lunes, 4 de octubre de 2021

¿Puede convertirse la belleza física y un buen cuerpo en una tiranía y en una cárcel?


 

Aunque la imagen del encabezado es de una mujer, este escrito es exactamente igual de válido para los hombres.

Pero hombre, ¿cómo va a ser la belleza una tiranía, si Dios mismo fue el creador de la belleza tanto en la naturaleza como en el ser humano? Entiendo tu argumentación, pero ahora déjame exponer la mía y veremos a qué punto intermedio podemos llegar.

¿La belleza y un buen físico abre puertas?
Cuenta una leyenda urbana –basada en fotos del pasado- que yo era un jovencito hermoso: rubio, pelo rizado y carita de ángel. Eso sí, la historia dio un giro radical cuando esa misma belleza desapareció a los diez u once años. Hay casos donde sucede todo lo opuesto: chicos y chicas que, de críos, son rematadamente feos (para qué vamos a ocultar la realidad) pero que, en el paso de la adolescencia a hombres y mujeres, se convierten en verdaderos bellezones.
Sobre la cara bonita de mi infancia... si no fuera porque en aquella época no existía el photoshop, pensaría que esas fotos estaban retocadas. Hoy en día ni el mejor programa de edición me arreglaría. Y quién me vea guapo le aconsejaría que acudiera urgentemente al cirujano ocular para un trasplante de córnea. Con esto me estoy refiriendo al contenido de mi cara, pero ¿y el cuerpo? Puesto que hago deporte desde que tengo uso de razón, casi siempre he estado en buena forma, excepto, obviamente, cuando he estado lesionado o enfermo por largas temporadas, y los siete u ocho años siguientes tras mi conversión donde apenas tuve el tiempo necesario para entrenar y que no vienen al caso contar.
Pero volviendo a mi adolescencia -y antes de seguir con la etapa presente- recuerdo varias anécdotas asociadas con la pregunta de este apartado: ¿abre puertas un físico moldeado? Aquí hay que responder un rotundo sí. ¿Qué clase de puertas? Seamos sinceros: aunque hay otras (como algunas laborales), principalmente la de resultar atractivo a los ojos de las personas del sexo opuesto. Y aquí contaré esas dos historias. Ten en mente al leerlas que lo que destacaba en mí no era ni mucho menos mi rostro, sino el resto del cuerpo.

Dos ejemplos personales
Tendría diecisiete años cuando un amigo de mi etapa escolar me llamó por teléfono para que le hiciera un gran favor: estaba saliendo con una chica –su primera novia- e iba a ir a la playa con ella y sus amigas. Le daba vergüenza, así que quería que le acompañara. Puesto que a mí me gusta menos la playa que a una oveja un matadero, me resistí al principio, pero al final accedí sin ganas. Cuando me quité la camiseta, mi amigo me dijo (lo recuerdo perfectamente): “¿Quieres dejar de apretar los abdominales? Me dejas en evidencia”. Como los tenía muy marcados, él tenía ese impresión. Le dije que no estaba apretando y se lo demostré. Cuando llegamos a donde estaban las amigas de la novia, una de ellas se me pegó como una lapa, y así estuvo toda la tarde. Quería lo que que quería, y seguro que me entiendes. Si hubiera podido convertirme en un murciélago y salir volando, lo habría hecho. Al día siguiente, mi amigo me telefoneó nuevamente: resultaba que aquella chica quería quedar conmigo para “enrollarse”; así, tal cual. Le había gustado mi cuerpo y voilá. Ni que decir que me negué y me enojé. Aunque por entonces no era cristiano “nacido de nuevo”, gracias a Dios nunca fue ese mi estilo, algo que los que me rodeaban no comprendían. En una ocasión, una persona adulta –que no diré quién es- me dijo que me estaba perdiendo lo más bonito de la adolescencia: tener relaciones sexuales. Sentí náuseas porque me parecía inmoral ante los valores en los que fui educado.
La segunda historia transcurrió uno o dos años después. Mi familia sacaba un bono para pasar el día en la piscina de un hotel precioso que hay al lado de mi casa. Prácticamente veraneaba allí. Por entonces, era un lugar muy tranquilo donde solo iban extranjeros en edad de jubilación. Ese verano, vinieron dos chicas inglesas de mi edad, con un color más blanquecino que el del Conde Drácula, pero bastante guapas. No recuerdo cómo, pero con una de ellas –llamada Caroline y que chapurreaba el español- hubo feeling y nos llevábamos muy bien, hasta el punto que parecía que había interés más allá del normal: ella me gustaba y pensaba que yo también a ella. El padre de un amigo se dio cuenta, ya que ella siempre preguntaba por mí cuando yo no estaba y no se separaba de mi lado cuando llegaba, así que me animó a que la invitara a salir. Tan racional que he sido casi siempre –o asustadizo, vete a saber-, dije que no, porque ella se iba en dos semanas, y a mí eso de los “amores de verano” nunca han ido con mi forma de ser, por mucho que las revistas del corazón y el cine lo tengan mitificado. Al final, todo fue una película, pero de las malas. Un día, Caroline me dijo que quería hablar conmigo a solas, y mi imaginación comenzó a volar; en medio segundo se me pasaron por la mente un millón de ideas: todas maravillosas y románticas. Pero esto fue lo que me dijo: “Me gusta mucho -y aquí se hicieron eternos los dos segundos que transcurrieron hasta que dijo la siguiente palabra, porque pensaba que iba a decir mi nombre) XXX (un amigo mío mayor y que no digo quién es para guardar su privacidad). Y, un poco, YYY (otro amigo mío pero más joven). ¿Cómo puedes ayudarme para hablar y acercarme a ellos?”. No tengo palabras para describir la cara de tonto que se me quedó, la cual me dura hasta el día de hoy. No es que yo fuera el segundo plato, ¡es que yo no estaba ni en el menú! Tanto XXX como YYY eran muy pero que muy guapos, y Caroline no era ciega. Y si ambos me están leyendo, seguro que se acuerdan.
Pero queda el final inesperado: el día antes de irse, ella le escribió una carta a XXX expresándole sus sentimientos, y que si quería fuera a Inglaterra a visitarla. En la misiva añadía un punto sobre mí, y que pude leer ya que mi amigo me enseñó la misiva: la amiga de Caroline, que siempre se quedaba a mi lado mirando, que de español no sabía ni “Hola” (y yo de inglés no sabía ni “Hello”), decía que “le gustaban mucho los músculos de Jesús” (o sea, los míos) y que se había quedado con ganas de más. Horas después, me despedí de ellas haciéndome el despistado como si no hubiera leído nada. Y ahí quedó todo.
Como estas dos “anécdotas”, narradas humorísticamente, podría contar muchas más, tantas que darían para una serie en Netflix, mezclando todo tipo de géneros: comedia, terror y ciencia ficción, basadas en hechos reales, pero que no cuento para no volverme repetitivo, y porque esto no es un reality show. La cuestión es que en ellas hay un denominador común: chicas que no me conocían como persona ni buscaban una relación sentimental, “querían” directamente mi cuerpo. Dicho así, suena cómico, pero para mí suena triste. Nadie se puede imaginar cuánto. Donde otros se hubieran sentido halagados y hubieran dicho que sí a todo, en mi caso me hacía sentir como un trozo de carne.
He contado estas historias desde el punto de vista masculino puesto que soy hombre, pero muchas mujeres podrían contar experiencias parecidas que han vivido y padecido que les han hecho sentir un objeto sin alma. Y las he contado para que podamos entender lo que voy a exponer a continuación.

