lunes, 4 de abril de 2022

7.5. ¿Tienen “cura” los lobos eclesiales? ¿Qué se esconde tras su máscara?

 


La soberbia, el autoengaño cronificado en el tiempo, la falsa humildad y la incapacidad para reconocer los propios errores, dificultan en extremo que un lobo pueda cambiar. Además, es difícil comprobarlo realmente: deberán pasar muchos años para descubrir si es un cambio genuino o meramente una nueva estratagema de camuflaje para seguir en el poder. Hay mayores posibilidades que cambien los “lobos intermedios”, que son aquellos situados en peldaños inferiores a los “lobos alfa” y que han sido serviles a ellos, a que éstos últimos lo hagan. Mientras “más alto”, más difícil. Dicho esto, para terminar este capítulo, veremos qué preguntas puede hacerse el lobo y qué debe hacer para cambiar.

Venimos de aquí: Los lobos eclesiales son codependientes, histriónico, bipolares y tienen una doble ética (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/03/74-los-lobos-eclesiales-son.html).

Para ir a la última raíz de todo este asunto tenemos que preguntarnos qué se esconde tras la máscara de los lobos, sus afilados colmillos y su autoritarismo. La respuesta es clara:

- Inseguridad en sí mismos.
- Inestabilidad emocional.
- Complejos de inferioridad camuflados bajo complejos de superioridad.
- Pánico al rechazo y a las críticas. Cuando esto ocurre, se sienten desolados.
- Bajo nivel de tolerancia a las frustraciones de la vida.
- Problemas de autocontrol e impulsividad.
- Cierta crueldad por falta de verdadera empatía.
- Falta de verdaderos remordimientos cuando lastiman a los demás.

Por eso tienen que controlar, dominar e imponer, características de los líderes de grupos coercitivos. Es una droga emocional que necesitan consumir imperiosamente, día tras día, para sentir que les respetan, que son importantes y que los demás les aman. Es la manera que tienen de sentirse seguros y de autoafirmarse. En realidad, en el fondo de ellos, están muertos de miedo. Por todo esto tienen los dos extremos enfermizos: pasan de la egolatría a sentirse miserables en cuestión de minutos. Esta es la explicación de porqué recalcan sin descanso la sumisión a la autoridad. Deberían saber que algo que se “impone” carece de valor genuino y es deshonrado para alguien que se considera cristiano. ¿Qué imagen de Cristo está ofreciendo el que es terco, inflexible, manipulador y que ataca a todos los que le llevan la contraria?

¿Tienen solución?
Por todo lo que hemos visto, tienen que cambiar. De lo contrario, en algún momento de sus vidas, se harán realidad las palabras de Alfred Adler: “El individuo hambriento de poder sigue un sendero hacia su propia destrucción”. Como Jesús dijo: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado” (Lc. 14:11). En algunos casos, con el paso del tiempo. En otros, en la otra vida: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune. [...] antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr. 16:5, 18).
Aunque dejé la opción abierta a que hubiera lobos que no supieran que lo son y que realmente hayan nacido de nuevo, esa es la excepción. Por definición y mera lógica, un lobo no es una oveja. O es lobo o es oveja, pero nunca las dos cosas a la vez. Por lo tanto, en mi opinión, no existen los “lobos cristianos”. O es lobo o es cristiano. Puede aparentar ser esto último, ser muy bueno en su papel, conocer la Escritura y predicar sobre ella, orar en voz alta y por otros, e incluso poseer la habilidad para fingir que habla “lenguas angelicales”, pero realmente nunca ha “nacido de nuevo”. Simplemente adoptó una forma de ser, cambió algunos aspectos concretos de su carácter, se educó de determinada manera y creció bajo en un sistema religioso que consideraba correcto, creyendo que todo esto lo convertía en un cristiano renovado. Pero el pelaje de lobo nunca desapareció. Su corazón seguía siendo el mismo y su mente se guiaba por sus propios deseos.
He oído en ocasiones que tal o cual persona es un caso perdido. No creo en esas palabras, por la sencilla razón de que para Dios no hay casos perdidos. El ejemplo del hijo pródigo es extraordinario. Un caso concreto podemos verlo en uno de los asesinos y ladrones que fue crucificado junto a Jesús. Se arrepintió y el Señor le prometió que en ese mismo día estaría en el Paraíso. En la actualidad hay bastantes ejemplos de satanistas, brujos o musulmanes que se han convertido a Cristo.
La única verdad es que todos somos pecadores que estamos destituidos de la gloria de Dios (cf. Ro. 3:23), y solo la muerte de Cristo en la cruz puede solucionar el problema de la justicia ante el Padre por nuestros pecados. Ahí entramos todos. Los que “nacimos de nuevo” ya arreglamos en el pasado esa cuestión: “Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:9-11). Por lo tanto, los lobos, al no ser cristianos, necesitan del arrepentimiento y la conversión. Y creo que es posible, ya que es la obra del Espíritu Santo, que convence “de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:8).
El problema principal de estos individuos radica en que no son capaces de reconocer la clase de personas que son, y apenas vislumbran sus actitudes tóxicas. Algunos no son conscientes de cuánto mal hacen y el daño que provocan, aunque se les diga claramente.
¿Qué es lo más difícil para un alcohólico o drogadicto?: reconocer su adicción. Ocurre igual con los controladores, manipuladores, histriónicos, vanagloriosos, codependientes, etc., especialmente entre aquellos que se mueven por motivaciones incorrectas y bajo un modelo bíblico errado, destacando especialmente la creencia de que son los “ungidos de Jehová”, posiblemente la doctrina más nauseabunda que se ha infiltrado en muchas iglesias locales en las últimas décadas.
Para guardar las apariencias ante los demás y acallar sus propias voces internas, lo niegan todo contra viento y marea. Literalmente, tienen distorsionada la visión de la realidad. Terminan por creerse sus propias mentiras. A partir de ahí, desaparecen de ellos los remordimientos y los sentimientos de culpa: “Lo que es muy raro, hasta el punto de constituir casi un milagro, es encontrar a una persona autoritaria que se rinda, o una persona débil que resista. Es tan difícil ayudar a una persona débil a que aprenda a defenderse a sí misma como es ayudar a una persona fuerte a que renuncie al uso de la fuerza”[1]. Pero el cambio es posible: “Sin embargo, todos nosotros percibimos que es precisamente en una elección así que una persona llega a ser verdaderamente lo que llamamos una persona. Es cuando logra ir más allá del determinismo de los reflejos automáticos que accede a una mayor libertad”[2].

