cristiano verdadero. Para aquellos que nacieron a partir de la última década del siglo XX, todo lo que observan a su alrededor a nivel moral es perfectamente normal. Es el sistema en el que han crecido y les ha ido moldeando, que se ha ido puliendo y adaptando a sus gustos y pensamientos. Para ellos es mejor y más libre, y no entienden a los que no vivimos como ellos. Nos consideran “dinosaurios”, “Neandertales” y “retrógrados”. Por eso, como dijo Pedro, ellos se extrañan y hablan mal de nosotros, porque no les acompañamos en los excesos de su mala vida (cf. 1 P. 1:4).
Los que somos de generaciones anteriores hemos visto ante nuestros ojos el cambio tan antinatural que ha experimentado este mundo. Un sistema enfermo, corrompido, amoral, decadente y perverso hasta niveles inimaginables en todas las esferas.

Conclusión
La realidad es que Dios –que tiene el control de todo-, que creó el universo y este planeta, no estableció el sistema por el cual funciona. Eso es obra del hombre que ha adoptado los valores del diablo. Dicho sistema está herido de muerte y tendrá un final: “Todas estas cosas han de ser deshechas, !!cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 2:11-13).
Para los que aun sigan cegados ante la realidad descrita y quieran ser partícipes de la vida venidera, les dedico para terminar estas palabras de Charles Swindoll: “Si vamos a Dios con la sola razón, nos hallaremos frustrados, alejados y sin poder comprender sus inescrutables caminos. Pero si nos acercamos con un corazón abierto y en fe, descubriremos que nos está esperando con brazos abiertos, listo para aceptarnos, para recibirnos y para llenarnos de su poder”[1].



[1] Swindoll. R. Charles. Ester. Una mujer de fortaleza y dignidad. Mundo Hispano. Pág. 13-14.

lunes, 4 de marzo de 2019

4. ¿Cómo reaccionan y qué actitudes toman aquellos que salen de una iglesia malsana o que han sufrido abuso espiritual?



Venimos de aquí: Las diferencias entre las sectas e iglesias malsanas, y el calvario que ocasionan (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/11/3-las-diferencias-entre-las-sectas-e.html).

Uno de los terribles efectos que se observan entre aquellos que han salido de una iglesia malsana, que han sufrido algún tipo de abuso espiritual severo o que han sido víctimas de doctrinas heréticas, es su rechazo a toda la verdad –dentro de la mentira- que pudieron creer. En algunos casos, el dolor es tan grande que no son capaces de separar lo negativo de la experiencia y de lo que pudieron aprender de la misma. Por eso se apartan de todo lo pasado. Humanamente hablando, es completamente lógico. ¿Por qué? Porque si algo te provoca dolor, lo más normal es evitarlo. Si supieras que una de las carreteras principales de tu ciudad está llena de minas, sin duda tomarías un rumbo muy diferente. ¡Ni te acercarías!
Entre los hermanos que pasan por estas situaciones, podemos observar un poco de todo.

Una fe fría
Muchos conservan la fe, pero la inmensa mayoría reconoce que su relación con el Señor se ha enfriado sobremanera. Tuvieron que salir para no morir en sus corazones, pero andan renqueantes. También rehúyen al resto de cristianos porque les traen malos recuerdos y consideran que no son de confianza. Puedo llegar a comprender que haya cristianos que no quieran saber nada de otros que dicen profesar la misma fe. ¿Cómo van a desear su compañía de manera natural cuando aquellos que deberían haberlos amado les han provocado el mayor dolor de sus vidas? Hay casos llamativos como el de esta chica: “Para aquellos a quienes les importe, y entiendo si a usted no le importa, hoy dejo de ser cristiana, estoy fuera. Sigo comprometida con Cristo, como siempre, pero no sigo siendo ´cristiana` o siendo parte de la cristiandad [...]. Me resulta simplemente imposible ´pertenecer` a un grupo pendenciero, hostil, discutidor y con merecida mala fama. Durante diez años lo intenté. Fallé. Estoy fuera. Mi conciencia no me permite hacer otra cosa”[1]. Palabras duras pero ciertas en demasiadas ocasiones.

Viviendo en la carne
Otros, los más inmaduros en la fe o los que no estaban realmente convertidos, aprovechan la coyuntura para darle rienda suelta a la naturaleza caída. La supuesta nueva libertad que poseen la convierten en libertinaje. Es triste que incontables personas alrededor del mundo hayan quedado profundamente desilusionadas del cristianismo. Se han sentido tan encadenadas que, cuando se han liberado, se han ido al otro extremo. Viven fuera de la voluntad de Dios, instalados en los placeres temporales del pecado: noviazgos o matrimonios en yugo desigual, fornicación, sexo prematrimonial, borracheras, homosexualidad, lascivia, apostasía, diversas idolatrías, etc. Y eso no debería ser así. Incluso cambian su forma de hablar, de vestir, pierden el pudor sano, se muestran físicamente desvergonzados, actúan ante el sexo opuesto con un descaro libidinoso ajeno a los valores de Dios, llegando algunos hasta reírse de Él y de Su Palabra.
Hayan pasado por unas circunstancias u otras, por muy negativas que fueran, todos deberían poder afirmar como Pablo: “Yo sé a quién he creído” (2 Ti. 1:12). Fueron llamados a libertad y deben vivir en esa libertad gloriosa de los hijos de Dios, pero no usarla como ocasión para la carne (cf. Gá. 5:13; Ro. 8:21).
La vida de la inmensa mayoría de estas personas giraba en torno a la vida eclesial, con innumerables cultos, actividades y demás. Salir de esa ruleta supone para muchos sentirse perdido. Hay que reinventarse en multitud de aspectos: amistades, tiempo, objetivos, proyectos, intereses, etc. Sé muy bien cuán difícil es rehacer la vida a partir de cierta edad. Pero esto no es razón alguna para alejarse de Dios y dejar que la carne tome el control.

