lunes, 6 de abril de 2020

3. ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que debes confrontar la ansiedad física y mental, tanto si eres joven o adulto, soltero o casado, con hijos o sin ellos


Venimos de aquí: ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que tienes que mirarte menos al ombligo (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/03/2-que-puedes-aprender-de-la-crisis-del.html).

Muchos están experimentando ansiedad en estos tiempos. Unos por estar encerrados en casa. Otros porque han perdido sus puestos de trabajo o no saben qué va a pasar con ellos. El dinero y la comida ya empieza a escasear en algunas casas. En el sur de Italia, donde una parte considerable de la población ha trabajado siempre cobrando en negro o dedicándose a negocios de dudosa reputación, ya se han visto escenas de tensión en varios supermercados, junto al llamado en las redes sociales a la rebelión. Puede que todo esto sea pasajero o puede que se alargue en el tiempo. Todo dependerá de la evolución de la enfermedad, del control que se tenga sobre ella y del hallazgo de una vacuna. Mientras tanto, los gobiernos tendrán que desvivirse para mantener a los que no tienen recursos económicos o queden en situación de desempleo. 
Aunque las circunstancias son distintas, y posiblemente más graves por el hecho de que afecta a un mayor número de personas, esta ansiedad no es nueva ni de ahora. En Cataluña, desde que estalló el llamado “procés” en octubre de 2017, los casos de ansiedad entre la población se han multiplicado hasta el infinito. En Mallorca, Murcia y en otras zonas del Levante español, cientos de familias perdieron hace unos meses todas sus propiedades a causa de unas inundaciones nunca vistas. Pero lo mismo padecen millones de personas en todo el mundo por otras razones: hambruna en Venezuela, países como Haití que siguen semiderruidos por el terremoto de 2010, infinidad de regiones de Latinoamérica, de la India o del continente africano donde la población vive hacinada y malviviendo como pueden, zonas en guerra como Siria, campos de refugiados en Turquía, etc. La lista es prácticamente interminable y las situaciones dramáticas en muchas de ellas.
El estrés que padecíamos en Occidente era casi siempre por sufrir un atasco de tráfico, por perder el autobús de línea y tener que esperar media hora al siguiente, porque nuestro relevo de turno en el trabajo llegaba 10 minutos tarde o por tener que soportar a un jefe poco amable. Pero llegó el virus y nos recordó qué es la verdadera ansiedad y lo que es preocuparse por temas verdaderamente importantes y básicos que dábamos por hecho, como la salud, la comida y la vivienda.

¿Cómo confrontar la ansiedad física y emocional?
Algunos camuflan toda esta ansiedad descrita bajo toneladas de bromas a terceros –aunque el agotamiento de las mismas ya se nota en muchos-, vídeos de humor y horas eternas enganchados a las redes sociales. En su justa medida, pueden ser de ayuda, aunque se suele caer en el exceso. Estar horas sentados o tirados en el sofá sin propósito alguno y sin sacarle verdadero rédito al tiempo termina en tristeza y en un marcado desánimo al cabo de unos días.
Siendo la lectura de grandes libros una de las actividades más provechosas que se pueden llevar a cabo en la situación actual, hay que señalar que para la ansiedad física y mental es muy efectivo:

- La práctica diaria de ejercicios caseros en función de las posibilidades. Muchos se resisten a hacer ejercicios sin saber cuánto bien les haría a su organismo en general.
- Oír sonidos relajantes o música clásica. En mi caso, como a muchas personas, algunos vídeos ASMR resultan de gran utilidad, y en youtube hay cientos de ellos.
- La visualización de películas que provocan verdadera risa.
- Un baño de agua caliente.
- Andar descalzo por la casa.

