martes, 15 de mayo de 2018

Cómo maleducar -sí, maleducar- a un hijo desde pequeño hasta que cumple los dieciocho años


Teniendo en cuenta que nadie nace sabiendo ser padre, que ni en el instituto ni en la universidad se imparte ninguna clase que tenga que ver con dicha cuestión y que es algo que se suele aprender sobre la marcha, es muy fáctible caer en multitud de errores. Por eso muchos padres cristianos ni siquiera se dan cuenta de que están malcriando a sus hijos: algunos por la mala enseñanza que ofrecen y otros por el ejemplo que dan, que no es tan positivo como debería ser.
Si esto es así, cuánto más los padres no cristianos: ni se imaginan las faltas que cometen al educar a sus retoños en términos morales, éticos y espirituales al no tener en cuenta a Dios. Aunque la inmensa mayoría de ellos lo haga lo mejor que sabe, desee lo mejor para sus pequeños y no tengan malas intenciones, los alejan de la voluntad de Dios al darles una formación sumamente errada.  
El propósito de este escrito no es, evidentemente, señalar los errores que cometen los padres a la hora de educar a sus hijos y quedarnos ahí, sin más, sino en resaltarlos para que:

1) Los padres sean plenamente conscientes de los peligros a los que se van a enfrentar en cada época de la vida de sus hijos (infancia-adolescencia-juventud), teniendo en cuenta que vivimos en un mundo tecnológicamente asombroso pero moralmente deplorable.
2) No caigan en los errores que vamos a citar.
3) Rectifiquen si están fallando en alguno de los aspectos reseñados. El que se sienta identificado en estos guiones –en muchos o en pocos-, que no se desanime ni se quede apesadumbrado: que se enfoque en la solución.
4) Puedan ver en qué cuestiones lo están haciendo bien. En estos casos concretos, y ante tan ardua labor, se merecen la mayor de las felicitaciones.

Las siguientes líneas tienen un utilidad universal ya que sirven para todo el mundo: padres y no padres. Sirve para no caer en las mismas faltas y, sobre todo, para crecer como persona y cristiano. En el fondo, es una manera de examinarse a sí mismo. Por eso, este escrito no es para leerlo como el que lee la crónica de un evento deportivo, sino para reflexionar sobre él línea por línea todas las veces que haga falta.
Hecha esta pequeña introducción, veamos con una altísima dosis de sarcasmo, sazonado con una pizca de humor amarillo, todo lo que tiene que hacer un padre y una madre –a veces de forma contradictoria- para malcriar cum laude a su hijo desde que nace hasta que cumple los 18 años. De esta forma se verá en qué se está errando y qué se tiene que cambiar o mejorar.

Negación de la espiritualidad y dobles caras eclesiales
- Aunque usted sea cristiano, no le inculque dicha fe, no le hable de Cristo y de su necesidad de salvación; total, eso es algo que tendrá que decidir por sí mismo cuando sea adulto. Mientras tanto, que crezca pensando que puede vivir según le plazca y alimentando su naturaleza caída.
- Cuando él esté delante, no hable de Dios a otras personas.
- Pablo dijo: “Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu” (Ro. 8:5). Haga usted justo lo opuesto: solo piense en temas terrenales y nunca en cuestiones espirituales.
- Actúe de manera “santa” dentro del local de la Iglesia y de forma completamente opuesta fuera de él. Así su hijo aprenderá que no pasa nada por tener dos caras, o tres, o cuatro, o veinte. 
- Mire por encima del hombro a los hermanos que tienen menos dones y ministerios que usted. De esta manera el joven se sentirá soberbio y orgulloso, aprendiendo de esta manera que en el cuerpo de Cristo hay individuos más importantes que otros y que Dios hace acepción de personas.
- Aparte de la prensa rosa y del corazón, ni se le pase por la mente leer libros cristianos ni estudie las Escrituras. Confórmese con lo que ya aprendió en el pasado.
- Predique con el ejemplo, así que, en el caso de que usted se atreva a leer la Biblia, al menos no la ponga en práctica, ni tampoco avive los dones que Dios ha depositado sobre usted. Así su pequeño sabrá que es no es necesario ni lo uno ni lo otro.
- Angustíese ante cada problema que surja en su vida, no confíe en Dios ni descanse en Él. Su pequeño aprenderá de esta manera a seguir sus pasos y a vivir con ansiedad.
- Si se producen abusos de autoridad y graves errores doctrinales en su congregación, ni se le ocurra señalarlos o marcharse. Mejor que su hijo viva en la mentira que en la verdad. Como alguien dijo –y que los más avispados sabrán a quién me refiero-, “la ignorancia es la felicidad”. El joven no se enterará de nada porque es ciego y, cuando sea mayor, nunca se lo echará en cara.
- Cuando algún hermano en la fe le pida ayuda económica, ni se le ocurra prestársela. Como todo buen exégeta sabe, lo que escribió Pablo sobre los necesitados era para el primer siglo, no para el presente... Además, les haría pensar a sus hijos que están tirando el dinero.
- Si un hermano ha caído en pecado, termine de hundirle. Nada de restaurarlo ni perdonarlo si se arrepiente. Por lo tanto, no le dé a conocer a su hijo las palabras del apóstol: “Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre” (Gá. 6:1). Nada de mostrarse espiritual; no es divertido serlo.
- No honre a sus propios padres, pero exija que sus hijos le honren a usted. Ellos verán así su incongruencia y no le harán ni caso.
- No invite a comer o a pasar tiempo en su casa a las viudas, huérfanos, pobres, solteros y divorciados: usted no quiere complicarse la vida y no desea por nada del mundo que su hijo se altere por las visitas.
- El mandamiento del Señor, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt:22:39), sustitúyalo por “ámese en primer lugar y a nadie más”. Una lección que su pequeño tiene que aprender, cuanto antes mejor.
- Para terminar, maldiga al que le maldiga, pague mal por mal, odie al enemigo y no ore por los malvados.

Que se eduque a sí mismo
- No le obligue jamás a leer buenos libros que le hagan pensar y cultiven su intelecto y espiritualidad. Así el jovencito podrá dedicar todo su tiempo a lo que es verdaderamente trascendente: devorar la trilogía de 50 sombras de Grey, ver en la televisión algún programa educativo como Mujeres y hombres y viceversa o Sálvame Deluxe, jugar a videojuegos todo el fin de semana, darse una maratón de catorce horas viendo fútbol y series en Netflix, ver vídeos sin fin en youtube y tener conversaciones vacías con sus amigos de wasap.
- Déjele empaparse de la filosofía humanista y postmodernista, así hará lo que sienta en el momento y vivirá basándose en el carpe diem. De esta manera, si le surge la posibilidad de mantener relaciones, la aprovechará; si le ofrecen algún tipo de droga (sea legal o no), la consumirá; si los amigos le ofrecen ir a una botellona, participará. Todo esto siguiendo la filosofía de Epicuro: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Co. 15:32).
- Si ven juntos algo en la televisión que atenta contra los valores cristianos, no aproveche el momento para instruirle.
- No le enseñe a hacer un buen uso de Internet; que aprenda solo y que le dé el uso que él quiera. Tampoco instale un control parental en el ordenador ni controle lo que el joven ve, así llegará –queriendo o sin querer- a ver pornografía, donde contemplará todo tipo de aberraciones que, con el tiempo, terminará considerado normales y deseando experimentar algún día. Al mismo tiempo, su machismo será exaltado hasta lo sumo y asimilará la idea de que la mujer es un objeto o cosa para su disfrute, y que cuando ella dice “no” en el fondo quiere decir “sí”. Por su parte, las chicas aprenderán que siempre tienen que estar dispuestas y que fueron creadas para satisfacer todos los deseos de los chicos.
- Déjele a su libre albedrío el ordenador. De esta manera podrá hablar con desconocidos, verlos por webcam y aprender a practicar el sexting, que, como bien sabemos, consiste en envíar fotos subidas de tono a otras personas. No se preocupe porque usted no se enterará de nada, solo el receptor de dichas imágenes y, claro está, aquellos a los que él decida reenviárselas.

Sexualidad libre y noviazgos libertinos
- No le dé una formación sobre la sexualidad tal y como Dios la entiende, así buscará aprender con la práctica personal.
- No le exponga que el plan de Dios para la humanidad siempre fue, es y será un hombre con un mujer. Por el contrario, que lea todos los escritos de los grupos LGTB hasta que asimile que no hay nada de malo en que personas del mismo sexo sean pareja y adopten bebés.  
- Que vea todas las series de televisión donde los adolescentes ya tienen relaciones sexuales.
- Nunca le explique el significado de un verdadero noviazgo ni el propósito del mismo. Como mucho, limítese a decirle que tenga cuidado y use protección.
- Si cada pocos meses salta de una pareja sentimental a otra como si fuera el juego de la oca, diga: “Así es la generación de hoy, todo el mundo lo hace y es joven; que disfrute de la vida”.
- Permita que duerma en casa de su novia y no se entrometa. Lo que hagan o dejen de hacer, es cosa de ellos.
- Si su hija queda embarazada, que no asuma la responsabilidad: llévela a una clínica y que aborte.

Adiós a la integridad
- Si puede defraudar a Hacienda –aunque sea un poquito-, hágalo. Su hijo aprenderá ciencias económicas y un nuevo arte.
- Si nadie mira y tiene la ocasión, no respete las señales de tráfico, sáltase algún semáforo y supere los límites de velocidad. Su hijo aprenderá con su buen ejemplo cómo conducir.

Sírvale en todo
- Consiéntale en términos absolutos y dele todo lo que pida sin exigir nada a cambio y sin ningún sacrificio por parte del peque: todos los juguetes del ToysRus, ropa a raudales, un patín eléctrico, una moto, dinero para ir de fiesta, una tablet, un ordenador, un móvil, etc. De lo contrario, él dejará de hablarle varios días, se echará a llorar, se entristecerá o pondrá mala cara, y claro, usted no quiere que su hijo se sienta frustrado e insatisfecho, ni que derrame lágrimas “por su culpa”.
- Nunca le diga “no” a las peticiones de su hijo. Si algún día se atreve a hacerlo, se rebelará contra usted y le dirá que “nunca” hace nada por él.
- Aunque sea un golfo y un malhablado, organícele cada año una gran fiesta de cumpleaños, y no olviden cantarle “porque es un muchacho excelente, porque... y siempre lo será”.
- Si cada mañana acude al cuarto de su hijo para despertarlo e ir al colegio, y le dice que no quiere ir con argumentos convincentes (“estoy cansado”, “me duele la muela del lóbulo frontal”, “solo he dormido trece horas”, “tengo un virus de cuentitis terminal”), por favor, sea amable con él y que no acuda a clase. No se preocupe si no estudia ni tiene oficio: cuando sea adulto, él recibirá ayudas económicas del Estado para vivir. 
- Sea una buena “ama de casa” y vaya a la habitación de su hijo a recoger todo lo que él haya dejado por medio. Recuerde que usted está a su servicio.
- Sin rechistar, hágalo todo por él y que él no haga nada por usted; faltaría más. Así que ni se le ocurra mandarle a hacer la compra, a poner y a quitar la mesa, etc.
- Prepárale cada mañana y cada tarde el desayuno y la merienda: recuerde que hacer el Cola Cao y echar la mantequilla en el pan es muy difícil y el adolescente se puede herniar. 

