Aunque la imagen del encabezado es de una mujer, este escrito es exactamente igual de válido para los hombres.
Pero hombre, ¿cómo va a ser la belleza una tiranía, si
Dios mismo fue el creador de la belleza tanto en la naturaleza como en el ser
humano? Entiendo tu argumentación, pero ahora déjame exponer la mía y veremos a
qué punto intermedio podemos llegar.
¿La belleza y
un buen físico abre puertas?
Cuenta una leyenda urbana –basada en fotos del pasado-
que yo era un jovencito hermoso: rubio, pelo rizado y carita de ángel. Eso sí,
la historia dio un giro radical cuando
esa misma belleza desapareció a los diez u once años. Hay casos donde sucede
todo lo opuesto: chicos y chicas que, de críos, son rematadamente feos (para
qué vamos a ocultar la realidad) pero que, en el paso de la adolescencia a
hombres y mujeres, se convierten en verdaderos bellezones.
Sobre la cara bonita de mi infancia... si no fuera
porque en aquella época no existía el photoshop,
pensaría que esas fotos estaban retocadas. Hoy en día ni el mejor programa de
edición me arreglaría. Y quién me vea guapo le aconsejaría que acudiera
urgentemente al cirujano ocular para un trasplante de córnea. Con esto me estoy
refiriendo al contenido de mi cara, pero ¿y el cuerpo? Puesto que hago deporte
desde que tengo uso de razón, casi siempre he estado en buena forma, excepto,
obviamente, cuando he estado lesionado o enfermo por largas temporadas, y los
siete u ocho años siguientes tras mi conversión donde apenas tuve el tiempo
necesario para entrenar y que no vienen al caso contar.
Pero volviendo a mi adolescencia -y antes de seguir
con la etapa presente- recuerdo varias anécdotas asociadas con la pregunta de
este apartado: ¿abre puertas un físico moldeado? Aquí hay que responder un
rotundo sí. ¿Qué clase de puertas? Seamos sinceros: aunque hay otras (como
algunas laborales), principalmente la de resultar atractivo a los ojos de las
personas del sexo opuesto. Y aquí contaré esas dos historias. Ten en mente al
leerlas que lo que destacaba en mí no era ni mucho menos mi rostro, sino el
resto del cuerpo.
Dos ejemplos
personales
Tendría diecisiete años cuando un amigo de mi etapa
escolar me llamó por teléfono para que le hiciera un gran favor: estaba
saliendo con una chica –su primera novia- e iba a ir a la playa con ella y sus
amigas. Le daba vergüenza, así que quería que le acompañara. Puesto que a mí me
gusta menos la playa que a una oveja un matadero, me resistí al principio, pero
al final accedí sin ganas. Cuando me quité la camiseta, mi amigo me dijo (lo
recuerdo perfectamente): “¿Quieres dejar de apretar los abdominales? Me dejas
en evidencia”. Como los tenía muy marcados, él tenía ese impresión. Le dije que
no estaba apretando y se lo demostré. Cuando llegamos a donde estaban las
amigas de la novia, una de ellas se me pegó como una lapa, y así estuvo toda
la tarde. Quería lo que que quería, y
seguro que me entiendes. Si hubiera podido convertirme en un murciélago y salir
volando, lo habría hecho. Al día siguiente, mi amigo me telefoneó nuevamente:
resultaba que aquella chica quería quedar conmigo para “enrollarse”; así, tal
cual. Le había gustado mi cuerpo y voilá.
Ni que decir que me negué y me enojé. Aunque por entonces no era cristiano
“nacido de nuevo”, gracias a Dios nunca fue ese mi estilo, algo que los que me
rodeaban no comprendían. En una ocasión, una persona adulta –que no diré quién
es- me dijo que me estaba perdiendo lo más bonito de la adolescencia: tener
relaciones sexuales. Sentí náuseas porque me parecía inmoral ante los valores
en los que fui educado.