Al ataque
Un tercer grupo estaría formado por aquellos que, incluso después de muchos años, tienen mil heridas en carne viva. En consecuencia, arremeten contra los creyentes, señalando que todos son iguales, lo cual es una falacia.

Con fe pero alejados de otros
El cuarto colectivo es aquel que guarda intacta la fe en el Señor –a pesar de la experiencia traumática que experimentaron- pero, tras salir de donde lo hicieron, han desarrollado una especie de radar que les hace capaces de reconocer la más mínima señal de aquellas iglesias locales que se alejan de los patrones bíblicos. Esto, bien visto, es algo positivo. El problema surge cuando, de la misma manera, hallan múltiples dificultades para reconocer una que sea realmente saludable aunque no sea perfecta (puesto que ninguna lo es). Se vuelven intransigentes cuando ven algo que nos les gusta –aunque sean detalles pequeños- y por eso evitan congregarse nuevamente. En el caso de que lo hagan, se vuelven extremadamente críticos. Otros ni se lo proponen, o hacen un par de intentos: visitan algún grupo durante un tiempo, pero no arraigan en ninguno. Entre que las heridas están muy frescas y el temor a ser víctimas del sistema nuevamente, hay una parte de sí mismos que les repite en su interior insistentemente que se alejen. Algunos perseveran pero muchos terminan por desistir. Han desarrollado lo que llamo “fobia eclesial”.
Dentro de este grupo hay un subgrupo: aquellos que no se congregan a pesar de que no tienen heridas, que conservan amistades cristianas, que sirven a Dios fuera del local según las obras que Él les pone por delante y los dones recibidos, que viven como cristianos de forma sencilla, pero que sencillamente no se sienten identificados con muchas prácticas de las iglesias evangélicas del siglo XXI. No se levantan en armas contra ellas ni mucho menos ya que aprecian la labor que desempeñan y las respetan.

Apartados de Dios
Luego están aquellos que salieron pero terminaron por apartarse al no tener una fe conceptual, al no tener claras sus creencias ni las doctrinas del cristianismo, puesto que durante años se limitaron a ser “adoctrinados” sin comprobar por sí mismos en qué creían. No se han vuelto locos, viven tranquilmente, pero Dios es para ellos un recuerdo que les viene a la mente cada mucho tiempo y al que ya no prestan atención.

Vuelta a empezar
Por último, los que, pasado un tiempo, vuelven a congregarse en alguna otra iglesia local y pasan a formar parte de ella. En otros casos, forman su propia congregación. Muchos de ellos pasaron página y viven en paz, pero otros conservan heridas abiertas de par en par que llevan consigo en la nueva iglesia.

Aunque puede que haya algún grupo más y detalles concretos que no he citado, creo que a grandes rasgos estos seis son los habituales.

Una generación en el desierto
Por estos que todavía se encuentran en el proceso de volver a enfocar sus vidas en todos los aspectos, es por lo que podemos afirmar que hay una generación en el desierto. Sus almas están secas y solo ven duna tras duna, y cuando observan algún oasis se dan cuenta al poco tiempo que son meros espejismos. Muchos están al borde de un precipicio emocional y vagan como muertos en vida. El dolor que los envuelve es desgarrador.
El corazón les grita para que pongan tierra de por medio sin demora. Quieren desaparecer del mapa y que nadie sepa de ellos. Sienten impotencia, ira y tristeza. Por eso no es nada fácil animar a una persona que se encuentra en esta situación, pero a todos ellos quiero ayudarlos en lo que estime oportuno el Señor, “el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 1:4). Y de esto puedo hablar con propiedad. Por eso me siento identificado con las palabras de Charles Swindoll: “Un término que a veces escuchamos en nuestros días es el de ´sanador herido`. Alguien ha sido antes quebrantado o golpeado por el dolor (herido) resulta a menudo el mejor instrumento para ayudar a otros a recuperarse (sanador)”[2].
Vamos a ir paso a paso y sin prisas. El primero de ellos será ver una panorámica general de cómo ha entrado el pecado en la Iglesia. Luego analizaremos las actitudes enfermizas que se dan en estas sectas e iglesias malsanas, cómo actúan, sus motivaciones, el carácter de sus líderes y cómo se produce al abuso, y terminaremos con el proceso de sanidad y cómo afrontar un nuevo camino en la vida. Así podremos comprender todo el engranaje que se mueve para comenzar a limpiar la mente. En el Señor siempre hay esperanza.

Continuará en: ¿Cuáles son los principios de propaganda en las iglesias malsanas?




[1] Graham Lotz, Ann. Heridos por la gente de Dios. Casa Creación. P. 77.
[2] Swindoll, Charles. Baje la guardia. Caribe.