lunes, 31 de mayo de 2021

10.10.3. El paso final en el noviazgo: Dar, o no, el “sí quiero”

 


Venimos de aquí: Una razón de peso para acabar el noviazgo: Cuando a tu pareja le eres indiferente y no le importas (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/05/10102-una-razon-de-peso-para-acabar-el.html).

Es hora de saber si tienes que dar el paso final: dar uno al lado y descartarlo o dar el quiero.
En un sentido u otro, has llegado al final de una etapa en tu vida: después de un tiempo más o menos largo de noviazgo, llega el momento de decidir si quieres pasar el resto de tu caminar por este mundo con la persona que en este instante te acompaña. Con todo lo hemos visto en este extensísimo capítulo, tienes suficientes elementos de juicio para saber qué debe ser una relación y cómo llevarla a buen término con unas bases firmes y bien asentadas. Pero, al mismo tiempo, esto te puede hacer ver qué no es una relación. Por lo tanto, puedes decidir qué es lo que te conviene. De ahí la necesidad de la pregunta: ¿Vas a continuar hasta el matrimonio (y empiezas seriamente a planearlo) u os separáis definitivamente?
No se trata de juzgar al individuo como ser humano, sino de medir, de hacer balance y de sopesar si verdaderamente es esa persona cristiana con la cual deseas compartir el resto de tu vida. Hay creyentes, incluso los que no lo son, que siguen con su pareja por pura inercia, sin saber ni siquiera por qué se enamoraron; en muchos casos, por la atracción física o por alguna cualidad superficial, pero el tiempo ha demostrado que no hay amor verdadero y profundo, o que realmente no son el uno para el otro porque no concuerdan en diversos factores como los valores o el proyecto de vida, muy distinto el uno del que tiene el otro. Pero, con todo, después de años de noviazgo, les aterra la idea de estar equivocados y prefieren no pensar mucho. Como los avestruces, meten la cabeza bajo tierra. Por eso, muchos prosiguen, a pesar de todas las señales de alarma. Es una manera más de engañarse a sí mismos y de negar la evidencia: Dios no impedirá que se lleve a cabo el matrimonio, puesto que Él nos creó con libre albedrío, pero está claro que no será de bendición para ninguno de los dos, y posiblemente acabe en frustración y divorcio.
Evidentemente, en toda relación pueden surgir periodos de crisis, incluso antes del matrimonio. Conforme haya pasado el tiempo, habrás descubierto que tu pareja no es perfecta, y se habrán manifestado los defectos que no os agradan del otro, junto a los errores que se cometen sin querer. La idealización habrá desaparecido y se pasará por un cierto bache, cuyo nombre es desencanto. No todo es perfecto como habías soñado. No siempre se puede sentir el mismo grado de amor ni de felicidad. Eso es imposible. Tampoco debes esperarlo porque no es humano. Pero habrá que estudiar detenidamente de forma madura y objetiva qué es aquello a lo que realmente le concedes importancia y si ves un proyecto común con tu pareja, para decidir si quieres amarla en el grado que ya vimos en apartados anteriores.
En esta etapa de decisión, es bueno traer a colación todos los recuerdos que tienes acumulados (tanto los positivos como los negativos), lo que te hizo feliz como lo que no, lo que hicisteis y lo que no, etc. Una buena manera de hacerlo es mirando las fotografías que tengáis juntos, o anotando en una libreta todos esos acontecimientos que vengan a tu mente, tanto los buenos como los malos, como los días que te sentiste dichoso como los que no, y las razones de ambas situaciones[1]. Al recordar todos esos momentos, junto a las sensaciones que experimentaste y los pensamientos que pasaron por tu mente, pregúntate: “¿Cómo te sentías?” y “¿Cómo te sientes en la actualidad?”. Tras dejar que esas emociones aniden en ti durante unos días, reflexiona y mira si estás dispuesto a asumir el compromiso con esa persona. Es hora de pensarlo seriamente. Una respuesta positiva será el resultado de una profunda satisfacción interna y de felicidad: “Si estás pensando en comprometer tu vida con alguien por el resto de tu vida, identifica las cosas que no son negociables. No lo hagas después de los hechos”[2].
Si la relación no te hace feliz porque no te sientes realmente unido al otro, porque predominan los problemas, la ansiedad es continua, experimentas carga y más carga, desconfías de él o te sientes predominantemente triste, es posible que el amor haya desaparecido en algún momento del camino. También puede que, sencillamente, hayas llegado a la conclusión de que no es la persona con la cual quieres estar ni un día más. ¡Pero ojo! Con esto no estoy queriendo decir que tu pareja sea mala persona. ¡Ni mucho menos! Eso que quede bien claro: simplemente, no sois el uno para el otro. Tampoco que deba proporcionarte la felicidad (en mayúsculas), puesto que, en última instancia, cada uno es responsable de sí mismo, aparte de que únicamente Dios puede llenar áreas muy concretas que no le corresponde cubrir a ningún ser humano. Ahora bien, afirmo que si tu compañero no es un ingrediente importante de tu dicha (y viceversa), entonces es que no debéis seguir. Quizá como amigos, pero nada más.

