lunes, 21 de noviembre de 2022

8.2. Contradiciendo a los que dicen que no hay que salir de una iglesia abusadora

 

(viñeta realizada por el dibujante Gado)

Venimos de aquí: ¿Debes salir de una congregación venenosa y de una iglesia en desorden? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/10/81-debes-salir-de-una-congregacion.html).

Es muy pobre, y sumamente irracional, el argumento que algunos emplean para justificarse ante sí mismos y ante los demás: “Si es la voluntad de Dios que yo permanezca en este lugar el resto de mi vida, así será”. Otros esperan una especie de señal sobrenatural para tomar la decisión de marcharse. En el fondo, esta actitud es la misma que toman las avestruces que introducen la cabeza debajo de tierra cuando el león viene a comérselas: un intento ridículo de negar la realidad, creyendo que, así, pasarán los problemas.
Una cosa es sobrellevar las cargas los unos de los otros –como llorar con los que lloran- y otra muy diferente es guardar silencio ante las injusticias que se puedan cometer dentro del pueblo de Dios a causa de doctrinas sumamente tergiversadas.
Dejar a un lado lo que les dicta el raciocinio y el corazón conforme a la Palabra de Dios, haciendo lo que les dicen sin rechistar, incluso cuando no están de acuerdo, conduce a rehuir de plano el ejercicio de la libertad personal. Recibirán aceptación (algo que todo ser humano desea) y no serán rechazados (como muchos temen), pero estarán lejos de la voluntad del Altísimo.
Luego están aquellos que no salen para que sus hijos no sufran o no piensen de manera negativa de los cristianos en general. A la larga, esto es mucho peor porque los hijos no son ciegos ni tontos. Por esa misma regla de tres, una mujer debería soportar las palizas de su marido u ocultar el maltrato psicológico que padece sin decir nada para no afectar a sus retoños, ya que, por ahora, ellos no están sufriendo vejaciones. La realidad es que más daño hace el silencio que la verdad. En lugar de ello, deberían explicarles –usando la Biblia- las razones que les han llevado a tomar la decisión de marcharse de una iglesia enferma y herética. Esa integridad paternal sí dejará una verdadera huella en el corazón de los jóvenes, al comprobar la rectitud de sus padres.
Por otro lado, están los que soportan todo tipo de atropellos porque creen que, después de un tiempo de sometimiento, lograrán el ministerio que anhelan. No son conscientes de cuán bajo están cayendo al denigrarse de tal manera. Literalmente, se están vendiendo. Y puede que sí, que logren ese “sueño” que les lleve a tener cierto estatus humano-social-eclesial, pero a un precio tan alto que no estarán en sintonía con los deseos del Señor al que dicen servir.
Por último, dentro de este grupo están aquellos que no abren sus bocas porque perderían sus “cargos” (en el cuerpo de Cristo no existen los tales, sino diferentes funciones), incluso algún sueldo en el caso de recibirlo. Temen perderlo todo si expresan sus verdaderos pensamientos. Incluso su estima propia depende tanto de estos “títulos” que creen que no serán nada si los pierden.

Refutando estos argumentos
Con el ejemplo por excelencia, Pablo trae la respuesta a todas estos hermanos que presentan algunos de los argumentos señalados para permanecer en una congregación sectaria: “Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:5-11).
El texto es contundente y debería hacerles reflexionar: Cristo no se aferró el ser igual a Dios como excusa para no sufrir, sino que se hizo hombre y vivió como nosotros, siendo mayormente despreciado por su propia patria adoptiva. Dejó su trono y su gloria para ser siervo de los siervos y morir en una cruz despojado de todo. Y, por ello, el Padre, a quien agradó, lo exaltó hasta lo sumo. 
Aferrarse a una posición ministerial, a un coro, a un pastorado, a un sueldo, a un grupo de amistades, a la imagen pública que se posee ante el hombre, a cualquier puesto de renombre, a un cargo, o simplemente a la comodidad para no irse de una iglesia local que está en desorden, que enseña falsedades, y que no tiene ningún viso de cambiar, es contrario al corazón de Dios. Es limitar al Creador al mostrar una fe insustancial. Es como decirle: “Señor, si salgo de aquí me quedaré solo y estaré perdido. No podré servirte. Tu obra en mí acabará sin ser completada”. Él podría responder perfectamente: “¿No eras tú el que citabas mi propia Palabra que proclama que no te dejaré ni te desampararé, que estaré contigo todos los días hasta el fin y que perfeccionaré la obra que empecé en ti?” (cf. Jos. 1:5; Mt. 28:20; Fil. 1:6).
Por ello, no es casualidad que hermanos que fueron valientes para salir y aferrarse al Señor, continúen sirviéndole en otros aspectos de la vida bajo la voluntad de Dios, aunque sea fuera de las organizaciones religiosas que se caracterizan por una estructura muerta y una liturgia pasiva. Por el contrario, aquellos que se quedaron terminaron empobrecidos espiritualmente y atrofiados como personas, agotados en todos los aspectos, e incluso llenos de amargura y sin poder llevar a cabo la obra que había preparada desde lo alto para ellos.

Continuará en: Cuando es el miedo lo que impide salir de una iglesia malsana.

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