lunes, 5 de junio de 2023

13. Argumentos finales para salir de una iglesia herética e insalubre

 


Venimos de aquí: Las consecuencias de que una iglesia enferma no haga autocrítica (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/05/12-las-consecuencias-de-que-una-iglesia.html).

Ante determinadas situaciones, que hemos descrito de mil maneras diferentes en los capítulos anteriores, hagamos una síntesis de los argumentos a favor de salir de un lugar enfermizo y peligroso.

¿Salir o no salir?
Dejemos que sea Francisco Lacueva el que responda con estas sabias palabras:“¿Cuando puede y debe un creyente separarse de su iglesia? ¿No es un cisma toda separación de la estructura visible de la única Iglesia? ¿Por qué no quedarse en la iglesia para reformarla desde dentro, en vez de romper con ella en un afán de perfeccionismo? Contestaremos brevemente a tan frecuentes preguntas:

a) Notemos que el Nuevo Testamento exhorta frecuentemente a los cristianos a separarse de los no creyentes o de los falsos creyentes (cf. 1 Co. 5:11-13, 15:33, 2 Co. 6:14-18, Ef. 5:5-7, Ap. 18:4). La misma obligación hay de separarse de una iglesia falsa, es decir, una iglesia que enseña un “evangelio diferente” (Gá. 1:6, 8-9) o mantiene prácticas contrarias a la palabra de Dios, o que rehúsa someterse a la clara voz de la Escritura y escuchar nuestra protesta en nombre del Evangelio. Hay detalles doctrinales accesorios que no justifican un cisma, pero cuando se niega o se pervierte la enseñanza sobre un Dios en tres personas, o la verdadera dividinidad y humanidad de Cristo en la única personal del Verbo, Su expiación suficiente en el Calvario, Su resurrección corporal, la salvación de pura gracia, la justificación mediante la sola fe, la autoridad infalible de las Escrituras, etc., se trata de una iglesia herética. Si, a pesar de nuestra protesta (no de nuestro silencio), la tal iglesia, en su capacidad oficial (sesión, presbítero o voto mayoritario), enseña el error, obliga a sus miembros a creer o hacer lo que es contrario a la Palabra de Dios, o rehúsa ejercitar la necesaria disciplina con los herejes notorios y con los cristianos indignos de tal nombre, a pesar de estar bien probados los cargos contra ellos, nuestro derecho y nuestro deber es separarnos de tal iglesia y buscar otra que se conduzca de acuerdo con la Palabra de Dios.

b) Tal decisión no es un cisma, sino la preservación de la unidad y santidad de la única verdadera Iglesia de Cristo. Cuando los Reformadores rompieron con Roma, no pretendieron negar la unidad visible de la Iglesia verdadera, sino llevársela consigo, al ser rechazadas sus protestas por una estructura oficial que rehusaba someterse a la Escritura; por eso tuvieron a la Iglesia oficial de entonces por herética y cismática.

c) La Palabra de Dios y la experiencia enseñan que el empeño en reformar desde dentro una iglesia oficialmente desviada es una utopía que empaña nuestro testimonio y engendra confusión. La verdad y la obediencia están por encima del sacrificio, de la falsa caridad y de las buenas intenciones. En frase de Spurgeon, “el deber de uno es hacer lo recto; de las consecuencias se encarga Dios”. Hay quien cita Mateo 13:24-30 sin percatarse de que allí no se trata de la iglesia, sino del mundo (“el campo es el mundo”). Los más apelan al argumento de que a una madre (cf. Gá. 4:26) no se la deja, por fea o mala que sea; pero éstos no se dan cuenta de que la iglesia no es una abstracción superior, cuya naturaleza permanece a salvo, a pesar de la falsedad o apostasía de sus miembros, o de los defectos en las estructuras, sino la congregación espiritual de los verdaderos creyentes, cuyo ´ser o no ser` dependen enteramente de la ortodoxia y de la ´ortopodia`” (Gá. 2:14), o sea, de la recta conducta de sus miembros”[1].

Creo que la exposición del señor Lacueva no puede ser más clara y contundente.

La excusa de “no existe la iglesia perfecta”
Muchos, para no salir de una congregación enferma y/o herética, tiran del refranero popular religioso: “no existe la iglesia perfecta”. Y así es. Pero hay que enfocarlo de otra manera. Soy el primer imperfecto, y salvo únicamente por la gracia de Dios. Pero dicho esto, también creo que nadie se puede escudar en dicha frase para justificar lo injustificable. Una cosa es que, como humanos, no seamos perfectos y que fallemos, y otra muy distinta es que los que están al frente, los que enseñan doctrina, los que guían, los que marcan la hoja de ruta en las iglesias, enseñen un camino falso lleno de mentiras, que trae cadenas y cargas, y haya que soportarlo. ¡No! Hay que desintoxicarse de todo eso y apartarse de ellos: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Ro. 16:17). ¡Es un ruego de Pablo!
Termino con las palabras de J.C Ryle pronunciadas hace más de un siglo y vigentes para el día de hoy: “Advierto a todo aquel que ame su alma que sea muy celoso de la predicación que escucha habitualmente y del lugar de culto que frecuenta. Aquel que se somete deliberadamente a un ministerio que es claramente defectuoso es alguien muy imprudente. No dudo en dar mi opinión a este respecto. Sé bien que muchos consideran escandaloso que un hombre abandone su iglesia parroquial. No puedo compartir ese sentir. Establezco una clara diferencia entre la enseñanza defectuosa y la enseñanza que es completamente falsa, entre la enseñanza que yerra en sentido negativo y la que es claramente contraría a la Escritura. Pero sí creo que, en caso de que se predique una doctrina inequivocamente falsa de una iglesia parroquial, el feligrés que ama su alma hace muy bien en no asistir a ella. Escuchar enseñanza contraria a la Escritura cincuenta y dos domingos al año es algo muy grave. Es derramar de continuo un lento veneno en la mente. Creo que es casi imposible que un hombre se someta a ello conscientemente sin resultar perjudicado. Veo que en el libro de Proverios se nos ordena: ´Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de la sabiduría` (Pr. 19:27). Si estas palabras no justifican que un hombre deje de adorar en una iglesia en caso de que se predique claramente la falsa doctrina, no sé qué palabras pueden hacerlo”[2].

Continuará en: Llegó la hora: sal de esa iglesia peligrosa 


[1] Lacueva, Francisco. La Iglesia. Clie. Pág. 252-254.

[2] Ryle, J.C. Advertencias a las iglesias. Peregrino.

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