No recuerdo exactamente el año, pero sé que fue más o
menos a mitad de la primera década de este siglo: le comenté a un pastor, antiguo
amigo y aficionado al cine con el que tenía muy buenas conversaciones de
multitud de temas, que se me había ocurrido una idea para una predicación
usando la celebrada y conocidísima película “Rocky”. Incluso llegué a darle un
esbozo del contenido, y me animó a compartirlo sin ningún reparo. Aunque estuve
predicando durante varios años, por una razón u otra, nunca me atreví: en parte
porque, posiblemente, ciertas personas me hubieran reprendido a posteriori y,
por otro lado, porque hay creyentes que consideran irreverente que se use lo
secular en un púlpito –a pesar de que se haga para exponer una enseñanza
bíblica-, y no quería ser de tropiezo o escándalo para nadie. Ahora, mucho
tiempo después, y como puedo permitírmelo en completa libertad, es el momento
de sacar adelante aquello que guardé en un cajón y terminar de darle forma a
las palabras que quedaron aprisionadas.
Espero que los cristianos aficionados a esta saga sin
fin disfruten este escrito y puedan aprender alguna que otra importante lección
importante, que, como siempre, llevaré al terreno bíblico. Incluso a los que no
conocen esta obra –de la cual solo me centraré en su primera parte-, y no
tienen intención de verla, les bastará con las siguientes líneas para extraer
la enseñanza.
No he visto un combate de boxeo en mi vida, ni me
gusta ver a dos personas usando la violencia para ganarse la vida, así que
tampoco hay necesidad alguna de que te guste dicho “deporte”. El boxeo en las
películas de Rocky son una mera alegoría para tratar otros temas mucho más
profundos, como el uso de nuestros dones y cómo encajamos los golpes que
recibimos en la vida. Así hay que verla y así voy a tratarla.
Para que nadie piense con prejuicio antes de leer
estos dos artículos, diré que no es un mero mensaje motivacional de psicología,
como los que muchas veces se escuchan en los púlpitos, sino que cae dentro de
la pura exhortación. Recordemos que dicho término no significa “bronca”, como
se entiende en ciertos círculos, sino “convencer con dulzura a seguir una línea
de pensamiento y acción”. Esa es mi intención y así debe entenderse.
Chuck Wepner
Este largometraje, protagonizado por un joven
Silvester Stallone, se rodó en apenas veintiocho días, con un presupuesto de un
millón de dólares, algo tan ridículo que la ropa que vestían los protagonistas
era la suya propia, donde algunos secundarios no eran ni actores, sino amigos y
familiares. Aun con todo, fue aclamada por la crítica y ganó tres Oscar en
1976: mejor película, mejor montaje y mejor director. Y, en el “Instituto
Americano de Filmes”, está clasificada en el lugar número 78 de las 100 mejores
películas de todos los tiempos.
El guion, escrito en apenas unos días, se basó en el
combate por el título de campeón de los pesos pesados entre Muhammad Ali y Chuck Wepner,
y al que el propio Stallone asistió en directo. Wepner era un boxeador anónimo,
conocido en el mundillo como “El sangrador de Bayonne”, por su ciudad natal y
por la facilidad con que sus cejan comenzaban a sangrar al ser golpeado. Como
consecuencia de un combate contra Sonny Liston, tuvieron que ponerle cincuenta
y siete puntos de sutura. Ali era el campeón del mundo y el mejor boxeador de
todos los tiempos, y se creía que demolería al desconocido. Pero no fue así:
Wepner, considerado un luchador de tercera fila, y a pesar de sus 35 años, supo
dar batalla, logrando que el campeón besara la lona en una ocasión en el noveno
asalto.
A partir de ese instante, Ali, enfurecido, lanzó una
incesante batería de golpes hacia el candidato, que con todo se levantaba una y
otra vez, ante un público entregado ante tamaña resistencia. A falta de
diecinueve segundos para el final, y tras su enésima caída, el árbitro decidió
concluir el combate por K.O. técnico. Le aguantó a un toro salvaje y desbocado
los quince asaltos, y ese es su gran hito, que perdura en la historia del boxeo
como toda una heroicidad.
Stallone dijo al respecto: “Chuck Wepner era
básicamente un tipo al que nadie tomaba en serio. Estaba claro que su única
contribución notable a la historia del boxeo sería en qué estado le dejaba Ali
después de la pelea. Nadie en su juicio pensaba que podía ganar la pelea. Sólo
preocupaba cuánto duraría la pelea y cuánto dolor sería capaz de soportar. Las
probabilidades en Wepner eran básicamente de trochocientos a uno, y ni siquiera
se podía apostar en esta pelea. El tipo ni siquiera parecía un luchador. Era
torpe y no tenía habilidades. Fue muy triste. Entonces, de repente, algo
increíble sucedió. De la nada, Wepner derribó al inmortal Ali. De repente, pasó
de ser una caricatura a ser alguien con quien todo el mundo podía
identificarse, porque todo el mundo pensó: ´¡Me gustaría hacer eso! Me gustaría
hacer lo imposible, aunque solo sea por un momento, y ser reconocido por ello,
y animar a la multitud`. ´La multitud estaba pensando: Si este tipo totalmente
inepto puede derrotar a Muhammad Ali, ¿quién sabe de lo que puedo ser capaz
yo`. Así que estoy sentado, observando todo esto, y en algún momento me doy
cuenta de que es una metáfora, y me di cuenta de que no se trataba realmente
del boxeo”[1].
El Potro
italiano
Saltemos ahora a la historia ficticia, que comienza el
25 de noviembre de 1975, justo un día después de la verdadera batalla entre
Wepner y Alí. Rocky Balboa vive en Filadelfia (Estados Unidos), pero es un
descendiente de inmigrantes italianos, y por eso le llaman “El Potro Italiano”.
Ya está en la treintena, ha disputado 64 combates desde los 15 años, pero, a
pesar de su coraje, nunca ha destacado, ganado apenas cuarenta dólares por
envite. De todas las palizas que le han dado, tiene la cara como un mapa. Realmente, en su ser interior, se siente una
persona derrotada y abatida. Incluso le aconsejan que se retire. No tiene
futuro. Vive en un apartamento sucio y desordenado de un barrio pobre con dos
pequeñas tortugas, llamadas “gancho” y “directo”. Trabaja como cobrador de un
prestamista, mientras trata de conquistar a una chica llamada Adrian
extremadamente tímida. Ambos se consideran a sí mismos bichos raros.
Tiene una existencia aburrida y sin sentido. En una
ocasión, su entrenador, el entrañable anciano Mickey, le señala que es
simpático, apuesto y de buen corazón, pero que no tiene cerebro. Y se lo dice
con tristeza, porque veía a un buen muchacho, pero cuya debilidad de carácter y
su dejadez le habían llevado a pasar desapercibido en este mundo. El anciano
también le recrimina, con una buena razón de peso, en qué se ha convertido:
“Tú tenías
talento para llegar a ser un buen boxeador, y en lugar de eso te has convertido
en el matón de un cochino prestamista de segunda categoría”.
“Me gano la
vida”, responde él.
“¡Desperdicias
tu vida!”, le sentencia Mickey.
Por todo esto, suele quedarse clavado ante una foto de
su infancia, recordando con gran añoranza, pues allí estaban condensados todos
los sueños que quería hacer realidad y no cumplió.
En el lado opuesto, tenemos al campeón del mundo,
Apollo Creed. Lo opuesto a Rocky: rico, con multitud de negocios financieros,
exitoso y, a la vez arrogante, al sentirse superior a todos los que le rodean.
Podemos ver cómo se enfrenta a un problema: tenía un combate programado, pero
su contrincante, McLee Green, se lesiona. Después de revisar los informes,
elige a Rocky, quien, tras la sorpresa inicial, y debido a su débil espíritu, y
vencido de antemano, rechaza luchar, puesto que considera que no sería un buen
combate. Piensa de sí mismo que es uno más entre el montón y que Apollo es el
campeón. De la noche a la mañana, su vida puede cambiar, pero debe desearlo. Y
no es el caso.
Un no que se
convierte en un sí & La verdadera victoria
Tras un tiempo de mil dudas, termina aceptando el
combate. Como él mismo dice, lo hará “aunque se
parta el alma”. Así comienza su durísimo
entrenamiento durante cinco semanas, algo que gusta sobremanera a los que han
visto una y mil veces esta película y sus secuelas. Se levanta a las cuatro de
la mañana, se toma varios huevos crudos (atención niños: no lo imitéis), sale a
correr por las calles, mientras como espectadores escuchamos la sublime y
poderosa canción “Gonna Fly Now”, convertida en todo un clásico.
Tras todo esto, llega el momento clave de la historia.
No ocurre en el combate, sino la noche anterior, donde toma conciencia de la
realidad a la que se enfrenta: sabe que, a pesar de su brutal entrenamiento, no puede vencer
a su contrincante, y mantiene una conversación transcendental con Adrian, ya
convertida en su novia, y lo que es aun más importante, consigo mismo:
“No puedo hacerlo. No puedo ganarle... a quién
intento engañar. No estamos al mismo
nivel” (R)
“¿Qué vamos a hacer?” (A)
“No lo sé” (R)
“¡Has trabajado mucho!” (A)
“Sí, pero no me importa, porque antes no era nadie” (R)
“No digas eso” (A)
“No era nadie. Pero eso no importa, porque he estado
pensando que da igual si pierdo el combate. Da igual si me abre la cabeza.
