lunes, 23 de marzo de 2020

1. Coronavirus: ¿Cómo es el mundo ahora y cómo será después?


Si hace unos días te hubieran dicho que ibas a tener que estar confinado en tu casa sin poder salir y que se iban a cerrar las fronteras del territorio nacional, como en las películas “Los últimos días” y “Contagio”, no te lo hubieras creído. Posiblemente te habrías reído y burlado del comentario. Ahora mismo esa es la realidad: en España –que es de donde escribo- las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, junto al Ejército, patrullan las ciudades, impidiendo la libre circulación a la inmensa mayoría de la población. Este jueves pasado, la UME (Unidad Militar de Emergencias) desinfectaba el Puerto de mi ciudad, Algeciras. Lo mismo que en otros muchos lugares, donde vemos imágenes de ciudades fantasmas.
A lo largo de mi vida he leído varias novelas sobre distintos virus que arrasaban el mundo, como “Apocalipsis” del célebre Stephen King. Pero una cosa es leer una ficción y otra vivirla en persona. Sin llegar a semejante escala, los muertos ya se cuentan por miles y no sabemos hasta dónde llegará el contador. Es una tragedia que decenas de ancianos estén muriendo en apenas unas horas y sin la presencia de sus seres queridos para acompañarlos en sus últimos momentos, velarlos y enterrarlos. Al propio cerebro le cuesta asimilar las imágenes de hospitales de campaña. Sobrecoge contemplar por televisión a todo un convoy de camiones militares en Italia con decenas de féretros. Y qué decir de las escenas grabadas que muestran una panorámica de las UCI desbordadas con los enfermos graves intubados. Sabiendo que al escenario actual le queda bastante tiempo para que se resuelva por completo, no sabemos lo que nos queda por ver.

Cómó lo está viviendo los distintas franjas de la sociedad
Ya conté hace poco que salir a comprar es extraño: verte a ti mismo y a los demás con guantes y mascarillas resulta surrealista. Contemplar las calles vacías y no oir nada, en un silencio por momentos absoluto, impresiona. A mí me encanta leer por las noches en completo silencio, pero el actual resulta hasta antinatural. La única algarabía diaria se produce a las 8 de la tarde, mientras resuena de fondo y de forma emotiva el himno nacional y el pueblo se asoma a las ventanas para aplaudir el esfuerzo de los miles de sanitarios y personas en general que están luchando contra la plaga a riesgo de sus propias vidas.
En los supermercados, los hombres y las mujeres apenas hablan y no se oyen los coches y a los perros ladrando. Es fácil intuir que el hecho de ir a solas por la calle multiplica en muchos el sentimiento de aislamiento social. Los miras a los ojos y lo que se observa es desánimo, incluso abatimiento. Cada uno lo sobrelleva como puede y sabe. Unos con mucho humor o entregándose a diversos tipos de entretenimientos y a las redes sociales hasta el hastío. Otros siendo solidarios con el prójimo y ayudando a sus familiares cuando se requiere. Y por último, ese sector que se está mostrando de forma ruin al romper el confinamiento –y están siendo multados e incluso detenidos-, cuando estamos obligados para no contaminar a nadie ni exponernos nosotros mismos. Por todo esto, propuse una serie de “medidas” para paliar, en la medida de lo posible, las emociones negativas que puedan surgir (https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1450295675170324&set=a.123310907868814&type=3&theater).
Es una situación compleja. Como ha dicho Angela Merkel, la canciller alemana, nos encontramos ante el mayor desafío desde la 2ª Guerra Mundial. Igualmente, el presidente Pedro Sánchez –nos guste más o menos que esté en el poder- señaló que es la situación más difícil para España desde la Guerra Civil. Cada día se infectan más y más personas, al mismo tiempo que el número de defunciones aumenta considerablemente. Tengo una cuñada que trabaja en el laboratorio de un hospital de la Comunidad de Madrid, siendo el lugar más afectado hasta ahora. La expresión que ella usó para describir lo que se está viendo fue: “Es desgarrador”.
Lamentablemente, y usando el término más suave que puedo usar para describirlos, todavía hay inconscientes proclamando a los cuatro vientos que esto es solo una gripe y que no es para tanto. Ni siquiera el desfile de muertos diarios les remueve el corazón. Estas palabras suelen venir de aquellos que no han sido infectados –ni sus familiares- y están en la comodidad de sus casas parapetados detrás de la pantalla de un móvil o un ordenador. La falta de empatía y el grado de indiferencia que muestran ante el sufrimiento ajeno es terrible. Mientras que a ellos no les toque este mal, tengan Internet, videojuegos y Netflix, lo que le pase al resto del mundo les trae sin cuidado. Ni sienten ni padecen. Eso sí, cuando su equipo de fútbol pierde o el protagonista de su serie favorita sufre una desgracia o muere, patalean, lloran y se compungen. Este tipo de individuos son un reflejo de la deshumanización de parte de la sociedad, y a los cuales no se les ha educado en valores, en obligaciones y en responsabilidades personales, solo en derechos.
Conforme pasan las semanas, la situación se está replicando en distintos países del mundo que se creían libres del peligro y seguían viviendo como si a ellos no les afectara. Se lo tomaron a broma –y algunos dirigentes y políticos siguen haciéndolo- y ahora la ola les va a golpear de lleno por necios, siendo la población la que pague el precio y la que le demandará cuentas a su debido momento. Muchos no se han enterado aun que estamos en “tiempos de guerra”, donde las bombas no caen del cielo desde los aviones y bombaderos sino que proceden del universo microscópico que se pasea a nuestro alrededor y que no destruye edificios pero mata igualmente, siendo el fruto de una naturaleza que está caída y mutada a causa del pecado.
En términos económicos, el impacto también va ser grave. En España se estima que se perderán millones de puestos de trabajo en breve y cuyo futuro es incierto. Los cimientos de esta nación están siendo tambaleados, pero están resistiendo gracias a las estructuras del Estado y a pesar de sus gobernantes. La situación nacional y mundial me recuerda a unas palabras de Jesús –en un contexto semejante pero no igual- donde dijo que los hombres desfallecerían “por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra” (Lc. 21:26). Así se sienten muchas personas que no saben qué va a ser de ellos ni qué va a pasar en los meses venideros, y cómo les va a afectar en su capacidad económica y en sus relaciones humanas, que es lo que le ofrece “salsa” a la vida.

Cuando regresemos a la normalidad
Aun así, quiero creer en que lo que estamos viviendo pasará y será una etapa más de nuestras vidas que se contará como una pesadilla a las generaciones venideras. Habrá recuerdos de todo tipo: de dolor entre los que perdieron a familiares y a amigos a causa del virus, de ansiedad, de tristeza y de algunos buenos momentos compartidos entre los que estuvieron confinados. Si una Europa arrasada hasta los cimientos fue reconstruida desde sus cenizas tras la mayor guerra que ha visto este mundo, también lo hará en el presente.
Dicho esto, también afirmo que me puedo equivocar por dos razones muy sencillas de explicar: la primera es que no sabemos exactamente qué efectos económicos, sociales, laborales y gubernamentales tendrá la actual crisis para los países afectados y cada uno de sus habitantes. Puede que la situación en esos aspectos no sea favorable y la incertidumbre se extienda durante años. Y la segunda: Jesús mismo dijo que nadie –excepto el Padre- sabe el día y la hora de su regreso (Mt. 24:36). Así que no podemos descartar ni saber exactamente el grado de relación que tienen los acontecimientos que el planeta está experimentando en las últimas décadas respecto a la Parusía. Obviamente, si esto aconteciera, ninguna de las letras que vienen a continuación tendrían sentido ya que la realidad cambiaría por completo. Pero dejando estas dos opciones a un lado –sin olvidar que la segunda puede hacerse realidad en cualquier momento- me centraré en la hipótesis de que la calma volverá tarde o temprano.
La reclusión forzosa no sabemos exactamente cuándo concluirá. La crisis sanitaria en sí no tendrá un punto y final hasta que se halle una vacuna infalible, lo cual los expertos consideran que tardará de 12 a 18 meses. Mientras tanto, tendremos que aprender a convivir con ella una vez se levante el estado de alerta. Puesto que las primeras pruebas en humanos acaban de comenzar, pasará bastante tiempo hasta que podamos gritar “¡VICTORIA!”. Ese día, estoy más que convencido, habrá un gran jolgorio en todos los países afectados. Incluso no sería de extrañar que se estableciera como una fecha concreta de recordatorio anual para la humanidad, y se homenajeará con todos los honores a los fallecidos, al personal sanitario y a todos aquellos que lucharon contra la pandemia.
Ahora bien, avancemos un poco en el tiempo y veamos qué sucederá cuando estos tiempos oscuros lleguen a su fin. La situación presente es “anormal”, al menos para los ciudadanos en Occidente, para nada acostumbrados a vivencias desagradables de esta magnitud e índole. Es decir, es un periodo extraño donde la cotidianidad se ha perdido. ¿Qué buscarán las personas cuando todo concluya? Retomar la normalidad -que es la que nos hace sentir cómodos y seguros-, regresar a la rutina diaria que se tenía antes y volver a los planes que quedaron aplazados. Así:

- Los estresados buscarán la manera de desestresarse.
- Los que no han podido hacer deporte, ir al cine y a los restaurantes, volverán a hacerlo.
- Los que se han quedado sin ver las ligas de fútbol, las competiciones de motos, de coches y de cualquier otro espectáculo deportivo, volverán a disfrutar de ellos.
- Los familiares y los amigos volverán a verse con asiduidad.
- Los abrazos y los besos retornarán al día a día.
- Los niños que no pudieron jugar en el parque, volverán a abarrotarlos.
- Los adultos que se quedaron sin vacaciones, disfrutarán de ellas.
- Los que tuvieron que anular sus bodas, se casarán.
- Los que estaban en trámites de separación, pondrán el sello final.
- La llamada “televisión basura”, que ahora está en cuarentena, volverá al prime time.
- Los eventos y fiestas patronales que se suspendieron, se llevarán a cabo.
- Los que perdieron el trabajo volverán a él o buscarán uno nuevo.
- Los que tuvieron que cancelar sus agencias ideológicas (como las feministas, abortistas, nacionalistas supremacistas, etc.), volverán a la carga.
- Los que no pudieron salir de fiesta, recuperarán el tiempo perdido.
- Los que han dejado de comprar en centros comerciales ante la imposibilidad de hacerlo, arrasarán con toda la ropa y todo tipo de artilugios.
- Los adúlteros crónicos, los ladrones, los drogadictos, los borrachos, los mentirosos y todo lo que podamos imaginar, volverán a las andadas.

Los haters de las redes sociales –con coronavirus o sin él- nunca descansan, así que a ellos no los incluyo en esta lista.
¿Cambiarán las formas de gobierno, el control que ejercen sobre los ciudadanos, las políticas de cada país, la economía, las relaciones comerciales y la forma en que se estructura la sociedad? Todavía no lo sabemos y habrá que estar muy atentos al respecto. Pero, en términos individuales, cuando la crisis concluya, la inmensa mayoría retornará a la normalidad que prevalecía antes de que se desatara este caos. Llevará semanas en algunos casos concretos y en otros meses. Y con ello, tanto lo bueno como lo malo, lo mejor y lo peor, tanto lo agradable como lo desagradable que anida en el corazón de cada ser humano, tomará de nuevo su lugar.

Vaya a cambiar el mundo mucho o poco, falte mucho o poco para la 2ª Venida, hay lecciones “presentes”, “futuras” y “eternas” que debemos y tenemos que aprender “ahora”, tanto cristianos como especialmente los que no lo son. No es momento de esperar a que la crisis pase: es en medio de ella cuando todo puede cambiar para nosotros. Debe haber un antes y un después. Si no lo aprendemos en esta época de nuestra vida, difícilmente lo aprenderemos en otras por venir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario