Si hace unos días te
hubieran dicho que ibas a tener que estar confinado en tu casa sin poder salir
y que se iban a cerrar las fronteras del territorio nacional, como en las películas
“Los últimos días” y “Contagio”, no te lo hubieras creído. Posiblemente te
habrías reído y burlado del comentario. Ahora mismo esa es la realidad: en España –que es de donde escribo- las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, junto al Ejército,
patrullan las ciudades, impidiendo la libre circulación a la inmensa mayoría de
la población. Este jueves pasado, la UME (Unidad Militar de Emergencias)
desinfectaba el Puerto de mi ciudad, Algeciras. Lo mismo que en otros muchos
lugares, donde vemos imágenes de ciudades fantasmas.
A lo largo de mi vida he leído varias novelas sobre distintos
virus que arrasaban el mundo, como “Apocalipsis” del célebre Stephen King. Pero
una cosa es leer una ficción y otra vivirla en persona. Sin llegar a semejante escala, los muertos ya se cuentan
por miles y no sabemos hasta dónde llegará el contador. Es una tragedia que decenas de ancianos estén
muriendo en apenas unas horas y sin la presencia de sus seres queridos para acompañarlos en sus últimos momentos, velarlos y enterrarlos. Al propio cerebro le cuesta asimilar las
imágenes de hospitales de campaña. Sobrecoge contemplar por televisión a todo
un convoy de camiones militares en Italia con decenas de féretros. Y qué decir
de las escenas grabadas que muestran una panorámica de las UCI desbordadas con
los enfermos graves intubados. Sabiendo que al escenario actual le queda
bastante tiempo para que se resuelva por completo, no sabemos lo que nos queda
por ver.
Cómó lo está
viviendo los distintas franjas de la sociedad
Ya conté hace poco que salir a comprar es extraño:
verte a ti mismo y a los demás con guantes y mascarillas resulta surrealista.
Contemplar las calles vacías y no oir nada, en un silencio por momentos
absoluto, impresiona. A mí me encanta leer por las noches en completo silencio,
pero el actual resulta hasta antinatural. La única algarabía diaria se produce
a las 8 de la tarde, mientras resuena de fondo y de forma emotiva el himno
nacional y el pueblo se asoma a las ventanas para aplaudir el esfuerzo de los
miles de sanitarios y personas en general que están luchando contra la plaga a
riesgo de sus propias vidas.
En los supermercados, los hombres y las mujeres apenas hablan y no se oyen los
coches y a los perros ladrando. Es fácil intuir que el hecho de ir a solas por
la calle multiplica en muchos el sentimiento de aislamiento social. Los miras a
los ojos y lo que se observa es desánimo, incluso abatimiento. Cada uno lo
sobrelleva como puede y sabe. Unos con mucho humor o entregándose a diversos
tipos de entretenimientos y a las redes sociales hasta el hastío. Otros siendo
solidarios con el prójimo y ayudando a sus familiares cuando se requiere. Y por
último, ese sector que se está mostrando de forma ruin al romper el
confinamiento –y están siendo multados e incluso detenidos-, cuando estamos
obligados para no contaminar a nadie ni exponernos nosotros mismos. Por todo
esto, propuse una serie de “medidas” para paliar, en la medida de lo posible, las
emociones negativas que puedan surgir (https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1450295675170324&set=a.123310907868814&type=3&theater).
Es una situación compleja. Como ha dicho Angela
Merkel, la canciller alemana, nos encontramos ante el mayor desafío desde la 2ª
Guerra Mundial. Igualmente, el presidente Pedro Sánchez –nos guste más o menos
que esté en el poder- señaló que es la situación más difícil para España desde
la Guerra Civil. Cada día se infectan más y más personas, al mismo tiempo que
el número de defunciones aumenta considerablemente. Tengo una cuñada que
trabaja en el laboratorio de un hospital de la Comunidad de Madrid, siendo el
lugar más afectado hasta ahora. La expresión que ella usó para describir lo que
se está viendo fue: “Es desgarrador”.
