lunes, 2 de julio de 2018

Westworld: ¿Quién serías si pudieras ser quién quisieras? ¿Y qué harías?

 

Imagina un mundo donde pudieras ser quien quisieras y hacer lo que te viniera en gana. Ahora imagina que, a su vez, todo aquello que llevaras a cabo –principalmente lo malo- no tuviera consecuencias legales de ningún tipo ni que tampoco afectara a tu reputación: “Lo que sucede en ese lugar, se queda en ese lugar”.
Esta, entre otras muchas ideas y planteamientos filosóficos (como el libre albedrío, el destino, la culpa, los deseos de inmortalidad, etc.), es lo que nos ofrece la famosa, profunda y compleja serie televisiva de suspense y ciencia ficción Westworld, protagonizada por algunos de los mejores actores de la historia del cine, como Anthony Hopkins y Ed Harris, entre otros, con una extraordinaria banda sonora y con una partitura musical a piano en su opening sumamente hermosa.
Puesto que mi idea no es analizar todos y cada uno de los conceptos que en ella se trata, me centraré en la que acabo de exponer, y que me va a servir para que nuevamente miremos a nuestro interior como personas y como cristianos, y veamos qué observamos y cómo nos vemos reflejados.

El mundo de Westworld
Esta serie está basada en una película de 1973 del mismo título y que, en su momento, me dejó impactado. Westworld es un parque temático ambientado en el Viejo Oeste y caracterizado como tal. Los habitantes de este mundo son los “anfitriones”, androides creados exactamente iguales a los humanos y que están programados para llevar a cabo todos los deseos de los “huéspedes”, que son las personas reales. A simple vista es imposible diferenciarlos, lo que da mucho juego a la trama.
Lo único que no pueden hacer los anfitriones es causar daño físico a los visitantes. Los humanos pueden hacer con ellos y en ese mundo ficticio lo que les plazca, ya que sus actos no tienen consecuencias. Si mienten, no tiene importancia porque es un juego y le mienten a un robot. Si tienen relaciones sexuales con la prostituta del bar, no es infidelidad porque es un robot. Si cometen una violación, no tiene importancia porque es un robot. Si matan, no tiene importancia porque es un robot. Todo aquello que no se puede hacer en el mundo real, ahí está permitido al ser una ficción.
Aunque para algunos es simplemente una aventura donde disfrutan del lugar, para otros muchos es una manera de expresar todo lo que hay en su interior y así poder cumplir sus deseos más sórdidos sin consecuencias penales y sin el miedo al qué dirán sus familiares y amigos.
Junto a otros misterios que no quiero contar por si alguien está interesado en visualizarla[1], bien puedes imaginar que los robots terminan por tomar conciencia y rebelarse. Pero no es ahí donde me quiero detener, sino en cómo seríamos nosotros si pudiéramos acceder a ese parque bajo las mismas condiciones.

El ateo sin consecuencias
Para el ateo o alguien que dice ser cristiano pero realmente no lo es, su moral y ética depende del momento, de sus propios pensamientos, de cómo se sienta, de los valores que tenga en esa etapa de su vida y de multitud de factores. Puede tener principios fijos, pero estos pueden cambiar ya que no se basan en algo inamovible como la ética cristiana que tiene su base en la Biblia. Sin saberlo, viven según la famosa frase atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”:

- Tengo novia y nunca la he engañado, pero qué hay de malo en recrearse en otras bellezas...
- Estoy casado y soy fiel, pero si aparece alguien mejor...
- No soy promiscuo, pero si surge una buena ocasión...
- No soy mentiroso, pero si alguna vez tengo que hacerlo...
- No suelo emborracharme, pero si me reúno con buenos amigos...
- No soy violento ni agresivo, pero que no me provoquen...
- No soy irascible, pero que nadie me hable mal...
- No le grito a mi cónyuge, pero que no me lleve la contraria...
- No soy un ladrón, pero si puedo sacar provecho económico...

Y estoy hablando de inconversos con un mínimo de ética, no de aquellos que directamente viven en libertinaje y “buscan” llevar a cabo estas prácticas y acciones.
Aunque digan ser personas íntegras, muchos de ellos tienen una ética doble o “adaptable” a las circunstancias. Ellos ven el escenario de este mundo como una especie de Westworld: al considerar que no existe un Dios y Juez ante el que un día tendrán que rendir cuentas, actúan en muchos aspectos como si este mundo fuera ese parque de atracciones.