No lo valore ni lo trate bien
- Céntrese en sus defectos e ignore sus virtudes; así se menospreciará a sí mismo y se alejará emocionalmente de usted.
- Cuando usted se equivoque, no lo reconozca, ni pida perdón y, sobre todo, minimice la importancia de dichos errores. Por el contrario, cuando sea su hijo el que yerre, no se le olvide recordárselo setecientas veces y magnifique dichos desaciertos. Esta es una de las muchas maneras de contravenir ese mandamiento bíblico que dice: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos” (Ef. 6:4).
- No se le ocurra sonreírle, besarlo, abrazarlo ni decirle palabras bonitas. Podría hacer que su hijo se sintiera amado, seguro y confiado, y ese no es el propósito.
- No trate de empatizar con él, ni se interese por conocer sus aficiones, sus sueños, sus miedos, sus ilusiones, sus proyectos ni sus pensamientos más profundos. No son nada interesantes y resulta aburrido.
- Cuando su pequeño cometa un error, grítele desaforadamente, regáñele con aspavientos en público, avergüéncelo delante de todo el mundo, exprésele una profunda ira con una mirada que congelaría el mismísimo infierno, dele una buena bofetada en la cara que le haga levitar y grítele para que todo hombre y mujer en cinco kilómetros a la redonda se entere de que “cuando lleguemos a casa te vas a enterar”. Nada de hablar en privado y a solas con él respetando su dignidad. Si toda su vida guarda el recuerdo y el sentimiento de haberse sentido humillado, es problema de él.
- Si tiene más de un hijo, compárelos siempre que pueda, especialmente cuando uno de los dos haga algo mal, para que así haya rivalidad y surja la competitividad, la envidia y los celos entre ellos. Frases como “tu hermano es más listo que tú y es el favorito de tu padre”, “tu hermana sí que es ordenada”, “ella me da alegrías y tú solo disgustos” o “tu hermano llegará lejos en la vida y tu serás un fracasado”, son expresiones que deben repetirse sin descanso hasta que las asimile.

La familia: cada uno por su lado.
- Cuando estéis todos juntos en casa, reuniros delante del televisor y pasaros de cuatro a seis horas sin hablar viendo alguna película donde la trama gire en torno a alguna infidelidad y donde haya alguna escena picantilla. Luego podéis ver un concurso o algún programa de cotilleos y entrevistas a cantantes y deportistas. Cuando acabéis, que cada uno se vaya a su cuarto y se dedique a su propio teléfono móvil.
- Que el tiempo de ocio familiar consista en ir a centros comerciales a comprar, comprar y comprar, si puede ser, de forma compulsiva y por antojo; nada de sandeces como jugar al aire libre, pasear en bicicleta, pasar el día en el campo o en la montaña, ir a un pueblecito rural cercano o a cenar todos juntos.
- Fáltele el respeto a su cónyuge; de esta manera el adolescente aprenderá a hacer lo mismo cuando esté casado.
- Los errores que sus padres cometieron con usted, repítalos. Así conservará las tradiciones familiares y sus hijos podrán a su vez transmitirlas a sus descendientes.

Valores personales “extraordinarios”
- Permita que escuche todas las canciones de letras inmorales de los artistas de moda y que aprenda sus bailes, especialmente si son obscenos. Si puede, llévele incluso a los conciertos. Es la manera más sencilla de aprender “valores”.
- Si le pide un piercing, llévelo esa misma tarde a ponerse cinco o seis: uno en el ombligo, otro en la lengua y el resto donde él quiera. Y de paso, un tatuaje molón en el cuello y en el brazo con una mariposa, un oso panda, un dragón, una palabra japonesa motivadora y el nombre de todos sus amigos. Esto lo convertirá en alguien muy moderno y adaptado al siglo XXI.
- Concédale muchísima importancia a la imagen externa y a la estética –puesto que es primordial-, y quéjese sin parar de las distintas partes que conforman su propio cuerpo. Si es mujer, coma poco todo el año y esté siempre a régimen, y antes del verano haga dietas suicidas para que se le vean bien los huesos, las costillas, el esternón y los omóplatos. Y si es hombre no olvide tomar productos para perder muchos líquidos y hacer mil abdominales diarias para presumir de tableta. Así sus hijos comprenderán que lo más importante es lo externo, la apariencia y ser físicamente perfecto.
- Si su retoño insulta a los aficionados y seguidores del equipo deportivo contrario –sea en persona o en las redes sociales-, páselo por alto; tampoco es para tanto.
- Si sorprende a su hijo mintiendo, no lo regañe ya que es “el niño de sus ojos”. Además, usted no es policía ni juez.
- Hágale ver que lo más importante de la existencia humana es hacerse un nombre en este mundo con un buen trabajo y un buen sueldo, y que esa es la llave del éxito.
- Repróchele continuamente a su cónyuge el hecho de que materialmente no tienen todo lo que desearían. Así su hijo nunca se sentirá satisfecho y siempre querrá más de todo; de esta manera nunca conocerá el significado de esa palabra tan desagradable como es “contentamiento”.
- Felicítelo un poco si saca buenas notas pero nunca si es noble, honrado o un buen cristiano. 
- Quiera a su hijo por lo que haga y por lo que logre, pero nunca por la clase de persona que es. Ser bondadoso, íntegro y todo lo demás está sobrevalorado.
- Si es usted mamá, cómprese ropita muy pero que muy sexy (ya sabe, “mini” y/o ceñidísima). Pero no la reserve para que solo su esposo la contemple con ella en la intimidad; póngasela para salir a la calle, a los bares, a los pubs, etc, y que el resto de la humanidad pueda contemplar la mayor parte de su cuerpo. Elimine de su vocabulario el término “pudor”. Esto hará que no tenga autoridad moral ante su hija cuando ella quiera vestir igual.
- Hágase decenas de fotos en todo tipo de situaciones absurdas, y sobre todo poniendo morritos, miradas seductoras y luciendo palmito “como el que no quiere la cosa” para llamar la atención en Internet. Así el joven, cuando ya sea adolescente, hará lo mismo y subirá a las redes sociales sus fotos sin camiseta en el gimnasio enseñando musculitos, mientras ella hará lo propio en bikini en la playa, y usted no podrá decirle nada.
- No se preocupe si él dice alguna palabrota o hace alguna broma vulgar: no le corrija; al contrario, ríase.
- Cuando se reúna con otras parejas, que el tema principal sea despotricar de todo el mundo. Así su hijo dirá: “Si mami y papi lo hacen, ¿qué hay de malo en que yo hable mal de los demás? ¡Nada!”.
- Gaste más dinero del que tiene y endéudese con su tarjeta de crédito hasta las cejas. Su hijo se lo agradecerá.

Defiéndalo siempre
- Cuando su hijo tenga una mala actitud y sea aleccionado por algún profesor en la escuela, vaya inmediatamente y hable con el director para que abronque al malvado maestro que ha tenido dicha osadía. Y no dude en demandar ante la Justicia porque, como usted bien sabe, “su hijo es un santo” y no se merece los reproches de nadie.
- Si alguien osa señalar que usted está dándole una mala educación a su hijo, no escuche sus argumentos; atáquele y dígale: “¿Y tú con tus hijos qué?”.