La segunda historia transcurrió uno o dos años
después. Mi familia sacaba un bono para pasar el día en la piscina de un hotel
precioso que hay al lado de mi casa. Prácticamente veraneaba allí. Por
entonces, era un lugar muy tranquilo donde solo iban extranjeros en edad de
jubilación. Ese verano, vinieron dos chicas inglesas de mi edad, con un color
más blanquecino que el del Conde Drácula, pero bastante guapas. No recuerdo
cómo, pero con una de ellas –llamada Caroline y que chapurreaba el español-
hubo feeling y nos llevábamos muy
bien, hasta el punto que parecía que había interés más allá del normal: ella me
gustaba y pensaba que yo también a ella. El padre de un amigo se dio cuenta, ya
que ella siempre preguntaba por mí cuando yo no estaba y no se separaba de mi
lado cuando llegaba, así que me animó a que la invitara a salir. Tan racional
que he sido casi siempre –o asustadizo, vete a saber-, dije que no, porque ella
se iba en dos semanas, y a mí eso de los “amores de verano” nunca han ido con
mi forma de ser, por mucho que las revistas del corazón y el cine lo tengan
mitificado. Al final, todo fue una película, pero de las malas. Un día, Caroline
me dijo que quería hablar conmigo a solas, y mi imaginación comenzó a volar; en
medio segundo se me pasaron por la mente un millón de ideas: todas maravillosas
y románticas. Pero esto fue lo que me dijo: “Me
gusta mucho -y aquí se hicieron eternos los dos segundos que transcurrieron
hasta que dijo la siguiente palabra, porque pensaba que iba a decir mi nombre) XXX (un amigo mío mayor y que no digo
quién es para guardar su privacidad). Y,
un poco, YYY (otro amigo mío pero más joven). ¿Cómo puedes ayudarme para hablar y acercarme a ellos?”. No tengo
palabras para describir la cara de tonto que se me quedó, la cual me dura hasta
el día de hoy. No es que yo fuera el segundo plato, ¡es que yo no estaba ni en
el menú! Tanto XXX como YYY eran muy pero que muy guapos, y Caroline no era
ciega. Y si ambos me están leyendo, seguro que se acuerdan.
Pero queda el final inesperado: el día antes de irse,
ella le escribió una carta a XXX expresándole sus sentimientos, y que si quería
fuera a Inglaterra a visitarla. En la misiva añadía un punto sobre mí, y que
pude leer ya que mi amigo me enseñó la misiva: la amiga de Caroline, que
siempre se quedaba a mi lado mirando, que de español no sabía ni “Hola” (y yo
de inglés no sabía ni “Hello”), decía que “le
gustaban mucho los músculos de Jesús” (o sea, los míos) y que se había
quedado con ganas de más. Horas después, me despedí de ellas haciéndome el
despistado como si no hubiera leído nada. Y ahí quedó todo.
Como estas dos “anécdotas”, narradas humorísticamente, podría contar muchas más, tantas que darían para una serie en Netflix, mezclando todo tipo de géneros: comedia, terror y ciencia ficción, basadas en hechos reales, pero que no cuento para no volverme repetitivo, y porque esto no es un reality show. La cuestión es que en ellas hay
un denominador común: chicas que no me conocían como persona ni buscaban una
relación sentimental, “querían” directamente mi cuerpo. Dicho así, suena
cómico, pero para mí suena triste. Nadie se puede imaginar cuánto. Donde otros se hubieran sentido halagados y
hubieran dicho que sí a todo, en mi caso me hacía sentir como un trozo de
carne.
He contado estas
historias desde el punto de vista masculino puesto que soy hombre, pero muchas
mujeres podrían contar experiencias parecidas que han vivido y padecido que les
han hecho sentir un objeto sin alma.
Y las he contado para que podamos entender lo que voy a exponer a continuación.
¿Qué vemos en nuestro mundo “moderno”?
