lunes, 19 de junio de 2023

Del bikini al tanga, pasando por los leggins y, con ellos, a la playa, el gym e Instagram

 


En el ya lejano 2015, expresé mis dudas sobre escribir o no respecto al bikini, ya que era entrar en un territorio bien delicado, aparte que me exponía a ser lapidado, incluso por cristianos como yo. Pero viendo que todos los comentarios que las mujeres me han dejado desde entonces en dicho escrito han sido positivos y respetuosos (podéis leer tanto el artículo como las valoraciones que hicieron al mismo en “L@s cristian@s ante el bikini y otras cuestiones: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/12/78-ls-cristians-ante-el-bikini-y-otras.html), me he animado años después a sacar a colación un tema muy parecido y con las mismas respuestas, ya que siguen siendo universales. Es llamativo que, en tan poco tiempo, lo “normal” ya no sea el bikini –que dejaba al descubierto buena parte del pecho y de los llamados “cachetes”-, sino el tanga, que directamente solo tapa el sol a una parte nimia. Y no digamos ya esos leggins ajustados tan al fondo, que marcan hasta las hemorroides...
Todo viene tras leer la publicación de una chica deportista y modelo fitness, donde reivindicaba su derecho a mostrar su desnudez públicamente, al mismo tiempo que acompañaba sus palabras con varias fotos suyas en micro bikini con tanga, y luciendo su cuerpo trabajado duramente en el gimnasio. No es la primera vez que leo o escucho a esta chica, y en otras ocasiones me han gustado sus opiniones, donde, por ejemplo, desmonta el feminismo actual, pero en este asunto estoy complemente en desacuerdo con sus palabras. Así que lo que haré será copiar su reflexión –que estará en letra cursiva-, recortando alguna palabra extremadamente malsonante, aunque conservando el resto (siento su lenguaje soez), y seguidamente pasaré a comentarla por partes.
Alguno podrá pensar que es simplemente la opinión de una mujer y que, por lo tanto, podría contestarle personalmente –algo que otros han hecho sin resultado alguno, aparte de recibir una respuesta cortante-, o que no merece la pena entrar en debates, pero no es así, por una sencilla razón: son muchas chicas actuales las que piensan igual, por lo que es necesario dejar las cosas claras para todo el mundo, aunque no le guste a la mayoría, a la que no me debo. Todo tiene el propósito de que no caigas en sus mismos errores, sobre todo si eres un creyente que desea tener la sabiduría por bandera y agradar al Señor que te salvó, aunque lo aquí expuesto es válido para cualquier persona, sea cristiana o no.

¿Envidia?
Dicen que cuando se critica a una mujer por enseñar su cuerpo, eso es machismo. Honestamente, lo dudo. Aquellos que enfurecen al ver un cuerpo desnudo no son más que quienes viven corrompidos por la envidia, esa misma envidia que en el fondo esconde deseo.

Sea consciente o no –es evidente que no-, ella está proyectando sus propios pensamientos y vivencias personales, en función de lo que ha vivido y palpa en la sociedad. Creer que una persona está “corrompida por la envidia”, por el hecho de considerar un desacierto que otras muestren su cuerpo desnudo, es una generalización excesiva y tremebunda. ¿Qué habrá individuos, hombres y mujeres, que critican sin argumentos y de forma enfurecida, a las chicas que van medio desnudas por la vida, y que lo hacen “por envidia”? Seguro que los hay, y a puñados.
Ahora bien, ¿qué es la envidia, según el diccionario?: “Tristeza airada o disgusto por el bien ajeno o por el cariño o estimación de que otros disfrutan”. ¿Y cuáles son sus sinónimos?: “celos, pelusa, resentimiento, animosidad, rencor, tirria, rabia, resquemor, desazón, disgusto”. Ninguna persona, mentalmente equilibrada, y quiero creer que también las hay a mansalva, no experimentamos nada de eso. Es más, me alegro que dedique parte de su tiempo al entrenamiento muscular, tanto por el bienestar emocional que produce un cuerpo sano y desarrollado, como por las endorfinas que se generan al llevarlo a cabo, con todos los beneficios que ello conlleva, aparte de que la constancia del ejercicio sirve para desarrollar el carácter en otros aspectos de la vida (determinación, disciplina, etc.). Por eso animo a todo el mundo a hacerlo, como yo también lo llevo a cabo. Salvo por enfermedad severa o incapacitante, debería ser algo tan natural como el respirar, no porque así se logre una figura más estética y estilizada –que es un efecto secundario-, sino, sobre todo, por salud interna y externa.
Cuando veo que hay cristianos que citan a Pablo para apoyar su pereza, me echo las manos a la cabeza: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Ti. 4:8). Olvidan que, dichas palabras, en su contexto, quieren decir que, “comparado con la piedad”, es poco provechoso al ser temporal, pero en ningún momento va en contra del deporte en sí, ni son una apologética al auto-abandono y el descuido. Omitir todas las ganancias que provoca es rechazar parte de la propia creación de Dios, como expliqué en “¡Vive! Disfrutando sanamente” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html).
Así que, por mi parte, y dicho todo esto, no hay ni machismo, ni envidia ni deseo.

