Venimos de aquí: ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que es lógico y humano experimentar
cierto grado de ansiedad en el alma pero que hay Alguien en quien hallar paz en
medio de la tormenta (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/04/4-que-puedes-aprender-de-la-crisis-del.html).
La mayoría de las
ansiedades son fruto de pensamientos negativos que se somatizan. Así el cuerpo
reacciona ante ellos experimentando distintas alteraciones: dificultad para
respirar, nerviosismo, taquicardias, insomnio, etc. Muchos de los pensamientos
son infundados, irreales, en el sentido de que nunca se van a producir, pero
los interiorizamos de tal manera que nuestra mente los cree como reales. Pero
hay otras opciones que pueden llegar a hacerse realidad y tienen su base para provocar
inquietud. En el sur de Italia, las familias más pobres pasaron por malos
momentos e intentaron asaltar varios supermercados. La ansiedad física fue
meramente un mecanismo de defensa para responder ante una situación que
comenzaba a resultar desesperante: “¿Me falta comida? Haré lo que sea necesario
para lograrla”. Ese tipo de reacción puede resultar lógica ante dicha
carencia.
¿Qué es lo peor que podría pasarte?
Por eso, tenemos que confrontar
directamente qué es lo peor que nos podría pasar, para así tener mecanismos de
defensa –tanto mentales como de conducta- y no dejarnos llevar por el pánico.
Hay personas que creen que lo mejor es evitar tratar el tema. Y se equivocan
por completo, porque esa idea de “meto la cabeza debajo de tierra como las
avestruces esperando que no me toque” no te quita la ansiedad ni te prepara
para nada. Los miedos no hay que eludirlos, sino confrontarlos. Una vez que se
les mira a la cara, nos preparamos para que no nos dominen ni tengan poder
sobre nosotros. Así que ahora citaré dos de esos “miedos” y que podrían llegar
a pasar:
1) Que enfermemos y
muramos.
2) Que perdamos el
trabajo, nos quedemos sin dinero y perdamos todas nuestras posesiones
materiales.
Como de la primera
cuestión voy a encargarme en otra de las lecciones, me centraré en la segunda.
Los seres humanos somos como camaleones: nos adaptamos a las circunstancias
aunque estas resulten cambiantes. Igual que todos aquellos que han implementado
hábitos sanos y metódicos ya se han acostumbrado al confinamiento, en este
supuesto haríamos lo mismo. En la peor de las situaciones, viviríamos de alguna
pequeña paga, de la caridad, durmiendo en albergues o en tiendas provistas por
el mismo Gobierno, por alguna institución u organización religiosa. ¿Nos heriría el orgullo al
principio? A muchos posiblemente sí, y más cuando tenemos en nuestra mente
grabada a fuego la idea que la sociedad nos ha hecho creer desde que éramos
niños: que un hombre y una mujer es el que se vale por sí mismo, y que cuanto
más tenga mayor es su valía. Es un tremendo error basar la estima propia en
este concepto, pero tristemente muchos lo hacen. Es lo que sucede cuando se
construyen gigantescos castillos de arena al borde de la orilla.
Encarando el miedo al futuro
Quiero creer –y confío en
ello- que nada de esto va a ocurrir, o al menos hasta estos extremos, pero la
posibilidad de la falta de trabajo, de vivienda propia y de carencia de ciertas
comodidades son reales “ahora” –como efecto colateral de la pandemia-, o en un
“futuro” ante cualquier situación inesperada como una catástrofe de la
naturaleza.
Por eso es bueno mirar a
los ojos a los miedos. ¿Cuál es uno de ellos? La reducción en calidad de vida
que sufriríamos. No tendríamos televisor, ordenador, teléfono móvil ni dinero
para salir a cenar y practicar otras actividades de ocio. Ahí tendríamos que
recordar que esas no son “necesidades” sino “lujos” a los que nos hemos
acostumbrado. Pero lo vuelvo a repetir: tendrías a aceptarlo y adaptarte a la
nueva situación en lugar de patalear donde lo único que conseguirías es
amargarte profundamente.
Otros
deberían apretarse el cinturón porque “no pudieron”, “no supieron” o “no
quisieron” ahorrar parte del dinero que ganaron anteriormente.
Incluso en el peor de los
casos, tendríamos que comer en un comedor social, y no precisamente nuestros
platos favoritos, sino lo que hubiera. De nuevo, el camaleón que todos llevamos
dentro debería almoldarse. Al igual que la pérdida de un estatus o de las
posesiones materiales le supondría a muchas personas un golpe bajo a su orgullo
y sentimiento de valía, el depender de otros para comer les afectaría. Pero
nadie debería ni debe sentirse mal por no poder valerse por sí mismo, dadas las
circunstancias. No habría ni hay nada de
malo en que nos ayuden, fuera de un banco de alimentos, de una ONG o del mismo Gobierno.
Los cristianos más pudientes tendrían que arrimar el hombro todo lo que
pudieran, y lo que tuvieran menos ayudar en la medida de sus posibilidades.
El enfoque ante una
situación extrema donde se recibe lo justo para vivir, comer y beber debería
ser: “Gracias por lo que recibo”. Así fue entre los cristianos del primer
siglo: había un gran escasez entre los cristianos de Jerusalén y los pobres se
contaban por millares (cf. Gá. 2:9-10). Pablo, conocedor de la situación,
recogió una gran ofrenda para todos ellos. Los que tenían, incluso los que
tenían poco, dieron a los que no tenían nada (cf. 2 Co. 8:1-4). Los creyentes veían en dicha ayuda la mano
de Dios, y así tendríamos que verlo si algo así nos aconteciera, en lugar
de verlo bajo el prisma de la ansiedad: “Esta suma [de dinero] es el
depósito de la piedad que de allí se saca, [...] para sustentar y enterrar pobres, para alimentar niños y niñas
huérfanos de padres y de hacienda, para viejos que no pueden salir de casa,
para los que padecieron naufragio, para los presos en las cárceles, para los
desterrados a las islas y para los condenados a las minas por causa de religión
tan solamente. Todos estos son ahijados que cría la religión, porque su
confesión los sustenta”[1].
Conclusión
La lección básica ante
una situación de crisis total es que, si buscas lo material
(muebles nuevos, coches, viajes, ocio, etc.), te vas a sentir frustrado hasta
niveles insospechados. Pero si te adaptas y te muestras satisfecho teniendo lo básico,
aunque no sea fácil ni agradable, seguirás adelante. Es hora de recordar esa
parte de la oración que nos enseñó Jesús en el Padre Nuestro: “El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mt.
6:11). Como también dijo Pablo: “Por nada
estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en
toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa
todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús” (Fil. 4:6-7). Como
hemos visto, la paz es otra de las consecuencias de la oración.
Pedir lo
necesario, vivir al día y confiar en la provisión de Dios, esa sería la gran lección que hoy nos toca aprender:
“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué
comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas
cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente
el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis
por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día
su propio mal” (Mt.
6:31-34).
Como narró en esta historia el difunto R.C. Sproul: “Después
de que terminó la Guerra de Corea, Corea del Sur se quedó con un gran número de
niños huérfanos. Hemos visto lo mismo en el conflicto de Vietnam, en Bosnia, y
en otros lugares. En el caso de Corea, muchas agencias de ayuda llegaron para
hacer frente a todos los problemas que surgieron por consecuencia de tener
tantos niños huérfanos. Una de las personas que fue parte de este esfuerzo de
ayuda me comentó de un problema que había encontrado con los niños que
estaban en los orfanatos: A pesar de que a los niños se les proveía tres
comidas al día, llegando la noche se ponían inquietos y tenía dificultad para
dormir. Hablando mas con ellos, se dieron cuenta de que la ansiedad se debía a
la incertidumbre de si tendrían comida para el día siguiente. Para ayudar a
resolver este problema, los trabajadores de ayuda de un orfanato en particular
decidieron que cada noche cuando los niños se fueran a la cama, las enfermeras
les pondrían un pedazo de pan en cada una de sus manos. El pan no era para que
se lo comieran sino para que lo pudieran sostener en sus manitas mientras se
quedaban dormidos. Era como una ´manta de seguridad` para ellos, recordándoles
que habría provisión para sus necesidades diarias. Efectivamente, el pan les calmó
la ansiedad y los ayudó a dormir. Del mismo modo, a nosotros nos consuela saber
que no nos faltara comida, o ´pan` para suplir nuestras necesidades físicas”[2].
Seamos como Samuel, quien como recordatorio puso a una
piedra por nombre Eben-ezer, que son dos palabras hebreas que tienen por
significado “Piedra de ayuda”, siendo un símbolo que nos viene a decir que “hasta aquí el Señor nos ha ayudado” (1
S. 7:12). Y así será siempre.
Asimilemos todo lo reseñado para aprender a confiar y
descansar en Dios.
Hola Jesús, he leído tus artículos, me ha gustado mucho, creo que son muy oportuno, en medio de tanta ansiedad, recordar las promesas que Dios nos da, esto nos ayudara a enfocarnos en Él y en su Palabra. Muchas gracias.
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