lunes, 7 de junio de 2021

La mujer de la ventana: ¿Ves pasar tu vida mientras observas cómo viven los demás?

 


Anna Fox, psiquiatra especializada en niños, vive recluida en su piso de varias plantas en New York. No sale a la calle desde hace diez meses, ya que padece de agorafobia, que es un pánico desmedido a los espacios abiertos, y que la lleva a sufrir ataques de pánico si hace el más mínimo intento de salir a la calle. Incluso los repartidores tienen que dejar la correspondencia en el portón y ella les paga con dinero en efectivo con un sobre por debajo de la puerta. Se pasa todo el tiempo en bata, durmiendo, bebiendo vino, viendo películas clásicas, tomando la abundante medicación que le han recetado, y solo se arregla para las sesiones con su terapeuta. Aparte, tiene alguna que otra “conversación” telefónica con su marido e hija que no viven con ella, ya que, según nos cuenta, está separada. Su único contacto humano, aparte de un gato, es con un joven al que tiene de inquilino en el sótano y que le saca la basura, junto a algún arreglo que le hace en el hogar.
¿Cuál es el mayor “pasatiempo” de Anna? Puesto que no tiene vida propia, la respuesta es bastante obvia: contemplar lo que sucede en su barrio, y más específicamente a sus vecinos, a los que se podría considerar que espía, mirándolos desde la ventana. Desde la mujer que plancha, pasando por el grupo de oración y la chica que ensaya sus notas musicales en la trompeta, hasta la nueva familia que se ha mudado. Así hasta que contempla un asesinato y que denuncia a la Policía, la cual no la cree al no hallar ninguna prueba y viendo que su estado mental no parece el más saludable. Ahí comenzará su propia batalla por demostrar que no está loca...

Esta es la historia que se nos cuenta en la película “La mujer en la ventana” –basada en la novela del mismo título del autor seudónimo AJ. Finn-, protagonizada por Amy Adams, excelente actriz de la que hablé ampliamente en otra ocasión con motivo de la serie “Heridas abiertas” (¿No te sientes amado por tu madre y/o tu padre? Bienvenido a “Heridas abiertas”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/09/no-te-sientes-amado-por-tu-madre-yo-tu.htm). No es mi intención desvelar nada más de la trama, dejándola para aquellos que la quieran visualizar. Lo que sí haré, como he hecho en otras ocasiones, es servirme de la idea principal para tratar un tema que le concierne a millones de personas, cristianos incluidos.

Vidas que se limitan a mirar por la ventana
Por infinidad de circunstancias, incontables personas ven su propia vida pasar sin mayor trascendencia. No sufren de agorafobia ni viven encerradas en sus casas, pero su paso por este mundo básicamente consiste en:

- Estudiar.
- Trabajar.
- Ganar dinero.
- Gastar ese dinero.
- Viajar.
- Ver la televisión.
- Salir a pasear.
- Participar en todo tipo de festivales, fiestas y folclore de su país.
- Emborracharse o, al menos, “pillar el puntito”, como ellos lo llaman.
- Practicar algún deporte.
- Volcarse en alguna afición personal.
- Leer y escuchar música.
- Disfrutar de la comida.
- Hablar sobre las vidas ajenas y analizarlas bajo su propio prisma.

Algunas de estas prácticas son positivas y sanas. También las hay inicuas y, en el peor de los casos, perjudiciales. Y así un día, y otro, y otro, y otro... hasta que “la Parca” llama a la puerta.
Todo esto y más, lo sepan o no, les impide a muchos “mirar más allá”, “mirarse a sí mismos” y confrontar preguntas que se hace su “yo” interior: pensamientos y sentimientos que prefieren “sepultar” bajo todas estas actividades, porque ciertas interrogantes y emociones les resultan extremadamente incómodas.

¿Qué se esconde detrás de todo esto?
Muchos hablan de la llamada “crisis de los 40”, pero personalmente estoy convencido, y más tras conocer a innumerables personas de todas las generaciones, que cada época y edad tienen su propia crisis:

- El preadolescente, que se siente en crisis al estar en una fase de indefinición –al no ser ya un niño ni tampoco un adulto- y encontrarse de pronto con cambios físicos y mentales que le cambian la vida para siempre.
- El adolescente, que se siente en crisis porque busca su lugar en el mundo y se enfrenta a decisiones muy difíciles para su corta edad cómo qué carrera estudiará.
- El joven, que se siente en crisis porque anhela poder tener un trabajo estable, alcanzar la independencia económica y luchar por sus objetivos personales.
- El adulto, entre los 30 y los 50 años, que se siente en crisis cuando se plantea si su vida está siendo de provecho, al observar que no se siente realizado, haya alcanzado o no ciertos objetivos que se marcó. Por eso se pregunta si ha merecido la pena lo que ha llevado a cabo con anterioridad. No se siente saciado por las metas o logros que ha podido alcanzar, sea un buen trabajo, una buena posición económica, un físico determinado, un estilo de casa en concreto, el coche o el barco de sus sueños, el reconocimiento social, una pareja sentimental o algún anhelo cumplido como escribir un libro, grabar un disco de música, presentar sus fotografías en una galería de arte o dar conferencias sobre algún tema. Siempre siente que le falta algo y pasa por picos y valles.
- El adulto plus, que es el que se acaba de jubilar, se siente en crisis al observarse fuera del hábitat en el que ha estado llevando una rutina durante varias décadas y “desposeído” de ella, y no sabe qué hacer a partir de entonces.
- El anciano, que ve mermada sus capacidades físicas e intelectuales, apoderándose de él la desgana y el hastío, como si la vida no tuviera ya nada que ofrecerle ni él que dar.

¿En que se cae cuando se pasa por estas crisis? En la autoconmiseración y en las comparaciones con los demás. Al hecho de “sentirse triste con uno mismo”, se une ese “mirar por la ventana” la vida del prójimo, y a esto ha colaborado excelsamente las redes sociales: se miran las fotos ajenas para ver si son “más” felices, si viajan más, si se divierten, si se han comprado una nueva casa o un coche, si sus hijos son agraciados e inteligentes, si tienen un buen trabajo, si se pasean del brazo de un chico o chica hermosa, si están felizmente casados o solteros, etc. Hay estudios que concluyen que “Facebook te puede hacer creer que la vida de los otros es más interesante que la tuya y que, por contraste, eres un aburrido. [...] La gente tiende a atribuir a los contenidos positivos publicados por otros la categoría de estado permanente cuando la mayoría de las veces se trata de situaciones circunstanciales. [...] Tú haces lo mismo, pero quizás alguna vez te dé por pensar que el resto de la humanidad vive permanentemente en un atardecer de Bali. Nada es feo en Instagram, son imágenes idealizadas de uno mismo. ´Una foto es muy poderosa, crea una comparación social inmediata y produce sentimientos de inferioridad`[1].
¿Qué hacen las personas para no pensar y no dejarse llevar por las emociones negativas que les producen las crisis en distintas edades? Como ya he dicho, unas se centran en algunas de las actividades que cité líneas atrás, y otras en el autobombo, en la cultura reinante del postureo y en los happy-selfie. Hasta cristianos terminan sucumbiendo a estas modas, convirtiendo incluso la exposición pública de la fe en un show para el enaltecimiento personal, como describí hace un tiempo (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/01/el-cristianismo-convertido-en-un-show.html).

Refrescando ideas fundamentales
Aunque lo que voy a exponer a continuación está enfocado al grupo que he descrito de “adultos” (ya que es la franja de edad en la que me encuentro), sus principios básicos sirven para todos.
La realidad es que, cualquier cristiano, por muy maduro que sea, se puede sumir en un profundo bache al mirar atrás y preguntarse si su vida ha sido significativa hasta el momento y si lo va a ser en los años que, previsiblemente, le quedan por delante. En esos momentos de zozobra, todo suele verse desde la lupa del desánimo que potencia la negatividad; tanto se siente que quema el corazón. Aunque trata de no pensar en ello y busca de nuevo las maneras de alejarse de dichos sentimientos, se siente atrapado durante unos días o semanas. En estas condiciones, es muy fácil perder la perspectiva y estar poco lúcido. Por eso es tan importante conocer la diferencia entre “estar” bien y “sentirte” bien (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/10/2-la-diferencia-entre-estar-bien-y.html).
Así que lo que vamos a hacer es confrontar esas emociones, junto a un ejercicio de memoria y de reflexión, para así realinear una vez más nuestros pensamientos con los de Dios. De esta manera, tomaremos de nuevo conciencia de las palabras que Cristo le dijo a la mujer samaritana: “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (cf. Jn. 4:14).