¿Admirar?
“Esa envidia que ha enfrentado a mujeres y mujeres durante años es la misma que te lleva a llamar ´pXXX` o ´guarra` a otra mujer, pues su mera existencia te molesta, porque en vez de pensar ´Joder, qué culazo, ole por ella` piensas “menuda zorra, solo sabe que enseñar`. Palabras que no hacen más que retratar tu deseo interior de parecerte lo más mínimo a ella, y como no, en la sociedad actual, la mayoría preferirá siempre mirarte desde el odio y la proyección, antes que desde la admiración”.

Aunque lo dije en su momento, lo vuelvo a repetir para el que no lo recuerde: vista como vista una mujer, con mucha o poca ropa, siempre, siempre, siempre, hay que respetarla, y los insultos están de más, sea por esta razón o por cualquier otra.
Habla de los demás (odio, envidia, tal o cual menosprecio), cuando, como dije en el punto anterior, también está proyectando y, posiblemente, cayendo en un “sesgo de confirmación”. Es decir, ella observa que, cuando una mujer luce su cuerpo desnudo, los cuervos huelen la sangre y se lanzan al ataque directos a la yugular. Y, a partir de ahí, se crea un prejuicio que la hace creer que “todos los hombres y mujeres son cuervos envidiosos”. Esto la lleva a que, cada vez que lee un comentario desfavorable a su forma de pensar, su mente lo presenta como prueba de que es así –eso es un sesgo de confirmación-, cuando la realidad es que solo representan a una parte de la población mundial. ¿Qué tanto por ciento? Nadie lo sabe. Tendría que preguntarles a los ocho mil millones de personas que habitan este planeta, y no quedarse en lo que dice una parte en las redes sociales, omitiendo a los que ni se molestan en opinar sobre estos asuntos.
Por otro lado, no comparto la forma de actuar de muchas mujeres en lo que respecta a su forma de vestir. Ya vimos en “¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/77-como-debe-vestir-una-mujer-cristiana.html), la manera en que muchas señoritas y señoras creyentes han imitado las modas del mundo caído, donde ya apenas hay diferencia entre las vestimentas de unas y otras. La cuestión es: ¿tan loca está la sociedad, tan bajo ha caído, que un “trasero” esculpido en el gimnasio es digno de alabar, como viene a reclamar la chica del post? Nos quiere hacer creer que se envidia o se glorifica. Pues no: ni lo uno ni lo otro. Parece que todo en la vida gira en torno al cuerpo y a lo que se muestra. Y no, no es así. Quizá por eso existe tanta superficialidad a nuestro alrededor.

¿Despreciar?
Cierto es que en estos asuntos los hombres no se quedan atrás. Hombres que respetan a sus madres y a sus hermanas pero que fruto de la escasa relación amorosa y sexual que han tenido con las mujeres, fruto del rechazo constante al que se han visto sometidos por parte de estas, fruto de la indignación de sentirse invisibles para ellas, deciden también escoger el camino fácil y mirar con desprecio a aquellas que enseñan su cuerpo y llamarlas rameras, porque claro, si no quiere acostarse conmigo, si sus ojos siquiera se posarían sobre mí más de un segundo, entonces es una promiscua, una provocadora, una furcia.

