Anna Fox, psiquiatra especializada en
niños, vive recluida en su piso de varias plantas en New York. No sale a la
calle desde hace diez meses, ya que padece de agorafobia, que es un pánico
desmedido a los espacios abiertos, y que la lleva a sufrir ataques de pánico si
hace el más mínimo intento de salir a la calle. Incluso los repartidores tienen
que dejar la correspondencia en el portón y ella les paga con dinero en
efectivo con un sobre por debajo de la puerta. Se pasa todo el tiempo en bata, durmiendo, bebiendo vino, viendo películas clásicas, tomando la abundante
medicación que le han recetado, y solo se arregla para las sesiones con su
terapeuta. Aparte, tiene alguna que otra “conversación” telefónica con su
marido e hija que no viven con ella, ya que, según nos cuenta, está separada.
Su único contacto humano, aparte de un gato, es con un joven al que tiene de
inquilino en el sótano y que le saca la basura, junto a algún arreglo que le
hace en el hogar.
¿Cuál es el mayor “pasatiempo” de
Anna? Puesto que no tiene vida propia, la respuesta es bastante obvia:
contemplar lo que sucede en su barrio, y más específicamente a sus vecinos, a
los que se podría considerar que espía, mirándolos desde la ventana. Desde la
mujer que plancha, pasando por el grupo de oración y la chica que ensaya sus
notas musicales en la trompeta, hasta la nueva familia que se ha mudado. Así
hasta que contempla un asesinato y que denuncia a la Policía, la cual no la
cree al no hallar ninguna prueba y viendo que su estado mental no parece el más
saludable. Ahí comenzará su propia batalla por demostrar que no está loca...
Esta es la historia que se nos cuenta
en la película “La mujer en la ventana” –basada en la novela del mismo título
del autor seudónimo AJ. Finn-, protagonizada por Amy Adams, excelente actriz de
la que hablé ampliamente en otra ocasión con motivo de la serie “Heridas
abiertas” (¿No te sientes amado por tu madre y/o tu padre? Bienvenido a “Heridas
abiertas”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/09/no-te-sientes-amado-por-tu-madre-yo-tu.htm). No es mi intención desvelar nada más de la trama,
dejándola para aquellos que la quieran visualizar. Lo que sí haré, como he
hecho en otras ocasiones, es servirme de la idea principal para tratar un tema
que le concierne a millones de personas, cristianos incluidos.
Vidas que se limitan a mirar por la ventana
Por infinidad de circunstancias,
incontables personas ven su propia vida pasar sin mayor trascendencia. No
sufren de agorafobia ni viven encerradas en sus casas, pero su paso por este
mundo básicamente consiste en:
- Estudiar.
- Trabajar.
- Ganar dinero.
- Gastar ese dinero.
- Viajar.
- Ver la televisión.
- Salir a pasear.
- Participar en todo tipo de
festivales, fiestas y folclore de su país.
- Emborracharse o, al menos, “pillar
el puntito”, como ellos lo llaman.
- Practicar algún deporte.
- Volcarse en alguna afición
personal.
- Leer y escuchar música.
- Disfrutar de la comida.
- Hablar sobre las vidas ajenas y
analizarlas bajo su propio prisma.
Algunas de estas prácticas son
positivas y sanas. También las hay inicuas y, en el peor de los casos, perjudiciales.
Y así un día, y otro, y otro, y otro... hasta que “la Parca” llama a la
puerta.
Todo esto y más, lo sepan o no, les
impide a muchos “mirar más allá”, “mirarse a sí mismos” y confrontar preguntas
que se hace su “yo” interior: pensamientos y sentimientos que prefieren
“sepultar” bajo todas estas actividades, porque ciertas interrogantes y
emociones les resultan extremadamente incómodas.
¿Qué se esconde detrás de todo esto?
Muchos hablan de la llamada “crisis
de los 40”, pero personalmente estoy convencido, y más tras conocer a
innumerables personas de todas las generaciones, que cada época y edad tienen
su propia crisis:
- El preadolescente, que se siente en crisis al estar en una fase de
indefinición –al no ser ya un niño ni tampoco un adulto- y encontrarse de
pronto con cambios físicos y mentales que le cambian la vida para siempre.
- El adolescente, que se siente en crisis porque busca su lugar en el
mundo y se enfrenta a decisiones muy difíciles para su corta edad cómo qué
carrera estudiará.
- El joven, que se siente en crisis porque anhela poder tener un
trabajo estable, alcanzar la independencia económica y luchar por sus objetivos
personales.
