lunes, 22 de mayo de 2023

Una iglesia evangélica que cae en actitudes sectarias

Supongo que, tras haber sido denunciados, y por orden judicial, el periódico “Libertad Digital” tuvo que retractarse hace unos días sobre un artículo anterior que había publicado respecto a los Testigos de Jehová (https://www.libertaddigital.com/espana/2023-05-09/rectificacion-7012231/). Aunque conozco sus falsas doctrinas y abismales diferencias con el cristianismo genuino (que algún día analizaré pormenorizadamente), ignoro los detalles de su funcionamiento interno y la forma en que se relacionan dentro de sus locales. Aun así, me llamó la atención sobremanera el señalamiento de ciertas actitudes muy similares al de aquellas iglesias evangélicas que, lamentablemente, han caído en comportamientos sectarios, y que, quiero creer, son una minoría.
Sirviéndome del artículo de rectificación de dicho medio de comunicación (letras en cursiva al principio de cada enunciado), voy a señalar esos comportamientos denigrantes que suceden en algunas congregaciones de corte protestante, con la intención de desenmascararlas por un lado, y prevenir a los que forman parte de ellas por otro, para que salgan lo antes posible y busquen una vida verdaderamente sana y ajustada a la voluntad de Dios.

¿Fomentan la libertad o coaccionan?
“Según un reciente estudio psicológico, ´las acusaciones contra la organización de los testigos de Jehová, según las cuales ejercerían formas de ´influencia indebida`, ´manipulación mental`, ´engaño` o ´coacción` sobre los individuos, se demuestran totalmente infundadas. La elección de dedicarse al estudio de la Biblia y al servicio de Jehová parece ser libre, personal y consciente”.

En una iglesia evangélica con actitudes sectarias –que, a nivel doctrinal, pueden estar en lo correcto, al creer en los fundamentos del cristianismo, como la Trinidad, la Encarnación del Hijo, Su resurrección corporal de entre los muertos y posterior ascensión a los cielos, la segunda venida para establecer su Reino por la eternidad, el pecado original y nuestra naturaleza caída, la muerte expiatoria en la cruz del Hijo y la salvación por gracia-, el servicio y la participación en diversas actividades “parecen” ser libres, pero no lo son.
Cuando continuamente te repiten que “tienes que hacer más”, “asistir a todas los cultos y reuniones programadas”, “participar de cualquier congreso, taller, conferencia, vigilia, retiro y estudio bíblico”, “obedecer en lo que te diga el pastor y tus líderes sin rechistar”, “consultar cada decisión de tu vida, sea el tema que sea”, “rendir cuentas”, estás siendo coaccionado. Todo esto acontece de manera sutil, en medio de predicaciones, de charlas aparentemente informales, de reuniones con los miembros, a veces con buenas palabras y medias sonrisas, y otras con malas caras y tono de voz elevado.
Lo que parecía ser “libre”, al final se convierte en una “imposición”. En el caso de que hagas lo que te piden, te considerarán un cristiano “entregado”, “espiritual” y “de bendición”. Por el contrario, si no te ajustas a la escala de valores extra bíblicos y legalistas que ellos añaden, es que “no estás entregado”, sino que “eres un rebelde”, “no te sujetas a tus autoridades”, “estás en tinieblas”, “Dios está lejos de ti” y “estás en pecado”, entre otras lindezas que calan en lo más profundo del corazón. Así funcionan, y el que conozca alguna de estas “iglesias” de corte sectario, sabe muy bien de qué estoy hablando.
Esto termina por crear la duda en el creyente, o directamente le hace sentir mal consigo mismo, coartando su libertad de conciencia. Como señala Gerardo de Ávila: “Desactivar los patrones mentales que produce el folclore religioso no es imposible, pero tampoco es fácil. Lamentablemente, algunos no logran redimirse de las cargas que los hombres les han impuesto. Piensan que perderán la salvación. Abandonar prácticas que han interiorizado a un nivel de profundidad es como quedar a la intemperie, en total desamparo espiritual”[1].
Mientras que ellos añaden más y más cargas, Jesús vino a “dar buenas nuevas a los pobres; [...] a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos” (Lc. 4:18-19).

¿Denuncian o tapan los abusos sexuales?
“Cuando se trata de denuncias de abusos a menores, los ancianos (pastores) cumplen con aquellas leyes que exijan la obligatoriedad de denunciar dichos abusos. Incluso donde no haya una ley que obligue a informar de tales abusos, los ancianos los denunciarán a las autoridades si un niño corriera el peligro de sufrir abusos de esa naturaleza. En España, se pueden presentar pruebas claras que demuestran que los testigos de Jehová denuncian con prontitud a la policía las acusaciones de abusos a menores, conforme a lo que exige la ley”.

