lunes, 18 de abril de 2022

2. Pornografía: hombres, mujeres, adolescentes y niños que la consumen

 


Venimos de aquí: ¿Consumes pornografía o sexo virtual, aunque sea esporádicamente? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/04/1-consumes-pornografia-o-sexo-virtual.html).

Afecta tanto a hombres como a mujeres
En la introducción del tema sobre la sexualidad (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/07/7-la-sexualidad-del-soltero-cristiano.html), aporté una serie de datos preocupantes a raíz de un trabajo de investigación realizado por Barna Group en 2014 en Estados Unidos. Resumiendo: entre 388 hombres encuestados –de 18 a 30 años de edad- el 77% había visto pornografía en el trabajo en los últimos tres meses; el 64% admitía haber visto pornografía por lo menos una vez al mes; el 18% reconocía ser adicto a la pornografía y un 8% de ellos indicaban que posiblemente lo eran. Esto afecta tanto a solteros como a casados.
Aunque en esa encuesta no se hacía mención, hay infinidad de testimonios en la red sobre la incidencia en las mujeres de esta adicción, y a la que se han sumado en la última década, por lo que es evidente que no es exclusiva del hombre. Los resultados de diversos estudios son descorazonadores: el 30% de quienes consumen pornografía son mujeres. En Gran Bretaña, 6 de cada 10 mujeres confiesan ver pornografía en internet. Otro estudio muestra que las mujeres de entre 18 y 24 años ven un 5% más de porno que sus homólogos masculinos[1]. Y en una encuesta realizada por el magazin Christian Women en sus lectoras, el 40% de las mujeres entrevistadas se consideraban adictas a la pornografía[2].
Todo esto es otro aspecto más, en que ellas –especialmente las jóvenes-, se han sumado a imitar lo peor del género masculino en todas sus vertientes. Es un fruto más de la llamada “revolución sexual”, y que comenzó a mitad del siglo pasado. Cuando la lucha por la libertad sin normas se convirtió en un canto al libertinaje, sucedió lo inevitable: uso soez del lenguaje, formas de vestir provocativas, desnudos explícitos, millones de abortos, consumo masivo de alcohol, relaciones sexuales prematrimoniales, parejas de hecho, etc. Hombres y mujeres se han puesto a la par en cuanto a la maldad se refiere.

¿Qué lleva a las personas a consumir pornografía?
La respuesta fácil al enunciado es “por el vicio”. Usando correctamente el vocabulario, creer eso es error. Las dos primeras acepciones para el término vicio son: “excesiva afición a algo, especialmente si es perjudicial”; “mala costumbre, hábito de obrar mal”[3]. Es decir, y valga la redundancia, para tener un vicio hay que ser un vicioso. Por lo tanto, una persona que nunca ha visto pornografía no puede ser un vicioso de la pornografía.
Entonces, ¿cuál es la causa primera? Fácil de exponer: la curiosidad innata y natural por el sexo y el deseo de ver directamente algo de lo que ha oído, y más si ha leído que su visionado provoca placer. En algunas ocasiones, buscando directamente a través de la red. En otras, porque la persona –a menos que tuviera instalado un bloqueador de publicidad, y ni aún así- estaba viendo una página de videojuegos, de deportes o de cualquier otro tema inocente y, sin venir a cuento, se abrió una ventana en la pantalla del ordenador anunciando alguna web de pornografía explícita. Ahí picó y todo el proceso se desencadenó.
Imaginemos que solo existiera una bebida alcohólica. El que quisiera beber tendría que conformarse a esa en concreto. Pero, ¿cuál es la realidad? Que existen decenas de productos alcohólicos a su disposición. Puede probarlas todas y elegir las que más le guste. Con la pornografía sucede exactamente igual. Ante la inmensa variedad que analizamos en la primera parte, la persona comienza a saltar de un género a otro, de una práctica sexual a otra, y va descubriendo por sí mismo qué le provoca mayor placer. Con el tiempo, su cerebro se habitúa y necesita estímulos más fuertes para lograr la misma satisfacción física. De ahí que el contenido pornográfico que consume es cada vez más intenso y degradante. Una vez que se da ese paso, el vicio se apodera del individuo, lo cual sucede en edades cada vez más tempranas.

El pasado y el presente: oferta y variedad sexual
Hace poco más de una década, la pornografía estaba reservada para canales de pago que emitían a altas horas de la madrugada. Era la única manera de acceder a ella, ya que para alquilar una cinta en un videoclub tenías que ser mayor de edad. Cuando yo era muy jovencito, mi hermana trabajaba en uno e iba a verla cada pocos días para que me diera por enésima vez la cinta VHS de los capítulos de Mazinger Z. Y recuerdo que, cuando observaba, de forma muy esporádica, a un hombre entrar en ese rincón reservado y apartado del llamado cine-X, me preguntaba cómo no le daba vergüenza que le vieran allí dentro. Cuando se acercaba al mostrador a pagar, me quedaba mirándolo fijamente, tratando de saber qué pasaba por su mente para ver ese tipo de películas. Pero, en aquella época, era un fenómeno minoritario. Una persona así era como un mono de feria que obedecía las órdenes que le indicaban, todo un fenómeno peculiar que se salía de lo normal. Sin embargo –y he aquí la gravedad y a donde quiero llegar-, por gracia (más bien, por desgracia) al boom de Internet, y a un solo click de distancia, el bosque se ha llenado de este tipo de monos. Lo raro, lo extraño, lo extravagante, lo vicioso, lo inmoral y perverso, se ha convertido en lo habitual, hasta el punto de ser aceptado por buena parte de la sociedad, y la red de redes la ofrece de manera abierta y gratuita. Son abrumadoras las evidencias que muestran cómo los valores morales han sido transformados radicalmente. 
A todo esto, habría que añadir la variedad en la pornografía. Estos videos se basaban casi siempre en relaciones heterosexuales donde lo principal era el coito entre el hombre y la mujer. En el presente, la oferta se ha ampliado a la homosexualidad, la bisexualidad, el lesbianismo y la transexualidad, donde se muestran todo tipo de prácticas sexuales aberrantes, y que muchos terminan considerando normales, o como fantasías que desean cumplir y que llevar a cabo: orgías, sadomasoquismo, incesto, violaciones y abusos fingidos, vouyerismo, exhibicionismo y otras muchas que prefiero omitir para no caer en el morbo gratuito y herir la sensibilidad de nadie, la mía incluida.
Algunos dicen que no es para tanto, que hasta hace unos años era igual pero con las fotografías de revistas como Playboy o Interviu. Toda una falacia: no hay ni punto de comparación entre aquello y los vídeos actuales, propios de mentes enfermizas.
En todas estas producciones citadas, no participan únicamente “actores” (por llamarlos de alguna manera) que cobran por hacerlo, sino también personas no-profesionales que no reciben ninguna compensación económica. Es tal la depravación actual, que se fotografían o graban a sí mismas –solas o en pareja- y lo suben a páginas pornográficas. La única explicación que encuentro es que, una vez que se pierde todo código ético que ejerce de freno a la conducta humana, caen todas las barreras del pudor y del sentido común.
Por último, la pederastia, la cual es ilegal, pero a raíz de las noticias en la prensa –que muestran un considerable aumento de las detenciones policiales en los últimos años de consumidores de este tipo de depravación, incluyendo a menores de edad-, es evidente que es un material que se produce con asiduidad y que está presente en la llamada internet profunda (Deep Web). Dentro de esta categoría, personalmente incluiría las páginas de agencias donde las modelos son menores de edad con rostros dulces y angelicales. Las fotografías no muestran desnudos totales pero sí parciales, incluso en lencería íntima, en poses claramente eróticas e impropias de su edad. Lo llamativo es que mientras que no muestren sus partes íntimas (las posaderas no se consideran como tales), no es ilegal en muchos países, por lo que estas empresas y sus padres, donde ambos carecen de escrúpulos, sacan rédito económico y juegan con estos límites para no sobrepasarlos, sabiendo el público potencial que ansía dichas imágenes. Es terrible saber que hay personas que hallan placer en pervertir a otros que están dispuestos a dejarse llevar en la búsqueda de algo nuevo.

¿A qué edades se comienza?
Como hemos dicho, todo esto se encuentra al alcance de cualquiera pulsando un simple botón y con unos conocimientos mínimos en informática. En ese aspecto, los niños saben mucho más que lo que sabían los adultos cuando eran jóvenes. Por eso no es de extrañar lo que cuenta la autora Nancy Jo Sales en su libro “American girls” (2016): “Los niños estadounidenses empiezan a ver pornografía en internet a los seis años, y que la gran mayoría lo han hecho antes de cumplir los 18”[4].
Y esto no afecta solo a los americanos, sino a cualquiera que tiene conexión a la red. En mi país, “el 53,5% de los adolescentes españoles de entre 14 y 17 años ha visto porno en Internet. Entre los 11 y los 12, el 4,1% recibe contenidos sexuales en el móvil[5]. Uno de cada diez visitantes a las páginas web con contenido pornográfico tiene menos de diez años y uno de cada tres niños entre 10 y 14 años visita este tipo de páginas de manera regular”[6]. Los testimonios que he leído lo confirman.
En términos generales, el 90% de los chicos y chicas de 13 y 14 años han accedido alguna vez a contenidos sexualmente explícitos a través de Internet, de manera voluntaria o fortuita. Y si hablamos solo de chicos, el 35% ha visto vídeos pornográficos “tantas veces que ha perdido la cuenta”[7].

En buena parte, no es sorprendente que millones de personas hayan sido engullidas por este tornado: simplemente, lo tienen alrededor y en casa a todas horas revoloteando sobre ellos (este vídeo, titulado sólo un clic de distancia, de Josh Mcdowell, lo explica perfectamente: https://www.youtube.com/watch?v=pXBLEQ95haM&feature=player_embedded).
Si, de por sí, a un adolescente le cuesta controlar sus hormonas en ebullición y su despertar sexual, ¡cuánto más cuando está siendo continuamente incitado y bombardeado con sexo y más sexo! Es como si le dejaran un Ferrari a su disposición cuando ni siquiera sabe conducir. Al final, se estrellan y caen en la compulsión porque a su alrededor encuentran de forma repetitiva una estimulación ambiental erótica que les engatusa.

Continuará en ¿Tiene un perfil concreto el consumidor de pornografía?

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