lunes, 27 de septiembre de 2021

Fahrenheit 451. Cristianos y no cristianos que dicen: “No hay tiempo. No hay nada a la vista. No me da la gana”

 


Posiblemente no conozcas a un viejo amigo mío que, cuando le preguntaban, hace casi veinte años, la razón de por qué no tenía novia, contestaba de forma irónica: “No tengo tiempo. No hay nada a la vista. No me da la gana”. Puro arte y humor andaluz..., aunque el tiempo se llevó dichas afirmaciones y convirtió al emisor hasta en papá. Pero esa ya es otra historia y no es en ella donde me quiero detener, sino en sus palabras, y que vinieron a mi mente cuando estaba reflexionando sobre las verdaderas razones por las cuáles las personas no suelen leer libros.
Aunque “el mal” que voy a señalar en las siguientes líneas puede dar a entender que va dirigido a los inconversos, afecta exactamente por igual a los se llaman cristianos y no leen, más allá de novelas o de breves mensajes que se publican en las redes sociales, y que son fuente de todo tipo de herejías.

La ignorancia voluntaria
Los argumentos que él expuso son, en tono castizo, los mismos que en su foro interno usan aquellas personas que no quieren saber nada de Dios y que se mantienen ignorantes respecto a Él:

- Dicen que no tienen tiempo, pero curiosamente sí lo tienen para un millón de cosas: para el ocio, para chatear, para ver vídeos en Youtube, para wasapear, para leer novelas de misterio, para ligar, para tapear y tomar unas cervecitas con los amigos, para salir a cenar y de marcha, para ir de camping, de senderismo y a la playa, para ver la Champions, el Mundial, las Olimpiadas, el Chiringuito, Salvame Deluxe, para ir al cine, para hacer deporte o practicar otros hobbies, para organizar una barbacoa, para pasarse el siguiente nivel del juego online, para leer sobre trucos de belleza, para comprar ropa, para ir a un concierto y al gimnasio, para visitar todo tipo de discotecas y pubs, para hablar de política y de las desgracias del mundo, para contar los nuevos chismorreos que han llegado a sus oídos, etc. Viven en su propio Matrix que les proporciona todo el Panem et circenses que desean sus sentidos. ¡Hasta les da tiempo a decir que se aburren!
Así que tienen TIEMPO para TODO, menos para lo trascendental, desconociendo lo que Jesús dijo al respecto: “La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido” (Lc. 12:23). Si dedicaran solo el 1% de ese tiempo en leer, ¡ay, otro gallo cantaría! Sus mentes se abrirían de una manera que no pueden ni imaginar y sus corazones sentirían una paz basada en certezas inmutables que les haría, por fin, encontrar el sentido a la existencia humana.

- Dicen que no hay nada a la vista; es decir, que no hay buenos libros, cuando hay cientos. Aquí cité unos cuantos: Aprender y crecer & Conformarse y estancarse (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/12/aprender-y-crecer-conformarse-y.html).

- Dicen que no les da la gana. Siendo las otras dos meras excusas, esta es la verdadera razón: no quieren hacer el esfuerzo de leer y aprender. El problema reside en el que señaló el escritor Mark Twain: “Una persona que no lee, no tiene ninguna ventaja sobre la persona que no sabe leer”.
Voluntariamente, viven instalados en la ignorancia y, lo que es más grave, no les importa. Se sienten cómodos en ella. Ante un escrito como este, cuando descubren de qué trata, en lugar de analizarlo y reflexionar, huyen despavoridos. No quieren pensar ni por un segundo en que alguien les diga que deben usar sus mentes para pensar en cuestiones diferentes a las que suelen plantearse. Como dijo Martin Luther King: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.
¡Y ojo! Como ya vimos en el artículo citado, esto no le sucede solo a ellos, sino también a muchos cristianos: cuando he hablado con ellos en persona o he escrito señalando algunos errores que se enseñan en multitud de iglesias, alentando con buena fe y mis mejores intenciones a comprobarlo por sí mismo, han tomado el camino de la huida: antes que estudiar una vez más cada cuestión por si están equivocados, “cierran los oídos”. Es una actitud orgullosa del alma e insana para la mente, sustentada en el miedo a tener que reconocer que pueden estar equivocados. En otros casos es por pura pereza, conformismo, apatía o infantilismo espiritual. Y ya sabemos el dicho: “Lo malo de la ignorancia es que va adquiriendo confianza a medida que se prolonga”.

