Imagina... imagina... imagina... que, un día normal y
corriente, vuelves en el tren de cercanía que te traslada del trabajo a casa,
donde tu esposa y tus dos hijas adolescentes te esperan... Imagina que, cuando
te das cuenta, te has equivocado y has subido en otro que te dirige a la ciudad
donde te criaste hace más de treinta años. Imagina que, una vez allí, te animas a
dar un paseo para ver cómo ha cambiado todo y mirar tu antigua casa. Imagina
que decides ir a ver el cementerio, más concretamente la lápida donde yacen los
restos de tu madre. E imagina que, pocos momentos después de sufrir un leve
desmayo, observas que tu propia sombra se hace más pequeña y, al mirar tus
manos, también han empequeñecido. Acabas de comprobar que, en lugar de tus cuarenta
y ocho años actuales, vuelves a tener doce, pero conservando todos los
recuerdos y conocimientos de tu vida adulta.
Nada de esto me lo estoy inventado. Es el argumento de
la entrañable historia “Barrio Lejano”, del difunto autor Jiro Taniguchi, y
publicada en 1998. Sin duda alguna, una de las mejores obras que he leído en mi
vida. Para el que no la conozca, le diré que no es un libro sino un “manga”,
que no es ni más ni menos que un cómic japonés. Muchos pensarán que el manga es
solo violencia y sexo, pero no saben que, al igual que el cine y la literatura,
tiene infinitos géneros y que están dirigidos a distintos tipos de lectores.
Esta en concreto es un para un público adulto, con un dibujo muy realista, al
estilo europeo, y que recomiendo a toda persona madura. Eso sí, te aviso si te
lanzas: al revisitar el pasado de Hiroshi –el protagonista-, vendrán a tu mente
multitud de recuerdos y escenas de tu vida, y ahí es más que posible que te
emociones, sientas el corazón en un puño, e incluso llores. Cuando lo ves
reencontrarse con su difunta madre, con su padre al que no ve hace décadas, con
un antiguo amor del instituto, con profesores y amigos, ... impacta sobre uno
mismo. Es una obra que marca. En mi caso también lo hizo, y vuelve a hacerlo
cada vez que la rememoro, a pesar de que, hasta el día de hoy, solo he tenido
el valor de leerla una vez.
(el protagonista, tras viajar al pasado y reencontrarse con su padre después de más de treinta años)
¿Qué
cambiarías de tu pasado?
Citemos algunas situaciones generales que, en algunos
casos, cambiarías:
- No le habrías dedicado tiempo a esas personas que el
paso de los meses y de los años te demostró que no lo merecían.
- Le habrías dedicado tiempo a otras personas que te
habrían enriquecido como ser humano.
- No habrías sido amigo de ciertos individuos y sí de
otros.
- No habrías dedicado tu esfuerzo en cuestiones que no
servían para nada y te abrías centrado en aspectos más útiles y de provecho.
- No habrías tenido de pareja sentimental a esa
persona que pasó por tu vida y que no era ni mucho menos la más adecuada.
- Habrías hecho caso a todas las alertas que sonaban
en tu corazón y no te hubieras casado con la persona de la que poco después te
divorciaste.
- Habrías sido más valiente a la hora de decir lo que
realmente pensabas en multitud de temas.
Como harían falta millones y millones de libros para
contar al detalle cada paso que cada uno de nosotros ha dado en este mundo,
podríamos describir infinitas situaciones de la vida cotidiana, algunas
trascendentales e importantes, y otras sin mucha importancia.
En definitiva, la idea sería “dejar de cometer
errores” (incluso todos y cada uno de nuestros pecados) y tomar las decisiones
correctas que nos trajeran la dicha, en lugar de malos momentos, tristezas,
lágrimas y remordimientos.
¿Cambiaría
realmente nuestra realidad? & El presente
Es evidente que poder vivir de nuevo la adolescencia y
la juventud con los ojos de la experiencia y la madurez actual sería
apasionante. Enfrentarse a algo conocido por segunda vez y afrontarlo de forma
diferente, reencontrarse con “fantasmas” del pasado y hacerles frente, o pasar
el tiempo con aquellos que ya partieron de este mundo en lugar de hacerlo con
quienes no lo merecían, es una fantasía muy recurrente entre aquellos que son
excesivamente introspectivos. Aquí la pregunta que deberíamos hacernos es: si
fuera posible, ¿realmente cambiaríamos? ¿Y los personajes bíblicos? ¿Habrían
desobedecido Adán y Eva a Dios si hubieran conocido el alcance de sus acciones?
¿Habría mirado atrás la mujer de Lot de saber que se iba a convertir en estatua
de sal? ¿Habría adulterado David con
Betsabé sabiendo la ruina moral que sobrevendría sobre su alma? ¿Habría
traicionado Judas a Jesús si se hubiera visto a sí mismo ahorcado de antemano
en un árbol? ¿Habría...? Podríamos citar decenas de historias tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento.
La respuesta a si modificaríamos partes de nuestro
pasado es “sí”. Nos ahorraríamos ciertas dosis de dolor y, casi con total
seguridad, facetas de nuestra personalidad serían bien distintas. Pero hay una
pregunta que va más allá: ¿dejaríamos de cometer “otros” errores? ¿Dejaríamos
de pecar, aun sabiendo las consecuencias de seguir haciéndolo? La respuesta es
un tajante “no”. Y mi rotunda conclusión tiene una razón muy clara: los seres
humanos, incluyendo por supuesto a los cristianos, siguen fallando y pecando en
el presente, aun sabiendo las
consecuencias:
- Incontables personas viven atrapadas en su mente por
la nostalgia recordando la infancia y la primera juventud donde se sentían
felices, mientras que otras siguen estancadas en su pasado por determinadas
circunstancias, cayendo algunas en la amargura y otras en la depresión. Actúan
como la mujer de Lot, a pesar de saber lo que le sucedió a ella.
- Incontables personas siguen aceptando herejías,
porque las dice el apóstol de turno, que proclama hablar de parte de Dios, a
pesar de las advertencias de Pablo y de los veinte siglos de cristianismo.
- Incontables
personas siguen enfrascándose en relaciones sentimentales con personas que
tienen proyectos vitales tan diferentes que en el futuro les irá mal.
- Incontables personas siguen uniéndose en yugo
desigual, a pesar de saber que va en contra de la voluntad de Dios, pensando
que en sus casos será diferente y el inconverso se convertirá en el futuro.
- Incontables
personas siguen fumando, a pesar de conocer de sobra los efectos sobre la
salud.
- Incontables personas siguen consumiendo pornografía,
tanto visual como literaria, a pesar de conocer cómo distorsiona la sana
sexualidad y el concepto sobre el amor en el matrimonio.
- Incontables personas siguen adulterando, a pesar de
saber que, cuando todo se descubra, sus familias serán destruidas y causarán un
gran dolor.
- Incontables personas siguen teniendo amistades que no les
convienen y que sacan lo peor de ellos mismos.
- Incontables personas siguen subiendo a las redes
sociales fotos de sus hijos pequeños, a pesar de que la Policía y expertos en
el tema les avisan sobre no hacerlo bajo ningún concepto, porque dichas imágenes, incluso las más normales, terminan en
grupos de pedófilos.
- Incontables personas siguen sin educar a sus hijos
en valores cristianos, a pesar de saber cuán fácil es que sus retoños sean arrastrados por la corriente de este
mundo.
- Incontables
personas dicen creer en Dios, pero no hacen nada para conocerle realmente, ni
siquiera leen buenos libros de apologética, sino todo lo contrario.
- Incontables personas siguen desaprovechando el tiempo y usándolo para asuntos que no
sirven para nada en el avance del Reino de Dios, a pesar de que saben que los
días son malos.
- Incontables personas siguen sin despojarse del viejo
hombre, sin renovarse, sin santificarse y sin transformar sus pensamientos, a
pesar de que son exhortados una y otra vez en las Escrituras a que lo hagan.
- Incontables personas siguen...
En este mundo caído
–del que formamos parte- los demás se equivocan y pecan, pero nosotros también
lo hacemos. Los demás no hacen siempre –ni mucho menos- la voluntad de Dios,
pero nosotros tampoco.
Usando el aprendizaje del pasado para cambiar
Hay dos detalles muy
llamativos en las historias de la mujer adúltera, y en la de Adán y Eva:
- La mujer dejó de
hacer lo que estaba haciendo en ese momento, porque fue “sorprendida en el acto
mismo” (Jn. 8:4). La pillaron in fraganti y, a la fuerza, la detuvieron. Hasta
entonces, hasta un segundo antes, ella estaba enfrascada en el pecado.
- Adán y Eva
desobedecieron a Dios. ¿Y qué hicieron ambos cuando oyeron la voz de Dios en el huerto? Se escondieron
(Gn. 3:8).
Es lo que sucede con
los pecados de la mayoría de las personas: hasta que no son “descubiertos”, no
dejan de cometerlo y, a la vez, se alejan de los que no pecan como ellos,
porque la oscuridad siempre se siente incómoda ante la luz.
En nuestro caso, y con
todo lo que hemos analizado usando “Barrio Lejano”, es evidente que no podemos
cambiar nuestro pasado ni las decisiones desacertadas que tomamos en su
momento, como tampoco borrar los recuerdos de los pecados que ya cometimos,
aunque ya fueran perdonados. Por eso, y sin tener que esperar a ser
“sorprendidos” en tal o cual pecado para abandonarlo, sin vivir anclados en la
nostalgia o en lo que no fue, lo que debemos hacer es aprender de la experiencia acumulada –tanto de la buena como de
la mala, incluyendo el dolor, los reveses, los errores propios y ajenos- para crecer como personas y como
cristianos, sabiendo que ambos conceptos son inseparables.
Así que, y como enseñanza
final: en lugar de preguntarte qué cambiarías de tu vida si pudiéras viajar al
pasado, debes plantearte qué puedes aprender de él para tu presente y futuro.
Actúa en consecuencia y haz los cambios que haya que llevar a cabo, en todas
las áreas necesarias. Es hora de reflexionar.
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