Lamentablemente, y
usando el término más suave que puedo usar para describirlos, todavía hay inconscientes
proclamando a los cuatro vientos que esto es solo una gripe y que no es para
tanto. Ni siquiera el desfile de muertos diarios les remueve el corazón. Estas
palabras suelen venir de aquellos que no han sido infectados –ni sus
familiares- y están en la comodidad de sus casas parapetados detrás de la
pantalla de un móvil o un ordenador. La falta de empatía y el grado de
indiferencia que muestran ante el sufrimiento ajeno es terrible. Mientras que a
ellos no les toque este mal, tengan Internet, videojuegos y Netflix, lo que le
pase al resto del mundo les trae sin cuidado. Ni sienten ni padecen. Eso sí,
cuando su equipo de fútbol pierde o el protagonista de su serie favorita sufre
una desgracia o muere, patalean, lloran y se compungen. Este tipo de individuos
son un reflejo de la deshumanización de parte de la sociedad, y a los cuales no
se les ha educado en valores, en obligaciones y en responsabilidades personales,
solo en derechos.
Conforme pasan las semanas, la situación se está replicando
en distintos países del mundo que se creían libres del peligro y seguían
viviendo como si a ellos no les afectara. Se lo tomaron a broma –y algunos dirigentes
y políticos siguen haciéndolo- y ahora la ola les va a golpear de lleno por
necios, siendo la población la que pague el precio y la que le demandará
cuentas a su debido momento. Muchos no se han enterado aun que estamos en “tiempos
de guerra”, donde las bombas no caen del cielo desde los aviones y bombaderos
sino que proceden del universo microscópico que se pasea a nuestro alrededor y que
no destruye edificios pero mata igualmente, siendo el fruto de una naturaleza
que está caída y mutada a causa del pecado.
En términos económicos, el impacto también va ser
grave. En España se estima que se perderán millones de puestos de trabajo en
breve y cuyo futuro es incierto. Los cimientos de esta nación están siendo
tambaleados, pero están resistiendo gracias a las estructuras del Estado y a
pesar de sus gobernantes. La situación nacional y mundial me recuerda a unas
palabras de Jesús –en un contexto semejante pero no igual- donde dijo que los
hombres desfallecerían “por el temor y la
expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra” (Lc. 21:26). Así se
sienten muchas personas que no saben qué va a ser de ellos ni qué va a pasar en
los meses venideros, y cómo les va a afectar en su capacidad económica y en sus
relaciones humanas, que es lo que le ofrece “salsa” a la vida.
Cuando regresemos a la normalidad
Aun así, quiero creer en que lo que estamos viviendo
pasará y será una etapa más de nuestras vidas que se contará como una pesadilla
a las generaciones venideras. Habrá recuerdos de todo tipo: de dolor entre los
que perdieron a familiares y a amigos a causa del virus, de ansiedad, de
tristeza y de algunos buenos momentos compartidos entre los que estuvieron
confinados. Si una Europa arrasada hasta los cimientos fue reconstruida desde
sus cenizas tras la mayor guerra que ha visto este mundo, también lo hará en el
presente.
Dicho esto, también afirmo que me puedo equivocar por dos
razones muy sencillas de explicar: la primera es que no sabemos exactamente qué
efectos económicos, sociales, laborales y gubernamentales tendrá la actual crisis
para los países afectados y cada uno de sus habitantes. Puede que la situación en
esos aspectos no sea favorable y la incertidumbre se extienda durante años. Y
la segunda: Jesús mismo dijo que nadie –excepto el Padre- sabe el día y la hora
de su regreso (Mt. 24:36). Así que no podemos descartar ni saber exactamente el
grado de relación que tienen los acontecimientos que el planeta está
experimentando en las últimas décadas respecto a la Parusía. Obviamente, si
esto aconteciera, ninguna de las letras que vienen a continuación tendrían
sentido ya que la realidad cambiaría por completo. Pero dejando estas dos opciones
a un lado –sin olvidar que la segunda puede hacerse realidad en cualquier
momento- me centraré en la hipótesis de que la calma volverá tarde o temprano.
