lunes, 25 de abril de 2022

Los ojos de Tammy Faye: cuando las buenas intenciones se convierten en un concepto errado del amor de Dios


Es tal el daño que han causado dentro del cristianismo, y siguen causando, los llamados “telepredicadores evangélicos”, y tanto que he visto, leído y escuchado sobre ellos, que una y otra vez me resistía a ver la película “Los ojos de Tammy Faye”, basada en la historia real de esta mujer (1942-2007) y su esposo Jim Bakker (1940-). A pesar de tenerla disponible para visualizarla desde hace un tiempo, siempre me echaba para atrás a última hora. Al final, haciendo de tripas corazón, le di al play. Lo que más o menos me esperaba, se hizo realidad: fue un puñetazo en el estómago. Más bien diría que uno tras otro, de los que quitan el aliento y te hacen desfallecer ante la contemplación de tanto disparate “en nombre de Dios”.
La misma nos cuenta el ascenso y caída de ambos telepredicadores: desde sus inicios en los años 60, cuya fe era genuina y guiada por los deseos de servir a Dios, donde Tammy daba a conocer a Jesús en un programa para niños de la cadena CBN de Pat Robertson usando marionetas, y Jim presentaba “el club de los 700”, otro espacio de entrevistas en horario de máxima audiencia, hasta convertirse en sombras de sí mismos. Fueron estrellas de su propio show, llamado “The PTL Club”, y poco a poco se desviaron de su propósito inicial. Llegaron a usar 200 millones de dólares de los fondos de PTL para construir Heritage USA, un retiro cristiano y un parque temático, siendo junto a Disney World y Disneyland, el más famoso de todos los Estados Unidos.
En esta segunda etapa oscura, el distanciamiento entre ambos se hizo manifiesto: todo era falsa apariencia, ella recibió tratamiento por adicción a pastillas, él fue acusado de violación por parte de la secretaria de la iglesia, las conductas sexuales inapropiadas e infidelidades tomaron su lugar, y la avaricia por el dinero se apoderó de sus corazones. Como era de esperar, todo explotó y terminó como el rosario de la aurora: PLT se declaró en bancarrota al deber más de treinta millones de dólares, Bakker fue despedido de las Asambleas de Dios como pastor, fue condenado a cuarenta y cinco años de prisión (aunque solo cumplió cinco) por conspiración, fraude y malversación de fondos con los millones de dólares que había recaudado de las donaciones de bienintencionados cristianos, y que usó para gastos personales y en su propio beneficio. Finalmente, el divorcio llegó en 1992, tras treinta y un año de matrimonio. 
El que apenas tenga conocimiento del cristianismo verdadero, pensará que es el que se nos muestra, el cual es horrible. Lamentablemente, son los malos ejemplos como estos los que, una vez más, logran que se hagan realidad las palabras que Pablo le dijo a los judíos: “Te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Ro. 2:17-24). Por el contrario, el que conozca las enseñanzas de Jesús, sabrá que buena parte de las predicadas por Tammy y Jim fueron un disparate enfermizo. En el caso de ella, es más triste aun, puesto que sus intenciones iniciales eran loables y nacidas de un buen corazón.

 
(a la izquierda, los auténticos Tammy y Jim; a la derecha, los actores que los interpretan: Andrew Garfield y Jessica Chastain. Jessica está tan irreconocible respeto a cómo es la actriz en la vida real, que no me extraña que le hayan dado el Oscar a mejor actriz y la película al mejor maquillaje. Incluso imita a la perfección su voz, parecida a la de Betty Bop)