1) Tu pasado
Los seres humanos padecemos de una especie de Alzheimer que nos crea problemas para recordar lo bueno del pasado y de dónde venimos. Los cristianos también sufrimos en ocasiones de dicho padecimiento de desmemoria. Por eso tenemos que tener siempre presente que:

- Tuvimos el privilegio de oír el Evangelio y que nuestros ojos fueran abiertos a la verdad.
- Jesús pagó por nuestros pecados en la cruz.
- Jesús ya resucitó de entre los muertos. Por mucho que lo sepamos, ¡jamás debería dejarnos de asombrarnos tal acontecimiento!
- Ya fuimos salvados.
- Ya fuimos perdonados.
- Ya fuimos regenerados.
- Nuestros nombres fueron escritos en el Libro de la Vida.
- Fuimos sellados con el Espíritu Santo.
- Parafraseando a Agustín de Hipona, “nuestro corazón halló descanso en Dios”[2].
- Nuestro valor estuvo y está en nuestro Creador, y no depende de las opiniones ajenas, de la iglesia tal o cual o de la sociedad caída que nos envuelve.
- Aunque pudiéramos sentir que nadie nos amaba en este mundo, supimos que Dios sí lo hacía a título personal, siendo Él la expresión máxima del amor en toda su pureza y esplendor.

Alguno podría decir que “todo esto pertenece al pasado”, pero la realidad es que repercute y afecta directamente a tu presente. Además, es independiente de nuestras circunstancias de vida actuales o futuras –mientras paseemos por este mundo-, sean buenas o malas, agradables o desagradables. Nuestra existencia ya halló sentido puesto que Él le ha dado propósito eterno a todo. Por eso podemos decir como Isaías: En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios” (Is. 61:10).

2) Tu presente
Cuando las situaciones de la vida vienen mal dadas, nos sucede como a los judíos: habiendo sido liberados de la esclavitud de Egipto, a la mínima, al tocarles pasar por el desierto, ya estaban con los brazos en alto en señal de protesta y queja. En nuestro caso, igual: olvidamos todo el pasado que he reseñado y de dónde nos ha sacado el Señor. Esto nos sucede cuando el desánimo se apodera de nosotros, cuando el trabajo escasea, cuando tenemos que hacer malabares para poder llevarnos un plato de comida a la boca, cuando no nos llega el dinero para pagar la factura de la luz o del butano. Entonces nuestras bocas se llenan de palabras de quejas y nuestros puños se alzan contra el cielo por las “injusticias” que no nos gustan.
En lugar de caer en estas actitudes, debemos ser como Samuel, sabiendo que “hasta aquí nos ayudó Jehová” (1 S. 7:12), y que Dios es nuestro Eben-ezer (piedra de ayuda).

3) Tu futuro inmediato y el del resto de tu vida
Puedes sentir que lo que has hecho para el prójimo y para Dios en todos los años pasados de tu vida no tienen valor ni han servido para nada. Experimentas esa sensación –que conozco muy bien-, de que tus obras apenas tienen trascendencia; que aquellos a los que les predicaste el evangelio, siguen perdidos; que aquellos a los que aconsejaste, no te hicieron ningún caso. Todo esto te hace sentir que todas esas horas dedicadas han sido una pérdida de tiempo. Cuando Pablo dijo que no nos cansáramos de hacer el bien, porque a su tiempo segaríamos (cf. Gá. 6:9), es porque también sabía que podemos cansarnos si no vemos la cosecha. Si a eso le añadimos que, en muchas ocasiones, estamos rodeados de personas –tanto cristianas como ateas- que solo se fijan en tus errores e imperfecciones, que son incapaces de hablar de lo bueno que pueda haber en ti y que siempre piensan mal sobre tus acciones, pues la suma negativa, desesperante y cansina hacia nosotros mismos, puede hacerse muy cuesta arriba.
Esa es la razón por la que tenemos que cambiar nuestra perspectiva: todo lo que has hecho hasta ahora (pensamientos, sentimientos, comportamientos y obras), si se basan de los mandamientos de Dios establecidos en Su Palabra, tiene suma importancia. ¡Estás haciendo, nada más y nada menos, que la obra de Dios en la tierra! Y así tienes que seguir, veas resultados visibles o no.
Es lógico y humano sentirnos en ocasiones como Elías, que creía que su obra era infértil, que estaba tan agotado física, emocional y espiritualmente, que se sentó debajo de un árbol y le pidió a Dios que acabara con su vida. Pero Dios nos reconforta con Su alimento, a veces físico y en otras ocasiones de forma emocional y espiritual, como hizo con el profeta.
Así que sigue usando los dones que Dios ha puesto en ti. Sigue llevando a cabo las obras que se vayan presentando en tu camino. Sigue mostrando el mensaje de salvación a los perdidos. Sigue viviendo en humildad y en sencillez. Si eres padre, educa a tus hijos en el Señor y en Sus principios. Aporta tu granito de arena ante los problemas que se manifiesten en la sociedad, como el desempleo, la pobreza o las desigualdades. Sigue hablando a los que quieran escuchar. Sigue formándote bíblicamente. Sigue enseñando a los que quieran aprender. Sigue aconsejando a los que quieran hacer la voluntad divina. Ten presente que Jesús les habló a las multitudes, y que el mensaje era el mismo para todos, pero se centró en unos pocos.
Que todo lo que hagas sea para darle la gloria a Dios y no a ti mismo o para que otros te alaben, sabiendo que nada quedará sin recompensa, ¡ni siquiera un vaso de agua! (cf. Mr. 9:41). Aunque creas que nadie ve lo que haces, Dios es el primer observador de todos. Y un gran ejemplo que siempre tengo presente es el de la viuda que entregó su ofrenda: pasó completamente desapercibida y nadie dijo nada de ella, pero sí lo hizo quien tenía que hacerlo: Jesús (cf. Mr. 21:1-4).