La diferencia entre el conocimiento de lo superficial y lo importante
Pregúntale por el equipo titular de su equipo de fútbol favorito: te lo recitará en menos de diez segundos. Pregúntale por la letra de la canción de moda: te la recitará como si la hubiera compuesto él mismo. Pregúntale por la última novela que ha leído: te la resumirá como si la hubiera escrito. Pregúntale por los videojuegos que se ha comprado en los últimos años: te los nombrará orgulloso. Pregúntale por la nueva novia, la boda y el divorcio del famoso de turno: te narrará todos los detalles como si fuera de la familia. A continuación, ofrécele un libro basado en la Biblia (o la Biblia misma) que hable de:

- Quién era y es realmente Jesús.
- Qué enseñó realmente.
- Qué es el pecado y cuáles son sus consecuencias eternas.
- Qué significado tiene la muerte de Cristo en la cruz.
- Qué imperiosa es la necesidad que tienen de cambiar sus vidas y la manera de pensar.
- Cómo afrontar las crisis personales, la ansiedad, el miedo, el futuro y la muerte.
- Cómo debe ser el trato en las relaciones personales, la actitud a tomar ante los enemigos y con las personas del sexo opuesto, el uso del tiempo o la forma de vestir.
- Cómo reconocer falsas doctrinas.

¿Cómo reaccionará? No mostrará ningún interés, escudándadose de nuevo en tal o cual excusa: “más adelante”; “en otra ocasión”; “ahora no me viene bien”; “estoy muy liado”. Y de nuevo, la favorita: “no tengo tiempo”. Se les descompondrá cada uno de los músculos de la cara y la mueca resultante será esperpéntica. He visto tantas que me recuerdan al personaje cómico Mr. Bean (No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).

¡Qué ardan los libros!
Con el deseo de removerte aún más las entrañas para ver en qué grupo andas tú y si sigues queriendo andar en él o cambiar, quiero hablarte de una de mis novelas favoritas y uno de los grandes clásicos del siglo XX: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury[1]. Fue escrita en plena guerra fría (1953), como se vislumbra claramente al final de la obra y cuya numeración hace alusión directa a la temperatura a la cual se quema el papel (el equivalente a 233 grados centígrados).
En este relato –del cual omitiré el final por si te animas a leerlo- se nos narra un mundo al borde de la guerra donde los libros están prohibidos por el Gobierno. Montag –nuestro protagonista-, es miembro del cuerpo de bomberos, cuya misión no es apagar fuegos, sino quemar las propiedades donde haya libros. Esto incluye perseguir a los que los tienen. Leer es considerado como un peligro para la sociedad, ya que la cultura lleva a la reflexión y a la libertad de pensamiento, al contrario que la propuesta de la sociedad, que es dejarse llevar por los instintos más básicos.
En el primer caso que se nos describe, Montag se presenta en una casa que había que quemar, puesto que una anciana la tenía llena de libros. Antes de hacerlo, esconde un libro para sí: la Biblia. Es la propia mujer la que prende la llama y decide quemarse junto a su biblioteca; prefería la muerte antes que vivir sin ella. Este acontecimiento hace reflexionar al bombero.
En este caso, nos podemos sentir identificados con una chica de 16 años, de  nombre Clarisse, quien cambiará la vida de Montag para siempre. Le hace cuestionarse el porqué de las cosas. Le hace replantearse el porqué tenemos que aceptar el mundo tal y como nos lo venden. Le muestra que la existencia no es solo lo que nuestros sentidos perciben. Le lleva al punto de reflexionar sobre la verdadera felicidad. Ella lo pone en duda todo, desde la autoridad hasta las leyes. Aún así, resulta llamativo que a esta “librepensadora” la obligan a ir al psiquiatra. Quieren saber por qué a veces se limita a estar sentada y pensar. Desean saber en qué piensa. Quieren diseccionarla y entender qué hay dentro de ella. Quieren comprender por qué disfruta de la lluvia que cae sobre su boca y dónde está el placer en pasear por un bosque contemplando a los pájaros.
Lo que ella observa a su alrededor en el resto de la sociedad le resulta aterrador. Y lo es porque es verídico. Así se lo dice a Montag:

“A veces, me deslizo a hurtadillas y escucho en el Metro. O en las cafeterías. ¿Y sabe qué?”.
“¿Qué?”.
“La gente no habla de nada”.
“¡Oh, de algo hablarán!”.
“No, de nada. Citan una serie de automóviles, de ropa o de piscinas y dicen que es estupendo. Pero todos dicen lo mismo y nadie tiene una idea original”.