Las buenas intenciones de Tammy que terminan en un grave error teológico: defensa de los grupos LGTBI & ¿Dios nos acepta tal y como somos?
Los deseos de Tammy eran nobles. Por eso, antes de analizarlas, hay que contextualizar estas palabras que pronunció en su programa: “Qué triste que nosotros como cristianos, que debemos ser la sal de la tierra, nosotros que se supone que podemos amar a todos, tengamos tanto miedo de un paciente con SIDA que no vamos a subir y poner nuestro brazo alrededor de ellos y decirles que nos importan”. En una época –los años 80- donde el SIDA explotó como la terrible enfermedad que es, muchos cristianos evangélicos norteamericanos dieron la espalda a los afectados. Como la inmensa mayoría eran homosexuales que tenían todo tipo de relaciones entre ellos, los creyentes no hicieron lo que debían: en lugar de buscarlos y ayudarlos, directamente los condenaron. Tammy se puso en medio y dijo que ese no era el camino. Jesús era el ejemplo a seguir por medio de la compasión. Tanto Él como ella les dieron lugar en su dolor.
Ahora bien, si en ese aspecto llevaba toda la razón, en otro no llevaba ninguna. Y me explico: durante el largometraje, vemos a diversos telepredicadores famosos de la época, como Pat Roberson, atacar duramente a los homosexuales, señalándolos como los principales enemigos de los Estados Unidos. Por el contrario, siempre que Tammy está presente, los defiende. Entrevista a un homosexual con SIDA, Steve Pieters –cuya pareja murió por dicha enfermedad-, siendo considerado por ella como un testimonio maravilloso, al ver cuán feliz se siente él por ser quién es, dándole incluso las gracias a Dios por el apoyo de sus padres. Steve, que había sido pastor de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Hartford (Connecticut) antes de su renuncia, llega a poner en boca de Jesús afirmaciones como que Él “ama su forma de amar”. Ya empezamos a ver claramente los desaciertos.

(a la izquierda, el actor Randy Havens; a la derecha, el verdadero Steve, el cual canta en un coro gay en Los Ángeles y trabaja como psicoterapeuta en Alternatives, un centro de tratamiento de drogas y alcohol LGBT en Glendale, California[1])

