lunes, 6 de marzo de 2023

Rocky, el potro italiano (1ª parte). Como hijo de Dios, ¿cuál es tu verdadera lucha?


No recuerdo exactamente el año, pero sé que fue más o menos a mitad de la primera década de este siglo: le comenté a un pastor, antiguo amigo y aficionado al cine con el que tenía muy buenas conversaciones de multitud de temas, que se me había ocurrido una idea para una predicación usando la celebrada y conocidísima película “Rocky”. Incluso llegué a darle un esbozo del contenido, y me animó a compartirlo sin ningún reparo. Aunque estuve predicando durante varios años, por una razón u otra, nunca me atreví: en parte porque, posiblemente, ciertas personas me hubieran reprendido a posteriori y, por otro lado, porque hay creyentes que consideran irreverente que se use lo secular en un púlpito –a pesar de que se haga para exponer una enseñanza bíblica-, y no quería ser de tropiezo o escándalo para nadie. Ahora, mucho tiempo después, y como puedo permitírmelo en completa libertad, es el momento de sacar adelante aquello que guardé en un cajón y terminar de darle forma a las palabras que quedaron aprisionadas.
Espero que los cristianos aficionados a esta saga sin fin disfruten este escrito y puedan aprender alguna que otra importante lección importante, que, como siempre, llevaré al terreno bíblico. Incluso a los que no conocen esta obra –de la cual solo me centraré en su primera parte-, y no tienen intención de verla, les bastará con las siguientes líneas para extraer la enseñanza.
No he visto un combate de boxeo en mi vida, ni me gusta ver a dos personas usando la violencia para ganarse la vida, así que tampoco hay necesidad alguna de que te guste dicho “deporte”. El boxeo en las películas de Rocky son una mera alegoría para tratar otros temas mucho más profundos, como el uso de nuestros dones y cómo encajamos los golpes que recibimos en la vida. Así hay que verla y así voy a tratarla.
Para que nadie piense con prejuicio antes de leer estos dos artículos, diré que no es un mero mensaje motivacional de psicología, como los que muchas veces se escuchan en los púlpitos, sino que cae dentro de la pura exhortación. Recordemos que dicho término no significa “bronca”, como se entiende en ciertos círculos, sino “convencer con dulzura a seguir una línea de pensamiento y acción”. Esa es mi intención y así debe entenderse.

Chuck Wepner
Este largometraje, protagonizado por un joven Silvester Stallone, se rodó en apenas veintiocho días, con un presupuesto de un millón de dólares, algo tan ridículo que la ropa que vestían los protagonistas era la suya propia, donde algunos secundarios no eran ni actores, sino amigos y familiares. Aun con todo, fue aclamada por la crítica y ganó tres Oscar en 1976: mejor película, mejor montaje y mejor director. Y, en el “Instituto Americano de Filmes”, está clasificada en el lugar número 78 de las 100 mejores películas de todos los tiempos.
El guion, escrito en apenas unos días, se basó en el combate por el título de campeón de los pesos pesados entre Muhammad Ali y Chuck Wepner, y al que el propio Stallone asistió en directo. Wepner era un boxeador anónimo, conocido en el mundillo como “El sangrador de Bayonne”, por su ciudad natal y por la facilidad con que sus cejan comenzaban a sangrar al ser golpeado. Como consecuencia de un combate contra Sonny Liston, tuvieron que ponerle cincuenta y siete puntos de sutura. Ali era el campeón del mundo y el mejor boxeador de todos los tiempos, y se creía que demolería al desconocido. Pero no fue así: Wepner, considerado un luchador de tercera fila, y a pesar de sus 35 años, supo dar batalla, logrando que el campeón besara la lona en una ocasión en el noveno asalto.

(Momento en el que Wepner lleva a la lona a Ali)

A partir de ese instante, Ali, enfurecido, lanzó una incesante batería de golpes hacia el candidato, que con todo se levantaba una y otra vez, ante un público entregado ante tamaña resistencia. A falta de diecinueve segundos para el final, y tras su enésima caída, el árbitro decidió concluir el combate por K.O. técnico. Le aguantó a un toro salvaje y desbocado los quince asaltos, y ese es su gran hito, que perdura en la historia del boxeo como toda una heroicidad.

Stallone dijo al respecto: “Chuck Wepner era básicamente un tipo al que nadie tomaba en serio. Estaba claro que su única contribución notable a la historia del boxeo sería en qué estado le dejaba Ali después de la pelea. Nadie en su juicio pensaba que podía ganar la pelea. Sólo preocupaba cuánto duraría la pelea y cuánto dolor sería capaz de soportar. Las probabilidades en Wepner eran básicamente de trochocientos a uno, y ni siquiera se podía apostar en esta pelea. El tipo ni siquiera parecía un luchador. Era torpe y no tenía habilidades. Fue muy triste. Entonces, de repente, algo increíble sucedió. De la nada, Wepner derribó al inmortal Ali. De repente, pasó de ser una caricatura a ser alguien con quien todo el mundo podía identificarse, porque todo el mundo pensó: ´¡Me gustaría hacer eso! Me gustaría hacer lo imposible, aunque solo sea por un momento, y ser reconocido por ello, y animar a la multitud`. ´La multitud estaba pensando: Si este tipo totalmente inepto puede derrotar a Muhammad Ali, ¿quién sabe de lo que puedo ser capaz yo`. Así que estoy sentado, observando todo esto, y en algún momento me doy cuenta de que es una metáfora, y me di cuenta de que no se trataba realmente del boxeo”[1].