- El adulto, entre los 30 y los 50 años, que se siente en crisis cuando
se plantea si su vida está siendo de provecho, al observar que no se siente
realizado, haya alcanzado o no ciertos objetivos que se marcó. Por eso se
pregunta si ha merecido la pena lo que ha llevado a cabo con anterioridad. No se siente saciado por las metas o
logros que ha podido alcanzar, sea un buen trabajo, una buena posición
económica, un físico determinado, un estilo de casa en concreto, el coche o el
barco de sus sueños, el reconocimiento social, una pareja sentimental o algún
anhelo cumplido como escribir un libro, grabar un disco de música, presentar
sus fotografías en una galería de arte o dar conferencias sobre algún tema.
Siempre siente que le falta algo y pasa por picos y valles.
- El adulto plus, que es el
que se acaba de jubilar, se siente en crisis al observarse fuera del hábitat en
el que ha estado llevando una rutina durante varias décadas y “desposeído” de
ella, y no sabe qué hacer a partir de entonces.
- El anciano, que ve mermada sus capacidades físicas e intelectuales,
apoderándose de él la desgana y el hastío, como si la vida no tuviera ya nada
que ofrecerle ni él que dar.
¿En que se cae cuando se pasa por
estas crisis? En la autoconmiseración
y en las comparaciones con los
demás. Al hecho de “sentirse triste con uno mismo”, se une ese “mirar por la
ventana” la vida del prójimo, y a esto ha colaborado excelsamente las redes
sociales: se miran las fotos ajenas para ver si son “más” felices, si viajan
más, si se divierten, si se han comprado una nueva casa o un coche, si sus
hijos son agraciados e inteligentes, si tienen un buen trabajo, si se pasean
del brazo de un chico o chica hermosa, si están felizmente casados o solteros,
etc. Hay estudios que concluyen que “Facebook te puede hacer creer que la vida de
los otros es más interesante que la tuya y que, por contraste, eres un
aburrido. [...] La gente tiende a atribuir a los contenidos positivos
publicados por otros la categoría de estado permanente cuando la mayoría de las
veces se trata de situaciones circunstanciales. [...] Tú haces lo mismo, pero
quizás alguna vez te dé por pensar que el resto de la humanidad vive
permanentemente en un atardecer de Bali. Nada es feo en Instagram, son imágenes
idealizadas de uno mismo. ´Una foto es
muy poderosa, crea una comparación social inmediata y produce sentimientos de
inferioridad`”[1].
¿Qué hacen las personas para no
pensar y no dejarse llevar por las emociones negativas que les producen las
crisis en distintas edades? Como ya he dicho, unas se centran en algunas de las actividades que cité
líneas atrás, y otras en el autobombo,
en la cultura reinante del postureo y
en los happy-selfie. Hasta cristianos terminan sucumbiendo a estas
modas, convirtiendo incluso la exposición pública de la fe en un show para el
enaltecimiento personal, como describí hace un tiempo (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/01/el-cristianismo-convertido-en-un-show.html).
Refrescando ideas fundamentales
Aunque
lo que voy a exponer a continuación está enfocado al grupo que he descrito de
“adultos” (ya que es la franja de edad en la que me encuentro), sus principios
básicos sirven para todos.
La
realidad es que, cualquier cristiano, por muy maduro que sea, se puede sumir en
un profundo bache al mirar atrás y preguntarse si su vida ha sido significativa
hasta el momento y si lo va a ser en los años que, previsiblemente, le quedan
por delante. En esos momentos de zozobra, todo suele verse desde la lupa del desánimo
que potencia la negatividad; tanto se siente que quema el corazón. Aunque trata
de no pensar en ello y busca de nuevo las maneras de alejarse de dichos
sentimientos, se siente atrapado durante unos días o semanas. En estas
condiciones, es muy fácil perder la perspectiva y estar poco lúcido. Por eso es
tan importante conocer la diferencia
entre “estar” bien y “sentirte” bien (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/2-la-diferencia-entre-estar-bien-y.html).
Así
que lo que vamos a hacer es confrontar esas emociones, junto a un ejercicio de
memoria y de reflexión, para así realinear una vez más nuestros pensamientos
con los de Dios. De esta manera, tomaremos de nuevo conciencia de las palabras
que Cristo le dijo a la mujer samaritana: “mas el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (cf. Jn. 4:14).
1) Tu pasado
Los
seres humanos padecemos de una especie de Alzheimer que nos crea problemas para
recordar lo bueno del pasado y de dónde venimos. Los cristianos también
sufrimos en ocasiones de dicho padecimiento
de desmemoria. Por eso tenemos que tener siempre presente que:
-
Tuvimos el privilegio de oír el Evangelio y que nuestros ojos fueran abiertos a
la verdad.