Las consecuencias cuando los padres dimiten
Todo esto, que puede sonar a exageración, no lo es en absoluto: es el pan de cada día en millones de familias. Y me he quedado corto, muy corto, tanto que podría haber escrito varios párrafos más.
No todos los padres cometen todos y cada uno de estos errores, pero sí más de uno. Por eso nadie tiene que echarse las manos a la cabeza al ver la sociedad decadente que tenemos en la actualidad, que veamos a raudales las obras de la carne (“adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas”) y de forma escasa el fruto del Espíritu (“amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”; Gá. 5:19-23). Simplemente estamos recogiendo lo que se ha sembrado con esmero desde la caída en el huerto del Edén. Y una nueva cosecha está en camino...
Los padres, literalmente, han dimitido y ya no educan a sus hijos. Ahora lo hace “San Google”, “San Porno”, “San Amigos”, “San Fiesta”, “San Vanidad”, “San Twitter”, “San Instagram” y “San Alcohol”. Para muchos padres cristianos, lo “importante” es que sus pequeños vayan a las reuniones, que participen de la escuela dominical y demás actividades religiosas. Les basta con que sus niños no les contesten mal, que tengan su cuarto medio ordenado, que sean respetuosos con los abuelos, que sean simpáticos con los amigos, que no lleguen borrachos a casa y, sobre todo, que saquen buenas notas y practiquen alguna actividad extraescolar; todo lo demás no importa.
No siempre son los padres los responsables de las actitudes de sus hijos. Como repito insistentemente, los padres no tienen la culpa de todo –ni mucho menos-, y por eso la Escritura dice que “el alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo” (Ez. 18:20). En última instancia, son los propios hijos los que deciden qué tipo de vida llevarán y si adoptarán o no los valores sanos que los progenitores poseen. Por eso hay hijos que han recibido una paupérrima educación y, sin embargo, son cristianos dignos de admiración. Y lo mismo al contrario: hijos que han tenido unos padres cristianos excelentes, que han sido formados con esmero y pasión por sus padres, pero, como dice el dicho, “han salido rana”: no es que sean violadores o asesinos, y puede que sean personas respetables entre sus amistades y en sus lugares de estudio o trabajo, pero, ante los ojos de Dios, están perdidos en medio de la mundanalidad. Según la Biblia, estos son hijos necios que provocan tristeza en el padre y amargura en la madre (cf. Pr. 17:25).
Hay otros hijos que crecen sabiéndose amados y, en términos morales, son relativamente sanos, pero, al no haber recibido una verdadera instrucción cristiana ni haber aprendido con el ejemplo paterno:

- Tienen poca o nula sabiduría espiritual.
- Carecen de riqueza cultural.
- Han desarrollado complejos, sentimientos de inferioridad y alguna que otra fobia.
- Poseen una personalidad atrofiada y sin desarrollar.
- No tienen herramientas que les sirvan para no dejarse arrastrar por los pensamientos mayoritarios de la sociedad.
 - No saben cómo afrontar su propia naturaleza caída porque nadie les ha enseñado.

Sea cual sea el caso, lo que no es de recibo es que muchos padres creyentes dejen que sean las “circunstancias de la vida” las “educadoras” de sus pequeños. Ni siquiera se forman en patrones bíblicos ni se esfuerzan lo más mínimo en educar en valores éticos cristianos a sus retoños, incumpliendo el mandamiento que Dios dejó al pueblo de Israel, y de forma extensiva a todos los padres de todos los tiempos: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Dt:6:4-9).

Un anticipo
Hasta el día de hoy he publicado diversos artículos tratando varios puntos de los citados[1]. Pero teniendo en cuenta lo complejo que es educar a un joven en el mundo presente (sin ser yo padre, la impresión es que sin duda es la tarea más compleja y difícil que existe), que la presión a la que son sometidos para ser uno más dentro de la “masa borreguil” es tremenda y que se encuentran por todas partes multitud de ofertas para vivir en pecado y de espaldas a Dios, acabo de terminar un extenso libro titulado “Para padres, jóvenes y adolescentes”. En él trato de ayudar a todos ellos, entrando profundamente en la piel tanto de los progenitores como de los retoños. Dicho material lo publicaré en el blog en su momento. Como para eso queda bastante tiempo (dada la ingente cantidad de material previo que tengo pendiente por sacar a la luz), animo a los padres cristianos –y a futuros padres- a analizar exhaustivamente cada uno de los guiones reseñados para ver si están a tiempo de enmendar algunos de los errores cometidos o que están cometiendo. 








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