El Potro italiano
Saltemos ahora a la historia ficticia, que comienza el 25 de noviembre de 1975, justo un día después de la verdadera batalla entre Wepner y Alí. Rocky Balboa vive en Filadelfia (Estados Unidos), pero es un descendiente de inmigrantes italianos, y por eso le llaman “El Potro Italiano”. Ya está en la treintena, ha disputado 64 combates desde los 15 años, pero, a pesar de su coraje, nunca ha destacado, ganado apenas cuarenta dólares por envite. De todas las palizas que le han dado, tiene la cara como un mapa. Realmente, en su ser interior, se siente una persona derrotada y abatida. Incluso le aconsejan que se retire. No tiene futuro. Vive en un apartamento sucio y desordenado de un barrio pobre con dos pequeñas tortugas, llamadas “gancho” y “directo”. Trabaja como cobrador de un prestamista, mientras trata de conquistar a una chica llamada Adrian extremadamente tímida. Ambos se consideran a sí mismos bichos raros.
Tiene una existencia aburrida y sin sentido. En una ocasión, su entrenador, el entrañable anciano Mickey, le señala que es simpático, apuesto y de buen corazón, pero que no tiene cerebro. Y se lo dice con tristeza, porque veía a un buen muchacho, pero cuya debilidad de carácter y su dejadez le habían llevado a pasar desapercibido en este mundo. El anciano también le recrimina, con una buena razón de peso, en qué se ha convertido:

“Tú tenías talento para llegar a ser un buen boxeador, y en lugar de eso te has convertido en el matón de un cochino prestamista de segunda categoría”.
“Me gano la vida”, responde él.
“¡Desperdicias tu vida!”, le sentencia Mickey.

Por todo esto, suele quedarse clavado ante una foto de su infancia, recordando con gran añoranza, pues allí estaban condensados todos los sueños que quería hacer realidad y no cumplió.
En el lado opuesto, tenemos al campeón del mundo, Apollo Creed. Lo opuesto a Rocky: rico, con multitud de negocios financieros, exitoso y, a la vez arrogante, al sentirse superior a todos los que le rodean. Podemos ver cómo se enfrenta a un problema: tenía un combate programado, pero su contrincante, McLee Green, se lesiona. Después de revisar los informes, elige a Rocky, quien, tras la sorpresa inicial, y debido a su débil espíritu, y vencido de antemano, rechaza luchar, puesto que considera que no sería un buen combate. Piensa de sí mismo que es uno más entre el montón y que Apollo es el campeón. De la noche a la mañana, su vida puede cambiar, pero debe desearlo. Y no es el caso.

Un no que se convierte en un sí & La verdadera victoria
Tras un tiempo de mil dudas, termina aceptando el combate. Como él mismo dice, lo hará “aunque se parta el alma”. Así comienza su durísimo entrenamiento durante cinco semanas, algo que gusta sobremanera a los que han visto una y mil veces esta película y sus secuelas. Se levanta a las cuatro de la mañana, se toma varios huevos crudos (atención niños: no lo imitéis), sale a correr por las calles, mientras como espectadores escuchamos la sublime y poderosa canción “Gonna Fly Now”, convertida en todo un clásico.
Tras todo esto, llega el momento clave de la historia. No ocurre en el combate, sino la noche anterior, donde toma conciencia de la realidad a la que se enfrenta: sabe que, a pesar de su brutal entrenamiento, no puede vencer a su contrincante, y mantiene una conversación transcendental con Adrian, ya convertida en su novia, y lo que es aun más importante, consigo mismo:

“No puedo hacerlo. No puedo ganarle... a quién intento engañar. No estamos al mismo nivel” (R)
“¿Qué vamos a hacer?” (A)
“No lo sé” (R)
“¡Has trabajado mucho!” (A)
“Sí, pero no me importa, porque antes no era nadie” (R)
“No digas eso” (A)
“No era nadie. Pero eso no importa, porque he estado pensando que da igual si pierdo el combate. Da igual si me abre la cabeza. Porque lo que quiero es durar. Nadie le ha durado mucho a Creed, y si puedo durar mucho, si suena la campana y sigo en pie, sabré por primera vez en mi vida que no era sólo otro inútil del barrio” (R)