Como muchos saben, ni mucho menos sucede así en algunas iglesias muy concretas. Dependiendo de quién sea la persona que comete el abuso, o que se sirve de su posición de autoridad para seducir y presionar con palabras libidinosas a otros miembros de la congregación –aunque no llegue al acto sexual-, se dirá ante toda la iglesia, trayendo con ello la disciplina y el ser apartado de su ministerio, o se ocultará para, según estas autoridades, no provocar un escándalo. Como he dicho, todo dependerá de quién cometa tales hechos. Incluso hay casos donde se culpa a la parte afectada, señalando que fue la que realmente incitó.
Cuando estas actitudes de provocación y de soez lujuria se lleva a cabo hacia menores, sucede exactamente igual, y se señala a la joven, afirmando su supuesta falta de credibilidad: que si la culpa fue de ella por “su forma de vestir”, “su actitud”, “sus miradas” o “sus antecedentes”.
Personas que deberían haber pasado por un tribunal penal y haber pagado por lo que hicieron, hoy en día siguen campando a sus anchas en otras iglesias que les han abierto las puertas, a pesar de que no se han arrepentido absolutamente de nada. Y únicamente abandonaron el lugar porque les sorprendieron. Todo ello debido a que ciertas instancias eclesiales lo han permitido, y callaron cuando debieron haberlo hecho público, dedicando el tiempo restante a restaurar a las víctimas, muchas de las cuales quedaron marcadas, tanto que llegaron a abandonar la fe cristiana.

¿Razones justas o injustas para la “expulsión”?
“Los ´comités judiciales` eclesiásticos nunca interfieren con la aplicación de la ley; su función es únicamente religiosa: determinar si la persona que ha incurrido en un comportamiento impropio puede permanecer o no en la congregación [...] Contrario a lo que afirma el artículo, los tribunales superiores de varios países, como Alemania, Canadá, Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Japón, Polonia y Sudáfrica, han dictaminado sistemáticamente que la práctica de expulsión es perfectamente legal y no incita a la discriminación, la segregación, el odio o la violencia”.

La clave está en la expresión “que ha incurrido en un comportamiento impropio puede permanecer o no en la congregación”. ¿Quién determina qué es “impropio? ¿Dios o ellos? En estas iglesias, ellos. Hay razones bíblicas, muy claras y detalladas, que nos muestran cuándo cortar la comunión con otro creyente: “no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Co. 5:11). ¡Ojo! Siempre y cuando la persona no se arrepienta. Si es lo que sucede tristemente, la relación debe cortarse. Y un ejemplo claro lo vemos en la Iglesia de Corinto, donde Pablo les reprochó que no hubieran expulsado a un creyente que estaba manteniendo relaciones sexuales con la mujer de su padre: “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5:13).
Ahora bien, en estos lugares donde el sectarismo ha tomado su lugar y se expulsa-, las razones suelen ser las suyas, no las determinadas por Dios. A veces por activa y otras por pasiva, donde la manera en que te empujan a irte es ignorándote en el día a día o despreciándote al dejarte a un lado. Entre sus frases predilectas, están aquellas como “no obedece al pastor cuando se le manda algo”, “no comparte la visión que el Altísimo me mostró, lo cual demuestra que no es hijo suyo”, “no es sumiso a la voluntad de sus líderes, por lo que es un rebelde”. Estar en desacuerdo con estos individuos, ya te hace candidato a que, de una manera u otra, te baneen.
Será legal bajo el prisma de sus enmarañadas mentes, pero son contrarios a los mandamientos de Dios, muchas veces fruto de la propia carnalidad que los domina o de una praxis bíblica que han deformado a su antojo. Por lo tanto, claro que sí incitan a la discriminación, la segregación, el odio o la violencia, ya que destierran a verdaderos cristianos, exponiéndolos al vituperio y la vergüenza.

¿Provocan el aislamiento social tras su salida o es un invento de los exmiembros?
“El concepto de ´aislamiento social total`, o ´muerte social`, acuñado por algunos ex miembros, también ha sido declarado completamente infundado por una reciente sentencia del Tribunal de apelación de Gante, en Bélgica (sentencia n° 2022/1962, de 7 de junio de 2022). También es falsa la afirmación de que un tribunal noruego habría demostrado que ´el ostracismo es una violación de los derechos humanos`”.