¿Qué vemos en nuestro mundo “moderno”?
No sé desde qué país me lees, pero en el mío se ha puesto de moda desde hace unos años unos pantaloncitos que dejan los cachetes al aire. ¿Los llevan puestos algunas chicas que trabajan en “profesiones nocturnas y callejeras”? No. Como he dicho, cada vez está más más extendida. El verano antes de la Pandemia, fui con mi familia a tomarme un helado a una terraza y se veía a muchísimas niñas de once años a dieciséis años –y yendo con sus padres- luciendo estos shorts. Y claro, ellas mirando a ver quién las observaba, que es lo que se busca al vestir de esa manera.
Desde una sana visión cristiana, si no se tienen las ideas muy claras, la belleza, en la sociedad actual, puede llegar a ser una maldición más que una bendición. Maldición no en el sentido de “malo”, puesto que fue Dios mismo quién creó la belleza en todas las áreas, y el cuerpo en sí no tiene absolutamente nada de pernicioso, algo que ya he dejado bien claro en otros escritos. La belleza tiene su valor en su justa medida (En una relación sentimental, ¿hasta qué punto son importantes la diferencia de edad y la atracción física? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/09/1066-en-una-relacion-sentimental-hasta.html) siempre y cuando no se caiga en los excesos insanos (Por favor, dime lo bueno que soy, que me quieres, y hazme sentir especial: https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/01/por-favor-dime-lo-bueno-que-soy-que-me.html; Cómo nos adoctrinan sobre nuestro cuerpo y qué hacer al respecto: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/06/como-nos-adoctrinan-sobre-nuestro.html). Así que, cuando me refiero a “maldición”, lo hago en el sentido de “piedra de tropiezo” para uno mismo, ya que, con un propósito diferente al orden establecido por Dios, te puede robar perfectamente la santidad, la integridad y el pudor sano.
A los hechos reales aludo: en el presente, es muy raro que una chica guapa no tenga en sus redes sociales fotos de ella en bikini enseñando casi todas sus posaderas, sus falditas más cortas, sus ceñisísimos pantalones de cuero y sus blusas bien abiertas, insinuando o directamente exhibiendo partes concretas de su anatomía. Y con los chicos exactamente igual: luciendo torsos musculosos y abdominales definidos. Lo de guardarse para sus cónyuges no va con ellos. Ambos sexos entran dentro de la categoría que dijo Salomón: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2).
Como quise empatizar y no quedarme con una versión simplista, ya expliqué en ¿Cómo debe vestir una mujer cristiana? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html), que muchas usan sus cuerpos sin malicia, sino para lograr un fin, que es lograr el verdadero el amor: “Ellas saben que su cuerpo es como un imán que atrae a los hombres y el deseo profundo de la mujer es sentirse especial, admirada y amada. Por lo tanto, saben que, mientras más cantidad de imán muestren, más posibilidades cabe de que algunos sujetos se acerquen a la fuente y le ofrezcan el amor que desean. Siguiendo este razonamiento, la necesidad de mostrar el cuerpo viene a ser una manera de sentirse guapas y bien consigo mismas por un lado, y de llamar la atención por otro para alcanzar un fin: el amor. Es como gritar: ´¡Eh, que estoy aquí, miradme, que quiero que me améis! ¿No os dais cuenta de que en el fondo tengo un corazón que anhela el cariño de aquellos que me rodean?`”[1]. Pero también vimos que un cristiano no debe caer en ese juego.
Es triste que muchas actitudes de la sociedad caída ya se consideren normal en la mentalidad de algunos cristianos. El domingo en el culto todos muy formales, modositos y con rostros de santidad. A la noche, subida masiva de instantáneas en bikini a Instagram o del gimnasio en camiseta de tirantes mostrando todo el torso. No se dan cuenta de la incongruencia, y el argumento manido que usan para defenderse es que “todo el mundo lo hace”. Y, si les dices algo, en lugar de reflexionar, unos miran para otro lado porque no concuerda con su forma de pensar, otros se ríen para no pensar o directamente se enfadan porque te consideran “anticuado”.

