lunes, 10 de junio de 2019

8. ¿Cansado de vivir? El destino a punto de alcanzarnos


Venimos de aquí: ¿Morir voluntariamente es un acto de libertad? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/07/7-morir-voluntariamente-es-un-acto-de.html).

Ante las distintas propuestas a favor de la eutanasia, nos encontramos ante una nueva que promete revolucionar el concepto que tenemos de la vida y de la muerte. Avanzamos peligrosamente al siguiente paso de la “evolución” de la eutanasia: concluir la propia vida cuando no se disfruta de ella, sea porque se pierde “el gusto” por la misma o, en otros casos, por una severa depresión. Aunque me voy a centrar en el primer caso, quiero citar brevemente el segundo supuesto, ya el debate está encima de la mesa tras la muerte de Noa Pothoven, una adolescente de 17 años que acabó con su vida tras años de depresión causada por varias violaciones que sufrió, hechos terribles que la marcaron para siempre, provocando en ella depresión, estrés postraumático, manía persecutoria y anorexia. Como ella misma dijo en su libro autobiográfico “Ganar o aprender”: “Sigo respirando, pero no estoy viva”
Parece ser que no fue un suicidio asistido sino que la causa de su muerte fue la inanición, consentida por sus propios padres y vigilada por un equipo médico. Lo único seguro es que fue una fin que ella mismo buscó. En su último mensaje, dejó estas palabras a sus seguidores de Instagram: “Pensé por mucho tiempo si era necesario compartir esto o no, pero finalmente me decidí a hacerlo. Tal vez resultará una sorpresa para muchos, pero he estado planeándolo, pensé en este plan por mucho tiempo, y no tomé la decisión de forma impulsiva. Iré directo al grano: moriré en un máximo de 10 días. Después de haber luchado y batallado, siento que estoy agotada de todo esto”.
El nuevo planteamiento que está tomando forma es que se permita la eutanasia en casos como este, donde el dolor no sea físico sino psicológico, incluso en menores de edad o en aquellos que padecen enfermedades mentales. Reconociendo cuán espantoso tuvo que ser para Noa los abusos sexuales que sufrió y que lamentablemente apenas recibió ayuda de expertos (algo incomprensible e inhumano), si la solución que ofrecen los gobernantes de este mundo es el suicidio asistido o la eutanasia, ¡es que el mundo ha perdido completamente la cordura y se ha convertido en una sociedad enferma! Bien señala el psicólogo José Carrión (acostumbrado a tener en consulta perfiles como el de Noa) “que ´desde luego el sufrimiento psíquico puede ser de tales dimensiones como para valorar el suicidio` pero, en el caso de la joven holandesa, también matiza que ´había todavía muchas posibilidades de intervención`. ´Un dolor y otro son perfectamente equiparables, pero había herramientas para reconducir esto`, piensa”[1].

Veamos ahora el primer supuesto citado: aquellos que solicitan la eutanasía cuando ya no desean seguir viviendo porque la vida no les resulta placentera.

¿Hacia dónde evoluciona la eutanasia?
Holanda –país donde es legal la eutanasia desde el 2002- es el claro ejemplo de la siguiente fase ante la eutanasia. El Gobierno está debatiendo ampliar el “derecho a morir” a personas cansadas de vivir, aunque no estén enfermas: “La ministra de salud holandesa, Edith Schippers, y Ard van der Steur, del Partido Popular por la Libertad y la Democracia, enviaron una carta al Parlamento con la idea de que aquellos ´adultos mayores` -sin fijar edad y sin que tengan patologías graves- que consideren que su vida ya no tiene más recorrido, ´deberían poder ponerle fin de una forma digna, de acuerdo a unos criterios estrictos y cautos`. [...] Los ministros hacen referencia explícita a ´aquellas personas que se levantan cada día con la desagradable evidencia de que no han muerto durante la noche y que sólo esperan que el nuevo día sea el último`. No ligan esa sensación a ninguna enfermedad. Simplemente, al cansancio extremo de seguir adelante”[2].
En definitiva, es la misma petición que hacen los progresistas en todos los asuntos: aborto libre y, ahora, eutanasia libre. Así lo apoyan muchos, y como muestra un sencillo comentario copiado de las redes sociales que lo resume todo: “yo lo ampliaría más, a todo el que quiera morir sin dolor por las circunstancias que sean. Deberíamos eliminar el tabú contra el suicidio”. Deplorable cómo se trivializa la vida y la muerte.

Cuando el destino nos alcance 
Esta idea de la muerte elegida no es novedosa ya que se presentó en el año 1973. Lo llamativo es que no fue en ningún Parlamento ni en un Congreso de Diputados, sino en la película titulada Cuando el destino nos alcance (Soylent Green en el original), y basada a su vez en la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! escrita por Harry Harrinson en 1966.
En dicho largometraje, interpretado por el famoso Charlton Heston, se nos presenta la ciudad de Nueva York en el año 2022, habitada por más de 40 millones de habitantes. La superpoblación a nivel mundial es insostenible, principalmente porque los alimentos escasean debido a la destrucción de la naturaleza por la mano del hombre. Mientras que los ricos comen carne, mermelada y huevos, se alimenta al resto de los vivos con unas “galletas” (las Soylent Green) hechas con los restos de los difuntos tras ser procesados industrialmente, algo que es desconocido por la población, ya que ésta cree que están hechas con plancton del mar.
En ese futuro distópico –siendo esto lo que quiero resaltar-, existen unas clínicas disponibles para todos aquellos que quieren que se les practique la eutanasia, a las que se les llama El hogar. Allí acude el amigo anciano del protagonista al descubrir la verdad, añorando el pasado y cansado de la vida. En este lugar, la atención y el trato que se dispensa a los que acuden es exquisito, desde la guapa recepcionista hasta los dos sacerdotes con batas blancas (¿profético?) que acompañan al “invitado de honor” en el proceso. Antes de la muerte –cuyo método para provocarla no se muestra explícitamente- se le ofrece durante veinte minutos música a elección propia junto a imágenes hermosas de nuestro planeta antes del desastre ecológico. Así hasta que expira.
Es llamativo que algo que se presentó hace más de medio siglo como una fría, espeluznante e inimaginable ciencia ficción, se asemeje en gran manera a lo que se nos está planteando en el presente sobre la eutanasia.
Una vez más, la prensa se hace eco y le dedica grandes espacios a las historias de personas mayores que han afirman haber perdido el gusto por la vida, que no quieren ser una carga para sus hijos, y otras que viven en soledad o son viudas, y cuya solución propuesta es concederles el deseo de acabar con dicho sufrimiento emocional y psíquico. Al respecto, he leído innumerables comentarios de personas que dicen que esto es el fruto de una sociedad madura y que si no se lleva a cabo es por miedo. Estos son los “ideales” deleznables que se divulgan.
Uno de esos comentarios que me encontré en la prensa y que explican muy bien la mentalidad humanista en la que vivimos es este: “Al igual que el aborto y otros, la eutanasia está aquí para quedarse. Las leyes se basan en las costumbres, y si las costumbres, la moral y la mentalidad cambian, las leyes deben cambiar también, cuanto antes mejor”. Siguiendo la premisa que plantea dicho iluminado, en el caso de que un amplio sector de la población norteamericana le pareciera bien reinstaurar la esclavitud y en ciertos países se aceptara por costumbre la pederastia, las leyes deberían cambiar y adaptarse para complacer al rumbo que la sociedad marque. Esta manera de pensar es la consecuencia del relativismo moral en el que la sociedad está inmersa: hago lo que quiero y cuándo quiero, y si somos muchos los que pensamos así, las leyes tienen que protegernos y respaldarnos.
Este es el destino que nos está alcanzando, como indica otro pro eutanasia: “la vida cambia, los valores cambian y nuestras expectativas vitales cambian. Sin embargo se trata de la realidad, y a la larga (no tan larga en este caso) la realidad siempre gana la partida”.