¿El paso final?
Cuando se mantiene la obsesión por casarse con “el no adecuado” (o como con los que vimos: que no sienten amor por ti, te ignoran o son infieles), las consecuencias serán funestas a medio y largo plazo. Se convertirá en una verdadera cárcel emocional. Por eso tienes que saber que no hay nada mejor que una retirada a tiempo y que una ruptura no tiene que suponer ni mucho menos un fracaso. Como dijimos anteriormente, el noviazgo es precisamente el periodo para conocer al otro y decidir si es con quien quieres contraer matrimonio. Hay muchos que se ven envueltos en una relación que no les satisface, pero se conforman con lo que tienen, o creen que tampoco es lo “suficientemente” negativa como para justificar una ruptura.
Todo el mundo conoce este dicho: “Mejor solo que mal acompañado”. Y a más de uno he escuchado soltar dicho consejo a terceras personas, pero no aplicárselo a ellos mismos. Si no existen alicientes, dando paso a la pesadez continua y a la sensación de hacer las cosas por obligatoriedad, el problema resulta evidente. Es ahí donde comprobarás sobre qué pilares has sostenido la relación: sobre la superficialidad o sobre el verdadero conocimiento mutuo, junto a la aplicación de valores basados en la madurez, en principios bíblicos y en el amor auténtico. Como alguien dijo: “Si os casáis, debéis sentiros como si hubierais ganado la lotería”. De ahí que el término consorte (esposo/a) signifique “con la misma suerte”.
El propósito de continuar con una persona a largo plazo, una vez pasado el periodo inicial, debe ser el matrimonio. Si este no es el enfoque, se habrá perdido la perspectiva. Además, sería muy injusto que uno de los dos se ilusionara y el otro no le pusiera freno y continuara con la relación a pesar de no compartir el mismo deseo. Aunque está claro que, antes de dar el paso al matrimonio (y hasta que llegue ese día), puedes dar marcha atrás si no tienes seguridad ni sientes paz de parte de Dios. Incluso es mejor una mala ruptura que un peor y desgraciado matrimonio de por vida. No quiero imaginar lo que tiene que suponer tomar conciencia de un error de tal magnitud por no haber prestado atención a todas las señales previas. Por eso, es gigantesco el alivio que experimentan aquellos que saben que hicieron lo correcto renunciando a casarse con el que fue su pareja.
La falta de paz suele ser un argumento de mucho peso a la hora de tomar la decisión de acabar con un noviazgo. Eso sí, no confundas “nervios” con “falta de paz”. Es normal mostrar cierto nerviosismo al plantearse si es la persona definitiva que quieres a tu lado. También es lógico al saber las responsabilidades que se tendrán a partir de entonces, ya que aumentarán. Pero la paz involucra todas las áreas que hemos visto hasta ahora. La paz no es tanto una emoción, sino una certeza del alma. He conocido a personas que han experimentado una “falsa paz” al orar por ciertas mujeres que les agradaban y anhelaban que estuvieran a su lado, pero el tiempo les hizo ver que no era una paz objetiva, y mucho menos certera, puesto que sus mentes, de manera objetiva, les indicaba lo contrario. La paz debe de ir acompañada del juicio racional y del susurro del corazón que proviene de Dios.
Te seré muy claro: si no sientes paz en tu corazón, no esperes que Dios te la dé. ¿Por qué? Muy sencillo: ¿Por qué habría Él de poner paz en una relación en la cual está en desacuerdo? No esperes bajo ningún concepto que tus oraciones “dobleguen” la buena, perfecta y agradable voluntad de Dios, y se vea “obligado” a poner paz en ti porque así tú lo desees. Él no se deja someter a chantajes de ningún tipo. Sí, te da libertad total, pero también la capacidad de elegir sabiamente. ¿Quieres estar con esa persona que no te conviene? Él no mandará una legión de ángeles para evitarlo, pero no pondrá paz en ti, aunque tu conciencia trate de acallar tus sentimientos. Serás tú quien cargue toda la vida con las consecuencias. La Biblia dice que el corazón alegre hermosea el rostro (Pr. 15:13). Y eso es fruto de la paz. Piensa en matrimonios fallidos o que no son dichosos: se les nota desde cada poro de la piel hasta las comisuras de sus rostros. Es como si el iris de sus ojos no tuviera vida, fruto de la tristeza que llevan escondida en el alma.
Por otro lado, quizá veas algunos inconvenientes ajenos a la persona para casarte en ese momento: estudios, proyectos personales, trabajo en otro país, etc. Si es así, tendrás que ver cómo encajar la relación en tu vida y reestructurar parte de ésta. Pienso que, cuando el amor verdadero llega, se le hace sitio de una manera u otra. Por eso hay que apropiarse de este esquema trazado por Gerardo de Ávila: “En el orden bíblico, como yo lo entiendo, es: Dios, yo, mi familia, la iglesia, el resto de la humanidad”. No es concebible que haya un parte (o las dos) dentro del matrimonio que anteponga lo que llama “realización personal” por delante de su familia.
Tienes que saber que, al igual que el enamoramiento inicial y el amor maduro son distintas etapas de una relación, la vida también está formada por etapas. Y cuando me refiero a etapas, me refiero a “prioridades”. Madurar dentro de una relación es ver que las prioridades personales crecen y se transforman, donde lo más importante es el compromiso con el otro, la realización de proyectos en común, la formación de una familia, la crianza de los hijos, etc. Es como el famoso texto de Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl. 3:1). Cuando se da el paso de comprometerse, tiene que ser con alegría, no pensando que va a ser una etapa peor de la vida.
Sin duda cambiarán distintos aspectos: menos tiempo libre para uno mismo, mayor responsabilidad, mayor necesidad de entregarse al otro, etc. No se puede traer al matrimonio la vida de soltero. Pero, por otro lado, se ganará en diversas facetas de mucho valor: estabilidad, sosiego, apoyo, consuelo, cariño, entrega, amistad profunda, intimidad, etc. En definitiva, lo que se muestra en Génesis cuando Dios creó a Eva, la compañera de Adán, la “ayuda idónea”. En las relaciones, el hombre para la mujer y la mujer para el hombre. Después de la relación personal con Jesucristo, tu cónyuge será lo primero en tu vida, y tú en la de ella: “La influencia del matrimonio en el desarrollo y proyección de la personalidad humana es inmensa. En realidad, el estado conyugal manifiesta y proyecta en cada momento el talante fundamental de cada individuo. Podríamos decir que, en el matrimonio, como en la cárcel, los bien inclinados se vuelven mejores, y los mal inclinados se vuelven peores. Ahora bien, cuando hay fe en Dios y verdadero amor, como fruto del Espíritu, el matrimonio refina la calidad espiritual de la persona a través de todas las pruebas y dificultades que presenta la vida y la misma diferencia de criterios y gustos de los esposos”[3].

¿Tiempo para pensar y una segunda oportunidad?
Si lo dejáis por una temporada para reflexionar, o porque algo no termina de funcionar, y con el tiempo decidís volver (siempre que hubiera una buena base, el amor fuera genuino y la ilusión permanezca), que no sea por la sensación de soledad, por el miedo a no encontrar pareja en el futuro o por comodidad, sino porque habéis tomado un tiempo para madurar la decisión, hablar en profundidad y ver qué elementos concretos deberán ser modificados[4].
El hecho de que una persona te acepte no significa que apruebe todo lo que haces. Si no actúas bien en determinados aspectos y no estás dispuesto a cambiar, eso es egoísmo. Estarás demostrando que solo piensas en ti mismo. Por el contrario, si actúas bien pero el otro no lo acepta o no le gusta, posiblemente el problema no sea tuyo, sino suyo.
Si las peleas son continuas, el interés mutuo no es verdadero, uno de los dos tiene algún rasgo negativo en su carácter que te afecta en gran medida (como la frialdad emocional, los celos desmedidos o los gritos desaforados), veis que sois incompatibles en estilo de vida y en la manera en que pensáis o vuestros valores morales son diferentes, lo mejor es pasar página.
Ni que decir que no hay ni que plantearse como posible pareja a ciertas personas: de mal carácter, verbal o físicamente agresivas, perversas, pervertidas, maliciosas, emocionalmente desequilibradas, chantajistas, airadas, conflictivas, impulsivas, mandonas, caprichosas, inmaduras, asfixiantes, problemáticas, malhabladas, superficiales, materialistas, narcisistas, prepotentes, ególatras, etc. Todo esto es de sentido común, aunque desgraciadamente se pasa por alto en incontables ocasiones por no usar la mente para pensar. “Lo descrito” y “relación” –y más entre supuestos cristianos “nacido de nuevo”, es totalmente incompatible.
Por eso considero moralmente aberrante y deplorable para cualquier mujer, ese anuncio de perfume donde una chica quiere estar con un chico a pesar de que él le dice: “Unas veces me amarás; otras me odiarás. Te querré todos los días, pero no estaré aquí todos los días. Nunca sabrás dónde estoy ni dónde vivo. No seré un ángel. Ahora lo sabes”[5]. Como dice la publicidad: “La firma se ha inspirado en el chico malo seductor que a ninguna chica le conviene pero ninguna puede quitarse de la cabeza”. Después, muchas de estas mujeres que entran en este juego porque dicen “amar” a este tipo de hombres, terminan con el corazón destrozado y en la consulta de un psicólogo. Lo dicho: vomitiva la idea machista que transmite.
Por todo esto, si uno de los dos no quiere volver a intentarlo (por las razones que sea), habrá que aceptarlo. Y como señala la psicóloga Silvia Congost, cuidado con entrar en un bucle de 8 años. Hay parejas que lo dejan, vuelven, lo dejan, vuelven... y entran en una dinámica agotadora y devastadora: “Esto sucede porque uno de los dos quiere permanecer siempre en las primeras fases del enamoramiento, pero así nunca llega a entrar en las nuevas fases del amor”[6].
Aunque temas lastimar el corazón de otra persona o que hieran el tuyo, a veces retirarse es la mejor decisión de todas. Como dijo Bert Hellinger: “Una buena separación se logra cuando los compañeros mutuamente están en condiciones de decirse: Te quise mucho. Todo lo que di, lo di con ganas. Tú me diste muchísimo y lo honro. Por aquello que entre nosotros nos fue mal, yo asumo mi parte y te dejo la tuya. Y ahora, te dejo en paz...”.