-
Jesús pagó por nuestros pecados en la cruz.
-
Jesús ya resucitó de entre los muertos. Por mucho que lo sepamos, ¡jamás debería dejarnos de asombrarnos tal acontecimiento!
- Ya
fuimos salvados.
- Ya
fuimos perdonados.
- Ya
fuimos regenerados.
-
Nuestros nombres fueron escritos en el Libro de la Vida.
-
Fuimos sellados con el Espíritu Santo.
-
Nuestro valor estuvo y está en nuestro Creador, y no depende de las opiniones
ajenas, de la iglesia tal o cual o de la sociedad caída que nos envuelve.
-
Aunque pudiéramos sentir que nadie nos amaba en este mundo, supimos que Dios sí
lo hacía a título personal, siendo Él la expresión máxima del amor en toda su
pureza y esplendor.
Alguno
podría decir que “todo esto pertenece al pasado”, pero la realidad es que repercute y afecta directamente a tu
presente. Además, es independiente de nuestras circunstancias de vida
actuales o futuras –mientras paseemos por este mundo-, sean buenas o malas,
agradables o desagradables. Nuestra
existencia ya halló sentido puesto que Él le ha dado propósito eterno a
todo. Por eso podemos decir como Isaías: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi
alma se alegrará en mi Dios” (Is. 61:10).
2) Tu presente
Cuando
las situaciones de la vida vienen mal dadas, nos sucede como a los judíos:
habiendo sido liberados de la esclavitud de Egipto, a la mínima, al tocarles
pasar por el desierto, ya estaban con los brazos en alto en señal de protesta y
queja. En nuestro caso, igual: olvidamos todo el pasado que he reseñado y de
dónde nos ha sacado el Señor. Esto nos sucede cuando el desánimo se apodera de
nosotros, cuando el trabajo escasea, cuando tenemos que hacer malabares para
poder llevarnos un plato de comida a la boca, cuando no nos llega el dinero
para pagar la factura de la luz o del butano. Entonces nuestras bocas se llenan
de palabras de quejas y nuestros puños se alzan contra el cielo por las
“injusticias” que no nos gustan.
En
lugar de caer en estas actitudes, debemos ser como Samuel, sabiendo que “hasta aquí nos ayudó Jehová” (1 S.
7:12), y que Dios es nuestro Eben-ezer (piedra de ayuda).
3) Tu futuro inmediato y el del resto de tu vida
Puedes
sentir que lo que has hecho para el prójimo y para Dios en todos los años
pasados de tu vida no tienen valor ni han servido para nada. Experimentas esa
sensación –que conozco muy bien-, de que tus obras apenas tienen trascendencia;
que aquellos a los que les predicaste el evangelio, siguen perdidos; que
aquellos a los que aconsejaste, no te hicieron ningún caso. Todo esto te hace
sentir que todas esas horas dedicadas han sido una pérdida de tiempo. Cuando
Pablo dijo que no nos cansáramos de hacer el bien, porque a su tiempo
segaríamos (cf. Gá. 6:9), es porque también sabía que podemos cansarnos si no
vemos la cosecha. Si a eso le añadimos que, en muchas ocasiones, estamos rodeados
de personas –tanto cristianas como ateas- que solo se fijan en tus errores e
imperfecciones, que son incapaces de hablar de lo bueno que pueda haber en ti y
que siempre piensan mal sobre tus acciones, pues la suma negativa, desesperante
y cansina hacia nosotros mismos, puede hacerse muy cuesta arriba.
Esa
es la razón por la que tenemos que cambiar nuestra perspectiva: todo lo que has
hecho hasta ahora (pensamientos, sentimientos, comportamientos y obras), si se basan de los mandamientos de Dios
establecidos en Su Palabra, tiene suma importancia. ¡Estás haciendo, nada más
y nada menos, que la obra de Dios en la
tierra! Y así tienes que seguir, veas resultados visibles o no.
Es
lógico y humano sentirnos en ocasiones como Elías, que creía que su obra era
infértil, que estaba tan agotado física, emocional y espiritualmente, que se
sentó debajo de un árbol y le pidió a Dios que acabara con su vida. Pero Dios
nos reconforta con Su alimento, a veces físico y en otras ocasiones de forma
emocional y espiritual, como hizo con el profeta.