La reclusión forzosa no sabemos exactamente cuándo
concluirá. La crisis sanitaria en sí no tendrá un punto y final hasta que se
halle una vacuna infalible, lo cual los expertos consideran que tardará de 12 a
18 meses. Mientras tanto, tendremos que aprender a convivir con ella una vez se
levante el estado de alerta. Puesto que las primeras pruebas en humanos acaban
de comenzar, pasará bastante tiempo hasta que podamos gritar “¡VICTORIA!”. Ese
día, estoy más que convencido, habrá un gran jolgorio en todos los países
afectados. Incluso no sería de extrañar que se estableciera como una fecha
concreta de recordatorio anual para la humanidad, y se homenajeará con todos
los honores a los fallecidos, al personal sanitario y a todos aquellos que
lucharon contra la pandemia.
Ahora bien, avancemos un poco en el tiempo y veamos
qué sucederá cuando estos tiempos oscuros lleguen a su fin. La situación
presente es “anormal”, al menos para los ciudadanos en Occidente, para nada
acostumbrados a vivencias desagradables de esta magnitud e índole. Es decir, es un periodo
extraño donde la cotidianidad se ha perdido. ¿Qué buscarán las personas cuando
todo concluya? Retomar la normalidad -que es la que nos hace sentir cómodos y
seguros-, regresar a la rutina diaria que se tenía antes y volver a los planes
que quedaron aplazados. Así:
- Los estresados buscarán la manera de desestresarse.
- Los que no han podido hacer deporte, ir al cine y a
los restaurantes, volverán a hacerlo.
- Los que se han quedado sin ver las ligas de fútbol,
las competiciones de motos, de coches y de cualquier otro espectáculo
deportivo, volverán a disfrutar de ellos.
- Los familiares y los amigos volverán a verse con
asiduidad.
- Los abrazos y los besos retornarán al día a día.
- Los niños que no pudieron jugar en el parque,
volverán a abarrotarlos.
- Los adultos que se quedaron sin vacaciones,
disfrutarán de ellas.
- Los que tuvieron que anular sus bodas, se casarán.
- Los que estaban en trámites de separación, pondrán
el sello final.
- La llamada “televisión basura”, que ahora está en
cuarentena, volverá al prime time.
- Los eventos y fiestas patronales que se
suspendieron, se llevarán a cabo.
- Los que perdieron el trabajo volverán a él o
buscarán uno nuevo.
- Los que tuvieron que cancelar sus agencias
ideológicas (como las feministas, abortistas, nacionalistas supremacistas,
etc.), volverán a la carga.
- Los que no pudieron salir de fiesta, recuperarán el
tiempo perdido.
- Los que han dejado de comprar en centros
comerciales ante la imposibilidad de hacerlo, arrasarán con toda la
ropa y todo tipo de artilugios.
- Los adúlteros crónicos, los ladrones, los
drogadictos, los borrachos, los mentirosos y todo lo que podamos imaginar, volverán
a las andadas.
Los haters
de las redes sociales –con coronavirus o sin él- nunca descansan, así que a
ellos no los incluyo en esta lista.
¿Cambiarán las formas de gobierno, el control que
ejercen sobre los ciudadanos, las políticas de cada país, la economía, las
relaciones comerciales y la forma en que se estructura la sociedad? Todavía no
lo sabemos y habrá que estar muy atentos al respecto. Pero, en términos
individuales, cuando la crisis concluya, la inmensa mayoría retornará a la
normalidad que prevalecía antes de que se desatara este caos. Llevará semanas
en algunos casos concretos y en otros meses. Y con ello, tanto lo bueno como lo malo, lo mejor y lo peor, tanto lo agradable
como lo desagradable que anida en el corazón de cada ser humano, tomará de
nuevo su lugar.
Vaya a cambiar el mundo mucho o poco, falte mucho o
poco para la 2ª Venida, hay lecciones “presentes”, “futuras” y “eternas” que
debemos y tenemos que aprender “ahora”, tanto cristianos como especialmente los
que no lo son. No es momento de esperar a que la crisis pase: es en medio de
ella cuando todo puede cambiar para nosotros. Debe haber un antes y un después.
Si no lo aprendemos en esta época de nuestra vida, difícilmente lo aprenderemos
en otras por venir.
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