¡Por fin lo ha comprendido todo! El objetivo no era tumbar a su oponente ni ser mejor que ningún otro: era ser quien es en realidad, sacando a relucir lo mejor que hay su interior. Esa sería su victoria. Aguantar de pie por sí mismo para demostrarse lo que es capaz de hacer. Como expresa el comentarista del combate: “Éste es el cuento de cenicientas que ha cautivado a millones de personas en todo el mundo”. Por eso, aquellos que ven por primera o por enésima vez esta historia, se emocionan por el mensaje que transmite.
Todo esto queda reflejado en el último asalto, donde podemos contemplar cómo ha cambiado su espíritu. Antes se consideraba otro inútil del mundo, pero ahora le grita a su mánager: “¡Si tiras la toalla, te mato!”. En boxeo, tirar la toalla es una señal de rendición para que el árbitro decrete el final. El Potro italiano no se iba a rendir por nada del mundo. Estaba luchando por sacar lo mejor de sí mismo, llegando hasta el límite de sus propias posibilidades.
(Las claras similitudes entre la realidad de Wepner y la ficción de Rocky)

Finalmente, concluye el combate. Apollo gana por puntos. Ambos contrincantes se abrazan. El campeón revalida el título y le dice al supuesto perdedor:

“No habrá revancha”.
“No la necesito”, contesta Rocky.

Le da exactamente igual que su contrincante haya ganado el combate a los puntos, puesto que él ha ganado su propio combate por K.O. Ahí estaba su victoria.

Tu propia lucha & El uso de tus dones
Nuestra lucha, nuestra victoria, no es ser mejor que nadie, sea amigo, hermano, padre, madre, compañero de estudios o de trabajo. Tu lucha no es por ser mejor que los que te rodean. No es por tener más o ser más. Luchar por el reconocimiento social, cuando el reino de Dios no es de este mundo (Jn. 18:36), es lo más absurdo que existe. Tu lucha es para tu Dios. Tu lucha y mi lucha es por agradarle con nuestro corazón y hacer Su voluntad, la cual se exterioriza en obras, principalmente en la predicación de las Buenas Nuevas y de todo Su consejo (cf. Hch. 20:27), ya que fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). De esta manera, podremos decir un día como Jesús le dijo al Padre: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).
Buena parte de tu lucha en el “ring”, que es este mundo, consiste en que uses al servicio del Reino los dones que Él te regaló. Aunque ya dije en “Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el alcohol para alcanzar todo tu potencial y el éxito social? & ¿Usar el alcohol para “estar” bien?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html), artículo al que remito para el que quiera la explicación amplia, aquí dejo la síntesis en una sola frase: Pablo enseña que Dios ha dado dones a los hombres (cf. Ef. 4:8), pero toda obra humana que no haya servido ni sirva para la gloria eterna de Dios, será quemada por el fuego (2 P. 3:10-13). Buena parte, o casi toda me atrevería a decir, de la literatura secular, de la música, del arte o de los logros deportivos, desaparecerán por completo.
Pongo tres ejemplos personales que cada uno podrá individualizar y llevar a su propio terreno: como amante de la ciencia ficción y la fantasía, en más de una ocasión he pensado en escribir una novela que mezclara ambos géneros. En mi mente está el bosquejo desde tiempo inmemorial. También, para el que no lo sepa a estas alturas, me gustan los cómics, e inicié una página en Facebook para hacer reseñas de las mejores obras. Y, por último, pasé a publicar semanalmente un resumen con las noticias nacionales e internacionales más destacadas que se hubieran producido. Pero, en todos los casos, llegué a la misma conclusión: ninguna de esas eran “batallas” a las que debía dedicar mi tiempo y esfuerzo, así que desistí, por la sencilla razón de que no tenían utilidad alguna para la exposición del Evangelio de forma directa. Seguí nuevamente las palabras de Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:1-4).
¿Qué es lo que hago entonces? Por ejemplo, en lugar de limitarme a reseñar cómics, uso alguno de ellos para llevarlos al terreno bíblico, como pronto se verá reflejado en una nueva etiqueta en el blog. Lo mismo con las noticias seculares, películas o series: me sirvo de ellas para enriquecer los artículos cristianos y analizarlos a la luz de las Escrituras, sacando así lo verdaderamente valioso y perdurable. Todo ello lo hago porque lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí(Gá. 2:20). La persona que sabe lo privilegiado que es por haber sido salvado, vive para Él, no para su propia gloria, para el aplauso de otros ni para lo efímero.
Visto lo visto, la pregunta que deberías hacerte es contundente: ¿estás usando los dones para Dios y Su obra, o lo haces para ti mismo y la alabanza de los hombres? ¿A qué exactamente estás dedicando tu esfuerzo? ¿Estás desviando tu tiempo en actividades que no tienen utilidad verdadera ni perdurarán en la eternidad?

Continuará en: Rocky, el potro italiano (2ª parte). ¿Te han golpeado? ¡Levántate de la lona!


[1] Entrevista con el periodista William Baer en el libro Rocky: The complete films.

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