Aquí vemos reflejado los dos extremos que se lleva dando en los últimos 50 años respecto a la homosexualidad en ambientes supuestamente cristianos: de considerarlos como no-personas (lo cual sí es homofobia y, por lo tanto, completamente condenable) a decirles que vivan tal y como se sientan. Del puño completamente cerrado al puño completamente abierto. De ser prácticamente endemoniados a enseñarles que es parte del amor de Dios expresarse con total libertad. Esto mismo se está viendo ya en incontables “iglesias”, incluso en mi país (España), donde el apoyo de algunas de ellas al movimiento LGTBI es público y notorio. En Estados Unidos, en estos últimos años, fue muy comentado el cambio de posición del ex-pastor Joshua Harris, del que mencioné brevemente su historia en “El cuento de Hadas en el que viven muchos que se dicen “cristianos” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/08/el-cuento-de-hadas-en-el-que-viven.html).
Volviendo al quid de la cuestión, Tammy, en su argumentación, repite en varias ocasiones que Dios nos ama de tal manera que nos acepta tal y como somos, que viene a ser un mantra repetido hasta la extenuación por los que defienden la vida homosexual. En su caso concreto, vemos una extrapolación personal que termina convirtiendo en una falsa teología: a pesar de todos sus esfuerzos por lograrlo, ella no se sentía valorada ni amada por su madre –y, posteriormente, por su marido-, por lo que no deseaba que nadie se sintiera de la misma manera. ¿Cómo remediar este rechazo? Haciendo que todos sintieran el amor de Dios al considerarlo incondicional.
Es ahí mismo, en dicho postulado, donde está el fallo, ya que no muestra el concepto en su totalidad. Pablo enseña claramente que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:8-10). En la cruz, Dios nos demostró Su amor para con todos nosotros. Esa es, sin duda alguna, la primera parte. Pero nos queda la otra parte: en respuesta a ese amor, nos toca seguir las también palabras del apóstol: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22).
Puesto que Dios creó la mujer para el hombre y el hombre para la mujer, la unión entre personas del mismo sexo está fuera de Sus designios. Tratar de cambiar esta idea tan elemental para, supuestamente, adaptarla a los nuevos tiempos, y envolviéndola en el manto del amor divino, es una de las grandes falacias presentes en la humanidad. Tanto el heterosexual inconverso, como el que se considera homosexual, están llamados a dejar su antiguo estilo de vida y a vestirse del nuevo hombre.
Aunque entre los homosexuales no creyentes, la monogamia de por vida no es la norma sino la excepción, centrémonos en uno de los argumentos más esgrimidos y exprimidos por parte de los que se autodenominan “cristianos gays” que apelan a la fibra sensible: “Dios es un Dios de amor. Por lo tanto Él no puede estar en contra del amor entre dos hombres o dos mujeres”. Como dijo el cantante Elton John: “Si Jesucristo estuviera vivo hoy en día y estuviera tan convencido de sus ideales como lo estaba entonces, celebraría el matrimonio homosexual con el mismo entusiasmo que cualquier otro tipo de boda, porque estas uniones no dejan de representar el mismo amor, la compasión y el perdón que él tanto predicaba. Al fin y al cabo, el matrimonio no deja de ser la expresión de lo mejor que tenemos en este mundo, y creo que la Iglesia debería centrarse en promover ese intercambio de sentimientos en lugar de condenarlo”[2].
Ideas como estas buscan apoyarse en textos bíblicos como “Dios es amor” (1 Jn. 4:8) o “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39). Por eso, muchos dicen –incluso los ateos- que qué tiene de malo que dos personas del mismo sexo estén juntas si se aman. Si siguiéramos esa línea de pensamiento, tendríamos que extenderla a toda clase de amor: el incesto entre un hombre y una mujer –ambos adultos- que dicen amarse o las relaciones románticas consensuadas entre tres o más personas (poligamia) o a la nueva moda: las relaciones abiertas. Y así con todo lo que podamos imaginar. Sí, Dios es un Dios de amor y quiere que nos amemos unos a otros, pero dentro de sus leyes, del orden y del marco que Él ha establecido para la humanidad, no de lo que queramos nosotros hacer, puesto que eso es libertinaje.
No olvidemos que el primer gran mandamiento, y que antecede al de amar al prójimo, es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37). El que ama a Dios le obedece, y no trata de amoldarlo a sus propias ideas. Tanto el amor romántico como la expresión del mismo por medio de la sexualidad queda para el matrimonio –ni antes ni fuera de él- ya que es el marco que Dios estableció.
Dios es un Dios de amor, pero los grupos LGTBI que se dicen cristianos han revertido el significado y han convertido “el amor en dios”. Si Dios nos aceptara tal y como somos, Su muerte en la cruz y la expiación llevadas a cabo habrían sido innecesarias. Nos recibe con nuestra naturaleza caída para lavarnos y perdonarnos, pero no para aceptar nuestros pecados ni para aprobar nuestra forma de ser. Sí, Dios nos ama, pero, en respuesta a ese amor, debemos obedecerle. De lo contrario, seremos nosotros quienes estaremos demostrando no amarle, al querer hacer nuestra propia voluntad en lugar de la Suya.

Conclusión
Resumiendo lo analizado: señalar que Dios nos acepta tal y como somos es un falso evangelio, más propio del “evangelio de los hippies”, de “haz el amor, no la guerra”. Amar y aceptar no son sinónimos. Somos amados por Él antes de ser aceptados, pero no somos aceptados antes de habernos arrepentido. El evangelio genuino abarca la cruz y la muerte al yo, el negarse a uno mismo. Y, repito, esto incluye tanto a heterosexuales como a homosexuales, ya que todos “están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23), puesto que “no hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:10). Proclamar esta verdad no es odio: es puro amor, ya que busca la salvación eterna de todos. Callar sí que sería falta de amor.
Aquellos que se llaman cristianos no deben imitar la conducta de esos telepredicadores furibundos que aparecen en la película y que demuestran un odio profundo hacia el colectivo LGTBI, ya que entonces estarán siendo como los hijos del trueno (Jacobo y Juan), los cuales le dijeron a Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Lc. 9:54), a lo que Jesús reprendió: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lc. 9:55-56). Pero, dicho esto, tampoco pueden seguir la forma de actuar de Tammy, enseñando una moralidad en completa disonancia con Dios ni participando en marchas del “Orgullo gay” como hacía ella. Aunque la película trata de redimirla, sus enseñanzas no tienen redención.
Ya hemos visto el equilibrio y en qué punto se encuentra el Evangelio. Ese, y solo ese, es el que debe anunciar un cristiano nacido de nuevo.

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