La soberbia, el autoengaño cronificado en el
tiempo, la falsa humildad y la incapacidad para reconocer los propios errores,
dificultan en extremo que un lobo pueda cambiar. Además, es difícil comprobarlo
realmente: deberán pasar muchos años para descubrir si es un cambio genuino o
meramente una nueva estratagema de camuflaje para seguir en el poder. Hay
mayores posibilidades que cambien los “lobos intermedios”, que son aquellos
situados en peldaños inferiores a los “lobos alfa” y que han sido serviles a
ellos, a que éstos últimos lo hagan. Mientras “más alto”, más difícil. Dicho
esto, para terminar este capítulo, veremos qué preguntas puede hacerse el lobo
y qué debe hacer para cambiar.
Venimos de aquí: Los lobos eclesiales
son codependientes, histriónico,
bipolares y tienen una doble ética (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/03/74-los-lobos-eclesiales-son.html).
Para ir a la última raíz de todo este asunto tenemos
que preguntarnos qué se esconde tras la máscara de los lobos, sus afilados
colmillos y su autoritarismo. La respuesta es clara:
- Inseguridad en sí mismos.
- Inestabilidad emocional.
- Complejos de inferioridad camuflados bajo complejos
de superioridad.
- Pánico al rechazo y a las críticas. Cuando esto
ocurre, se sienten desolados.
- Bajo nivel de tolerancia a las frustraciones de la
vida.
- Problemas de autocontrol e impulsividad.
- Cierta crueldad por falta de verdadera empatía.
- Falta de verdaderos remordimientos cuando lastiman a
los demás.
Por eso tienen que controlar, dominar e
imponer, características de los líderes de grupos coercitivos. Es una droga
emocional que necesitan consumir imperiosamente, día tras día, para sentir que
les respetan, que son importantes y que los demás les aman. Es la manera que
tienen de sentirse seguros y de autoafirmarse. En realidad, en el fondo de
ellos, están muertos de miedo. Por todo esto tienen los dos extremos
enfermizos: pasan de la egolatría a sentirse miserables en cuestión de minutos.
Esta es la explicación de porqué recalcan sin descanso la sumisión a la
autoridad. Deberían saber que algo que se “impone” carece de valor genuino y es
deshonrado para alguien que se considera cristiano. ¿Qué imagen de Cristo está
ofreciendo el que es terco, inflexible, manipulador y que ataca a todos los que
le llevan la contraria?
¿Tienen
solución?
Por todo lo que hemos visto, tienen que
cambiar. De lo contrario, en algún momento de sus vidas, se harán realidad las
palabras de Alfred Adler: “El individuo
hambriento de poder sigue un sendero hacia su propia destrucción”. Como
Jesús dijo: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado” (Lc. 14:11). En algunos casos,
con el paso del tiempo. En otros, en la otra vida: “Abominación es a Jehová todo altivo de
corazón; ciertamente no quedará impune. [...] antes del
quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr.
16:5, 18).
Aunque dejé la opción
abierta a que hubiera lobos que no supieran que lo son y que realmente hayan
nacido de nuevo, esa es la excepción. Por definición y mera lógica, un lobo no
es una oveja. O es lobo o es oveja, pero nunca las dos cosas a la vez. Por lo
tanto, en mi opinión, no existen los “lobos cristianos”. O es lobo o es
cristiano. Puede aparentar ser esto último, ser muy bueno en su papel, conocer
la Escritura y predicar sobre ella, orar en voz alta y por otros, e incluso
poseer la habilidad para fingir que habla “lenguas angelicales”, pero realmente
nunca ha “nacido de nuevo”. Simplemente adoptó una forma de ser, cambió algunos
aspectos concretos de su carácter, se educó de determinada manera y creció bajo
en un sistema religioso que consideraba correcto, creyendo que todo esto lo
convertía en un cristiano renovado. Pero el pelaje de lobo nunca desapareció.
Su corazón seguía siendo el mismo y su mente se guiaba por sus propios deseos.
He oído en ocasiones
que tal o cual persona es un caso perdido. No creo en esas palabras, por la
sencilla razón de que para Dios no hay casos perdidos. El ejemplo del hijo
pródigo es extraordinario. Un caso concreto podemos verlo en uno de los
asesinos y ladrones que fue crucificado junto a Jesús. Se arrepintió y el Señor
le prometió que en ese mismo día estaría en el Paraíso. En la actualidad hay
bastantes ejemplos de satanistas, brujos o musulmanes que se han convertido a
Cristo.
La única verdad es
que todos somos pecadores que estamos destituidos de la gloria de Dios (cf. Ro.
3:23), y solo la muerte de Cristo en la cruz puede solucionar el problema de la
justicia ante el Padre por nuestros pecados. Ahí entramos todos. Los que
“nacimos de nuevo” ya arreglamos en el pasado esa cuestión: “Ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que
se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos;
mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:9-11). Por lo tanto, los
lobos, al no ser cristianos, necesitan del arrepentimiento y la conversión. Y
creo que es posible, ya que es la obra del Espíritu Santo, que convence “de pecado, de justicia y de juicio” (Jn.
16:8).
El problema principal de estos individuos
radica en que no son capaces de reconocer la clase de personas que son, y apenas
vislumbran sus actitudes tóxicas. Algunos no son conscientes de cuánto mal
hacen y el daño que provocan, aunque se les diga claramente.
¿Qué es lo más difícil para un alcohólico
o drogadicto?: reconocer su adicción. Ocurre igual con los controladores, manipuladores,
histriónicos, vanagloriosos, codependientes, etc., especialmente entre aquellos
que se mueven por motivaciones incorrectas y bajo un modelo bíblico errado,
destacando especialmente la creencia de que son los “ungidos de Jehová”,
posiblemente la doctrina más nauseabunda que se ha infiltrado en muchas
iglesias locales en las últimas décadas.
Para guardar las apariencias ante los
demás y acallar sus propias voces internas, lo niegan todo contra viento y
marea. Literalmente, tienen distorsionada la visión de la realidad. Terminan
por creerse sus propias mentiras. A partir de ahí, desaparecen de ellos los
remordimientos y los sentimientos de culpa: “Lo que es muy raro, hasta el punto de
constituir casi un milagro, es encontrar a una persona autoritaria que se
rinda, o una persona débil que resista. Es tan difícil ayudar a una persona
débil a que aprenda a defenderse a sí misma como es ayudar a una persona fuerte
a que renuncie al uso de la fuerza”[1]. Pero el cambio es posible: “Sin embargo, todos nosotros percibimos que es precisamente en una
elección así que una persona llega a ser verdaderamente lo que llamamos una
persona. Es cuando logra ir más allá del determinismo de los reflejos
automáticos que accede a una mayor libertad”[2].
El cambio
Conociendo esta
realidad, aún quedan dos bazas que pueden provocar el cambio:
1. La obra es
de Dios y es el Espíritu Santo el que convence de pecado (cf. Jn. 16:8). El
Señor envió a Natán para señalarle a David su pecado y reaccionó (cf. 2 S. 12). Por lo tanto, el
primer paso es “el nuevo nacimiento” tras el verdadero arrepentimiento.
2. La soledad y
el dolor interno. Cuando el silencio les envuelve, en esos momentos en que
ningún ruido externo les molesta y sus pensamientos están calmados, y por mucho
que traten de bloquear lo que sienten, ellos “escuchan” en su foro interno la
realidad: saben cuán inestables son sus emociones; conocen perfectamente sus
complejos de inferioridad y la baja autoestima que les envuelve; reconocen el
miedo que experimentan cuando son rechazados y criticados; aceptan que
interpretan un papel para ganarse la aprobación y el amor de los demás; etc. En
esos minutos de sosiego, donde destapan ante sí mismos la raíz de sus
problemas, Dios puede tocarlos.
Hasta que esto suceda, nada cambiará. En
muchos casos, tendrán que ponerse en manos de profesionales. Así se darán cuenta de que basan sus relaciones
humanas en la manipulación emocional y espiritual, que no es ni más ni menos
que un tipo de maltrato psicológico, muy alejado de la forma de actuar de Dios.
En lugar de mostrarse como víctimas infantiles ante aquellos que no siguen sus
consejos y sus pensamientos, o de sentirse inseguros, desconfiados y posesivos,
deberán aprender a respetar la individualidad de cada hijo de Dios. Igualmente,
será fundamental que revisen profundamente la interpretación bíblica de
multitud de pasajes y la aplicación de los mismos.
En definitiva, el único remedio para ellos
es “adoptar” el verdadero carácter y las actitudes ante la vida del mismo
Jesús: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno
por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil.
2:3-4).
Cristo debe ser el centro de todo, y no ellos mismos: “De este modo sería dominado todo afán de
distinción, todo deseo de ocupar los primeros lugares, todo espíritu partidista
carente de escrúpulos. Igualmente será controlada la tendencia a la vanagloria
y el egocentrismo, tan fuertes por naturaleza en el ser humano. Y en lugar de
estas manifestaciones del yo carnal, prevalecerán la unanimidad, el amor, la
unidad de sentimientos, la comunión espiritual, la abnegación, la preocupación
por los demás en sus intereses, problemas y necesidades”[3]. Así, de igual manera, los creyentes no podrán los ojos en estas
personas sino en el Señor: “Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había
sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama
de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por
qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por
nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (Hch. 3:11-12).
¿Eres un
lobo? Hazte estas preguntas
Si por casualidad eres una de las personas que se
siente identificado con todo o parte de lo que has leído a lo largo de este
extenso capítulo, y has tenido el ánimo y el valor de llegar hasta aquí, porque
crees que algo tiene que cambiar en ti, te dejo esta serie de preguntas para
que te las plantees seriamente. Antes de decir “no” contundentemente, quizá sea
conveniente que esté presente una persona imparcial y objetiva (los amigos y
familiares cercanos difícilmente lo son) que esté dispuesta a decirte la verdad
sin miedo:
- ¿Eres dominador?
- ¿Te gusta siempre ocupar una posición dominante?
- ¿Te agrada ser el centro y tener el primer lugar
en todo?
- ¿Quieres ser invariablemente el que toma las
decisiones?
- ¿Eres dogmático, cerrado e intolerante en
cuestiones no bíblicas?
- ¿Te cuesta escuchar a los otros y aceptar sus
opiniones?
- Cuando las cosas no se hacen como te gustan, ¿te
sientes muy frustrado y te vuelves intolerante con las personas?
- ¿Te descubres siempre argumentando y
racionalizando para que los demás hagan lo que te parece?
- ¿Siempre tienes un discurso para lograr que los
otros hagan lo que deseas?
- ¿Encuentras siempre explicaciones para todo?
- ¿Te escuchas a ti mismo decir con frecuencia
“tenía razón”?
- ¿Eres una persona iracunda y te enojas con
facilidad?
- ¿Sueles excusar tus explosiones diciendo que no lo
soportas?
- Cuando alguien no se ajusta a tus esquemas o tiene
una visión diferente a la tuya, ¿muestras tendencia a descartarlo y a sacarlo
de tu circulo de relaciones?
- ¿Eres una persona que necesitas estar siempre en
control de todo?
- Cuando no puedes supervisar alguna situación, ¿te
llenas de ansiedad?
- ¿Estás detrás de todos los
detalles y muestras una actitud perfeccionista?
- ¿Tienes mucho temor a equivocarte?
- ¿Tienes niveles de exigencia desmedidos, tanto
para ti mismo como para los demás?
- ¿Vives estresado?
- ¿Cómo te sientes ante circunstancias que superan
tus posibilidades de control?
- ¿Tienes la tendencia a tomar represalias con los
que no se sujetan a tus visiones, decisiones u opiniones?
- ¿Puedes ver que esas actividades autoritarias y
rígidas son el resultado de tu propia inseguridad?
- ¿Cuales son tus temores?[4]
Un apunte final
En los cinco apartados de este capítulo del libro,
hemos visto con todo lujo de detalles cómo son los lobos eclesiales. Pero no me
he limitado a “señalar”, sino que también he mostrado cómo pueden cambiar si se
ponen ante Dios. Ahora bien, aunque lo hagan y se arrepientan de corazón, esto
no significa que tengan que seguir siendo pastores. Es algo a lo que deben
renunciar inmediata e irremediablemente. No pueden seguir pastoreando una
congregación si la han destrozado y dividido, rompiendo por el camino
incontables corazones de excelentes cristianos, junto a buenas amistades.
Alguien que tiene las manos llenas de sangre no
puede seguir desempeñando la función pastoral, haya sido un “lobo alfa” o un
“lobo” de su círculo, puesto que éstos también fueron cómplices y, en muchas
circunstancias, “punta de lanza” para herir a los cristianos. Tanto uno como
otro, están completamente desautorizados en todos los aspectos. Esto no es
funciona así: “me arrepiento genuinamente de corazón, pido perdón y sigo
adelante con mis tareas”. No. Para nada. El que ha manipulado, debe echarse a
un lado y dejar a otros. El que ha hecho daño, debe echarse a un lado y dejar a
otros. El que ha mentido, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha
usado a la grey del Señor en su beneficio, debe echarse a un lado y dejar a
otros. Me repito: haya sido el tipo de lobo que haya sido, no puede seguir
siendo pastor ni tener responsabilidad ninguna. Lo que deberá hacer es
restaurar todo lo que tiene que restaurar, aunque le lleve media vida hacerlo,
y hacer frutos dignos de arrepentimiento (Mt. 3:8), empezando por pedir perdón
a todas y cada una de las personas a las que hirió gravemente.
¿Qué algunos reaccionarán mal, incluso aunque le
pidan perdón? Posiblemente. Pero es el precio –bajo precio- a pagar, y que se
suele cosechar por tantos años de dolor causado. Deben volver al barro y
aprender desde abajo lo que es ser un siervo más, alejado de los focos y de
cualquier ápice de grandeza. El tiempo y Dios dirán en qué pueden servirle de
otras maneras.
Continuará en: ¿Debes salir de una congregación venenosa y de una iglesia en desorden?
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