Como dije al principio, al no ser parte de los TJ, desconozco que sucede entre sus paredes, pero sí puedo afirmar, tanto en mi propia persona como en la de otros muchos, que esto sí sucede en las iglesias evangélicas de corte sectario.
Desde el mismo momento en que osas llevar la contraria en asuntos personales, comienzan a hacerte el vacío: dejan de hablarte o apenas lo hacen; pasan por tu lado y te vuelven la cara; solo se dirigen a ti cuando te necesitan para algo; se acercan a tu círculo más cercano para que dejen de tener relaciones de amistad. Todo esto se multiplica hasta el infinito en el momento en que decides marcharte de uno de estos páramos secos: obligan a todo el mundo a cortar su relación contigo; a veces con amenazas veladas de expulsión y otras con falsa amabilidad, diciéndoles que si “piensan como tú”, lo mejor es que tomes el mismo camino, y te marches.
Como muchos de los cristianos que huyen de estas sectas tenían casi la totalidad de sus vidas girando en torno a ellas, es lógico que su salida la vivan como una muerte social. De la noche a la mañana, se ven sin amigos, sin nada que hacer, sin nadie con quien practicar deporte, sin nadie con el que hablar, sin nadie con el que salir a cenar o dar un simple paseo. En definitiva: muertos en vida. Y, a una edad adulta, comenzar de cero es terriblemente difícil y complejo.
La cuestión es que no acaban aquí: como eres considerado prácticamente un demonio, alguien que está en unas tinieblas absolutas, no tienen reparo alguno en llamar a otras iglesias para prevenirlas y tratar de impedir que formes parte de ellas. No se conforman con dejarte sin vida, sino que quieren eliminarte de la misma cristiandad. Cristo tuvo que morir para salvarnos, pero ellos te patean con total facilidad. A menos que vuelvas a ellos, profundamente arrepentido y decidido a ponerte de nuevo bajo su yugo, eso es lo que le espera a los creyentes.
Le dicen a todo el mundo que se alejen de tu presencia, que te rehúyan como a la peste. Para que no se te acerquen, les señalan que es para “proteger” y “no ser contaminado”. Añaden que no escuches a los salientes ni les hagas caso. La realidad es otra: no quieren que las ovejas, a la que están esquilando, sepan la verdad y despierten del sueño en el que viven.
Ante esta situación, la persona se ve sola, desconsolada, desarraigada, sin saber qué hacer ni qué rumbo tomar. El trauma es tal que sus almas se rompen en un millón de pedazos. Meses, e incluso años, les lleva rehacerse y volver a disfrutar de una vida sana. Otros, por razones que sería extenso de exponer, lo logran a duras penas y, aun así, quedan profundamente marcados para el resto de sus días. Sea como sea, ante el tribunal de Cristo, tendrán la justicia y la retribución que se merecen: unos para bien y otros para mal.  
Que este tipo de situaciones no sean reconocidas ante los tribunales seculares, no significan que no sean amorales, puesto que son enfermizas para el que las padece, siendo condenables las actitudes de los que las provocan. Esta clase de individuos se creen siervos de Dios, cuando, aparte de lobos autoengañados, solo son almas que necesitan del Salvador.

Conclusión
Si la iglesia local no está dispuesta a tomar riendas en los asuntos mencionados y a voltear las tornas, y si estás en medio de una situación como la reflejada, u observas que es como se comportan con otros –sin necesidad de que, todavía, te haya afectado a ti-, sal de ese lugar inmediatamente. ¡Corre por tu vida!

p.d: Si ya saliste, y estás en el proceso de sanar, espero que el extensísimo capítulo quince que publicaré del libro “Sobrevivir al abuso espiritual” (vamos por el once), te sea de gran ayuda: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/04/1-sobrevivir-al-abuso-espiritual.html. 


[1] De Ávila, Gerardo. Volvamos a la Fuente. Vida.

lunes, 15 de mayo de 2023

¿Se puede llamar “pastor” al que hace “mucho más mal que bien”?

 


Las siguientes líneas no tienen una intención malévola por mi parte, ni tampoco benévolas, en el sentido de caer en un falso “buenismo”. Mi único deseo es ser justo, y eso implica mostrar la cara menos amable de la realidad. Si alguien no piensa así de mis intenciones, es su problema. Dicho queda.

Pastores que resultan no serlo
Desde tiempo inmemorial, en la historia de la cristiandad han existido innumerables personas a las que se las ha llamado “pastores”. ¿Todos lo eran realmente? No, de igual manera que no todo el que se dice “cristiano” lo es realmente. En el caso concreto de los pastores, lamentablemente ha habido –y sigue habiendo- mucho intrusismo:

- personas que se autoproclamaron como tales, bajo el argumento de que Dios los “llamó”, cuando sus obras y el fruto que mostraron a posteriori demostró que “nadie” los llamó a nada.

- personas que carecen de conocimientos teológicos y que se han limitado a repetir lo que otros dicen, esparciendo así infinidad de herejías.

- personas que, en su deseo de servir sincera y genuinamente a Dios, confundieron su posición dentro del cuerpo de Cristo y empezaron a ejercer una función para la cual no tenían el don.

- Y, por último, y algo muy propio de muchas denominaciones en la actualidad: aquellos que estudiaron en un seminario o se sacaron un curso, y creyeron que esto los hacía pastores, como si “convertirse” en pastor fuera sacarse un “título” y tener una hoja con la firma del director que lo confirmara.

Entre ellos están los que ni siquiera cumplen algunos o muchos de los requisitos expuestos por Pablo: “Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Ti. 3:2-7).

Características de estos no-pastores
Cuando me refiero a un pastor “que hace más mal que bien”, no me refiero al que “alguna vez se equivoca” o “comete errores”. Ellos son humanos como el resto y yerran. Pedro lo hizo y fue reprendido seriamente por Pablo. Aquí me refiero al que vive instalado en actitudes diarias, mantenidas a través de décadas, que son contrarias al espíritu de las Escrituras, y que voy a mencionar brevemente. Y para ello me baso en las contundentes palabras que Dios mismo dijo por medio de los profetas Jeremías y Ezequiel en contra de los pastores de Israel, y que son literalmente aplicables al día de hoy: “!!Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! [...] ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia” (Jer. 23:1; Ez. 34:2-4).
El denominado pastor que vive en adulterio, en borracheras, o en cualquier otro pecado de gravedad y sin arrepentimiento, será señalado como un falso pastor por todo el mundo. Pero eso es demasiado obvio, por lo que no es necesario referirse a ellos. Me quiero centrar en los que Dios mismo denuncia: “a los que destruyen y dispersan a sus ovejas”. Son esos pastores que, por su propio criterio y sin base bíblica:

- van destrozando corazones a diestro y siniestro.