No sé desde qué país
me lees, pero en el mío se ha puesto de moda desde hace unos años unos
pantaloncitos que dejan los cachetes
al aire. ¿Los llevan puestos algunas chicas que trabajan en “profesiones
nocturnas y callejeras”? No. Como he dicho, cada vez está más más extendida. El verano
antes de la Pandemia, fui con mi familia a tomarme un helado a una terraza y
se veía a muchísimas niñas de once años a dieciséis años –y yendo con sus
padres- luciendo estos shorts. Y claro, ellas mirando a ver quién las observaba, que es lo que se busca al vestir de esa manera.
Desde una sana visión
cristiana, si no se tienen las ideas muy
claras, la belleza, en la sociedad actual, puede llegar a ser una maldición
más que una bendición. Maldición no en el sentido de “malo”, puesto que fue
Dios mismo quién creó la belleza en todas las áreas, y el cuerpo en sí no tiene
absolutamente nada de pernicioso, algo que ya he dejado bien claro en otros
escritos. La belleza tiene su valor en su justa medida (En una
relación sentimental, ¿hasta qué punto son importantes la diferencia de edad y
la atracción física? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/09/1066-en-una-relacion-sentimental-hasta.html) siempre y cuando no se caiga en los
excesos insanos (Por favor, dime
lo bueno que soy, que me quieres, y hazme sentir especial: https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/01/por-favor-dime-lo-bueno-que-soy-que-me.html; Cómo nos adoctrinan sobre nuestro cuerpo y qué hacer
al respecto: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/06/como-nos-adoctrinan-sobre-nuestro.html). Así
que, cuando me refiero a “maldición”, lo hago en el sentido de “piedra de
tropiezo” para uno mismo, ya que, con un propósito diferente al orden
establecido por Dios, te puede robar perfectamente la santidad, la integridad y
el pudor sano.
A los hechos reales
aludo: en el presente, es muy raro que una
chica guapa no tenga en sus redes sociales fotos de ella en bikini enseñando
casi todas sus posaderas, sus falditas
más cortas, sus ceñisísimos pantalones de cuero y sus blusas bien abiertas, insinuando o directamente exhibiendo partes concretas de su anatomía. Y con los
chicos exactamente igual: luciendo torsos musculosos y abdominales definidos. Lo de guardarse para sus cónyuges no va con ellos. Ambos sexos entran dentro de la categoría que dijo Salomón: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2).
Como quise empatizar y no quedarme con una versión
simplista, ya expliqué en ¿Cómo debe
vestir una mujer cristiana? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html), que muchas usan sus cuerpos sin malicia, sino para
lograr un fin, que es lograr el verdadero el amor: “Ellas
saben que su cuerpo es como un imán que atrae a los hombres y el deseo profundo
de la mujer es sentirse especial, admirada y amada. Por lo tanto, saben que,
mientras más cantidad de imán
muestren, más posibilidades cabe de que algunos sujetos se acerquen a la fuente
y le ofrezcan el amor que desean. Siguiendo este razonamiento, la necesidad de
mostrar el cuerpo viene a ser una manera de sentirse guapas y bien consigo
mismas por un lado, y de llamar la atención por otro para alcanzar un fin: el
amor. Es como gritar: ´¡Eh, que estoy aquí, miradme, que quiero que me améis!
¿No os dais cuenta de que en el fondo tengo un corazón que anhela el cariño de
aquellos que me rodean?`”[1]. Pero
también vimos que un cristiano no debe caer en ese juego.
Es triste que muchas actitudes de la sociedad caída ya
se consideren normal en la mentalidad de algunos cristianos. El domingo en el
culto todos muy formales, modositos y con rostros de santidad. A la noche,
subida masiva de instantáneas en bikini a Instagram o del gimnasio en camiseta
de tirantes mostrando todo el torso. No se dan cuenta de la incongruencia, y el
argumento manido que usan para defenderse es que “todo el mundo lo hace”. Y, si
les dices algo, en lugar de reflexionar, unos miran para otro lado porque no
concuerda con su forma de pensar, otros se ríen para no pensar o directamente
se enfadan porque te consideran “anticuado”.