Sí, quiero
Si ambos os lanzáis a dar el paso definitivo, que sea porque podáis deciros el uno a otro que os AMÁIS –en mayúsculas- de esta manera (nuevamente sacado de la canción de Rafhael, ridiculizada por parte de la juventud por su puesta en escena pero cuya letra es más expresiva y emotiva que cualquiera de las actuales): 

“Como yo te amo

convéncete, convéncete

nadie te amará

nadie, porque...

Yo!! te amo con la fuerza de los mares

Yo, te amo con el ímpetu del viento

Yo, te amo en la distancia y en el tiempo

Yo, te amo con mi alma y con mi carne

Yo, te amo como el niño a su mañana

Yo, te amo como el hombre a su recuerdo

Yo, te amo a puro grito y en silencio

Yo, te amo de una forma sobrehumana

Yo, te amo en la alegría y en el llanto

Yo, te amo en el peligro y en la calma

Yo, te amo cuando gritas cuando callas

Yo te amo tanto yo te amo tanto yo!!”[7].

 
Si has tomado la decisión de casarte, y has aceptado que el matrimonio tiene una naturaleza sagrada y es para siempre en esta vida, haz ese Pacto con tu pareja delante de Dios: 

“Te quiero a ti como esposa

y me entrego a ti,

y prometo serte fiel

en las alegrías y en las penas,

en la salud y la enfermedad,

todos los días de mi vida”.


* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: 11.1. Cuando el problema está en el soltero: Introducción.
 


[1] Creo que también es bueno hacer este tipo de cosas en cualquier momento de la relación. Es una manera hermosa de refrescar los buenos recuerdos y traerlos al presente.

[2] Wright, Norman. 101 preguntas antes de volver a casarte. Casa Bautista de Publicaciones. P. 12.

[3] Lacueva, Francisco. Ética cristiana. Clie. P. 185.

[4] En el apartado “Intransigentes” dentro del capítulo “Cuando el problema está en el soltero”, analizaremos las áreas que tendrán que negociarse antes de y durante el matrimonio.

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