El cristiano que cree que sus pensamientos no tienen consecuencias
En el lado opuesto, los cristianos decimos que no actuamos como ellos:

- Tengo novia y nunca la he engañado, y no me recreo en otras mujeres.
- Estoy casado y siempre seré fiel, aunque aparezca alguien muy llamativo.
- No soy promiscuo y nunca lo seré, aunque surja una ocasión.
- No soy mentiroso, aunque sienta que a veces debería serlo para evitarme problemas.
- Nunca me he emborrachado, hagan lo que hagan los demás.
- Nunca le he pegado a nadie, y nunca lo haré aunque me provoquen.
- No le falto el respeto a mi marido, aunque haya ocasiones en que estemos en desacuerdo.

Posiblemente, todas estas afirmaciones sean ciertas en tu caso. Tú mejor que nadie sabes qué es verdad y qué podrías añadir o quitar. Pero ahora hazte esta pregunta: si tus actos no tuvieran consecuencias, si nadie te viera, si nadie te juzgara, si pudieras acceder de incógnito a Westworld, ¿qué cosas harías? ¿Qué te dice tu naturaleza caída? ¿Ha hecho ella una lista?
Este es el punto de inflexión: externamente puede que no hagamos nada de lo que haría alguien sin principios bíblicos, pero ¿y en nuestra mente? ¿Qué ideas, pensamientos y deseos fuera de la voluntad de Dios se mueven en ese “mundo mental”?:

- ¡Qué mujer más espectacular! ¡Quién pudiera disfrutar de semejante cuerpo!
- Mi marido ha olvidado la pasión romántica. ¡Lo increíble que sería tenerla con ese otro hermano de la iglesia de sonrisa deslumbrante y hombros hercúleos!
- ¡Qué persona más odiosa! ¡Si pudiera le daría un gancho de izquierda que lo noquearía un par de meses!
- No es una mentira, solo una mentirijilla sin importancia.
- Mi marido me tiene harto y cuando llegue del trabajo le voy a gritar hasta reventarle los tímpanos. ¡Con lo cariñoso, bueno y complaciente que es mi compañero de trabajo! (sí, el de los ojazos verdes).
- ¡Odio a mi profesor! (mientras le sonríes esperando que te apruebe).
- ¡Ven aquí que te dé un abrazo! (cuando piensas en la puñalada que le darías).
- ¡Te echamos de menos hermano! (cuando en realidad nadie quiere verle).

He citado cuestiones genéricas. Cada uno sabrá qué hay en su mente. Eso sí, de cara a los demás, todo esto se silencia o queda disimulado. Aunque es real ese dicho que dice que “del dicho al hecho hay un trecho” –puesto que el hecho de que un pensamiento forme parte de la mente no significa automáticamente que se vaya a llevar a cabo-, los pensamientos sin acciones consumadas no tienen consecuencias reales. Y el cristiano comete un error si cree que, mientras todo quedé dentro de sí, no está mal lo que está pensando. 
La cuestión es que lo que realmente le importa a Dios es nuestro ser interior, ya que ese es nuestro verdadero yo. Si nos creemos buenos porque de cara a los demás hacemos “lo correcto” aunque de cara a nosotros mismos vivamos en “lo incorrecto”, estaremos cayendo en el error de los fariseos. Jesús lo explicó de forma tajante en sus famosos “oísteis que fue dicho... pero yo os digo” (cf. Mt. 5). Hacer la voluntad de Dios no es cumplir una serie de requisitos externos (como creían los judíos), sino que es algo que debe empezar internamente, en el yo auténtico.  

Los cristianos caemos con mucha facilidad en este error por dos razones:
- Creemos que en nuestra mente, como nadie nos ve, podemos ser como queramos, de una manera u otra, como el estribillo de aquella canción de Alejandro Sanz: “Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser”.
- Pensar que, como no son visibles, nuestros pensamientos no tienen consecuencias. Sí, puede que nos los tengan en términos humanos, pero sí en términos eternos. ¿Cómo acaba el libro de Eclesiastés?: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala(Ec. 12:13-14).