- humillan a los creyentes que difieren de sus opiniones personales.

- si tienen que poner a un hijo de Dios contra otro para sacar algún tipo de rédito o afiliación, lo hacen.

- dejan de tener comunión con aquellos cristianos, no con los que están en pecado y no se arrepienten (lo cual llevarlo a cabo es un mandato bíblico mostrado en 1ª de Corintios 5:11), sino a los que no le dan la razón en toda circunstancia.

- rompen amistades y matrimonios “porque a ellos les parece bien” y “contaminan”.

- apartan de ministerios a los que consideran que les hacen sombra.

- se aplican una ética y moral para ellos, y otra para la iglesia que pastorean.

- se llenan la boca hablando en contra de la crítica cuando ellos “despellejan” a todo los que le llevan la contraria.

- se burlan de aquellos creyentes que, según ellos, no dan la talla.

- mienten o manipulan la verdad a su antojo “cuando lo consideran conveniente” o “favorece a sus intereses”.

- muestran una cara por delante y otra muy distinta por detrás, cayendo en la hipocresía, creyendo que nadie se da cuenta.

- retuercen la realidad para que el culpable sea siempre el prójimo; nunca ellos.

- con severidad y formas duras, crean falsos sentimientos de culpa cuando el creyente no se ajusta a todos y cada uno de sus postulados.

- no tienen reparo alguno en revelar secretos contados en confianza. Según ellos, lo hacen por el bien de la iglesia y para prevenir a otros.

- cuando ellos fallan, son pequeños errores sin importancia; cuando lo hacen los demás, son pecados merecedores de una seria reprimenda y disciplina.

Lo reseñado lleva a provocar tales traumas en muchos cristianos, que éstos se alejan de todo lo que huele a “iglesia”, pagando un precio mayor: el tener desde entonces una imagen distorsionada del Dios de amor que muestra a Jesucristo.
¿Que algunos piensan que hacen lo correcto, e incluso se atreven a decir los consabidos “Dios me ha dicho” o “siento de parte de Dios”? Aunque se presenten como víctimas y traten de enmascararlas con palabras de amor, sonrisas, abrazos y buenas intenciones, las pruebas de sus fechorías son irrefutables y visibles a ojos de todo el mundo, por lo que ese tipo de frases les lleva a estar enfrascados en un juego peligrosísimo; diría que el que más: usurpar el Nombre de Dios, con lo que ello acarrea.
Aunque hayan podido llevar a cabo cierto grado de “buenas obras” (incluso haber predicado el Evangelio), si la huella que han dejado a su paso ha sido de desolación, y a pesar de que muchos les han mostrado sus faltas, sin ser capaces de reconocerlas ni de rectificar, habrán demostrado una dureza de corazón sin límites, y una soberbia que les ha cegado el alma: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune. [...] antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr. 16:5, 18).
¿Que Dios los ha usado para darse a conocer a otros? No lo pongo en duda, puesto que Él habló incluso a través de una burra, la de Balaam. Y con esto no estoy queriendo comparar o igualar a estas personas con el susodicho animal, sino hacer una mera analogía, para mostrar que el Altísimo se sirve de quién quiere, cuándo quiere y cómo quiere, sea creyente, un falso pastor o el mayor de los ateos, para hacer Su obra.
El problema final no es tanto lo que han hecho –que lo tiene, y mucho, por las consecuencias que ha traído en innumerables vidas- sino que, a pesar de todo, no cambian ni se arrepienten.
Es tremebundo que, ni con todo el daño causado, tienen remordimientos ni muestran empatía hacia los dolientes. Y no solo eso: manipulan de tal manera que pervierten a otros inocentes recién convertidos, al hacerles creer que “el resto son el enemigo”. Considero que no se puede caer más bajo. Resulta grotesco.

Conclusión
Por lo que he dicho en estos pocos párrafos, ya no llamo “pastor” a todo al que se presenta así o a los que otros llaman de dicha manera. No me importan los años que lleven “ejerciendo” ni la buena fama que puedan tener entre algunos: a la luz de las evidencias, al hacer “mucho más mal que bien”, hay que poner en seria duda de que sean pastores y siervos del Altísimo.
Si alguien te dice que es piloto de Fórmula 1, pero descubres que no sabe conducir, que el único coche que tuvo en su vida fue un Panda y lo estrelló a los cinco segundos de arrancarlo porque no sabía ni meter las marchas, llamarlo “piloto de carreras” sería una temeridad por tu parte.
¿Son cristianos? Siendo consciente de mis palabras, a mi parecer, en más de un caso, recelo considerablemente, aunque será Dios quién lo determine en Su momento. Tampoco los condeno, ya que, también, será el Juez el que los juzgue cuando estén en Su presencia.
A pesar de que mis aseveraciones se basan en hechos y no en meras suposiciones, sé que no gustarán a cierto sector del mundo evangélico. Posiblemente, lo considerarán una falta de deferencia por mi parte hacia los que lideran las iglesias. Lo que ellos no saben es que, por querer ser “políticamente correctos” y rehuir los conflictos, están abandonando a su suerte a las ovejas que más les necesitan. Esto les lleva a ser copartícipes y, por lo tanto, también culpables, al permitir que se perpetúe las graves actitudes en la que viven instalados estos, en mi opinión, no-pastores. Estas instancias superiores, en lugar de mirar para otro lado, deberían hacer autocrítica, puesto que nadie se muere por hacerlo y puede repercutir en un gran bien. En sus manos está. 

lunes, 8 de mayo de 2023

El Gato con Botas: ¿Cómo cambia la vida, y todo, al mirar a la muerte “cara a cara”?

