lunes, 11 de octubre de 2021

Misa de medianoche: entre la fe y el fanatismo religioso

 


Salvo contadísimas excepciones, ni veo ni me gustan las películas de terror, pero tras leer la sinopsis de la miniserie “Misa de medianoche”, donde se mencionaba un fuerte componente religioso, decidí darle una oportunidad. Cualquiera que haya leído una reseña sobre ella, habrá observado que está calificada dentro del género de terror. No estoy completamente de acuerdo. Sí, tiene escenas que, más que nada, resultan desagradables, especialmente en sus dos últimos capítulos, y por ello no se la recomiendo a nadie especialmente sensible o que le afecte la visualización de escenas de sangre. Pero, calificarla como tal, sin más, es una opinión muy superficial sobre la obra del director Mike Flanagan. Existe un elemento de terror y fantasía (el vampiro y lo que representa), pero dicha figura es un mero pretexto para tratar temas reales de la vida misma, como es la fe, el fanatismo religioso, la culpa, el arrepentimiento y la increencia, todo ello representado en varios de los protagonistas. Al ser tan auténtico lo que nos muestra, siendo un reflejo de millones de personas, es una ocasión perfecta para analizar las distintas vertientes en este producto televisivo, y que puedes leer tanto si la has visto como si no. 
Como lo que quiero diseccionar tiene que ver directamente con algunos de los personajes, me limitaré a hacer un breve resumen de la trama, para luego saltar a dos de ellos. Más adelante en el tiempo, me gustaría analizar a otros dos, sumamente interesantes. Pero eso lo dejo para otra ocasión, ya que de lo contrario este escrito se haría excesivamente largo. 
La acción transcurre en Crocket Island, una pequeña isla con apenas unas decenas de habitantes, después de que muchos la abandonaran tras un vertido tóxico en el mar años atrás, por lo que la vida no es nada fácil. Allí llega Riley Flynn, que ha estado cuatro años en prisión tras matar accidentalmente a una chica en un accidente de tráfico, donde él iba borracho. Sus padres católicos le reciben después de una larga espera; la madre con alegría, el padre no tanto por el dolor que causó a la familia. Al mismo tiempo, aparece en la isla un nuevo sacerdote, el Padre Paul, ya que, según sus propias palabras, monseñor Pruitt, el anterior responsable de la iglesia de San Patricio, está enfermo y recuperándose en la península.
En la primera misa que celebra Paul, se encuentra que la iglesia está prácticamente vacía, algo que en pocos días cambiará por un “milagro”. Leeza, una adolescente y devota, que quedó paralítica tras recibir un disparo de un lugareño, se levanta ante las palabras del sacerdote, después de incitarla a hacerlo. A partir de entonces, otros hechos inexplicables comienzan a suceder: una mujer con Alzheimer recupera su cordura y, no solo eso, sino su juventud. La madre de Riley, que usaba gafas, ya no las necesita y ve perfectamente. Su padre, con dolor crónico de espalda, se recupera completamente, hasta tal punto que baila con su esposa después de varias décadas. Y eso no será todo, donde incluso la muerte y la resurrección de los feligreses harán acto de presencia. Pero todo tiene “truco”...

