(viñeta realizada por el dibujante Gado)
Venimos de aquí: ¿Debes salir de una congregación venenosa y de una iglesia en desorden?
(https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/10/81-debes-salir-de-una-congregacion.html).
Es muy pobre, y
sumamente irracional, el argumento que algunos emplean para justificarse ante
sí mismos y ante los demás: “Si es la voluntad de Dios que yo permanezca en
este lugar el resto de mi vida, así será”. Otros esperan una especie de señal
sobrenatural para tomar la decisión de marcharse. En el fondo, esta actitud es
la misma que toman las avestruces que introducen la cabeza debajo de tierra
cuando el león viene a comérselas: un intento ridículo de negar la realidad,
creyendo que, así, pasarán los problemas.
Una cosa es
sobrellevar las cargas los unos de los otros –como llorar con los que lloran- y
otra muy diferente es guardar silencio ante las injusticias que se puedan
cometer dentro del pueblo de Dios a causa de doctrinas sumamente tergiversadas.
Dejar a un lado
lo que les dicta el raciocinio y el corazón conforme a la Palabra de Dios,
haciendo lo que les dicen sin rechistar, incluso cuando no están de acuerdo,
conduce a rehuir de plano el ejercicio de la libertad personal. Recibirán
aceptación (algo que todo ser humano desea) y no serán rechazados (como muchos
temen), pero estarán lejos de la voluntad del Altísimo.
Luego están
aquellos que no salen para que sus hijos no sufran o no piensen de manera
negativa de los cristianos en general. A la larga, esto es mucho peor porque
los hijos no son ciegos ni tontos. Por esa misma regla de tres, una mujer
debería soportar las palizas de su marido u ocultar el maltrato psicológico que
padece sin decir nada para no afectar a sus retoños, ya que, por ahora, ellos
no están sufriendo vejaciones. La realidad es que más daño hace el silencio que
la verdad. En lugar de ello, deberían explicarles –usando la Biblia- las
razones que les han llevado a tomar la decisión de marcharse de una iglesia
enferma y herética. Esa integridad paternal sí dejará una verdadera huella en
el corazón de los jóvenes, al comprobar la rectitud de sus padres.
Por otro lado,
están los que soportan todo
tipo de atropellos porque creen que, después de un tiempo de sometimiento,
lograrán el ministerio que anhelan. No son conscientes de cuán bajo están
cayendo al denigrarse de tal manera. Literalmente, se están vendiendo. Y puede
que sí, que logren ese “sueño” que les lleve a tener cierto estatus
humano-social-eclesial, pero a un precio tan alto que no estarán en sintonía
con los deseos del Señor al que dicen servir.
Por último, dentro de este grupo están
aquellos que no abren sus bocas porque perderían sus “cargos” (en el
cuerpo de Cristo no existen los tales, sino diferentes funciones), incluso
algún sueldo en el caso de recibirlo. Temen perderlo todo si expresan sus
verdaderos pensamientos. Incluso su estima propia depende tanto de estos
“títulos” que creen que no serán nada si los pierden.
Refutando estos argumentos
Con
el ejemplo por excelencia, Pablo trae la respuesta a todas estos hermanos que presentan algunos
de los argumentos señalados para permanecer en una congregación sectaria: “Cristo Jesús,
el cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de
siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual
Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y
toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil.
2:5-11).
El texto es contundente y debería hacerles
reflexionar: Cristo no se aferró el ser igual a Dios como excusa para no
sufrir, sino que se hizo hombre y vivió como nosotros, siendo mayormente
despreciado por su propia patria adoptiva. Dejó su trono y su gloria para ser
siervo de los siervos y morir en una cruz despojado de todo. Y, por ello, el
Padre, a quien agradó, lo exaltó hasta lo sumo.
Aferrarse a una posición ministerial, a un coro, a un
pastorado, a un sueldo, a un grupo de amistades, a la imagen pública que se
posee ante el hombre, a cualquier puesto de renombre, a un cargo, o simplemente
a la comodidad para no irse de una iglesia local que está en desorden, que
enseña falsedades, y que no tiene ningún viso de cambiar, es contrario al
corazón de Dios. Es limitar al Creador al
mostrar una fe insustancial. Es como decirle: “Señor, si salgo de aquí me
quedaré solo y estaré perdido. No podré servirte. Tu obra en mí acabará sin ser
completada”. Él podría responder perfectamente: “¿No eras tú el que citabas mi
propia Palabra que proclama que no te dejaré ni te desampararé, que estaré
contigo todos los días hasta el fin y que perfeccionaré la obra que empecé en
ti?” (cf. Jos. 1:5; Mt. 28:20; Fil. 1:6).
Por ello, no es casualidad que hermanos
que fueron valientes para salir y aferrarse
al Señor, continúen sirviéndole en otros aspectos de la vida bajo la voluntad de Dios, aunque sea
fuera de las organizaciones religiosas que se caracterizan por una estructura muerta
y una liturgia pasiva. Por el contrario, aquellos que se quedaron
terminaron empobrecidos espiritualmente y atrofiados como personas, agotados en
todos los aspectos, e incluso llenos de amargura y sin poder llevar a cabo la
obra que había preparada desde lo alto para ellos.
Continuará en: Cuando es el miedo lo que impide salir de una iglesia malsana.
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