lunes, 27 de agosto de 2018

A medio segundo de ser atropellado y ¿morir?


Dicen que, cuando uno está a punto de morir, toda la vida pasa por delante de sus ojos: el día del décimo cumpleaños, el recuerdo del primer beso (en la mejilla), el primer amor, aquel momento especial con los amigos, las noches de diversión, el instante en que se ganó la competición deportiva, hechos concretos de felicidad con los hijos y la familia, y un largo etcétera.
En mi caso, no vi absolutamente nada y si hubiera visto algo de lo citado me habría quedado sin ese medio segundo para reaccionar, el cual me evitó ser atropellado por un coche completamente lanzado contra mí. Era la madrugada del 10 de agosto, sobre las 3 de la madrugada. Estaba trabajando en el puerto de mi ciudad a unos cincuenta metros del embarque. Un coche rojo deportivo iba a más de 80 km por hora en una recta larga, cuando, sin venir a cuento y justo cuando estaba a mi altura, se dio cuenta de que su barco era otro y cambió de dirección completamente, así que giró y se dirigió de frente justo donde yo estaba, a menos de 4 metros. No me lo podía creer.
En las películas de Hong Kong, el protagonista siempre corre hacia el coche, salta con una pierna sobre el capó y da una voltereta para caer de pie tal cual Bruce Lee sobre el piso como una especie de superhombre. Como no soy experto en artes marciales ni estoy loco, no intenté semejante hazaña: cuando tenía practicamente encima al kamikaze, salté con todas mis fuerzas de forma lateral para esquivarlo, como saltan los gatos al asustarse. Cuando mis piernas tocaron nuevamente el asfalto, mis manos se apoyaron con un golpe brusco sobre el coche del conductor, que frenó casi en seco, lo que muestra que el vehículo quedó a milímetros de mi cuerpo. Medio segundo más y no lo cuento. Me aparté bruscamente mientras él me decía en una mezcla de acento árabe-andaluz: “Tio, tio, que no te he visto. Perdona, ha sido sin querer, no te he visto. ¿Estás bien, estás bien?”, frase que repitió en varias ocasiones y, a pesar de que yo llevaba puesto un chaleco reflectante que se ve a muchos metros de distancia, insistía en no haberme visto. Todavía impactado, solo acerté a decirle: “¡Vaya tela, con lo grande que es el puerto!”, que estaba bien y que siguiera su camino.
Instantes después de la experiencia, los mismos músculos de las piernas que se flexionaron y tensaron para saltar, eran un “flan”, y el susto me duró un par de días. Aunque en ese puesto de trabajo he tenido varios altercados en todos estos años, ninguno tan “terminal” como este. Y, que recuerde, en otras circunstancias y lugares, ha sido la cuarta vez a lo largo de mi vida que la muerte ha estado bien cerca de mi camino.
Si en el título he puesto la palabra “morir” entre signos de interrogación, es porque las consecuencias de lo que podría haber pasado nadie lo sabe, solo Dios. Podría haber fallecido en el acto o haber quedado gravemente herido. O quién sabe, quizá el coche se habría partido por la mitad al chocar contra los poderes kryptonianos que alberga mi cuerpo...

Todo esto me hizo ver –o recordar- de forma muy intensa que nunca sabemos cuándo nuestra mortalidad humana llegará a su fin, y me hizo reflexionar sobre esta cuestión, que ahora quiero compartir contigo, hayas pasado por una experiencia semejante o no.

Nuestra propia mortalidad e inmortalidad
¿En qué estaba yo pensando segundos antes de librarme? En las ganas que tenía que acabara aquella noche dado que el volumen de trabajo era enorme y estaba muy cansado. Aparte de alguna conversación liviana con los compañeros de trabajo, estaba tan exhausto que no me planteaba nada más ni la mente daba para pensamientos profundos, solo el deseo de llegar a casa para dormir y doblar la cama por la mitad. Ahora bien, la muerte es un tema que no me preocupaba en absoluto, puesto que es un tema que resolví hace muchos años, como líneas más adelante explicaré.
Antes de seguir, sé tú quien se pregunte en qué sueles pensar por norma general en otros momentos, y cómo pasas el tiempo y los días. Casi con total seguridad, pensando y haciendo cosas para el hoy y el mañana cercano:

- Con quién saldrás a cenar esta noche.
- Qué próxima películas verás en el cine.
- Qué almorzarás mañana.
- Qué ropa te pondrás para salir.
- Qué te vas a comprar con el dinero que has ganado en el trabajo.
- Qué nuevo libro vas a leer.
- Qué canción escucharás.
- Dónde irás de vacaciones.
- A qué fiesta de cumpleaños irás.
- Qué carrera estudiarás.
- Qué trabajo buscarás.
- Si quieres casarte realmente con tu novio.
- Si te atreverás a expresarle tus sentimientos a la chica que te atrae.