Reflexiona y
cambia
Si sigo escribiendo sobre este tema es porque, tras
llevarme una grata sorpresa ante los comentarios que recibí sobre el escrito
respecto al bikini (comentarios que tú mismo puedes leer al final del mismo: L@s cristian@s ante el bikini y otras cuestiones (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/78-ls-cristians-ante-el-bikini-y-otras.html), espero
que cada día más conciencias despierten y decidan cambiar. Este puede ser el
momento, seas adolescente, veinteañero, treinteañero, cuarentón o más.
Dada la importancia
que este mundo presente le concede al físico, es muy fácil que una persona
guapa y de buen físico, tenga la edad que tenga:
- Caiga en la
vanidad.
- En el puro
lucimiento.
- Se centre
principalmente en su físico y no en su ser interior y espiritual.
- Crea que lo más
importante es lo externo.
- Base quién es en
función de la opinión que tengan los demás sobre su cuerpo.
- Se obsesione.
- Desprecie a los que
no son “bellos” o se burle de ellos.
Incluso las personas más humildes y sencillas suelen
caer en alguno de estos siete puntos.
Por todo esto, una de las razones principales por las
cuales me monté en casa mi propio minigimnasio –aparte de que a medio y largo
plazo es un ahorro económico brutal- era para no ir a uno y ser parte del ego-circo que allí suele darse: hombres
y mujeres que se emboban con otros cuerpos y consigo mismos ante un espejo. No
quiero ser un trozo de carne ante los ojos de nadie. Y, si lo soy para alguien,
no será porque yo lo busque intencionadamente. No estoy queriendo decir que no
vayas al gimnasio; eres libre de hacerlo. Solo expongo el porqué no lo hago yo
teniendo alternativas.
Tampoco subo fotos mías a Facebook haciendo un peso
muerto pesado congestionando o sentadillas sin camiseta como hacen miles en
Internet. ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿Para lucirme? ¿Para conseguir muchos like y experimentar un subidón vacío y
artificial de dopamina? ¿Para lograr comentarios al estilo de la amiga de
Caroline? ¿Para atraer miradas femeninas “interesadas”, como me sugirió un
amigo? ¿No es esto una manera de venderse a sí mismo? ¡Venga ya! ¡Qué absurdo! También he estado varias veces por hacer un vídeo mío
haciendo ejercicio y hacerlo público en las redes, no para motivar a nadie a
hacer musculación, sino con el propósito de que, los que lo vieran, pudieran
entender el deporte como un símil de la importancia de la disciplina y la
constancia en la vida cristiana, y cómo afrontar las luchas que se nos
presentan en este mundo como creyentes. Pero, como la inmensa mayoría no lo iba
a ver de esa manera, y se iban a quedar con lo que no es, siempre me he echado
para atrás.
Ante todo lo narrado, más de uno podría decir: “No pensarías así si fueras guapito de cara, un
verdadero adonís”. ¡Ey pillín, te he leído el pensamiento y te equivocas por
completo! Si no pensara como he expuesto, el error sería mío, no de los
argumentos: significaría que mis pensamientos no están basados en la
cosmovisión bíblica. Gracias a Dios, no es el caso, ya que, después de tantos
años, absolutamente todo lo que pienso, leo, veo y oigo, pasa a continuación por
el filtro de la Biblia de manera automática antes de llegar a conclusiones.
Espero que lo escrito
te ayude en distintas áreas de tu vida, tanto en la forma en que te expones
ante los demás como del valor que te concedes a ti mismo. ¡Arrivaderci!
[1] ¿Cómo debe vestir una mujer cristiana? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html).
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