Si alguien, un amigo, un conocido o un familiar, te
cuenta que ayer se “encontró” dos cajas de leche con doce cartones de a litro en
los bajos de un carro en el aparcamiento subterráneo del Mercadona de San
García (Algeciras), exactamente iguales a los de la foto, y se los llevó, en
lugar de devolverlos, a la espera de que llegara su legítimo dueño, que sepas
(y que sepa) que dicha “milk” era mía, la cual olvidé al cargar el coche. Por
mucho que volví a diez mil kilómetros por hora, ya se habían evaporado.
Habrá muchos que justificarán dicha acción: “si
hombre, devolverla, con lo bien que me viene”, “para que se la quede otro, me
la quedo yo”, “total, ya que está aquí…”.
Y no, esto no va de leches ni de los 10´54€ que se
quedaron en el camino, sino de algo infinitamente más profundo. Millones de
personas se muestran como adalides de las “causas perdidas”: se indignan ante
las injusticias del mundo, se enfurecen por el hambre y las guerras en ciertos
países –en otros no-, se llenan de ira ante las injusticias sociales,
económicas o raciales de sus gobernantes –a los que ellos mismos votaron y
eligieron-, y, en general, les arde el corazón al ver lo malo que hace el
prójimo, sea el vecino o un ciudadano en Australia al que no conocen de nada.
¿Cuál es el problema? Que no ven, o niegan, la maldad en sí mismos:
- El que miente con tal naturalidad que es capaz de
sonreírte mientras lo hace.
- El que escucha cómo despotrican de un familiar y no
tiene la valentía de preguntarle su versión, sino que se suma a la “fiesta” y
la acepta sin más, haciéndose cómplice, juez, jurado y verdugo.
- El que no hace bien su trabajo o se escabulle a la
mínima ocasión.
- El que engaña a su cónyuge y lo defiende con
expresiones como “es solo un poquito”, “ojos que no ven…”, “no se va a
enterar”, “es que no puedo evitarlo”.
- El que se alegra de la muerte de otro ser humano por
el hecho de no pensar igual.
- El que aprovecha un descuido del dueño del
establecimiento para apoderarse de una botella de alcohol y guardársela en la
mochila.
- El que quita algunos platos de su mesa para hacer
creer al camarero del bar que ha consumido menos de lo que ha hecho realmente, y
así pagar menos.
- El que le ingresa cierta cantidad de dinero a una
mujer para que le mande fotos o vídeos íntimos a través de Internet, y la mujer
que se presta a ello, considerando ambos dicho “intercambio” como “algo normal
y consentido”.
- El que diseña ropa minimalista para chicas
adolescentes y las alienta a comprar sus productos para que vistan como si
fueran “otra cosa”, junto a los padres que lo permiten.
- El que destila odio por los cuatro costados en las
redes sociales porque el “contrario” es de un equipo de fútbol diferente.
- El que es capaz de “entrar” en el vientre de una
mujer con un “aspirador” y hacer añicos a la criatura que allí se encuentra.
Y la lista podría alargarla durante horas.
La realidad es que no deja de asombrarme la capacidad
del ser humano para autoconvencerse del “yo no he hecho nada malo”. A mi edad me
sigue dejando anonadado cómo son capaces de justificarse y no sentir culpa ni
remordimiento al mirarse en el espejo. Nunca dejo de salir de mi asombro contemplando
la facilidad que tienen para llamar a lo malo, bueno, y a lo bueno, malo (Is. 5:20).
Si mirasen con honestidad en su interior, verían, como muchos ya vimos en su
momento, que “en maldad han sido formados” (Sal. 51:5), y buscarían la
“medicina” para tal “enfermedad”.
¿Una sociedad diferente?
¿Cómo va a cambiar este mundo, que parece un
manicomio, si no lo hacen sus habitantes, a nivel individual? Lo que se
necesita son hombres y mujeres honestos, íntegros, confiables, sinceros,
nobles, de una firme moral y ética, y que no se dejen arrastrar por las malas
actitudes ajenas o imperantes. ¡Qué diferente sería este planeta si los
individuos fueran de dicha manera! Y todo comenzando con actos muy sencillos
por parte de ambos sexos:
- El hombre y la mujer que se da cuenta de que el
dueño del bar le ha dado dinero de más, se lo hace saber, y se lo reintegra.
- El hombre y la mujer que, por un descuido, producto
de una larga conversación o de tener la mente en otra parte, cuando llega a su
casa cae en la cuenta de que se ha ido del kiosko sin pagar, aunque fueran solo
unos céntimos, y decide volver a pagar.
- El hombre y la mujer que ayuda a los demás en la
medida de sus posibilidades, y si está en su poder hacerlo (Pr. 3:27).
- El hombre y la mujer que deja de mentir, de usar la
lisonja para alcanzar sus propósitos y que juzga con juicio recto, no según las
apariencias (Jn. 7:24).
- El hombre y la mujer que usa sus palabras para
instruir y corregir, no para maldecir, odiar o clamar por venganza (Pr. 12:18).
Y sí, el hombre y la mujer que DECIDE devolver la
leche que no es suya.
Un solo detalle. Un solo gesto. Una sola acción. Una
sola palabra. Una… una… una… suman mucho y conforman un TODO. ¿Qué clase de
hombre o mujer eres? ¿Qué clase de hombre o mujer serás? Te toca a ti
responder.
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