El líder que se convirtió en “vampiro”... y que se arrepintió

Aquí tenemos al padre Paul, que realmente es monseñor Pruitt, solo que rejuvenecido cincuenta años, y por eso nadie lo reconoce. ¿Cómo es esto posible? Él mismo cuenta lo sucedido: anciano, con demencia senil, en un viaje a Jerusalén se perdió en medio del desierto. Al borde de la muerte, encontró un templo semiderruido y enterrado en la arena. Cuando entró, descubrió que no estaba solo. Una criatura, un vampiro, se abalanzó sobre su cuello para beber su sangre. En lugar de matarlo, este ser, lo vio como la manera perfecta de poder salir de allí, por lo que le dio a beber de su propia sangre, sanándolo tanto física como mentalmente. Pruitt/Paul regresa a Crocket Island con la intención de que todos puedan experimentar lo mismo, así que, durante la Santa Cena, y sin que nadie lo sepa, le añade al vino la sangre que el vampiro le va proporcionando. Esta es la causa de los “milagros”. 
En su mente infectada por la religiosidad más enfermiza, consideró que el vampiro era un ángel. No solo lo creyó en el momento, sino lo que es peor: cuando ya había recuperado sus facultades. A partir de entonces, comenzó a creer que oía la voz de Dios casi directamente, que llenaba su ser de una manera especial y que le revelaba como nunca antes la verdadera interpretación de la Biblia.
Esto mismo, obviamente sin el componente vampírico, lo encontramos entre muchos de los que se hacen llamar hoy en día “apóstoles” y “Ungidos de Jehová”. Consideran que ellos tienen nuevas revelaciones. Si Paul señala que las recibió en un Templo, estos “apóstoles” afirman recibirlas en sueños o en profecías dadas por terceras personas. También las “aprenden” en eventos y congresos, de los cuales regresan entusiasmados, adoptando a posteriori ciertas prácticas para sus congregaciones, donde Dios les dice a cada instante qué hacer y cómo guiar a los demás, independientemente de lo que enseñen las Escrituras, aunque para darles una capa de veracidad la citan retorcidamente tomando de aquí y de allá.
Se alimentan de los crédulos de buena fe, de ingenuos y de neófitos. Seducen y persuaden con palabras firmes, convincentes y llenas de autoconfianza. Con sonrisas por doquier, sobredosis de amor y colmillos bien afilados, le “sacan la sangre” a sus fieles, principalmente manipulándolos bajo estados de éxtasis musical y promesas cercanas y futuras de bendiciones sin fin, casi siempre consistente en dinero, prosperidad material y una vida mejor, sin dolor ni sufrimiento terrenal, y llena de éxitos, que, “curiosamente”, solo termina por reportarles a ellos. Y, por supuesto, donde la enfermedad evitará a toda persona que crea en sus palabras. Si alguna cae afectado, es por falta de obediencia. Si caen ellos, señalan que es una prueba de Dios para fortalecerlos. Toda una paradoja que se convierte en manipulación pura y dura. Jamás se les oirá decir que once de los doce apóstoles de Jesús murieron mártires; en el caso de que alguno lo haga, será para dar alguna explicación estrambótica, donde la muerte no tocará a los que tengan “fe”.
Lo más triste de todo es que, como en el caso de Paul, se creen sus propias mentiras después de años de entrenamiento. Otros lo hacen plenamente conscientes de sus acciones, a sabiendas, pero se acostumbran a hacerlo de tal manera que lo justifican ante su conciencia, hasta que ésta se calla y deja de molestarles.
La ética y moral que tienen es líquida; es decir, cambia constantemente y según les conviene, ajustándola a sus propios deseos, aunque digan que es parte de “los designios de Dios”.
Como muchos de ellos están convencidos que sus intenciones son buenas y loables, son difíciles de vislumbrar a simple vista, lo que los convierte en peligrosos. No siempre es sencillo distinguir entre lo sano y lo enfermizo que promulgan, puesto que ambas líneas se difuminan y se entremezclan con suma facilidad. Por eso es relativamente sencillo caer en sus redes.
A lo largo de casi toda la serie, el sacerdote Paul no muestra ningún remordimiento ni culpa, como le confiesa a Riley. Cree que está haciendo la voluntad de Dios. Y así hasta que llegamos al capítulo final, donde su conciencia despierta plenamente y observa el horror de sus actos, que le llevan a sentir ira hacia sí mismo, reconociendo que él y el resto de ellos son los verdaderos lobos, y que ese supuesto ángel no es tal, sino un monstruo. Estas palabras suyas lo resumen todo de forma escueta: “Me equivoqué. Nos equivocamos. Está mal. Hay que detener esto. Yo nunca he sido lo importante. ¡Lo que importa es Dios!”. Aunque ya es tarde para dar marcha atrás, aunque sus acciones traen como consecuencia la muerte de casi todos los habitantes de la isla, se arrepiente de su maldad.
¿Sentimos repugnancia por todo lo que ha hecho? ¡Sin duda! Pero, a los ojos de cualquiera que conozca la Biblia, y la tenga por norma de fe y conducta, se hacen visibles diversos textos como si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18), “todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mt. 12:31) o “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9), entre otros muchos.
En el alma de todo cristiano, en el corazón de cada iglesia, en el altavoz de cada púlpito, deberían retumbar las palabras del salmista respecto a Dios: “Porque más grande que los cielos es tu misericordia, y hasta los cielos tu verdad” (Sal. 108:4). Siendo un personaje ficticio, la historia de Paul –el malvado que se arrepiente y es perdonado-, y la del resto de lugareños que comienzan a cantar himnos pocos minutos antes de morir por los rayos del sol, es reflejo de una más entre decenas de ellas narradas en la Biblia, donde millones más se han dado a lo largo de la historia de la humanidad, y que siguen produciéndose en el presente. Así será hasta la Parusía.
Esa es la labor del Espíritu Santo: convencer de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8). Jesús dijo que todas las cosas son posibles para Dios (Mr. 10:27). Y, como el Espíritu Santo es Dios, no es imposible que alguien se arrepienta, sea quien sea o haya hecho lo que haya hecho. Ese es el Dios de la Biblia, el cual dice que no quiere “la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ez. 33:11). A diferencia de lo que promulga el humanismo ateo, esta es la teología hecha carne, hecha vida.