¿No podemos cambiar?
Otra de las ideas planteadas en la serie es que los seres humanos no podemos cambiar, puesto que sencillamente “obedecemos” a nuestro código con el que fuimos programados. Posiblemente la idea teológica más interesante de Westworld. Como bien sabemos, nuestro “código” está defectuoso, averiado y corrompido; por eso el Nuevo Testamento habla una y otra vez de nuestra naturaleza caída y de la necesidad del sacrificio de Cristo en la cruz para pagar por nuestros pecados. Es aquí donde, una vez más, nos damos cuenta que “no hay justo, ni aun uno. [...] No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10, 12). Como Jesús dijo: sólo Dios es bueno (cf. Mr. 10:18).
Esto significa que no podemos cambiarnos a nosotros mismos. No podemos cambiar ese “código” puesto que solo Dios puede hacerlo, como Él mismo prometió: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:26-27). Esto no significa que nuestra vieja naturaleza desaparezca tras la conversión y el nuevo nacimiento, sino que ya no tiene que tener control sobre nosotros, siempre y cuando dejemos que sea el Espíritu el que tenga el control sobre nuestra mente.

Una sola mente y una sola vida
Como recalqué en Quiero ser monja: ¿Podemos tener una doble cara y una doble vida? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/05/quiero-ser-monja-podemos-tener-una.html) y en Cuando los cristianos ofrecemos un mal ejemplo y se nos acusa con razón de hipócritas (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/09/1-cuando-los-cristianos-ofrecemos-un.html), el cristiano que se congrega no puede tener una cara dentro del local de la iglesia y otra fuera, no puede decir que cree en Dios y vivir de manera opuesta, ni puede ser de una manera en su interior y de otra en el exterior. Tampoco puede decir, por ejemplo, que ama a Dios y luego odiar o insultar a sus semejantes, o enfrascarse en una relación de yugo desigual.
Con la mente sucede exactamente igual, porque es donde comienza todo. No podemos “actuar” ante los demás de una manera y “pensar” de manera opuesta. Si nuestras acciones pueden llegar a ser hipócritas, ¡cuánto más nuestros pensamientos! Si hablamos bien de una persona pero pensamos mal de ella, somos hipócritas. Si le deseamos con nuestras palabras el bien a su vida pero en nuestros pensamientos anhelamos que no le vaya bien, somos hipócritas. Si le damos un beso casto y puro a un hermano casado pero pensamos que querríamos tenerlo entre nuestras sábanas, somos hipócritas. Si damos muestras de amor a nuestro pareja o cónyuge pero deseamos amar románticamente al vecino, somos hipócritas. Si presumimos de no ver películas para adultos pero tenemos la mente llena de lujuria, somos hipócritas. Si sonreímos a una hermana con nuestra mejor sonrisa de alegría pero en nuestra mente la despreciamos, somos hipócritas. Y así con todo lo que se nos ocurra. No tiene cabida en el cristianismo tener una actitud y comportamiento determinado, y luego unos pensamientos opuestos. Un psiquiatra diría que esa persona tiene una doble personalidad o un grave desorden mental. Sin llegar a esos extremos, yo diría que el individuo lo que tiene es “religionitis”.
Aunque nos comportemos “correctamente” de cara al público, si mentalmente vivimos un mundo de deseos ocultos y fantasiosos, no habremos comprendido nada del mensaje de Cristo y de sus propósitos para con nosotros.
Jesús dijo: “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mt. 5:37). A nivel general, tenemos que ser igual: iguales por dentro que por fuera; iguales por fuera que por dentro. Sí o sí. No o no. Sin disonancias.

Este es un tema básico para reflexionar profundamente contigo mismo. Hazlo sin prisas y mira qué debes cambiar. Aunque somos salvos por gracia y la perfección no la alcanzaremos hasta la glorificación en la otra vida, es el momento de poner manos a la obra si hasta ahora no te habías tomado en serio este asunto.
Piensa lo que piensas. Sé genuino. Sé auténtico. Sé íntegro. Sé consecuente. Sé un discípulo de Cristo. Haz su voluntad, empezando por tu mente.



[1] Aviso a navegantes sensibles: aunque no tiene escenas sexuales (creo que una), sí hay muchos desnudos –especialmente en la primera temporada- que se podrían haber evitado. Pero tristemente el pudor se ha perdido en nuestra sociedad, y la cadena HBO considera muy “adulto” que así sea, siendo una de sus señas de identidad en casi todas sus series.

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