Venimos de aquí:
Cómo enseñar a pensar a los jóvenes y adolescentes –puesto que todos son
inteligentes-, para que aprendan por sí mismos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/08/81-como-ensenar-pensar-los-jovenes-y.html).
Las señales
del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
El extraño
caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde nos
narra una serie de acontecimientos y diversos asesinatos que tienen alarmada a
la ciudad de Londres por la presencia de una extraña y despreciable criatura.
Nuestro protagonista, el Dr. Jekyll, inventó una droga para separar sus dos
“personalidades”: la bondadosa y la malvada, la honrada y la menospreciable. El
mismo cuerpo y, sin embargo, dos “yo” diferentes. Con la receta que ideó,
trataba de luchar contra su parte maligna, pero era una lucha imposible. Al
separar su conciencia en dos, su parte virtuosa y recta no tenía remordimientos
sobre los actos cometidos por su otro “yo” infame: “Del mismo modo que el bien resplandecía en los ojos de uno, el mal
estaba ampliamente escrito en el rostro del otro... (su parte malvada) también era yo. Parecía algo natural y
humano... esto, como llegué a suponer, era debido a que todos los seres
humanos, tal como los conocemos, son una mezcla de bien y de mal”.
“Adormecía” una parte de su conciencia con una fórmula
secreta (una droga) mientras daba rienda suelta a su otra mitad, el mal que
había en él. Pero “la droga no era ni
diabólica ni divina, simplemente derribaba las puertas de la cárcel de mi
constitución; salía lo que había dentro... ahora tenía dos caracteres, uno
totalmente malvado y sin remordimientos de conciencia, y otro completamente
respetable y admirable”.
Eres tú y
soy yo
Este es el problema que tiene todo ser humano,
incluyendo por supuesto a los jóvenes y adolescentes, y por ende a los adultos. Si eres uno de ellos y
eres sincero contigo mismo, haz este pequeño ejercicio de reflexión: olvídate
por un momento de los demás. No te compares con nadie, ni pienses en aquellos
que hicieron esto o aquello. Piensa en las acciones que sabes que has hecho mal
a lo largo de tu vida, incluso aquellas sin querer.
Aunque queramos negarlo, todo ser humano sabe que hay
dos partes en su ser. Por un lado, un Dr. Jekyll –la parte noble y justa-, como
en el caso del protagonista: “dotado
además de excelentes cualidades, inclinado por naturaleza al trabajo, deseoso
de ganarme el respeto de los sabios y los buenos entre mis semejantes [...] con
todas las garantías de un honorable y distinguido futuro”. Por otro lado, un Mr. Hyde –la que esconde
los malos deseos-, aunque éstos no siempre se lleven a cabo: “El peor de mis defectos era el temperamento
un tanto alegre e impaciente, que ha hecho la felicidad de muchos, pero que he
descubierto que resulta difícil de conciliar con mi imperioso deseo de ir
siempre con la cabeza alta y presentar en público una apariencia seria”.
Normalmente hay un cierto equilibrio en esa
naturaleza. Pero esa balanza se puede romper e inclinar claramente hacia el mal
por distintas razones: una mala educación o la ausencia de ella, una infancia desdichada, complejos, experiencias
traumáticas, muerte de un ser querido, alguna tragedia familiar, falta de metas
propias, amargura acumulada, una sociedad que no fomenta valores sanos, entre
otras muchas: “Lentamente se va perdiendo
el control de la naturaleza equilibrada pero caída, y uno se va incorporando
progresivamente al segundo y peor –yo-”.
¿Controlando
el mal?
Hay personas que no controlan su “semilla” –de la cual
hablaremos en la siguiente parte-, porque desconocen su verdadero origen, y el
simple hecho de “ser tentado, aunque solo
sea ligeramente, es caer”. Pero
también existe un sector de la población que está acostumbrada a ella y, en
cierta manera, la han amoldado a su forma de ser. Casi seguro que has oído en
alguna ocasión la expresión “yo soy así y nadie me va a cambiar. Además, no tengo nada de que arrepentirme”. Una persona
que piensa de esta manera es porque su semilla ha dado muchos frutos y sus
raíces son muy profundas. Y, como describe Stevenson, el autor de la novela,
empieza “a decantarse hacia lo
monstruoso”. No tiene que ser un asesinato o algo espeluznante. Basta con
pequeños detalles que se muestran de vez en cuando, como el mal genio, el uso
de un lenguaje vulgar, la mentira, los celos compulsivos, la arrogancia, el
complejo de superioridad, la soberbia o el egocentrismo y la ausencia de empatía, o asuntos más serios como las borracheras, la violencia, la promiscuidad o cualquier tipo de sexualidad fuera del orden de Dios.
Quizá hubo momentos en nuestra vida en que quisimos
cambiar y corregir los detalles que no nos agradaban de nosotros mismos, pero
casi nunca lo logramos: “Mi lado
espiritual estaba un poco adormecido, prometiendo hacer penitencia, pero no
decidido todavía a iniciarla”.
¿Cuántas promesas de cambio se hacen los seres humanos cada año?
A lo mejor, con la fuerza de voluntad fueron capaces de lograr algunas
modificaciones. Aplacaron en parte el mal genio o decidieron ser más generosos. Otros abandonaron por fin su vida de Don Juan y decidieron dejar el acto sexual porque no estaban casados. Así le ocurrió al protagonista en general: “Durante
dos meses, me mantuve firme en mi determinación; durante dos meses, llevé una
vida de una severidad como nunca antes había alcanzado, y gocé de las
compensaciones de una conciencia aprobadora”.
Pero había un problema: el grano que germinó seguía
intacto, aunque en apariencia estaba controlado: “El tiempo no tardó en borrar la intensidad de mi alarma; las alabanzas
de mi conciencia empezaron a crecer y a volverse asunto de rutina; empecé a
sentirme torturado por angustias y anhelos, como si Hyde estuviera luchando por
su libertad”. ¿Y qué le ocurrió finalmente tras semejante esfuerzo?: “En un momento de debilidad moral, preparé y
bebí de nuevo la droga transformadora [...] mi demonio llevaba mucho tiempo
enjaulado, y salió rugiendo [...] el espíritu del infierno despertó en mí al
instante y rugió”.
Ni aún las personas más excelentes están exentos de
hacer el mal. Nadie es inocente en la plena totalidad de la palabra. Como dije anteriormente, no es
necesario ser un criminal, un fornicario, tomar drogas o ser un alcohólico “de fin de semana”,
ya que todos hacemos actos que son contrarios al bien establecido por Dios.
¿Acaso nunca has herido los sentimientos de un ser querido o de un desconocido,
por medio de tus palabras o de tu tono de voz sarcástico? ¿Nunca le has guardado
rencor a nadie durante un tiempo? ¿Nunca has hablado mal de alguna persona a
sus espaldas? Podría hacer un millón de preguntas, pero tú conoces
perfectamente cada una de tus propias respuestas y cuáles son tus errores como
yo sé los míos. Estoy seguro de que no te levantas por la mañana pensando “me
voy a llenar de ira”, “voy a gritarle a mi hermano y a mi pareja”, pero así
ocurre cuando menos te lo esperas. Surge una situación y todo cambia en un
instante.
Es algo que sucede en todos nosotros: el odio, el
deseo de venganza, la avaricia, la lujuria, los prejuicios, etc. Mayormente, son
frutos surgidos de la semilla, la cual está en estado latente, semidormida,
pero que en cualquier momento puede despertar con toda su virulencia. Hay
personas muy tranquilas que para que estallen en violencia debe suceder algo
terrible, y hay otras que estallan con muy poco. Pero puede suceder que el
tranquilo encienda su lujuria con solo un anuncio de televisión y el nervioso
necesite ser muy estimulado para que esto suceda. La misma causa no produce el
mismo efecto en dos individuos diferentes.
Incluso hay muchos que sienten cargas de conciencia al
cometer algún acto que, su ser interior, les dice que no está bien. En esos
momentos, se han considerado hipócritas, ya que veían que moraba en ellos tanto
el bien como el mal. Igual trataban con cariño a sus padres en casa y, sin
embargo, en un mal momento, insultaban a algún compañero de clase. Nuevamente el
Dr. Jeckyll lo explica así: “Se dividió
en mí esas zonas del bien y del mal que separan y componen la naturaleza dual
del hombre. Aunque tan profundamente dual, no era en absoluto hipócrita; ambos
lados de mí eran perfectamente honestos [...] el hombre en verdad no es uno,
sino dos”.
Continuará en: ¿Son los jóvenes y adolescentes como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde?
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