El reflejo de la realidad presente
La sociedad descrita hace más de medio siglo es muy semejante a la nuestra. En su momento era ciencia ficción. Hoy es real. La profecía se consumó. Millones de personas que únicamente se dedican a hablar de los chismes de las vidas ajenas, de la estética, de lo material, de deportes, de ocio y de multitud de cuestiones superficiales. En definitiva, y como decía Clarisse, no hablan de nada.
En el caso de Montag, ¿acaso era normal que su esposa se pasara todo el día delante de tres televisores viendo programas sin sentido y una variedad infinita de concursos? ¿Acaso era normal que le exigiera a su marido un cuarto televisor? ¿Acaso era normal que no hubiera nada dentro de ella? ¿Acaso era normal que sólo pensara en sí misma? ¿Acaso era normal que el resto del día estuviera absorta dentro de su radio auricular, llámese hoy en día reproductores de música y demás dispositivos tecnológicos?
Vivimos en un mundo donde pensar lo que verdaderamente importa está considerado una pérdida de tiempo. Es “mejor” llenar el tiempo con toda clase de entretenimientos. Es “mejor” interesarse de manera enfermiza de las vidas ajenas. Es “mejor” centrarse en encontrar los defectos del prójimo. Los jóvenes se relacionan en Internet y carecen muchos de ellos de habilidades sociales para hacerlo en persona. Se mueven por instintos y necesitando de “ayuditas” como el alcohol. Y cuando las pasiones les llevan a un “error”, solo tienen que tomar una pastilla el día después para “enmendarlo”. Y así con todo. Llenamos nuestra mente de la nada.
Un viejo profesor de literatura que aparece en el relato define de esta manera la televisión: “El televisor es real. Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar: ¡Qué tontería!”. Y una madre muestra la educación que le proporciona a sus hijos: “Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa, tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el salón y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera”.

La sociedad que te tiene dominado
Volvamos a la historia. Finalmente, Montag planea, junto al viejo profesor Faber, una manera de conservar los libros: contactando con académicos que viven fuera de la ciudad como proscritos. Tras regresar a casa, se encuentra a su esposa enfrascada en una conversación vacía e ignorándolo por completo. Enojado ante tales actitudes, Montag saca un libro y lee un poema. Una de las amigas de la mujer comienza a llorar emocionada, al contrario que otra de ellas que se llena de furia.
Más adelante, quizá el momento más interesante de todos, se produce una conversación entre Montag y el capitán Beatty (su jefe del cuerpo de bomberos), quién está perfectamente adoctrinado en las creencias de la sociedad:

“Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzales encima tantos hechos que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan [...] Y serán felices. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino, se encuentra la melancolía. Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a armarlo luego [...] es más feliz que cualquier otro que trate de medir, calibrar y sopesar el Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se sienta bestial y solitario. Así, pues, adelante con los clubs y las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los coches a reacción, las bicicletas, helicópteros, el sexo y las drogas, más de todo lo que esté relacionado con los reflejos automáticos [...] Pregúntate a ti mismo: ¿qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? Quiero ser feliz, dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia [...] Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar, ¿eh? Organiza y superorganiza superdeporte. Más chistes en los libros. Más ilustraciones. La mente absorbe menos y menos. Autopistas llenas de multitudes que van a algún sitio, a algún sitio, a algún sitio [...]  Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean las máquinas de escribir. Eso hicieron. No es extraño que los libros dejaran de venderse. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. No era una imposición del gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente”.

¿Cuál es el propósito de la sociedad? Alcanzar la felicidad. ¿Cómo creen que la lograrán? Gratificando los sentidos. ¿Conocimientos? Sí, pero muchos de ellos sin utilidad. ¿Datos? Por supuesto, pero sin interés y fácilmente olvidables, de consumo rápido, de usar y tirar. “No pienses, haz lo que sientas, haz lo que te pida el cuerpo. Confórmate. Para qué complicarte la vida”. A estos “principios” se podría resumir el estilo de vida al que se nos incita continuamente a través de los medios de comunicación (televisión, prensa amarilla, Internet, redes sociales, etc.).

¡Despiértate tú que duermes!
Es aterrador comprobar cuánto hay de real en la historia descrita en esta fábula. Recuerdo que, desde la misma adolescencia, observé que las personas no reflexionaban sobre el sentido de la existencia, algo que yo hacia a todas horas como adolescente de carácter melancólico. Para ellos, todo se reducía al aquí y al ahora. Pero todo llegó a un límite. No podía soportar más aquella realidad y Dios, en su misericordia y por su gracia, me abrió los ojos (Mi historia: Buscando el sentido a la existencia: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/mi-historia-buscando-el-sentido-la.html).
Hemos visto cómo las personas se mantienen ignorantes porque no quieren leer ni aprender lo que verdaderamente importa. En lo concerniente a Dios y su verdad, junto a lo que supone dejarse llevar por lo que otros dictan, conduce al subdesarrollo y a la pobreza espiritual, intelectual y emocional del ser humano, que termina guiándose por sus sentidos y no por la sabiduría que procede de Dios.
Es hora de que decidas despertar a la realidad que está más allá de tus ojos físicos y que la superficialidad de este mundo lleno de luces brillantes te oculta: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14).


[1] Bradbury, Ray. Fahrenheit 451. Random House Mondadori, S.A.

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