Reflexiona y cambia
Si sigo escribiendo sobre este tema es porque, tras llevarme una grata sorpresa ante los comentarios que recibí sobre el escrito respecto al bikini (comentarios que tú mismo puedes leer al final del mismo: L@s cristian@s ante el bikini y otras cuestiones (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/78-ls-cristians-ante-el-bikini-y-otras.html), espero que cada día más conciencias despierten y decidan cambiar. Este puede ser el momento, seas adolescente, veinteañero, treinteañero, cuarentón o más.
Dada la importancia que este mundo presente le concede al físico, es muy fácil que una persona guapa y de buen físico, tenga la edad que tenga:

- Caiga en la vanidad.
- En el puro lucimiento.
- Se centre principalmente en su físico y no en su ser interior y espiritual.
- Crea que lo más importante es lo externo.
- Base quién es en función de la opinión que tengan los demás sobre su cuerpo.
- Se obsesione.
- Desprecie a los que no son “bellos” o se burle de ellos.

Incluso las personas más humildes y sencillas suelen caer en alguno de estos siete puntos.
Por todo esto, una de las razones principales por las cuales me monté en casa mi propio minigimnasio –aparte de que a medio y largo plazo es un ahorro económico brutal- era para no ir a uno y ser parte del ego-circo que allí suele darse: hombres y mujeres que se emboban con otros cuerpos y consigo mismos ante un espejo. No quiero ser un trozo de carne ante los ojos de nadie. Y, si lo soy para alguien, no será porque yo lo busque intencionadamente. No estoy queriendo decir que no vayas al gimnasio; eres libre de hacerlo. Solo expongo el porqué no lo hago yo teniendo alternativas.
Tampoco subo fotos mías a Facebook haciendo un peso muerto pesado congestionando o sentadillas sin camiseta como hacen miles en Internet. ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿Para lucirme? ¿Para conseguir muchos like y experimentar un subidón vacío y artificial de dopamina? ¿Para lograr comentarios al estilo de la amiga de Caroline? ¿Para atraer miradas femeninas “interesadas”, como me sugirió un amigo? ¿No es esto una manera de venderse a sí mismo? ¡Venga ya! ¡Qué absurdo! También he estado varias veces por hacer un vídeo mío haciendo ejercicio y hacerlo público en las redes, no para motivar a nadie a hacer musculación, sino con el propósito de que, los que lo vieran, pudieran entender el deporte como un símil de la importancia de la disciplina y la constancia en la vida cristiana, y cómo afrontar las luchas que se nos presentan en este mundo como creyentes. Pero, como la inmensa mayoría no lo iba a ver de esa manera, y se iban a quedar con lo que no es, siempre me he echado para atrás.
Ante todo lo narrado, más de uno podría decir: “No pensarías así si fueras guapito de cara, un verdadero adonís”. ¡Ey pillín, te he leído el pensamiento y te equivocas por completo! Si no pensara como he expuesto, el error sería mío, no de los argumentos: significaría que mis pensamientos no están basados en la cosmovisión bíblica. Gracias a Dios, no es el caso, ya que, después de tantos años, absolutamente todo lo que pienso, leo, veo y oigo, pasa a continuación por el filtro de la Biblia de manera automática antes de llegar a conclusiones.
Espero que lo escrito te ayude en distintas áreas de tu vida, tanto en la forma en que te expones ante los demás como del valor que te concedes a ti mismo. ¡Arrivaderci!

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