El cambio
Conociendo esta realidad, aún quedan dos bazas que pueden provocar el cambio:

1. La obra es de Dios y es el Espíritu Santo el que convence de pecado (cf. Jn. 16:8). El Señor envió a Natán para señalarle a David su pecado y reaccionó (cf. 2 S. 12). Por lo tanto, el primer paso es “el nuevo nacimiento” tras el verdadero arrepentimiento.

2. La soledad y el dolor interno. Cuando el silencio les envuelve, en esos momentos en que ningún ruido externo les molesta y sus pensamientos están calmados, y por mucho que traten de bloquear lo que sienten, ellos “escuchan” en su foro interno la realidad: saben cuán inestables son sus emociones; conocen perfectamente sus complejos de inferioridad y la baja autoestima que les envuelve; reconocen el miedo que experimentan cuando son rechazados y criticados; aceptan que interpretan un papel para ganarse la aprobación y el amor de los demás; etc. En esos minutos de sosiego, donde destapan ante sí mismos la raíz de sus problemas, Dios puede tocarlos.

Hasta que esto suceda, nada cambiará. En muchos casos, tendrán que ponerse en manos de profesionales. Así se darán cuenta de que basan sus relaciones humanas en la manipulación emocional y espiritual, que no es ni más ni menos que un tipo de maltrato psicológico, muy alejado de la forma de actuar de Dios. En lugar de mostrarse como víctimas infantiles ante aquellos que no siguen sus consejos y sus pensamientos, o de sentirse inseguros, desconfiados y posesivos, deberán aprender a respetar la individualidad de cada hijo de Dios. Igualmente, será fundamental que revisen profundamente la interpretación bíblica de multitud de pasajes y la aplicación de los mismos.
En definitiva, el único remedio para ellos es “adoptar” el verdadero carácter y las actitudes ante la vida del mismo Jesús: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”  (Fil. 2:3-4).
Cristo debe ser el centro de todo, y no ellos mismos: De este modo sería dominado todo afán de distinción, todo deseo de ocupar los primeros lugares, todo espíritu partidista carente de escrúpulos. Igualmente será controlada la tendencia a la vanagloria y el egocentrismo, tan fuertes por naturaleza en el ser humano. Y en lugar de estas manifestaciones del yo carnal, prevalecerán la unanimidad, el amor, la unidad de sentimientos, la comunión espiritual, la abnegación, la preocupación por los demás en sus intereses, problemas y necesidades”[3]. Así, de igual manera, los creyentes no podrán los ojos en estas personas sino en el Señor: “Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (Hch. 3:11-12).