Es un nuevo error esta generalización. No todo hombre que está en contra de la exposición pública de casi la totalidad de la desnudez de una mujer las mira con desprecio o usa esos descalificativos para describirlas. Y el que lo hace, pues muy mal por ellos. A una mujer siempre hay que honrarla –aunque ellas no lo hagan respecto a sí mismas-, vayan vestida de una manera u otra. Además, nunca hay que dar por hecho que, per se, sean algo de lo que apunta (promiscua, provocadora, fxxxxx), ni siquiera aunque su indumentaria sea bien ligera.
Y en lo que respecta a ser provocadora... Cito literalmente lo que dije en “¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?”: “Puede que lo que voy a decir moleste a alguna mujer, por la sencilla razón de que creen que no hacen nada malo (y creo en sus palabras), o porque afirman que tienen derecho a lucir sus cuerpos. Pero lo voy a exponer claramente porque así piensa la totalidad de los hombres cristianos que desean vivir una vida en santidad: cuando dejas relucir ampliamente tu escote o tu falda es excesivamente corta, no estás ayudando a tu hermano. Con esto no estoy queriendo culpar a ninguna mujer de la reacción de un hombre ante un estímulo físico y visual. Una mujer puede provocar una reacción por su vestimenta, pero no es la responsable final de esa reacción, ya que el hombre tiene la última palabra sobre qué hacer al respecto: “Creo que todos los que quieren vivir dentro de los límites de la santidad, deben tener un serio compromiso con el pudor. Es un llamado de la Palabra de Dios a las mujeres. Dios no culpa a la mujer por los pecados de los hombres, pero la culpa por su descuido y falta de pudor ya que no sólo tienta al hombre, sino que también lo lleva a cometer pecado. Nosotros debemos ser parte de la solución, no de los problemas. Ninguna mujer es culpable de que un hombre se sienta infatuado y excitado al verla, pues nadie se excita a la primera mirada, sino cuando continuamos mirando. Es el hombre el culpable de seguir mirando y dando rienda suelta a su imaginación la que lo lleva al camino de la tentación. Pero también debo decir que la mujer que dice amar a Dios y la pureza, pero que le gusta vestirse sensual y atractiva, debe saber que es culpable de la provocación que produce un cuerpo en el que se exalta la sensualidad. Las mujeres no quieren estar expuestas a ser buscadas y molestadas o vistas como coquetas. Deben ser sabias y prudentes, deben pensar bien en la ropa que van a comprar, antes de usarla. Toda mujer sabe cuándo es atractiva de forma natural y no puede evitarlo, pero toda mujer también sabe cuando ha trabajado su coquetería y ha preparado su cuerpo para ser admirado. Ella sabe cuándo elige, compra y viste ropa que exalta ciertas partes de su anatomía, que le hace lucir más sensual y si está dentro de los límites del pudor”[1].

Aunque mis palabras van dirigidas principalmente a las mujeres cristianas que pueden pensar como la chica fitness que ha dado pie a este artículo –que no es cristiana-, los principios generales que estoy exponiendo son válidos también entre ateos.

Un gran error
Para mí un cuerpo desnudo nunca ha tenido más importancia que una mente desnuda.

Ahí viene buena parte del problema: la ingeniería social de las dos últimas décadas, ha logrado que, desde la propia adolescencia y el despertar sexual de las niñas, se use el cuerpo desnudo como fuente de atracción primaria. Niñas que posan en las redes sociales con ropas minimalistas, llevando a cabo bailes vulgares y en poses claramente sexuales. Se les ha hecho creer que es normal, que es deseable exponerse en todo momento y en todo lugar –salvo delante de los abuelos, “porque ellos pertenecen a otra época y no lo entenderían”-, llamando mojigatas y reprimidas a las que no lo hacen.
¿Cómo que no tiene importancia? ¿Acaso le desnudas tu mente a todo el mundo? ¿Acaso vas por la calle desnudando tu alma con toda persona con la que te cruzas? ¿Acaso le desnudas tus pensamientos más íntimos a todos los que te rodean? ¿Verdad que no? Sería poco sabio.
Por eso, igualar “desnudez de cuerpo” con “desnudez de mente”, para así defender lo primero, no tiene sentido.