 

Cualquiera que haya visto la evolución del cine de animación en las dos últimas décadas, habrá observado que, lo que en un principio era mero entretenimiento para los más pequeños del hogar, se ha convertido en algo más. Sin perder la diversión y el buen ramillete de canciones pegadizas, suelen tratar temas más serios y que puede llevar a la mente pensante de cualquier persona madura a reflexionar sobre ellos. Entre otras, mi querida “Del revés”, es un claro ejemplo, como vimos en Inside Out: ¿Cuáles son las emociones que controlan tu vida? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/02/inside-out-cuales-son-las-emociones-que.html); Inside Out: Aprendiendo del dolor & Los recuerdos y nuestras islas de la personalidad (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/02/inside-out-aprendiendo-del-dolor-los.html).
Aunque uno de mis sobrinos, que ya la había visto, me puso sobre aviso, no me esperaba el grado de profundidad que me iba a encontrar en “El gato con Botas”. Esperaba risas –y sí, más de una me sacó el felino con la voz de mi tocayo Antonio Banderas y ese acento marcadamente andaluz, pero no el trasfondo de la misma. Aunque trata diversos temas muy interesantes por medio de los personajes secundarios, hoy me centraré en la cuestión principal –el miedo a la muerte-, y dejaré para una segunda parte al resto de “actores”.
La trama nos muestra a nuestro querido gato, con su capa, sombrero y estilete –como si fuera un Mosquetero- viviendo alegremente allá por donde le conduce la aventura, con ese carácter dicharachero que posee y que le lleva a derrotar enemigo tras enemigo mientras canta, baila y lanza todo tipo de comentarios ingeniosos. Y así es, hasta que se encuentra con un rival al que no puede vencer. Este formidable adversario –un lobo, que más tarde descubriremos que es la misma muerte y viene a llevárselo-, se alimenta del miedo de sus víctimas, algo que sufre nuestro protagonista en sus carnes al descubrir que ha gastado ocho de sus nueve vidas, por lo que, si acaba la presente, su vida llegará a su fin definitivo.
(La muerte, con forma de lobo, viene a por su presa)

Viendo la inminencia de su derrota, huye despavorido. De forma simbólica, entierra al “Gato con Botas” y se va a vivir en un refugio para los de su especie –aunque bien tontos-, para pasar desapercibido, terminando por caer en la apatía más absoluta y en la rutina diaria. Mucho tiempo después, se entera de que hay un bosque mágico donde puede pedir un deseo a una estrella. Podemos imaginar cuál quiere él: recuperar todas sus vidas para no temer así a la muerte. Emprendiendo de nuevo la aventura, haciendo nuevos amigos, reencontrarse con su viejo amor tras incontables vaivenes, y redescubrir la valentía, se enfrenta de nuevo al lobo. Reconociendo que no podrá batirlo en dicho duelo, le dice que ya no tiene miedo y que luchará por su “única vida”, aun sabiendo que es la única que tiene-, con todas sus fuerzas. Irritado, este adversario inmortal, se aleja, por ahora, y lo deja en paz. Al final, nuestro héroe se marcha de nuevo en busca de otras hazañas, sin miedo al futuro ni a la muerte.

¡Las catorce veces que la muerte ha llamado a mi puerta!
A fecha de hoy (8 de mayo de 2023), hasta en catorce ocasiones ha rondado la muerte a mi alrededor, al menos que yo recuerde o haya sido consciente. Describiré brevemente seis, para así no extenderme en demasía y poder centrarme en la enseñanza al respecto, y no tanto en las historias personales, que es lo de menos.
La primera de ellas es la única de la que no tengo constancia en mi mente, por una sencilla razón: era un bebé. Como me han contado en innumerable ocasiones en mi familia, uno de mis hermanos me tomó en brazos y quiso jugar conmigo. ¿Qué hizo? Eso tan habitual que hacen muchas personas con los críos: lanzarme al aire. La cuestión es que, en una de las ocasiones, no me sujetó bien al caer y me di de bruces en la cabeza contra el suelo. Mi hermano dijo para sus adentros: “Se ha matado”. Como no fue el caso, en lugar de contárselo a mis padres, aterrado por la bronca lógica que se iba a llevar, no dijo nada. Podría haber tenido una hemorragia interna o cualquier otra afectación, pero no pasó nada, aunque, algunos, de broma, me dicen que por eso estoy mal de la cabeza...
La segunda ocasión aconteció en Salamanca, estando de viaje con mis padres cuando yo tenía seis o siete años. Y sí, a pesar de mi corta edad, lo recuerdo perfectamente. Siempre me ha encantado el agua caliente, muy caliente, prácticamente hirviendo. Soy de los que, cuando salgo de la ducha, no se ve nada del vapor que hay en el cuarto de baño. Pues bien, mi deseo era darme un baño de espuma recostado. Mi madre lo preparó todo y allí que entré. Estaba en la gloria... Lo siguiente que recuerdo es estar tumbado en la cama mojado mientras escuchaba, como a lo lejos, repetidamente mi nombre mientras me daban golpes en la cara. ¿Qué había pasado? Que había perdido el conocimiento dentro de la bañera y, claro está, me encontraba haciendo submarinismo involuntario. Gracias a Dios, mi madre entró para ver cómo iba, y pudo tirar de mí hacia afuera. Hasta vino la Policía para asegurarse que no había sido un intento de asesinato. ¡Para mí suena hasta cómico!
La tercera vez fue de adolescente, a los quince años: en día escolar, llegamos de una excursión una media hora antes de que fuera la hora de salida. Junto a unos compañeros de clase, nos tumbamos al sol en un césped del colegio. Uno de ellos se subió a una barandilla a caminar haciendo equilibrio. Cuando lo perdía, solo tenía que dejarse caer hacia el lado y caía en el propio cesped, por lo que no había peligro... claro está, a menos que fuera yo quién lo hiciera... Me subí y comencé a dar pasos sobre la fina barra sin problemas y confiando, pero... me resbalé y, en posición vertical, caí y me golpeé violentamente en el costado. Automáticamente, me quedé sin respiración. La angustia que experimenté fue de puro terror. Pasaban los segundos y por más que habría la boca e intentaba inspirar, no había manera. Pensé que de esa no salía. Un amigo mío se puso delante gritándome “Jesús, respira, respira”. Su cara era el reflejo de la desesperación. Como no podía hablar, con una mano señalando a mi boca, le indiqué mi incapacidad para hacerlo. Y más gritaba él: “Inténtalooooo”. Fue un minuto eterno... hasta que lo logré. Me había fisurado una costilla y estuve más de un mes con serias molestias para respirar y caminando ligeramente torcido. De nuevo, la muerta había pasado de largo.
La siguiente vez sucedió un año después. En un cruce para ir a mi colegio, peligroso por su nula visibilidad, por el cual pasaban a esa hora, en ambos sentidos, decenas de coches a toda velocidad y los autobuses llenos de niños, y con una clara señal de stop, mi madre, que era la que conducía, en lugar de reducir una marcha para frenar, la aumentó. Lo lógico era pasar de tercera a segunda, pero metió la cuarta a escasos metros de la mediana. La atravesamos en medio de un silencio sepulcral, ya que a nadie le dio tiempo a avisarla porque no había margen, aparte de inesperado, puesto que era el mismo recorrido que llevábamos haciendo muchos años. En ese momento, no pasó ni un solo vehículo, algo extremadamente extraño. De los dos niños y los dos adolescentes, solo yo hablé con la voz temblando: “Mamá, ¿qué has hecho?”. Contestó que pensaba que el cruce era en la calle siguiente. ¿Casualidad? ¿Milagro? ¿Predestinación? Aunque mi opinión la expresaré en unas líneas, que cada uno lo tome como quiera.
La quinta ocasión fue la más absurda de todas, y por mi propia insensatez. Era la hora de comer y no había pan en casa. Salí corriendo a una panadería situada a escasos dos minutos. Crucé a la velocidad del rayo aprovechando que el semáforo estaba en verde para los peatones, entré, puse el dinero, tomé la barra y de vuelta a casa a la misma velocidad del rayo. Iba tan absorto que ni me fijé que el semáforo había cambiado de color... crucé corriendo por la carretera y, de repente... escuché a un coche frenando casi en seco. Miré a mi izquierda y allí estaba, la carrocería casi rozándome el pantalón. La joven conductora, agarrada al volante como quién abraza a su ser más querido, tenía la cara descompuesta. No abrió su boca, y en esta ocasión fue a mí al que le tocó pedir perdón en repetidas ocasiones. Ella movió su cabeza en señal de asentimiento y seguí mi marcha con el corazón acelerado.
Y la última que narraré, aunque ya lo hice en “A medio segundo de ser atropellado y ¿morir?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/08/8-medio-segundo-de-ser-atropellado-y.html), aconteció el 10 de agosto de 2018[1]. Para no repetirme ni extenderme, lo resumo: de madrugada, estando en mi puesto de trabajo, un vehículo cambió de trayectoria tras decidir erradamente que el barco en que debía embarcar era otro y se dirigió a gran velocidad hacia él, sin darse cuenta de que yo estaba justo en medio. Esperé al último segundo para ver si me veía y cambiaba de dirección. Pero no, así que salté de forma lateral para esquivarlo, como saltan los gatos al asustarse. Cuando mis piernas tocaron nuevamente el asfalto, mis manos se apoyaron con un golpe brusco sobre el coche del conductor, que frenó casi en seco, lo que muestra que el vehículo quedó a milímetros de mi cuerpo. Medio segundo más y no lo cuento. Me aparté bruscamente mientras él me decía, en una mezcla de acento árabe-andaluz: “Tío, tío, que no te he visto. Perdona, ha sido sin querer, no te he visto. ¿Estás bien, estás bien?”, frase que repitió en varias ocasiones y, a pesar de que yo llevaba puesto un chaleco reflectante que se ve a muchos metros de distancia, insistía en no haberme visto. Todavía impactado, solo acerté a decirle: “¡Vaya tela, con lo grande que es el puerto!”, que estaba bien y que siguiera su camino. Instantes después de la experiencia, los mismos músculos de las piernas que se flexionaron y tensaron para saltar, eran un “flan”, y el susto me duró un par de días.
Las otras restantes me las guardo para contarlas en otra ocasión, si lo considero oportuno y vienen al caso. Cuando a algún amigo le he dicho que voy a morir joven, no es una mera sensación o pensamiento, sino por mi historial. A este ritmo de sucesos, será difícil que llegue a anciano. Pero bueno, quién sabe. La verdad es que parezco sacado de la saga de películas de terror “Destino final”, donde todo mueren menos uno... aunque más bien creo que mi historia da para una comedia de Adam Sandler...

¿Tengo más vidas que un gato? ¿Y tú? La realidad de la muerte y de la vida
Alguno dirá que, en algunas de estas ocasiones, la muerte no me habría llevado y que solo habría tenido lesiones de mayor o menor gravedad. Sea como sea, en todas aquellas situaciones, La Parca rondó cerca.
Como has visto, ninguna vez ha sido fruto de alguna enfermedad grave ni nada por el estilo: únicamente hechos puntuales, directos e instantáneos. A veces por mi propia irresponsabilidad y en otras por el despiste de otras personas. Según la teoría del Gato con Botas, hace mucho que gasté mis vidas disponibles. Pero la realidad es otra, mucho más simple: solo tengo una y, por lo tanto, es la única que tengo disponible, como en el caso de cualquier persona, incluyéndote a ti.
¿Por qué me he salvado y millones de personas en todo el planeta mueren cada año por fatalidades parecidas a las narradas, casi siempre evitables, y muchas veces absurdas hasta el extremo? Sea por un accidente doméstico, una fuga de gas, un incendio, un golpe en la cabeza practicando deporte o un tropezón, las causas se manifiestan sin previo aviso ni vuelta atrás.
Yo mismo me pregunto por qué sigo aquí y no otros: no tengo esposa ni hijos, nadie depende de mí en ningún aspecto, no formo parte de un equipo médico que busca la cura al cáncer y mis libros no tienen millones de lectores. Apenas me conocen realmente un pequeño grupo de personas, y soy un desconocido para la inmensa mayoría. Pero, ¿y todas esas personas con trabajos importantes o con un futuro deslumbrante? ¿Y los padres de familia que dejan huérfanos a sus hijos por un accidente eludible? ¿Y esos hijos que, por una pequeñísima distracción, acabaron sus vidas al caer desde una terraza? A la primera se fueron. No tuvieron segundas oportunidades, y mucho menos trece como en mi caso. Desde un punto de vista, que solo es capaz de ver este plano de la existencia, resulta injusto que “yo sí” y “otros no”.
Los ateos, que creen que somos meros átomos, por lo que consideran que cualquier hecho acontecido al universo es puro azar. Entre los cristianos, los calvinistas dirán, sin ningún género de duda, que forma parte del predeterminismo establecido por Dios. Por su parte, los arminianos dirán que son las consecuencias del libre albedrío y su interacción con las leyes naturales que Dios puso en marcha durante la creación. Por mucho que ambos defiendan sus postulados con uñas y dientes –en demasiadas ocasiones, sin respetar al otro-, ninguno puede afirmarlo con total seguridad. Otros, como yo, diremos que es una mezcla entre ambas ideas y que se escapa a nuestra comprensión actual. 
Como no sé la explicación exacta del porqué sigo por este barrio, a diferencia de otros, me limitaré a señalar lo que has debido dilucidar con todo lo dicho hasta ahora y, en consecuencia, enseñarte de lo aprendido en estos años: tarde o temprano, sea de manera esperada por una larga dolencia, o de forma repentina, tu vida, tal y como la conoces, llegará a su fin. Por lo tanto, lo fundamental es que aprendas de tal acontecimiento inevitable una serie de cuestiones.

Hoy, y no mañana
1) Solo aquellos que han vivido situaciones límites, que le han visto las orejas al lobo, cambian su forma de ser y de ver la vida. Incluso así, no todos, ni muchos menos. Para la mayoría, todo sigue igual, o peor aun, y una prueba de ello ha sido la experiencia de la Pandemia del Covid: casi todos han vuelto a ser como antes, puesto que no han modificado su conducta ni sus pensamientos sobre la existencia. Como si hubiera sido una mala pesadilla que ya dejaron atrás, han vuelto a las mismas rutinas:

- a enfadarse por las mismas sancedes y nimiedades.
- a las quejas por todo.
- a la religiosidad y el ritualismo sin vida.
- a dejarse llevar por la ira o por otras actitudes tóxicas.
- a hacer que su valía propia dependa de las opiniones ajenas o de lo que digan los demás.
- al postureo y al exhibicionismo en las redes sociales para comprar falso amor en forma de likes.
- al insulto barato en Twitter y Facebook.
- a basar su éxito en el dinero o el estatus social.
- a elegir malos compañeros sentimentales.
- al alcohol y a las borracheras.
- a comprar por comprar.
- a dar su cuerpo por una noche de placer.
- a comer mal o en exceso.
- a escuchar la misma música degradante para la mujer y que incita las más bajas pasiones.
- a no hacer deporte o, por el contrario, a obsesionarse con el físico.
- a consumir su tiempo con horas y horas de vídeos ridículos en TikTok, Instagram y el resto del universo virtual, junto a la telebasura de la televisión.