La fanática religiosa que se hizo “vampira”... y que no se arrepintió

Sin duda alguna, Beverly Keane es la gran villana de la serie. Ni el vampiro ni el sacerdote. Ella. Es el clásico papel que nos causa repulsa por su hipocresía manifiesta y que, a los cristianos, nos enoja, al mostrar a los inconversos o recién convertidos una imagen distorsionada y falsa de Dios.
Antes de desarrollar un poco más la idea, es completamente necesario hacer una aclaración: aunque a ella la describo como “fanática religiosa”, hay que saber que no siempre que llaman a una persona como tal, lo es. A los ateos, a los ex-cristianos que “volvieron a Egipto” y a los cristianos ligth o fríos como un témpano, les ofende sobremanera los cristianos que no se desvian ni a izquierda ni a derecha de la voluntad de Dios descrita en Su Palabra, considerando fanáticos o, como mínimo, “obsesionados”, a aquellos que se someten a ella en todos los aspectos de la vida, tanto en asuntos doctrinales como en los éticos y morales. ¿Son “fanáticos”? Desde el punto de vista de estas personas, sí. Desde el punto de vista de Dios, no. Estos verdaderos creyentes son los que van por el camino estrecho que conduce a la vida eterna (cf. Mt. 7:14), y les da igual lo que piensen de ellos.
Dicho esto, sigamos con Beverly. Habla del amor del Altísimo, pero no hay amor en ella. Predica de la Gracia, cuando carece de la misma. Desea ver “la iglesia” llena, pero no le preocupan las personas que la componen. Quiere que el gozo del Señor se extienda, cuando ella está amargada en el fondo de su alma. Conoce la Biblia, pero la usa de forma distorsionada, a su antojo, cuándo y cómo le conviene. Habla de la libertad para conocer a Dios, pero trata de imponer a la fuerza sus creencias. Llama al arrepentimiento, pero ella no se arrepiente de nada. Anuncia el perdón, pero se venga con sus propias manos. Tiene un ojo avispado para ver los pecados ajenos, pero está ciega ante los propios. Quiere quitar la paja del ojo del prójimo, cuando tiene delante de sí una viga que la tapa por completo. Disfruta diciendo a los demás lo que tienen que hacer, pero ella solo se somete a sí misma. Dios es simplemente un instrumento al que usa para llenar su ego y alcanzar su propia gloria.
En la serie podemos ver a Beverly encubriendo el pecado (todo un asesinato) del sacerdote Paul. Cuando se encuentra el cuerpo ensangrentado y sin vida de Joe Collie –el borracho que estaba tratando de rehacer su vida tras ser perdonado por Leeza, la chica a la que dejó inválida de un disparo-, en lugar de confesarlo ante el resto de los fieles y llamar a las autoridades policiales, le dice al alcalde del pueblo que lo envuelva en una alfombra y lo arroje al mar. Cuando la confronta, ella le propina una bofetada y le suelta todo un sermón, que rezuma malevolencia, aunque lo enmascara usando el nombre de Dios con palabras como estas: “´El hombre que actúa con osadía, negándose a obedecer al sacerdote que representa a nuestro Señor, vuestro Dios, ese hombre debe morir` (Deuteronomio)` Este hombre lleva toda la vida siendo una lacra para toda la comunidad. Es un pecador, un viejo verde, un pagano de categoría. Es un mutilador de niños, una maldición. Dios se ha cobrado su deuda”. Resulta espantosa la manera en que pervierte la enseñanza divina. Su exégesis es blasfema como poco. Mientras que la chica inválida, siguiendo la verdadera voluntad de Dios, perdonó a Joe, esta “religiosa” se alegró de su muerte. La diferencia es extremadamente obvia.
Aunque los casos no suelan ser tan extremos en el mundo eclesial, cuando se convierten en la mano derecha del líder o, al menos, en alguien muy cercano, consideran a este como intocable. Lo defienden, haga lo que haga, incluso cuando sus acciones no van en consonancia con las Escrituras, aunque las vende como si lo fueran. Por eso considera que toda persona que disiente está perdida, en tinieblas o que ha sido prácticamente poseída por el diablo.
En muchas comunidades cristianas existen personas así, puesto que el fariseísmo no está limitado a los judíos del siglo primero. Disimuladamente, cuando caminan entre los pasillos, la mayoría procura evitarlos. El problema reside en que, si están en puestos de responsabilidad, terminan por hastiar de tal manera que lleva a muchos creyentes a marcharse de dicho lugar, normalmente con heridas, traumas y secuelas, que tardan meses o años en superar. Otros no lo hacen y, lamentablemente, se apartan de Dios, llenos de amargura, incapaces de separar la bondad del Altísimo de la maldad de los hombres. Creyéndose libres, se vuelven esclavos de sí mismos. Y, usando las palabras de Pablo, de nuevo se hace realidad en ellos vivir “sin Dios y sin esperanza en el mundo” (Ef. 2:12), lo cual es el pozo más oscuro al que se puede enfrentar el alma humana.
El caso de Beverly es justo el opuesto al del padre Paul. Si éste renunció a seguir por ese sendero de muerte y a expandir su “evangelio” por la península, ella no dio un solo paso atrás; incluso lo llamó fariseo, cuando era ella la farisea. Su final lo vemos justo antes de que salga el sol, donde ya no puede escapar a su destino: se arrodilla y comienza a llorar llena de rabia, pero no como signo de arrepentimiento, sino porque sus planes han sido frustrados, incapaz de ver sus errores y pecados. Como le dijo Annie Flynn, la madre de Riley, y en conclusión: no es una buena persona. No cambió ni ante las puertas de su propia destrucción. Estuvo toda la vida hablando fervorosamente de Dios, pero nunca lo conoció.

