Venimos de aquí: Cuando una iglesia dañina desprecia
la verdad... (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/05/11-cuando-una-iglesia-danina-desprecia.html).
Ya vimos que la unidad eclesial no se puede anteponer
a la Verdad, junto a cuáles son las razones de peso que sí justifican una
división. Veamos ahora el trabajo que cuesta a estas iglesias enfermas hacer
autocrítica y los efectos que provoca.
La autocrítica
Por norma
general, a los seres humanos nos cuesta bastante hacer autocrítica, y mucho más
reconocer los errores que podemos llevar años cometiendo. De aquí que pocos
aceptarán las opiniones divergentes, ya que las considerarán un ataque
personal: “A
todos nos queda difícil vernos objetivamente a nosotros mismos; para algunos
pastores es algo imposible. Todo comentario se soslaya haciéndolo incapaz de
penetrar la mente o el corazón”[1].
No tiene que ser nada fácil plantarse delante de toda una congregación y reconocer
que, por años, se ha enseñado una falsa doctrina, aunque se tuvieran buenas
intenciones. Siempre es más cómodo quitar la paja del ojo ajeno que reconocer que
uno tiene una viga delante de sí: “¿Por
qué a las personas les cuesta tanto pedir disculpas? Los expertos consultados
por este periódico coinciden en que la mayor dificultad de mostrar
arrepentimiento por algo que se ha hecho radica en que, al aceptar el error, se
rompe la imagen idealizada que uno tiene de sí mismo. ´Cuando metemos la
pata, esa imagen autoidealizada que se tiene de uno mismo se rompe, de modo que
lo más fácil es agarrarse a esa autoimagen y justificar lo que se ha hecho`, explica Vicens Olivé, autor del libro PNL
& Coaching y quien es experto en ambas materias. Olivé señala que la
tentación que se tiene al ´meter la pata` es ´salvar la papeleta para no comprometer el ego, porque eso
acaba doliendo pues significa cambiar la imagen que uno tiene de sí mismo y se produce una bajada de ego bastante gorda`. Para Olivé lo que hay detrás de esa
resistencia a pedir perdón es una cuestión de orgullo, de creerse lo que no se
es.
El doctor en Psicología, teólogo y
filósofo Lluís Serra también cree que la dificultad de pedir perdón tiene mucho
que ver con el ego personal: ´Primero hay
que ser consciente de lo que se ha hecho, segundo de que lo hecho no está bien
y, tercero, de que mi comportamiento puede haber perjudicado a otras personas`,
explica Serra, para quien la dificultad de pedir disculpas también ´viene
del orgullo personal, de la vanidad, de las diferentes posturas del ego`. ´Al
pedir perdón hay una cierta pérdida de imagen social, pero el salir a
arrepentirse puede dar credibilidad a una persona, el perdón tiene efectos
positivos cuando una persona acepta su debilidad`, señala Serra”[2].
Esa es la razón por
la cual es tan difícil hacer autocrítica. Cuando una iglesia local recibe algún
tipo de desaprobación “desde dentro” o “desde afuera” (incluso por
inconversos), automáticamente la considera un ataque diabólico. Todos
deberíamos recordar que la verdadera persecución a la Iglesia es consecuencia
directa de predicar el evangelio y de vivir según los valores establecidos por
Dios, no por los propios errores eclesiales: “El Señor no dijo: ´¡Bienaventurados los que son perseguidos por sus
equivocaciones, por molestar al hermano o entrometerse en lo ajeno!`. Es lo
mismo que señala, desde luego salvando las distancias, el apóstol Pedro: ´Así
que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por
entrometerse en asuntos ajenos. Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence; más bien, glorifique a Dios en este nombre` (1 P. 4:15-16)”[3].
La capacidad de
autocrítica y de llegar a acuerdos mutuos –en lugar de imposiciones- dice mucho
de la buena o de la mala salud de una congregación.
¿Quién es realmente el problema?
No se puede ayudar a aquellos que creen
que no lo necesitan o a quienes no quieren cambiar. No tiene sentido
intentarlo. Le darán vueltas y más vueltas a los argumentos presentados para
tratar de convencerte de que eres tú el que está equivocado y proyectarán sobre
ti sus propias culpas y miedos.
En consecuencia, estimarán que
tú eres el problema y no el sistema que tienen establecido: “La verdad es
que cuando las personas hablan de los problemas en voz alta, no los causan, los
exponen”[4]
porque “a
menudo, cuando no queremos reconocer nuestros propios errores, los proyectamos
sobre los demás”[5]. De ahí que sea tan difícil la reconciliación, ya que, si se
produce, será bajo sus términos y condiciones (es decir, el sometimiento), y no
reconocerán sus graves faltas.
Por eso ni siquiera escucharán ni
razonarán de segundas, ya que tendrán sus propias respuestas preparadas de
antemano, las cuales no serán modificables, a menos que el Señor los quebrante.
En ese caso, el cambio sí es posible, si se muestran realmente humildes. Pedir
perdón será sumamente sanador para ellos.
Si no hay arrepentimiento, la táctica que usarán por
norma general será la que ya vimos: desprestigiar y descalificar por todos los
medios posibles a los que se hayan atrevido a señalarlos, les retirarán el
habla y se alejarán de ellos, provocando que los que le rodean hagan lo mismo
por el miedo a represalias. Incluso puede que hablen entre sí, como si el otro no estuviera
presente (algo de muy mala educación), una manera de hacer ver que entre ellos están
de acuerdo y se apoyan, y que es el otro el que se encuentra solo y equivocado.
A veces les apartarán del ministerio que ejercían (si,
por ejemplo, predicaba, dejará de hacerlo), pero lo normal es que les
pidan que se marchen de la iglesia, si es que no los expulsan directamente. En
determinados casos, donde se sientan muy amenazados, hablarán con los pastores
de otras congregaciones para decirles que no crean una sola palabra de las que
les digan los susodichos individuos. Así estarán sobre aviso del peligro que anda suelto, dándoles a
entender que lo más recomendable es que no les dejen entrar en sus iglesias
locales porque las destruirán. Es la manera que tienen de defender su
reputación a toda costa y de tratar de silenciar a los que discrepan. Todos
ellos deberían recordar las palabras de John Morley: “No habéis
convencido a un hombre si lo habéis reducido al silencio”.
Continuará en: Argumentos finales para salir de una
iglesia herética.
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