lunes, 6 de septiembre de 2021

8.2. El mayor problema que tienen los jóvenes y adolescentes: Doctor Jekyll y Mr. Hyde

 


Venimos de aquí: Cómo enseñar a pensar a los jóvenes y adolescentes –puesto que todos son inteligentes-, para que aprendan por sí mismos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/08/81-como-ensenar-pensar-los-jovenes-y.html).

Las señales del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde nos narra una serie de acontecimientos y diversos asesinatos que tienen alarmada a la ciudad de Londres por la presencia de una extraña y despreciable criatura. Nuestro protagonista, el Dr. Jekyll, inventó una droga para separar sus dos “personalidades”: la bondadosa y la malvada, la honrada y la menospreciable. El mismo cuerpo y, sin embargo, dos “yo” diferentes. Con la receta que ideó, trataba de luchar contra su parte maligna, pero era una lucha imposible. Al separar su conciencia en dos, su parte virtuosa y recta no tenía remordimientos sobre los actos cometidos por su otro “yo” infame: “Del mismo modo que el bien resplandecía en los ojos de uno, el mal estaba ampliamente escrito en el rostro del otro... (su parte malvada) también era yo. Parecía algo natural y humano... esto, como llegué a suponer, era debido a que todos los seres humanos, tal como los conocemos, son una mezcla de bien y de mal”.
“Adormecía” una parte de su conciencia con una fórmula secreta (una droga) mientras daba rienda suelta a su otra mitad, el mal que había en él. Pero “la droga no era ni diabólica ni divina, simplemente derribaba las puertas de la cárcel de mi constitución; salía lo que había dentro... ahora tenía dos caracteres, uno totalmente malvado y sin remordimientos de conciencia, y otro completamente respetable y admirable”.

Eres tú y soy yo
Este es el problema que tiene todo ser humano, incluyendo por supuesto a los jóvenes y adolescentes, y por ende a los adultos. Si eres uno de ellos y eres sincero contigo mismo, haz este pequeño ejercicio de reflexión: olvídate por un momento de los demás. No te compares con nadie, ni pienses en aquellos que hicieron esto o aquello. Piensa en las acciones que sabes que has hecho mal a lo largo de tu vida, incluso aquellas sin querer.
Aunque queramos negarlo, todo ser humano sabe que hay dos partes en su ser. Por un lado, un Dr. Jekyll –la parte noble y justa-, como en el caso del protagonista: “dotado además de excelentes cualidades, inclinado por naturaleza al trabajo, deseoso de ganarme el respeto de los sabios y los buenos entre mis semejantes [...] con todas las garantías de un honorable y distinguido futuro”. Por otro lado, un Mr. Hyde –la que esconde los malos deseos-, aunque éstos no siempre se lleven a cabo: “El peor de mis defectos era el temperamento un tanto alegre e impaciente, que ha hecho la felicidad de muchos, pero que he descubierto que resulta difícil de conciliar con mi imperioso deseo de ir siempre con la cabeza alta y presentar en público una apariencia seria”.
Normalmente hay un cierto equilibrio en esa naturaleza. Pero esa balanza se puede romper e inclinar claramente hacia el mal por distintas razones: una mala educación o la ausencia de ella, una infancia desdichada, complejos, experiencias traumáticas, muerte de un ser querido, alguna tragedia familiar, falta de metas propias, amargura acumulada, una sociedad que no fomenta valores sanos, entre otras muchas: “Lentamente se va perdiendo el control de la naturaleza equilibrada pero caída, y uno se va incorporando progresivamente al segundo y peor –yo-”.