¿Eres un lobo? Hazte estas preguntas
Si por casualidad eres una de las personas que se siente identificado con todo o parte de lo que has leído a lo largo de este extenso capítulo, y has tenido el ánimo y el valor de llegar hasta aquí, porque crees que algo tiene que cambiar en ti, te dejo esta serie de preguntas para que te las plantees seriamente. Antes de decir “no” contundentemente, quizá sea conveniente que esté presente una persona imparcial y objetiva (los amigos y familiares cercanos difícilmente lo son) que esté dispuesta a decirte la verdad sin miedo:

- ¿Eres dominador?
- ¿Te gusta siempre ocupar una posición dominante?
- ¿Te agrada ser el centro y tener el primer lugar en todo?
- ¿Quieres ser invariablemente el que toma las decisiones?
- ¿Eres dogmático, cerrado e intolerante en cuestiones no bíblicas?
- ¿Te cuesta escuchar a los otros y aceptar sus opiniones?
- Cuando las cosas no se hacen como te gustan, ¿te sientes muy frustrado y te vuelves intolerante con las personas?
- ¿Te descubres siempre argumentando y racionalizando para que los demás hagan lo que te parece?
- ¿Siempre tienes un discurso para lograr que los otros hagan lo que deseas?
- ¿Encuentras siempre explicaciones para todo?
- ¿Te escuchas a ti mismo decir con frecuencia “tenía razón”?
- ¿Eres una persona iracunda y te enojas con facilidad?
- ¿Sueles excusar tus explosiones diciendo que no lo soportas?
- Cuando alguien no se ajusta a tus esquemas o tiene una visión diferente a la tuya, ¿muestras tendencia a descartarlo y a sacarlo de tu circulo de relaciones?
- ¿Eres una persona que necesitas estar siempre en control de todo?
- Cuando no puedes supervisar alguna situación, ¿te llenas de ansiedad?
- ¿Estás detrás de todos los detalles y muestras una actitud perfeccionista?
- ¿Tienes mucho temor a equivocarte?
- ¿Tienes niveles de exigencia desmedidos, tanto para ti mismo como para los demás?
- ¿Vives estresado?
- ¿Cómo te sientes ante circunstancias que superan tus posibilidades de control?
- ¿Tienes la tendencia a tomar represalias con los que no se sujetan a tus visiones, decisiones u opiniones?
- ¿Puedes ver que esas actividades autoritarias y rígidas son el resultado de tu propia inseguridad?
- ¿Cuales son tus temores?[4]

Un apunte final
En los cinco apartados de este capítulo del libro, hemos visto con todo lujo de detalles cómo son los lobos eclesiales. Pero no me he limitado a “señalar”, sino que también he mostrado cómo pueden cambiar si se ponen ante Dios. Ahora bien, aunque lo hagan y se arrepientan de corazón, esto no significa que tengan que seguir siendo pastores. Es algo a lo que deben renunciar inmediata e irremediablemente. No pueden seguir pastoreando una congregación si la han destrozado y dividido, rompiendo por el camino incontables corazones de excelentes cristianos, junto a buenas amistades.
Alguien que tiene las manos llenas de sangre no puede seguir desempeñando la función pastoral, haya sido un “lobo alfa” o un “lobo” de su círculo, puesto que éstos también fueron cómplices y, en muchas circunstancias, “punta de lanza” para herir a los cristianos. Tanto uno como otro, están completamente desautorizados en todos los aspectos. Esto no es funciona así: “me arrepiento genuinamente de corazón, pido perdón y sigo adelante con mis tareas”. No. Para nada. El que ha manipulado, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha hecho daño, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha mentido, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha usado a la grey del Señor en su beneficio, debe echarse a un lado y dejar a otros. Me repito: haya sido el tipo de lobo que haya sido, no puede seguir siendo pastor ni tener responsabilidad ninguna. Lo que deberá hacer es restaurar todo lo que tiene que restaurar, aunque le lleve media vida hacerlo, y hacer frutos dignos de arrepentimiento (Mt. 3:8), empezando por pedir perdón a todas y cada una de las personas a las que hirió gravemente.
¿Qué algunos reaccionarán mal, incluso aunque le pidan perdón? Posiblemente. Pero es el precio –bajo precio- a pagar, y que se suele cosechar por tantos años de dolor causado. Deben volver al barro y aprender desde abajo lo que es ser un siervo más, alejado de los focos y de cualquier ápice de grandeza. El tiempo y Dios dirán en qué pueden servirle de otras maneras.

Continuará en: ¿Debes salir de una congregación venenosa y de una iglesia en desorden?


[1] Tournier, Paul. El sentido de la vida. Andamio. P. 87.

[2] Ibid.  

[3] Martínez, José M. Hermenéutica Bíblica. Clie. 

[4] Preguntas extraídas del libro Libres de la manipulación, de Carlos Mraida.

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