Venimos
de aquí: La actitud ante la enfermedad propia y ajena & El
ejemplo de un padre. https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/02/6-la-actitud-ante-la-enfermedad-propia.html
Lo
que piensan los pro y los anti sobre la libertad de decidir morir
Los pro-eutanasia parten de la premisa de que la potestad
sobre la vida y la muerte le corresponde única y exclusivamente al propio
individuo. Por lo tanto, es la persona y nadie más quién decide libremente
cuándo darle conclusión a su vida, puesto que ésta no es considerada una
obligación. Se defiende como un derecho para la población.
Dicho esto, es justo señalar todo lo
que dicen ya que exponen su argumentación de una manera clara y sencilla:
entienden que la eutanasia es para el que le desea, nunca una imposición. Esto
nos presenta una situación bien definida:
- El que se sienta anímicamente
fuerte y quiera gastar hasta su último aliento de vida –a pesar de sus
enfermedades, dolores y circunstancias-, es libre de hacerlo.
- Aunque los cuidados personales y
médicos sean aceptables para el paciente, siempre hay que respetar la voluntad
de éste si quiere acabar con su vida. En este supuesto, él será también quién
elija el cuándo.
Por lo tanto, para ellos no hay
decisiones incorrectas puesto que lo que prima es la libertad de decisión – sea en un sentido u otro- y el derecho a
elegir el cuándo.
Para aclarar esta cuestión, podemos
empezar por definir qué es la libertad. Según el diccionario, estos son algunos
de sus significados:
- Es la “facultad que
tiene el ser humano de obrar o no obrar según su inteligencia y antojo”.
- Es el “estado o condición del que no está prisionero
o sujeto a otro”.
- Es la “falta de coacción y subordinación”.
Atendiendo literal y estrictamente a estas
definiciones, cualquier persona es libre de hacer lo que quiera con su vida, y
eso incluye acabar con ella. Sin embargo, los pro recalcan con insistencia que el Estado, los políticos y la
religión les roba esa libertad. Esta acusación es una falacia. Nadie obliga a nadie a vivir. Nadie les impide ejercer esa libertad que tienen. Pueden hacer lo que
quieran y cuándo quieran. Pueden obrar a su antojo. No están prisioneros ni
sujetos a otros. No son coaccionados ni están subordinados. Ellos tienen el poder
que se otorgan a sí mismos. ¿Quieren acabar con sus vidas? Está en sus manos
llevarlo a cabo en el momento en que lo consideren oportuno. Y esto no es
cinismo por mi parte; es la pura realidad.
El problema que tenemos aquí es que hacemos distinción
entre suicidio y eutanasia. Se señala que las formas no son las mismas, que en la
primera se acaba de forma violenta e indigna, y en la segunda en paz sobre una
cama. Uno es más estético que el
otro, pero la cuestión es que el fin es el mismo: matarse a uno mismo; otra forma de suicidio. Y ahí entra de nuevo
la libertad personal. Algunos afirman que “es
cruel que el Estado obligue a vivir a una persona que no quiere hacerlo. Ya
está bien de intromisión de las iglesias, políticos y médicos en lo que debe
ser un derecho de la persona individual. ¿Quiénes son para decirme a mí cuánto
tengo que vivir y hasta cuándo? Una persona
adulta debería poder elegir cómo poner fin a su vida”. Todos estos postulados son muy elocuentes,
pero omiten los hechos: la realidad es que nadie se entromete. Nadie obliga a vivir. Nadie obliga a nada a nadie. La
persona tiene la libertad individual entre sus manos. El libre albedrío que
exigen ya lo tienen. El que quiera dar por concluida su vida, tiene el poder de
hacerlo cuando quiera.
Dicho esto, y de igual manera, una persona no puede
esperar a que un gobierno apoye su deseo –puesto que los deseos no son
derechos-, y que terceras personas (sean médicos o familiares) hagan por él
–directamente o proporcionándole los medios- lo que por sí mismo no quiere
hacer. En el caso de que no puedan hacerlo por sí mismo por el propio deterioro
del cuerpo, tampoco pueden endosarle a nadie esa responsabilidad,
consabidamente traumática.
Dejando a un lado estas justificaciones que ofrecen,
lo más habitual es lo que ellos mismos reconocen: no se atreven, sea por miedo
a que el plan salga mal, a quedar en peor estado, a sufrir, a la preocupación
de que su nombre quede estigmatizado ante la sociedad, etc. Pero todo esto
esconde casi siempre el instinto de supervivencia y que les impide suicidarse.
Los pro
dirán que esto es desalmado, pero la realidad es que lo fácil es culpar siempre
a los demás, cuando la libertad sobre sí mismos ya la tienen. Si no quieren
ejercerla, no culpen a otros. La
libertad del que anhela la muerte no tiene que institucionalizar el cómo
hacerlo a golpe de ley.
¿La
decisión de morir es un acto de libertad ilimitada?
Para responder a este planteamiento
podría decir lo que creo basándome en mis creencias cristianas, pero ya dije en
el primer artículo (Eutanasia:
¿La buena muerte?
http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/03/1-eutanasia-la-buena-muerte.html)
que no usaría razonamientos que incluyeran la fe hasta el capítulo final, y tampoco lo haré en lo que
atañe a esta cuestión sobre la libertad personal.
Una vez que he mostrado los argumentos
principales que usan los pro y los anti, paso a continuación a explicar el
mío que va un paso más allá, que consiste en ampliar el concepto del término libertad. En mi opinión, la libertad absoluta es una quimera. Como
tal, no existe, como no existe la autonomía absoluta. No somos libres porque
hay muchas decisiones que no dependen de nosotros:
- No tenemos
libertad para elegir si queremos venir o no a este mundo. Es una acción que
depende de otras personas.
- No
tenemos libertad para escoger el lugar y la fecha de nacimiento.
- Cuando
éramos jóvenes, no teníamos libertad para escoger una u otra comida: nuestros
progenitores nos daban la que creían conveniente.
- No
tenemos libertad para conducir cómo y por dónde queramos. Podemos manejar un
vehículo si tenemos el carnet de circulación, pero no libertad para ir en
dirección contraria, por medio de un parque o saltándonos los semáforos en
rojo.
Son
únicamente algunos ejemplos muy básicos de muchos que podríamos citar. En la
vida adulta y en lo concerniente a la eutanasia, por mucho que se proclame a
los cuatro vientos que es nuestra vida, que nosotros decidimos y que los demás
tienen que respetar esa determinación, la decisión de dejar de vivir tampoco depende en exclusiva de nosotros. ¿Por qué
hago esta afirmación? Porque se reiteran una y otra vez los derechos que tenemos pero se pasan por alto los deberes.
Y entre los deberes que tiene la persona que desea morir está el escuchar las
voces de los que le rodean: padres, espos@, hij@s y herman@s. Cuando una
decisión implica y afecta a más personas, la libertad en términos absolutos
desaparece. La libertad individual tiene límites, por mucho que se quiera
defender lo contrario. Esa es la frontera que hay que tener clara entre derechos y deberes.
El filósofo Stuart Mill (1806-1873)
dijo sobre la libertad: “Cada individuo
tiene el derecho a actuar de acuerdo a su propia voluntad en tanto que tales acciones no perjudiquen o dañen a otros”. Como
bien se explica aquí: “Defiende Stuart
Mill que no puede permitirse que el individuo se perjudique permanentemente a
sí mismo y a sus bienes, porque somos seres sociales y el daño que se inflige
uno a sí mismo repercute en los demás”[2].
Todo
se enfoca en el principio de que el enfermo no quiere que la familia cargue con
él, y que sería muy egoísta no respetar su decisión de morir por el hecho de que
otros le amen y quieren tenerle cerca a pesar de la enfermedad. No lo veo así,
por la sencilla razón de que se desvía la atención ante los límites de la
libertad que deja bien claro el señor Mill, obviando con esto dicho
planteamiento: ¿El paciente le ha preguntado a su familia qué piensa al
respecto? ¿Le ha pedido a los que le aman que le digan cómo les afectaría si
tomara la decisión de la eutanasia? ¿Está dispuesto a que le lleven la
contraria? ¿Ha pensado en la conmoción emocional y psicológica que
experimentarán sus hijos al saber que quiere morir ya? ¿Está completamente
convencido de que ellos no querrían tenerlo a su lado, independientemente de
que tuvieran que volcarse en atenciones sobre él? Se pone todo el énfasis en
respetar la voluntad de la persona, pero no se hace ninguna mención a que ésta
valore las opiniones de sus cercanos.
Nos
basamos en el principio de que el enfermo se beneficia ante la eutanasia, pero se deja a un lado cómo perjudica
a otros. Por eso creo que quien antepone la libertad individual infravalorando
la de los demás –en este caso, la de los seres queridos-, abusa de su propia
libertad.
Si en
el matrimonio –que está formado por dos personas- las decisiones son
consensuadas, ante la muerte tampoco tendría que haber una única y última
palabra. No debería ser un “yo”, ni siquiera un “tú”, sino un “nosotros”. Por
eso, en los votos matrimoniales, se dice: “Te quiero a ti como
esposa y me entrego a ti, y prometo
serte fiel en las alegrías y en las penas, en
la salud y la enfermedad, todos los días de mi vida”.
Siempre
se muestran testimonios de familiares que, ante la cámara de televisión, apoyan la decisión
del esposo o del padre de acabar con su vida. Si las entrevistas a los seres
cercanos fueran completamente privadas y sin posibilidad de que el enfermo las
oyera, las respuestas serían muy diferentes, como ocurre en muchas ocasiones
donde el cónyuge o los hijos se han posicionado completamente en contra. Pienso
que, en la realidad, muchos de ellos los apoyan
–o, al menos, se mantienen al margen o dicen respetar la decisión-, porque
no les queda más remedio, no porque realmente estén de acuerdo. Se evitan
enfados, discusiones que pueden acabar en serios reproches y en la propia ruptura
familiar.
Visto
de esta manera, para mí la libertad acaba donde comienzan los derechos de los
que me rodean. Es por eso que el enfermo debería aprender con buena actitud y
disposición a escuchar el corazón de los seres queridos. Tras hacerlo, estoy
convencido de que muchos –que no todos- recularían en su decisión ante la
eutanasia, aunque siempre habría casos que seguirían insistiendo a pesar de la
oposición de la familia.
Continuará en ¿Cansado de vivir? El destino a punto de
alcanzarnos.
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