Además, está comprobado que todas las prácticas citadas “producen” en el sistema nervioso unas hormonas llamadas endorfinas, que sirven como analgésico ante el dolor y, a la vez, como estimulante de los centros de placer del cerebro y del sistema nervioso central, actuando como antiestresante y antidepresivo.
Igualmente:

- Si eres afortunado y tienes una terraza, un balcón, un patio, un jardín, una azotea o al menos una ventana donde los rayos del sol iluminen directamente, y usando protección solar, toma el sol diariamente durante 15 minutos siempre que haga buen tiempo, ya que proporciona Vitamina D para los huesos y reduce la presión en sangre, aparte que la luz natural favorece el estado de ánimo.
- Es muy recomendable la toma de varias infusiones de tila para relajarse y conciliar el sueño, mucho más sano, natural y sin efectos secundarios que los productos químicos.
- Evita todos los refrescos azucarados o con estimulantes como la cafeína.
- Es cierto que necesitamos estar informados de todo lo que está sucediendo, especialmente porque las normas que se están estableciendo desde el Gobierno para salvaguardar nuestra salud van variando según las semanas, pero un exceso de datos sobre la pandemia es contraproducente. Ni mucho menos digo que nos aislemos de la realidad porque eso sería una señal de que no nos importa el dolor ajeno o la lucha admirable y titánica que está llevando a cabo todo el personal sanitario e infinidad de trabajadores de otros sectores. Pero sí afirmo que es sano ponerle un limite al tiempo que le dedicamos cada día y que no debe ser lo último sobre lo que leamos o escuchemos antes de irnos a dormir. Jesús mismo, después de haber estado enfrascado en incontables actividades, buscaba sus momentos para irse a la montaña a estar a solas con el Padre, descansar y llenarse de fuerzas para la siguiente jornada. Era “su rinconcito”, y aunque no podamos ir al campo, cada uno de nosotros debe encontrar uno para sí mismo entre las cuatro paredes de casa.

Rutinas en el hogar “con” o “sin” hijos”
¿Y qué decir de los que tienen pequeños en el hogar? Pues que levantarse cada mañana “a verlas venir”, sin un plan definido y sin orden, es fuente inagotable de estrés para toda la familia, y que solo viene a aumentar el causado por el confinamiento. Los niños, al igual que los adultos, necesitan patrones a seguir. En ese aspecto, tengo una cuñada que es un ejemplo: con cuatro niños pequeños (de 9, 8, 5 y 3 años), mantiene un plan que, claro está, es flexible dentro de las circunstancias, pero que suele basarse en los mismos principios que lleva a cabo todo el año:

- Un horario para irse a la cama.
- Un horario para levantarse.
- Un horario para que colaboren en las tareas del hogar según las capacidades y acordes a la edad de cada uno.
- Unas horas concretas para comer todos juntos.
- Un menú basado en comidas sanas en lugar de tantos fritos y congelados, aunque estos también tengan su lugar en determinados momentos pero siempre como excepción, no como norma.
- Una hora definida para estudiar, hacer las tareas del colegio, leer libros según la edad y ducharse.
- Y, por supuesto, tiempo para jugar tanto a solas como en familia.

Es lo más equilibrado y sano para ellos, y los padres deberían hacer lo mismo. Por el contrario, un “libre albedrío” donde cada uno hace lo que quiere cuando quiere, provoca que el desorden y el caos se establezcan como la norma habitual en un hogar. Dice en Proverbios 25:28 que “como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda”. Si es así en un hombre adulto, cuánto más en un niño sin riendas.
Si este tipo de normas no se han llevado a cabo con anterioridad y de forma continua, costará más establecerlas, pero es más necesario que nunca. Los más pequeños del hogar, tarde o temprano, sabrán que hay unas normas y tienen que aceptarlas por el bien de todos. El deber de los padres no es tanto corregir a un hijo cuando se equivoca o lo hace mal –que también es parte de su labor- sino “educarlo en valores”, establecer un orden en casa, ofrecer una base y una formación mental, emocional y espiritual desde la misma juventud: “Enseña al niño el camino en que debe andar, y cuando sea viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Tanto el padre como la madre deben ser el primer y principal ejemplo para el hijo puesto que lo ve y lo oye todo de ellos. Si sus padres no se encargan de establecer una disciplina, es lógico que ellos no hagan nada por tenerla: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4).
Una casa donde estas ideas básicas no se llevan a cabo, termina siendo un gallinero y un cuadrilátero de boxeo, donde los padres están sometidos a la tiranía de los hijos. Como he dicho, si esto no se ha aplicado antes de la cuarentena, será más difícil al principio durante la misma, pero es necesaria ajustarla paulatinamente. Si no se hace ahora, aprovechando estos tiempos tan extraños, no se hará nunca.
Los padres deben aplicarlo a sus hijos y a sí mismos puesto que sus necesidades son muy parecidas.  

1 comentario: