lunes, 29 de septiembre de 2025

Esto no trata de “leches”, sino de integridad o de la ausencia de ella

 


Si alguien, un amigo, un conocido o un familiar, te cuenta que ayer se “encontró” dos cajas de leche con doce cartones de a litro en los bajos de un carro en el aparcamiento subterráneo del Mercadona de San García (Algeciras), exactamente iguales a los de la foto, y se los llevó, en lugar de devolverlos, a la espera de que llegara su legítimo dueño, que sepas (y que sepa) que dicha “milk” era mía, la cual olvidé al cargar el coche. Por mucho que volví a diez mil kilómetros por hora, ya se habían evaporado.
Habrá muchos que justificarán dicha acción: “si hombre, devolverla, con lo bien que me viene”, “para que se la quede otro, me la quedo yo”, “total, ya que está aquí…”.
Y no, esto no va de leches ni de los 10´54€ que se quedaron en el camino, sino de algo infinitamente más profundo. Millones de personas se muestran como adalides de las “causas perdidas”: se indignan ante las injusticias del mundo, se enfurecen por el hambre y las guerras en ciertos países –en otros no-, se llenan de ira ante las injusticias sociales, económicas o raciales de sus gobernantes –a los que ellos mismos votaron y eligieron-, y, en general, les arde el corazón al ver lo malo que hace el prójimo, sea el vecino o un ciudadano en Australia al que no conocen de nada. ¿Cuál es el problema? Que no ven, o niegan, la maldad en sí mismos:

- El que miente con tal naturalidad que es capaz de sonreírte mientras lo hace.

- El que escucha cómo despotrican de un familiar y no tiene la valentía de preguntarle su versión, sino que se suma a la “fiesta” y la acepta sin más, haciéndose cómplice, juez, jurado y verdugo.

- El que no hace bien su trabajo o se escabulle a la mínima ocasión.

- El que engaña a su cónyuge y lo defiende con expresiones como “es solo un poquito”, “ojos que no ven…”, “no se va a enterar”, “es que no puedo evitarlo”.

- El que se alegra de la muerte de otro ser humano por el hecho de no pensar igual.

- El que aprovecha un descuido del dueño del establecimiento para apoderarse de una botella de alcohol y guardársela en la mochila.

- El que quita algunos platos de su mesa para hacer creer al camarero del bar que ha consumido menos de lo que ha hecho realmente, y así pagar menos.

- El que le ingresa cierta cantidad de dinero a una mujer para que le mande fotos o vídeos íntimos a través de Internet, y la mujer que se presta a ello, considerando ambos dicho “intercambio” como “algo normal y consentido”.

- El que diseña ropa minimalista para chicas adolescentes y las alienta a comprar sus productos para que vistan como si fueran “otra cosa”, junto a los padres que lo permiten.

- El que destila odio por los cuatro costados en las redes sociales porque el “contrario” es de un equipo de fútbol diferente.

- El que es capaz de “entrar” en el vientre de una mujer con un “aspirador” y hacer añicos a la criatura que allí se encuentra.

Y la lista podría alargarla durante horas.

La realidad es que no deja de asombrarme la capacidad del ser humano para autoconvencerse del “yo no he hecho nada malo”. A mi edad me sigue dejando anonadado cómo son capaces de justificarse y no sentir culpa ni remordimiento al mirarse en el espejo. Nunca dejo de salir de mi asombro contemplando la facilidad que tienen para llamar a lo malo, bueno, y a lo bueno, malo (Is. 5:20). Si mirasen con honestidad en su interior, verían, como muchos ya vimos en su momento, que “en maldad han sido formados” (Sal. 51:5), y buscarían la “medicina” para tal “enfermedad”.

¿Una sociedad diferente?
¿Cómo va a cambiar este mundo, que parece un manicomio, si no lo hacen sus habitantes, a nivel individual? Lo que se necesita son hombres y mujeres honestos, íntegros, confiables, sinceros, nobles, de una firme moral y ética, y que no se dejen arrastrar por las malas actitudes ajenas o imperantes. ¡Qué diferente sería este planeta si los individuos fueran de dicha manera! Y todo comenzando con actos muy sencillos por parte de ambos sexos:

- El hombre y la mujer que se da cuenta de que el dueño del bar le ha dado dinero de más, se lo hace saber, y se lo reintegra.

- El hombre y la mujer que, por un descuido, producto de una larga conversación o de tener la mente en otra parte, cuando llega a su casa cae en la cuenta de que se ha ido del kiosko sin pagar, aunque fueran solo unos céntimos, y decide volver a pagar.

- El hombre y la mujer que ayuda a los demás en la medida de sus posibilidades, y si está en su poder hacerlo (Pr. 3:27).

- El hombre y la mujer que deja de mentir, de usar la lisonja para alcanzar sus propósitos y que juzga con juicio recto, no según las apariencias (Jn. 7:24).

- El hombre y la mujer que usa sus palabras para instruir y corregir, no para maldecir, odiar o clamar por venganza (Pr. 12:18).

Y sí, el hombre y la mujer que DECIDE devolver la leche que no es suya.

Un solo detalle. Un solo gesto. Una sola acción. Una sola palabra. Una… una… una… suman mucho y conforman un TODO. ¿Qué clase de hombre o mujer eres? ¿Qué clase de hombre o mujer serás? Te toca a ti responder.

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