lunes, 30 de marzo de 2020

2. ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que tienes que mirarte menos al ombligo

* Por si alguien no entiende el título y no sabe lo que significa el clásico enunciado español “mirarse al ombligo”: “Es una expresión que se usa para dar a entender que una persona se abandona a la autocomplacencia y al egocentrismo, es decir, se enfoca en sí misma y se olvida de los demás. El origen de esta expresión proviene de una antigua costumbre cristiana de los monjes hesicastas de la iglesia griega ortodoxa, quienes acostumbraban dejar caer la cabeza durante la meditación, como si se estuvieran viendo el ombligo”[1].

Venimos de aquí: Coronavirus: ¿Cómo es el mundo ahora y cómo será después? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/03/1-coronavirus-como-es-el-mundo-ahora-y.html)

Lo mejor y lo peor del ser humano
La psicóloga y escritora Lidia Martín, escribía hace unos días estas palabras: “Tímidamente empiezan a verse determinados gestos prosociales hacia los afectados por la situación, pero lo que se sigue palpando en el ambiente es un terrible egoísmo. Esos gestos de cada uno de nosotros llegan tarde. Porque ninguno nos preocupamos lo suficiente cuando esto afectaba solo a China y nadie más. Incluso aunque ahora nos hayamos subido a cierto carro solidario, lo hemos hecho porque nos salpica. Y la compasión hacia uno mismo no sé si es de tanta calidad como la que deberíamos tener hacia los demás, sálvese quien pueda. Eso es lo que el coronavirus y su expansión han puesto de relieve para vergüenza de todo el mundo”[2].
En estos días estamos viendo lo mejor y lo peor de la sociedad, lo que es digno de aplaudir y lo que es pura mezquindad. Por un lado, a todos los que están arriesgando sus propias vidas, muchos de ellos conviviendo con el miedo, para poder ayudar en esta situación tan dramática: todo el personal sanitario, farmacéuticos, limpiadoras, cajeros de supermercados, transportistas, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, personas que ayudan como voluntarios en situaciones complejas, que ofrecen sus casas a médicos, que cuidan de sus hijos armándose de una paciencia infinita, que ayudan a sus padres y ancianos en casa en la medida de sus posibilidades, que ofrecen donaciones millonarias o que cosen mascarillas para los sanitarios de forma altruista.
Por el otro, mientras la lista de muerte asciende a más de 30.000 en todo el planeta, vemos a desalmados saltándose el confinamiento –yendo a la playa, al campo, e incluso reuniéndose en la calle para cantar o beber,- sin importarles la propagación del virus. A individuos que tratan de hacer negocio con la necesidad y venden mascarillas a precio de oro. A estafadores que anuncian curas y fármacos falsos contra el Covid-19. A la fugada Clara Ponsatí burlándose de los muertos en Madrid con el mensaje “De Madrid al cielo”, retuiteado a su vez por el también prófugo Puigdemont. A Bolsonaro, el presidente de Brasil, señalando que el coronavirus es un “resfriadito”. A la famosa actriz de la serie “Perdidos”, Evangeline Lilly, afirmando que ni ella ni sus hijos guardarán la cuarentena. A la nadadora Mireia Belmonte quejándose porque el Gobierno no le facilita una piscina para seguir entrenando. Al vice gobernador de Texas, Dan Patrick, apuntando a que los ancianos estarían dispuestos a sacrificar sus vidas y dejarse morir para así salvarguardar la economía americana. A Carmen Calvo –la vicepresidenta del Gobierno- y a Irene Montero –Ministra de Igualdad-, entre otras más, animando a asistir a las manifestaciones feministas del 8 de marzo, cuando sabían que los contagios estaban desbordados y a pesar de las tajantes recomendaciones de la OMS. A Rita Ortega, concejal socialista, burlarse de una persona que decía que iba a “rezar” por una señora infectada. A un grupo de unas 60 personas de La Línea de la Concepción insultando y apedreando un autobús y a varias ambulancias llenas de ancianos que estaban siendo realojados en una residencia de dicha ciudad. A Sofía Suescun –una tertuliana veinteañera de programas de telebasura y a la que hasta hace unos días ni sabía de su existencia- presumiendo con su novio de su lujosa vida con un plato de mariscos diciendo que si de ella dependiera la cuarentena sería eterna. A los gobiernos alemanes y holandeses poniendo trabas a las ayudas económicas que necesitan urgentemente Italia y España.
Aunque quiero creer que algunos son meros comentarios desafortunados de personas que han errado sin mala fe, todas estas palabras están carentes de empatía y de completa sensibilidad hacia los miles de afectados y víctimas, sumando actitudes sin solidaridad alguna. Muestran muy claramente que mientras que a ellos no les afecte, el resto del mundo no les importa lo más mínimo, como si los problemas de la humanidad no fueran los suyos, y que lo único que quieren es seguir con sus propias vidas.