Y una larga lista más que puedes hacer tú mismo. Y es cierto que muchas de estas cuestiones son importantes y necesarias, que todo tiene sin duda su tiempo y su lugar. Hay “tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar” (Ec. 3:4-7).
Pero, a menos que hayas tenido una experiencia traumática que te cambió por completo, son pocos los que piensan más allá de las cuestiones citadas, y mucho menos en algo como la muerte.

Cuando la muerte está a la puerta no suele llamar
Seguro que:

- Has visto en la televisión el derrumbe del puente en Génova donde han muerto varias decenas de personas.
- Has visto en estos días el primer aniversario de los atentados en las Ramblas de Barcelona en el cual fallecieron 16 personas.
- Viste en su momento los fatídicos accidentes de famosos deportistas o actores como Paul Walker (Cuando cae el telón de esta vida: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/12/cuando-cae-el-telon-de-esta-vida.html), Ángel Nieto, Drazen Petrovic o Fernando Martín, entre otros muchos.
- Te quedaste con la boca abierta con las imágenes del Tsunami de Japón en 2011 con casi veinte mil defunciones y el terromoto de Haití de 2010 con más de trescientos mil. 
- Te conmueves cada verano cuando ves en los noticieros a niños ahogados en la piscina o en la playa.
- Se te ha puesto la piel de gallina en estos años con los atentados de las Torres Gemelas, los de Londres, el 11M en Madrid, en diversos lugares de París, y otros muchos más, con miles de víctimas en total.
- Te estremeciste con los incendios del verano de 2017 en Portugal, cuyas imágenes parecían sacadas de una producción de Hollywood, y que acabaron con la vida de cientos de personas.

Y como estos, miles de sucesos que llenan las páginas de las crónicas periodísticas de forma diaria, junto a historias cotidianas que no salen en la prensa pero que nosotros y nuestros familiares cercanos sufren directamente.

A la hora inesperada
Cuando escuchamos estos casos o de algún conocido que muere de forma inesperada (sea por una enfermedad, un accidente o de forma repentina), las expresiones que suelen salir de nuestra boca se repiten una y otra vez:

- ¡Qué mala suerte!
- ¡Eran tan joven!
- ¡Tenía toda la vida por delante!
- No lo entiendo, era mayor pero estaba perfecta de salud. Anoche mismo estuve hablando con ella animadamente hasta la noche.
- ¡Qué desgracia, él acababa de ser padre y de ser ascendido en el trabajo!
- Dios, ¿por qué? ¡Ella estaba embarazada!
-  ¡Toda la vida trabajando y ahora se jubila y muere a las dos semanas! ¡No ha podido disfrutar de nada!
- ¡Si hubieran descubierto su enfermedad un poco antes estaría vivo!
- ¡No puede ser, terminó su carrera universitaria hace un mes!
- ¡Ahora que se le veía tan feliz!
- ¡A meses de casarse con su novia de toda la vida, y pasa esto!

Y así, decenas de frases más en la que solemos expresar nuestra sorpresa, como si la muerte tuviera edad y esperase al día en que nosotros queramos morir.
El mismo texto que cité líneas atrás de forma incompleta dice también que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir(Ec. 3:1-2). Todos nos preparamos para vivir pero muy pocos se preparan para morir. Algunos porque piensan que es el fin de la existencia y otros muchos porque creen que es un acontecimiento muy lejano, que todavía no les toca. Sin embargo, ¿qué tenían en común todos los fallecidos que he mencionado en la lista? Que ninguno de ellos pensó cuando se levantó aquella mañana que la muerta les iba a abrir la puerta de golpe y sin avisar. Y a nosotros nos pasará lo mismo, sea mañana o dentro de cincuenta años o más.

Mi propia maldad
La cuestión es estar preparado porque no es el fin de todo, sino el comienzo de todo, el paso de un estado a otro, de un lugar a otro. La teología cristiana llama a esos dos destinos “cielo” e “infierno”. Muchos piensan que ir a un sitio u otro depende de “ser mejor”, “ser peor”, “ser más bueno” o “ser más malo”. Todo un error. Si así fuera, nadie iría a la presencia de Dios con todos los errores que cometemos a lo largo de nuestra vida. Algunos, después de todos estos años de cristiano, en su ignorancia siguen creyendo de que mi convencimiento de que voy a ir al cielo, a esa vida eterna prometida por el que resucitó de entre los muertos, es porque me considero bueno. Y eso está muy lejos de la verdad. Yo no soy mejor que nadie, y ni siquiera “bueno”. Soy plenamente consciente de ello.
Mis propios familiares, amigos y compañeros de trabajo saben que soy todo lo contrario a perfecto, que estoy a millones de años luz de dicha perfección. Aunque muchos de ellos me aprecien, me valoren, me quieran o me digan con cariño “¡qué buena gente eres!” (aunque habrá otros que pensarán de mí “¡qué mala gente es!” o irritable o falso, o qué sé yo), sé cuando me dejo llevar por el enojo; sé cuando me enciendo en ira; sé cuando critico con mala fe; sé cuando hablo de más; sé cuando sobran algunas de mis palabras. Y así con un millón de detalles, faltas y pecados.
Citando un solo ejemplo reciente, en la tarde de más trabajo de todo el verano: estaba bien de ánimo, me encontraba muy tranquilo y tratando con sosiego y amabilidad a los clientes. Internamente me sentía “muy santo”. Apenas un par de horas después, y ante una situación incontrolable y que ya se salía de madre, el que escribe estas líneas, hastiado –después de varios años sin sucederme-, entró en combustión espontánea y tocó a arrebato ante más de diez coches: con ostensibles gestos corporales, levanté la voz a niveles atronadores, una mezcla de bomba atómica y Drácula, con la intención de que los conductores obedecieran las indicaciones. Por unos segundos, el silencio más absoluto se hizo a mi alrededor, no sé si por temor, respeto o sorpresa de los presentes. Supongo que más de uno pensaría que me había vuelto loco, o quizá empatizó conmigo y consideró normal mi reacción. Así que, en mi caso, de “bueno” en términos absolutos, nada. Jesús mismo dijo que “bueno” solo es Dios (cf. Mr. 10:18).
Por eso son tan reales las palabras que Pablo dijo sobre su propia persona: Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. [...] Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:19, 21). Y, si eres sincero, seguro que tú también lo sabes de ti mismo. Todos tenemos un lado oscuro, lo manifestemos más o menos ante los demás. 

¿En paz?
La muerte no consiste en lo que el folclore y el cine nos suele hacer creer: dejar todos los asuntos resueltos, haber hecho las paces con todo el mundo, haber hecho testamento o decirle a los seres queridos en el lecho de muerte cuánto los queremos. La clave, la única clave, es haber hecho las paces con Dios. ¿Cómo? Puesto que mi intención con este escrito era llamarte la atención sobre ese acontecimiento que nos puede sobrevenir en cualquier momento, el qué y el cómo te lo dejo expuesto aquí: No soy religioso, ni católico, ni protestante; simplemente cristiano (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html). Leelo atentamente porque es muy fácil de entender. Ahí se verá si tu interés es genuino y si has reflexionado lo suficiente.
Solo decirte para terminar que no lo dejes para cuando acabes los estudios, o logres el trabajo soñado, o tengas el noviazgo/matrimonio/hijos/dinero/casa/coche/reconocimiento deseado. Aunque todos desean morir de ancianitos, durmiendo, sin enterarse y en plena posesión de sus facultades mentales, nunca se sabe el día ni la hora. Un coche que se cruza, una enfermedad inesperada o un accidente casero. Quién sabe. Puede que esta noche o mañana vengan a pedirte tu alma (cf. Lc. 12:20).
¿No es mejor vivir al día pero con el futuro resuelto y asegurado? ¿Qué mejor inversión puedes hacer ahora en el presente que un seguro eterno para el futuro? ¿No es mejor vivir en paz sabiendo que, pase lo que pase y cuándo pase, tienes garantizada una eternidad plena y radiante de felicidad en un lugar donde “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”? (Ap. 21:4).

p.d: Te lo vuelvo a recordar: No soy religioso, ni católico, ni protestante; simplemente cristiano (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).

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