¿Controlando el mal?
Hay personas que no controlan su “semilla” –de la cual hablaremos en la siguiente parte-, porque desconocen su verdadero origen, y el simple hecho de “ser tentado, aunque solo sea ligeramente, es caer”. Pero también existe un sector de la población que está acostumbrada a ella y, en cierta manera, la han amoldado a su forma de ser. Casi seguro que has oído en alguna ocasión la expresión “yo soy así y nadie me va a cambiar. Además, no tengo nada de que arrepentirme”. Una persona que piensa de esta manera es porque su semilla ha dado muchos frutos y sus raíces son muy profundas. Y, como describe Stevenson, el autor de la novela, empieza “a decantarse hacia lo monstruoso”. No tiene que ser un asesinato o algo espeluznante. Basta con pequeños detalles que se muestran de vez en cuando, como el mal genio, el uso de un lenguaje vulgar, la mentira, los celos compulsivos, la arrogancia, el complejo de superioridad, la soberbia o el egocentrismo y la ausencia de empatía, o asuntos más serios como las borracheras, la violencia, la promiscuidad o cualquier tipo de sexualidad fuera del orden de Dios.
Quizá hubo momentos en nuestra vida en que quisimos cambiar y corregir los detalles que no nos agradaban de nosotros mismos, pero casi nunca lo logramos: “Mi lado espiritual estaba un poco adormecido, prometiendo hacer penitencia, pero no decidido todavía a iniciarla”.
¿Cuántas promesas de cambio se hacen los seres humanos cada año? A lo mejor, con la fuerza de voluntad fueron capaces de lograr algunas modificaciones. Aplacaron en parte el mal genio o decidieron ser más generosos. Otros abandonaron por fin su vida de Don Juan y decidieron dejar el acto sexual porque no estaban casados. Así le ocurrió al protagonista en general: “Durante dos meses, me mantuve firme en mi determinación; durante dos meses, llevé una vida de una severidad como nunca antes había alcanzado, y gocé de las compensaciones de una conciencia aprobadora”.
Pero había un problema: el grano que germinó seguía intacto, aunque en apariencia estaba controlado: “El tiempo no tardó en borrar la intensidad de mi alarma; las alabanzas de mi conciencia empezaron a crecer y a volverse asunto de rutina; empecé a sentirme torturado por angustias y anhelos, como si Hyde estuviera luchando por su libertad”. ¿Y qué le ocurrió finalmente tras semejante esfuerzo?: “En un momento de debilidad moral, preparé y bebí de nuevo la droga transformadora [...] mi demonio llevaba mucho tiempo enjaulado, y salió rugiendo [...] el espíritu del infierno despertó en mí al instante y rugió”.
Ni aún las personas más excelentes están exentos de hacer el mal. Nadie es inocente en la plena totalidad de la palabra. Como dije anteriormente, no es necesario ser un criminal, un fornicario, tomar drogas o ser un alcohólico “de fin de semana”, ya que todos hacemos actos que son contrarios al bien establecido por Dios. ¿Acaso nunca has herido los sentimientos de un ser querido o de un desconocido, por medio de tus palabras o de tu tono de voz sarcástico? ¿Nunca le has guardado rencor a nadie durante un tiempo? ¿Nunca has hablado mal de alguna persona a sus espaldas? Podría hacer un millón de preguntas, pero tú conoces perfectamente cada una de tus propias respuestas y cuáles son tus errores como yo sé los míos. Estoy seguro de que no te levantas por la mañana pensando “me voy a llenar de ira”, “voy a gritarle a mi hermano y a mi pareja”, pero así ocurre cuando menos te lo esperas. Surge una situación y todo cambia en un instante.
Es algo que sucede en todos nosotros: el odio, el deseo de venganza, la avaricia, la lujuria, los prejuicios, etc. Mayormente, son frutos surgidos de la semilla, la cual está en estado latente, semidormida, pero que en cualquier momento puede despertar con toda su virulencia. Hay personas muy tranquilas que para que estallen en violencia debe suceder algo terrible, y hay otras que estallan con muy poco. Pero puede suceder que el tranquilo encienda su lujuria con solo un anuncio de televisión y el nervioso necesite ser muy estimulado para que esto suceda. La misma causa no produce el mismo efecto en dos individuos diferentes.
Incluso hay muchos que sienten cargas de conciencia al cometer algún acto que, su ser interior, les dice que no está bien. En esos momentos, se han considerado hipócritas, ya que veían que moraba en ellos tanto el bien como el mal. Igual trataban con cariño a sus padres en casa y, sin embargo, en un mal momento, insultaban a algún compañero de clase. Nuevamente el Dr. Jeckyll lo explica así: “Se dividió en mí esas zonas del bien y del mal que separan y componen la naturaleza dual del hombre. Aunque tan profundamente dual, no era en absoluto hipócrita; ambos lados de mí eran perfectamente honestos [...] el hombre en verdad no es uno, sino dos”.

Continuará en: ¿Son los jóvenes y adolescentes como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde?

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