¿Y el resto del mundo? ¿Y nosotros?
Esto es lo que sucede cuando las personas se miran única y exclusivamente al ombligo. Quizá nos lleguemos a estos niveles de desaprensión hacía el prójimo pero también caemos en lo mismo. Pero la realidad es que solo nos acordamos de los más de 34.0000 muertos anuales en México por violencia cuando vemos la serie “Narcos” en Netflix. Solo nos acordamos de los inmigrantes que huyen de sus países cuando los vemos pasear por nuestras ciudades y los consideramos un estorbo para nuestra propia economía. Solo nos acordamos del medio millón de muertos en la eterna guerra de Siria cuando vemos en televisión que un bombardeo errado ha matado a decenas de niños. Y nadie se acuerda de los 8500 niños que mueren cada día en el mundo de desnutrición –algo evitable-, unos 6,3 millones de niños menores de 15 años, uno cada 5 segundos.
Y así podría poner infinidad de ejemplos: Venezuela, Corea del Norte, diversos países del continente africano, de Oriente Medio, de Latinoameríca, etc. Si somos sinceros, la inmensa mayoría dirá que nada de esto le inquieta el sueño lo más mínimo. La indiferencia de la población ante esta realidad es pavorosa. Ha tenido que venir un virus a recordarnos de golpe nuestra debilidad y que cualquier fatalidad puede afectarnos a los europeos al igual que a cualquier otro ciudadano del mundo. Mientras tanto, la inmensa mayoría de la población se dedica a discutir por sandeces y a poner mala cara, y a enfadarse absurdamente por temas de la vida cotidiana que no tienen mayor importancia.
Igualmente, durante estos días, muchos de los que están sanos se sienten amargados por el “sacrificio” y el “fastidio” que les supone estar encerrados en casa y no poder disfrutar de todo aquello que les gusta: espectáculos deportivos, salir a cenar, a los centros comerciales a pasar la tarde o a comprar, a fiestas, a pubs, a discotecas, a botellonas donde corra el alcohol, etc. Y todo eso a pesar de que –salvo los que están al pie del cañón jugándose su propia salud y a aquellos que están enfermos o han perdido seres queridos-, están cómodamente en sus casas, donde tienen suministro eléctrico, agua, refrescos, comida, butano, Internet, televisores de alta definición y todo tipo de artilugios electrónicos como móviles, ordenadores y tablets. Lo único que desean es que la crisis del coronavirus acabe para volver a retomar la misma senda anterior y olvidar esta situación que consideran una pesadilla porque ven que el infortunio y la muerte les puede alcanzar.
Dicho esto, no me olvido de otra realidad: si el resto de Europa no deja su egoísmo a un lado y arrima su hombro, la crisis económica que se nos viene encima a ciertos países puede ser bastante aguda. En el sur de Italia es algo que ya están empezando a comprobar las familias más necesitadas. Es por eso comprensible cierto componente de ansiedad que pueden estar experimentando muchas personas sobre el porvenir. Como de la ansiedad sobre el futuro hablaré ampliamente en otra de las lecciones, me limito ahora a señalarla. Mientras, retomemos el tema.
La sociedad –especialmente la Occidental- vive en una burbuja donde el fin máximo es la búsqueda del placer personal. Mentalmente está adormecida en su “Matrix” particular, la cual ha sido programada por las élites que nos gobiernan y nos ofrecen Panem et circenses, logrando que la población cierre sus ojos ante la realidad en que viven millones de personas en el mundo. Son las consecuencias visibles de una sociedad moralmente enferma. En muchos aspectos, tenemos el mundo que nos merecemos y que nosotros mismos hemos forjado día a día con ahínco.
Por eso, padeciendo “la enfermedad del ombligo”, ensimismados como estamos en nosotros mismos, parece que lo único que nos importa son “mis problemas”, “mis carencias”, “mis necesidades”, “mi dolor”, “mi tristeza”, “mi vida”, “mi felicidad”, “mis sueños”, “mis anhelos”, “mi bienestar”, “mi yo yo y yo”. Nos creemos el centro del mundo. Infantilismo y “ombliguismo” puro y duro.

¿Cómo revertir nuestra actitud?
¿El ejemplo a seguir para revertir este trastorno del alma? Nuevamente lo hallamos en Jesús. Fíjate en la escena de la cruz y visualízala en tu mente:

- Había sido apaleado.
- Físicamente estaba exhausto.
- Tenía una sed angustiosa.
- El dolor que le provocaban los clavos era insufrible.
- El esfuerzo que tenía que hacer para levantar su caja torácica y respirar resultaba agonizante.
- Siendo quién era, estaba soportando la humillación de los que se burlaban.

¿Qué hizo “en medio de” dicho calvario?

- Se preocupó por su madre, hasta el punto de decirle que no quedaría sola puesto que Juan sería su nuevo “hijo” (cf. Jn. 19:26).
- A su vez, le dijo a su amigo Juan que María sería “su madre” y que la cuidara (cf. Jn. 19:27).
- Animó a un ladrón y asesino arrepentido crucificado a su lado prometiéndole que en ese mismo día estaría con Él en el paraíso (cf. Lc. 23:43).

¡No pensó en Él sino en los demás! ¡Asombroso! ¡Digno de imitar! Mirar por los demás fue una máxima que cumplió durante toda su vida, le fuera bien o le fuera mal en esos momentos a nivel personal: Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt. 8:36). En Él vemos la plena demostración del amor de Dios. Por eso el texto más famoso de la Biblia, o al menos el más citado, es Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
¿Es desagradable al paladar e incomoda la situación que estamos viviendo? Sin duda alguna. Pero, teniendo este modelo de conducta, en lugar de anclarnos y abrazarnos a aquellas circunstancias negativas o indeseables que vienen a nuestra vida –unas que lo son realmente y otras que son banales pero que nosotros engrandecemos- debemos aprender a mirar al prójimo y a sus necesidades en particular y la situación mundial en general, grabando a fuego en nuestras mentes que “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Y esto nos debe servir ahora que estamos en medio de una crisis como para el resto de la vida, que esperamos y deseamos sea en mejores condiciones que las presentes.

Conclusión
Desde que la humanidad se separó en la Torre de Babel y tiró cada cual por su camino, el egoísmo ha reinado sobre el planeta. Eso hay que revertirlo, al igual que el orden de las prioridades, al menos a nivel personal, aunque la mayoría no lo haga. Jesús dijo: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt. 7:12). Algunos se toman estas palabras como “no hacer nada malo a nadie”, como una actitud pasiva. Sin embargo, como bien dijo un amigo mío, es un llamado a ser PROACTIVOS. Y hay mil maneras de serlo. ¿Las formas concretas de hacerlo? Eso ya lo dejo para tu propia meditación.
Recuerda que los problemas personales –aunque puedan llegar a ser grandes- se empequeñecen cuando se mira a los demás, al mundo en su conjunto y se pone la vida y la propia existencia en perspectiva. Si eres capaz de asimilar en su conjunto lo que hemos analizado, también te servirá para no enojarte por naderías ni crisparte por cuestiones intrascendentes.



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