En definitiva: desperdiciaron una oportunidad única para crecer y no aprendieron absolutamente nada de una grave situación mundial.
Si no quieres ser como esa masa, el hecho mismo de la muerte, cercana o futura, debería servirte para poner tu vida en perspectiva. Si lo llevas a cabo a partir de hoy:

- dejarás de perder el tiempo en buscar la paja en el ojo ajeno.
- dejarás de hablar únicamente de cotilleos.
- dejarás de obsesionarte por lo efímero.
- dejarás de depender de lo que la sociedad u otros digan sobre tu valor.
- vivirás al día, no en el sentido de gastar tus ahorros, sino en que no te afanarás por el mañana ni el futuro.
- harás deporte por mera diversión y salud.
- leerás buenos libros.
- escucharás buena música.
- tendrás conversaciones edificantes, de calidad y de corazón a corazón.
- eludirás los enojos y los gritos por naderías.
- te rodearás de aquellos que de verdad te aman y respetan.
- te apartarás de las malas compañías.
- dedicarás el tiempo fuera del trabajo en cultivar tus talentos y dones, sobre todo si son de bien para los demás.
- te analizarás con humildad y observarás si hay actitudes tóxicas en ti, para así afrontarlas y eliminarlas: egocentrismo exacerbado, victimismo, descubridor de secretos ajenos (chismorreos), comentarista desalentador, etc.

Si lo llevas a cabo, esto hará que vivas de manera más alegre y tranquila al simplificarlo todo, tanto en tu exterior como interior, y te centrarás en lo bueno y positivo. Verás la botella medio llena en lugar de medio vacía, ya que te centrarás en lo que tienes, no en lo que te falta.

2) Aunque lo cito en último lugar, es lo más importante: el fin de esta vida no es el fin de la existencia, puesto que lo único que hace la muerte es llevarnos a otro plano de la misma. En consecuencia, lo que debes asegurarte es dónde pasarás la eternidad tras acabar tu paso por este mundo. Como cristiano a secas lo he explicado una y mil veces en este sencillo blog desde que lo abrí, allá en el lejano 2013. Todo se puede resumir a la conversación que tuvo Jesús con Marta:

- “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”
- “Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Jn. 11:25-27).

Al contrario de lo que creen los religiosos y los agnósticos, la muerte sí tiene solución. Al menos la importante: la segunda muerte (la de la condenación), como la describe la Biblia (Ap. 20:6).
Por eso, la pregunta que Él le hizo a Marta hace dos mil años es exactamente la misma que te hace a ti: ¿Crees esto? Si lo crees, y que Jesús murió en la cruz para pagar por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos para regalarle la vida eterna a todo aquel que la aceptara, ese miedo, esa angustia, ese preferir no pensar en la muerte, desaparecerá por completo. Y la vida cobrará un sentido completamente nuevo para ti. Es algo que solo el que lo experimenta puede entender, por lo que cualquier palabra que yo añada estará de más. Llegarás a la misma conclusión que nuestro “Gato con Botas”: no podrás derrotar a la muerte, pero no la temerás y la mirarás cara a cara, lleno de confianza y desparpajo. Ya no te preocupará cuándo pueda sobrevenir y cuándo vengan a pedir tu alma (cf. Lc. 12:20), puesto que ya estarás preparado. 
Termino con estas palabras de Leon Morris: “En el mundo antiguo, todas las civilizaciones le tenían un miedo atroz a la muerte. Se trataba de un adversario cruel al que todo el mundo temía, y al que nadie podía vencer. Pero la resurrección de Jesús supuso que sus seguidores ya no tendrían nada que temer. Para ellos, la muerte ya no sería un aterrador enemigo al que no se podía hacer frente. La muerte ya no contaba con su aguijón, ya no iba a ver la victoria (1 Co. 15:55). [...] Los que confían en Jesús, aunque van a morir, vivirán. Esta paradoja saca a la luz la gran verdad de que la muerte física no importa demasiado. Puede que los paganos o los no creyentes vean la muerte como el final de todo, pero no es así para los que creen en Cristo. Morirán, en el sentido de que pasarán por lo que llamamos la muerte física, pero no morirán en un sentido pleno. Para ellos, la muerte es la puerta para pasar a una vida de perfecta comunión con Dios”[2].

Ahora te toca a ti responder a la gran pregunta.


[1] Acabo de releer dicho escrito y veo que en él dije que esa había sido mi cuarta experiencia “cercana a la muerte”. Es evidente que me equivoqué y no hice buena memoria, como sí he hecho en este escrito.

[2] Morris, Leon. El Evangelio según San Juan. Vol. 2. Cita de Temple. Pág. 153-154, 162-163.