¿Quién eres tú?
Aquí podríamos terminar, quedándonos con el análisis de la serie y su extrapolación eclesial en el presente, recreándonos en lo que hemos leído, y pensando en otras personas en lugar de en nosotros mismos. Pero mi propósito final no es ese, sino que cada uno se mire a sí mismo, partiendo de este conocido texto: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).
Ahora que hemos visto quién es quién, nos queda hacernos algunas preguntas. Y me repito: no para traer a nuestra mente a otros individuos, sino para que cada uno piense en sí. Para eso, dejo estas cuestiones que ayudarán a la reflexión:

- ¿Algunas de las características de los personajes descritos forman parte de tu personalidad?

- ¿Eres un verdadero cristiano o simplemente un religioso?

- ¿Sirves a Dios para Su gloria, o lo haces para que te aplaudan y te alaben, y así alcanzar tus anhelos de reconocimiento?

- Bajo la apariencia de buenas intenciones, ¿has manipulado o manipulas a alguien para lograr tus propios fines, sean los que sean?

- ¿Estás predicando la gracia de Dios o solo añades cargas e insultos a otras personas, sean creyentes o incrédulos?

- ¿Anuncias todo el consejo de Dios o solo las partes que te gustan, desechando las que no se ajustan a tu forma de pensar?

- ¿Has rendido todas las áreas de tu vida al Señor o solo las que te convienen a tu parecer?

- ¿Hablas del amor, el perdón y la misericordia de Dios, o lo que realmente deseas es la venganza ante la maldad humana?

- ¿Te fijas continuamente en los pecados de los demás y no miras el estado de tu corazón?

- ¿Eres consciente de que Dios te perdona siempre que te arrepientes sinceramente?

- ¿Te preocupas en estudiar seria y profundamente lo que otros enseñan para asegurarte de que están en lo correcto, o das por veraces sus palabras por el hecho de ser quiénes son, como pastores, evangelistas, predicadores o líderes?

- ¿Tu vocabulario es propio de un cristiano nacido de nuevo?

- ¿Usas tus dones y talentos para la obra de Dios, o tu tiempo libre solo lo dedicas al ocio y a algunas aficiones propias?

- ¿Estás preparado, en paz, para cuando el Dios del universo te llame a Su presencia, sabiendo que tu nombre está escrito en el Libro de la Vida?

- Y, por último. ¿Tu fe está edificada sobre la arena, dependiendo de cómo te va la vida (salud, emociones, dinero, trabajo, amistades, ministerio eclesial), o sobre la roca, que depende únicamente de Cristo (de lo que Él hizo en la cruz, de su resurrección y de Sus promesas eternas)?

Reflexiona sobre cada una de estas cuestiones y responde con honestidad. Ahora estás tú, Dios y tus pensamientos, y nadie más. 

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