Dónde se sitúa el énfasis ante la vida y la muerte: las dos caras
En todo este asunto, el énfasis se sitúa en que:

- El afectado disponga de la potestad para acabar con su propia vida cuando desee, independientemente de los motivos y circunstancias. Como señala Fernando Marín (Presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente de Madrid): “La decisión de una muerte voluntaria no debe depender de una situación de enfermedad, sino de libertad”.
- Hay que ayudarle en ese proceso, porque, de lo contrario, acabará suicidándose de alguna forma horrible.

Me cuesta la misma vida creer que una persona adulta y que escribe en un periódico serio llegue a estas conclusiones: “Aceptar el derecho a morir por cansancio supone un reconocimiento más pleno del principio de autonomía del individuo. Supone aceptar que sea él quien decida si merece la pena seguir viviendo o no”[3]. También me parece irracional que el mismo Marín diga esto: “si uno no está enfermo, tiene plenas facultades y quiere morir, ¿por qué debe hacerlo de forma clandestina o en soledad? Es mejor que se le ofrezca esa posibilidad con garantías”[4].
Son los mismos postulados que presenta, por ejemplo, la Asociación Holandesa para el Derecho a Morir (NVVE). Sin embargo, no todos comparten dicha visión, como José Antonio López Trigo, médico y presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG): “el cansancio de vivir es un término inespecífico. Suele esconder un ánimo depresivo y es muy común escuchar en consulta esta expresión. Si en ese momento todos se dejaran llevar, no quedaría nadie”[5].

El mundo loco, loco, loco soñado por Adolf Hitler
Una de las grandes comedias del siglo pasado fue la titulada El mundo está loco, loco, loco, dirigida en 1963 por Stanley Kramer. Lo que vemos hoy en día, donde el mundo está igual de loco, no es una película de humor, sino de puro terror.
Nuevamente es el ser humano el que decide quién vive y quién muere. Nuevamente, es el ser humano el que decide si una persona nace o es desechada si no es deseada. Personalmente, dichas peticiones no me extrañan viniendo de quienes proceden. Es su evolución natural. Comenzaron pidiendo el aborto en casos de malformaciones graves del feto o ante el peligro de muerte para la madre, y evolucionaron solicitando el aborto libre (con su lema “Mi cuerpo es mío, yo decido”[6]). Ahora, con la eutanasia, exactamente igual. De pedirla en casos extremos por enfermedades degenerativas e irreversibles a reclamarla libre, con argumentos como “yo no decidí venir a este mundo, así que puedo elegir cuándo marcharme”.
¿Qué dicen en las redes sociales de los que estamos en contra de ambas cuestiones?: “suelen ser los mismos que quieren quitar el aborto. Egoístas a más no poder”. Los que defendemos la vida somos los egoístas; los que están en contra de ella son los bondadosos. El mundo al revés. El estado de demencialidad en el que se encuentra este planeta no tiene límites. Una sociedad que institucionaliza el aborto libre y que quiere hacer lo mismo respecto a la eutanasia, no es una sociedad moderna, madura, avanzada y civilizada, sino inquietante e irreversiblemente enferma.
Entre los miles de comentarios que he leído, se hayan muchísimos individuos que justifican y están a favor de que se lleve a cabo la eutanasia a personas con alzehimer o con las facultades mentales trastocadas. Se aprovechan de una voluntad que no es libre por una enfermedad mental para decidir acabar con ellos.
¿Quién tuvo la misma idea? Adolf Hitler. Él habría sido feliz en nuestra sociedad. ¿Quiénes la aplicaron? Los propios médicos alemanes. Es conocido el programa Aktion 4 –autorizado por el mismo dictador en 1939-, que consistió en eutanasiar a personas señaladas como enfermos mentales, incurables, niños con taras hereditarias, con determinados grados de epilepsia y adultos improductivos. Y esto según los criterios médicos vigentes. Todas ellas, según la ideología nazi, “eran consideradas vidas indignas de ser vividas y un acto de compasión hacia el enfermo como en beneficio de la comunidad en general. [...] La propoganda hacía hincapié en que aquellas personas, además de llevar una vida indigna de vivirse, representarían una carga económica y un impedimento para el futuro de Alemania y su raza. [...] Tales recursos sanitarios (camas, personal, etc.) y los enventuales ahorros presupuestarios pudieron reocuparse o redirigirse hacia otras necesidades económicas”[7]. Es decir, por razones de Estado. Bajo este programa, las estimaciones de víctimas varían entre las setenta mil y las trescientas mil. Una barbaridad.
¿Nos suena de algo este tipo de ideas? ¡Son las mismas que hemos expuesto en todos estos artículos! ¡Las coincidencias son estremecedoras! Puro Darwinismo social: eugenesia, depuración de la especie humana, selección de los más capacitados, vidas que no son dignas de ser vividas y eutanasia.
Ya vimos en A favor y en contra de la eutanasia: dos posturas opuestas (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/2-favor-y-en-contra-de-la-eutanasia-dos_2.html) que en Holanda el Protocolo de Groningen permite eutanasiar a los bebés con enfermedades graves, y que en el mismo país en el 2015 la eutanasia “se aplicó a 56 pacientes con demencia o enfermedad psiquiátrica”[8]. Para minimizar el dato y quitarle la gravedad que tiene, el  profesor de Derecho de la Universidad de Ámsterdam y ponente del congreso ´Eutanasia 2016`, Johan Legemaate, dijo que es una cifra “que no es preocupante, ya que solo representa el 1% de los casos”[9]. ¿La realidad? Que en 2008 sólo hubo dos casos por trastornos psquiátricos. Es decir, hemos pasado de dos a cincuenta y seis. Nuevamente, el doctor presenta su infame argumentación sobre el porqué este cambio: se debe “a que los psiquiatras antes eran mucho más reacios. Ahora tienen más en cuenta las solicitudes de sus pacientes”[10].
Durante varias décadas, este programa fue considerado como parte de un extermino sistemático regulado desde los cuarteles militares. Se presentaban estas acciones como una de las atrocidades que cometían los nazis en los psiquiátricos, ante los cuales se oponían los familiares y afectados, que clamaban en contra de dicha disposición. En el presente sucede todo lo contrario: se regula desde alguna Comisión de Control y de Evaluación, se vende como un canto a la buena muerte por medio de fármacos –aparte claro, de la libertad del paciente para hacer lo que le plazca-, para el bien del propio individuo y de la familia, e incluso se organizan campañas para recoger firmas a favor en diversas plataformas en Internet. Visto lo visto a lo largo de la historia, ni las personas, ni los gobernantes ni los médicos pro son de fiar. El peligro es evidente.
Hoy sucede todo lo contrario: se cambia el lenguaje y se engalana como parte del buenismo del Occidente moderno. Pero seamos claros señores: dejemos de una vez los eufemismos, de inventar nuevos términos técnicos para expresar lo que es una evidencia y llamemos a las cosas por su nombre: la eutanasia activa es, ni más ni menos, un homicidio. Que países como Bélgica, Suiza, Luxemburgo, Colombia, Holanda y algunos estados de EEUU lo hayan legalizado, no quita que siga siendo un crimen de Estado. Y ayudar a una persona sana a morir porque tiene cansancio vital es, ni más ni menos que ASESINATO.
Lo dicho: el mundo está loco, loco, loco.

Continuará en Propuestas y soluciones ante la falta de ganas de vivir.




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