Así
que sigue usando los dones que Dios ha puesto en ti. Sigue llevando a cabo las
obras que se vayan presentando en tu camino. Sigue mostrando el mensaje de
salvación a los perdidos. Sigue viviendo en humildad y en sencillez. Si eres
padre, educa a tus hijos en el Señor y en Sus principios. Aporta tu granito de
arena ante los problemas que se manifiesten en la sociedad, como el desempleo,
la pobreza o las desigualdades. Sigue hablando a los que quieran escuchar.
Sigue formándote bíblicamente. Sigue enseñando a los que quieran aprender.
Sigue aconsejando a los que quieran hacer la voluntad divina. Ten presente que
Jesús les habló a las multitudes, y que el mensaje era el mismo para todos,
pero se centró en unos pocos.
Que
todo lo que hagas sea para darle la gloria a Dios y no a ti mismo o para que otros
te alaben, sabiendo que nada quedará sin recompensa, ¡ni siquiera un vaso de
agua! (cf. Mr. 9:41). Aunque creas que nadie ve lo que haces, Dios es el primer
observador de todos. Y un gran ejemplo que siempre tengo presente es el de la
viuda que entregó su ofrenda: pasó completamente desapercibida y nadie dijo
nada de ella, pero sí lo hizo quien tenía que hacerlo: Jesús (cf. Mr. 21:1-4).
4) Tu futuro eterno
¿Qué
van a seguir viniendo crisis a tu vida cada cierto tiempo, donde te volverás a
sentir como la mujer en la ventana y experimentarás que no formas parte de este mundo,
como si no encajaras en absoluto? Sin duda alguna. Pero haz tuyo este lema para
cuando eso suceda: “De crisis en crisis hasta la victoria final”. ¿Y cuál es
esa victoria final? La vida eterna que, a menos que el Señor venga antes, nos
llegará tras la muerte. Mientras que un inconverso mira tal acontecimiento con
desánimo y lo contempla como la derrota de su cuerpo a la edad y a las
circunstancias, para el cristiano nacido de nuevo es la llegada del día que
siempre ha deseado. ¡Será un grito de victoria!
Conocida
la respuesta –y que ya sabías perfectamente-, te hago una pregunta: ¿cuánto
tiempo hace que no te detienes a pensar en ella? Y no me refiero a un
pensamiento fugaz o a un breve comentario de cinco segundos con otro hermano en
la fe, sino a detenerte en tu mente y
ser “envuelto” por dicha idea. Si lo hicieras a menudo, cada crisis la verías
de otra manera.
Como
dije en “Mentiras que creemos” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html), “si
hay un momento en el cual me quedo literalmente bloqueado es cuando medito en
la eternidad. ¿Cómo será? ¿Qué haremos exactamente? ¿Qué debe ser vivir sin
preocupaciones, sin problemas, sin ninguna clase de dolor? ¿Cómo
experimentaremos las bodas del Cordero, con todo el pueblo redimido delante de
la presencia de Dios? ¿Cómo será su manifestación visible? ¿Cómo será escuchar
su voz? ¿Qué veremos allí? Es emocionante y, por encima de todo, mi mayor
anhelo: el momento en que pasemos a la eternidad y por fin le veamos cara a
cara. Por eso reconozco que en mis peores épocas es a la promesa de Jesús sobre
la morada en el Cielo que nos está preparando a la que más me agarro, y en la
que con mayor grado me gozo. ¿Significa esto que me dejo llevar por la fantasía
para escaparme de la realidad? Ni mucho menos. Sólo sigo lo que Pablo le dijo a
Timoteo, que echara mano de la vida eterna (cf. 1 Ti. 6:12), la cual ya
poseía. ¿Y qué significa echar mano de ella? Ni más ni menos que recordar que ´nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que
sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede
también sujetar a sí mismo todas las cosas` (Fil. 3:20-21).
Por eso el cristiano
puede confrontar la desesperanza con esperanza, y la tristeza humana con el gozo
del Señor. Me resultan muy especiales las palabras del rey David: ´En
cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; Estaré satisfecho cuando despierte a
tu semejanza` (Sal. 17:15)”.
Conclusión
Imprime las ideas
principales aquí desarrolladas. Pégalas en la nevera o junto a tu escritorio o
mesita de noche. Vuelve a ellas cada poco tiempo, especialmente en los momentos
de desaliento. Y que sean parte de tu propia alma. ¡Un día nos veremos
envueltos de gloria!
[1] http://blogs.elpais.com/antiguru/2013/08/-instagram-saca-lo-peor-de-nosotros-sobre-todo-en-verano.html
[2] Cita de su libro Confesiones: “Nos hiciste para ti, y nuestro corazón no halla descanso hasta no estar en ti”.
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