Corazones rotos a causa de la ingenuidad
Me gusta mostrarme tal y como soy en todos los sentidos, física y mentalmente.

¡Claro! ¡Y es sensacional que lo hagas! Pero volvemos a lo mismo: todo tiene un límite sano. Mostrarte tal y como eres, de forma natural, con las ideas claras, y que viste elegantemente, no significa que le tengas que enseñar la mayor parte de tus pechos o de tu trasero a todos los presentes y no presentes, en persona o en una serie de fotos, como tampoco le tienes que narrar todos los detalles de tu vida y de tus intimidades al resto del mundo. No somos cuerpo por un lado y alma por otro; nuestro yo es tanto cuerpo como alma. Lo que es aplicable a un aspecto, lo es también al otro.
¿A todo el mundo le regalas flores el día de San Valentín? No. ¿A todo el mundo le escribes notas románticas? No. ¿Con todo el mundo te marchas de vacaciones a una isla paradisíaca? No. Lo haces, exclusivamente, con tu esposo. Si es así, ¿por qué le enseñas a todo el mundo buena parte de tu intimidad?
Lo sensato para la población en general, y lo normativo para los cristianos en concreto, es guardar los encantos personales para la contemplación exclusiva del esposo, en intimidad, tras contraer matrimonio y a partir de la noche de bodas. ¿Por qué un hombre que no es tu cónyuge debería ver lo mismo que el que sí lo es? Al igual que regalas tu corazón y te comprometes con otra persona de por vida, en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, la desnudez de tu cuerpo es parte de esa entrega para él, y para nadie más, no en el sentido de “posesión”, sino de “entrega voluntaria”.
Por lo tanto, sabiendo que ninguna parte del cuerpo tiene absolutamente nada de malo, y que Dios mismo es el autor del mismo y de la sexualidad:

- Los amigos de tu esposo no deben ver tu cuerpo prácticamente desnudo.
- El conocido o desconocido que te sigue por Internet no debe ver tu cuerpo prácticamente desnudo.
- Más allá de tu esposo, nadie tiene que verte prácticamente desnuda.

Las razones “no tan ocultas”
Habrá excepciones, pero en la mayoría de los casos, el lucimiento de este tipo de cuerpos tiene una única finalidad: la búsqueda de reconocimiento y validación, como consecuencia de la propia vanidad. Se hace para alardear y recibir un chute de autoestima. En otras muchas ocasiones, directamente para que se fijen en ellas y así llamar la atención de los chicos. Como dejó dicho una chica en un comentario a la publicación a la que estoy aludiendo: “Ahora estoy trabajando en ese punto para pronto presumir el fruto de toda esa constancia”. Y la misma modelo fitness responde a otro usuario diciendo que “para eso entrena el gluteo tres veces a la semana, para lucirlo”. Es algo que las propias mujeres reconocen con total sinceridad en esta interesante entrevista: “No quieren ser vistas en el GYM pero sí en INSTAGRAM” (https://www.youtube.com/watch?v=gDKQ73n3WUo).
¿Qué habrá excepciones que no lo harán con ese sentir interno y esas intenciones externas? Reconociendo que me cuesta creerlo, no lo descarto, pero es evidente que no es la norma general, sino en la mera búsqueda del lucimiento propio, cayendo muchas de ellas en el pecado de las hijas de Sion, que “se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies” (Is. 3:16).
Además, así, con esos likes y comentarios que reciben, tanto ellos como ellas, logran que les digan qué guapas son y qué cuerpazos tienen. Un subidón de autoestima basada en el físico y en la opiniones ajenas. Hay personas que no han recibido aceptación en sus vidas, que no se han sentido amadas por sus progenitores o que han tenido infancias muy duras, incluso con maltratos, lo que las lleva a tener un pobre concepto de sí mismas. Pero llega un día en que descubren que un camino fácil y directo para encontrar ese amor propio es “mostrando carne”, y cuánta más mejor, sabiendo los halagos y reacciones positivas que recibirán. Visto así, se las puede entender, pero el fin no justifica los medios, y es un sendero errado. ¿Qué harán cuando los años tomen su lugar y el cuerpo decaiga? Puesto que dependen de un buen físico para sentirse bien y de lo que los demás digan al respecto, cuando el físico se pierda y los piropos desaparezcan, volverán a sentirse igual o peor que antes.
Con todo esto no quiero decir –ni siquiera insinuar- que, automáticamente, estas personas sean superficiales o altivas. No. Las hay y las habrá, pero seguro que hay otras muchas que serán cultas, buenas lectoras, amantes del arte, de la filosofía o de la buena música, y completamente sanas. Pero lo primero no excluye lo segundo. Sí, hay que cultivar tanto la mente como cuidar el cuerpo, basándonos en ese dicho del poeta Juvenal: “mente sana en cuerpo sano”. Por eso, alardear de ciertas partes del cuerpo –y más si son íntimas- de cara al público en general, es como el que se jacta de sus conocimientos ante personas poco o nada letradas. Vendría a ser como si alguien se pone a jugar al fútbol en un Museo de Arte o va en pijama a su propia boda: estaría fuera de lugar y sería un sinsentido. Lo mismo con la erotización y la sexualización: fuera de la intimidad del matrimonio, está de más.  

Todos somos libres
Nunca he tenido ningún problema con que alguien suba una foto en tanga o en calzoncillos, porque cada uno es dueño de su vida.

Aquí sí le doy la razón: cada uno es dueño de su vida, y nadie tiene la potestad de “obligar” a otros a cambiar. Si quieren subir fotos semidesnudas a sus perfiles, es cosa de ellos. Creer que tenemos la potestad para que cambien a la voz de ya, únicamente conduce al desaliento y la frustración.
De las mujeres cristianas que me han ido dejando sus comentarios en el blog en el artículo del bikini, todas me han dado la razón, y el resto a las que he preguntado han sido incapaces de refutar la larga exposición que allí hice. Unas decidieron dejar de usar esa prenda de baño, libremente y por propia decisión. Otras siguen usándolo, mostrándolo en directo y en redes sociales. ¿Puedo hacer yo algo para remediarlo? No, ni es mi cometido.
En nuestra mano solo queda mostrar argumentos, defenderlos y llamar a la reflexión individual; nada más. El resto está en sus manos, siendo los que deben decidir consecuentemente y en su propia libertad. Es el mismo método que emplea Dios, y por eso nos creó con libre albedrío.

Malos ejemplos
Si alguna vez alguien te increpa porque tú enseñes tu cuerpo, no olvides que tú no estás haciendo nada mal, no haces daño a nadie, al contrario de quienes van por la vida insultando a los que ejercen su libertad.

Partiendo que nadie debe increpar o insultar a otros por enseñar su cuerpo –nos guste que lo haga o no-, sí que está haciendo mal a un colectivo muy particular, y al que ya hice referencia párrafos atrás: a las más jovencitas, al ser para ellas de mal ejemplo. Si vemos que hay niñas –con el consentimiento de los propios padres-, que van desde los diez a los diecisiete años, vistiendo con pantaloncitos que dejan al descubierto los cachetes, con escotes que no tapan prácticamente nada, con tangas en playas y piscinas, es porque se limitan a imitar lo que ven y han aprendido de mujeres algo mayores. Estamos llegando a unos límites de erotización entre las menores de edad –con vestimentas, poses y actitudes impropias de su edad- que podríamos considerarlo, sin ningún género de duda, como corrupción de menores.
Si ese es parte del legado que una mujer quiere dejar en este mundo a las nuevas generaciones, mal vamos. ¿Qué no se sienten culpables por enseñar a las más jovencitas sus comportamientos? Siento decirlo, y no les gustará saberlo y lo rechazarán, pero lo son. Además, este tipo de ejemplos que proporcionan las mujeres ya adultas, conlleva otro problema entre las adolescentes, al contemplar cómo la sociedad en general y su propio género en particular, las presiona para tener cuerpos perfectos, al mostrarlos como el culmen del ser humano.
La inmensa mayoría cree que su valor depende del tamaño de sus pechos, de la redondez de sus glúteos, del porcentaje de grasa, de un rostro suave y de cuán reluciente luzca la piel. La presión que muchas de ellas soportan a edades tan tempranas, donde todavía son inmaduras para rechazar estos estereotipos, las lleva a experimentar un grado de presión que puede llegar a ser insoportable, especialmente entre aquellas que, por genética o falta de ejercicio, no tienen un determinado físico y un rostro especialmente atractivo, provocando en muchas profundos complejos, sentimientos de inferioridad, inseguridades sin fin, ataques de ansiedad, obsesión por la comida (que puede llevarlas a la anorexia) y problemas de relaciones con el otro sexo.

Una generalización que cae en la falacia
Recuerda: que aquel que te juzga por estos hechos no es más que un hombre que querría estar en tu cama o una mujer que querría estar en tu piel.

Fruto de todo lo anteriormente dicho, esta chica termina con esa reflexión y que resumen su pensar, repitiendo los mismos errores y cayendo en una falacia.
Afirmar que, por tener un juicio de valor (eso, en el buen sentido del término, es juzgar, y no en el de condenar), donde uno se postula a favor del pudor sano y en contra de la exhibición, “no es más que un hombre que querría estar en tu cama o una mujer que querría estar en tu piel”, es un juicio absoluto que no se corresponde con la verdad. Ni todos los hombres que no compartimos dicha forma de pensar queremos acostarnos con mujeres que visten así, ni a todas las mujeres les gusta ese tipo de cuerpo.

En resumen
Mi sentir podríamos resumirlo en estos puntos:

- Una cosa es animar a hacer deporte, incluyendo el ejercicio de fuerza, y otra muy distinta es hacerlo para mostrar el cuerpo desnudo en público y ante ojos ajenos que no sean los del cónyuge.
- Teniendo derecho a opinar, también es cierto que nadie debe insultar a una mujer por cómo vista, incluso aunque estemos en las antípodas en cuanto a nuestra forma de pensar.
- La expresión inglesa dressed to kill (vestida para matar) hace referencia a las mujeres que “usan intencionalmente ropa que atraiga la atención y la admiración sexual”[2]. Por mucho que haya mujeres que traten de justificar la desnudez bajo palabras de humildad, la realidad es que ellas mismas saben las razones exactas de mostrar tanta piel. Es tan obvio que hasta ellas lo dicen, sin necesidad de que un hombre lo afirme.
- Las mujeres pueden vestir de mil maneras elegantes y atractivas sin necesidad de ir mostrando partes concretas de su cuerpo, y que deben reservarse como regalo para el esposo.
- El hombre no debe culpar a la mujer, vista como vista, de su propio pecado de lujuria al mirarla.
- Disfrazar todo este desvarío bajo el eufemismo de libertad, es un acto de inconciencia absoluta. Es más, viendo la degeneración de la sociedad, puedo hasta imaginar el título que escribiré en unos años.

Mi consejo para las cristianas
Espero que no seas de las que ha comprado el discurso de la sociedad caída, y que apliques los principios que hemos visto. Y si eres parte de esta moda, en tu mano está el cambiar y empezar a agradar a Dios también en esta faceta. No esperes a que los que te rodean cambien sus actitudes para hacerlo tú. No tomes las decisiones de tu vida en función de las masas o de las mayorías. Recuerda que los principios bíblicos siguen siendo inmutables: Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”, “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Co. 6:20; 1 Ti. 2:9).


[1] Hormachea, David. El adulterio: ¿Qué hago? Nelson. Pág. 46-47.

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