Porque lo que quiero es durar. Nadie le ha durado mucho a Creed, y si puedo
durar mucho, si suena la campana y sigo en pie, sabré por primera vez en mi
vida que no era sólo otro inútil del barrio” (R)
¡Por fin lo ha comprendido todo! El objetivo no era
tumbar a su oponente ni ser mejor que ningún otro: era ser
quien es en realidad, sacando a relucir lo mejor que hay su interior. Esa sería
su victoria. Aguantar de pie por sí mismo para demostrarse lo que es capaz de
hacer. Como expresa el comentarista del combate: “Éste es el cuento de
cenicientas que ha cautivado a millones de personas en todo el mundo”. Por eso,
aquellos que ven por primera o por enésima vez esta historia, se emocionan por
el mensaje que transmite.
Todo esto queda
reflejado en el último asalto, donde podemos contemplar cómo ha cambiado su
espíritu. Antes se consideraba otro
inútil del mundo, pero ahora le
grita a su mánager: “¡Si tiras la toalla,
te mato!”. En boxeo, tirar la toalla es una señal de rendición para que el
árbitro decrete el final. El Potro italiano no se iba a rendir por nada del
mundo. Estaba luchando por sacar lo mejor de sí mismo, llegando hasta el límite
de sus propias posibilidades.
Finalmente,
concluye el combate. Apollo gana por puntos. Ambos contrincantes se abrazan. El
campeón revalida el título y le dice al supuesto perdedor:
“No habrá revancha”.
“No la necesito”, contesta Rocky.
Le da
exactamente igual que su contrincante haya ganado el combate a los puntos,
puesto que él ha ganado su propio combate por K.O. Ahí estaba su victoria.
Tu propia lucha & El uso de tus dones
Nuestra lucha,
nuestra victoria, no es ser mejor que nadie, sea amigo, hermano, padre, madre,
compañero de estudios o de trabajo. Tu lucha no es por ser mejor que los que te
rodean. No es por tener más o ser más. Luchar por el reconocimiento
social, cuando el reino de Dios no es de este mundo (Jn. 18:36), es lo más
absurdo que existe. Tu lucha es para tu Dios. Tu lucha y mi lucha es por
agradarle con nuestro corazón y hacer Su voluntad, la cual se exterioriza en
obras, principalmente en la predicación de las Buenas Nuevas y de todo Su
consejo (cf. Hch. 20:27), ya que fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas
obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). De esta manera, podremos decir un día como Jesús
le dijo al Padre: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).
Buena parte de
tu lucha en el “ring”, que es este mundo, consiste en que uses al servicio del Reino los dones que Él te regaló. Aunque ya
dije en “Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el
alcohol para alcanzar todo tu potencial y el éxito social? & ¿Usar el
alcohol para “estar” bien?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html), artículo al que remito para el que quiera la
explicación amplia, aquí dejo la síntesis en una sola frase: Pablo enseña que
Dios ha dado dones a los hombres (cf. Ef. 4:8), pero toda obra humana que no
haya servido ni sirva para la gloria eterna de Dios, será quemada por el fuego (2 P. 3:10-13). Buena parte, o casi
toda me atrevería a decir, de la literatura secular, de la música, del arte o
de los logros deportivos, desaparecerán por completo.
Pongo tres ejemplos
personales que cada uno podrá individualizar y llevar a su propio terreno: como
amante de la ciencia ficción y la fantasía, en más de una ocasión he pensado en
escribir una novela que mezclara ambos géneros. En mi mente está el bosquejo
desde tiempo inmemorial. También, para el que no lo sepa a estas alturas, me
gustan los cómics, e inicié una página en Facebook para hacer reseñas de las
mejores obras. Y, por último, pasé a publicar semanalmente un resumen con las
noticias nacionales e internacionales más destacadas que se hubieran producido.
Pero, en todos los casos, llegué a la misma conclusión: ninguna de esas eran
“batallas” a las que debía dedicar mi tiempo y esfuerzo, así que desistí, por
la sencilla razón de que no tenían utilidad alguna para la exposición del
Evangelio de forma directa. Seguí nuevamente las palabras de Pablo: “Si, pues,
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las
de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también
seréis manifestados con él en gloria”
(Col. 3:1-4).
¿Qué es lo que hago entonces? Por ejemplo, en lugar de
limitarme a reseñar cómics, uso alguno de ellos para llevarlos al terreno
bíblico, como pronto se verá reflejado en una nueva etiqueta en el blog. Lo
mismo con las noticias seculares, películas o series: me sirvo de ellas para enriquecer los
artículos cristianos y analizarlos a la luz de las Escrituras, sacando así lo verdaderamente valioso y perdurable. Todo ello lo hago porque “lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). La persona que sabe lo privilegiado que es por haber sido salvado, vive para Él, no para su propia gloria, para el aplauso de otros ni para lo efímero.
Visto lo visto, la
pregunta que deberías hacerte es contundente: ¿estás usando los dones para Dios y Su obra, o lo haces para ti mismo y la alabanza de los hombres? ¿A
qué exactamente estás dedicando tu esfuerzo? ¿Estás desviando tu tiempo en
actividades que no tienen utilidad verdadera ni perdurarán en la eternidad?
Continuará en: Rocky, el
potro italiano (2ª parte). ¿Te han golpeado? ¡Levántate de la lona!
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