4) Tu futuro eterno
¿Qué van a seguir viniendo crisis a tu vida cada cierto tiempo, donde te volverás a sentir como la mujer en la ventana y experimentarás que no formas parte de este mundo, como si no encajaras en absoluto? Sin duda alguna. Pero haz tuyo este lema para cuando eso suceda: “De crisis en crisis hasta la victoria final”. ¿Y cuál es esa victoria final? La vida eterna que, a menos que el Señor venga antes, nos llegará tras la muerte. Mientras que un inconverso mira tal acontecimiento con desánimo y lo contempla como la derrota de su cuerpo a la edad y a las circunstancias, para el cristiano nacido de nuevo es la llegada del día que siempre ha deseado. ¡Será un grito de victoria!
Conocida la respuesta –y que ya sabías perfectamente-, te hago una pregunta: ¿cuánto tiempo hace que no te detienes a pensar en ella? Y no me refiero a un pensamiento fugaz o a un breve comentario de cinco segundos con otro hermano en la fe, sino a detenerte en tu mente y ser “envuelto” por dicha idea. Si lo hicieras a menudo, cada crisis la verías de otra manera.
Como dije en “Mentiras que creemos” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html), “si hay un momento en el cual me quedo literalmente bloqueado es cuando medito en la eternidad. ¿Cómo será? ¿Qué haremos exactamente? ¿Qué debe ser vivir sin preocupaciones, sin problemas, sin ninguna clase de dolor? ¿Cómo experimentaremos las bodas del Cordero, con todo el pueblo redimido delante de la presencia de Dios? ¿Cómo será su manifestación visible? ¿Cómo será escuchar su voz? ¿Qué veremos allí? Es emocionante y, por encima de todo, mi mayor anhelo: el momento en que pasemos a la eternidad y por fin le veamos cara a cara. Por eso reconozco que en mis peores épocas es a la promesa de Jesús sobre la morada en el Cielo que nos está preparando a la que más me agarro, y en la que con mayor grado me gozo. ¿Significa esto que me dejo llevar por la fantasía para escaparme de la realidad? Ni mucho menos. Sólo sigo lo que Pablo le dijo a Timoteo, que echara mano de la vida eterna (cf. 1 Ti. 6:12), la cual ya poseía. ¿Y qué significa echar mano de ella? Ni más ni menos que recordar que ´nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas` (Fil. 3:20-21).
Por eso el cristiano puede confrontar la desesperanza con esperanza, y la tristeza humana con el gozo del Señor. Me resultan muy especiales las palabras del rey David: ´En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza` (Sal. 17:15)”.

Conclusión
Imprime las ideas principales aquí desarrolladas. Pégalas en la nevera o junto a tu escritorio o mesita de noche. Vuelve a ellas cada poco tiempo, especialmente en los momentos de desaliento. Y que sean parte de tu propia alma. ¡Un día nos veremos envueltos de gloria!


[2] Cita de su libro Confesiones: “Nos hiciste para ti, y nuestro corazón no halla descanso hasta no estar en ti”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario